Según el diccionario, coleccionismo es “afición de coleccionar objetos”,  coleccionista “persona que colecciona”, coleccionar “formar colección”, y colección “conjunto ordenado de cosas por lo común de una sola clase y reunidas por su especial interés o valor”. 

Definiciones generales, asépticas y frías, que no responden bastante a la sed de conocimiento en la materia, ni a su desarrollo histórico, y sobre todo no se refieren a la pasión y/o a los objetivos que suelen motivar el hecho de coleccionar.

Preferimos la propuesta de que el coleccionismo de arte, institucional o particular, uno de los pilares de las artes visuales, articula el espacio económico al espacio cultural: asume un conjunto de responsabilidades del mundo y el mercado del arte, entre conservación, enriquecimiento patrimonial, jerarquización de valores estéticos, igualmente entre promoción y reconocimiento de los creadores.

Una colección cumple la función primordial de salvaguardar obras magistrales, que pertenecen a la historia del arte, y también de revelar testimonios de la creación actual, dignos de perdurar cuyas cualidades e interés pasarían desapercibidos sin su existencia, ayudando entonces a los artistas y a su desarrollo profesional. También se le puede reconocer una función, cada vez más importante, de servicio público cultural, de educación y de satisfacción del interés general. La colección de arte tiene una gran complejidad, en sus propósitos, su valor, sus características y sus elementos.

Algo de historia de las colecciones

Solemos referirnos a la colección de arte como a un fenómeno de hoy o como algo que siempre existió. Debemos mostrar que ni una propuesta ni la otra son válidas: coleccionar tiene su historia y ha evolucionado en el tiempo. Se piensa habitualmente que la práctica de las colecciones ha nacido con el Renacimiento, época privilegiada de apertura al arte y la cultura. Si bien es cierto que la práctica de coleccionar se ha desarrollado verdaderamente a partir del siglo XV, ya las iglesias de la Edad Media y aun los templos antiguos reunían tesoros o reservas de objetos preciosos sino curiosos y exóticos, fungiendo el templo de casa del pueblo.

Ahora bien, es entre el siglo XV y el siglo XVIII cuando la colección se ha desarrollado en Europa, a iniciativa de ricos y poderosos (no sólo monarcas y príncipes sino también miembros de la alta nobleza y luego de la alta burguesía), con erudición e inquietudes humanistas que incluían los manuscritos y sus imágenes, y las medallas. En escultura, ellos se interesaron por los vestigios de la Antigüedad, por las estatuas romanas que simbolizaban la estética de lo Bello y fueron construyendo edificios para albergarlas y preservarlas. Ya se iba mostrando las colecciones a los visitantes de paso y se hacían catálogos. Cabe señalar también otro tipo de colección, aparte de las piezas históricas, y son las llamadas “curiosidades”: rarezas exóticas, recuerdos etnográficos traídos por los viajeros, fósiles, caracoles marinos, objetos oriundos del mundo entero… A pesar de la abundancia de esa materia enciclopédica, nos limitamos a una simple mención.

Ahora bien, desde el siglo XVII, se desarrollaron las colecciones especializadas, y lo que más interés suscitó en los coleccionistas, fue la obra de arte, esculturas –ya lo dijimos- y pinturas. Los dignatarios eclesiásticos y los soberanos reunían obras maestras de los genios muertos –encontramos los grandes nombres del arte renacentista (citar)-, pero también trasladaban las colecciones y las vendían. Apareció ya el nombre de “museum”, salas e institución dedicadas a las musas. Varias de esas piezas, de traslado en traslado, han llegado hasta las actuales colecciones, así en el Museo del Louvre: El Hombre con el Guante de Ticiano y la Muerte de la Virgen de Caravaggio, que fueron, en el siglo XVII, propiedad de Felipe IV de España y de Luis XIV de Francia.

Una preocupación por la difusión y ya la educación estuvo creciendo: varias colecciones se abren al público, el Estado puede tomar las cosas en mano, cediéndosele gestión y aun su propiedad. Las colecciones de arte se especializan, intervienen expertos, la museografía aparece (Italia, Austría). Un hecho importante es que la colección de arte estuvo vinculada a la escuela de dibujo y al estudio, convirtiéndose en “museo de modelo” para los discípulos. Por ejemplo acabamos de leer que Josef Fesch, en el siglo XVIII, había legado su colección y recomendado la construcción de un establecimiento –citamos-para permitir “a los jóvenes más estudiosos y los más inteligentes perfeccionarse en los estudios secundarios y aplicarse a las artes y las ciencias.”

Los museos de acceso público se multiplicaron en Europa, a partir de las colecciones de arte monárquicas y principescas. En Francia, desde el siglo XVIII, surge pues la idea de presentar las colecciones reales en el Palacio del Louvre, lo que se logra gradualmente.A raíz de la Revolución de 1789 y de las autoridades revolucionarias, el museo se insitucionaliza por ley, protegiendo las colecciones confiscadas (nobles, clero) del vandalismo, conservándolas, enseñandolas públicamente como parte del derecho de cada ciudadano a ver arte. El vínculo entre colección de arte y artista en formación o ya profesional, que era el principal cliente, se fortaleció con visitantes independientes, de todas categorías.

En el siglo XIX, el museo público, dueño o poseedor de la colección, formó parte del panorama urbano y de la vida cultural, no solamente en las capitales, sino en las ciudades de provincia. El siglo XX vió ampliarse el panorama museal y definir sus funciones. En 1946, se creó el Consejo Internacional de Museos (ICOM), que ha ido rigiendo la conservación de las colecciones y ha puesto el acento sobre las dimensiones sociales del museo y su papel educativo. El alcance de la colección de arte accesible al público no ha dejado de crecer y seguirá creciendo. La romántica contemplación solitaria de una colección ha cedido ante la visita en pareja, en familia o con amigos, y con grupos estudiantiles. Ese fenómeno epocal está ligado a la preocupación por museografías claras, vivas y atractivas.

Distintos tipos de colecciones de arte

Una colección de arte, cual sea la naturaleza y jerarquía de las obras que la componen,  debe responder a exigencias de autenticidad, de calidad, y de propiedad –privada o pública-. En principio, las obras no se ponen en venta, aunque se practica para adquirir nuevas obras… o por razones económicas: no pocas colecciones privadas se dispersan. Es un tema de discusión, en las colecciones públicas y los museos actualmente (Europa y Estados Unidos), respecto a ciertas obras almacenadas en depósitos.

No hay una sola clase de colección de arte sino varias, que no podremos abarcar todas en esta breve charla. En primer lugar hay la colección privada de tipo personal, encerrada en la casa y/o los depósitos del coleccionista, reservada a su disfrute, ambiente cotidiano que se muestra a otros discrecionalmente y, también en el sector privado, hay la colección institucional abierta y accesible al publico (centro cultural, casa-museo o museo).

Luego está la colección pública, propiedad estatal y patrimonial. Una primera modalidad consiste en que, aunque cualquier interesado la puede visitar con permiso especial, se destina fundamentalmente a la decoración de los espacios de trabajo. Ahora bien, cuando la colección pública es de acceso abierto, suele constituir la colección permanente de un museo, de la cual, si es muy extensa, solamente una parte se expone, cambiandose las obras periódicamente.

Por otra parte cada colección de arte es un mundo. Sobre todo en las colecciones personales, hay apasionados de una sola temática, de una sola categoría, de un artista en particular, de lineamientos estéticos muy definidos (dar ejemplos), de un siglo, de una exclusividad nacional, de clásicos, modernos o contemporáneos… La diversidad es inmensa, y a menudo, entre las modalidades que acabamos de citar, hay varias en una misma colección de arte.

Cuando se trata de una coleccion de arte, institucional, privada o pública, es casi siempre heterogénea y enciclopédica, reuniendo verdaderas antologías de la producción artística de un período, de la modernidad y de la contemporaneidad. Se limitan raramente a una época, una escuela o una corriente, las motivaciones son otras, pensando en la colectividad, y la colección de arte integra el desarrollo del arte en el espacio y el tiempo, multiplicando a obras y autores. No obstante, una colección museal puede enriquecerse de una colección particular (de un solo artista por ejemplo), que no se insertará en el conjunto, sino se exhibirá en su integridad y espacio propio–según la propia voluntad del donador-.

Por otra parte, la colección de arte – y ahora esa tendencia está más pronunciada- suele mostrar una preocupación por la representatividad del arte nacional, sino en una perspectiva patriótica, en una valoración de la identidad artística del país. Ahora bien, es algo mucho más complejo que lo que aparenta, no basta con elegir o recibir buenas obras, sino realizar una verdadera labor de búsqueda y curaduría. Por supuesto, se plantea la elección de los artistas y lo que significan en la historia de la cultura nacional. Ello no se confunde con el éxito, hay artistas triunfantes – y de producción incontable-, bien mercadeados, reproductores de otros y del pasado más que creadores que no tienen importancia ni en el desarrollo y la evolución artística, mientras otros autores, menos preciados –sino menospreciados- y más auténticos, reflejan en sus innovaciones formales y en sus temas, una coyuntura local, circunstancial e histórica. Interviene el mercado del arte.

A pesar de su carácter extraño y negativo –en la opinion nuestra-, queremos hacer mención, más allá del arte contemporáneo que cuenta con muchas colecciones riquísimas y serias (Saatchi), de otras colecciones que, a solicitud del artista, niegan la obra original, la consideran intercambiable (Duchamp) o aun llegan a pedir que se queme (Yves Klein) y solamente quede inscrita en un registro como testimonio de la existencia de la obra (desarrollar, autorización de construcción de la obra, enunciada, puede no realizarse). Pero son casos extremos y felizmente interesando a una ínfima minoría de coleccionistas…. ¡¡Si todavía podemos llamarlos así!! Así mismo, están las ultranzas del mercado del arte: más cara es una obra, más interesa al coleccionista ingresarla en su colección (Damian Hirst).

De coleccionismo dominicano

Coleccionar obras de arte es una actividad pujante en la República Dominicana, aunque relativamente reciente por la misma juventud del arte dominicano, de las fuentes de colección, de las estructuras artísticas, y se manifiesta primordialmente en Santo Domingo. Existen, como en todas partes, dos formas de coleccionismo, el primero institucional -público y privado-, el segundo de índole particular y personal Institucionalmente, el Museo de Arte Moderno posee la mayor colección pública de obras de arte, en el aspecto histórico. Proviene de la antigua Galería Nacional de Bellas Artes, aumentada paulatinamente con obras legadas, donadas y otras adquiridas con motivo de las Bienales por ser los Premios. Prácticamente nunca ha habido compra de piezas raras o susceptibles de enriquecer el caudal artístico nacional, por falta de recursos, destinados a ese renglón patrimonial Amigos del Museo), y, de la opinion misma de los responsables del museo hay muchas lagunas que llenar y también por falta de cuidado, obras de la colección se han deteriorado – sobre todo dibujos-. Por esa misma razón, hay una preocupación, que se ha traducido en la Trienal del Caribe por la compra de obras a los artistas caribeños invitados. La falta de recursos limita prácticamente la adquisición para la colección permanente del MAM a los Premios de las Bienales –sin comentarios, que desgraciadamente se desmontan y hasta se destruyen…cuando son instalaciones.

Podríamos observar que se ha diseminado, sin connotación peyorativa, el coleccionismo público dominicano, y se han multiplicado las colecciones de arte, perteneciendo a establecimientos públicos. Aparte del Museo de Arte Moderno, otros organismos estatales, descentralizados o mixtos, poseen colecciones importantes y protegidas, que generalmente se encuentran distribuidas en sus locales y oficinas, sin que exista una galería permanente de exhibición, aunque pueden prestarse obras para exposiciones externas. Así la Colección de la Cámara de Diputados –con muchas obras colocadas en áreas comunes y se permite visitar en determinados horarios y días, así como a huéspedes extranjeros distinguidos. Igualmente se ha de mencionar a la Colección de la Dirección General de Aduanas, compuesta por piezas a menudo excepcionales. Quien fue el alma y líder entusiasta de esta colección, a la cual se dedicaron altos recursos, fue Miguel Cocco, su Director, fallecido el año pasado: no solamente quería reunir a magníficas piezas magistrales, sino también apostar sobre el porvenir de artistas contemporáneos jóvenes y ayudarlos -la condición del artista le alarmaba sinceramente-.

Cabría citar también la rica colección del Banco de Reservas y más recientemente aquella de la Suprema Corte de Justicia, que dispuso de importantes recursos. Aquí mismo, en estos muros, disfrutamos una extensa colección, de calidad ascendente y plural en sus corrientes estéticas. Dedicaremos por supuesto un comentario especial a la Pinacoteca del Banco Central.

Igualmente se destacan, en el sector privado, por la extensión y calidad de sus colecciones nacionales, asociaciones, grupos financieros y bancos, compañías, empresas y fundaciones. El famoso maestro venezolano Carlos Cruz-Diez calificaba, no sin razón, a los bancos de hoy como «los templos del arte». La adquisición de las piezas se hace de distintas maneras, a través de los propios ejecutivos, de galeristas cercanos, de curadores contratados o de comités de selección. Han ido en contínuo aumento las colecciones personales, sumándose a aquellas de las generaciones maduras, las de jóvenes profesionales y empresarios, de gusto más atrevido. Los coleccionistas más acaudalados han agregado a las obras de artistas dominicanos, pinturas, dibujos y esculturas de autoría extranjera –latinoamericana principalmente-, adquiridas mayormente en subastas de Sotheby’s y Christie’s, por elección estética y como forma de inversión, que, en parte, ellos dejan expuestas o almacenadas fuera del país.

Si bien es cierto que, en el coleccionismo dominicano, existen varias vertientes, la más fuerte y establecida, con una práctica de décadas, es la de colecciones que optan por figuras mayores del arte–incluyendo en ese renglón a los dominicanos, cubanos, haitianos, mexicanos y colombianos-. Sin embargo, no se limitan a dos o tres creadores magistrales aunque pueden apasionarse por uno en particular, así Paul Giudicelli, Eligio Pichardo, Ramón Oviedo y Jaime Colson en la pintura dominicana, o Antonio Prats-Ventos, Gaspar Mario Cruz y Luichy Martinez Richiez en la escultura, conformando colecciones dentro de la gran colección.

Existe en los coleccionistas un deseo – compulsivo o razonado- de absorber la historia del arte dominicano y latinoamericano moderno en etapas sucesivas. Lo consideramos también una suerte de sueño, largo tiempo acariciado y al fin realizado, comparándolo con la riqueza de colecciones extranjeras.

Hay piezas de colección, que refieren a un período más conocido o difundido, y ello no solamente respecto a los dominicanos, sino a artistas iberoamericanos. Pero las hay también, que expresan personalmente un gusto y una capacidad de ver, especiales en el buen coleccionista o el buen curador, a menudo más sutiles que en las obras de particular impacto. Esa sensibilidad, en nuestra opinión, caracteriza al coleccionismo más puro y significativo.

El coleccionista dominicano, como los demás en su categoría, manifiesta sus preferencias, se adhiere, para la adquisición, a ciertos criterios estéticos y suele incluir la representatividad del cuadro o la escultura. Otras obras de arte constituyen una revelación, y posiblemente una meta o una búsqueda tenaz de parte de quienes las lograron conseguir, o una oportunidad especial que de repente se presenta. Globalmente pues el arte moderno y los valores seguros en ascenso constituyen el grueso de las colecciones dominicanas, pero la apuesta sobre el futuro y las tendencias contemporáneas ganan terreno sigilosamente, sobre todo entre los coleccionistas de menos edad, impulsados por galerías igualmente jóvenes y por el mismo contacto con los artistas. La pintura sigue siendo de lejos la expresión dominante, aunque la obra sobre papel – incluyendo la fotografía y aun el video en años recientes- motiva un interés creciente, un movimiento que sólo puede alegrarnos y que corresponde al movimiento internacional. Cabe señalar también que los precios cada vez más altos de la obra de arte, nacional y extranjera, y la aparición de la especulación han desplazado socialmente a las colecciones de la clase media y de los intelectuales -que fueron los primeros coleccionistas en Santo Domingo- a sectores económicamente poderosos. ¡Parece lejano y romántico el tiempo en que escritores, teatristas y poetas –así el poeta nacional Pedro Mir y el también poeta y dramaturgo Máximo Avilés Blonda-  reunían obras de sus pares, igualmente pobres, en la creación plástica!

En esta brevísima reseña del coleccionismo dominicano, mencionaremos dos ejemplos impresionantes de colecciones privadas, que hacen beneficiar al público en general de los tesoros del arte. En el coleccionismo institucional, el Centro León exhibe, en magníficas salas, con un guión didáctico notable, parte de la colección del Grupo León Jimenes, en buena medida fruto de las premiaciones de su Concurso de Arte, aunque también incluye donaciones, préstamos –así la obra fotográfica de Wifredo García- y adquisiciones. Las piezas en exhibición cambian cada cierto tiempo, a cargo de un curador, para que la vayan viendo, sino completa,  como representativa del conjunto. Luego, valiosa iniciativa del coleccionismo personal, el Museo Bellapart, un modelo de gestión e instalación en su categoría, presenta simultáneamente una colección permanente, la mejor para conocer la historia del arte dominicano moderno, y exposiciones temporales, ambas con sentido didáctico, una museografía excepcional y proviniendo de la colección particular de Juan José Bellapart, fundador y gestor del museo. Cabe señalar que se diseña allí un interés nuevo por el arte contemporáneo, otrora ausente, que es una colección en constante aumento y que se presenta en el extranjero, haciendo descubrir obras cumbres de la plástica dominicana.

La Pinacoteca del Banco Central

Aunque ustedes “viven” inmersos en las obras de la Pinacoteca y que por lo menos tres catálogos y un libro han reseñado su contenido, no podemos tratar el tema de la colección de arte, sin referirnos, aunque en pocas palabras, a aquella del Banco Central. El compromiso artístico del más importante organismo bancario de la República Dominicana se inició poco tiempo después de su creación, afirmando una preocupación identitaria notable al reunir piezas de la plástica dominicana, cuando se empezó a comprar arte, con la asesoría de personalidades competentes como María Ugarte. Se destina casi exclusivamente al ambiente interno y al personal del banco, puesto que las obras adquiridas se colocan en las oficinas, en las salas de reuniones, en las áreas comunes – a parte de ellas accede la clientela externa-. Pocas veces las obras salen de los espacios asignados: mensualmente la Pieza del Mes en el vestíbulo de la Torre de Oficinas, contadas exposiciones en el interior del Banco, alguno que otro préstamo para exposiciones externas.

Expresa al respecto el historiador Danilo de los Santos, luego de hacer mención de los tesoros numismáticos del Banco Central y de su extensa documentación económica: “A tales tesoros, se añade el de la colección de artes plásticas: dibujos, esculturas, fotografías y pinturas que, si bien son un patrimonio oculto al espectador colectivo, es un tesoro resguardado entre las miradas de quienes internamente realizan su faena en los distintos espacios, en donde cada obra se constituye en una imagen de formas y colores del país. Porque tal colección, en sus distintos niveles de hechura y calidad, representa el quehacer de los artistas dominicanos. Es un tesoro con representaciones de las distintas generaciones que han definido la historia nacional de las artes visuales.”

Si bien es cierto que la colección de arte del Banco Central durante años se hizo sin una orientación definida, en sus inicios una curaduría experta hizo comprar obras magistrales, siendo hoy en día todavía pilares cualitativos de la Pinacoteca. Luego hubo un largo período de incertidumbre, obras irregulares, mediocres y superficiales se adquirieron, aparentemente sin otra preocupación que la bonitura y la complacencia, perdiéndose aun el carácter nacionalista de la colección con la compra de obras –malas y/o seriales- de artistas extranjeros, por suerte una ínfima minoría. Los deslices, a menudo atribuidos a decisiones, relaciones y/o gustos personales de la cima ejecutiva o de asesores, provienen en buena medida del embargo de bienes muebles, entre los cuales cuadros de asociaciones financieras e instituciones bancarias quebradas. Pero, sin el menor propósito de encomio, debemos reconocer que la gestión del actual Gobernador del Banco Central, Héctor Váldez Albizu, un enamorado de las artes, operó un cambio muy favorable y esencial, sino radical, en el sentido etimológico de “las raíces” de la colección y Pinacoteca.

De las opciones personales y la intervención de habilidosos, el crecimiento de la exposición pasó a la supervision del Departamento de Arte y de otras dependencias del Banco Central, y para elegir nuevas piezas, a las decisiones colectivas de un Comité de Arte interno, con participación de dos expertos. Igualmente surgió una  positiva filosofía de la colección: ir reuniendo pinturas, dibujos y esculturas, representativas de la historia del arte dominicano y su modernidad. La colección presentaba graves lagunas,  como la ausencia de muy importantes artistas, mientras tenía una “minicolección” dentro de la colección, de un mismo autor, y no siempre de los mejores. Ese desequilibrio se va corrigiendo, integrando a maestros de la pintura y la escultura que faltaban y ameritaban ser incluidos.

También la Pinacoteca, acorde con sus metas de representatividad, ha agregado recientemente arte contemporáneo, joven, audaz y emergente, aunque la tendencia artistica más apreciada por esta colección patrimonial sigue siendo de índole tradicional, o al menos prefiere obras que preserven un cierto ideal de belleza y/o de armonía en la forma y el color. Esa valoración tiene su explicación y lógica… ¡puesto que el personal del Banco convive varias horas diarias con los cuadros, y estos no pueden propiciar disgusto, excitación o emociones excesivas! Cabe señalar también que la Pinacoteca del Banco Central está muy bien protegida, conservada y restaurada, en caso de deterioro.

Conclusión

El tema de la colección de arte es vastísimo y apasionante como lo son las mismas colecciones. Hemos tratado, aunque en forma resumida y forzosamente incompleta, de hacerles compartir ese entusiasmo, vigente tanto en las colecciones privadas y las colecciones públicas activas. Presentamos imágenes… que no son más que ejemplos y una selección subjetiva de parte nuestra, ¡pero el tiempo impone límites! Hay una frase de Goethe, escritor y pensador alemán emocionado místicamente por el arte, que quisiéramos citar para concluir: “Los coleccionistas son gente feliz.” Compartimos esa opinion tan breve como justa, y agregaríamos que una colección rinde un culto al arte, y que cuando el disfrute de las obras atesoradas se ha premeditado para una colectividad o se abre a las miradas visitantes, entonces habrá hecho a mucha gente, feliz…

Marianne de Tolentino

Curadora de arte