Francisco Swett

Legitimidad

Los gobernantes ante los ojos de los gobernados

Legitimidad
Francisco Swett
25 de mayo del 2020


La legitimidad de un actor privado o público es el producto de la percepción de los demás. En la sociedad, los actos de la política tienen grados de libertad que condicionan su legitimidad en razón de la fuerza de la ley y la fortaleza de las instituciones. Tales limitaciones no se dan en las dictaduras y tiranías, donde el Derecho sirve los fines del caudillo y la Economía está sujeta a las decisiones y preferencias de los círculos de poder. 

En las tiranías, la legitimidad forzada no se compagina con la legitimidad sentida por los ciudadanos en ausencia del abuso. La libertad es un bien escaso en el estado de vigilancia en el que debemos vivir, y la ejecución del experimento social de confinamiento para atender los estragos de la pandemia y evitar que estos acaben por aniquilar los sistemas de salud es una muestra de cómo la legitimidad forzada y la legitimidad sentida entran en conflicto. Las respuestas políticas de la sociedad pondrán en evidencia si hay o no revolución de las masas. 

Desde Xi hasta Trump se sienten los efectos de la crisis. Para el PCC, que ha entronizado a un digno sucesor de Mao, la legitimidad se origina en su capacidad de lograr el crecimiento económico y la creación de riqueza y empleos. Es un objetivo cada vez más distante; ya el año pasado los efectos de la guerra comercial se dejaron sentir, y están hoy agravados por las acusaciones contra quienes son percibidos como los causantes de la pandemia. El secretismo y el autoritarismo de los chinos tienen sus límites cuando Estados Unidos, Japón y La Unión Europea lanzan acusaciones y toman acciones de represalia económica que pueden llegar a ser significativas. La demanda, aún lejana, de que deberá haber reparaciones será negada por China, pero los costos se darán.

Hong Kong vuelve a estar en pie de guerra contra Beijing y la respuesta, consistente en una nueva Ley de Sedición, busca apretar el torniquete y activar los controles de la protesta con el fin de evitar se produzca una reacción en cadena que amenace la estructura de poder. Los chinos recuerdan que lo impensable ya pasó en 1989-1991, cuando cayó el imperio soviético y luego la misma URSS, como consecuencia de haber perdido la legitimidad forzada que sostuvo al politburó por ocho décadas. 

El caso de Trump es la otra cara de la misma medalla. En una sociedad democrática como la de los Estados Unidos, el desempeño de la economía es fuente de legitimidad electoral. En época reciente, el triunfo de Bill Clinton sobre George Bush padre se resumió en la frase “It´s the economy, stupid”, interpretando un reclamo que caló profundo y ocasionó la derrota de quien había logrado un triunfo aplastante y rápido en la Primera Guerra del Golfo. Para Trump las señales son claras, pues se arrogó para sí la subida espectacular de la Bolsa y la caída del desempleo a los niveles más bajos de las últimas siete décadas.

El descuido de Trump y despreocupación por la amenaza del Sars Cov-2, e inclusive su felicitación a Xi por el manejo de la pandemia le han pasado una cuenta enorme a la economía americana. Hoy el mercado de valores está donde Trump lo encontró después de experimentar una pérdida de valor de casi una decena de trillones de dólares; el desempleo se compara con el experimentado durante la Gran Depresión, y todas las encuestas y modelos de predicción ponen al presidente como perdedor en las elecciones de noviembre. Es un riesgo enorme el que corre el controvertido personaje que es hoy inquilino de la Casa Blanca.

En nuestra región la legitimidad tiene sus propios matices. El Grupo de Puebla se prepara para el asalto con sus alforjas repletas de mensajes falsos, distorsiones, denuncias y llamados a la memoria colectiva de que los tiempos con ellos fueron mejor, convenientemente dejando de lado el legado de corrupción y la circunstancia feliz del ciclo económico que les favoreció y que procedieron a desperdiciar. Entretanto, gobiernos como el de Lenín Moreno, en Ecuador, están asediados por la ilegitimidad, por no haber sabido responder a las expectativas, estando hoy pulverizados por la crisis del Covid-19 que tampoco han sabido manejar. 

Existe una inherente contradicción entre la visión del estadista que busca la legitimidad en su mandato y la huella de buena fama en la posteridad y, por otra parte, el asalto de las necesidades insatisfechas, el asedio de la corrupción y la urgencia de tomar las decisiones correctas en el corto plazo. Es la tarea de cuadrar el círculo que algunos, en la minoría, lo han logrado y a quienes en su momento tornaremos.

Francisco Swett
25 de mayo del 2020

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