La forma actual de nuestro rostro es el resultado del camino evolutivo general que guió al género humano desde hace dos millones de años para convertirlo en el animal social por excelencia.

Por Martin Cagliani

La cara es lo primero que vemos en otra persona, ese conjunto de facciones nos otorga individualidad e identidad. Tan importante es el rostro en el ser humano que existe una región especial del cerebro destinada a reconocerlos, que si resulta dañada incluso puede impedir que podamos reconocer a nuestros propios padres. Pero lo más interesante, para nuestro universo social, es la cara en movimiento, los gestos, las expresiones que nos ayudan a comunicarnos con los demás.

MIRAME QUE SI NO ME ENOJO

Si chocamos a una persona caminando, alcanza con una rápida mirada a su rostro y ver que nos sonríe en respuesta a nuestra sonrisa de disculpa. Fue cuestión de un segundo, no hizo falta decir nada. En cambio, dentro de un coche, no vemos esa señal de disculpa, por lo que terminamos acordándonos de algún pariente del otro. Así notamos cómo las expresiones son un mecanismo social como tantos otros que regulan las relaciones dentro de un grupo.

No somos el único animal que tiene y distingue expresiones, pero sí somos el que más las utiliza. Tenemos la capacidad para crear hasta siete mil diferentes. Esto se lo debemos a la gran cantidad de músculos faciales, que son entre 38 y 44, dependiendo de si contamos o no algunos que nacen más allá del rostro. Pero los que toman parte de las expresiones son los subcutáneos, que a diferencia de la mayoría de los músculos del resto del cuerpo, no están unidos a hueso alguno. Así es que pueden flotar sobre la parte ósea del rostro y así ganan esa movilidad y velocidad que los caracteriza.

En la mayoría de los mamíferos, incluidos algunos primates como los lémures, casi no existen expresiones en el rostro, a pesar de ser animales sociales. Sin embargo, sí pueden aprender a leer las nuestras. Pasa con los perros, que logran interpretarnos, y también con otros primates e incluso se ha llegado a documentar en las abejas. Pero los más cercanos a nosotros respecto de la expresividad del rostro son nuestros parientes evolutivos más cercanos, los chimpancés. Que seamos tan parecidos también en este aspecto permite a los expertos ubicar los inicios de este tipo de comunicación social al menos en tiempos del antepasado común entre los humanos actuales y los chimpancés, que vivió hace unos seis o siete millones de años.

MENTIME QUE ME GUSTA

Una vez más, fue Charles Darwin quien innovó en este tema. En 1872 publicó su libro Las expresiones de las emociones en el hombre y los animales, en el cual dice que nuestras expresiones son el resultado de la selección natural, es decir que evolucionaron a partir de expresiones similares en nuestros antepasados. Las expresiones, entonces, son innatas, no son algo que aprendemos dentro de nuestra cultura, sino que ya vienen impresas en nuestro código genético.

Cuando hablamos recién de antepasados, nos referimos a millones y millones de años en el pasado, ya que, como decíamos antes, las expresiones no son algo exclusivo nuestro. Así es que el rictus de un ser humano y el de un lobo son patrones de respuesta determinados biológicamente, controlados por un mecanismo cerebral innato.

Unos cien años después de Darwin, el afamado investigador Paul Ekman realizó diversas investigaciones que corroboraron las hipótesis de Darwin, que habían sido muy discutidas, al grado de que hoy en día todavía hay quienes no aceptan que las expresiones sean innatas y las definen como algo que aprendemos dentro de la cultura de cada uno. Pero una de las evidencias a favor de un origen biológico sería descubrir las mismas expresiones en diferentes grupos de primates. Y efectivamente, estudios realizados por antropólogos y primatólogos encontraron que compartimos muchas expresiones que se relacionan con emociones similares en otros primates, como los chimpancés.

Pero en el ser humano actual, las expresiones se han vuelto capitales a la hora de comunicarnos, tanto que un rostro inexpresivo puede ser muy problemático. Paul Ekman, el investigador que mencionábamos antes, pasó décadas estudiando las expresiones en diversas culturas humanas y se ha vuelto uno de los más grandes expertos en el tema. Actualmente, incluso, tiene un grupo que da cursos para interpretar cuándo alguien está mintiendo. ¿Les suena? Sí, tal vez hayan visto la serie de televisión Lie to Me, en la que el personaje interpretado por Tim Roth está inspirado en Ekman.

Es que si bien las expresiones están universalmente conectadas a emociones particulares, eso no significa que siempre haya una expresión si hay una emoción, ya que somos capaces de inhibir nuestras emociones. Ni tampoco que exista una emoción real si vemos una expresión determinada, ya que siempre podemos poner una sonrisa falsa o simular estar enojados. Pero como bien nos han explicado Ekman y su clon de la televisión Lightman, la verdad está escrita en todo el rostro, se podrá intentar simular o evitar una expresión, pero ante una mirada atenta, el inconsciente siempre nos traicionará.