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1568

Junio

1 jun.Ejecuciones masivas en Bruselas. ¿la venganza del duque?

Dieciocho nobles acusados de rebeldía contra el soberano son ejecutados en el mercado de caballos (Place du Petit Sablon). También en los días siguientes más víctimas recorren el camino hacia el patíbulo. Se dice que era la venganza del duque de Alba por la derrota sufrida una semana antes en la batalla de Heiligerlee.

4 jun.El embajador inglés es retirado desde Madrid

La reina Isabel I retira a su embajador John Man de la corte de Madrid, y lo envía de vuelta a Inglaterra. Previamente, el embajador ya había sido expulsado de la corte española por el rey Felipe II.

John Man fue el último embajador inglés en España durante el gobierno de la reina Isabel I. Había llegado a Bilbao en marzo de 1566, y prosiguió directamente su viaje hacia la corte en Madrid. La causa concreta de este conflicto diplomático fue la prohibición de celebrar servicios protestantes en su propria embajada en Madrid, ya que al embajador de Felipe II en Inglaterra le estaba permitido organizar misas y oficios católicos en la capilla de su residencia. Cuando Man se quejó ante el rey, se reunieron testimonios contra su persona, indicando que había hablado en público de manera negativa sobre el papa y sobre el rey de España. Estas acusaciones motivaron su exilio forzoso de la corte obligándole a residir en el pueblo de Barajas. Nada más tener conocimiento de esta situación, la reina Isabel I mandó a su embajador volver a Inglaterra. Esta disputa diplomática simboliza el endurecimiento en las relaciones entre España y Inglaterra.

Desde antaño estas monarquías habían sido aliadas en la lucha de poder que sostenían contra Francia, pero a partir de 1568 las relaciones empeoraron rápidamente. Unos años más tarde, los ingleses también decretaron el exilo del embajador español Guerau de Espés, alegando expresamente el precedente de John Man (Bell 1976).

Drama en la Grand Place de Bruselas

El 5 de junio son ejecutados en la Plaza Mayor de Bruselas el famoso conde Lamoral de Egmont y Felipe de Montmorency, conde de Horn.

Liesbeth Geevers

La espada cortó el aire al sonar las campanadas de las once. Probablemente, todos los presentes contemplaron sin aliento, y petrificados, cómo cuerpo y cabeza se vieron separados en un segundo. Aunque es sabido que la mayoría de las ejecuciones eran seguidas con una morbosa fascinación por la muerte, en este caso la sensación dominante debe de ser con toda certeza de conmoción y profundo rechazo. Lamoral, conde de Egmont, quien encontró la muerte ese día de junio de 1568 en el cadalso de Bruselas, era a ojos de casi todo el mundo, inocente. Y no solo en opinión de aquellos afines a su misma línea política como Guillermo de Orange y Felipe de Horn, o su desesperada esposa Sabina de Baviera y sus muchos vástagos, o probablemente toda esa masa de testigos oculares que formaba el público asistente a su ejecución, sino también a los ojos de la mayoría de los soldados españoles apostados alrededor del patíbulo y que debían asegurarse de que ningún intento de salvación fuera posible. Inocente, incluso para el comandante español Julián Romero, el famoso comandante que había ganado su reconocida fama luchando, a su lado, en las mismas batallas que Egmont.

Por su parte, Egmont era de la opinión que él solo había actuado en defensa de los intereses de su señor Felipe II y de los Países Bajos. Se hallaba en estado de shock a consecuencia de su arresto y por la ejecución a la que había sido condenado: hasta el último momento estuvo convencido de que se le ofrecería perdón. Desafortunadamente, esta gracia nunca llegó. Después de cubrir el cuerpo y las manchas de sangre con un paño negro, la velada continuó con una segunda ejecución: Felipe de Montmorency, conde de Horn, fue el siguiente en ser acompañado al cadalso.


El día anterior, 4 de junio, el duque de Alba había firmado las dos sentencias de muerte. Los cargos por los que Egmond y Horn habían sido apresados y ejecutados eran haber incurrido en delitos de lesa majestad y rebelión. En particular, a Egmont se le imputaba haberse sumado a la Unión de los Nobles y haberse dedicado a su protección. Además, habría llevado a cabo «acciones imputables», Egmont en Flandes, donde era gobernador, y Horn, por su parte, en Tournai, donde había sido enviado durante las revueltas iconoclastas para imponer la paz y el orden. También se les achacaba que no se habían esforzado adecuadamente en defender a la Iglesia católica. Por estos motivos serían ejecutados «con la espada, y su cabeza expuesta en público a la vista de todo el mundo» (Bor 1679: 239).

Por lo demás, sabemos más detalles de lo que le sucedió a Egmont, ya que era más popular entre sus contemporáneos, en particular, y entre los historiadores, en general. El mismo día 4, el duque de Alba había convocado ante su presencia a Maarten Riethovius, obispo de Ypres, ciudad situada dentro de la zona gubernamental bajo responsabilidad de Egmont. Riethovius recibió la tarea de preparar al conde para su ejecución, que tendría lugar al día siguiente. También tuvo la desagradable tarea de informar a Egmont que sus días estaban contados: siendo ya tarde en la noche visitó al conde y le dejó leer su sentencia. El impacto de esta noticia debió ser considerable y su primera reacción fue preguntarle si no se le iba a otorgar el indulto, o en todo caso, si no se podría diferir la sentencia.

Egmont tenía buenas razones para esperar que Felipe II sería benévolo con él. Aunque la mayoría asociará a Egmont con su dramática ejecución y con su protagonismo en la fase inicial que llevaría al estallido de la Revuelta en los Países Bajos, Egmont había tenido ya una larga vida política y militar antes de ser nombrado miembro del Consejo de Estado junto con Guillermo de Orange. En los años 1559-1568 había desempeñado responsabilidades políticas en Bruselas y había sido gobernador del condado de Flandes, pero anteriormente se había distinguido como uno de los mejores militares de la Monarquía de los Habsburgo. En 1541 ya destacó siendo comandante de caballería durante el sitio de Argel (Goosens 2003: 30-36). Y desde los veinte años de edad había vivido junto a su hermano mayor en la corte de Carlos V.

Esa exótica misión norteafricana sería el inicio de una brillante carrera en diversos campos de batalla europeos. En la década de 1540 luchó contra el último duque independiente de Güeldres y en el Sacro Imperio contra la luterana Liga de Esmalcalda (Goosens 2003: 37-39), mientras que los años cincuenta estarían principalmente marcados por las guerras con Francia. El heróico protagonismo de Egmont durante la batalla de Gravelinas resultaría definitivo para conseguir la victoria sobre los franceses (Goosens 2003: 66-67). Egmont no solo se había ganado una extraordinaria reputación —muestra de ello fue el respeto mostrado por todos los soldados españoles que rodeaban el cadalso durante su ejecución—, sino que además siempre se había movido con familiaridad entre los más altos rangos de la Monarquía Hispánica. En 1546, cuando el duque se convirtió en miembro de la Orden del Toisón de Oro (fue el 200º caballero investido en el capítulo general de Utrecht), también recibieron el mismo honor figuras tan notables como el archiduque Maximiliano (hijo mayor de Fernando, hermano de Carlos V y futuro emperador) y soberanos reinantes como Cosme I de Medici, Alberto de Baviera y Emanuel Filiberto de Savoya (Kervyn de Lettenhove 1907: 58 y 97). En 1554 durante el matrimonio por poderes de Felipe con la reina de Inglaterra María Tudor, Egmont sustituyó al príncipe durante la ceremonia, porque se encontraba en España, ¡«casándose en su nombre» con la heredera inglesa! Durante ese mismo año, el conde contrajo matrimonio con Sabina de Baviera, quien descendía de una línea lateral de la noble casa alemana de los Wittelsbach (Thomas 2010).


Carlos V estuvo directamente involucrado en el matrimonio del conde, junto con la madre de Egmont, Françoise de Luxemburgo (en quien según se cuenta estaba particularmente interesado) (Goosens 2003: 42; Rodríguez-Salgado 1999: 69). Sabina se había quedado huérfana a temprana edad y había sido criada por su primo el conde palatino Federico II y su esposa Dorotea de Dinamarca, quien era sobrina de Carlos V, e hija de Isabel de Habsburgo, esposa del rey de Dinamarca Cristián II. Visto este contexto familiar, no sorprende que el emperador Carlos hiciera del matrimonio de Egmont una genuina celebración familiar (De Vos 1960-1961: 31-32). Aparte de las familias de los futuros esposos, no resulta extraño que estuviera presente el emperador en persona, su hermano Fernando con su hijo mayor el archiduque Maximiliano (Goosens 2003: 42-43). Es decir, Egmont no era un noble cualquiera. ¿Iba Felipe verdaderamente a hacer ejecutar a un noble que había servido tan fielmente a su padre Carlos V, a alguien que había recibido tantas muestras de aprecio y respeto por parte del emperador? Sin duda alguna se le dispensaría el indulto. No obstante, Riethovius le explicó claramente que este no era el caso y que no debía contar con ningún perdón; Alba estaba decidido a llevar a cabo el veredicto, y de Felipe no debería esperar nada. En opinión del rey en los últimos tiempos habían sucedido demasiadas cosas.

Mientras que Egmont había servido principalmente a Carlos V, Horn había estado al servicio de Felipe. Volviendo la mirada hacia atrás, a sus inicios profesionales, el conde podía contar con orgullo haber sido el primer noble de los Países Bajos que Felipe había elegido a su servicio. Cuando el príncipe Felipe había viajado con su padre por los Países Bajos para conocer a sus futuros súbditos, Horn se había convirtido en el comandante de su guardia flamenca (los archeros de corps).

En los años 1559-1568 había desempeñado responsabilidades políticas en Bruselas y había sido gobernador del condado de Flandes, pero anteriormente se había distinguido como uno de los mejores militares de la Monarquía de los Habsburgo.

En 1568 llevaba pues ¡más de veinte años a su servicio! Obviamente, durante este largo periodo no todo había ido sin problemas. Horn tenía que estar siempre cerca de Felipe —ser comandante de su guardia no era un puesto meramente honorífico—, pero vivir en la corte era muy caro y Felipe siempre tenía problemas financieros, por lo que su salario no era pagado con regularidad (Groenveld 2003).

Los arrestos de Horn y Egmont, efectuados el 9 de septiembre de 1567, forman tan solo el punto más bajo en un proceso más largo de desgaste en las buenas relaciones entre dos territorios y su soberano Habsburgo. Cuando Felipe II llegó a Flandes para tomar posesión del gobierno de manos de su padre Carlos V, nombró al conde de Egmont (y también a Guillermo de Orange) miembros de su Consejo de Estado en Bruselas. Es más, en 1559, cuando el recién instaurado soberano de los Países Bajos volvió a Castilla, Egmont había sido nombrado también estatúder del condado de Flandes. Tras la partida de su señor, Egmont formaba parte del pequeño círculo de nobles y burócratas de los Países Bajos que iba a encargarse de gobernar esas tierras junto con Margarita de Parma, la medio hermana de Felipe II, en función de gobernadora. Horn permaneció en la guardia del rey, y le acompañó en su viaje de vuelta a Castilla, donde se convertiría además en superintendente para los asuntos de Flandes. Y es justo en este momento histórico cuando las cosas empezaron a ir mal. A Horn no se le pagaba su salario con la regularidad debida, a pesar de todas las buenas palabras y garantías que había recibido. Además, el conde tenía la sensación de que no se le escuchaba en cuestiones que atañían a Flandes, ya que, por ejemplo, no se le invitaba nunca a participar en el Consejo de Estado español, cuando se trataba el tema de ‘Bruselas’ en el orden del día. En 1561, insatisfecho con la situación, volvió a Flandes.


Allí el rey le ofreció un cargo en el Consejo de Estado, al lado de Egmont y de Guillermo de Orange, quienes, cuando Horn se unió al consejo, ya se encontraban en una situación bastante conflictiva con otros miembros del mismo, como el brillante burócrata borgoñón Antoine Perrenot de Granvela. Enfrentados con crisis de todo tipo (la situación financiera era pésima después de años de guerra y desde Francia el calvinismo se iba introduciendo cada vez más por Flandes), los miembros del consejo cada vez divergían más respecto a las medidas a tomar y a su relativa posición de poder en Bruselas. Felipe parecía confiar principalmente en Granvela, lo que fue causando una sensación de gran resentimiento en Orange y Egmont. Los años de 1561-1563 estuvieron principalmente marcados por una campaña para librarse de Granvela, que finalmente tendría éxito. A fines de 1563, el borgoñón recibiría el encargo de ir a visitar a su madre enferma en Besançon.

Una cuestión era indudable: los tres nobles no tenían libertad de movimiento. A pesar de que la corte de Madrid parecía lejana, estaba muy presente en los Países Bajos, puesto que un pequeño grupo de oficiales españoles estaba destacado en estos territorios. Eran parte del engranaje burocrático de las finanzas de la Monarquía y otras de sus funciones era el encargarse de que los soldados españoles, que permanecieron en los territorios hasta 1561, fueran pagados. No obstante, después de que los soldados salieran con destino a Italia en 1561, siguieron permaneciendo en funciones en los Países Bajos, aunque encargados de nuevas tareas: mantener el contacto con los nobles locales y la correspondencia con la corte sin que los nobles lo advirtieran. Su superior en la corte española era Francisco de Eraso, poderoso secretario a la cabeza de la burocracia financiera y quien compartía con Orange y Egmont una irrefrenable aversión hacia Granvela.

El conde podía contar con orgullo haber sido el primer noble de los Países Bajos que Felipe había elegido a su servicio [...] En 1568 llevaba pues ¡más de veinte años a su servicio!

Eraso se unió a los intentos de estos nobles para expulsar a Granvela, pero, por lo demás, su objetivo era dirigir las acciones de los nobles para que ejecutaran la política estipulada por Felipe II, como por ejemplo en la implantación de los trece nuevos obispados (un plan muy controvertido), y se encargaran de frenar todo lo posible la expansión del calvinismo.

A pesar de sus intentos, Egmont, Horn y Orange se posicionarían —a los ojos de Felipe— demasiado a favor de los calvinistas. Entre 1565 y 1566 se produjo en Flandes una escalada imparable que incrementó la tensión: después de que los nobles hubieran intentado sin éxito pulir los puntos más controvertidos de la nueva legislación aprobada para la persecución de la herejía, fueron los miembros de la baja nobleza los que tomaron la iniciativa. Bajo el liderazgo de Enrique de Brederode y Luis de Nassau se organizaron en la denominada Unión de Nobles, que pedía la abolición de la Inquisición y la moderación de los placartes. Con muestras de intimidación, los miembros de la Unión le presentaron su petición a una amedrentada Margarita de Austria en el palacio del Coudenberg en Bruselas.

Felipe reaccionó furioso ante esta Unión de Nobles y además eran muchos en la corte de Madrid los que habían interpretado semejante petición como un intento de deponer a Felipe y suprimir la Iglesia católica. Aunque los nobles de la Unión siempre se presentaban como leales al rey, Felipe los veía como traidores y alborotadores. Egmont, Orange y claramente Horn se mantuvieron siempre alejados de la Unión, y cuando se le presentaron a Margarita las peticiones de los nobles, ellos estaban de pie al lado de Margarita. No obstante, existían claros vínculos entre ellos y la Unión: Luis de Nassau era el hermano de Guillermo, y el secretario de Egmont también tenía estrechas relaciones dentro del grupo. De este modo, los acusadores podían vincularles con la petición.


Después de los estallidos iconoclastas todo se precipitaría de manera incontrolada. Para desgracia de Egmont, las primeras incidencias se dieron en Flandes, donde él era responsable del orden público, y justo en esa zona cercana a la frontera con Francia el movimiento calvinista era particularmente fuerte. En este contexto, Margarita de Parma firmó un acuerdo con la Unión para intentar limitar los daños: permitiría que se dieran sermones calvinistas, pero solo en aquellos lugares donde se habían dado con anterioridad y exclusivamente fuera de los márgenes de la ciudad. Egmont tenía que encargarse de ver cómo se restauraba la tranquilidad en Flandes, mientras que a Horn se le envió a Tournai, donde su hermano Montigny era gobernador, pero al encontrarse en esos momentos en España, Horn tuvo que encargarse de la tarea. Molesto por la falta de pago de su salario, se había declarado prácticamente «en huelga» recluyéndose en su castillo en Weert. No obstante, con gran desgana se desplazaría finalmente a Tournai. Pero se encontró con que tendría que reprimir un movimiento calvinista fuertemente arraigado. Lo acordado era dar una serie de instrucciones a los nobles, pero no había manera de ejecutarlas. Desde el momento en que los calvinistas se habían apoderado de las iglesias, ya no hubo forma de convencerlos de que volviesen a los campos situados a las afueras de la ciudad. Egmont y Horn se vieron forzados a aceptar más concesiones de lo que el acuerdo estipulaba.

En estas circunstancias, era imposible negarse a que los calvinistas pronunciaran sus sermones dentro de las ciudades, y Egmont incluso aceptó que se construyeran iglesias calvinistas (Goosens 2003: 163; Groenveld 2003: 71 y 80). De hecho, esta política conciliadora tuvo éxito. Después de negociaciones a nivel local y algunas escaramuzas militares a pequeña escala, Margarita de Parma volvió a recuperar el control sobre el gobierno y consiguió que se restaurase la paz. En España, no obstante, todo el mundo estaba tan enormemente conmocionado por los tumultos iconoclastas, considerados como una revuelta contra el poder soberano, que se decidió enviar un ejército para poner orden y castigar a los culpables. La llegada del duque de Alba se convirtió en algo inevitable (Geever 2008).


Egmont y Horn, quien por supuesto no habían sido miembros de la Unión de los Nobles y se habían esforzado en todo lo posible por frenar la inestabilidad que imperaba en Flandes y Tournai, no se consideraban ellos mismos como «culpables» que serían castigados por Alba (Orange, por su parte, tenía otra visión al respecto y se aseguró de hallarse en Dillenburg antes de la llegada del duque). Así, Egmont fue uno de los miembros del comité de bienvenida que recibió a Alba a principios de agosto en Luxemburgo. El duque y Egmont eran además antiguos compañeros de armas en el campo de batalla. Los condes pensaban no tener nada que temer en absoluto, y Alba, por su parte, les trató con todo respeto. Una vez que todo el séquito había llegado a Bruselas, los nobles se visitaron en distintas ocasiones. Felipe, no obstante, consideraba a Egmont, Horn y Orange responsables de todos los disturbios de los últimos años y le había entregado a Alba cartas ordenando su arresto. El 9 de septiembre de 1567, Lamoral de Egmont y Felipe de Horn serían arrestados.

Entre septiembre de 1567 y junio de 1568, Egmont y Horn estuvieron presos en Gante. La lista de cargos a rebatir era larga, y no estaban solos en su empeño. Sus familias hicieron todo lo posible para liberarlos: como sabemos, Sabina, la esposa de Egmont, era miembro de una poderosa familia alemana y tenía una excelente red de contactos. Desde el momento del arresto de su esposo, comenzó a hacer gestiones con sus conocidos para intentar sacarlo de prisión o, al menos, para que en todo caso se le respetaran sus derechos. Como miembro de la Orden del Toisón de Oro, su esposo tenía el derecho de ser solo juzgado por sus iguales, por lo que se dedicó a escribir a otros caballeros, así como a otras figuras influyentes de su familia alemana, entre ellos a su hermano el conde palatino Federico II y otros pesos pesados internacionales como el emperador Maximiliano II (quien era también miembro de la orden), la reina Isabel I de Inglaterra e incluso al papa. A todos les urgió que le pidieran al rey Felipe que tratase correctamente a Egmont. Incluso envió a uno de sus sirvientes a España, a modo de embajador, para que intercediera directamente en su causa.

La única posibilidad que les quedaba a los condes era resignarse ante su destino de la manera más valerosa posible. Egmont hizo dejar constancia por escrito que en su opinión siempre había actuado de buena fe y que no creía que fuera merecedor de semejante castigo.

El mensajero tenía además como tarea intentar presionar de alguna manera a la reina, al confesor del rey y a varios cortesanos influyentes. Igualmente, el cuñado de Horn y su esposa se dedicaron a mandar múltiples misivas al rey y al emperador, pero a pesar de esta impresionante campaña y de la simpatía que existía en amplios círculos por los dos nobles (y especialmente por Egmont), sus intentos fueron en vano. Permanecerían en prisión, no serían juzgados por los miembros de la orden y no se les otorgaría el indulto. Egmont y Horn fueron llevados a Bruselas, donde el duque de Alba firmó las sentencias de muerte a principios de junio.

La única posibilidad que les quedaba a los condes era resignarse ante su destino de la manera más valerosa posible. Egmont hizo dejar constancia por escrito que en su opinión siempre había actuado de buena fe y que no creía que fuera merecedor de semejante castigo. Y que visto que él ya estaba perdido, esperaba poder proteger a sus descendientes: «así ruego al Señor que mi muerte se lleve consigo todas mis malas acciones, de modo que mis descendientes y yo nos veamos libres de vergüenza y oprobios ulteriores, y que mi amada esposa y mis inocentes hijos no tengan que sufrir más» (Bor 1679: 240).

Después de recuperarse de la conmoción inicial, los nobles comenzaron a prepararse para el inminente final. De nuevo, se conservan más detalles sobre Egmont que sobre Horn. Como buen católico del siglo xvi (lo que obviamente eran los dos), esto significaba que deseaba confesarse ante el obispo, que Riethovius encargaría una misa por su alma, y que se confesaría y tomaría la comunión. Riethovius, sin duda, ya había contemplado esta posibilidad, y había traído consigo toda la parafernalia necesaria. El obispo encomendó a Egmont ocuparse tan solo de Dios y dejar de lado todo tipo de preocupaciones terrenales. No obstante, Egmont no podía dejar de preocuparse por Sabina y sus hijos: «O cuan miserable y vulnerable es nuestra naturaleza, que cuando debemos ocuparnos tan solo de Dios, seguimos preocupándonos por nuestra esposa e hijos». Finalmente decidió dedicar sus últimas horas a escribir cartas, a Felipe II y al duque de Alba, para rogarles que se ocuparan del futuro de su familia.


A la mañana siguiente, Egmont fue el primero en ser sacado de su celda. En la Grand Place todo estaba listo para su llegada. El patíbulo estaba preparado y a su alrededor se había situado un gran número de soldados. Egmont accedió al patíbulo acompañado de Riethovius. A pesar de que intercambiaron varias palabras, el contenido no fue escuchado por los presentes, demasiados soldados separaban al público de los nobles. A continuación, Egmont se arrodilló y rezó con el obispo. Y llegó su hora. Egmont se arrodilló sobre un cojín negro que había sido colocado expresamente para él, se colocó una pequeña venda sobre los ojos y se quitó la capa. Ya se había cortado el cuello de su camisa, para que el verdugo pudiera ver con claridad los contornos del mismo. En cuanto estuvo preparado, profirió en voz alta: «Señor, pongo mi espíritu en vuestras manos». Esta era la señal para el verdugo, que había permanecido oculto hasta entonces. Se avalanzó sobre el noble, y le segó la cabeza. A continuación, siguió Horn.

¿Y quién quedó tras sus muertes? Horn no tenía tantos descendientes. En el castillo familiar de Weert —que naturalmente fue confiscado— tan sólo vivían su esposa Walburgis van Nieuwenaar y su madre Anna van Egmont, ambas, por cierto, entusiastas seguidoras de la Reforma. La pareja había tenido un hijo, nombrado Felipe en honor del rey, pero había fallecido a temprana edad. Tras la ejecución de Horn, ambas tuvieron que encargarse de su propio mantenimiento, pero se vieron ayudadas por sus familiares.

En 1576, todas las provincias de los Países Bajos firmarían la Pacificación de Gante, con la que todas las disensiones pasadas parecían superadas. Esta medida política trajo consigo buenas noticias para la familia de Egmont, al devolvérseles sus posesiones confiscadas.

Partieron hacia Alemania, probablemente a casa del hermano de Walburgis, quien acabaría esposándose con un primo (Kloek, «Anna Walburgis van Nieuwenaer»).

Los primeros pensamientos de Egmont al oir su sentencia de muerte fueron justamente para su familia, que por el contrario a la de Horn, era muy grande. ¿Qué les sucedió a su querida esposa y a sus inocentes hijos? Sabina y Lamoral habían tenido nada menos que 12 hijos, en el periodo comprendido entre 1545 y 1567, que se hallaban entonces entre los veinte años y un recién nacido. El hijo varón mayor tenía unos diez años y se llamaba también Felipe. Obviamente, la muerte del padre y la confiscación de los bienes familiares fue un gran golpe para todos, al verse despojados de sus posesiones y no contar con apoyo por parte de otros familiares. Sin hogar, Sabine buscó refugio en un monasterio vecino. Incluso al duque de Alba le pareció excesivo que se abandonara a la pobre viuda y a sus doce hijos a su destino y consiguió que Felipe II le otorgara una pensión anual, de modo que tuviera algún tipo de ingreso. Posteriormente, la situación mejoraría. En 1576, todas las provincias de los Países Bajos firmarían la Pacificación de Gante, con la que todas las disensiones pasadas parecían superadas. Esta medida política trajo consigo buenas noticias para la familia de Egmont, al devolvérseles sus posesiones confiscadas. En este nuevo orden restaurado, nada le impedía al joven conde de Egmont seguir haciendo lo que siempre había hecho su familia: servir fielmente a su señor en los Países Bajos (Geevers, «Sabina van Beieren»).


9 jun.¿Santa Ana camino de España?

Una carta del rey Felipe II de 9 de junio demuestra que el duque de Alba estaba negociando intensamente para obtener la reliquia de la cabeza de Santa Ana para el nuevo Real Monasterio de El Escorial. La gestión continuó a lo largo de 1569. El rey juntó durante su vida una colección de 7.422 piezas, con doce cuerpos enteros, 144 cabezas y 306 miembros de santos.

27 jun.Alba en campaña

El duque de Alba partió de Bruselas el 25 de junio para liderar la campaña militar contra las tropas de invasión.

En primer lugar se dirigió hacia Malinas para recoger allí las tropas del Tercio de Nápoles. Desde Malinas el ejército siguió su camino, pasando por Amberes en dirección a Den Bosch (Bolduque), donde llegaron el 2 de julio. Dividido en varios contingentes, pasó los grandes ríos de los Países Bajos para llegar el 10 de julio a Deventer. En total se trataba de unos 15.000 hombres, y entre ellos los temidos tercios españoles (Maltby 1983).

Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, nacido en 1507, tomó parte por vez primera en una acción militar durante el famoso ataque a Túnez en 1535. En el intento de echar a Barbarroja de Argel acometido en 1541, el duque ya tenía el mando general, con más de 20.000 hombres a su cargo. Por culpa del mal tiempo, la expedición terminó en fracaso. Posteriormente, el duque luchó en las guerras de Francia, Italia y el Sacro Imperio. Su protagonismo en la victoria de Mühlberg contra los protestantes alemanes, el 24 de abril de 1547, incrementó notablemente su reputación militar. Es probable que, después de la batalla, Alba tomase prisionero personalmente al duque Felipe de Hesse, cuya nieta, Ana de Sajonia, se casó en 1561 con Guillermo de Orange. En las familias protestantes del Sacro Imperio, y entre ellas la de Orange y su segunda esposa, no se olvidaron del duque, que seguía teniendo una muy mala fama que todavía en 1568 no se había perdido (Ebben et al. 2013).

27 jun.¿Alba reemplazado?

Corren rumores por Flandes el 27 de junio de que después de esta campaña militar el duque de Alba no volvería a Bruselas como gobernador general. Se barajan muchos nombres diferentes de posibles sucesores, entre ellos: el del duque de Feria, Don Juan de Austria, e incluso de la hermana del rey.

27 jun.Emden, una caldera de rebeldes

Felipe II escribe al duque de Alba y le advierte que durante su campaña en el norte de los Países Bajos debe atacar también a la ciudad de Emden. Los rebeldes utilizan esta ciudad en el condado de Frisia oriental como un centro importante de aprovisionamiento.

Antes de su invasión, Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange, residió durante un tiempo en Emden. Muchos refugiados protestantes de los Países Bajos habían ido en dirección de esta ciudad del Sacro Imperio. Entre ellos muchos impresores que editaban biblias y otros libros protestantes para el mercado flamenco. En mayo de 1568 hubo incluso un intento de organizar desde Emden una rebelión en Amsterdam, en el condado de Holanda. Edzard, el conde de Frisia oriental, mantenía formalmente una política de neutralidad, pero en la práctica ayudaba a los rebeldes.

Después de producirse la derrota de Jemmingen en julio, los habitantes de Emden tenían miedo de que el duque de Alba y sus tropas atacasen la ciudad, pero Alba decidió retirarse rápidamente en dirección a la ciudad de Groninga. A partir de este momento, el conde Edzard retiró gran parte de su ayuda a los rebeldes y Luis de Nassau, quien había buscado refugio en la ciudad después de su derrota, fue obligado a salir de ella. No obstante, Emden siguió siendo un centro de apoyo a la rebelión. Guillermo de Orange mantenía un representante en la ciudad y los mendigos de mar la utilizaron como puerto para sus barcos y como mercado para vender las ganancias de sus actividades corsarias. A partir de 1570 la ciudad se opuso abiertamente a los mendigos de la mar, pero aun así Emden se mantuvo como un centro de recepción importante para los refugiados provenientes de los Países Bajos. Ellos crearon allí una comunidad de calvinistas neerlandeses en el exilio que tuvo gran influencia en el desarrollo del calvinismo en los Países Bajos (Meij 1972; y Pettegree 1992).

Juni

1 jun.Massale executies in Brussel. De wraak van de hertog?

Op de Paardenmarkt in Brussel vindt de executie plaats van achttien edelen die verdacht worden van opstandigheid jegens de koning. In de dagen daarna volgen nog meer slachtoffers de weg naar het schavot. Er wordt wel beweerd dat dit de wraak was van Alva voor de nederlaag een week eerder in de slag bij Heiligerlee.

4 jun.Engelse ambassadeur teruggeroepen uit Madrid

De Engelse koningin Elisabeth I roept John Man, haar ambassadeur in Madrid, terug naar Engeland. De ambassadeur was enige tijd daarvoor van het Madrileense hof verbannen door koning Filips II.

John Man was de laatste Engelse ambassadeur in Spanje gedurende de regering van koningin Elisabeth I. Man was in maart 1566 aangekomen in Bilbao en daarna meteen doorgereisd naar Madrid. De directe aanleiding voor het conflict was het feit dat Man in zijn eigen ambassade geen protestantse religieuze diensten meer mocht houden, terwijl de Spaanse ambassadeur in Engeland wel de vrijheid had om katholieke kerkdiensten te organiseren. Toen de ambassadeur hierover zijn beklag deed bij Filips werden er beschuldigingen tegen Man verzameld om aan te tonen dat hij zich in het openbaar negatief over de paus en de koning had geuit. Op grond hiervan werd Man van het hof verbannen naar het bij Madrid gelegen dorpje Barajas. Toen Elisabeth I hiervan hoorde, liet zij haar ambassadeur naar huis terugkeren.

Het diplomatieke incident symboliseert de verharding van de relatie tussen Spanje en Engeland. Van oudsher waren beide landen bondgenoten geweest in de strijd tegen het machtige Frankrijk, maar in dit jaar verslechterde de relatie snel. Enkele jaren later zouden de Engelsen de Spaanse ambassadeur Guerau de Spes terugsturen en daarbij verwijzen naar het precedent van John Man (Bell 1976).

Drama op de Grote Markt van Brussel

Op 5 juni worden de beroemde Lamoraal, graaf van Egmont, en Filips van Montmorency, graaf van Horn, op de Grote Markt in Brussel ter dood gebracht.

Liesbeth Geevers

Het zwaard suisde rond de klok van elf door de lucht. Waarschijnlijk keken de omstanders met ingehouden adem naar het moment dat hoofd en romp gescheiden werden. Hoewel er bij executies vaak sprake was van een morbide fascinatie met de dood, zal de overheersende emotie ditmaal schok en afschuw zijn geweest. Lamoraal, graaf van Egmont, die op 5 juni 1568op dat Brusselse schavot de dood vond, werd door vrijwel iedereen gezien als een onschuldige: niet alleen door zijn politieke strijdmakkers Willem van Oranje en Filips van Horn, door zijn ontredderde weduwe Sabina van Beieren en zijn talrijke kinderschare, en waarschijnlijk door de volksmassa die getuige was van zijnexecutie — maar ook door het merendeel van de Spaanse soldaten die rond het schavot stonden opgesteld om te zorgendat er geen reddingspoging zou worden ondernomen, en zelfs door hun commandant Julian Romero, een gelouterde militair die zijn sporen op dezelfde slagvelden had verdiend als Egmont.

Zelf vond Egmont dat hij alleen maar had gehandeld in het belang van zijn vorst Filips II en de Nederlanden. Niet in de laatste plaats was híj geschokt over zijn executie: tot het laatste moment was hij er van overtuigd dat hem genade zou worden geschonken. Maar die bleef uit. Zodra het lichaam en de bloedvlekken waren bedekt met een zwarte doek, washet tijd voor het vervolg van de avond: Filips van Mont-morency, graaf van Horn, werdnet als Egmont naar het schavot geleid.


Op 4 juni had Alva de doodvonnissen ondertekend. De misdaden waarvoor Egmont en Horn zouden worden geëxecuteerd waren majesteitsschennis en rebellie. Concreet ging het erom dat Egmont zich had aangesloten bij het Verbond der Edelen en het onder zijn bescherming had genomen. Daarnaast hadden zij ‘kwade diensten’ gedaan Egmont in het graafschap Vlaanderen, waar hij gouverneur was, en Horn in Doornik, waar hij na de Beeldenstorm naartoe was gestuurd om de orde te herstellen. Zij hadden er de katholieke kerk te weinig beschermd. Om die redenen zou ze worden geëxecuteerd ‘metten swaerde en zijn hooft gestelt in’t openbaer om hoge om van eenen yegelijken gesien te zijn’ (Bor 1679, 239).

Vervolgens weten we vooral wat er met Egmont gebeurde, die onder tijdgenoten en historici populairder was dan Horn. Alva riep nog dezelfde dag Maarten Riethovius bij zich. Riethovius was bisschop van Ieper, dat in Egmonts gouvernement Vlaanderen lag. De bisschop kreeg de opdracht om Egmont voor te bereiden op zijn executie die de volgende dag zou plaatsvinden. Het was ook de onaangename taak van de bisschop om Egmont te vertellen dat zijn dagen geteld waren: laat in de avond bezocht Riethovius de graaf en liet hem zijn vonnis lezen. Egmont zal wel even van dit nieuws hebben moeten bekomen en zijn eerste reactie was de vraag of hem geen genade geschonken zou worden, of anders uitstel van executie.

Egmont had goede redenen om te verwachten dat Filips II mild zou zijn. Hoewel de meeste mensen Egmont zullen associëren met zijn executie en zijn rol in de aanloop tot de Nederlandse Opstand, had hij al een heel leven geleid voor hij samen met Willem van Oranje in de Raad van State werd benoemd. Zijn laatste jaren,1559-1568, was hij politicus in Brussel en gouverneur van Vlaanderen. Maar daarvoor was hij één van de meest succesvolle militairen van de Habsburgse monarchie geweest. Al in 1541 had hij van zich laten spreken als cavalerie-commandant tijdens het beleg van Algiers (Goosens 2003, 30-36). De hertog van Alva fungeerde daar als opperbevelhebber van de troepenmacht. Egmont was toen nog geen twintig jaar oud en had met zijn oudere broer een aantal jaar aan het hof van Karel V doorgebracht.

Deze exotische missie was het begin van een luisterrijke militaire carrière op tal van Europese slagvelden. Later in de jaren 1540 vocht hij tegen de laatste onafhankelijkehertog van Alva kreeg hier zijn ordeketen. In 1554 was hij stand-in voor Filips tijdens diens huwelijk met de Engelse koningin Maria Tudor: hij verving de bruidegom tijdens de plechtigheid, omdat die nog in Spanje was, en ‘trouwde’ zodoende met de Engelse vorstin! In 1544 was de graaf bovendien getrouwd met Sabina van Beieren, die stamde uit een zijtak van het Duitse vorstenhuis Wittelsbach (Thomas 2010).


Karel V was persoonlijk betrokken bij het arrangeren van het huwelijk, samen met Egmonts moeder Françoise van Luxemburg (op wie Karel mogelijk een oogje had) (Goosens 2003, 42; Rodríguez-Salgado 1999, 69). Sabina was jong verweesd en opgevoed door haar neef, paltsgraaf Frederik II en diens vrouw, Dorothea van Denemarken. Dorothea was weer een nichtje van Karel V; haar moeder was Elisabeth van Habsburg, die met de koning van Denemarken getrouwd was. Het wekt dan ook geen verwondering dat Egmonts huwelijk een waar familiefeest was (De Vos 1960-1961, 31-32). Naast de families van het bruidspaar was de keizer zelf aanwezig, evenals zijn broer Ferdinand en diens oudste zoon aartshertog Maximiliaan (Goosens 2003, 42-43). Kortom, Egmont was niet zomaar iemand. Zou Filips II iemand die zijn vader Karel V zo goed en trouw had gediend, en bovendien door de keizer was overladen met eerbewijzen, werkelijk laten executeren? Er zou hem ongetwijfeld genade worden geschonken. Maar Riethovius liet hem weten dat hij daar niet op hoefde te rekenen; Alva was vastbesloten het vonnis uit te laten voeren en van Filips viel al helemaal niets te verwachten. Wat de koning betreft was er te veel gebeurd.

Waar Egmont vooral Karel V trouw gediend had, was Horn juist een dienaar van Filips II zelf. Terugkijkend op zijn carrière kon de graaf trots melden dat hij de eerste Nederlander was die Filips in dienst had genomen. Toen de prins namelijk in 1549 door de Nederlanden reisde om zijn toekomstige onderdanen te leren kennen, was Horn de commandant van zijn Nederlandse lijfwacht geworden.

Zijn laatste jaren, 1559-1568, was hij politicus in Brussel en gouverneur van Vlaanderen. Maar daarvoor was hij één van de meest succesvolle militairen van de Habsburgse monarchie geweest.

In 1568 had hij er dus al bijna twintig jaar dienst opzitten! Dat was niet altijd vlekkeloos gegaan. Horn moest natuurlijk altijd bij Filips in de buurt zijn — commandant van de lijfwacht was geen erebaantje — maar het was duur om aan het koninklijke hof te leven en Filips had altijd financiële problemen, aangezien het salaris niet erg stipt uitbetaald werd (Groenveld 2003).

De arrestaties van Horn en Egmont, op 9 september 1567, vormden slechts het dieptepunt in een veel langer proces van afbrokkeling van de goede relaties tussen twee edelen en hun Habsburgse vorst. Toen Filips in 1555 naar de Nederlanden kwam om de regering over te nemen van zijn vader, had hij de graaf van Egmont (en overigens ook Willem van Oranje) benoemd in zijn Brusselse Raad van State, het hoogste bestuursorgaan van de Nederlanden. En in 1559, toen de kersverse koning en heer der Nederlanden weer terugkeerde naar Castilië, werd hij ook stadhouder van het het graafschap Vlaanderen. Na het vertrek van de landsheer zou Egmont dus deel uitmaken van het kleine clubje Nederlandse edelen en bureaucraten dat het land zou besturen, met Margaretha van Parma, Filips’ halfzus, als landvoogdes. Horn bleef als lijfwacht aan het hof van de koning en reisde dus mee terug naar Castilië. Hij zou daar bovendien superintendant voor Nederlandse zaken worden. Maar daar zou het misgaan. Horns salaris werd nog altijd niet regelmatig uitbetaald, ondanks alle verzekeringen die hij had gekregen. En hij had het idee dat er niet naar hem geluisterd werd als het over de Nederlanden ging — hij werd nooit uitgenodigd om aan te schuiven bij de Spaanse Raad van State als die ‘Brussel’ op de agenda had staan. De maat was voor hem vol en in 1561 reisde hij teleurgesteld terug naar de Nederlanden.


Daar benoemde de koning hem in de Raad van State, waar hij de naaste collega werd van Egmont en Oranje. Toen Horn zich bij hen voegde, waren zij inmiddels al in conflict geraakt met andere leden van de Raad, vooral met de briljante Bourgondische bureaucraat Antoine Perrenot de Granvelle. Geconfonteerd met crises van allerlei aard — de financiën waren uitgeput na jaren van oorlog, vanuit Frankrijk verspreidde het calvinisme zich steeds verder binnen de Nederlanden — raakten de raadsheren steeds meer in conflict met elkaar over de juiste aanpak én over hun relatieve machtspositie in Brussel. Filips leek vooral op Granvelle te vertrouwen, wat langzamerhand een enorme wrok opwekte bij Oranje en Egmont. De jaren 1561-1563 stonden grotendeels in het teken van een campagne om Granvelle weg te krijgen, wat uiteindelijk ook lukte. Aan het eind van dat jaar kreeg Granvelle de opdracht zijn zieke moeder in Besançon te gaan bezoeken.

De drie heren hadden echter niet helemaal vrij spel. Hoewel het Spaanse hof ver weg leek, was het toch aanwezig in de Nederlanden. Er was namelijk een kleine groep Spaanse ambtenaren. Zij hoorden bij de financiële bureaucratie van de monarchie en ze waren in de Nederlanden om te zorgen dat de Spaanse soldaten die daar tot 1561 verbleven, betaald werden. Maar na 1561, toen de soldaten werden overgeplaatst naar Italië, waren ze er nog steeds. Ze kregen wel nieuwe taken: contact onderhouden met de Nederlandse edelen en zorgen dat hun brieven ongemerkt naar Spanje werden verzonden. Hun baas aan het hof was Francisco de Eraso, een machtige secretaris die de financiële bureaucratie runde. Net als Oranje en Egmont, had Eraso een spuughekel aan Granvelle en hij werkte samen met de heren om hem weg te krijgen.

Terugkijkend op zijn carrière kon de graaf trots melden dat hij de eerste Nederlander was die Filips in dienst had genomen. [...] In 1568 had hij er dus al bijna twintig jaar dienst opzitten!

Maar verder probeerden Eraso en zijn hulpjes de heren vooral zó te sturen dat ze in Brussel het beleid van Filips II zouden uitvoeren. Dat betekende bijvoorbeelde dat Eraso de heren aanspoorde om de invoering van dertien nieuwe bisdommen — een controversieel plan — te steunen, en te zorgen dat het calvinisme niet al te veel voet aan de grond zou krijgen.

Maar Egmont, Horn en Oranje zouden — in de ogen van Filips — toch te veel aan de kant van de calvinisten komen te staan. Tussen 1565 en 1566 liepen de zaken in de Nederlanden uit de hand. Nadat de heren in de Raad van State jarenlang hadden geprobeerd om de scherpe kantjes van de ketterijwetgeving af te schaven, maar steeds bakzeil haalden, nam de lagere adel het initiatief over. Zij organiseerden zich onder leiding van Hendrik van Brederode en Lodewijk van Nassau in het Verbond der Edelen. Dat pleitte voor de afschaffing van de inquisitie en het matigen van de plakkaten. Met intimiderend vertoon presenteerden de leden van het Verbond hun petitie aan een doodsbenauwde Margaretha van Parma.

Filips was woedend over het Verbond en er bevonden zich aan het Spaanse hof voldoende mensen die het Verbond afschilderden als een poging om Filips af te zetten en de katholieke kerk af te schaffen. Hoewel de Verbondsadel zich altijd presenteerde als loyaal aan de koning, zag Filips hen als verraders en oproerkraaiers. Egmont, Oranje en al helemaal Horn hielden zich altijd verre van het Verbond — tijdens het aanbieding van hun smeekschriften, stonden zij naast Margaretha van Parma. Maar er bestonden maar korte lijntjes tussen hen en de leiding van het Verbond: Lodewijk van Nassau was Oranjes broer, en Egmonts secretaris was ook nauw betrokken. Zo konden de heren door hun aanklagers toch makkelijk in verband worden gebracht met het smeekschrift.


Helemaal mis ging het na de Beeldenstorm. Ongelukkigerwijs — voor Egmont — brak die uit in Vlaanderen, waar hij verantwoordelijk was voor de publieke orde. Juist in de regio dichtbij de Franse grens was de calvinistische beweging sterk. Margaretha van Parma sloot een akkoord met het Verbond der Edelen over het beperken van de schade. Ze zou toestaan dat er calvinistische preken zouden worden gehouden, maar alleen daar waar ze al eerder gehouden waren en ook uitsluitend buiten de steden. Egmont moest de zaken onder controle zien te krijgen in Vlaanderen, terwijl Horn naar Doornik werd gestuurd. Daar was zijn broer Montigny eigenlijk gouverneur, maar die was op dat moment in Spanje, zodat Horn de honeurs moest waarnemen. Dat deed hij met enorme tegenzin — weer eens kwaad over het uitblijven van zijn salaris, was hij in feite in staking gegaan en had zich teruggetrokken op zijn kasteel in Weert. Nu moest hij ineens de zeer sterke calvinistische beweging in Doornik zien te beteugelen! Het akkoord was een soort handleiding voor de heren, maar eigenlijk was dat niet uit te voeren. Nu de calvinisten kerken in hun bezit hadden gekregen, waren ze bijna nergens bereid om terug te keren naar de weilanden buiten de muren.

Egmont en Horn waren dus wel gedwongen om meer concessies te doen dan in het akkoord was vastgesteld. Ze konden niet weigeren dat de calvinisten ook binnen de steden preken zouden mogen houden; Egmont stond zelfs toe dat er calvinistische kerken zouden worden gebouwd (Goosens 2003, 163; Groenveld 2003, 71 en 80). Op zich was deze verzoenende politiek succesvol. Na plaatselijke onderhandelingen en wat kleine militaire schermutselingen, kreeg Margaretha van Parma weer greep op het bestuur en keerde de rust weer grotendeels terug. Maar in Spanje was iedereen aan het hof zó geschokt door de Beeldenstorm, die werd beschouwd als een opstand tegen het vorstelijk gezag, dat men tóch een leger zou sturen om orde op zaken te stellen en de schuldigen te straffen. De komst van Alva was onvermijdelijk (Geevers 2008).


Egmont en Horn, die geen lid waren geweest van het Verbond der Edelen en hun uiterste best had gedaan om de onrust in Vlaanderen en Doornik te beteugelen, zagen zichzelf niet als één van de ‘schuldigen’ die door Alva gestraft zou moeten worden. (Oranje zag dat anders; hij zorgde dat hij in Dillenburg was voor de komst van Alva.) Egmont maakte dan ook zonder reserves deel uit van het welkomscomité dat de hertog begin augustus in Luxemburg tegemoet was gereden. Alva en Egmont waren bovendien oude strijdmakkers. De graven meenden dat ze niets te vrezen hadden en Alva behandelde hen met alle eer. Toen het hele gezelschap in Brussel was aangekomen, gingen de heren een aantal keer bij elkaar op bezoek. Maar Filips hield Egmont, Horn en Oranje verantwoordelijk voor alle onrust van de afgelopen jaren en had Alva arrestatiebevelen meegegeven. Op 9 september 1567 werden Lamoraal van Egmont en Filips van Horn gearresteerd.

Tussen september 1567 en juni 1568 werden Egmont en Horn gevangen gehouden in Gent. Ze hadden een lange lijst aanklachten te weerleggen. Ze stonden daarbij niet alleen. Hun families deden alles om hen vrij te krijgen. Zoals we hebben gezien, was Sabina lid van een machtige Duitse familie en ze had uitstekende contacten. Zodra haar man was gearresteerd, begon ze haar contacten aan te spreken om hem vrij te krijgen of in ieder geval om erop toe te zien dat zijn rechten werden gerespecteerd. Haar man had als Vliesridder namelijk het recht om alleen door zijn Ordebroeders berecht te worden. Dus schreef ze naar de andere ridders van de Orde van het Gulden Vlies, maar ook naar andere invloedrijke personen, zoals haar Duitse familieleden onder wie haar broer Frederik III van de Palts, en internationale kopstukken als keizer Maximiliaan II (die overigens ook Vliesridder was) en koningin Elisabeth van Engeland — en zelfs de paus. Ze drukte ze allemaal op het hart om Filips te vragen om Egmont correct te behandelen. Ze stuurde ook een dienaar naar Spanje als een soort ambassadeur om de koning direct te bewerken. Daarnaast moest de boodschapper ook druk uitoefenen op de koningin, de biechtvader van de koning en een aantal machtige hovelingen.

De graven konden nu weinig anders doen dan berusten en hun lot zo moedig mogelijk onder ogen zien. Egmont liet wel optekenen voor het nageslacht dat hij meende dat hij altijd te goeder trouw had gehandeld en dat hij niet geloofde dat hij een dergelijke straf verdiende.

Ook Horns zwager en echtgenote bestookten de koning en de keizer met brieven. Maar ondanks deze indrukwekkende campagne en het feit dat er in brede kring sympathie bestond voor de heren (en dan vooral voor Egmont), behaalden ze toch geen enkele resultaat. Ze bleven gevangen zitten, Egmont zou niet door zijn Ordebroeders berecht worden en zelfs genade bleef uit. Ze werden naar Brussel gebracht, waar Alva begin juni de doodvonissen tekende.

De graven konden nu weinig anders doen dan berusten en hun lot zo moedig mogelijk onder ogen zien. Egmont liet wel optekenen voor het nageslacht dat hij meende dat hij altijd te goeder trouw had gehandeld en dat hij niet geloofde dat hij een dergelijke straf verdiende. Maar nu hijzelf verloren was, hoopte hij toch dat hij zijn nakomelingen kon beschermen: ‘so bidde ik den Heere dat mijn dood met my weg neme alle mijne misdaden, so dat ik en mijne nakomelingen geen meerder schande en on-eere hebben te verwachten; dat ook mijn lieve geselinne en mijne onnosele kinderkens derhalve niet meer en hebben te lijden’ (Bor 1679, 240).

Na van de eerste schok bekomen te zijn, begonnen de twee zich voor te bereiden op het naderende einde. Weer hebben we voor Egmont meer details. Als goede zestiendeeeuwse katholiek —want dat waren ze natuurlijk allebei— wilde hij biechten bij de bisschop; dat Riethovius de mis voor hem zou opdragen en dat hij de hostie zou krijgen. Riethovius had daar ongetwijfeld al rekening mee gehouden en alle benodigde parafernalia meegebracht. De bisschop drukte Egmont verder op het hart zich alleen met God bezig te houden en alle gedachten aan wereldlijke zaken uit zijn hoofd te zetten. Maar Egmont bleef zich zorgen maken op Sabina en de kinderen: ‘O hoe ellendig en broos is onse nature, dat als wy alleen om God behoren te denken, dat wy dan met wijf en kinderen bekommert zyn!’ Uiteindelijk besloot hij zijn laatste uren te gebruiken om wat brieven te schrijven, aan Filips II en Alva, om hen te smeken goed voor zijn familie te zorgen.


De volgende ochtend werd eerst Egmont opgehaald uit zijn cel. Op de Grote Markt was alles in gereedheid gebracht. Het schavot stond klaar en daaromheen stond een groot aantal soldaten opgesteld. Egmont beklom het schavot samen met Riethovius. Hoewel zij nog enkele woorden wisselden, waren die voor de omstanders niet te verstaan — te veel soldaten scheidden de veroordeelde van de toeschouwers. Daarna knielde hij en bad samen met de bisschop. Toen was het tijd. Egmont knielde op een zwart kussen dat voor de gelegenheid was neergelegd. Hij trok een klein mutsje over zijn ogen en deed zijn mantel af. Hij had al de brede kraag van zijn hemd geknipt, zodat de beul goed zicht had op zijn nek. Zodra hij er klaar voor was, riep hij: ‘Heere in uwen genaden bevele ik mijnen Geest.’ Dat was een teken voor de beul, die zich tot nu toe niet had laten zien. De beul stapte naar voren en sloeg het hoofd af. Daarna volgde Horn.

Wie bleven achter? Horn had niet zo veel nabestaanden. Op het familieslot in Weert — dat natuurlijk geconfisqueerd werd — woonden alleen zijn echtgenote Walburgis van Nieuwenaar en zijn moeder Anna van Egmont, beide overigens warme pleitbezorgsters van de reformat ie. Het stel had wel een zoontje gekregen, vernoemd naar de koning, Filips, maar hi j was jong overleden.

In 1576 ondertekenden alle Nederlandse gewesten de Pacificatie van Gent. Daarin sloten ze onderling vrede en streken alle plooien uit het verleden glad. Voor de familie Egmont was dat goed nieuws, want ze kregen al hun bezittingen nu weer terug.

Na de executie moesten de twee vrouwen nu voor zichzelf zorgen, maar ze konden een beroep doen op familie. Ze vertrokken naar Keulen, waarschijnlijk naar Walburgis’ broer, en Walburgis hertrouwde later met haar neef (Kloek, ’Anna Walburgis’).

Egmonts eerste gedachte toen hij zijn doodvonnis had gehoord, was voor zijn familie, die juist enorm groot was. Hoe liep het met die lieve gezellin en al de onnozele kindertjes af? Sabina en Lamoraal hadden een hele stoet kinderen gekregen, twaalf stuks, geboren tussen ca. 1545 en 1567, van twintigers tot zuigelingen dus. De oudste jongen, ook al een Filips, was nog maar een jaar of tien oud. De dood van hun echtgenoot en vader en de confiscatie van het familie-bezit was natuurlijk een enorme klap. Ineens hadden ze helemaal niets meer en Sabina kon kennelijk geen steun vinden bij familie. Dakloos zocht ze haar heil in een naburig klooster. Zelfs de hertog van Alva vond het te ver gaan om de arme weduwe en haar twaalf kinderen aan hun lot over te laten en kreeg Filips II zover om haar een jaargeld toe te kennen. Zo had ze toch nog enige inkomsten. Later verbeterde de positie van de familie enigszins. In 1576 ondertekenden alle Nederlandse gewesten de Pacificatie van Gent. Daarin sloten ze onderling vrede en streken alle plooien uit het verleden glad. Voor de familie Egmont was dat goed nieuws, want ze kregen al hun bezittingen nu weer terug. Nu stond niets de nieuwe graaf van Egmont meer in de weg om te doen wat zijn familie al generaties had gedaan: de heer der Nederlanden trouw dienen (Geevers, Sabina van Beieren’).


9 jun.De heilige Anna naar Spanje?

Uit een brief aan de koning van 9 juni blijkt dat Alva druk aan het onderhandelen is om het relikwie van het hoofd van de heilige Anna te verkrijgen voor het nieuwe paleis van Filips II (het Escoriaal). In 1569 speelt deze kwestie nog steeds. De koning bracht uiteindelijk een collectie relieken bijeen van 7.422 stuks, met twaalf hele lichamen, 144 hoofden en 306 ledematen van heiligen.

27 jun.Alva op campagne

De hertog van Alva vertrekt uit Brussel om leiding te geven aan de militaire campagne tegen de invasietroepen.

In eerste instantie trok hij naar Mechelen om daar de troepen van het tercio van Napels op te halen. Vandaar ging het via Antwerpen naar Den Bosch waar men op 2 juli aankwam. Verdeeld in diverse groepen trok de legerschare vervolgens over de grote rivieren en op 10 juli kwam men aan in Deventer. Het ging in totaal om een leger van 15.000 man met daarbij dus ook de gevreesde Spaanse tercios (Maltby 1983).

De in 1507 geboren hertog kwam voor het eerst echt in actie bij de succesvolle strijd om Tunis in 1535. Bij de poging om Barbarossa in 1541 uit Algiers te verjagen had Alva vervolgens de leiding gekregen over de gehele onderneming, met alleen al meer dan 20.000 soldaten onder zijn gezag. Door regen en storm liep de gehele expeditie echter uit op een mislukking. Vervolgens was de hertog actief bij oorlogen in Frankrijk, Italië en het Roomse Rijk. Vooral zijn grote rol bij de overwinning op de Duitse protestanten in de slag bij Mühlberg op 24 april 1547 droeg bij aan zijn reputatie. Na de slag werd Landgraaf Filips van Hessen vermoedelijk persoonlijk door Alva gevangen genomen. Zijn kleindochter Anna van Saksen zou in 1561 met Willem van Oranje trouwen. Binnen de protestantse families van het Roomse Rijk, waaronder dus die van Oranje en zijn tweede echtgenote, had Alva door deze gebeurtenissen een slechte naam gekregen die in 1568 nog niet was vergeten (Ebben et al. 2013).

27 jun.Een vervanger voor Alva?

Er doen geruchten de ronde dat Alva na zijn militaire campagne niet naar Brussel zal terugkeren als landvoogd. Er worden allerlei namen genoemd waaronder de hertog van Feria, Don Juan van Oostenrijk en zelfs de zuster van koning Filips II.

27 jun.Emden, een broeinest van opstandelingen

Filips II schrijft aan de hertog van Alva dat hij bij de expeditie naar het noorden ook dient af te rekenen met de stad Emden. Deze stad in het Duitse graafschap Oost-Friesland fungeerde als een belangrijk bevoorradingscentrum voor de opstandelingen.

Lodewijk van Nassau verbleef voor zijn invasie in Emden en veel Nederlandse protestantse vluchtelingen waren er naartoe getrokken. Daaronder bevonden zich drukkers die er bijbels en andere protestantse boeken drukten voor de Nederlandse markt. Vanuit de stad was in mei 1568 zelfs een poging gedaan om een opstand in Amsterdam te ontketenen. Formeel bleef graaf Edzard van Oost-Friesland neutraal, maar in de praktijk steunde hij de opstandelingen.

Na de nederlaag bij Jemmingen was men in Emden bang voor een aanval door de troepen van Alva, maar die trok zich al snel weer terug richting Groningen. Daarna was de graaf voorzichtiger met zijn steun aan de opstand en de er naartoe gevluchte Lodewijk van Nassau diende de stad snel te verlaten. Toch bleef de stad een steunpunt voor de opstand. Willem van Oranje had er een vertegenwoordiger en de watergeuzen gebruikten de stad als uitvalsbasis en als markt voor de goederen uit de opgebrachte schepen. Pas vanaf 1570 zouden de stad en de watergeuzen openlijk met elkaar in conflict komen. Wel bleef Emden Nederlandse vluchtelingen trekken zodat er een bloeiende Nederlandse calvinistische kerkgemeenschap tot stand kwam die veel invloed heeft gehad op de ontwikkeling van het calvinisme in de Lage Landen (De Meij 1972; Pettegree 1992).

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