El peligro de relativizar

El peligro de relativizar

A principios del 2019 costaba dar crédito a las informaciones que llegaban de China sobre las consecuencias de lo que ha acabado siendo una pandemia. Fue necesario que el virus llegara hasta nuestras calles para que una mayoría tomara conciencia de la gravedad del asunto.

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En el caso del cambio climático, más de lo mismo; las consecuencias son cada vez más dañinas y más frecuentes, con el agravante que en este caso no existe una solución equiparable a las vacunas para sacarnos del atolladero. Y eso sin olvidar los 7 millones de personas que mueren anualmente en nuestro planeta por contaminación atmosférica.

Por otro lado, se acepta que las redes sociales tienen un impacto negativo en nuestra manera de relacionarnos. Y no nos alteramos cuando constatamos que, estando pensadas para conectarnos, nos aíslan; o cuando creyendo ser nosotros quienes las utilizamos, acabamos utilizados por ellas. 

Los médicos avisan de la conveniencia de seguir una alimentación sana y realizar ejercicio físico si no queremos que determinadas enfermedades se cronifiquen, pero se promueve un estilo de vida que no lo facilita.

Los psiquiatras y psicólogos alertan de la necesidad de abordar el suicidio pero, a pesar de las evidencias (es la principal causa de muerte no natural) y el agravamiento que ha supuesto la pandemia, no se dedican los recursos necesarios para actuar sobre las causas ni para mitigar la situación.

Mueren centenares de personas ahogadas en el mar intentando llegar a Europa pero lo importante parece ser mantener nuestro bienestar, y acabamos banalizando imágenes desgarradoras.

También se advierte que trabajar sin ilusión en organizaciones afecta la salud mental de las personas, pero se sigue ignorando; en un contexto que invita a la superficialidad y que normaliza la ansiedad como efecto colateral del privilegio de mantener un trabajo en el que los esfuerzos ya no son para prosperar sino para sobrevivir.

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Quitar hierro a aspectos que, de forma más o menos directa, inciden negativamente en la calidad de nuestras vidas nos acaba perjudicando; si bien no es menos cierto que en algunas situaciones nos puede venir bien tomar cierta distancia durante un tiempo. Al relativizar podemos acabar optando por vivir en la ilusión de una realidad paralela donde: se disimulan nuestras limitaciones que, de forma más o menos evidente, impactan sobre los otros y nuestro entorno; la vida, aderezada con un alto grado de insensibilidad, parece solo factible entre los terrenos del trabajo y la distracción; lo probable se difumina en un intento de bandear las preocupaciones; las inquietudes, cuando somos conscientes de ellas, raramente obtienen una respuesta satisfactoria; la autenticidad queda descafeinada y la confianza maltrecha;... Al relativizar hipotecamos la intensidad de la vivencia del presente por algo que deseamos que llegue y que, en el caso poco probable de hacerlo, raramente satisface por completo ni por mucho tiempo. Al relativizar confundimos el valor de las cosas lo cual dificulta la elección de aquello que realmente nos conviene. Al relativizar nos engañamos equiparando desafíos globales que deberían tener prioridades muy distintas (digitalitzación y la lucha contra el cambio climático, por ejemplo). Al relativizar normalizamos exigencias que nos impone el sistema a menudo a costa de nuestra salud. 

Probablemente, intentar cerrar la brecha entre la forma en que nos sentimos y la forma en que nos comportamos puede ponernos en el buen camino. No es viable dar una respuesta acertada a tanto desafío sin contemplar nuestros valores más profundos que nos llevan a conectar con quienes compartimos las consecuencias de tanta relativización. Es necesario sumar y no me imagino que ello sea posible sin rehacer lazos de solidaridad. No me imagino una respuesta efectiva a tanta complejidad sin una agitación de la actitud vital de las personas que posibilite el aprovechamiento de la inteligencia colectiva.

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