La condición humana actual (y 11) Espiritualismo

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La condición humana actual (y 11)
Espiritualismo

Por Juan Miguel Batalloso Navas

«…La espiritualidad no es el monopolio de las religiones, ni de los caminos espirituales codificados. La espiritualidad es una dimensión de cada ser humano. Esa dimensión que cada uno de nosotros tiene, se revela por la capacidad de diálogo consigo mismo y con el propio corazón, se traduce por el amor, por la sensibilidad, por la compasión, por la escucha del otro, por la responsabilidad y por el cuidado como actitud fundamental. Es alimentar un sentido profundo de valores por los cuales vale la pena sacrificar tiempo, energías y, en último término la propia vida…» 1 Ref.BOFF, Leonardo. Espiritualidad. Un camino de transformación. Santander: Sal Terrae. 2002. p. 81

Dice Lipovetsky, que el siglo XXI es el tiempo de la multiplicación y proliferación de nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, de nuevas terapias psicoespirituales dirigidas a la consecución del equilibrio, la armonía y el bienestar psicológico. De esta realidad, dan muestra la infinita variedad de terapias psicofísicas y psicoesotéricas, o la explosión de nuevas formas de espiritualidad e incluso de nuevas religiones de reciente creación que en muy corto espacio de tiempo consiguen un gran número de adeptos y un ingente patrimonio económico. Tanto es así, en los países opulentos de occidente, como en los países empobrecidos. En los países enriquecidos, vivimos tiempos de suavidad, equilibrio, búsqueda de armonía psicofísica, de bienestar y salud corporal y emocional. Unos tiempos en los que emergen multitud de empresas que venden la alegría, la felicidad individual y una ansiada paz interior acompañada de numerosos ritos, fórmulas y “nuevos sacramentos” que suavizan y aligeran la carga de estrés y sufrimiento, de vacío existencial y sinsentido que la posmodernidad y el nuevo desorden flexible, dinámico y adaptado a la singularización y diferenciación del mercado han originado. Un desorden, por cierto, cargado también de violencia, guerras y genocidio como el perpetrado por Israel con el pueblo palestino.

         No es este el lugar para analizar con detenimiento el papel que cada una de estas nuevas religiones y espiritualidades juegan en la conformación de la conciencia individual y colectiva, pero lo que sí es notable en todas ellas es la correspondencia con el individualismo y el conformismo presentes en la condición humana actual que hemos denominado crisis del ser. Todas estas nuevas psicoterapias espirituales, por lo general acostumbran a dirigir sus fines. objetivos y actividades a la búsqueda de un refugio interior, que aislado de las vinculaciones y responsabilidades interpersonales, comunitarias, sociales y colectivas nos proporcione un alivio indoloro que como es obvio, incide muy poco en la transformación de las estructuras sociales y políticas.

         Como dice Lipovetsky estamos ante el nacimiento de una especie de «sabiduría light» que se concentra, no tanto en la consecución de la felicidad mediante el hiperconsumo material, sino

«…en la búsqueda del equilibrio interior, la armonía del cuerpo y el espíritu, la expansión y profundización de la conciencia. Lo importante no es cambiar el mundo sino cambiarse uno, despertar la conciencia a potenciales desaprovechados, inventar un nuevo arte de vivir conciliando al individuo consigo mismo. La sabiduría que se tenía por un ideal obsoleto: ya la tenemos otra vez en primer plano. Lo que nace es una microutopía psicoespiritual que reconfigura la mitología de la felicidad individualista en el núcleo de la sociedad de hiperconsumo…»2 Ref.LIPOVETSKY, Gilles. La felicidad paradójica. Barcelona: Anagrama, 2007, p. 334

         Lo que resulta también sorprendente es que este tipo de espiritualidad light o de «microutopía espiritual» que Lipovetsky denuncia, o esta nueva ola posmoderna del new age que preconiza el “estar bien” mediante el aislamiento, la abstracción, la meditación y el consumo de todo tipo de psicoterapias y productos esotéricos, donde más abunda es en las clases medias y altas. Son los grupos y capas sociales de un cierto poder adquisitivo, las que movidas por su vacío y frustración existencial buscan afanosamente islotes de paz y de buena conciencia, puesto que las grandes mayorías no disponen de la capacidad para pagar los variados gurús y exquisitos centros de relajación, spa, meditación que prometen la felicidad.

         Se trata pues de una huida, de una compleja racionalización que por la vía del psicologismo y la espiritualización intenta justificar la dimisión y la abstención de los problemas comunitarios, locales y nacionales, propiciando de una forma más o menos directa la despolitización y la ausencia de responsabilidad social e individual ante las graves injusticias que afectan a las grandes mayorías de nuestra sociedad y de nuestros contextos locales. Y también de una fragmentación, de una reducción que aunque paradójicamente se presenta como holística, integral o transdisciplinar, desintegra, no sólo nuestra capacidad de conectar con lo sagrado que cada ser humano contiene, sino nuestro compromiso social, ético y político. Así, se reduce la espiritualidad a un mero estado orgiástico de percepción, o a un sencillo mapa que en nada se corresponde con la vitalidad y la complejidad del ser humano y de la realidad.

         Por el contrario, las clases populares, las condenadas al desempleo, las de bajos salarios, las que viven en la precariedad, la inseguridad y la incertidumbre de no saber que van a comer o como van a vivir al día o en el mes siguiente, optan por otra vía para buscar el alivio de sus sufrimientos. O bien deciden volver a las viejas tradiciones religiosas milagreras y opiáceas que se rearman de nuevo con viejos dogmas y ropajes; o deciden abrazar incondicionalmente a cualquier flautista de Hamelín que les prometa la felicidad a corto plazo y bajo costo. O en su defecto, se entregan fervorosamente al circo mediático de los grandes espectáculos de masas consiguiendo así la cuota de identificación y de sentimiento de pertenencia y normalidad necesarios para ir soportando las contrariedades, dificultades y penurias de su vida cotidiana.

         La crisis del ser es en realidad una crisis existencial y espiritual, la expresión de una «sabiduría light» en la que las aportaciones de las grandes tradiciones espirituales de oriente y occidente se disuelven en estados sentimentales y orgiásticos que tranquilizan la conciencias. En consecuencia, los elementos de esa sabiduría perenne presente en todas las tradiciones espirituales que ponen de manifiesto la existencia y la posibilidad de una transreligiosidad liberadora, integral y auténtica, han sido

«…reemplazados por técnicas de autoayuda que garantizan a la vez triunfo material y paz interior, salud y confianza, ímpetu y serenidad, energía y tranquilidad, felicidad interior sin necesidad de renunciar a lo que haya en el exterior (confort, éxito profesional, sexo, diversiones). El individuo hiperconsumidor aspira a las ventajas del mundo moderno y además al mundo interior (…) Es la búsqueda individualista de la felicidad terrena lo que prosigue al amparo de las sabidurías antiguas. No es un cambio de paradigma, sino la dinámica pluralizadora de las mitologías de la felicidad individualista…»3 Ref.LIPOVETSKY, Gilles. La felicidad paradójica. Barcelona: Anagrama, 2007, p. 334

Así pues, la búsqueda de la felicidad por todos los medios posibles se realiza mediante dos grandes vías. Por un lado, mediante el gozo y el hedonismo procedente del incesante hiperconsumo material que nos esclaviza y nos somete a las exigencias de los poderes mercantiles para alcanzar paraísos de placer y supuesto bienestar. Y por otro, mediante el arrebato espiritualista o el sometimiento a creencias que nos apartan y abstraen de nuestra vinculación con los demás y de las necesidades de nuestros semejantes. Y son estas dos vías, las que a nuestro juicio nos conducen al vacío y a la frustración existencial.

         Al parecer no hay pues salida posible para nuestro consumismo espiritualista que nos encierra en nosotros mismos haciéndonos creer, que por el hecho de que cambie nuestra percepción o se alteren nuestros estados de conciencia vamos necesariamente a vivir en el mejor de los mundos. Y no puede haber salida por dos razones evidentes, la primera porque la felicidad no es una meta, ni tampoco el resultado de una inversión, de un consumo, o de un esfuerzo material o espiritual, sino algo que nos viene como un regalo espontáneo no buscado procedente de un especial sentimiento de coherencia y armonía con los valores que decimos profesar. Un sentimiento o un estado psicofísico que no necesariamente se nos presenta a diario o al final de nuestros días como fruto de nuestro esfuerzo, sino que más bien oscila como una pluma en el aire como nos dice Vinicius de Moraes en su bella canción “A felicidade.

         Pero al mismo tiempo, no hay salida tampoco a la crisis espiritual de la condición humana actual, mientras que no comprendamos que somos seres interdependientes de la Naturaleza y de la sociedad, de que somos seres de vínculos y relaciones y que por tanto necesariamente tenemos que renunciar, tenemos que abrirnos y dar incondicionalmente al otro. Y es que, lo queramos o no, no nos pertenecemos del todo, no somos en realidad propietarios de nosotros mismos y si somos nosotros es porque tenemos al lado a alguien que nos reconoce como legítimos y nos ama de una y mil maneras con infinidad de matices.

         El extraordinario florecimiento de las tecnologías esotéricas, espiritualistas, psicologistas y de autoayuda, asociadas al carácter hirperconsumista de nuestra época, ha contribuido en gran parte a llevarnos a un tipo especial de dimisión, abstención y desvinculación de la comunidad y de nuestra responsabilidad social y política. Ha conseguido en gran medida que olvidemos e incluso despreciemos, a aquel sujeto fuerte de antaño, de convicciones profundas, de lealtad insobornable a causas nobles, de firmeza y valentía ante el reto de afrontar dificultades y situaciones injustas, para sustituirlo por un sujeto débil, terriblemente asustado por sus conflictos internos y egocéntricos. Un sujeto aterrado por sus enfermedades y dolencias físicas, abrumado por su responsabilidad social y por las exigencias y compromisos de sus vinculaciones y relaciones con los demás, pero sobre todo refugiado en un mundo interior que le proporciona una singular sensación de serenidad y tranquilidad que confunde con la auténtica paz que los grandes maestros como Gandhi, Luther King, Pedro Casaldáliga, Desmond Tutu, Teresa de Calcuta o Monseñor Romero, entre otros, nos han enseñado.

         Este tipo de sabiduría light, esta espiritualidad de andar por casa que compra libros de autoayuda y meditación sin practicarlos, que acude a cursillos para vivir experiencias orgiásticas y alucinatorias, o que asiste sometida al encanto seductor de gurús y grandes sacerdotes laicos y religiosos, es la que a la postre, nos hace caer en una de las tal vez más peligrosas de las normosis. La normosis de creer que únicamente con el cambio mental de percepción de la realidad o con el desarrollo de nuestra conciencia individual es posible alcanzar el paraíso terrenal y la felicidad perenne. Una normosis que por lo general se nutre de pensamiento mágico, de conciencia ingenua, de ausencia de pensamiento crítico y de un profundo e intenso miedo a ser uno mismo con todas las consecuencias. Liberarse pues del miedo en todas sus formas, tal vez sea el más fundamental y transcendente de los caminos para comenzar a despertar e iniciar nuevamente el proceso-proyecto permanente de nuestra propia liberación personal, comunitaria, social y planetaria.

Juan Miguel Batalloso Navas.
Camas (Sevilla) a 6 de marzo de 2024



Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ

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One thought on “La condición humana actual (y 11) Espiritualismo

  1. No cabe la menor duda que la espiritualidad no es monopolio de las religiones. La espiritualidad es una dimensión de cada ser humano, que se revela a través de valores como el amor, la sensibilidad, la compasión, la escucha del otro, la responsabilidad o el cuidado de los demás.

    Dice Lipovetsky, que el siglo XXI es el tiempo de la proliferación de nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, dirigidas a la consecución del equilibrio, la armonía y el bienestar psicológico. Para conseguirlo, han aparecido nuevas psicoterapias espirituales, orientadas a la búsqueda de un bienestar aislado de las responsabilidades sociales, con poca incidencia en la transformación de las estructuras sociales y políticas. Quienes más las usan son las capas sociales con poder adquisitivo. Por el contrario, las clases populares optan por otro camino para buscar el alivio de sus sufrimientos, ya sea a través de la religión o del circo mediático de los grandes espectáculos de masas.
    Por tanto, la búsqueda de la felicidad se realiza mediante dos grandes vías. Por un lado, a través del hiperconsumo material que nos esclaviza para alcanzar un supuesto bienestar. Y por otro, mediante el sometimiento a creencias que nos alejan de las necesidades de nuestros semejantes. Las dos vías nos conducen al vacío y a la frustración existencial.
    Mi comentario a esta breve exposición que he realizado del artículo de Juan Miguel Batalloso es reafirmar que la verdadera salida a esa crisis espiritual de la condición humana actual, solo se consigue comportándonos como seres sociales interdependientes unos de otros, dando lo mejor de nosotros mismos y recibiendo las aportaciones enriquecedoras de los demás. La dinámica de querer a los demás y de ser querido por los otros, es el fundamento del bienestar natural, opuesto al artificial.

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