Jorge Varela

Decadencia de la identidad demócrata cristiana

Los casos de Perú y Chile

Decadencia de la identidad demócrata cristiana
Jorge Varela
08 de octubre del 2021


El título de este análisis puede ser visto como exagerado por quienes conformaron aquellas huestes juveniles pletóricas de mística, fervor y entusiasmo que recorrieron con sacrificio los caminos temporales que conducían hacia la encarnación de los valores cristianos y democráticos en la polis terrenal: una utopía redentora, fundamento base de toda una trayectoria de vida. Cómo olvidar acciones concretas de entrega auténtica y de coraje, testimonios de amor profundo por el hermano y de pureza sin igual. Entonces no se concebía la separación entre política y ética. La palabra ‘corrupción’ no existía en el lenguaje fraterno de los ‘camaradas’ de antaño, al menos en Chile.

Rafael Roncagliolo, quien fuera ministro de Relaciones Exteriores de Perú, escribió poco antes de morir, que no puede ocultarse la importancia que tuvieron los partidos demócrata cristianos en América Latina y Europa. Ellos estimularon el compromiso social y político de muchos católicos. Según su visión, hoy “se han desperdigado (Italia, Venezuela), subsumido en partidos conservadores (España), o venido claramente a menos (Chile)”. “La Unión Demócrata Cristiana de Alemania se ha quedado sola”. 

“En el Perú la democracia cristiana”, impulsada en 1956 por personalidades de la talla de Héctor Cornejo Chávez, Luis Bedoya Reyes, Javier Correa Elías y Ernesto Alayza, “no alcanzó las dimensiones que sí tuvo en Chile o Venezuela”, porque ese espacio fue ocupado por Fernando Belaunde Terry de Acción Popular. El citado Bedoya Reyes, –hoy fallecido–, quien fuera alcalde de Lima y candidato a la Presidencia, fue también fundador del Partido Popular Cristiano, entidad que dejó de tener importancia. “De esta manera, la proclama social cristiana en la acción política ha quedado en manos de algunos pocos, valerosos y nostálgicos, devotos de la lealtad léxica; y de muchos aventureros” (“Social cristianos”. La República, 20 de marzo de 2021).


¿En qué momento este ideal histórico se vino al suelo?

En el caso chileno, ¿en qué instante se quebró el cristal de la esencia demócrata cristiana?, ¿en qué momento desapareció la luz y se oscureció el horizonte?

He escuchado que ello se produjo cuando la directiva del partido Demócrata Cristiano chileno no se pronunció resueltamente contra el golpe de Estado en 1973. Ese día aciago del 11 de septiembre, dicha colectividad habría perdido su sacrosanta virginidad democrática. Algunos citan fechas anteriores comprendidas en el período convulso que oscila entre 1968 y el citado día. Otros argumentan que no es posible precisar un único momento específico, por tratarse de una decadencia cuyo origen tiene varias causas y consta de diversas facetas, aspectos y etapas. Aquí lo importante no es lo cronológico, sino cómo evolucionó la pérdida constante e irreversible de lo valórico-medular, cómo el relativismo creció, cómo la política abandonó al espíritu. 

Si la concepción democrática de la colectividad de acuerdo a la visión de Jacques Maritain –uno de sus principales referentes de nutrición doctrinaria– tiene sus raíces en el sustento cristiano, habrá que detenerse necesariamente a analizar la degradación del desapego militante para con este ‘humus milenario’. 

Desde mediados de la tercera década del siglo XX, –hay que recordarlo–, la gloriosa Falange Nacional (antecedente histórico del partido) bebió con fruición del pozo de sabiduría que emanaba de las encíclicas papales para tejer lo mejor de sus fundamentos ético-valóricos y diseñar su plataforma social y económica a partir de éstos. Pero el transcurso del tiempo oxida y corroe, perturba el pensamiento y detiene los corazones. Lo que sirvió, ya no es útil. Si hasta no ha faltado el dirigente que propusiera cambiar el nombre para denominarlo Partido Demócrata de Centro (PDC) (Ignacio Walker, expresidente del ente mencionado, 13 de abril de 2019).


Estragos visibles de la secularización
 

En materia de temas vinculados a la defensa de la vida, –eugenesia, aborto, eutanasia–, la posición de la Iglesia católica ya no es compartida por la mayoría de sus miembros. La secularización de la posmodernidad es hoy el signo dominante de la actividad política de moros, agnósticos y escépticos, de creyentes en retirada, de cristianos y ex-cristianos. 

El distanciamiento de las enseñanzas de la que fuera su venerada “madre y maestra” (mater et magistra), es apreciable inclusive en la intimidad de la conducta privada de muchos de sus dirigentes que presumen de religiosidad. Se trata de una constatación irredargüible, –en ningún caso de una condena moral–, pues la integridad ética de los fundadores y viejos líderes está fuera de discusión. Estos se distinguieron por constituir un grupo selecto de personas probas, generosas, leales e incorruptibles que cumplieron a cabalidad el mandamiento elemental de amar al prójimo, a su familia y a su cónyuge hasta que la muerte los separara. El amor fue su mejor divisa y atributo distintivo. Además, en el espacio público ninguno antepuso sus aspiraciones legítimas por sobre la causa del bien común y tampoco atropelló los principios e ideales partidarios. 

Hoy las conductas personales y militantes son muy diferentes. ¿Desde qué altura y con qué autoridad se puede lanzar una primera roca gigante para zaherir y estremecer la conciencia de los otros? Podría afirmarse entonces que la decadencia DC comenzó con el desfonde de conciencias débiles y no cuando la desaprobación del pueblo hizo imposible cumplir aquella profecía delirante emitida por uno de sus aspirantes a Presidente que alucinaba y veía a su partido gobernando 30 años. La soñada República demócrata cristiana se redujo solo al mandato de Eduardo Frei Montalva, el estadista, (el grande, el único).


Heterodoxia y corrupción
 

Si don Eduardo, don Bernardo y sus camaradas de la primera hora retornaran al planeta e ingresaran a la sede de la institución que fundaron y vieran cómo opera la mayoría de su dirigencia, cómo funciona su querida colectividad, estarían comprando pasajes para regresar pronto a la luz eterna que cobija la paz de sus espíritus limpios. Lo que construyeron con tanto talento y esmero, Freí, Leighton, Palma, Reyes, Tomic, Rogers y quienes les siguieron, Aylwin, Fuentealba, Irureta, Valdés, se ha convertido en ‘algo’ irreconocible, difícil de definir y calificar: montonera, reservorio de oportunistas y desechos, material para reciclaje, sitio de escombros, museo de la corrupción, panteón de almas perdidas. Este es el fruto estéril de abominar de la ortodoxia y de chapotear en ambientes aptos para corruptos. 

De esta manera, como escribiera el excanciller Rafael Roncagliolo –quien transitó por la Democracia Cristiana peruana–, “la proclama social cristiana en la acción política ha quedado en manos de algunos pocos, valerosos y nostálgicos, devotos de la lealtad léxica; y de muchos aventureros”. A esta altura solo queda formular votos para que las consecuencias del derrumbe provoquen el menor estrago moral.

Jorge Varela
08 de octubre del 2021

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