Breve definición del decadentismo (Mario de Micheli)

En solo dos párrafos, Mario de Micheli esboza una aproximación inteligente a ese fenómeno del entresiglos que avanzó más allá de iniciado el siglo XX y ganó, para sí, varios espíritus en el arte y las letras de Europa y América: el decadentismo. En su libro Las vanguardias artísticas del siglo XX, De Micheli ofrece varias páginas al largo siglo XIX para explicar los orígenes políticos y culturales que prepararon el sendero por el que caminarían las vanguardias artísticas en años posteriores; parte de ese camino será, por supuesto, la evasión (física, ideológica, espiritual) de la sociedad moderna y el mundo burgués, como será evidente en los casos de conocidos deracinés como Baudelaire, Gauguin, Van Gogh, Ensor o Mallarmé. Esa evasión, según de De Micheli, suscitará casos de explosiva revolución vanguardista, como también espíritus más insólitos y rebeldes: los decadentes. A continuación, el fragmento:

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Gran parte de la vanguardia artística europea tiene su origen en esta situación: al abandonar el terreno de su clase y al no hallar otro al que transplantar sus raíces, los artistas de la vanguardia se transforman en déracinés. Sin embargo, sería un error involucrar en un juicio apresurado a estos artistas con el decadentismo tout court. Cierto que no pocas experiencias de vanguardismo coinciden seriamente con las del decadentismo y forman parte de él, pero existe un alma revolucionaria de la vanguardia (que, además, es auténtica alma) que no se puede de ninguna manera liquidar de modo tan expeditivo. La existencia de esta alma revolucionaria se hará evidente cada vez que un artista de vanguardia encuentre con sus propias raíces un terreno histórico nuevamente propicio, es decir, capaz de devolver la confianza que, no en la evasión, sino en la presencia activa dentro de la realidad, es la única salvación.

En cambio, y sobre todo, en el decadentismo hay una actitud de aquiescencia; le falta de aquel vivo sentido de ruptura histórica a que nos hemos referido; hay en él una extenuación espiritual más que una insurgencia. En general, el decadentismo lleva a sus últimas consecuencias el espíritu anti-ilustración de gran parte del romanticismo, ese mismo espíritu que ya había sido como la reacción al proceso revolucionario en marcha. Así pues, si el decadentismo se pueden hallar elementos polémicos antiburgueses, suelen ser elementos que remontan a la nostalgia de un estado prerrevolucionario, al gusto por una civilización desaparecida o que está a punto de desaparecer y, por tanto, al gozo macabro por lo que revela en sí los signos fatales de la muerte. Si la oposición a las duras contradicciones de la sociedad burguesa por parte de un hombre de vanguardia se colorea con bastante frecuencia de socialismo, no ocurre así con la oposición del decadente. Y si, por casualidad, sale del estado de turbia degustación de la muerte, es casi siempre para dirigir su atención a los mitos más exasperados del nacionalismo. Basta pensar en Barres y en D’Annunzio.

 

 

*El texto transcrito es un fragmento del libro Las vanguardias artísticas del siglo XX (Alianza Editorial, 1984) de Mario de Micheli. La imagen corresponde al óleo Joven decadente (1899) de Ramón Casas.

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