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Rápido, limpio, previsible y poco emocionante el sexto encierro de San Fermín, con la ganadería de Jandilla

Tres trasladados al hospital por una fractura de tobillo, una erosión de rodilla y una luxación de brazo, según el parte médico, en un recorrido que ha durado 2 minutos y 23 segundos

Un mozo, entre los toros de la ganadería de Jandilla, en el sexto encierro de sanfermines, este miércoles en Pamplona.Foto: J. P. URDIROZ (EFE) | Vídeo: EPV / CADENA SER
Antonio Lorca

[Si el vídeo no se reproduce correctamente, puede verlo en YouTube pinchando aquí]

Los toros modernos están tan acostumbrados a correr en la dehesa que da la impresión de que el encierro de San Fermín es para ellos un entrenamiento más, con la sorpresa añadida de los adoquines, el líquido antideslizante, las curvas y, sobre todo, ese gentío que los acompaña y asusta.

De hecho, el sexto encierro de los toros de Jandilla, veteranos en las lides sanfermineras porque cumplen este año 22 comparecencias en esta feria, ha resultado rápido (2 minutos y 23 segundos, solo cinco más que en 2022), limpio, y así lo certifica el parte médico (tres trasladados al hospital: una fractura de tobillo, una erosión de rodilla y una luxación de brazo), previsible porque ha estado exento de desagradables sorpresas y, como tal, poco emocionante. Incluso, se podría afirmar que han presentado más peligro los corredores, con sus negligencias, empujones, atropellos, resbalones y caídas, que los propios toros, que han corrido con todas sus fuerzas para llegar cuanto antes a la plaza y olvidar a los mozos.

Es evidente que se está produciendo un profundo cambio en los encierros de San Fermín. Este limpio de hoy contrasta con el historial de Jandilla, plagado de heridos por cornadas: a 32 mozos enviaron al hospital en sus 21 participaciones anteriores.

Hoy, estaban los seis toros tan absortos en los corrales que dieron un respingo cuando sonó el cohete y toda la manada intentó refugiarse en el fondo, buscando una salida inexistente. Los cabestros cumplieron con su deber y les mostraron la puerta que no daba acceso a la dehesa, como más de uno soñaría, sino a la cuesta de Santo Domingo.

Los mansos lideraron la carrera en este tramo, mientras los jandillas, asustados, sin duda, se hermanaron piel con piel y ocuparon las últimas plazas del grupo, al tiempo que más de un corredor daba con su anatomía contra el suelo a causa de la tensión y no por el contacto con los toros.

Hubo cambio en la cabeza al paso por la plaza consistorial; tres toros negros bajaron a toda velocidad por la calle Mercaderes y, como si vinieran avisados de la dehesa, esquivaron con sorprendente eficacia los tablones que dan paso a la calle Estafeta. Ni uno solo de los seis ni los cabestros sufrieron el costalazo contra esa dura madera.

Uno de los toros de capa negra se hizo el amo de la pista y corrió embravecido por esa calle larga, abarrotada de mozos, a los que ni este ni sus compañeros de camada hicieron el más mínimo caso.

La manada llegó estirada, casi en fila india, al tramo de Telefónica y al vallado de entrada al callejón, donde pequeños grupos de corredores, mal situados, a punto estuvieron de ser corneados por quienes solo buscaban una salida a su agobio.

No pasó nada, felizmente, y los toros alcanzaron con bien la entrada a los corrales de la plaza, solo cinco segundos más tarde que sus compañeros del año pasado.

Allí descansan ya los seis ejemplares de Jandilla: Zalagardo (505 kilos), Engorroso (585 kilos), Torbellino (580 kilos), Herrerillo (530 kilos), Vibrante (530 kilos) y Versolaro (540 kilos), que serán lidiados esta tarde por Antonio Ferrera, El Juli y Cayetano.

El primero vuelve a San Fermín después de que el año pasado se encerrara en solitario con seis toros de Miura; el segundo es un conocido veterano en esta feria, de donde ha salido 12 tardes a hombros, y Cayetano no ha vuelto desde 2019, cuando fue declarado triunfador del ciclo sanferminero.

Minutos antes de las ocho de la mañana, allí estaban los seis toros tranquilos, descansando sobre la arena de los corrales de Santo Domingo, vigilados, eso sí, por los responsables cabestros y ajenos al ruidoso espectáculo que les esperaba y a la trepidante carrera que deberían realizar para alcanzar la plaza, la última meta de sus vidas. Qué pena que los toros no hablen. ‘Pa habernos matao’, comentaría más de uno en la soledad del último descanso antes del festejo vespertino.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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