El engaño y la mentira podrían costarte más caro de lo que crees

Texto: Irina Kenigsberg

Hacer trampa en un juego de mesa, cambiar algunos números en la declaración de impuestos, decirle a una amiga que ese corte de pelo le queda muy bien, aunque crees que no la favorece en absoluto. El engaño y la mentira forman parte de nuestra vida cotidiana, para evitar situaciones incómodas o para ayudarnos a sacar ventaja. Pero, ¿qué costo tiene la falta de honestidad?

Hacer trampa podría tener consecuencias negativas, ¿vale la pena? - Foto: PhotoAlto/Eric Audras

¿Por qué mentimos y engañamos?

Mentir sería una herramienta valiosa para la supervivencia, no solo de las personas, sino de todas las especies sociales, explica el ex entrenador de delfines Seth Slater en la revista Psychology Today. Tal vez por eso los humanos comenzarían a engañar ¡desde los seis meses!

Un bebé podría intentar llamar la atención con un llanto de mentira, por ejemplo. A medida que pasa el tiempo, las técnicas se van perfeccionando y volviendo más sofisticadas. Además, los pequeños tienden a observar cuáles mentiras funcionan y en qué contextos.

Así, llegamos a los adultos, que muchas veces incurrirían en mentiras y engaños para proteger su autoestima. “Cuando las personas sienten que su autoestima está amenazada, comienzan a mentir más”, indica el psicólogo Robert Feldman en el sitio Live Science.

Tampoco se puede dejar de lado el hecho de que, según se indica en el sitio de la Asociación para la Ciencia Psicológica (APS, por sus siglas en inglés), es más probable que las personas mientan cuando pueden justificarse a sí mismos esas mentiras.

Pero, que muchas personas lo hagan, ¿significa que mentir es aceptable? ¿O puede traernos consecuencias negativas?

Hacer trampa tiene un precio

Engañar, mentir o no respetar las reglas son comportamientos que podrían tener como consecuencia que seas menos feliz, según un estudio a publicarse en julio de este año en la revista científica Social Science Research.

Los participantes de la investigación realizaron actividades que les permitían ganar tickets que, a su vez, servían para competir de una lotería por diversos premios. Así, cuantos más tickets tuvieran, mayores probabilidades de ganar. Durante las actividades, tuvieron oportunidades claras para hacer trampa. Algunos eligieron ese camino y otros no.

Los que sí infringieron las reglas, trataron de justificar su comportamiento convenciéndose de que igual eran personas honestas y buenas. Sin embargo, al reflexionar sobre cómo podían ser percibidos por otras personas si se enteraran de su falta de honestidad, admitieron que seguramente serían vistos como inmorales.

Aquí está la clave: esa diferencia entre cómo se veían a sí mismos y cómo pensaban que los demás podían verlos habría generado que su felicidad bajara radicalmente. Así, sería conveniente pensarlo dos veces antes de hacer trampa o mentir. Tal vez las consecuencias negativas pesen más que la posible ganancia, como señala la terapeuta Amy Morin en Psychology Today.

Y tú, ¿haces trampa a veces? ¿En qué ocasiones?

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