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(Venezuela) Cecilio Acosta1

Cosas sabidas y cosas por saberse (Fragmento)2


Caracas, mayo 8 de 1856
Rure ego viventem, tu dicis in urbe beatum
Horat

Mi querido amigo...

Recibí tu carta, y me supiste dar un año de contento, porque estaba tan festiva y
juguetona, que remedó al amo muy bien. Si es cierto lo de Buffón, o de quien lo dijo,
que el estilo es el hombre, ahora lo veo comprobado; y sólo me falta por recomendarte,
que mandes mensajeros así, con frecuencia, que encontrarán en mi casa, que es
también la tuya y la de ellos hospedaje con holgura.
Se conoce que la tienes en ese campo, de donde escribes, ancha, desembarazada, a
pedir de boca; y aseguro que te envidio. Mesa parca y libre de cuidados, a lo Fray Luis
de León; naturaleza liberal y hombres sin odio, como los pintan los poetas; diversiones
tranquilas y serenas, como en otro tiempo las de Arcadia, salvo que no tienes, como
allí, el son de la zampoña; el alma en paz y el corazón en goces, yo no sé que haya
más para el deseo; y el que no justifique, tendrá que disculpar, con un juicio que casi se
acerca a la alabanza, el cuadro y las ideas de Rousseau en la Academia de Dijón.
Con tal fortuna, quieres, sin embargo, trocarla por otra, y no contento con la vida rústica,
aspiras a saber la vida ciudadana de nuestros días. No tengo dificultad en complacerte,
mucho más si logro el cambio, que me gusta. Dame tu las soledades de tu Tebaida,
que yo te daré el tumulto de mi Alejandría; y poniendo ya por obra el trato, lee y
aprende.
De Congreso no te diré nada; que si así fuera, entonces, ¿para qué te habían de servir
los diarios? Eso sí: no alzo la mano de este punto, sin celebrar contigo, aunque sea de
paso, a Colombia. ¿No es verdad que este pensamiento es una necesidad de la época,
un tributo hecho a la historia, una profecía de Bolívar? Después de muchos años de

1
Tomado de: Juan Guillermo Gómez García. El descontento y la promesa. Antología
del ensayo hispanoamericano en el siglo XIX. Medellín, Universidad de Antioquia, 2003.
2
Tomado de: Obras Completas, Tomo II, “Temas de historia, necrologías, literatura,
filología, poesía, epistolario; Caracas, Fundación La Casa de Bello, 1982.
errores, volvemos al evangelio del Grande Hombre. Y no me arguyas con que él
centralizó, y nosotros queremos federar, como para hacerme ver la diferencia. Acá para
los dos, cada cosa es lo que debe, y tú vas a decirme que es muy cierto.
La nación tenía, por el tiempo de la Independencia (debido esto en mucha parte a las
costumbres) los deseos, más bien que la unidad y la conciencia del poder para hacerla
realizable: y sonada la hora del destino, él mismo debía proporcionar representante. No
es la primera vez que los pueblos se mueven de esa manera: mayormente a los
principios, en que van a ensayar la vida social, y el que no tienen órganos para sus
necesidades, su caudillo será el que las interprete y satisfaga. En este sentido, la
historia del heroísmo es de ordinario la historia primitiva de la Patria, que ve su suerte
unida al varón que la enaltece: y haciendo aplicación al Libertador; si su vida había de
ser lucha, y la República el ejército, el ejército era preciso que estuviese donde estaba
el adalid. Los que lo sospecharon de ambición a la perpetuidad del mando, ¿por qué no
hicieron su obra? ¿por qué no rescataron medio mundo? ¿por qué no dieron materia
inacabable a la trompeta de la fama? ¿por qué no contrajeron con la gloria ese
compromiso de honor que sólo se cumple en el martirio? Con menos ceguedad,
hubieran tenido más justicia. Cuando él murió, su espada estaba al lado, todavía con el
olor de la pólvora quemada en el último combate: como un gigante bíblico, cuya sombra
misma es pesada, que gasta sus fuerzas recorriendo el campamento para libertarlo de
enemigos, y después viene a expirar al pabellón. Pero recuerda conmigo, que él no
cesó de recomendarnos las ventajas de la Unión, que si para entonces era personal,
porque debía estar con substanciada con su persona, para ahora ha de ser real, porque
debe buscarse en la combinación y equilibrio de las instituciones. En suma, si en la
Colombia de Bolívar, el alma era él, en la Colombia nuestra, el alma debe ser la
federación, la cual no es otra cosa (si el fin es conciliar la libertad y los gobiernos) que la
unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad.
La paz, la ves. Éste es uno de aquellos beneficios que no forman algazara, que de
ordinario no se aprecian, sino que más bien se malbaratan, y la única condición y el
único camino para el adelanto de los pueblos. Ella es la que acerca y doctrina a los
hombres, la que los atrae y liga por el comercio, la que los reúne y hace amigos en los
mercados, la que uniforma los intereses por el espíritu de asociación, que nace luego
del tráfico, la que hace florecer las artes e industrias, primera causa de apego al suelo y
fundamento de amor patrio la que preside a las deliberaciones comunes, la que hace
conocer y satisface las necesidades colectivas. Después de la telegrafía, el vapor y el
periodismo, es preciso aguardar a que vengan las ideas, que vendrán de un modo
cierto. Si tardaren algo, es porque el tiempo entra en la resolución de todos los
problemas; pero más tardarían con la guerra. Si se busca promoverlas o generalizadas,
si hay abuso, ahí está la imprenta, que forma cruzada sin fanatismo, combate sin
armas, hiere y no mata, y crea instituciones en vez de prestigios personales. ¿No hay
valor para la discusión? pues no lo habrá para el campo de batalla; y en esto tengo a la
experiencia por testigo. Las masas tienen hasta en su silencio majestad, y es oprimido
por ellas quien lo turba con el rumor de la pelea. Se triunfa con la opinión, no contra la
opinión; y la opinión es lo que existe. Más que los pueblos no puede saber sino Dios: y
si el gobierno que ellos tienen no es el mejor, es el que quieren, y eso basta. Basta, no
por humillación, sino por filosofía; no porque es lo deseable, sino porque es lo posible.
Quien aspire a otra cosa, enseñe y persuada; que la luz es la única arma que penetra y
no lastima, que conmueve y no trastorna. Para la colección no hay más que ideas; y
quien no tenga prestigio para infundirlas, debe tener patriotismo para esperar. Peor es
alzar estériles altares, donde expiran las víctimas sin Dios, y crear para las familias un
duelo que no les abona en cuenta la posteridad, porque la posteridad jamás condena
en cuerpo a las naciones. Tengo la confianza de que la historia de todos los tiempos no
me dejarán mentir: el martirio entre hermanos no ha tenido altares nunca; y es porque
la sangre de lucha fratricida no se seca, y sólo da gloria la que se derrama en lucha
nacional. No se olvide jamás que el progreso (si eso es lo que se busca) es más ley
individual, que ley de los gobiernos. Si no se logra otra cosa, con la intervención de
ellos, que el sosiego público, el adelanto vendrá por el desarrollo natural. Las
convulsiones intestinas han dado sacrificios, pero no mejoras; lágrimas, pero no
cosechas. Han sido siempre un extravío para volver al mismo punto, con un desengaño
de más, con un tesoro de menos.
A lo que me preguntas de Universidad de Caracas, aunque sólo soy lego de ese
convento, y voy poco a él, te responderé, que se le asiste con bastante celo por sus
altos funcionarios, y se cuidan y promueven los estudios por el método que hay.
Solicitas, además, sobre esto, mis ideas... para seguirlas (aseguras). Y lo último, ¿para
qué? In boc non laudo. En los países donde no hay diarios muchísimos y locomotivas a
centenares, tengo para mí (como hombre honrado) que debe decirse siempre verdad,
pero no siempre la verdad. Sin embargo, como yo la amo tanto, la echaré fuera
completa, aunque me perjudique. La carta ya es una reserva, tú eres otra... y bien, si se
hubiera de saber, aunque se sepa. Al fin vale más ser mal mirado por ingenuo, que
aplaudido por tonto; y si han de sobrevenir decires, hablillas y calificaciones, más
consolador es que le pongan a uno del lado de la electricidad y el fósforo, que del lado
del jumento, aunque tenga buena albarda, el pedernal y el morrón.
La enseñanza debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros,
porque no llega a su fin, que es la difusión de las luces. La naturaleza, que sabe más
que la sociedad, y que debe ser su guía, da a cada hombre, en general, las dotes que
le habilitan para los menesteres sociales relacionados con su existencia: para ser padre
de familia, ciudadano o industrial; y de aquí, la necesidad de la instrucción elemental,
que fecunda esas dotes, y la especie de milagro que se nota en su fomento. Es una
deuda que es preciso satisfacer; y que además, cuesta muy poco. ¿Quién no ve que la
capacidad colectiva nace de la individual, y que no hay bien público, si no hay privado
antes? ¿Quién dirá que ese bien pueda hacerse sin ser conocido, ser conocido sin ser
buscado, ni buscarse en otra cosa que en los inmensos trabajos que la humanidad
ejecuta día por día? ¿y quién negará que las primeras letras abren para ellos un órgano
inmenso, por donde se da y se recibe, por donde se enseña y se aprende, por donde va
y viene el caudal perenne de las necesidades y los recursos, de los hechos y las ideas,
de las comodidades y los goces? No hay duda: quien anhele alcanzar felicidad, ha de
vivir con el género humano; y para no ser, aun en medio de él, un desterrado, poseer su
pensamiento, es decir, poderlo leer y escribir. De esta manera, todos inventan, obra y
labran para cada uno, cada uno labra, obra e inventa para todos, y se puede comer, al
precio de corta moneda, en un banquete aderezado por muchas manos, y costeado con
el tesoro de muchos. El prodigio es ese; y los Estados Unidos no tienen otra explicación
para sus precoces maravillas.
Pero el talento especulativo, las facultades sintéticas, el genio, es de muy pocos: el
estadista, el mecánico trascendental, el poeta, el orador, el médico de combinaciones,
el calculador que ve en los números las relaciones, el naturalista que sorprende en los
hechos las leyes, se cuentan con los dedos, y puede decirse en cierto modo (por lo que
hace a la inspiración e intuición) que nacen ya sabidos. La enseñanza secundaria nada
da cuando no hay germen, nada, más bien extravía el sentido común, aunque parezca
esto paradoja: cuando lo hay, hace sobre él el efecto de la lluvia, que coopera sin crear.
Y una de dos, como consecuencia de lo dicho: o las universidades, que son los cuerpos
para los estudios de la última especie, deben quedar como museos, para que el que se
sienta llamado, pueda ir a decir a ellos como el Correggio en su caso, al ver un cuadro
de Rafael: Anch'io son pittore; o mientras no llega esa suspirada ocasión, tener como
juez la sanción pública, como método la disertación, como monumentos las memorias,
como gala los actos literarios, como prueba las obras de erudición o inventiva, y como
días grandes los días de concurso. De esta manera, se experimentan en la lucha los
que han de quedar como adalides, y hecha la cernidura en el cedazo, queda separada
la harina del salvado.
Figúrate ahora, por contraposición, un cuerpo científico como el nuestro, puramente
reglamentario, con mas formalidades que substancias, con preguntas por único
sistema, con respuestas por único ejercicio; un cuerpo en que las cátedras se proveen
sólo por votos, sin conceder al público una partecita de criterio; en que se recibe el
título, y no se deja en cambio nada; en que no quedan, con pocas Y honrosas
excepciones, trabajos científicos, como cosecha de las lucubraciones, y en que el
tiempo mide, y el diploma caracteriza, ¿no te parece una fábrica, más bien que un
gimnasio de académicos? Agrega ahora, que de ordinario se aprende lo que fue en
lugar de lo que es; que el cuerpo va por un lado, y el mundo va por otro; que una
universidad que no es el reflejo del progreso, es un cadáver que sólo se mueve por las
andas; agrega, en fin, que las profesiones son sedentarias e improductivas, y tendrás el
completo cuadro. El título no da clientela, la clientela misma, si la hay, es la lámpara del
pobre, que sólo sirve para alumbrar la miseria de su cuarto; y de resultas, vienen a salir
hombres inútiles para sí, inútiles para la sociedad, y que tal vez la trastornan por
despecho o por hambre, o la arruinan, llevados de que les da necesidades y no
recursos... iQué de males! ¿Yo dije que se fabricaban académicos? Pues ahora
sostengo que se fabrican desgraciados, y apelo a los mismos que lo son.
Lo mejor en esto es, que mi testimonio es imparcial: Et non ignarus mali, etc., y así no
se me podrá decir, que me meto a catedrático sin cátedra, o a evangelista sin misión. Si
yo no dogmatizo (contestaría); si yo no predico; si yo no hago otra cosa, respecto a mí,
que quejarme; respecto a los demás, que señalar. Ahí está: véase el doctorado, ¿qué
es? véanse los doctores, ¿qué comen? Los que se atienen a su profesión, alcanzan,
cuando alcanzan, escasa subsistencia; los que aspiran a mejor, recurren a otras artes o
ejercicios: y nunca es el granero universitario el que les da pan de año y hartura de
abundancia. En cuanto a mi personita, para libertarla de censura, si tal fuera preciso,
harto sabes que yo cambiaría la pluma del jurisconsulto por el delantal del artesano, y
que suspiro por el momento en que, dado a otro trabajo análogo a mi gusto, pueda
reírme a carcajadas del buen Gregorio López, por bueno que sea, y de otros tan
buenos como él, que han pretendido sustituir las citas a la lógica, el comentario a la ley,
y la autoridad a la razón.
Las creencias que he manifestado, las tengo hace algún tiempo. Tú, que has leído mis
cosas, sabes haber dicho yo alguna vez, que la luz que aprovecha más a una nación,
no es la que se concentra, sino la que se difunde: y ya, ya vendrá la experiencia a
comprobarlo más y más. La mejor lección es lo que se ve, y por ella se puede sacar lo
que será. Los sistemas duran, pero no siempre: al fin viene la sociedad con sus leyes,
el progreso con su lógica, las ideas con su esplendor, y los sepultan. La antigüedad es
un monumento, pero no una regla; y estudia mal quien no estudia el porvenir. ¿Qué
vale detenerse a echar de menos otros tiempos, si la humanidad marcha, si el vapor
empuja, si en el torbellino de agitación universal, nadie escucha al rezagado? ¿Quién
puede declamar con fruto contra el destino, si es inexorable, si es providencial, si no
mira nunca para atrás? ¿Qué son los métodos, las instituciones, las costumbres, sino
hilos delgadísimos de agua que son arrastrados en la gran corriente de los siglos?
Después de transcurridos algunos de ellos, el que descoja los anales de los pueblos y
los hechos, hallará que unos y otros no son más que términos y guarismos de una
fórmula, la cual a su vez es componente de otra fórmula más general para siglos
posteriores. En este afán sin tregua, en esa lucha del linaje humano, en esa tela de
idénticos lizos que él urde con varia labor, se nota una demanda única, un plan seguido,
un mismo blanco. Algún día, el día que esté completa, la historia se hallará no ser
menos que el desarrollo de los deseos, de las necesidades y el pensamiento; y el libro
que la contenga, el ser interior representado. Las usurpaciones de mando, los
desafueros en el derecho, ello por el Nosotros, son dramas pasajeros, aunque
sangrientos, vicisitudes que prueban la existencia de un combate, cuya victoria ha de
declararse al fin por la fuente del poder, por la igualdad de la justicia, por la totalidad de
la colección. De los tronos, unos han caído y otros ya caen, la guerra feroz huye, la
esclavitud es mancha, la conquista no se conoce, casi desaparecen las fronteras, las
naciones se abrazan en el gabinete, los intereses se ajustan en los mercados, la
autoridad va a menos; la razón a más; y multiplicados los recursos, y expeditos los
órganos, se acerca el momento de paz y de dicha para la gran familia de los hombres.
El pueblo triunfa, el pueblo debe triunfar: pongo para ello por testigo, a la civilización,
que le ha refrendado sus títulos, y a Dios, que se los dio. Él respira, él siente, él quiere,
y debe tener goces: él ha sufrido mucho, y debe alguna vez sentarse a la mesa. No
tarde, (me parece que asisto al espectáculo) se le verá en el mundo batiendo palmas,
libre y señor, y conversando de silla a silla, de igual a igual, como en un mismo salón
inundado de luz por el telégrafo y la imprenta.
En efecto, la imprenta no podía estar satisfecha, mientras no tuviese a la electricidad
como correo y al diario como órgano; porque, representante como es del pensamiento,
debía sacudir, como estorbos, las distancias y el tiempo, poner a hablar al oído a los
antípodas, y hacer omnívaga a la idea. Fatigábanla esas largas iniciaciones de los
cursos, esos estudios artísticos de las lenguas de hipérbaton, esas lides sin provecho
en que no había más armadura que palabras, ese afán con que era menester sacar el
tesoro de las ciencias de cajas durísimas donde se le había amartillado, y desenvolver
la verdad de las amarras a que las había reducido el sistema tradicional de la
enseñanza. Después de hechos los descubrimientos, después de verificada la teoría en
el resultado de la práctica, no era mucho lo que se alcanzaba de esos frutos, o no era
todo lo que podía alcanzarse de ellos; porque era preciso, para recoger luz, que el
astro, que es el doctor, recorriese toda su órbita, y para recoger conocimientos, puesto
que tal era el órgano autorizado en ese tiempo, que saliese la obra, tardía para
escribirse, tardía para leerse, y mucho más tardía para hacerse popular.
Otras eran, muy distintas, las esperanzas de la civilización, que quiere todo para todos,
y para cada cual lo que le toca. Esas esperanzas consistían en ver sustituidos los
conocimientos prácticos a la erudición del pergamino, el discurso libre a las trabas del
peripato, la generalización al casuistismo, el tema a la pregunta, la libertad al
reglamento; preferido el sistema elemental al sistema secundario, la razón pública a la
razón académica, la necesidad flamante de hoy a la necesidad histórica de ayer;
economizadas en lo posible las universidades, o reducidas a sus límites; con puesto
sobre las calificaciones convencionales, a las dotes naturales, sobre el título al talento;
y con excelencia sobre el libro, por lo que le aventaja en oportunidad y ligereza, a la
hoja suelta.
Sin duda ninguna, tal es el espíritu general de la época, y tal el rumbo que llevan ya las
cosas. Entre nosotros, no obstante lo rústico de muchas de nuestras poblaciones, que
están aún en estado primitivo, se nos ha metido de rondón el telégrafo, como por
desbordamiento, de los lugares donde sobra, como un heraldo de nuevos destinos,
como una trompeta que viene a dar el alarma de la civilización, como un ángel de luz,
ávido de devorar espacios en todas partes. Esas mismas escaramuzas universitarias,
que se repiten con frecuencia, explica la lucha entre el presente y el pasado, entre las
ideas y el sistema, entre la fuerza y el obstáculo, entre la razón y la rutina. Si la juventud
quiere algo, es menester atenderla. Hay equivocación en creer que va errada la
generación que tiene el encargo de continuar la cadena tradicional del pensamiento. Al
fin vence, porque la bandera es suya, el ejército suyo, y el porvenir su campamento
bien guarnido. El engaño es vuestro: con vosotros hablo, apóstoles de una religión que
ya no existe, hombres que pretendéis detener a gritos el torrente que salva la montaña.
Todos los diccionarios no son el Calepino, el latín no es el idioma de las artes e
industrias, ni los aforismos empolvados y la ciencia de alambiques lo que sirve a dar la
subsistencia; y tal es la causa del combate.
Hágase lo contrario, y se hará con eso el bien.
Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es
todo. ¿No es un extranjero en su patria quien, después de que las profesiones
académicas han dejado de ser categorías oficiales, para ser industrias en concurrencia,
se encuentra de repente al lado de una máquina, de que come y viste un muchacho,
obrerito de ayer, y de que él no puede comer ni vestir con todos los veles de Olarte que
tenga en la cabeza? ¿Qué tiene que ver el ferrocarril con Antonio Gómez, las
necesidades públicas con el magistraliter dico, ni el quid panis con el quid Juris? ¿Qué
gana el que pasa años y años estudiando lo que después ha de olvidar, porque si es en
el comercio no lo admiten, si es en las fábricas tampoco, sino quedarse como viejo
rabino entre cristianos? ¿Es posible que ni el martillo del tiempo haya podido hacer
polvo ese sistema, y que a él se hayan sacrificado tantos talentos? Si el mundo truena,
muge como una tormenta con el torbellino del trabajo, si los canales de la riqueza
rebosan en artefactos, si todos los hombres tienen derechos, ¿por qué no se
desaristoteliza (cuesta trabajo hasta decirlo) la enseñanza? ¿Hasta cuándo se
aguarda? ¿Hasta cuándo se ha de negar entrada a la dicha, que toca importuna a
nuestra puerta? ¿Hasta cuándo se ha de preferir el Nebrija, que da hambre, a la cartilla
de las artes, que da pan, y las abstracciones del colegio a las realidades del taller?
Ya está escrita la palabra mágica, la palabra del siglo, que explica al mismo tiempo sus
glorias y su estrella. Las casas del monopolio, las fortalezas guarnecidas de altas
atalayas, los castillos de espesísimos muros, las trabas opresoras del tráfico, la infamia
anexa a los menesteres más honrosos, las ordenanzas gremiales, todas las demás
instituciones que desigualan, han dado lugar, o lo van dando, a la libertad como medio,
al desarrollo del individualismo como fin; y el taller es hoy el palacio del ciudadano. Allí
impera el menestral como señor, porque él provee, porque él impone leyes al mercado,
porque todos lo necesitan, y porque sus escarpias, sus armarios y sus bancos, son el
museo diario del trabajo humano. El no lee en infolios, porque no va a disertar, sino en
papales sin coser, porque busca precios o instrumentos; ya la hora del descanso, es
más feliz él con pan, vino y aviso, que el doctor ayuno, hastiado y con textos. La
agricultura, que da granos y materias primas, el comercio, que las transporta, la mano
de obra y las fábricas, que les labran y hacen formas y tamaño, son ramos todos
tributarios del taller, adonde llevan sus aguas como al mar. Allí están las creaciones de
la inventiva, y los frutos del sudor; el perno de la máquina de gas que va a atravesar el
golfo, y las labores de la mesa para el festín del hombre acaudalado: allí hay luciente
seda y paño pardo para todos; preparaciones que alimentan, y afeites que acicalan; allí
están, en conclusión, el orgullo de la sociedad en lo material, porque está la historia de
sus progresos.
Pues bien: si tal es la perfección, pónganse los fundamentos para alcanzarla: si no
come quien argumenta, sino quien obra, prefiérase el escoplo al silogismo: si no hay
propiedad pública ni particular sin el trabajo, hónresele para que aliente, edúquesele
para que rinda, alárguese mano amiga para que florezca. Vamos, vamos por fin a ver si
tenemos hombres de provecho en vez de hombres baldíos. ¿Qué falta? Querer, y nada
más. Descentralicemos la enseñanza, para que sea para todos; démosle otro rumbo,
para que no conduzca a la miseria; quitémosle el orín y el formulario, para convertirla en
flamante y popular; procuremos que sea racional, para que se entienda, y que sea útil
para que se solicite. Los medios de ilustración no deben amontonarse como las nubes;
para que estén en altas esferas, sino que deben bajar como la lluvia a humedecer todos
los campos. No disputemos al sabio el privilegio de ahondar en las ocultas relaciones;
pero después que éstas son principios, pongámoslo cuanto antes en contacto con las
inteligencias, que son el campo que fecundan, y habremos logrado quitar a las ciencias
el misterio que las hace inaccesibles. La verdad es colectiva, está hasta en el mozo de
cordel; y se acortará el camino para hallarla, multiplicando sus elementos y sus
órganos. Cuantos más ojos vean, más se ve, cuantas más cabezas piensen, más se
piensa; y si del bien público nace a su vez el privado, cuanta más familia coopere, será
más abundante la labor. Nada vale seguir lo que fue, sino ejecutar lo que conviene. Si
es menester penas a los padres para que obliguen a los hijos a aprender, que haya
penas: si el inglés y el francés son los idiomas de las artes e industrias, hagámoslos, en
lo posible, generales: si hubiere gastos, ningún gasto más santo que el que se
reembolsa con usura, Los conocimientos, como la luz, esclarecen lo que abrazan: como
ella, cuando no iluminan a distancia, es porque tiene estorbos por delante.
Ya no puede haber tales estorbos, o es mengua que los haya. En otros tiempos, a
pesar de la imprenta, a pesar de lo que se había atesorado y se sabía, no obstante,
había lentitud en la propagación de las ideas. Decíase, con este motivo, hablando del
progreso de las naciones, que para ellas los siglos eran días. Pero hoy, especialmente
después del telégrafo, que tan pronto como se tiene el pensamiento, lo lleva como de la
mano a fecundar la materia, es al revés: un día que corre es un siglo que pasa.
Tal sentencia no debe nunca olvidarse. La vida es obra, y los pueblos que más obren,
serán los más civilizados. La acción debe ser varia para que sea abundante,
cooperativa para que sea eficaz, ilustrada para que sea provechosa. Si el hombre no
está en contacto con el hombre, y la humanidad con la naturaleza, su patrimonio y su
regalo, la felicidad pública es una esperanza que se sueña, pero no una realidad que se
posee. En la sociedad no importa tanto el número que se cuenta, cuanto el número que
tiene la capacidad y los medios para el trabajo. Quien sabe, puede, quien puede,
produce; y si la cosecha es más rica conforme el saber más se difunda, es fuerza
ocurrir a la instrucción elemental. Con ella nacen hábitos honestos, se despierta el
interés, se abren los ojos de la especulación, se habilitan las manos, como los grandes
obreros de la industria, se suscita un espíritu práctico que cunde, como el mejor
síntoma del progreso, y se ve un linaje de igualdad social que satisface. La luz va y
viene, la vida es derecho, la palabra vínculo de unión, todas las almas se hacen una
sola alma, todos los pensamientos un solo pensamiento; y con la facilidad de las
comunicaciones, que luego se crean o mejoran, y con la rapidez de los elementos para
la difusión de las ideas, que se atropellan porque hierven, los recursos corren a donde
los llaman las necesidades. Así es como únicamente se forma la opinión, que viene a
ser la conciencia de los intereses generales. Así, conforme se vea más franca y libre la
acción individual, se irá haciendo más remisa y economizando la acción gubernativa.
Así el país prospera, la riqueza abunda, la enseñanza se hace práctica, las calles
escuelas; y ahorrándose cada vez más el libro por grande, y las universidades por
tardías, casi todo se busca, halla y aprende en la hoja suelta.
No es otro el resultado a que debe conducir el sistema racional de los estudios. En
efecto, en las naciones donde tal se ha procurado, todavía está sin secarse la tinta con
que se escribe la utilidad de un invento, todavía el artefacto tiene el calor de la mano
que lo labra, y ya sale en el periódico, libro del pueblo, que él compra por nada, y puede
leer a escape en el vapor. Los periódicos no dispensan, sino derraman los
conocimientos; los periódicos del umbral para afuera, no dejan nada oculto; los
periódicos hacen la vida social verdaderamente independiente y de familia; los
periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público criterio;
los periódicos enseñan artes, ciencias, estadísticas, antigüedades, letras. En suma: los
periódicos son todos: y es una cosa que asombra, ver que al abrir el Carretero o el
cerrajero la puerta de su casa por la mañana, vengan a dar a sus pies al favor de esos
heraldos de la imprenta, las oleadas del movimiento político, industrial y moral del
mundo, después de pasados cortos días, y del movimiento idéntico de su país tras
pocos minutos de intermedio. Estos prodigios se deben a la instrucción primaria, no a
las universidades, que Dios mantenga en paz, pero en su puesto.
Y con esto, bajo de la cátedra de política y de legislación, adonde me habías tú hecho
subir sin quererlo yo; y donde dije cosas que me mordían por salir fuera, y por las que
tal vez me morderán. Pero, ¿y no es mejor estar en lo cierto, y cantarlo, si aprovecha?
Yo a eso me atengo, y rabie quien rabie.
Hoc opus, hoc studium parvi properemus et ampli si patriae volumus, si nobis vivere
chari

Tu amigo.

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