¿Un corrupto más?

Con escasos siete meses en Palacio de Gobierno, Pedro Castillo es señalado por su presunta relación con casos de corrupción cometidos durante su gestión. La infantil victimización y el desmedido uso del sombrero, para aparentar lo que al parecer no es –campesino por los cuatro costados–, no le han servido al mandatario para disimular irregularidades. 

Si las acusaciones continúan, la transformación del Estado hacia el socialismo tendrá que esperar. Se desvanecerá todavía más la idea de imponer, por las malas, una asamblea constituyente con el fin de detener la ruta de la prosperidad. Vale señalar que los principales indicadores económicos derivados de la Constitución de 1993 son notoriamente positivos. Uno de ellos, la inflación, la que afecta directamente a los más pobres, consolidó su rápido descenso y detuvo la inestabilidad de precios.

Por el bien del país, Castillo tendrá que abandonar la conducción del país. La renuncia es la mejor posibilidad, menos traumática, pero de poca o nula posibilidad. Resulta demasiada ingenuidad creer que el mandatario “ha dejado de impulsar la idea” de una nueva constitución. 

Con sombrero o sin sombrero, Castillo es el mismo. No modifica un milímetro el rumbo de su gobierno, tan poco pulcro al momento de elegir a sus ministros. Amiguismo y partidismo –para favorecer a la parentela, los paisanos y los colegas–, en lugar de competitividad profesional, caracterizan a su gobierno. Y ningunea las perspectivas de desarrollo y bienestar que ofrecen a los pueblos los mercados abiertos y las libertades. La recuperación del crecimiento, con el esfuerzo del sector privado, es la tarea urgente para resolver las carencias de la población. El Estado, en las manos menos calificadas, no detendrá el incremento de la pobreza, informalidad y desempleo que se avecinan. Se agudizarán las diferencias. 

Si Cerrón insiste, Castillo no entregará el gobierno fácilmente. Acudirá a su “masa” e, irresponsablemente, incendiaría la pradera, rompiendo la frágil unidad nacional. Limeños enfrentados a provincianos. Juega a reemplazar al “presidente Gonzalo”. Sus vínculos con el marxismo extremista y las pretensiones de imponer una dictadura socialista, continúan frescos. Sabe que una oposición espontánea materializaría una estructura de defensa. El sábado pasado, en la Plaza San Martín, durante la manifestación por la vacancia, se fogueó tomando la plaza, de extremo a extremo, a pesar del cordón policial dispuesto para proteger al grupo de comunistas instalados allí. ¿Y si fueran ronderos, cocaleros y profesores del Conare, provistos de látigos, en lugar de policías?

Con Castillo, el “Club de la Construcción”, que se creía desterrado, continúa vigente. Nuevos operadores, empresas y autoridades están confabulados para lo mismo: inflar los montos de las obras públicas, destinando la plusvalía a los bolsillos de los asiduos palaciegos. Los tributos, convertidos en presupuesto nacional, sirven para cubrir las deudas y compromisos de campaña y sacar de la pobreza a los activistas del poder. La decencia –tan difícil de ubicar, una aguja en un pajar– tendrá también que esperar hasta que Castillo desaloje Palacio. 

Son tristes los intentos del castillismo de disculpar las fechorías denunciadas. Situados en el lado opuesto de la transparencia, antifujimoristas y antiapristas avalan las cuchipandas realizadas en la oscuridad. De espaldas a la incontrastable realidad, alientan mitos y leyendas, y niegan la constatación empírica de los hechos. La mentira es su mejor arma, para confundir a despistados y desentendidos. 

Está por los suelos la esperanza de la población que votó por un gobierno claramente marxista. Creyeron que sería honrado y transparente. Es duro reconocer que, en poco tiempo, resultó todo lo contrario.