La Desesperanza Constructiva
“Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.” (Julio Cortázar)
“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.” (Leon Tolstoi)
La esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad?
Los poetas, cantores románticos, idealistas e incluso los psiquiatras asocian la esperanza con cosas positivas y la desesperanza con depresión, fracaso y riesgo incluso de suicidio.
Sin embargo, ¿cómo enfrentar una situación donde yo deseo algo, donde yo valoro algo, y lo pierdo? Cuando es una persona, y ella muere, con lo doloroso que es, de cierta forma se hace más simple porque no queda otra que asumir la pérdida. Sin embargo, en muchas otras situaciones la pérdida no es tan tangible, no es tan “objetiva” y por lo tanto es más fácil mantener la esperanza.
¿Qué hacer cuando uno ama a alguien y esa persona a uno lo ha rechazado varias veces ya, o si lo hemos intentado y no resulta? Si “la esperanza es lo último que se pierde”, puedo seguir pegado por años, gastando años de mi vida en un proyecto para evitar asumir que fracasó.
¿Qué hacer cuando deseo desarrollarme profesionalmente de una manera que es altamente improbable que ocurra?, ¿qué pasa si mis expectativas de éxito no son compatibles con mi realidad? Si me rehúso a abandonar esas metas, esos anhelos, puedo vivir mi vida frustrado, luchando por un imposible y sin disfrutar lo que tengo, ya que “la esperanza es lo último que se pierde”.
La idea de este ensayo es que la esperanza no siempre es buena y la desesperanza puede ser constructiva. Hay algo noble en renunciar a algo perdido, para dejar espacio mental y afectivo a otras cosas. En este sentido la desesperanza que se considera como síntoma de depresión no es un verdadero soltar, ya que la persona queda aferrada a la idea de que necesita lo que perdió, como alguien que se siente derrotado pero al mismo tiempo no quiere aceptar su derrota y se aferra al qué habría pasado si….
En cambio, la desesperanza constructiva implica un verdadero duelo. Un duelo donde me permito sentir dolor por haber perdido algo valioso (una ilusión, una meta profesional, una relación, etc.). Y donde luego de un periodo centrado simplemente en algo obvio: algo valioso ya no está, la persona pasa a notar otras cosas obvias: hay otras cosas que sí están, y sigo aquí, a pesar de haber perdido lo que quería.
Nuestra cultura centrada en ponerse metas, tener logros y comerse la vida (como me dijo una vez una paciente, expresando su deseo de tener una actitud “ganadora”) nos lleva a aferrarnos a anhelos y objetivos y sentir que se nos va la vida en ellos. Mientras los tengamos al alcance, nuestra vida tiene sentido y propósito. Si no los tenemos, vivimos un vacío. Y si no los alcanzamos o renunciamos a ellos por ser muy difíciles, somos fracasados y vivimos frustrados. Sin embargo, cuando conseguimos nuestro objetivo ¿qué ocurre?: simplemente aparece otro. Y durante todo el camino nos perdemos de disfrutar el proceso, de vivir lo que nos ocurre antes de llegar a la meta, y de atender a todas las otras posibilidades que la vida nos ofrece.
Pero para poder soltar una meta importante, es necesario que nos permitamos vivir la desesperanza constructiva, experimentándola como un duelo difícil pero necesario, parte del ir y venir de la vida, y un requisito básico para abrirnos a nuevas experiencias.
Como dijo Joseph Campbell,
“Debemos dejar ir la vida que hemos planeado, para poder aceptar la que nos espera.”
Por Pablo Herrera S., para Ceres Desarrollo Humano
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