Argalla

Las argallas (pronunciado argáyah) son unas ‘excrecencias esféricas que se forman en el roble y otros árboles de la misma familia’. Es una reacción contra la picadura de un insecto y la puesta de sus huevos. Con el derivado argallero, nombre con que se conoce al quejigo, árbol de la misma familia de roble que produce estas bolas vegetales. También argolla, por analogía fonética con los anillas de hierro para amarre.

En estas bolitas del tamaño de una nuez se crían las larvas de la llamada ovispa de las argallas, proporcionándole una cápsula protectora mientras se nutre de la planta. Estas vesículas o tumores vegetales se usaban en la antigüedad para curtir pieles y teñir lanas.

A partir del latín galla ‘cecidia, brote, excrecencia de algunos árboles’ se formó el castellano agalla, con prótesis o adición de la a-, y de esta la variante local de Feria argalla, con epéntesis o interposición de la r en la sílaba inicial.

En Hurdes, Sierra de Gata y otras comarcas de la Alta Extremadura, bogalla (del gallego-portugués bugallo ‘galla del roble’) y variantes como bugallas (Villamiel), abogalla (Gata), bollaga (Villasbuenas y Perales del Puerto), gállaras (Santibáñez el Bajo), agállara o argállara (Cabezuela del Valle), bollagra (Nuñomoral), boragalla (Villanueva de la Sierra)… Las bogallas están en los robris y la usan los dagalis en sus juegus.

En portugués bogalha o bogalho tal como aparece en el dicho «Misturar alhos com bugalhos»: Mezclar o confundir cosas muy diferentes.

Miguel de Unamuno emplea en su «Cancionero» la variante abogalla  en por recogerla en sus andanzas por las sierras salmantinas:

Ay gamones y abogallas
del matorral del Zarzoso;
os grabaron en el poso
de mi visión mis batallas.

Rubio Merino y Pérez Rubio en «Mira que te diga» (El habla, las cosas y las gentes de Valdefuentes), recoge esta palabra:

Argalla.- En castellano argaya, es una arista del trigo y otros cereales. También se les llamaba así a las bolas de color marrón que producen los robles y que servían antiguamente para jugar los niños. Se los traían la gente que subía a la Sierra de Montánchez para arrancar retamas con destino a los hornos de Valdefuentes.

©Juan-José Becerra Ladera

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