Damos consejos constantemente. Vemos a los demás con sus problemas y pensamos que, con nuestro asesoramiento, si hacen lo que les sugerimos, les va a ir mucho mejor. Sin embargo, los consejos caen en saco roto la mayoría de las veces.

¿Qué hace que seamos tan aficionados a dar consejos y tan poco proclives a seguirlos?

¿Cómo es que sabiendo que en general no hacemos mucho caso de los consejos, seguimos dándolos una y otra vez?

Vivimos en el paradigma de la causalidad: todo problema tiene su solución. De manera que cuando enfrentamos una situación problemática, nos enfocamos en buscar LA SOLUCIÓN. En lugar de abrir el foco y buscar múltiples opciones y alternativas, más bien hacemos lo contrario. Y cuando damos con ELLA, cerramos el foco y ya no queremos escuchar nada más, construimos toda una montaña de explicaciones para justificar lo adecuado de nuestra decisión y con esto nos tranquilizamos, porque hemos encontrado LA RESPUESTA.

Además de vivir en el paradigma de la causalidad, vivimos dentro de nuestro marco interpretativo. Cada uno de nosotros vemos la realidad desde nuestro punto de vista, olvidando que lo que vemos, lo que observamos, no es más que el fruto de nuestra percepción. De modo que si creo que lo que yo percibo “es lo que hay” y que la mejor solución es aquella que se muestra ante mí, ¿Cómo no voy a compartir mis descubrimientos con los demás?  ¿Qué clase de persona sería si no lo hiciera?

En conclusión, damos consejos constantemente porque somos buenas personas y queremos ser útiles y ayudar a los demás.

Sin embargo, la mayoría de las veces, los consejos no sirven de gran cosa. A menudo, lo que para mí es LA SOLUCIÓN, para el otro es una opción inaceptable.

Claro que hay un tipo de consejo que podríamos llamar operativo, que puede ser muy útil: un experto en cocina puede darnos un excelente y valioso consejo acerca de cómo cocinar determinado plato, el médico nos puede dar su consejo acerca de cómo tratar determinada dolencia, etc. Sin embargo, hay otro plano que ya no es tan operativo, que tiene que ver con nosotros mismos, nuestros marcos interpretativos, nuestras emociones, nuestros objetivos, nuestras necesidades y dificultades, etc. En este ámbito no somos expertos en absoluto, por mucho que hayamos vivido situaciones similares.

Los coaches creemos que los problemas no existen, sino que somos nosotros quienes declaramos “esto es un problema”; también creemos que cualquier evento tiene múltiples manifestaciones y matices, por lo que existen infinidad de opciones y posibilidades de respuesta. De manera que si combinamos ambos elementos, nos encontramos con que cada persona tiene una percepción personal y diferente de la realidad y un gran abanico de opciones y posibilidades de acción.

Para nosotros, la pregunta es mucho más eficaz que el consejo. La pregunta es generadora, es creativa, abre opciones, mientras que el consejo cierra el foco y actúa como un embudo.

La pregunta estimula la reflexión y la búsqueda, nos ayuda a hacernos más responsables, nos da poder. Sin embargo, el consejo nos quita responsabilidad. Cada vez que damos un consejo, nos ponemos por encima del otro, le estamos transmitiendo un mensaje implícito: no creo en ti, no creo que tú seas capaz de encontrar la respuesta. El consejo genera una energía que desempodera y quita fuerza.

Los coaches desaprendemos el dar consejos y  aprendemos a hacer preguntas poderosas y generativas, al tiempo que cultivamos una mirada apreciativa y llena de confianza que dice: creo en ti, creo que tú tienes las respuestas. Y entonces se produce el milagro, la persona se empodera, se mantiene en su fuerza y puede dar respuestas a ciertas preguntas que le hacen reflexionar, mirar las cosas desde otra perspectiva, encontrar soluciones donde antes solo veía problemas.

El consejo roba una oportunidad de aprendizaje tanto para el que lo recibe, como para el que lo da. El que recibe un consejo pierde la oportunidad de encontrarlo por sí mismo, la experiencia de la búsqueda, del análisis de las opciones, etc. El que lo da también pierde la oportunidad de soltar, abrirse, escuchar, cocrear y tal vez aprender algo nuevo más allá de su propia percepción.

En el liderazgo ocurre algo muy similar. El líder que centra su actividad en resolver problemas, ofrecer soluciones y dar consejos, seguramente conseguirá buenos resultados personales, pero no estará colaborando en el desarrollo de su equipo. Por el contrario, el líder que hace preguntas e invita a la reflexión, estará favoreciendo el aprendizaje y conseguirá resultados extraordinarios.

¿Y tú, qué tipo de líder estás siendo? ¿Eres de los que da soluciones o de los que hace preguntas?