Está en la página 1de 78

Santa Teresa de Lisieux

Consejos y recuerdos
Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz (Celina),
hermana y novicia de Santa Teresa del Niño Jesús

ÍNDICE

PRÓLOGO
I.- MAESTRA DE NOVICIAS
Su prudencia
II.- HUMILDAD
«¡Señor, sufrir y ser despreciado»
Querer que se os mande y se os reprenda
«Tenéis una perrita...»
Motivos de humillación
«Un pequeño sistema...»
La verdadera alegría
El Santo que jugaba al columpio
Como la Santísima Virgen
POBREZA ESPIRITUAL
No apoyarse en nada
«Todo el mundo busca los pronósticos»
Vanidad de la estimación de las criaturas
Mantas gastadas e interés personal
«Hacer el sacrificio de no recoger los frutos»
ESPÍRITU DE INFANCIA
Devoción al misterio de la Encarnación y del pesebre
Ladrones del cielo
La morada de los niñitos
Los niñitos no se condenan
Pasar bajo el caballo
Dirigir la intención
«Jesús no puede estar triste a causa de nuestros regateos»
Ser santa sin crecer
Cómo besar el Crucifijo
El patrimonio de los niñitos
CONFIANZA
Quietismo, no
«No ir al Purgatorio»
III.- AMOR DE DIOS
Alegrarse de no tener un solo sentimiento delicado
«Sentirse pesarosa de haber leído»
Generosidad
El altar ofrecido por el Sr. Martin
Coger las flores de los árboles frutales
Dedicarse únicamente al Amor
Sólo cuenta el amor y la obediencia
La que había edificado la Iglesia
Un simple golpe de ala
La ofrenda al Amor misericordioso
El calidoscopio
«¡Yo juego a la banca del Amor!»
«Dios es un fuego consumidor»
GRATITUD
No dudar de Dios
«Acuérdate»
UNIÓN CON DIOS
«Lo que nos importa es unirnos con Dios»
Ni demasiado celo, ni indolencia
Oficio divino
La Oración: tiempo de Dios
PIEDAD
Predilección por la Sagrada Escritura
Su amor a la Santísima Trinidad
Llamar a Dios «Padre nuestro»
La familiaridad con Jesús
Devoción a la Santa Faz
Piedad eucarística
Flores para la estatua del Niño Jesús
Rosas para el Crucifijo
Piedad mariana
IV.- CARIDAD FRATERNA
Abnegación fraterna
Dejar a las demás el mejor lugar
Sacrificio de un pequeño triunfo
Tratar a las almas con delicadeza
Pequeños guisantes y gruesas habas
Visitar a Jesús y a María
Preparar la lamparilla para el Niño Jesús
Cuidado de las enfermas.- Paciencia y gratitud
Prudencia humana
«Cuando os halléis en el momento de morir...»
Dedicar tiempo a ser interrumpida
Sacrificio, alegría y amor puro
Ángel de paz
Juzgar favorablemente
Enseñanzas sacadas de unas peritas sin apariencia
Culto por el Sacerdocio
CELO POR LAS ALMAS
Después de su muerte
V.- FIDELIDAD A LA REGLA
OBEDIENCIA
No hacer nada sin permiso
Conformarse a los usos
POBREZA
ESPÍRITU DE MORTIFICACIÓN EN LAS COMIDAS, EN LAS RECREACIONES Y EN LAS VISITAS
Pureza de intención en el refectorio
Cómo santificar las recreaciones
Abnegación en las visitas
DESAPEGO
Amor propio
Sacrificio de los afectos familiares
RENUNCIAMIENTO
«No pactar con el mundo»
«Hacer su propia voluntad no haciéndola»
Ejemplos de renunciamiento
Sacrificios
Amplitud de miras en la mortificación
INSTRUMENTOS DE PENITENCIA
VI.- FUERZA EN EL SUFRIMIENTO
Tentaciones contra la fe
Hermoso sueño y verdadero ánimo
Las cruces del mundo y las cruces de la vida religiosa
«...Tus obras no se ven»
A propósito del sufrimiento
No pedir consuelos
«Sin duda, dormía»
No hacerse compadecer
Domingos y días de fiesta
DUEÑA DE SÍ MISMA
INSTRUMENTOS DE DIOS
SANTIDAD Y GLORIA
DESEO DE LA MUERTE
FELICIDAD Y RECOMPENSA CELESTIALES
VII.- ÚLTIMA ENFERMEDAD DE LA SANTA
Fortaleza en el sufrimiento físico
JOVIALIDAD HEROICA
Reminiscencia de un cuento infantil
A propósito de una estampa
La muerte enseña a dejar caer muchas cosas
Alegre serenidad ante la muerte
Su tumba le importa poco
VIII.- ÚLTIMAS CONVERSACIONES DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESUS CON SOR GENOVEVA DE LA
IX.- ULTIMO DÍA DE DESTIERRO DE MI QUERIDA HERMANITA TERESA. DETALLES CONCERNIENT
PRECIOSA MUERTE
A propósito de la «Ultima Lágrima» de Santa Teresa del Niño Jesús conservada en el Monasterio
Un reflejo de la beatitud eterna
Cómo quiso dar a conocer su consoladora promesa
X.- PLEGARIAS
Acto de ofrenda al amor misericordioso de Dios
CONSAGRACION A LA SANTA FAZ
XI.- APÉNDICES
I.- A propósito de las conversaciones en el «Belvedere»
II.-Por qué Santa Teresa del Niño Jesús se ofreció como víctima al Amor. Sentido exacto de esta ofrenda
III.-Extractos de la oración de Teresa Durnerin
IV.-Descripción alegórica: «La fiesta de las Bodas de Jesús con Celina en el cielo» por Santa Teresa del Niño Jesús

PRÓLOGO
Los Consejos y Recuerdos publicados hasta ahora a continuación de la Historia de un
alma, en la edición grande, fueron entresacados de las Deposiciones que las antiguas.
novicias de santa Teresa del Niño Jesús escribieron para los Procesos canónicos de
Beatificación y de Canonización.

Esta nueva edición no contiene más que los Consejos y Recuerdos recogidos por la
propia hermana de la Santa: Sor Genoveva de la Santa Faz. Conocido es ya el puesto
especialísimo que ésta ocupaba en el corazón y en la vida de la Santa. Celina no era sólo
su hermana según la carne: estaba destinada a ser su discípula según el espíritu. A este
propósito, escribía Teresa en su Autobiografía: «Puedo decir que mi cariño fraternal se
parecía más que nada a un amor de madre; estaba lleno de desvelo y de solicitud por su
alma». A este respecto aun, confió el día 16 de julio de 1897 a la Reverenda Madre Inés
de Jesús en una de sus últimas conversaciones lo que sigue: «Yo había hecho el
completo sacrificio de mi Hermana Sor Genoveva, pero no puedo decir que no la
deseaba. Muchas veces en el verano, durante el silencio de la., noche, sentada en la
terraza, me decía a mí misma: «¡Ah, si mi Celina estuviese aquí cerca de mi! ... Pero no,
esto sería una dicha demasiado grande...». Y me parecía algo irrealizable. Pero no
deseaba esta dicha por un sentimiento de naturaleza, sino por su alma, para que ella
fuese por nuestro camino... Y cuando vi que entraba aquí, y no sólo que entraba sino
que me la encomendaban completamente a mí para instruirla en todas las cosas, cuando
vi que Dios sobrepasaba de este modo mis deseos comprendí qué inmensidad de amor
tenía Dios para conmigo...».
Estas notas subrayan el alcance de los testimonios que siguen. Su gran valor histórico se
deduce de que son extractos:

1º, de las notas íntimas que, por mandato de la Reverenda Madre Inés de Jesús, había
redactado Sor Genoveva, en gran parte mientras vivía aún santa Teresa del Niño Jesús.
La Santa conoció estos primeros ensayos y los halló conformes a la verdad.

2º, de sus Deposiciones, preparadas en orden a los Procesos canónicos, cuya substancia
se resume en dichos testimonios.

Sor Genoveva de la Santa Faz ha añadido algunos recuerdos, redactados recientemente.

Las divisiones y los títulos se han añadido para hacer viable su publicación.

Cuando Sor Genoveva de la Santa Faz, poco después de la muerte de Teresa, escribió
sus notas íntimas, les puso como preámbulo las siguientes líneas:

J.M.J.T.

Había leído en mi infancia la vida de los Santos. Aquellos relatos habían transportado e
inflamado mi corazón, habían hecho nacer en mí aspiraciones hacia lo bello, habían
entusiasmado y guiado mi juventud...

Había vislumbrado, soñado, pero nunca alcanzado, el ideal de la santidad, pues para
tocar una cosa es necesario estar muy cerca de ella, y para que la admiración sea sin
nubes es necesario poder imitar al héroe que la inspira.

En el Carmelo, yo encontré en nuestra querida Hermanita Teresa to que había buscado.


Por medio de ella todos mis deseos se vieron colmados.

¡Oh, María, Madre mía! Bajo vuestra mirada escribo estos pocos recuerdos, a fin de que
en la hora de las tinieblas, de la prueba y de la tentación, me acuerde de que estas cosas
me fueron dichas por el Ángel que vos me habíais dado para guiar mis primeros pasos
en la vida religiosa; es él, lo sé, quien desde lo alto del cielo me acompaña aún y guía
mis últimos pasos.

Entrada ya en los ochenta y tres años de edad, Sor Genoveva ha querido revisar las
notas tomadas en el umbral de su vida. religiosa y como al dictado de su santa
Hermanita. Una vez terminado este trabajo, ha dado de sí misma este testimonio
conmovedor, que queremos reproducir íntegramente:

«He releído y clasificado mis recuerdos,. consignados en los cuadernos íntimos y en mis
preparativos de Deposición para los dos Procesos.

»Estos textos, alternados las más de las veces en diálogo, dan, como dice la imitación, el
verdadero acento de da voz de la naturaleza y de la voz de la gracia». Y aunque sobre
algunos temas da voz de la naturaleza» se repite hasta hacerse enojosa, no he querido
suprimir cosa alguna, a fin de no perder nada de las sabias respuestas de «la voz de la
gracia».
»¡Puedan estos recuerdos vividos ayudar un poco a las almas que luchan con sus
defectos e imperfecciones!

»Atestiguo que estas páginas son, en toda verdad, conformes a lo que yo vi y oí».

SOR GENOVEVA DE LA SANTA FAZ Y DE


SANTA TERESA

o. c. d.
9 de junio de 1951.
Nada tenemos que añadir a este documento. El define mejor de lo que nosotros
pudiéramos hacerlo el espíritu que ha inspirado esta publicación. La que hizo revivir
sobre el lienzo la Faz ensangrentada del Maestro, tal como la revelaba misteriosamente
en sus pliegues el Santo Sudario de Turín, la que consagró su talento a reproducir en
toda su expresión el retrato de su Hermanita, pone aquí una minuciosa fidelidad en
relatarnos las anécdotas y los menores episodios que fijarán definitivamente para la
Historia la fisonomía moral de Santa Teresa del Niño Jesús. Ningún trabajo tan a
propósito para excitar juntamente nuestra admiración y nuestra imitación.

I
MAESTRA DE NOVICIAS
1 El 20 de febrero de 1893, la Reverenda Madre Inés de Jesús, elegida Priora del
Carmelo de Lisieux, nombró Maestra de novicias a la Madre María de Gonzaga, a quien
ella sustituía en el gobierno de la Comunidad. Poco después pidió a Sor Teresa del Niño
Jesús -de sólo veinte años de edad, pero cuya inteligencia y virtudes conocía mejor que
nadie- que se ocupase discretamente de sus compañeras, recibiendo sus confidencias y
formándolas en la vida religiosa. No había entonces en el noviciado con la Santa más
que dos Hermanas (conversas): Sor Marta de Jesús y Sor María Magdalena del
Santísimo Sacramento. Fueron entrando sucesivamente en el Carmelo de Lisieux y
juntándose a ellas: Sor María de la Trinidad, el 16 de junio de 1894; Sor Genoveva de la
Santa Faz, el 14 de septiembre de 1894; y su prima Sor María de la Eucaristía, el 15 de
agosto de 1895.

2 El 21 de marzo de 1896, la Madre María de Gonzaga fue reelegida Priora, y decidió


juntar a esta carga la de Maestra de novicias. La Reverenda Madre Inés de Jesús le
aconsejó que se hiciese ayudar lo más posible por Sor Teresa del Niño, Jesús, que tan
perfectamente había desempeñado desde hacia tres años la misión que se le confiara. La
Madre María de Gonzaga se apropió fácilmente estos puntos de vista y dejó,
prácticamente, toda la dirección del noviciado a Sor Teresa del Niño Jesús, que fue, por
lo tanto, Maestra sin llevar el título, hasta su muerte, el 30 de septiembre de 1897.

3 Sólo después de haber sustituido completamente en el noviciado a la Madre María de


Gonzaga -es decir, a partir de marzo de 1896-, la Santa reunía diariamente a las
novicias, después de vísperas, de dos horas y media a tres (Nota 1). No les daba
conferencia propiamente dicha. Su enseñanza no tenía nada de sistemática. Les leía o
les hacía leer algunos pasajes de la Regla, de las Constituciones o del Manual de las
Costumbres Santas, llamado «Papel de multas» (Nota 2), daba algunas explicaciones o
precisiones que juzgaba oportunas, o respondía a las preguntas que le hacían las jóvenes
Hermanas; después. reprendía sus faltas, si las había, y hablaba familiarmente con ellas
sobre lo que podía interesarles en aquel momento, referente a la espiritualidad o a las
labores en curso.

4 En sus conversaciones particulares con las novicias, la Santa daba los consejos que
mejor se, adaptaban a cada una. Esclarecía los casos de conciencia y las dificultades de
sus novicias según las tendencias personales de las mismas, según sus necesidades
propias, según sus pruebas o alegrías actuales. Sucedía que ciertos consejos dados a
una, no hubieran convenido a otra. Esto había sido puesto de, relieve por la misma
Santa. (Se observará en el pasaje que sigue un raro don sobrenatural de psicología, que.
se encuentra en toda su actuación entre las novicias):

«.... He comprobado que todas las almas sostienen poco más o menos los mismos
combates y, por otra parte, que existe entre ellas una diferencia extrema; esta diferencia
obliga a no llevarlas de la misma manera... Llega una a comprender que es
absolutamente necesario olvidar los propios gustos, los conceptos personales, y que se
ha de guiar a las almas, no por el propio camino, por la propia ruta, sino por el camino
particular que Jesús indica a cada una...» (Nota 3)

«...¿Qué sucedería si un hortelano poco diestro no injertase bien sus árboles, si no


supiese distinguir la naturaleza de cada uno o quisiese hacer brotar, por ejemplo, rosas
de un albérchigo? Por eso, es necesario saber reconocer desde la infancia lo que Dios
pide a las almas y secundar la acción de su gracia, sin aceleraría ni retrasaría nunca...»
(Nota 4)

La Santa hacía esta observación, tan juiciosa, a propósito de la educación de los niños. ¡
Qué bien supo tenerla en cuenta en esta educación de las almas, en la formación dada al
noviciado!

Inspirándose también en estas observaciones, cada uno escogerá de entre estos Consejos
y Recuerdos los que mejor respondan a sus necesidades personales, pues todos no
pueden convenir indistintamente a cada lector.

5 Nuestra santa Maestra era de una gran bondad, pero también de una gran firmeza, y no
nos pasaba absolutamente nada. Tan pronto como se apercibía de alguna imperfección,
iba a buscar a la culpable y, aunque esto le costaba mucho, nada la detenía en el
cumplimiento de su deber.

Un día, en un dulce desahogo, Sor Teresa del Niño Jesús me dijo: «El tiempo que he
pasado ocupándome de las novicias ha sido para mí una vida de guerra, de lucha, Dios
ha trabajado para mí..., yo trabajaba para El, y nunca mi alma ha adelantado tanto... No
buscaba ser amada, no me preocupaba de lo que se pudiera decir o pensar de mí, no
buscaba sino complacer a Dios, sin desear que mis esfuerzos diesen fruto. Sí, hay que
sembrar el bien a nuestro alrededor sin preocuparnos de su cosecha. El trabajo para
nosotros, el éxito para Jesús. No temer la batalla cuando se trata del bien del prójimo,
reprender a despecho de la propia tranquilidad personal, y mucho más con el fin de
servir a Dios que con el fin de lograr que las novicias comprendan. Y para que una
reprensión reporte fruto, es necesario que cueste hacerla y no tener ni sombra de pasión
en el corazón».

Este testimonio es exacto. Yo notaba su gran renunciamiento, su paciencia en


escucharnos, en instruirnos, sin buscar alegría ni distracción alguna. Me daba cuenta
también de su desinterés y del celo con que se ocupaba de las novicias menos dotadas,
mostrándoles siempre el mayor afecto. Respetaba a las almas, cualesquiera que fuesen.

6 Para todo lo que le decíamos tenía ella una respuesta y, para hacerse comprender bien,
citaba textos de la Sagrada Escritura o contaba historias que grababan en nuestra
memoria las Verdades que quería inculcarnos.

Yo admiraba su gran sagacidad en descubrir las astucias de la naturaleza, los diversos


movimientos de nuestra alma. Tenía, en efecto, una perspicacia del todo celestial, hasta
el punto de creer nosotras que a veces leía nuestro pensamiento. Se la notaba
verdaderamente inspirada. Yo la consultaba en la creencia de que no podía equivocarse
y de que el Espíritu Santo hablaba por su boca, sin que nada se saliese, sin embargo, de
lo ordinario y sin que pareciese darse cuenta de la gracia que obraba por ella.

7 Acontecía molestarla las novicias a tiempo y a destiempo, marearla, hacerle preguntas


indiscretas acerca de lo que escribía (el manuscrito de su vida o alguna carta a alguno de
sus hermanos espirituales). Nunca la vi contestar de una manera impaciente en lo más
mínimo, brusca, ni aun apresurada. Era siempre tranquila y dulce.

8 Como ella misma testimonia de sí, cuando se trataba de decir la verdad, no se detenía
ante nada ni tenía miedo alguno a la guerra. Si era necesario reprendernos, no calculaba
sus fuerzas. Todavía la veo, temblando de fiebre, quemada la garganta, en los últimos
meses de su vida, reunir todo su vigor para afear la imperfección y corregir a una
novicia. En una de estas ocasiones me dijo: Es necesario que muera con las armas en la
mano, teniendo en la boca la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Nota 5)

Su prudencia

9 En los comienzos de su cargo de Maestra de novicias, cuando le contábamos nuestros


combates interiores, nuestra querida Hermanita procuraba sosegarnos, o por medio del
razonamiento, o demostrándonos con claridad que tal o cual de nuestras compañeras no
había obrado mal. Esto llevaba a largas discusiones que no alcanzaban el fin deseado y
que no eran de provecho alguno para nuestras almas. Se dio bien pronto cuenta de ello y
cambió de táctica. En lugar de intentar quitarnos nuestros combates destruyendo su
causa, nos los hacia mirar de frente...

10 Así, por ejemplo, si yo iba a decirle: «¡He aquí que estamos a sábado y mi
compañera de oficina, encargada de llenar esta semana el arcón de leña, no ha pensado
aún hacerlo, mientras que yo pongo en ello tanto cuidado cuando me toca a mi», ella
trataba de familiarizarme con aquella misma cosa que me sumía en la indignación. Sin
que intentase borrar el oscuro cuadro que yo trazaba ante sus ojos ni esclarecerlo, me
obligaba a contemplarlo de más cerca y parecía ponerse de acuerdo conmigo:

- «¡ Bien! Admitámoslo: convengo en que vuestra compañera ha cometido las faltas que
1e atribuís...».

Obraba así para no irritarme y luego, sobre esta base, se ponía al trabajo. Poco a poco
llegaba a hacerme amable mi suerte; hasta llegaba a hacerme desear que las Hermanas
me ahorrasen miramientos y agasajos, que mis compañeras cumpliesen imperfectamente
sus obligaciones, que fuese reprendida en su lugar, acusada de haber hecho mal aquello
de 1o que ni siquiera estaba encargada. En fin, me situaba en los sentimientos más
perfectos. Luego, cuando esta victoria estaba ganada, me citaba ejemplos ignorados de
virtud de la novicia acusada por mí. Muy pronto al resentimiento sucedía la admiración,
y yo pensaba que las otras eran mejores que yo.

Pero aún más: si ella sabía que el famoso arcón de leña había sido llenado ya para
entonces por aquella Hermana después de la inspección que yo había hecho en él, se
guardaba de decírmelo, aun cuando esta revelación habría aniquilado de un golpe mi
combate. Siguiendo, pues, el plan que acabo de trazar, cuando había logrado ponerme
en disposiciones de perfección, entonces me decía sencillamente: «Sé que el arcón está
lleno». Algunas veces nos dejaba para lo último la sorpresa de semejante
descubrimiento y aprovechaba esta circunstancia para demostramos que muy
frecuentemente nos creamos combate a nosotras mismas por razones que no existen y
que son puras imaginaciones.

11 Sor Teresa del Niño Jesús me hablaba a mi, su hermana y novicia, porque tenía
permiso para hacerlo, por estar encargada de mi dirección; pero me di cuenta muchas
veces de que se privaba de desahogarse acerca de lo que le concernía personalmente. No
nos confiaba sus penas, pues tenía por principio que una Superiora debe olvidarse
completamente de sí misma, y cuando se le confía un sufrimiento íntimo o un malestar
de salud, no debe quejarse de esos mismos males. De este modo, nos hacía el bien sin
intentar hacérselo a si misma, sin sacar consuelo alguno de corazón. Me confidenció
que al tomar sobre si la carga del noviciado lo primero que había pedido a Dios era el no
ser nunca amada «humanamente», lo cual le fue concedido (Nota 6) La amábamos
mucho, pero ninguna de nosotras sé veía tentada de fomentar hacia ella ese afecto loco e
inconsiderado que es muchas veces patrimonio de la juventud. Acudíamos a ella por la
necesidad de hallar la verdad.

Algunas Hermanas ancianas, observando su celestial prudencia, fueron también a


consultarla en secreto. Su ascendiente provenía, sobre todo, de su virtud, de su deseo de
llevar las almas a Dios y de los medios que empleaba para lograrlo: la abnegación total
y la oración. Frecuentemente, durante nuestras conversaciones, elevaba su corazón a
Dios, y muchas veces sorprendía yo este movimiento interior.

II
HUMILDAD
POBREZA ESPIRITUAL
ESPÍRITU DE INFANCIA
CONFIANZA
HUMILDAD

1 Entre todas las virtudes, la humildad, sobre todo, alcanzó en santa Teresa del Niño
Jesús los últimos limites. Siguió el «Camino de la infancia espiritual» precisamente para
ser más humilde y más pequeña, o mejor, este Camino, seguido fielmente, la hizo
humilde y sencilla como un niñito.

2 Sor Teresa del Niño Jesús miraba con alegría el hecho de que, no obstante sus nueve
años de vida religiosa, había permanecido siempre en el noviciado, sin formar parte del
Capitulo conventual, y había sido considerada como una «pequeña» (Nota 1)

«¡Señor, sufrir y ser despreciado!»

3 Cuando sufrió la tribulación, tan humillante, de la enfermedad de nuestro venerado


padre, demostró que sus deseos de desprecio no eran letra muerta. ¡Cuántas veces, desde
su adolescencia, no había ella repetido con entusiasmo aquel dicho de S. Juan de la
Cruz: «Señor, sufrir y ser despreciado por vos!». Este era el tema de nuestras
aspiraciones cuando en las ventanas del «Belvedere» platicábamos juntas sobre la vida
eterna (Nota 2)

Querer que se os mande y se os reprenda.

4 «Sería necesario, sobre todo, me decía ella, ser humilde de corazón, y vos no lo sois
mientras no queráis que todo el mundo os mande. Estáis de buen humor mientras las
cosas os salen bien; pero tan pronto como no van a vuestro gusto, vuestro rostro se
ensombrece. No está en esto la virtud. La virtud está en «someterse humildemente bajo
la mano de todos» (Nota 3) , en gozaros de todo aquello que supone: una reprensión
para vos. Al principio de vuestros esfuerzos, la contrariedad aparecerá al exterior y las
criaturas os juzgarán muy imperfecta; pero ahí está el mejor negocio, pues practicaréis
la humildad, que consiste, no en pensar o en decir que estáis llena de defectos, sino en
gozaros de que los otros lo piensen y aun lo digan.

5 «Debiéramos estar muy contentas de que el prójimo nos vitupere alguna vez, pues si
nadie se ocupase de hacerlo, ¿qué sería de nosotras? Va en ello nuestra ganancia...».
En una fiesta de Comunidad en la que se habla representado una «piadosa
recreación» compuesta por ella, fue censurada por su larga duración, y se la mandó
interrumpir (Nota 4) Yo la sorprendí, entre bastidores, enjugándose algunas lágrimas;
luego, habiéndose recobrado, permaneció tranquila y dulce bajo la humillación.
Sor Teresa del Niño Jesús aceptaba con una alegría celestial cualquier reproche:, no
sólo de las Superioras, sino también de las inferiores. Así, se dejaba decir por parte de
las novicias cosas desagradables, sin reprenderías nunca de momento.

*
6 «Estoy dispuesta a aceptar las observaciones cuando son justas, le decía yo; puesto
que obro mal, me avengo a ello. Pero no puedo soportar las reprensiones cuando no he
faltado.

- A mí, replicó ella, me sucede todo lo contrario: prefiero ser acusada injustamente, pues
así no tengo nada que reprocharme, y se lo ofrezco a Dios con alegría; después me
humillo al pensar que sería muy capaz de hacer aquello de que se me acusa».

7 «Me parece, confesaba ella con sencillez, que la humildad es la verdad. No sé si soy
humilde, pero sé que veo la verdad en todas las cosas».

Era costumbre suya clasificarse entre los débiles, de donde vino el apelativo de «almas
pequeñas».

En las instrucciones particulares que daba a cada una de sus novicias siempre se insistía
en la humildad. El fondo de su doctrina era enseñarnos a no afligimos al ver que éramos
la debilidad misma, sino antes bien a gloriarnos en nuestras imperfecciones... (Nota 5)
«¡Es tan dulce sentirse débil y pequeña!», decía ella (Nota 6)

«Tenéis una perrita...»

8 En una ocasión en que Sor Teresa del Niño Jesús me había hecho ver todos mis
defectos, me sentía triste y un poco desamparada. «Yo que tanto deseo poseer la virtud,
me decía a mí misma, heme aquí muy lejos de ella: desearía ardientemente: ser dulce,
paciente, humilde, caritativa; ¡ah, nunca llegaré a serlo! . . . ». Sin embargo, por la tarde,
en la oración, leí que al expresar santa Gertrudis este mismo deseo, Nuestro Señor le
había contestado: «En todas las cosas y por encima de todo ten buena voluntad: esta.
sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Quien
tiene buena voluntad, deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de
compartir mis sufrimientos, de amarme y de servirme tanto cuanto todas las criaturas
juntas, ése recibirá indudablemente recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le
aprovechará a veces más de lo que aprovechan a los otros sus buenas obras».

9 Muy contenta con este buen pensamiento, enteramente a mi favor, se lo comuniqué a


nuestra queridita Maestra, la cual pujó la postura y añadió: «¿Habéis leído lo que se
cuenta en la vida del Padre Surin? Estaba haciendo un exorcismo, y los demonios le
dijeron: «Salimos adelante con todo; lo único que no logramos hacer es resistir a esa
perra de la buena voluntad» (Nota 7) Pues bien: si no tenéis la virtud, tenéis en cambio
una «perrita» que os salvará de todos los peligros; ¡consolaos, ella os llevará al Paraíso!

- ¡Ah! ¿Qué alma no desea poseer la virtud? ¡ Este es el camino común! ¡ Pero qué
pocas son las que aceptan caer, ser débiles, las que se gozan de verse por tierra y de que
los demás las sorprendan caídas!

Motivos de humillación

10 Un día que yo estaba desanimada, y atribuía este estado de depresión a mi fatiga, ella
me dijo: . «Cuando no practicáis la virtud, no habéis de creer nunca que es debido a una
causa natural, como la enfermedad, el tiempo, o el mal humor. Debéis buscar un gran
motivo de humillación y colocaros entre las almas pequeñas, puesto que no podéis
practicar la virtud sino de una manera tan débil. Lo que ahora necesitáis no es practicar
las virtudes heroicas, sino adquirir la humildad. Para ello será necesario que vuestras
victorias vayan siempre mezcladas con algunas derrotas, de suerte que no podáis
complaceros en ellas. Por el contrario, su recuerdo os humillará, mostrándoos que no
sois un alma grande. Hay algunas que mientras están en este mundo no tienen nunca la
alegría de verse apreciadas de las criaturas lo cual les impide creer que tienen la virtud
que ellas admiran en otras.

«Un pequeño sistema...»

11 «Últimamente, me dijo, sentí un movimiento natural contra una Hermana; creo que
ella no se dio cuenta, pues el combate era interior. Sin embargo, he fomentado en mí el
pensamiento de que aquella religiosa me había hallado sin virtud, y me he sentido muy
dichosa pensándolo así».
Otra vez, en una ocasión semejante, me decía: «Me colma de. alegría el haber
sido imperfecta, Dios me ha concedido hoy grandes gracias, es un buen día...». Yo le
pregunté entonces cómo podía probar esos sentimientos. «Mi pequeño sistema, me
contestó, consiste en estar siempre alegre, en sonreír siempre, lo mismo cuando caigo
que cuando consigo una victoria».

12 Esta alma, tan fuerte, dudaba tanto de si misma que se creía capaz de los más
grandes pecados,. Había escrito al pie de una estampa de Jesús crucificado éstas
palabras, que traducían las disposiciones habituales de su alma: «Señor, vos sabéis que
os amo... (Nota 8) , pero tened piedad de mi, pues no soy más que un pecador» (Nota 9)

13 Me recordaba una pequeña anécdota en la que había tocado como con el dedo la
frivolidad humana, a la que nadie puede sustraerse.
La noche de Navidad de 1887, noche en que esperaba entrar en el Carmelo, fue para
ella de extraordinaria aflicción: viéndose todavía en el mundo, a pesar de todas sus
diligencias, su alma agonizaba.
«¡Pues bien!, me dijo ella más tarde; ¿queréis creer que a pesar de este océano de
amargura en el que me veía abismada, estaba contenta de estrenar mi bonito sombrero
azul, adornado con una paloma blanca? ¡Qué extrañas son estas sinuosidades de la
naturaleza!».

La verdadera alegría

14 Yo notaba que cualquiera cosa de 1a que uno se alegra, un pensamiento festivo, aun
piadoso, acaba por cansar el corazón cuando nos apegamos a ella, y que la persistencia
de una alegría se convierte en tristeza. Ella me contestó:
- «Sólo en Dios se halla el reposo, y la verdadera alegría que no cansa nunca es la
que nace del desprecio de sí mismo. Por eso, a propósito de vuestra debilidad de ayer...
(yo había derramado algunas lágrimas, pues me costaba ir a visitar a las enfermas
después de Maitines, por estar muy cansada, y una Hermana lo había visto): si la
Hermana que os ha sorprendido os juzga sin virtud y vos misma convenís en ello de
todo corazón, he ahí la verdadera alegría.
- ¡Oh! Tenéis razón. Comprendo muy bien lo que debería hacer, lo veo claramente,
y, sin embargo, no puedo obrar. ¡No, yo no llegaré nunca a ser buena!
- Sí, sí, llegaréis: Dios os hará llegar.
- Sí, pero las criaturas no se darán nunca cuenta de ello, y si caigo siempre, se me
juzgará siempre imperfecta, mientras que en vos ellas reconocen la virtud.
- ¡Es porque nunca lo he deseado! Lo que hace falta es que se os juzgue siempre
imperfecta: ahí está vuestra ganancia. La dicha consiste en creerse a sí misma
imperfecta y en hallar perfectos a los demás. Con que se os juzgue sin virtud no se os
quita nada ni os vuelve más pobre; las otras son las que pierden alegría interior, pues
nada hay más dulce que pensar bien de nuestro prójimo. Tanto peor para los que os
juzgan desfavorablemente, y tanto mejor para vos, si os humilláis por amor de Dios.

15 - Yo le confesaba: «Me encuentro en una disposición de espíritu en la que me parece


que ya no pienso.

- No importa, me contestó: Dios conoce vuestras intenciones. Y empleando adrede


para hacerme sonreír un jerga especial bien conocida de nosotras dos, añadió: «Tanto
seréis dichosa, cuanto seáis humilde». (Nota 10)

16 - ¡Oh, cuando pienso, le decía yo, en todo lo que tengo que adquirir!

- ¡Decid mejor: perder!... Jesús llenará vuestra alma de esplendores a medida que
vos la desembaracéis de imperfecciones.

«No llegaréis a practicar la virtud, me decía ella con frecuencia: queréis escalar una
montaña, y Dios quiere haceros descender al fondo de un valle fértil donde aprenderéis
el desprecio de vos misma».

El Santo que jugaba al columpio

17 Yo soñaba siempre con dar buen ejemplo a mi alrededor, quería que las novicias me
tomasen por modelo; por eso, cuando tenía la desgracia de caer, lo creía todo perdido:
«Eso, me decía ella, es buscarse a si misma, un celo falso y una ilusión. Se cuenta
que un Obispo, deseando conocer a un Santo que gozaba de alta reputación, fue a
buscarle, acompañado de los grandes de su séquito. El Santo, viendo venir de lejos al
Prelado con su corte, tuvo un movimiento de vanidad; por lo que, queriendo reaccionar
y viendo a unos niños que jugaban en un columpio sobre el tronco de un árbol, hizo
bajar prontamente a uno y ocupó su lugar. El Obispo le tomó por loco y se volvió sin
más examen.
»Así, con frecuencia, el alma no se halla con suficiente fuerza para soportar la
alabanza; entonces debe sacrificar, a veces, por su propia santificación aun lo que en
apariencia es un bien. Habéis de alegraros de caer, porque, si cayendo no hay ofensa de
Dios, ha de hacerse expresamente a fin de humillarse».

Como la Santísima Virgen...


18 Era indiferente a lo que se pensaba de ella, hasta cuando las demás se desedificaban
de alguna apariencia. Por eso, al principio de su enfermedad, viéndose obligada a ir a
tomar medicinas algunos minutos antes de la comida, una Hermana anciana se
sorprendió de ello, y se quejó, pareciéndole que faltaba a la observancia regular. Sor
Teresa del Niño Jesús no habría necesitado más que decir una palabra para excusarse y
devolver la calma a aquella Hermana. Sin embargo, se guardó bien de hacerlo, tomando
como ejemplo la conducta de la Santísima Virgen, que prefería dejarse difamar antes
que excusarse ante san José. Ella me hablaba muchas veces de esta conducta, tan
sencilla y tan heroica.
A imitación de María, su gran táctica era el silencio. Gustaba de «guardar todas las
cosas en su corazón»(Nota 11), anto sus alegrías como sus penas. Esta reserva
constituyó su fuerza y el punto de arranque de su perfección, algo así como su sello
exterior, pues era notable sobre toda ponderación.

POBREZA ESPIRITUAL

19 Como recuerdo de mi Profesión, mi querida Hermanita me pintó un escudo de armas


que yo había compuesto con la divisa: «Quien pierde gana». Ella me explicaba que en
la tierra era necesario perderlo todo, dejarse despojar de todo para llegar a la pobreza de
espíritu.

20 Prefería que las otras recibiesen gracias interiores antes que recibirlas ella misma; y
yo vi cómo habiendo encontrado un libro que le hacía mucho provecho, se lo pasaba,
sin acabarlo, a las Hermanas, y no lograba nunca terminar la lectura.
Si Dios le concedía luces, nos las comunicaba en cuanto le era posible... Pero hubo a
veces luces de éstas, vivas y penetrantes, que no hicieron sino mostrársele, sin dejar en
ella recuerdo alguno: «Al punto quería recobrarlas, me dijo, pero era imposible;
entonces, en lugar de fatigarme en buscar lo que había producido aquella alegría en mi
alma, me contentaba con gozar del bálsamo que me había dejado, sin saber cómo había
venido, y me sentía dichosa con esta pobreza. . . .»
Como los niñitos que no tienen nada propio y dependen absolutamente de sus
padres, ella deseaba que se viviese al día, sin hacer provisiones espirituales.

21 «Si Dios quiere pensamientos bellos y sentimientos sublimes, tiene a sus ángeles...
Hasta podría crear almas tan perfectas que no tuviesen ninguna de las debilidades de
nuestra naturaleza. Mas no: él cifra sus complacencias en las pobrecitas criaturas débiles
y miserables. ... ¡Sin duda que esto le gusta más!».

No apoyarse en nada

22 Sor Teresa traía a la memoria las palabras y los pasajes de los Libros Santos para
alimentar su piedad.

Yo le dije: «¡Eso es lo que yo querría hacer, pero no tengo bastante memoria!».


- ¡Ah! ¿De modo que queréis poseer riquezas, tener posesiones? Apoyarse en eso es
apoyarse en un hierro ardiente: queda siempre una pequeña marca. Es necesario no
apoyarse en nada, ni siquiera en lo que puede ayudar a la piedad. La nada, en verdad,
consiste en no tener ni deseo ni esperanza de alegría. ¡Qué dichoso es uno entonces!
¿Dónde se hallará alguien que esté perfectamente exento de la vergonzosa búsqueda de
sí mismo?, dice la Imitación de Cristo: Habrá de buscársele muy lejos y en los últimos
confines de la tierra (Nota 12) Muy lejos, es decir, muy bajo... Muy bajo en su propia
estimación, muy bajo por su humildad; muy bajo, es decir, alguien que sea enteramente
pequeño...».

«Todo el mundo busca los pronósticos»

23 Ella me decía:
«Os entregáis demasiado a lo que hacéis, como si cada cosa fuese vuestro último
fin, y estáis constantemente deseando haberlo logrado, os sorprendéis de caer. ¡Es
necesario contar siempre con caer! (Nota 13) Os preocupáis del futuro como si fueseis
vos quien debe disponerlo; así, comprendo vuestra ansiedad. Os estáis diciendo
continuamente: ¡Oh Dios mío!, ¿qué saldrá de mis manos? Todo el mundo busca de esta
manera los pronósticos, es lo corriente; quienes no los buscan son únicamente los
pobres de espíritu».

Vanidad de la estimación de las criaturas

24 Yo manifestaba el deseo de que las criaturas tomasen en cuenta mis esfuerzos y


notasen mis progresos.
«Obrar así, replicó vivamente Sor Teresa, es imitar a la gallina, que tan pronto como
ha puesto, se lo advierte a todos los que pasan. Vos queréis, como ella, que luego que
habéis obrado bien, o que vuestra intención ha sido irreprochable, todo el mundo lo sepa
y os estime...
»Gran vanidad es querer ser apreciada de veinte personas que viven con nosotras, y
de las cuales cada una se ocupa, en su pequeño centro, de sus respectivas intenciones, de
su salud, de su familia, de sus progresos espirituales o de sus intereses personales, que
dejan escapar palabras más o menos felices! Pero al leer las semblanzas de los santos,
pienso que también ellos estuvieron sujetos a muchas debilidades, que de su boca
salieron en algunos casos expresiones enteramente humanas, a veces vulgares. Entonces
pienso que no quiero ser amada ni estimada más que en el cielo.. , pues solamente allí
será todo perfecto».

25 Al contrario de mi querida hermanita, que no tenía más que un deseo, el de que nadie
se percatase de sus sacrificios, yo, siempre seducida por la vanagloria, me esforzaba en
atraer la atención sobre lo que hacía. Ella me decía entonces:
«¡Os empeñáis en hacer que vuestras obras rindan! Hay muchos que se dedican a
eso. Yo, por mi parte, me guardo mucho de hacerlo; tendría miedo de no ganar bastante.
Por el contrario, escondo cuanto me es posible lo que hago y lo pongo en el banco de
Dios, sin preocuparme de si rinde o no».

Mantas gastadas e interés personal


26 Un día que apaleábamos unas mantas, se me ocurrió decir de mal talante que
tuvieran más cuidado, pues estaban muy deterioradas.
Sor Teresa del Niño Jesús me hizo entonces esta observación: «¿Qué haríais si no
estuvieseis vos encargada de remendar esas mantas? ¡Obraríais con desinterés de
espíritu! Si entonces advirtieseis que fácilmente se pueden desgarrar, obraríais sin
apego. Por lo tanto, cuidad de que en ninguna de vuestras acciones se deslice ni la más
ligera sombra de interés personal».

«Hacer el sacrificio de no recoger los frutos»

27 «Hasta la edad de catorce años, me confidenció ella, practiqué la virtud sin sentir su
dulzura; no recogía los frutos: era mi alma como un árbol cuyas flores caen a medida
que se abren. Haced a Dios el sacrificio de no coger los frutos, es decir, de sentir
durante toda vuestra vida repugnancia en sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores
de vuestros deseos y de vuestra buena voluntad caer en tierra sin producir nada. En un
abrir y cerrar de. ojos, al momento de morir, él hará madurar hermosos frutos en el árbol
de vuestra alma».
Dios tuvo a bien demostrarme cuánta razón tenía mi Teresa, pues leí en el
Eclesiástico este pasaje, que le comuniqué y la encantó:
«Había un hombre falto de fuerza y muy necesitado, y Dios le miró con ojos
benignos, le alzó de su abatimiento y le hizo levantar la cabeza; muchos se
maravillaron, y glorificaron a Dios. Abandónate en Dios y sé fiel, pues le es fácil al
Señor enriquecer de un golpe al pobre. Su bendición se apresura a recompensar al
justo y hace fructificar sus: progresos en un breve instante» (Nota 14)

ESPÍRITU DE INFANCIA

28 Nuestra querida Maestra nos enseñaba en todo momento su «Caminito». Así llamaba
a su espiritualidad, es decir, a su sistema de ir a Dios. «Para andar por el caminito,
declaraba, hay que ser humilde, pobre de espíritu y sencillo».
¡Cómo habría ella gustado, de haberla conocido, esta oración de Bossuet! (Nota 15)
«¡Gran Dios! ..., no permitáis que ciertos espíritus, de los que unos se clasifican
entre los sabios y otros entre los espirituales, puedan jamás ser acusados ante vuestro
inapelable Tribunal de haber contribuido en algún modo a cerraros la puerta de no sé
cuántos corazones, por el solo hecho de que vos queríais entrar en ellos de una manera
cuya sola sencillez les extrañaba, y por una puerta que, aunque está abierta de par en par
por los santos desde los primeros siglos de la Iglesia, ellos, tal vez, no conocían aún
suficientemente. Antes bien, haced que, volviéndonos todos tan pequeños como niños, a
la manera que Jesucristo lo ordenó, podamos entrar una vez por esta puertecita, a fin de
poder después enseñársela a los demás más segura y más eficazmente».
Así sea.

29 Teresa supo maravillosamente, con la luz revelada a los pequeños, descubrir esta
puerta de salud y enseñársela a los otros. ¿No han fijado, acaso, tanto la Sabiduría
divina como la sabiduría humana en este espíritu de infancia «la verdadera grandeza del
alma?». Por ejemplo, dos grandes filósofos chinos, anteriores a la era cristiana, así lo
habían establecido en estas poderosas definiciones:
«La virtud madura tiende al estado de infancia». (Lao-Tsé, siglo VII antes de
Jesucristo).
«Es grande el hombre que no ha perdido su corazón de niño». (Meng-Tsé, siglo IV
antes de Jesucristo) (Nota 16)
Para nuestra Santa, este «caminito» consistía prácticamente en la humildad, como ya
he dicho.
Pero se traducía también por un espíritu de infancia muy acusado.
Por eso, gustaba ella mucho de hablarme sobre estas sentencias que sacaba del
Evangelio:
«Dejad que se me acerquen los niñitos, pues de ellos es el reino de los cielos... Sus
Ángeles contemplan continuamente el Rostro de mi Padre Celestial... Quien se hiciere
pequeño como un niño, será el más grande en el reino de los cielos. Jesús abrazaba a
los niños después de haberles bendecido». EVANGELIO.
Ella había copiado estas palabras, tal como las reproducimos (Nota 17), en el
reverso de una estampa sobre la que estaban pegadas las fotografías de nuestros cuatro
hermanitos, que habían volado al cielo en tierna edad. Me la regaló, guardándose otra
parecida en su breviario. Las fotos están ahora borradas, en parte, por el tiempo.
30 A estos textos evangélicos había añadido otros, sacados de la Sagrada Escritura, que
la encantaban, y siempre en relación con el Espíritu de infancia:
«Dichosos aquellos a quienes Dios justifica sin las obras, pues al que trabaja, el
salario no se le cuenta como una gracia, sino como una deuda... Reciben, pues, un don
gratuito los que sin hacer las obras son justificados por la gracia en virtud de la
redención, cuyo autor es Jesucristo». (Epístola de San Pablo a los Romanos 4, 4-6)
«El Señor conducirá a los pastos su rebaño. Reunirá a los corderitos y les tomará
en su regazo». Isaías, cap. XL, 11.
En el reverso de otra estampa grande, había reunido otras citas escriturísticas,
algunas de las cuales repetían las precedentes. Pero es interesante ver hasta qué punto
esclarecían su Camino.
«¡Si alguno es pequeñito, que venga a mí!» (Proverbios) «Quien se hiciere pequeño
como un niño, será el más grande en el reino de los cielos. . . » (Evangelio)
El Señor reunirá a los corderitos y les tomará en su regazo.
«Como una madre acaricia a su niño, así os consolaré yo: os llevaré sobre mi
regazo y os acariciaré sobre mis rodillas». (Isaías 46, 13).
«De la misma manera que un padre siente ternura para con sus hijos, el Señor
siente compasión para con nosotros; tanto como dista el levante del poniente, tanto ha
alejado él de nosotros los pecados de que somos culpables. El Señor es compasivo y
lleno de dulzura, parco en castigar y abundante en misericordia» (Salmo 102, 12)

31 Amaba también muy particularmente otra estampa que representaba a un niño


sentado sobre las rodillas de Nuestro Señor y haciendo esfuerzos por alcanzar su divino
rostro y besarlo.
Le enseñé un recordatorio con la fotografía de un niño, muerto en tierna edad; ella
señaló con su dedo el rostro del niño, diciendo con ternura y orgullo:
«¡Están todos bajo mi dominio!», como si previese ya su título de «Reina de los
Pequeñitos».

32 Sor Teresa del Niño Jesús era alta, medía un metro sesenta y dos, mientras que la
Madre Inés de Jesús era mucho más baja. Yo 1e dije un día:
«Si se os hubiese dado a escoger, ¿qué hubierais preferido: ser alta o baja?
Y me contestó sin vacilar:
«Hubiera escogido ser baja para ser pequeña en todo».

Devoción al misterio de la Encarnación y del Pesebre

33 Festejaba con la mayor piedad todos los años el 25 de marzo, pues decía ella: «Este
es el día en que Jesús, en el seno de Maria, fue más pequeño».
Pero amó muy particularmente el Misterio del Pesebre. Allí le reveló el Niño Jesús
todos sus secretos sobre la sencillez y el abandono.
Al contrario del heresiarca Marción, que decía con desprecio: «Quitadme esos
pañales y ese pesebre indignos de un Dios», Teresa estaba prendada de la humillación
de Nuestro Señor al hacerse pequeñito por amor nuestro.. Ella escribía con gusto sobre
las estampas de Navidad que pintaba este texto de San Bernardo: «Jesús, ¿quién os hizo
tan pequeño? - ¡El Amor!».
El nombre de Teresa del Niño Jesús, que le había sido dado a los nueve años,
cuando manifestó su deseo de hacerse carmelita, continuó siendo siempre para ella una
actualidad, y se esforzó constantemente por merecerlo. Haría esta oración: «Oh, Niñito
Jesús, mi único tesoro: yo me abandono a tus divinos caprichos; no quiero otra alegría
que la de hacerte sonreír. Imprime en mí tu gracia y tus virtudes infantiles, a fin de que
el día de mi nacimiento en el cielo, los Ángeles y los Santos reconozcan en mí a tu
pequeña esposa: Teresa del Niño Jesús».
Estas virtudes infantiles que deseaba, habían causado antes que su admiración la del
austero San Jerónimo, que no fue por eso tachado de puerilidad.

Ladrones del cielo

34 «Mis protectores del cielo y mis privilegiados son los que lo han robado como los
santos Inocentes y el buen ladrón. Los grandes santos lo han ganado por sus obras; pero
yo quiero imitar a los ladrones, quiero obtenerlo por astucia, una astucia de amor que
me abrirá la entrada, a mí y a los pobres pecadores. El Espíritu Santo me anima a ello,
puesto que dice en los Proverbios: «¡Oh, pequeñín! Ven, aprende de mí la astucia!»
(Proverbios 1, 4).

La morada de los niñitos

35 Le hablaba yo de las mortificaciones de los santos; ella me contestó: «¡Qué bien ha


hecho Nuestro Señor con advertirnos de que en la casa de su Padre hay muchas
moradas! (Juan 14, 2) De lo contrario nos lo hubiera dicho...
»Sí, si todas las almas llamadas a la perfección hubieran debido, para entrar en el
cielo, practicar esas maceraciones, él nos lo hubiera dicho, y nosotros, nos las
hubiéramos impuesto valientemente. Mas él nos anuncia que en su casa hay muchas
moradas. Si hay las de las grandes almas, la de los Padres del desierto y la de los
mártires de la penitencia, debe haber también la de los niñitos. Nuestro lugar está
reservado allí, si le amamos mucho a El y a nuestro Padre celestial y al Espíritu de
Amor».
Sor Teresa del Niño Jesús era, ya se ve, un alma muy sencilla, que se santificó por
medios ordinarios.
Se comprende que la frecuencia de dones extraordinarios en su vida hubiera sido
contraria a los que decía ser los designios de Dios sobre ella. Su vida había de ser
sencilla para servir de modelo a las almas pequeñas.
Los niñitos no se condenan

36 «¿Qué haríais, le decía yo, si pudieseis volver a empezar vuestra vida religiosa?
- Me parece, respondió, que haría lo mismo que he hecho.
- Entonces, ¿no compartís el sentimiento de aquel solitario que afirmaba: «Aunque
hubiese vivido largos años en la penitencia, mientras me quedase un cuarto de hora, un
soplo de vida, temería condenarme?».
- No, no puedo compartir ese temor; soy demasiado pequeña para condenarme: los
niñitos no se condenan».

Pasar bajo el caballo

37 Toda desanimada, con el corazón todavía oprimido por un combate que me parecía
insuperable, fui a decirle: «¡Esta vez es imposible, no puedo sobreponerme!
- Eso no me maravilla, me respondió. Somos demasiado pequeñas para
sobreponernos a las dificultades; es necesario que pasemos por debajo de ellas».
Me recordó entonces este episodio de nuestra infancia:
«Nos hallábamos en casa de unos vecinos (Nota 18) , en Alençon; un caballo nos
impedía la entrada al jardín. Mientras las personas mayores buscaban un modo de pasar,
nuestra amiguita (Nota 19) no halló otro más fácil que el de pasar por debajo del
animal. Se deslizó la primera, y me tendió la mano; yo la seguí arrastrando a Teresa, y
sin curvar mucho nuestra pequeña estatura, logramos nuestro objeto.
«Ved lo que se gana con ser pequeña, concluyó ella. No hay obstáculos para los
pequeños; se cuelan por todas partes. Las almas grandes pueden pasar sobre los
negocios, examinar las dificultades, llegar por el razonamiento o por la virtud a
colocarse por encima de todo; pero nosotras, que somos pequeñitas, hemos de
guardarnos mucho de intentarlo. ¡Pasemos por debajo!
«Pasar por debajo de los asuntos es no mirarlos de demasiado cerca, no razonarlos»
(Nota 20)

Dirigir la intención

38 Durante su enfermedad, aceptaba los remedios más repugnantes y los tratamientos


más penosos con una paciencia inalterable, aun dándose cuenta de que era cosa perdida;
pero nunca manifestó la fatiga que se le seguía de ello. Me confidenció haber ofrecido a
Dios todos aquellos cuidados inútiles por un misionero que no tendría ni tiempo ni
medios para cuidarse, pidiendo que todo aquello le fuese provechoso... Como yo le
manifestase mi pena por no tener tales pensamientos, me contestó:
«Esta intención explícita no es necesaria para un alma que se ha entregado
enteramente a Dios. El niñito, en el seno de su madre, toma la leche maquinalmente, por
decirlo así, sin presentir la utilidad de su acción, y mientras tanto vive y se desarrolla;
sin embargo, no es ésa su intención».
Y me decía además: «Un pintor que trabaja para su maestro no necesita repetir a
cada pincelada: esto es para el señor tal, esto es para el señor tal... Basta con que se
ponga al trabajo con la intención de trabajar para su maestro. Bueno es recoger
frecuentemente el pensamiento y dirigir la intención pero sin apremio de espíritu. Dios
adivina los pensamientos bellos y las intenciones ingeniosas que quisiéramos tener. El
es un Padre y nosotros sus hijitos».

«Jesús no puede estar triste a causa de nuestros regateos»


39 Yo le decía: «Tengo que trabajar, si no Jesús estaría triste...».
- «¡Oh, no! Estaríais triste vos. El no puede estar triste a causa de nuestros regateos
(Nota 21) ¡Pero, qué pena para nosotros no darle todo lo que podemos!».

Ser santa sin crecer...

40 Porque era profundamente humilde, Sor Teresa del Niño Jesús se sentía incapaz de
subir la «áspera escalera de la perfección»; por eso se dedicó a volverse cada vez más
pequeña, a fin de que Dios se hiciese completamente cargo de sus cosas y la llevase en
sus brazos, como acaece en las familias con los niñitos. Quería ser santa, pero sin
crecer, porque así como las pequeñas travesuras de los niños no contristan a sus padres,
así las imperfecciones de las almas humildes no pueden ofender gravemente a Dios, y
sus faltas no les son tenidas en cuenta, según el dicho de los Libros Santos: «A los niños
se les perdona por compasión» (Sabiduría 6, 6) . En consecuencia, se guardaba mucho
de desear ser perfecta y de que las demás la creyesen tal, pues con eso habría crecido, y
Dios la dejaría andar sola.

41 «Los niños no trabajan para ganarse una posición, decía ella; si son buenos, es para
complacer a sus padres. Por eso, no se ha de trabajar para llegar a ser santas, sino para
agradar a Dios».

Cómo besar el crucifijo

42 Durante su enfermedad, habiéndome portado imperfectamente, y arrepintiéndome


mucho de ello, me dijo: «Besad el crucifijo ahora mismo.»
Yo le besé en los pies.
- «¿Es ahí donde una hija besa a su padre? ¡Pronto, pronto; se besa el rostro!».
Yo lo besé.
- «Y ahora se deja una besar».
Hube de arrimar el Crucifijo a mi mejilla, y entonces me dijo:
- «¡Esta vez está bien, todo queda olvidado!».

El patrimonio de los niñitos

43 «Nuestro Señor respondía en otro tiempo a la madre de los hijos de Zebedeo:


«Estar a mi derecha y a mi izquierda pertenece a aquéllos a quienes mi Padre se lo
ha destinado» (Mateo 20, 23; Marcos 10, 40) . Me figuro que estos puestos de elección,
rehusados a los grandes santos, a los mártires, serán el patrimonio de los niñitos...
«¿No hacía ya David esta predicción cuando dijo que el pequeño Benjamín presidirá
las asambleas (de los santos)?» (Salmo 67, 28)
Le preguntaban una vez bajo qué nombre deberíamos invocaría cuando estuviese en
el cielo.
«Me llamaréis Teresita respondió humildemente».

CONFIANZA
44 Sus conversaciones sobre el amor y la misericordia de Dios no se agotaban nunca.
Su confianza era invencible, y si deseaba desde su adolescencia «llegar a ser una Santa
y una gran Santa», como lo declara en el capítulo IV de su Vida, su ambición iba a
perderse en la infinita riqueza de los méritos de Jesús, «que eran propiedad suya», decía
ella. Por eso, aun las más altas esperanzas no le parecían temerarias.
Aseguraba que no se había de temer el desear demasiado, el pedir demasiado a Dios:
«En la tierra hay gentes que saben hacerse invitar, que se cuelan por todas partes... Si
pedimos a Dios algo que no entraba en sus cálculos darnos, es tan poderoso y tan rico,
que se le hace ya puntillo de honor decirnos que no, y lo da...»
45 Pero no empleaba nunca esta santa audacia para solicitar consuelos, ni aun
aligeramiento de penas. En cuanto a las gracias temporales, era muy circunspecta. Creía
que Dios no le rehusaría nada, y usaba de una gran reserva «por miedo, confidenciaba
ella, de que Dios se creyese obligado a escucharla». Por consiguiente, cuando pedía un
favor o un alivio, era por complacer a los demás, y aun entonces hacía «pasar sus
oraciones por manos de la Santísima Virgen» y daba esta razón: «Pedir a la Santísima
Virgen no es lo mismo que pedir a Dios. Ella sabe muy bien lo que tiene que hacer con
mis pequeños deseos, si los ha de trasmitir o no...; en fin, a ella le toca juzgar, para no
forzar la voluntad de Dios a que me escuche, para dejarle hacer en todo su voluntad».
Cuando expresaba su deseo de «hacer el bien en la tierra después de su muerte»,
ponía como condición que «miraría los ojos de Dios para saber si aquello era su
voluntad». Nos hacía notar que este abandono imitaba la oración de la Santísima
Virgen, la cual en Caná se contenta con decir: «No tienen vino» (Juan 2, 3) Del mismo
modo, Marta y María dicen solamente: «Aquél a quien vos amáis está enfermo» (Juan
11, 3) Ellas exponen sencillamente sus deseos sin formular una petición, dejando a
Jesús en libertad de hacer lo que quiera.

Quietismo, no
46 Aunque caminó por esta vía de confianza ciega y total, que ella llama «su caminito»
o «Camino de infancia espiritual», nunca descuidó la cooperación personal, antes bien
dio a ésta una importancia que llenó toda su vida de actos generosos y continuados,
Así lo entendía ella y así nos lo enseñó constantemente en el noviciado.
Un día que yo había leído estas palabras en el Eclesiástico: «La misericordia prepara
a cada uno su lugar según el mérito de sus obras y según la prudente conducta de su
peregrinación en esta vida» (Eclesiástico 16, 15), le hice observar que ella tendría un
hermoso lugar, pues había dirigido su barca con una sublime prudencia; pero ¿por qué
se decía: según el mérito de sus obras?
Me explicó entonces con energía que el abandono y la confianza en Dios se
alimentaban del sacrificio. «Hay que hacer, me dijo, todo cuanto está en nosotros, dar
sin medida, renunciarse continuamente, en una palabra, probar nuestro amor por
medio de todas las buenas obras que están en nuestro poder... Pero como, al fin de
cuentas, todo esto es bien poca cosa..., es necesario, cuando hayamos hecho todo lo que
creemos deber hacer, confesarnos «siervos inútiles» (Lucas 17, 10), esperando, no
obstante, que Dios nos dé por gracia todo lo que deseamos.
«He aquí lo que esperan las almas pequeñas que «corren» por el camino de
infancia: Digo «corren» y no «descansan».

«No ir al Purgatorio»
47 Mi querida Hermanita me inculcaba a cada momento este deseo humildemente
confiado, del cual vivía intensamente. Esta era la atmósfera que respiraba como el aire.
Era yo todavía postulante cuando la noche de Navidad de 1894 hallé en mí zapato
una poesía que Teresa me había compuesto a nombre de la Santísima Virgen. Allí leí
esto:
Tu corona trenzará
Jesús, si buscas su Amor.
Un día te hará reinar,
si le das tu corazón.

Tras la noche de la vida


verás su dulce mansión,
y a aquella cumbre divina
volará tu alma veloz.
En su Acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Dios, hablando de su propio
amor, ella termina así:
«...¡ Que este martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de
Vos, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de
Vuestro Misericordioso Amor! . . .»
Estaba, pues, siempre bajo la impresión de esta idea, cuya realización no ponía en
duda, según el dicho de nuestro Padre San Juan de la Cruz, que ella se apropiaba:
«Cuanto más quiere darnos Dios, tanto más nos hace desear» (Nota 22)

48 Basaba su esperanza relativa al Purgatorio sobre el abandono y el Amor, sin olvidar


su tan amada humildad, virtud característica de la infancia. El niño ama a sus padres, y
no tiene otra pretensión que la de abandonarse totalmente en ellos, pues se siente débil e
impotente.
Me decía: «¿Riñe un padre a. su hijo cuando él mismo se acusa? ¿Le impone un
castigo? No, seguramente, sino que le estrecha contra su corazón.
En apoyo de este pensamiento me recordó una historia que habíamos leído en
nuestra infancia: Habiendo salido un rey de caza, perseguía a un conejo blanco, que sus
perros estaban a punto de alcanzar; en esto, el conejito, viéndose perdido, retrocedió
rápidamente y saltó a los brazos del cazador. Este, conmovido ante tanta confianza, no
quiso separarse más del conejo blanco ni permitió que nadie le tocara, reservándose el
cuidado de alimentarle.
«Así obrará Dios con nosotras,, me dijo, si perseguidas por la justicia, figurada en
los perros, buscamos refugio en los brazos mismos de nuestro Juez...».

49 Si es verdad que al decir esto pensaba en las almas pequeñas que siguen el Camino
de la Infancia espiritual, no por eso excluía de esta esperanza atrevida aun a los grandes
pecadores.
Por eso Sor Teresa del Niño Jesús pudo escribir en su manuscrito: «¡Ah, lo sé! Aún
cuando yo tuviese sobre la conciencia todos los crímenes que se pueden cometer, no
perdería nada de mi confianza; iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a
arrojarme en los brazos de mi Salvador. Sé que ama al hijo pródigo, he oído las palabras
que dirige a santa Magdalena, a la mujer adúltera, a la Samaritana. ¡No! Nadie podría
asustarme, pues sé a qué atenerme respecto de su amor y de su misericordia. Sé que toda
esa multitud de ofensas se abismaría en un abrir y cerrar de ojos, como una gota de
agua arrojada en un brasero ardiendo» (Nota 23)

50 Inmediatamente después de mi entrada en el Carmelo, había pedido permiso para


leer la historia de los Padres del desierto. Había sacado de ella algunas notas, entre las
cuales ésta, que impresionó a mi querida Hermanita hasta tal punto que sintió no haberla
introducido en su autobiografía, y recomendó con instancia que se le añadiese:
«Una pecadora, llamada Paesia, asolaba la comarca con sus escándalos. Un Padre
del desierto, Juan el Nain, fue a buscarla, y como la exhortase a la penitencia de sus
pecados, ella le dijo: Padre mío: ¿hay todavía posibilidad de penitencia para mí?
- Sí, dijo el Santo; os lo aseguro.
- Llevadme a donde creáis conveniente para hacerla, le respondió ella.
»Se levantó en seguida, y le siguió sin decir nada en su casa, sin siquiera decir una
palabra a nadie.
»Como hubiesen entrado en el desierto y se acercase la noche, Juan hizo un montón
de arena en forma de almohada, lo señaló con el signo de la cruz, y dijo a Paesia que se
acostase. Luego, él se colocó más lejos para dormir también, después de haber orado.
Pero, habiéndose despertado a media noche. vio un rayo de luz que descendía del cielo
sobre Paesia y que servía como de camino a muchos ángeles que llevaban su alma al
cielo. Sorprendido de esta visión, fue hacia Paesia, a quien empujó con el pie para ver si
estaba muerta, y vio que había entregado su alma a Dios. Al mismo tiempo, oyó una voz
milagrosa que le decía: Su penitencia de una hora ha sido más agradable a Dios que la
que otros hacen durante largo tiempo, pues éstos no la hacen con tanto fervor como
aquélla» (Nota 24)

51 Muchas veces, Sor Teresa me había hecho notar que la justicia de Dios se contentaba
de bien poca cosa cuando el motivo de obrar era el amor, y que entonces moderaba
hasta el exceso la pena temporal debida al pecado, pues Dios es todo dulzura.
«He comprobado por experiencia, me confidenció, que después de una infidelidad,
aun ligera, el alma debe sufrir durante algún tiempo cierto malestar. Entonces me digo a
mí misma: «Hija mía, es el precio de tu falta», y soporto pacientemente el pago de la
pequeña deuda».
Mas a eso se limitaba, así lo esperaba ella, la satisfacción reclamada por la justicia,
en los que son humildes y se abandonan en Dios con amor. No veía abrirse para ellos la
puerta del Purgatorio; antes bien, pensaba que el Padre de los cielos, respondiendo a su
confianza con una gracia de luz a la hora de la muerte, haría nacer en sus almas, a la
vista de su miseria, un sentimiento de contrición perfecta que borrase toda deuda.

III
AMOR DE DIOS
GRATITUD
UNIÓN CON DIOS
PIEDAD

AMOR DE DIOS

1 Al contrario de otros místicos que se ejercitan en la perfección para alcanzar el amor,


Sor Teresa del Niño Jesús tomaba como camino de la perfección el amor mismo.
El amor fue el objetivo de toda su vida, el móvil de todas sus acciones.

Agradar a Dios
2 «Los grandes santos han trabajado por la gloria de Dios, pero yo, que no soy más que
un alma pequeñita, trabajo por agradarle, por satisfacer sus «fantasías», y me sentiría
dichosa de soportar los más grandes sufrimientos, aun sin que él lo supiera, si fuese
posible, no para procurarle una gloria pasajera - ¡ aun esto seria ya demasiado
hermoso!- sino sólo para hacer florecer una sonrisa en sus labios... ¡Hay ya bastantes
que quieren ser útiles! Mi sueño es el de ser un juguetito inútil en las manos del Niño
Jesús...; soy un «capricho» de Jesusín. . .».

3 Durante su enfermedad, me hizo esta confidencia:


«No he deseado otra cosa que agradar a Dios. Si hubiese procurado amontonar
méritos, en este momento estaría desesperada».
Si, porque sabiendo que «todas nuestras justicias tienen mancha a los ojos de Dios»,
(Isaías 64, 5), ella, en su humildad, tenía en nada las obras que había realizado, y sólo
estimaba el amor que las había inspirado.

4 «A Dios, decía ella, que tanto nos ama, bastante le cuesta ya verse obligado a dejarnos
en la tierra para cumplir nuestro tiempo de prueba, sin que tengamos que ir
constantemente a decirle que aquí estamos mal; ¡es necesario hacer como que no nos
damos cuenta!».
Si sudaba en los grandes calores, o si sentía demasiado frío en invierno, tenía la
exquisita delicadeza de no enjugarse el rostro y de no frotarse las manos «sino a
hurtadillas, como para no dar a Dios tiempo de verlo...».
Igualmente, cuando se entregaba a un ejercicio de penitencia prescrito por la Regla:
«Me esforzaba por sonreír, confidenciaba, a fin de que Dios, como engañado por la
expresión de mi rostro, no supiese que yo sufría».
En su ingenuo lenguaje, decía: «¡Si al llegar al cielo no tengo todo lo que he
deseado, me guardaré mucho de demostrarlo, y Dios no se dará cuenta de mi desilusión!
...»

Alegrarse de no tener un solo sentimiento delicado...

5 «Vos sois delicada con Dios y yo no lo soy, pero ¡cuánto desearía serlo! ... ¿Suple,
acaso, mi deseo?
- Precisamente, sobre todo si aceptáis esa humillación. Y si llegáis a alegraros, eso
agradará más a Jesús que si nunca hubieseis cometido falta de delicadeza; decid: «Dios
mío, os doy gracias por no tener nunca un sentimiento delicado, y me alegro de que las
otras los tengan... Me llenáis de alegría, ¡oh, Señor!, con todo lo que hacéis» (Salmo
91)

Sentirse pesarosa de haber leído


6 Si la llama de su amor era siempre pura y devoradora es porque tenía cuidado de
aislarla de todas las cosas creadas, alimentándola solamente de sacrificio. Un día que
nos encontrábamos delante de una biblioteca, me dijo con su habitual jovialidad: «¡Oh,
qué pesarosa estaría si hubiese leído todos esos libros! -¿Pues, por qué?, repliqué yo:
después de haberlos leído se trataría de un bien adquirido; yo comprendería lo de: estar
pesarosa de tener que leerlos, pero no de haberlos leído. - Si los hubiese leído, me
hubiera roto la cabeza, habría perdido un tiempo precioso que he empleado
sencillamente en amar a Dios».

Generosidad

7 Una vez, le hacía observar que Dios me pedía a mí más que á las otras, que tal o cual
Hermana se permitía algo de lo que yo me privaba. Tuve esta respuesta: «Yo, por mi
parte, estoy siempre contenta de lo que Dios me pide; no me preocupo de lo que pide a
las otras, y no creo tener más mérito porque él me pida más. Lo que me gusta, lo que yo
escogería -si fuese posible- es precisamente lo que Dios quiere de mí. Hallo siempre
bella mi suerte... Aun en el caso de que las otras tuviesen más mérito dando menos, yo
preferiría tener menos mérito dando más, porque así cumpliría la voluntad de Dios.
Y al decirle que era gran dicha la suya al poder irse con Dios: «No es, en absoluto,
por gozar por lo que deseo ir con El. El sufrimiento me atrae demasiado para que yo
prefiera el cielo. Sólo la certeza de cumplir la voluntad divina me hace desear la muerte;
preferiría vivir, y sufrir el martirio.

8 Aunque afligida por la persecución de que eran objeto las Comunidades religiosas, su
mirada se animaba con una viva llama al pensamiento de que pudiéramos, tal vez,
derramar nuestra sangre. Tenía entonces palabras vehementísimas, que traducían el
fuego de amor en que se abrasaba su corazón.
Durante su última enfermedad la oí exclamar: «¡Cuando pienso que muero en una
cama! ¡Hubiera querido morir en la palestra!».

El altar ofrecido por el Sr. Martin

9 Mientras varias personas de la familia criticaban a mi padre por haber costeado el


Altar Mayor de la iglesia de San Pedro de Lisieux (Nota 1), regalo demasiado
importante, decían, para sus medios, y que perjudicaba a sus hijas, Teresa se alegraba,
diciendo: «Después que nos ha dado todas a Dios, es muy natural que le ofrezca un altar
para inmolarnos y para inmolarse a sí mismo»

Coger las flores de 1os árboles frutales

10 Confidenciaba yo a mi Hermanita querida que durante el Oficio divino me


imaginaba estar echando flores en honor de Dios. En la recitación alternada de los
versículos veía yo una batalla de flores. A cada salmo las flores variaban. A veces eran
lirios, a veces rosas. Todas las flores que espontáneamente se me representaban,
pasaban por allí. Por fin, el jardín del que yo cortaba mis flores quedó despojado. No
quedaban más que los árboles frutales. Vacilé un instante; luego amontoné flores de
albérchigos, de cerezos, de albaricoques... Al final del Oficio no quedaba ya una flor.
La idea de coger las flores de los árboles frutales agradó a mi santa. Teresita. Me
hizo notar que era propio del amor sacrificarlo todo, dar a troche y moche, despilfarrar,
aniquilar hasta la esperanza de los frutos, obrar locamente, ser pródigo hasta lo sumo,
no calcular nunca. «¡Oh, feliz indiferencia, dichosa borrachera de amor, dijo! ¡El amor
lo da todo y se entrega! Pero, muchas veces, no damos sino después de deliberar:
vacilamos en sacrificar nuestros intereses temporales y espirituales. ¡Esto no es amor!
¡El amor es ciego, es un torrente que no deja nada a su paso!».

Dedicarse únicamente al Amor

11 Le decía una vez: «Lo que os envidio son vuestras obras. Yo también quisiera hacer
el bien, componer bellas cosas que hiciesen amar a Dios!
- «No hay que apegar el corazón a esto, me contestó. No se debe desear hacer el
bien por medio de libros, de poesías, de obras de arte... ¡Oh, no! Ante nuestra
impotencia,. debemos ofrecer las obras de los otros; en eso consiste la ventaja de la
comunión de los Santos. Y no hemos de estar pesarosos de esta impotencia, sino
dedicarnos únicamente al .amor.
»Taulero dijo: «Si amo el bien que hay en mi prójimo más que el que hay en mí, ese
bien es más mío que suyo. Si amo en San Pablo todos los favores que Dios le concedió,
todo eso me pertenece por el mismo derecho que a él. Mediante esta comunión puedo
enriquecerme con todo el bien que hay en el cielo y en la tierra, en los Ángeles, en los
Santos y en todos los que aman a Dios».
»Los Doctores nos enseñan que en el cielo el amor que une a los elegidos es tan
grande que cada uno goza de la felicidad de los otros como si él mismo la hubiese
merecido y la gozase (Nota 2)
»Haréis tanto bien como yo, y aun más, con el deseo de hacer ese bien y con la obra
más oculta cumplida por amor: por ejemplo, haciendo un pequeño favor que cuesta
mucho.
»Sabéis que yo soy pobre, pero Dios me da exactamente lo que me hace falta».

Sólo cuenta el amor y la obediencia...

12 Durante el invierno 1896-1897, no queriendo que Sor Teresa del Niño Jesús pasase
frío en los pies, nuestra Reverenda Madre Priora (Madre María de Gonzaga) exigía que
se sirviese de un brasero, de modo que tuviera siempre un par de alpargatas calientes;
pero ella no usaba de él sino por obediencia y gran necesidad, dejándolo extinguirse
inexorablemente, con gran disgusto mío, cuando juzgaba que no hacía demasiado frío.
«Las demás se presentarán en el cielo con sus instrumentos de penitencia, y yo con un
brasero, me decía: pero sólo cuenta el amor y la obediencia...»

La que había edificado la iglesia...

13 «He leído, nos contaba Sor Teresa, que un gran señor, queriendo levantar una iglesia,
publicó un edicto por el que prohibía a sus vasallos hacer la más pequeña limosna a tal
intención, pues quería tener él solo esta gloría. La iglesia se edificó. Sin embargo, un
día, una pobre viejecilla, viendo que los caballos que transportaban las piedras subían
con gran trabajo la colina, se dijo para sí: «Está prohibido dar dinero para construir a
Dios este templo; sin embargo, me hubiera sentido dichosa de contribuir a su
edificación. Pero,. ¡tal vez le agrade a Dios que yo ayude a los pobres animales, que
inconscientemente cooperan a esta gran obra!». Con su dinero, el ultimo que tenía,
compró un manojo de heno y se lo dio a los caballos.
»Cuando la iglesia estuvo terminada, el señor quiso celebrar la consagración; y al
efecto, hizo grabar sobre una lápida su nombre y el de su familia, como testimonio
perenne de su liberalidad. Pero he aquí que al día siguiente el nombre se halló borrado,
y en su lugar se leía el de una pobre mujer desconocida. El señor, furioso, mandó varias
veces volver a poner la inscripción; siempre se reproducía el milagro. Por fin, ordenó
que se hiciesen averiguaciones, y habiendo hallado a la humilde mujer, le preguntó si
había dado ella algo para construir la iglesia. Toda temblorosa, ella se disculpó. Al fin,
acosada a preguntas, se acordó del manojo de heno, y dijo que, fiel a la prohibición, no
había dado dinero, sino sólo ayudado a los caballos, dándoles a comer un poco de heno.
Se comprendió entonces por qué su nombre estaba allí grabado, y nadie se atrevió en
adelante a borrarlo.
»Así, concluyó Teresa, ya veis cómo la más pequeña obra, la más escondida, hecha
por amor, tiene muchas veces mayor precio que las grandes obras... No es el valor ni
aun la santidad aparente de las acciones lo que cuenta, sino solamente el amor que se
pone en ellas, y nadie puede decir que no es capaz de dar estas cositas a Dios, pues están
al a1cance de todos».

Un simple golpe de ala

14 «Acordaos de aquella bella estrofa del Cántico espiritual de nuestro Padre San Juan
de la Cruz:

Vuélvete, paloma,

que el ciervo vulnerado

por el otero asoma

al aire de tu vuelo, y fresco toma (Estrofa 13)

»Ya lo veis: el Esposo, el ciervo herido, no es atraído por la altura, es decir, por las
acciones brillantes, sino solamente por el aire del vuelo, y un simple golpe de ala -un
acto de verdadera caridad- basta para producir esta brisa de amor».

La ofrenda al Amor misericordioso

15 Durante la hora de adoración delante del Santísimo expuesto en el ejercicio de las


«Cuarenta Horas» -el martes, 26 de febrero de 1895- Teresa había compuesto de un
tirón su cántico «Vivir de amor».
El domingo, 9 de junio de 1895 -en la fiesta de la Santísima Trinidad- durante la
misa, sintió la inspiración de ofrecerse como victima de holocausto al Amor
misericordioso de Dios.
En seguida, después de la misa, toda emocionada, me llevó consigo, sin saber yo
para qué. Pero pronto se nos reunió nuestra Madre Priora (Madre Inés de Jesús), que se
dirigía al torno. Teresa parecía un poco apurada al exponer su petición. Balbució
algunas palabras, solicitando el permiso para ofrecerse, conmigo, al Amor
misericordioso. No sé si pronunció la palabra «víctima». La cosa no parecía tener
importancia; nuestra Madre dijo que si.
Una vez sola conmigo, me explicó brevemente lo que quería hacer; su mirada estaba
inflamada. Me dijo que iba a poner por escrito sus pensamientos y a componer un acto
de entrega.
Dos días después, arrodilladas ambas delante de la Virgen milagrosa de la Sonrisa,
que se hallaba entonces en la oficina que estaba junto a su celda, ella pronunció el Acto
en nombre de las dos .Era el martes 11 de junio.

16 Sor Teresa comunicó más tarde su Acto de Ofrenda a Sor María del Sagrado
Corazón y a Sor Maria de la Trinidad . Ya habló de esto en su manuscrito. Invitó a su
Acto a todas las almas pequeñas. En su intención, en efecto, no se trataba de ofrecerse
con todo un lujo de sufrimientos supererogatorios, sino de entregarse, de abandonarse
sin restricción a la Misericordia de Dios. Sor María del Sagrado Corazón, nuestra
hermana mayor, rehusó desde el principio hacer este Acto de Ofrenda, no queriendo
echarse encima un aumento de dificultades. He aquí, a este propósito, la relación
consignada por su enfermera en unas notas intimas inéditas:
«Hoy, 6 de junio de 1934, hablaba con Sor María del Sagrado Corazón acerca del
Acto de Ofrenda al Amor misericordioso.. Me dijo que Sor Teresa del Niño Jesús, que
estaba junto a ella removiendo el heno del prado, le había preguntado si quería ofrecerse
como víctima al Amor misericordioso de. Dios, y que ella había respondido: «No,
ciertamente, no quiero ofrecerme como víctima; Dios me tomaría la palabra y el
sufrimiento me asusta demasiado. Desde luego, esa palabra víctima me disgusta
mucho».
»Entonces Teresita le dijo que la comprendía muy bien, pero que ofrecerse como
víctima al Amor misericordioso de Dios no era en modo alguno lo mismo que ofrecerse
a su Justicia, que no sufriría más, que era para poder amar mejor a Dios por los que no
quieren amarle.
»En fin, estuvo tan elocuente, añade Sor Maria del Sagrado Corazón, que me dejé
ganar, y tampoco yo me arrepiento ahora».
Nótese que Sor Maria del Sagrado Corazón se dedicó desde entonces a propagar el
Acto entre todas sus amistades y personas con quienes trataba. Que yo sepa, sólo una se
resistió a sus insinuaciones.
Finalmente, renovando esta Ofrenda en voz baja y recalcando claramente las
palabras, murió el 19 de enero de 1940, a las dos y veinte de la mañana.

17 Añado ahora la confidencia que me hizo mi compañera de noviciado, Sor María de la


Trinidad:
«Sor Teresa del Niño Jesús no me dio a conocer su entrega como víctima de
holocausto al Amor misericordioso hasta el 30 de noviembre de 1895. Yo le manifesté
en seguida el deseo de imitarla, y se decidió que haría mi consagración al día siguiente.
Al quedarme sola y reflexionar sobre mi indignidad, llegué a la conclusión de que
necesitaba una preparación más larga para un acto de tal importancia. Volví, pues, a ver
a Sor Teresa, explicándole las razones por las cuales deseaba diferir mi ofrenda.
«Su rostro tomó una expresión de gran alegría: «Sí, me dijo, este acto es importante,
más importante de lo que, podemos imaginar; pero ¿sabéis la sola preparación que Dios
nos pide? Pues bien: es la de reconocer humildemente nuestra indignidad, y puesto que
ya os concede esta gracia, entregaos a él sin miedo. Mañana, después de la acción de
gracias, yo me quedaré junto a vos en el Oratorio, donde estará expuesto el Santísimo
Sacramento: y mientras pronunciáis vuestro Acto, os ofreceré a Jesús como una
pequeña víctima que yo le he preparado».

18 Si nuestra Maestra hubiera creído atraer sobre nosotras un aumento de sufrimientos,


no habría apresurado de este modo nuestra entrega al Amor. Pero por el contrario, ella
nos precisaba que este acto era enteramente distinto de la ofrenda como víctima a la
Justicia divina: «No hay nada que temer de la Ofrenda al Amor misericordioso, decía
con calor, pues de este Amor no se puede esperar otra cosa que misericordia».
No dejaba, sin embargo, de añadir que esta ofrenda requería buena voluntad y
generosidad.

El calidoscopio

19 Me hablaba una vez refiriéndose a un juego muy conocido con el que nos
divertíamos en nuestra infancia. Era un calidoscopio, especie de catalejo, a cuyo
extremo se perciben bonitos dibujos de diversos colores; sí se da vueltas al instrumento,
esos dibujos varían hasta el infinito. «Este objeto, me decía, cansaba mi admiración. Me
preguntaba qué era lo que podía producir un fenómeno tan encantador, cuando un día,
tras un examen serio, vi que se trataba simplemente de algunos pedacitos de papel y
lana, echados acá y allá, y cortados de cualquier manera. Continué mis indagaciones y
descubrí tres cristales en el interior del tubo. Ya tenía la clave del problema.
«Esto fue para mí la imagen de un gran misterio. Mientras nuestras acciones, aun las
más pequeñas, no se salgan del foco del amor, la Santísima Trinidad, figurada por los
cristales convergentes, les da un reflejo y una belleza admirables. Sí, mientras el amor
esté en nuestro corazón, mientras no nos alejemos de su centro, todo va bien (Isaías 3,
10) y, como dice san Juan de la Cruz: «El amor sabe sacar provecho de todo, del bien y
del mal que hay en mí y tras forma todas las cosas en sí» (Nota 3) Dios, mirándonos por
el pequeño anteojo, es decir, a través de si mismo, encuentra siempre bella nuestras
miserables pajas y nuestras más insignificantes acciones; ¡pero, para eso, es necesario
no alejarse del pequeño centro! ¡Porque entonces, El no vería más que unos pedacitos
de lana y unos minúsculos papelitos!

«¡Yo juego a la banca del Amor!»

20 Me decía frecuentemente que no quería ser «comerciante al por menor> (Nota 4),
pues en este oficio no se gana de golpe, sino perra a perra. Sin embargo, hay muchas
almas que se ganan la vida en esta pequeña escala; hay quienes cobran al contado. Pero
yo, decía ella, juego a la banca del Amor...; lo hago a juego alto. Si pierdo, lo veré. No
me preocupo de las especulaciones de la bolsa; es Jesús quien lo hace por mi. No sé si
soy rica o pobre, más tarde lo veré».

«Dios es un fuego consumidor»


21 Una vez que tenía en las manos las epístolas de San Pablo, me llamó y me dijo
entusiasmada: «Escuchad lo que dice el Apóstol: «No os habéis acercado (por medio del
amor) a un monte que se pueda tocar con la mano, ni a un fuego que arde, ni a un
torbellino..., sino al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén
celestial, al coro de millares de ángeles, a la Iglesia de los primogénitos..., pues nuestro
Dios es un fuego consumidor» (Hebreos, 12, 18, 22, 23, 29) Y volviendo a estas últimas
palabras, me las comentó con emoción.

GRATITUD

22 Mi querida Hermanita me decía:


«Lo que alcanza más gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un
beneficio, se conmueve y se apresura a hacernos otros diez; y si se los agradecemos aún
con la misma efusión, ¡qué multiplicación incalculable de gracias! Yo lo he
comprobado por experiencia; probadlo vos y veréis. Mí gratitud no tiene límites por
todo lo que me da, y se lo demuestro de mil maneras».
Era agradecida aun al menor favor recibido, pero particularmente al bien que le
habían hecho los ministros de Dios con los que había tenido ocasión de tratar.

No dudar de Dios

23 Me lamentaba de que Dios parecía abandonarme... Sor Teresa replicó vivamente:


«¡Oh, no digáis eso! Mirad: aunque no comprenda nada de lo que acontece, yo sonrío y
digo: ¡gracias! Aparezco siempre contenta delante de Dios. No hay que dudar de él: eso
es falta de delicadeza. No: «imprecaciones» contra la Providencia nunca, sino siempre
gratitud».

«Acuérdate»

24 Entraba yo en el Carmelo con la impresión de haber dado mucho a Jesús. Por eso,
pedí a mi Teresita que me compusiese, sobre el estribillo «Acuérdate», un poema,
destinado a «recordar» a Jesús todo lo que yo creía haberle sacrificado y todo lo que
nuestra familia había sufrido. Ella acogió el encargo con gusto, viendo en él la
oportunidad de darme una lección. En numerosas estrofas, ella evocó, no lo que yo
había hecho por Jesús, sino lo que Jesús había hecho por mi.
Pensé entonces en la parábola del Fariseo y del Publicano: ¿No había yo imitado un
poco al primero, que se vanagloriaba de pagar las décimas de todos sus bienes?...
Teresa había querido enseñarme el completo olvido de mí misma para vivir en el
amor y en la acción de gracias.

UNIÓN CON DIOS

«Lo que nos importa es unirnos con Dios»

25 Un día, me inflamé de indignación contra las Comunidades que cumplían las leyes
injustas que se habían dado contra ellas: «¡Qué desgraciada sería yo si perteneciese a
una de esas Comunidades! ¡Ah! ¡Cuando pienso en esto se me revuelve toda la sangre
del corazón! ¡Preferiría hacerme acuchillar antes que dar ni una sola zanahoria!».
Ella me respondió: «Esto no os atañe. Pienso como vos, obraría como vos si tuviese
responsabilidad en el asunto, pero no estoy encargada de él. Lo que nos importa es
unirnos a Dios. Aunque perteneciésemos a una de esas Comunidades citadas en los
periódicos como ejemplo de cobardía, eso no debería inquietarnos».

Ni demasiado celo, ni indolencia

26 Trataba ella de combatir en mí el demasiado celo en los asuntos, el deseo de hacer


demasiado bien las cosas, la viva pena que sentía cuando no las había logrado hacer a
mi gusto; en una palabra, el tráfago que me imponía en el obrar. «No habéis venido
aquí, me decía, para trabajar a destajo. No se ha de trabajar tampoco para lograr éxitos.
¿Os preocupáis, en este momento, de lo que pasa en los otros Carmelos, de si las
religiosas están apremiadas o no? ¿Os impiden sus trabajos rogar, hacer oración? Pues
bien: debéis desentenderos del mismo modo de vuestra faena personal, emplear en ella a
conciencia el tiempo prescrito, pero con holgura de corazón.
»Leí una vez que los Israelitas levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una
mano y sosteniendo la espada con la otra (II Esdras 4, 17). Esa es la imagen de lo que
nosotras debemos hacer: no trabajar más que con una mano, en efecto, y con la otra
defender nuestra alma de la disipación que le impide unirse con Dios».
Sabía que ella no usaba el mismo lenguaje con las almas que tenían la propensión
contraria, pues no podía soportar que se trabajase con indolencia diciendo: «Sí está bien,
si he terminado, tanto mejor; si está mal, si no he terminado, tanto peor!». Quería que
pusiésemos entusiasmo en nuestro trabajo; ni demasiado, como para impedirnos guardar
la presencia de Dios, ni demasiado poco, lo cual pone obstáculos a esa misma presencia.
«El corazón que ama, añadía, trabaja con amor, es decir, con fervor: corre, vuela, nada
halla imposible, nada le detiene» (Nota 5)

Oficio divino

27 Su continente en el coro, tan modesto y tan recogido, me edificaba de tal manera que
le pregunté qué es lo que pensaba durante la recitación del Oficio divino (Nota 6). Ella
me contestó «que no tenía método fijo, pero que muchas veces se imaginaba estar en un
peñasco desierto, frente a la inmensidad; y allí, sola con Jesús, teniendo la tierra a sus
pies, olvidaba todas las criaturas, y le repetía su amor en términos que ella no
comprendía, es verdad, pero le bastaba con saber que aquello le agradaba».
Gustaba de ser hebdomadaria (Nota 7) para decir en alta voz la oración, como los
sacerdotes en la Misa.
En su lecho de muerte dio de sí misma este testimonio: «No creo que sea posible un
deseo mayor del que yo he tenido de recitar bien el Oficio y de no cometer faltas en él».
Me decía que desde que había pedido a los «bienaventurados habitantes de la
Ciudad celeste que la adoptasen por hija» (Nota 8), escuchaba cada mañana con
reverencia y piedad la lectura del Martirologio, feliz de oír el nombre de «padres tan
queridos».
Me recomendaba que no dijese nada chistoso o preocupante a una Hermana
justamente antes del Oficio divino, sino que aguardase a después, para evitar causarle
distracciones Ella misma practicaba este consejo fidelísimamente.
La Oración: tiempo de Dios

28 Su vida entera se deslizó en la fe desnuda. No había alma menos consolada en la


oración; me confidenció que había pasado siete años en una oración de las más áridas:
sus retiros anuales y mensuales eran para ella un suplicio. Y sin embargo, se la hubiera
creído inundada de consuelos espirituales, tal era la unción de sus palabras y de sus
obras, y tan unida estaba con Dios.
No obstante este estado de sequedad, era cada vez más asidua en la oración, «feliz,
por lo mismo, de dar más a Dios». No sufría que se robase ni un solo instante a este
santo ejercicio, y formaba a sus novicias en este sentido. Un día que la Comunidad
estaba ocupada en el lavado cuando tocaron a la oración y era necesario continuar la
tarea, Sor Teresa, que observaba el ardor con que yo trabajaba, me preguntó:
- «¿Qué hacéis?
- Lavo, le respondí.
- «Está bien, replicó ella, pero debéis hacer oración interiormente, pues este tiempo
es de Dios y no hay que robárselo».

29 La unión con Dios de Sor Teresa era sencilla y natural, lo mismo que su manera de
hablar de él.
Como yo le preguntase si perdía alguna vez la presencia de Dios, me contestó
sencillamente: «¡Oh, no, creo que no he estado nunca tres minutos sin pensar en Dios».
Le manifesté mi sorpresa de que tal aplicación de la mente fuese posible. Ella replicó:
«Se piensa naturalmente en quien se ama».
Era el Evangelio y lo poco que se nos permitía entonces leer del Antiguo
Testamento lo que la ocupaba durante su oración; sobre todo al final de su vida, cuando
ningún libro, ni siquiera los que mayor bien le habían hecho, le decían nada al corazón.
Al principio de su vida religiosa, cuando yo estaba todavía en el mundo, me
aconsejó comprar la obra de Mons. de Ségur sobre nuestras «Grandezas en Jesús». Pero
si ella. meditaba sus «grandezas» en Jesús, lo que más gustaba de profundizar era el
conocimiento de su «pequeñez», hasta el punto de confesar que «prefería las luces que
recibía sobre su nada a las que recibía sobre la fe».

30 En aquel tiempo, y aun más tarde, ella gustaba particularmente de las obras de. San
Juan de la Cruz. Al llegar al Monasterio, fui testigo de su entusiasmo cuando se paraba
delante del gráfico de «La Subida del Monte Carmelo» de nuestro Bienaventurado
Padre, y me hacía notar la línea en la que él había escrito: «Aquí no hay ya camino,
porque para el justo no hay ley». Y a causa de su emoción, le faltaba el aliento para
traducir su felicidad. Esta sentencia la ayudó mucho a hacerse independiente en sus
exploraciones del amor puro, que muchos tachaban de presunción. Llevó su
atrevimiento hasta buscar y hallar un camino completamente nuevo, el de la Infancia
espiritual; el cual, tan derecho y corto es, que deja de ser camino, pues va a parar de un
solo golpe al Corazón mismo de Dios.
Creo que toda su oración se encaminaba a la búsqueda de «la ciencia del amor».
PIEDAD

Predilección por la Sagrada Escritura

31 Poseía en alto grado la ciencia de las cosas de Dios y de la espiritualidad. Dotada de


una excelente memoria, retenía fácilmente lo que leía u oía, y sabía emplear en el
momento oportuno observaciones juiciosas e insignificantes anécdotas. Pero lo que
sobre todo asimiló con prontitud y con segura apreciación fueron los pasajes de la
Sagrada Escritura, la cual constituyó, en el Carmelo, su mayor tesoro. Descubría el
sentido oculto y hacia aplicaciones sorprendentes.
Había yo copiado varios extractos del Antiguo Testamento (Nota 9); se los
comuniqué, y aquellas pocas páginas fueron para ella un alimento delicioso en la
oración.
Procuraba conocer a Dios, descubrir, por decirlo así, «su carácter», y ¿cómo podía
hacerlo mejor que estudiando los libros inspirados, especialmente el Santo Evangelio?
Por eso, lamentaba la diferencia de las traducciones (Nota 10) «Si yo hubiese sido
sacerdote, me decía, habría estudiado el hebreo y el griego, a fin de poder leer la palabra
de Dios tal como él se dignó expresarla en el lenguaje humano».
Llevaba noche y día el Santo Evangelio sobre su corazón, y se Interesaba mucho por
buscar los textos editados por separado, a fin de hacerlos encuadernar y procurarnos a
nosotras la misma dicha.

Su amor a la Santísima Trinidad

32 Santa Teresa del Niño Jesús tenía una. gran devoción a la Santísima Trinidad.
Hubiera deseado que su fiesta fuese elevada a un rito superior.
Cuando yo estaba todavía en el mundo, ella había pensado en un principio llamarme
María de la Trinidad, antes de escogerme el nombre de María de la Santa Faz, que llevé,
de hecho, algunos meses en el Carmelo. Pero se consoló mucho cuando el primer
apellido le fue dado a otra novicia.
Fue él día de la fiesta de la Santísima Trinidad, el 9 de junio de 1895, cuando,
durante la Misa, se sintió inspirada a ofrecerse como víctima de holocausto al Amor
misericordioso de Dios.

Llamar a Dios «Padre Nuestro»

33 Un día, entré en la celda de nuestra querida Hermanita y quedé sobrecogida ante su


expresión de gran recogimiento. Cosía con gran actividad y, sin embargo, parecía
perdida en una contemplación profunda:
- «¿En qué pensáis?, le pregunté.
- Medito el Pater, me respondió. ¡Es tan dulce llamar a Dios: Padre nuestro! ...».
Y las lágrimas brillaron en sus ojos.

*
Amó a Dios como un niño querido ama a su padre, con demostraciones de ternura
increíbles. Durante su enfermedad llegó a no hablar más que de él, tomó una palabra por
otra y le llamó: «Papá». Nos echamos a reir, pero ella replicó toda emocionada: «¡Oh,
sí, él es en verdad mi «Papá»! Y qué dulce es para mí darle este nombre!».

La familiaridad con Jesús

34 Jesús lo era todo para su corazón. Cuando escribía y trataba de Nuestro Señor
Jesucristo, ponía siempre con mayúscula «El», por respeto hacia su persona adorable.
Me preguntó: «Cuando oráis, ¿cómo preferís tratar a Jesús, de tú o de vos?». Yo le
contesté que prefería tratarle de tú. Toda complacida, replicó: «Yo también, prefiero
mucho más trabar a Jesús de tú. Esto expresa mejor mi amor, y no dejo nunca de
hacerlo cuando hablo con El a solas; pero en mis poesías y en las oraciones que han de
ser leídas por otros no me atrevo».

Devoción a la Santa Faz

35 Esta devoción fue para Sor Teresa del Niño Jesús el coronamiento y el completo
desarrollo de su amor hacia la santa Humanidad de Jesús. La Santa Faz era el espejo
donde ella veía el Alma y el Corazón de su Amado,. donde ella le contemplaba todo
entero. Del mismo modo que la fotografía del solo rostro de un ser amado nos basta
para hacérnosle presente.
Se puede decir que la devoción a la Santa Faz orientó la vida espiritual de Sor
Teresa. Si se quiere marcar la nota justa de sus piadosas inclinaciones, hay que
reconocer que ésta las sobrepasa a todas, sin duda porque las resume todas.
Contemplando la Faz entristecida de Jesús, meditando sus humillaciones, ella hacía
crecer su humildad, el amor a los sufrimientos, la generosidad en el sacrificio, el celo de
las almas, el despego de las criaturas, en fin, todas las virtudes activas, fuertes, viriles
que la hemos visto practicar. Seguía, sin conocerlo, el consejo de perfección que
Nuestro Señor dio a Santa Gertrudis cuando le dijo: «Que el alma que desea adelantar
en el bien vuele a mi seno. Pero si quiere volar más lejos y subir aún más alto, en alas
de sus deseos, que se eleve con la rapidez de un águila, que: vuele en torno a mi Faz,
sosteniéndose como un Serafín sobre las alas de una caridad generosa».
Eso fue lo que hizo Sor Teresa del Niño Jesús, y la consecuencia de su vuelo fue un
amor verdaderamente seráfico, que produjo frutos de generosidad heroica.
Señaló a sus novicias la Faz de Jesús como un libro de donde sacaba la ciencia del
amor, el arte de las virtudes...
Cerca de la Santa Faz escribió en su blasón místico, esta divisa: «¡El amor no se
paga más que con amor! » Sus cartas, su Historia de un alma, sus poesías están
impregnadas de amor hacia esta Faz bendita.
Estoy persuadida de que fue mi Hermanita querida la que inspiró mi proyecto de
reproducir la Santa Faz según el Santo Sudario de Turín y de que a ella le debo el éxito
de esta copia, ejecutada en 1904, siete años después de su muerte.

Piedad eucarística
36 La santa Misa y el Banquete eucarístico constituían sus delicias. No emprendía nada
importante sin pedir que se ofreciese el santo Sacrificio por aquella intención. Cuando
nuestra tía le daba dinero con ocasión de sus fiestas onomásticas y cumpleaños, en el
Carmelo, solicitaba siempre el permiso de hacer celebrar algunas Misas, y me decía a
veces muy bajito: «¡Es por mi hijo (Pranzini) (Nota 11);. tengo que ayudarle ahora!».

37 Antes de su Profesión dispuso de sus ahorros de jovencita, que constituían un


centenar de francos, para hacer decir Misas por nuestro venerado padre, entonces tan
enfermo. Estimaba que nada podía ser mejor para merecerle abundantes gracias que la
efusión de la Sangre de Jesús.

38 Deseó ardientemente comulgar todos los días, pero no permitiéndolo la costumbre,


fué éste uno de los mayores sufrimientos que tuvo en el Carmelo. Pedía a San José que
obtuviese un cambio en esta costumbre. El decreto de León XIII dando una mayor
libertad a este respecto (Nota 12), le pareció una respuesta a sus ardientes súplicas. Le
estuvo siempre agradecida a San José por ello, tanto que cuando en el jardín pasaba por
delante de su estatua le arrojaba flores con amor.
Nos predijo que después de su muerte no nos faltaría nuestro «pan cotidiano», lo
que se realizó plenamente (Nota 13)

39 Su afecto a la santa Eucaristía la llevó a desempeñar con amor su oficio de


sacristana. Su felicidad llegaba al colmo cuando en la patena o en el corporal quedaba
alguna partícula de la Santa Hostia. Un día que el copón estaba insuficientemente
purificado, llamó a varias novicias para que la acompañasen al oratorio, donde ella lo
depositó con una alegría y un respeto indecibles. Me contó su dicha cuando, una vez, en
el momento de la Comunión, habiendo caído la Santa Hostia de las manos del
sacerdote, ella tendió el escapulario para recibirla; estimaba haber tenido con esto el
mismo privilegio que la Santísima Virgen, pues había llevado en sus brazos al Niño
Jesús.
Al preparar los Vasos sagrados para la santa Misa, gustaba, dijo, de mirarse en el
cáliz y en la patena: le parecía que habiéndose reflejado su rostro en ellos, las divinas
Especies reposaban sobre ella.

40 ¡Con qué devoción compuso y pintó un fresco en torno al tabernáculo del Oratorio!
Es un verdadero monumento a la obediencia, pues no conocía a fondo el dibujo (Nota
14), y en manera alguna la pintura, y tenía que realizar el trabajo subida a una escalera y
con un alumbrado tan insuficiente, que un artista experimentado se hubiera visto mal
para conseguirlo. Sin embargo, lo realizó felizmente, y los angelitos que nos ha dejado
tienen una expresión a la vez infantil y celeste.

Flores para la estatua del Niño Jesús

41 Mi Teresita se sintió dichosa al ser encargada de adornar la estatua del Niño Jesús
colocada en el claustro, y lo hizo con él mayor cuidado. La pintó de rosa y la rodeó
siempre de alegres flores y de pajarillos disecados, de plumaje tornasolado. En lugar de
descansar, como estaba permitido durante la hora de silencio, de media a una hora en el
verano, pasaba en parte este tiempo adornando a su Jesusín. Pero las flores en el
Carmelo eran raras en aquel tiempo. ¡Prisionera a los quince años, no pudiendo pasearse
por los campos ni coger un solo capullo de oro, aquello era penoso para una naturaleza
como la suya! Sin embargo, Jesús se encargó de proveer de flores a su pequeña
prometida. Ella misma me contó la siguiente anécdota:
«El primer verano que pasó en el Carmelo, llegó a decirse a sí misma: ¡Ya no
volveré, pues, a ver nunca acianos, margaritas, amapolas, ni avena, ni trigo! ..., lo cual
le causaba una verdadera pena. En esto, la portera fue a llevar a nuestra Madre una
soberbia gavilla campestre, compuesta de todas las flores y espigas que Teresa había
deseado. La tornera externa la había hallado colocada en el reborde de su ventana, sin
ninguna explicación. Ignorando la pena de Teresa, nuestra Madre le mandó el ramillete
para la estatua del Niño Jesús. A partir de aquel momento nunca le faltaron las flores del
campo».

Rosas para el Crucifijo

42 Sentía mucha devoción en echar flores al gran Cristo del patio y, más tarde, durante
su enfermedad, cubría su crucifijo (Nota 15) de rosas, separando con cuidado los pétalos
marchitos. Un día que la vi tocando dulcemente la corona de espinas y los clavos de su
Jesús con la punta de los dedos, le dije: «¿Qué hacéis?». Entonces, con un suave gesto
de admiración ante mi sorpresa, me confesó: «Le estoy desclavando y quitándole la
corona de espinas».
No quería dar a las criaturas el testimonio de amor de echarles flores. Un día, le
había yo puesto en la mano unas rosas pidiéndole que se las arrojase a alguna Hermana
en señal de afecto; ella rehusó.

Piedad mariana

43 La estatua de la Santísima Virgen que se había animado para sonreírle en su


milagrosa curación era su consuelo. Cuando a mi entrada en el Carmelo se llevó allí
dicha estatua, Sor Teresa del Niño Jesús se llegó a la puerta conventual para recibirla, y
tomándola con un movimiento rápido, y estrechándola con amor, la llevó con la misma
facilidad con que se levanta una pluma, aunque era muy pesada (Nota 16). Las
Hermanas que estaban presentes quedaron sorprendidas y .edificadas.
Muchas veces, desde entonces, la vi arrodillarse a sus pies y rezarle con gran fervor.
Durante su última enfermedad la colocaron delante de su lecho. Sus miradas estaban
vueltas constantemente hacia ella.
*

44 Teresa gustaba de distribuir medallas de la Santísima Virgen, no dudando de su


eficacia. En el mundo las había prendido sobre el pecho de dos niñitas pobres que ella
instruía, y había persuadido a una asistenta, mujer incrédula, a llevar la que ella le
ofrecía.
En su primera Comunión prometió rezar todos los días un «Memorare», y lo
cumplió fielmente durante toda su vida. Más tarde, rezaba todos los días el rosario; en el
mundo no dejaba nunca de hacerlo. Pero estas prácticas exteriores no eran más que un
pálido reflejo de su intimidad con su Madre querida, a quien ella llamaba: Mamá.
Juzgaba que todas las conversiones debían ser obtenidas por la invocación de María,
y encomendaba a la Santísima Virgen todas sus intenciones. Una tarde, a las tres, noté
que estaba rezando, y le pregunté qué decía: «Rezo un Avemaría para ofrecer mi trabajo
a la Santísima Virgen. He cogido la costumbre de hacerlo así cada vez que me pongo a
trabajar». Nos hacía poner el rosario alrededor del cuello durante la noche.

45 Nuestra queridita Maestra estaba ya muy enferma cuando compuso su cántico: «Por
qué te amo, ¡oh María!». Puso en él todo su corazón. Todavía me parece oírle decir
«que quería antes de morir expresar en una poesía, todo lo que ella pensaba sobre la
santísima Virgen».

IV
CARIDAD FRATERNA
CELO POR LAS ALMAS

CARIDAD FRATERNA

1 Hablando de la caridad nuestra santa Hermanita no se agotaba nunca. Elia me


comunicó las luces que había recibido leyendo este pasaje de Isaías (Isaías 58): «El
ayuno que yo pido ¿consiste, acaso, en que un hombre mortifique por un día su alma, o
en que se cubra de saco y de ceniza? ¿Por ventura llamaremos a esto ayuno y día
aceptable al Señor? ¿Acaso el ayuno que yo apruebo no es, más bien, que rompáis las
cadenas de la impiedad, que aligeréis de sus pesadas cargas a los que están
abrumados, que dejéis libres a los que están oprimidos y que destruyáis todo lo que
pesa sobre los otros? ¿Que partáis vuestro pan con el que tiene hambre y hagáis entrar
en vuestra casa a los pobres y a los que no saben dónde ir? ¿Que cuando veáis a un
hombre desnudo le vistáis y no despreciéis a vuestro prójimo?».

2 Al volver sobre cada una de estas expresiones, me las explicaba diciendo que se había
de practicar mucha más caridad para con las almas que para con los cuerpos: «Hay
pobres por todas partes, almas débiles, enfermos, oprimidos... ¡Pues bien! Tomad sus
cargas... Dejadles libres, es decir: cuando se habla delante de vos de algún defecto de
vuestras Hermanas, no añadáis nunca nada... Diestramente, pues a veces no es prudente
contradecir, poned sus virtudes en la balanza, dejad libres a los que están oprimidos, y
destruid todo lo que pesa sobre los demás. Partid vuestro pan, es decir, dad de vos
misma, haced que entren en vuestra casa, prodigaos, dad de vuestros bienes: vuestra
tranquilidad, vuestro descanso, a los que no saben dónde ir, porque son pobres».
Y, prosiguiendo la cita: «Entonces», escuchad la continuación:
«Entonces, si hacéis esto; vuestra luz brillará como la aurora, recobraréis en
seguida vuestra salud, vuestra justicia irá delante de vos y la gloria del Señor os
protegerá. Entonces, invocaréis al Señor y él os escuchará. Clamaréis y él os dirá:
heme aquí. Si destruís las cadenas, si dejáis de extender maliciosamente la mano y de
decir palabras ultrajantes, si atendéis al pobre con efusión, si consoláis al alma
afligida, entonces una luz se elevará para vosotros de las tinieblas, y vuestras tinieblas
se os harán como el mediodía, EL SEÑOR OS CONCEDERÁ PARA SIEMPRE EL
DESCANSO, LLENARÁ VUESTRA ALMA DE RESPLANDOR; REANIMARÁ
VUESTROS HUESOS; OS CONVERTIREIS EN UN JARDÍN SIEMPRE REGADO Y
EN UNA FUENTE CUYAS AGUAS NO SE AGOTAN NUNCA (Nota 1) Los lugares
desiertos desde hace siglos serán edificados: levantaréis los fundamentos abandonados
durante una larga serie de años, y se dirá de vosotros que reparáis las murallas y
hacéis seguros las caminos».
3 Ella proseguía: «¡Acabáis de oír la recompensa! Si dejáis de decir palabras poco
caritativas, si rompéis las cadenas de las almas cautivas con vuestra dulzura y con
vuestra afabilidad; si atendéis a los pobres y abandonados con efusión, es decir, de
corazón, con amor, con desinterés; si consoláis a los que sufren, recibiréis vuestra salud
interior, vuestra alma no estará ya enferma. Vuestra justicia irá delante de vos. Pero
como estas obras, para que sean provechosas, han de quedar ocultas, como es propio de
la virtud, a imitación de, la humilde violeta, que derrama su aroma sin que las criaturas
sepan de dónde viene el perfume, la gloria del Señor os protegerá; no vuestra propia
gloria, sino la gloria del Señor».
«El Señor os escuchará. Os dará el descanso; una luz se elevará para vos de las
tinieblas, y vuestras tinieblas se harán para vos como el mediodía; no que las tinieblas
desaparezcan, pues las pruebas no pueden faltarle al alma, sino que vuestras tinieblas se
harán luminosas... y tendréis la paz, la alegría; una claridad brillará siempre para vos en
medio de la noche interior. Os convertiréis en un jardín siempre regado, en una fuente
cuyas aguas no se agotan nunca, de la cual todas las almas, todas las criaturas beben sin
perjudicarla.
»Pero, eso no es todo: prestad atención a la última recompensa: Los lugares
desiertos desde hace siglos serán edificados; vos levantaréis los fundamentos. ¿Qué
quiere decir? ¿Cómo practicando la caridad, el amor del prójimo, puedo yo levantar los
edificios?... ¡Estas cosas no se parecen en nada, no guardan entre si relación alguna!…
Y, sin embargo, los Ángeles en el cielo dirán de vos que reparáis las murallas y hacéis
seguros los caminos...».
Diciendo esto, ella me miraba con entusiasmo... «¡Qué misterio! Con nuestras
pequeñas virtudes, con nuestra caridad practicada en la sombra, nosotras convertimos de
lejos a las almas..., ayudamos a los misioneros, y aun, tal vez, se dirá en el último día
que hemos edificado moradas materiales a Jesús y que hemos preparado sus caminos...»

Abnegación fraterna

4 Los actos de caridad que yo vi practicar a nuestra querida Hermanita son


innumerables y variados. No dejaba escapar ninguna ocasión.
Por ejemplo, los domingos y fiestas de guardar, el poco tiempo que tenía libre lo
empleaba en complacer a las demás.
Componía poesías a petición de las Hermanas; nunca se negó a ninguna de estas
demandas, de suerte que casi no hallaba vagar para hacer poesías de propio impulso. Por
eso mismo, no copió nunca un solo cántico para su propia devoción, a pesar de que
deseaba tener algunos a su disposición. Igualmente, se privaba de entresacar los pasajes
bellos de sus lecturas, si bien una de sus novicias, a quien ella había confiado sus
preferencias a este respecto hubo de tomarse el cuidado de hacerlo, sin que ella lo
supiese.

Dejar a las demás el mejor lugar

5 «Al salir de la recreación de la noche para ir a Completas, me decía, había cogido la


costumbre de dejar nuestra canastilla de labor sobre uno de los bancos próximos al
antecoro. Me resultaba cómodo, y además había menos peligro de. que las arañas fuesen
a alojarse en ella que dejándola en el suelo. Pero pronto me di cuenta de que el sitio era
ocupado muchas veces por la canastilla de otra Hermana que pasaba antes que yo.
«¿Luego otras -pensaba yo- hallan también que esto es más cómodo? Pues bien: les
dejaré el sitio; les agradará mucho que el sitio esté libre, pues así no hace falta
agacharse».

Sacrificio de un pequeño triunfo

6 Una vez que quería ella inducirme a practicar la caridad, me contó que, siendo joven
novicia y cifrando toda su dicha en adornar la estatua del Niño Jesús del claustro, se
privaba siempre de poner flores olorosas, excepto una pequeña violeta, porque los
perfumes molestaban a una de nuestras Hermanas ancianas.
Esta, viéndola una vez colocar una hermosa rosa al pie de la estatua, la llamó, con la
evidente intención de hacérsela quitar. «En aquel momento, me dijo Teresa, adivinando
su equivocación, probé un vivo deseo de dejarla comprobar su error, pues la rosa era
artificial. Pero Jesús me había pedido el sacrificio de este pequeño triunfo.
Adelantándome a toda reflexión, cogí la flor y le dije: «Mire, Madre, mía, qué bien se
imita hoy a la naturaleza; ¿no se diría que esta flor acaba de ser cortada del jardín?».
«¡Oh!, añadió: no podéis imaginaros cuán dulce me fue este acto de caridad y cuánta
fuerza me dio».

Tratar a las almas con delicadeza

7 Durante su enfermedad me hizo notar cómo Sor San Estanislao (Nota 2) usaba
siempre ropas blancas muy suaves, escogidas con la más delicada atención, a fin de
aliviarla un poco:
«¿Véis? Hay que usar los mismos cuidados con las almas; muchas veces no se
piensa en ello y se las lastima. ¿Por qué? ¿Por qué no aliviarías con la misma, caridad,
con la misma delicadeza que a los cuerpos? Algunas están enfermas, muchas son
débiles, todas sufren. ¡Qué ternura deberíamos usar con ellas!».

Pequeños guisantes y gruesas habas

8 Cuando una Hermana se mantenía desagradablemente en su sinrazón, ella se mostraba


aún más amable, obsequiosa y dulce, a fin de calmar el corazón irritado al que veía
sufrir. La bondad del suyo se manifestaba a través de una gran ternura cuando volvían a
ella después de haberla disgustado. Un día me explicó la razón de este proceder:
«¡Oh, qué misericordioso es Dios para con las almas imperfectas! Encuentro de ello
una prueba en la naturaleza. Mirad los pequeños guisantes que se derriten en la boca,
que son todo azúcar; su vaina es muy ligera. Sin embargo, pueden recibir los ardores del
sol y la frescura de la noche, que no se les escatima. Son el símbolo de las almas
perfectas. Las gruesas habas, por el contrario, que representan a las almas imperfectas,
tienen una vaina bien forrada, que las preserva perfectamente, Hemos de obrar como
Dios; desplegar todas nuestras delicadezas y nuestros agasajos para con las almas
imperfectas».

Visitar a Jesús y a Maria

9 Cuando le parecía que me replegaba sobre mí misma, me decía: «¡Replegarse sobre sí


misma esteriliza al alma! Hay que darse prisa en correr a las obras de caridad».

«A veces, precisaba, se está tan mal dentro de sí, en el interior, que hay que salir
prontamente. Dios no nos obliga a permanecer en compañía de nosotras mismas; al
contrario, a veces permite que. esa compañía nos sea desagradable para que la
abandonemos. No veo otro medio en ese caso que salir de nosotras mismas e ir a visitar
a Jesús y a María, corriendo a las obras de caridad».

Preparar la lamparilla para el Niño Jesús (Nota 3)

10 Yo le había confiado una pena.


Para animarme, demostrándome que no era insensible, me contó que siendo segunda
tornera le aconteció una noche, durante el «silencio» (Nota 4), temer que preparar una
lamparilla para afuera (Nota 5) Había que buscar aceite, mechas; no había nada
preparado, todas se habían retirado a sus celdas, las puertas estaban trancadas.
«Tuve un gran combate, me confidenció ella. Murmuraba interiormente contra las
personas y las circunstancias, reprochaba a las torneras externas el hacerme trabajar así
durante un tiempo de descanso, cuando ellas. mismas podían haberse muy bien bastado.
Pero de repente la luz se hizo en mi alma. Me figuré que estaba sirviendo a la Sagrada
Familia en Nazaret, que preparaba aquella lamparilla para el Niño Jesús, y entonces
puse en ello tanto, tanto amor, que andaba con paso muy ligero y con el corazón
desbordando de ternura. Desde entonces, añadió, he empleado siempre este método, que
me sigue resultando a las mil maravillas».

Cuidado de las enfermas.- Paciencia y gratitud

11 En la enfermería, donde yo estaba empleada desde mi entrada en el Carmelo, no


había ninguna enferma grave, sino religiosas de salud deficiente. Entre ellas se hallaba
una afectada de anemia cerebral crónica y atacada de manías que hacían el oficio de
enfermera un perpetuo ejercicio de paciencia. Esta enferma tenía por principio «que se
había de probar adrede a las novicias». Por consiguiente, sucedía que, hallándome en
el otro extremo del monasterio, era llamada para oírme decir: «Hermanita mía, distingo
vuestro paso del de vuestra compañera».
Un día, no pudiendo más, me fui a Sor Teresa, toda desecha en lágrimas; ella me
recibió con ternura, me consoló, me animó. La veo aún, sentada junto a mí, sobre un
baúl, estrechándome entre sus brazos.
Entretanto, me era necesario volver constantemente sobre mi campo de batalla, y
muchas veces daba un gran rodeo para no pasar bajo las ventanas de la enfermería, pues
la Madre, viendo que me aproximaba, me hacía una seña para que le prestase algún
servicio superfluo. Algunas veces pasaba rápidamente, agachando la cabeza para no ser
vista por ella sintiendo en el corazón una cierta amargura.
Sor Teresa, que conocía la situación y en el fondo me disculpaba de todo corazón,
me dijo en una de estas circunstancias:
«Sería necesario pasar expresamente por delante de la enfermería, a fin de que se os
moleste, y cuando vayáis cargada y no os podáis detener, responder con amabilidad,
prometiendo volver, mostrando un semblante contento, como si se os hiciese un favor.
12 »La campana de la enfermería debería ser para vos una melodía celestial. Lo mejor
para vos es que os llamen; deberíais desearlo. ¡Oh!, mirad: pensar bellas y santas cosas,
escribir libros, escribir biografías de santos no vale tanto como un acto de amor de Dios
ni como la acción de contestar cuando la campana de la enfermería toca y eso os
molesta. Cuando se os pide un favor, o que dispenséis un servicio a las enfermas que no
son agradables, tenéis que consideraros como una pequeña esclava a la que todo el
mundo tiene derecho a mandar y que ni piensa en quejarse, pues es esclava.
- Sí, pero a veces, ya lo sabéis, se me molesta por nada; entonces me hierve la
sangre.
- Comprendo muy bien que eso os cueste; pero ¡si vierais cómo los Ángeles, que os
miran en la palestra, esperan el final del combate para arrojaros coronas y flores,. como
en otro tiempo se las arrojaban a los caballeros! ¡Puesto que queremos ser pequeñas
mártires, en nosotras está el ganarnos las palmas! Y no creáis que estos combates
carezcan de valor: «El hombre paciente vale más que el hombre fuerte, y el que doma su
alma, más que el que conquista ciudades» (Proverbios 16, 32)

13 «En cuanto a mí, si hubiese de vivir todavía, el oficio de enfermera sería el que más
me gustaría. No quisiera solicitarlo, temiendo que eso fuera presunción, pero si me lo
diesen, me creería muy privilegiada. ¡Oh, sí, me sentiría muy feliz, si me hubiesen
pedido esto! Tal vez la naturaleza lo hubiera hallado costoso; pero me parece que habría
obrado con mucho amor, pensando en las palabras de Nuestro Señor: «Estaba enfermo y
me aliviasteis» (Mateo, 25, 36)
Me recomendaba mucho que cuidase a las enfermas con amor, que no hiciese este
trabajo como uno de tantos, sino con tanto cuidado y delicadeza como si prestase este
servicio al mismo Dios.
No obstante, después de una jornada de labor se me hacía muy duro tener que ir por
la noche, durante la hora del descanso o después de Maitines, a llevar algún alivio a las
Hermanas fatigadas. Me quejaba, .y ella me dijo:
«Ahora sois vos quien lleva tacitas a diestro y siniestro; pero un día, en el cielo, será
Jesús «quien irá y vendrá para serviros a vos» (Lucas, 12, 37),

Prudencia humana

14 «Vos decís: quiero ser buena con las que son buenas, dulce con las que son dulces; y
cuando alguna os contradice, salís fuera de vos. Obráis en esto como los paganos de los
que habla el Evangelio. Por el contrario: Haced bien a los que os odian, orad por los
que os persiguen (Mateo 5, 44; Lucas 6, 27), Ser buenos con los que nos favorecen es
prudencia humana: no queda. nada para Dios».

«Cuando os halléis en el momento de morir... »


15 Yo deseaba que los detalles de mi vida se engranasen como en el mecanismo de un
juego de paciencia! ¡Ay de quien los alterase! Si una circunstancia imprevista rompía
esta combinación y trastornaba el mecanismo, me mostraba descontenta. Un día,
durante la última enfermedad de mi querida Hermanita, había contado con disponer de
toda una tarde para concluir una labor, y fui llamada inopinadamente al locutorio. Yo le
dije: «¡Oh, cuánto me ha contrariado verme interrumpida! ¡Sin eso, hubiera terminado
mí labor! ... Ella me miró: «Cuando os halléis en el momento de morir, ¡cuánto
desearéis haber sido interrumpida!».

Dedicar tiempo a ser interrumpida

16 Yo tenía verdadero interés en hacer tranquilamente mi retiro mensual, y era difícil


problema hallar un domingo en que no se me tendiese alguna trampa a causa de mi
oficio o por cualquiera otra razón. Sor Teresa del Niño Jesús me dijo:
«Luego, ¿vos entráis en retiro para disponer de más tiempo libre, para buscar
vuestra propia satisfacción? Yo voy por fidelidad, para dar más a Dios... Si tengo
mucho que escribir ese día, para despegar mi corazón me pongo en la disposición de
espíritu de querer yerme interrumpida, y me digo: «Dedico tal o cual hora libre a ser
interrumpida; y si no me interrumpen, doy gracias a Dios, como Si me concediese un
favor con el que no contaba». De esta forma, nada me coge desprevenida, estoy
dispuesta a ser interrumpida, lo quiero, cuento con ello. Por eso, estoy siempre
contenta».
En efecto, observé que siendo sacristana, y habiendo acabado su tarea personal,
pasaba expresamente, los días de fiesta, por delante de la sacristía a fin de que se la
llamase. Se hacía la encontradiza con su primera de oficio a fin de que ésta pudiese
reclamarla para algún servicio, lo cual no fallaba nunca. Sabiendo que, en el fondo, esto
le costaba mucho, yo le hacía señas de que no pasase por allí y le proporcionaba los
medios para que no lo hiciese, pero era inútil.

Sacrificio, alegría y amor puro

17 En los últimos meses de destierro de mi angelical Hermanita me acontecía llegar


tarde a la recreación, y no poner el mismo celo en servir a las otras enfermas, mucho
menos graves, por emplear más tiempo en cuidarla a4ella. Y me dijo:
«En vuestro lugar, aunque no estéis estrictamente obligada a ello, haría todos los
posibles para ir a las recreaciones y servir a las otras enfermas. Me daría maña en hacer
mil sacrificios, me privaría de todo para obteneros gracias. No hay que buscarse a sí
misma en nada, sea lo que sea, pues desde el momento en que una empieza a buscarse a
sí misma, se deja de amar» (Imitación, lib. III, cap. y, 7), Al final de mi vida religiosa he
llevado la existencia más feliz que se puede imaginar, porque no me buscaba nunca a mí
misma. Cuando una se renuncia a sí misma, se alcanza la recompensa en la tierra. Me
preguntáis muchas veces el medio para llegar al puro amor; ese medio es: olvidaros de
vos misma y no buscaros en nada».

Ángel de paz

18 Había yo derramado algunas lagrimillas para hacer creer a una Hermana que estaba
muy contrariada. Sin embargo, no había en mí ningún apego a lo que lamentaba. El
mismo día había mantenido también mis derechos frente a otra Hermana, defendiendo
la justicia; quería, además, convencerla de que no tenía razón. Mi Hermana Teresa del
Niño Jesús me dijo:
«Cierto que, en el fondo, el alma no se ha turbado; la paz no se ha menoscabado,
pero la pelusilla del melocotón ha sido restregada... Mantener vuestros derechos, querer
la justicia no es un perjuicio para vuestro prójimo, pero ¡qué pérdida es para vos!
- ¡Oh! ¿Qué se va a hacer si han golpeado al melocotón?
- Una mirada de amor a Jesús y el reconocimiento de su propia miseria lo arregla
todo. Buscar sus derechos es obrar en perjuicio de la propia alma, y querer juzgar a los
otros, aun teniendo razón, es desollaros inútilmente. Además, no es una guerra leal,
pues no estáis vos encargada de su conducta. ¡No tenéis que ser Juez de paz
&endash;sólo Dios tiene ese derecho-; vuestra misión es ser un Ángel de paz!»

Juzgar favorablemente

19 Me, decía con frecuencia que se debe juzgar siempre a los otros con caridad, pues
muchas veces lo que a nuestros ojos parece negligencia es heroísmo a los ojos de Dios.
Una persona fatigada, que tiene jaqueca o sufre interiormente, hace más cumpliendo la
mitad de su obligación, que otra sana de cuerpo y de espíritu que la cumple entera.
Nuestro juicio debe ser, pues, en toda ocasión favorable al prójimo. Se ha de pensar
siempre bien, se le ha de disculpar siempre. Y si no hay un motivo valedero, queda aún
el recurso de pensar: «Tal o cual persona aparentemente obra mal, pero no se da cuenta
de, ello, y si yo gozo de un razonamiento mejor, mayor motivo tengo para sentir
compasión de ella y para humillarme por ser severa».
Me hacía también observar que ordinariamente Dios permite que pasemos por las
mismas debilidades que nos han disgustado en los otros: olvidos, negligencias
involuntarias, fatigas...; entonces, es muy natural que excusemos las faltas en las que
hemos caído.
Instruida por un guía tan perspicaz yo misma vi por experiencia que las Hermanas a
quienes había creído imperfectas no habían cometido falta. Una obra cumplida por
obediencia, una acción más útil les había impedido, a los ojos de las demás, cumplir con
su obligación, y llevaban en silencio esta humillación.

Enseñanza sacada de unas peritas sin apariencia

20 Paseándose por el jardín durante la recreación, me dijo, señalándome un árbol frutal:


«Mirad esas peras tan feas en apariencia: son la imagen de las Hermanas que os
disgustan. En otoño, cuando os den esos frutos despojados de todos los cuerpos extraños
que los desfiguran ahora, los comeréis con gusto, sin sospechar siquiera que los habíais
despreciado. De igual modo, en el último día quedaréis admirada al ver a vuestras
Hermanas libres de todas sus imperfecciones, y os parecerán grandes santas».

Culto por el Sacerdocio

21 Lo que la atraía en el Carmelo era el sacrificio hecho en favor de la Iglesia, en favor


de los sacerdotes...; quería que su vida estuviese consagrada a la santificación de los
ministros del Señor. Decía que «rogar por los sacerdotes era hacer un negocio en gran
escala, pues a través de la cabeza se llegaba a los miembros». Este deseo de la
santificación de los sacerdotes y, por su medio, de la conversión de los pecadores fue
verdaderamente el móvil de su vida. Nos enseñó en el noviciado una oración por ellos,
bastante larga, cuyo autor ignoraba (Nota 6) Casi todas las cartas que me escribió
cuando yo estaba en el mundo testimonian este rasgo, que nos era común.

22 Su espíritu de fe le inspiraba un gran respeto hacia los sacerdotes, a causa del


sacerdocio de que están revestidos y del que es imposible tener una estima mayor de la
que ella tenía. Expresó en diversas circunstancias, a lo largo de su vida, la pena que
sentía de no poder ser sacerdote. Sintiéndose muy enferma, en junio de 1897, me dijo:
«Dios me va a llevar consigo a una edad en la que no hubiera tenido tiempo de ser
sacerdote si lo hubiera podido ser».
El pensamiento de que Santa Bárbara había llevado la comunión a San Estanislao de
Kotska la encantaba: «¿Por qué no un ángel, me decía, por qué no un sacerdote, sino
una virgen? ¡Oh, qué maravillas veremos en el cielo! Estoy en la idea de que los que lo
hayan deseado en la tierra gozarán allá arriba de los privilegios del sacerdocio» (Nota 7)

CELO POR LAS ALMAS

23 En junio de 1897 la fotografié (Nota 8) para dar su retrato a nuestra Madre Priora
(Madre María de Gonzaga), cuya fiesta celebrábamos el 21 de junio. Quiso ser sacada
teniendo en la mano un rollo sobre el que ella había escrito estas palabras de nuestra
Madre santa Teresa: «Daría mil vidas por salvar una sola alma» (Nota 9)

24 Cuando nuestro viaje a Roma -no tenia más que catorce años-, habiendo leído
algunas páginas de los Anales de las Religiosas Misioneras, interrumpió en seguida su
lectura y me dijo: «No quiero seguir leyendo; ¡tengo ya un deseo tan vehemente de ser
misionera! ¿Qué sería si lo avivase contemplando el cuadro de este apostolado? Quiero
ser Carmelita». -Me explicó luego el porqué de esta determinación: «Era para sufrir más
y con eso salvar más almas».

25 Ha narrado en la historia de su vida la tenacidad de sus oraciones por el desgraciado


asesino Pranzini, su emoción cuando se vio escuchada por el súbito retorno a Dios del
condenado al pie del cadalso.
Fue a mí a quien ella dio, sonrojándose, el dinero destinado a hacer celebrar una
misa por esta conversión. Su timidez le impedía pedir ella misma este favor a su
confesor.
No me había comunicado la intención de esta misa y quedó muy aliviada cuando le
dije que yo la había adivinado. Después compartió conmigo sus temores y esperanzas.
El celo por las almas había comenzado .a devorar su corazón cuando, en su
adolescencia, la imagen sangrante de Jesús crucificado le reveló su vocación de
corredentora al lado del Salvador.

26 En el Carmelo este celo no cesó de crecer y se manifestaba en toda ocasión. Yo la vi,


después de la salida de un obrero alejado de Dios, que había de volver el mismo día a
trabajar en el monasterio, esconder furtivamente una medalla de San Benito en el forro
de su ropa de trabajo.

27 En un momento de crueles dolores, cuando la tuberculosis iba ganando todo su


organismo y nosotras implorábamos con lágrimas el socorro del cielo, ella me decía:
«Pido a Dios que todas esas oraciones que se hacen por mí no sirvan para aligerarme los
sufrimientos, sino para salvar a los pecadores».
Me parece que aún la estoy oyendo decir: «No me explico tanto sufrir sino por el
extremo deseo que he tenido de salvar almas». Estas fueron algunas de sus últimas
palabras.

Después de su muerte

28 Muchas veces, y en formas muy variadas, prometió «hacer caer una lluvia de rosas»,
y expresó su deseo y su seguridad de hacer el bien después de su muerte, rogando por la
Iglesia, continuando su misión de predilección hacia los sacerdotes. La oí, sobre todo,
explicar, describir, en qué consistiría este bien, por qué medios llevaría las almas a
Dios: enseñándoles su camino de confianza y de abandono total.
Respondiendo a una de sus reflexiones, le dije: «Entonces, ¿creéis que salvaréis más
almas en el cielo?
- Sí, lo creo, me contestó: la prueba de ello es que Dios me deja morir precisamente
cuando tanto deseo salvarle almas...».

V
FIDELIDAD A LA REGLA
OBEDIENCIA
POBREZA
ESPÍRITU DE MORTIFICACIÓN EN LAS COMIDAS,
EN LAS RECREACIONES Y EN LAS VISITAS
DESAPEGO
RENUNCIAMIENTO
INSTRUMENTOS DE PENITENCIA

FIDELIDAD A LA REGLA

1 La fidelidad de mi querida Hermanita en la observancia corrió parejas con su estima


por nuestras santas Reglas y Constituciones: «Somos demasiado afortunadas con no
tener que hacer otra cosa sino practicar lo que nuestros santos Reformadores con tanto
trabajo instituyeron». Por eso, no podía sufrir que desaprobásemos nada de lo que
estaba prescrito.
*
2 Nos aseguraba «que en Comunidad, cada una debería intentar bastarse a sí misma y
arreglárselas de manera que no tuviese que pedir favores sin gran necesidad».
Para guardar un justo medio cuando una cree poder dispensarse de algún trabajo
común o solicitar alguna excepción de la Regla, ella le aconsejaba que se dijese
interiormente -¿Si todas hiciesen lo mismo? -«La respuesta, añadía, rara vez será a
nuestro favor, pues todas tendrían buenas razones siempre y ocupaciones de propia
elección o de oficio para sustraerse a las obligaciones comunes. ¡Qué desorden
resultaría de: ello!».
Faltar lo menos posible a los actos de Comunidad: Oficio divino, oración,
recreación; tal era su consigna. «Hay, decía, quienes, bajo el pretexto de entregarse al
trabajo, abrevian las horas de oficio determinadas por la Regla; ¡eso es robar el tiempo a
Dios!».
Ella misma nos daba ejemplo abandonando su trabajo al primer tañido de la
campana, sin entretenerse a terminar una palabra comenzada o a poner un punto mas.
Cuando era tañedora, la veía desocuparse, al final de la recreación, medio cuarto de hora
antes del tiempo reglamentario, como estaba prescrito entonces en nuestros «Usos». Se
iba aun a la mitad de la más interesante conversación. A la larga, tal conducta se hace
muy mortificante.
*
3 A fin de no faltar a Maitines o a otras horas en que la Comunidad está reunida,
practicaba actos de virtud muy meritorios.
Siendo todavía postulante o novicia, si se sentía enferma, no lo decía, a menos que
no hubiese recibido orden expresa de manifestarlo, pues no tomaba en ninguna ocasión
ayudas o alivios si no se le proponían, sin adelantarse ella para nada. Por el contrario,
cuando sufría, mostraba mayor ánimo, para disimular su malestar. Muchas veces iba al
coro, al rezo del Oficio divino, con tal dolor de estómago, que creía no poder observar
el horario de sus comidas sin desfallecer; pero reunía toda su energía, diciéndose: «¡Si
caigo, lo van a ver!» (Nota 1) Esta frasecita, que se repetía a sí misma muchas veces, la
ayudó mucho, según me confidenció, sobre todo en los principios de su vida religiosa.
*
4 Una vez que habían tocado a fin de un ejercicio, como yo no me desocupase con
bastante rapidez, me: dijo: «id a vuestro deber, no a vuestro gusto...».

OBEDIENCIA

5 La obediencia de Sor Teresa del Niño Jesús se extendía a todo. Ella me decía: «No
nos debemos procurar una vida cómoda. Puesto que quisiéramos ser mártires, es
necesario que nos sirvamos de los instrumentos que tenemos y hacer de nuestra vida
religiosa un martirio».
Este consejo lo practicaba ella rigurosamente, al pie de la letra. Las Superioras
habían de tener un gran cuidado con lo que decían en su presencia, pues un consejo era
para ella una orden, y no lo seguía un día sólo, ni quince, sino continuamente.
*
6 Así es como la vi observar algunas pequeñas cosas, como cerrar tal puerta, no pasar
por tal corredor, no cruzar el coro, y otras mil recomendaciones de este género, de las
cuales nuestra Madre Priora -la Reverenda Madre María de Gonzaga-, pasados algunos
días, ya no se acordaba. No sospechaba ella que tenía a sus órdenes un alma que tomaba
sus palabras como oráculos y las cumplía como si fuesen la voluntad expresa de Dios.
*
7 Obedecía de igual manera a cada una de las Hermanas, sin que se la viese ni por
asomo buscar su propia voluntad, sacrificada en todo momento. Un día que la
Comunidad se había reunido en una ermita para entonar unos cánticos, agotada por la
enfermedad, se sentó; una Hermana le hizo señas de que se levantara, y ella obedeció
enseguida con rostro amable.
Después de la reunión, yo le pregunté el porqué de aquella obediencia, que yo
reputaba demasiado ciega. Me contestó sencillamente «que, en las cosas de poca
importancia, había cogido la costumbre de obedecer a todas y a cada una por espíritu de
fe, como si fuese Dios mismo quien le manifestase su voluntad».
8 Había yo contestado vivamente a una Hermana que me había hecho un reproche a mi
ver inmerecido. «¡No tiene razón, eso no le concierne a ella!, decía yo. -Es verdad, me
contestó nuestra Maestra; pero Nuestro Señor no dijo: obedeced solamente a vuestros
Superiores, sino: «Dad a quienquiera que os pida» (Lucas 6, 30) y «dad mil pasos con
quien os obligue a dar cien» (Mateo 5, 41)
9 Algo antes de morir, Sor Teresa dijo delante de mí a la Madre Inés de Jesús: «Tengo
que daros un pequeño consejo: convendría que las Prioras recomendasen a las
enfermeras que éstas obligasen a sus enfermas a pedir todo lo que les haga falta. Esto es
muy necesario, Madre mía...» (Nota 2)
Me lo dijo también a mi, que estaba empleada en este oficio. De este hecho
dedujimos que hablaba por experiencia, pero era demasiado tarde para poner remedio
eficaz. ¡De cuántas cosas no se privaría! Estos sacrificios son secreto de Dios, pues aun
pensando aliviarla la hacíamos sufrir.
Así, por ejemplo, la enfermera, una buena anciana, un poco sorda, creyendo que
tenía frío, cuando estaba ardiendo de fiebre, la cubría hasta la cabeza y, viendo que su
enferma recibía todo lo que ella le daba, le llevaba aún más mantas. Sor Teresa se
dejaba hacer. Cuando yo volví, la encontré empapada en sudor. Toda sonriente, me
contó este episodio, sin que ni una sola palabra de descontento, saliese de sus labios.
Por el contrario, me dijo «que lo había aceptado todo por espíritu de obediencia a su
primera enfermera».

No hacer nada sin permiso

10 Sor Teresa del Niño Jesús nos recomendaba con mucha frecuencia que fuésemos
muy fieles en pedir nuestros permisos.
«En cuanto a mí, me dijo, cuando me había olvidado de hacerlo el sábado y no
pensaba en ello en el momento en que hubiera podido pedirlos, me privaba de cualquier
cosa indispensable antes que obrar por mí misma.(Nota 3)
»Yo era muy escrupulosa en esto, y me veía muy atormentada cuando tenía que
hacer alguna cosa sin la autorización de nuestra Madre. Así, Dios permitió que ella no
me mandase escribir mis poesías a medida que las componía, y no quise pedírselo por
miedo de faltar a la pobreza Esperaba, pues, la hora de tiempo libre, y a duras penas me
acordaba a las ocho de la tarde de lo que había compuesto por la mañana. Estas
pequeñas nadas constituyen un martirio, es verdad; pero hay que guardarse mucho de
disminuirías permitiéndonos, o procurando que se nos permitan, mil cosas que harían la
vida religiosa agradable y cómoda. No hay que concederse a sí misma ninguna holgura»
(Nota 4)
Cuando entró en el Carmelo, a los quince años, su caligrafía, mal formada, disgustó
a la Madre Inés de Jesús.
Teresa le propuso entonces escribir en redondilla, lo cual le era mucho más cómodo;
pero no se lo permitieron, y se sometió, poniendo interés en corregirse. Sólo al final de
su vida le fue dado el permiso.

Conformarse a los usos

11 Aunque nos recomendó obrar lo más perfectamente posible, juzgaba que no era
necesario tratar de obrar mejor que las otras, sino conformarse en todo a los usos, pues
un celo indiscreto puede perjudicar a sí misma y a las demás. «Por ejemplo, me decía, si
estáis en retiro riguroso, descargada de las labores de la Comunidad, y hay ropa que
tender en el granero, no os mezcléis con las Hermanas que hacen ese trabajo. Aunque se
trate de un acto de caridad, es mejor abstenerse, como es costumbre, porque, una vez
pasado vuestro fervor, la obligación que os habéis impuesto podría convertirse en
cansancio para vuestra alma y cansar a las demás, las cuales se creerían obligadas a
imitar vuestro ejemplo y tendrían miedo de rehusar algo a Dios no haciéndolo.
»O bien: si accidentalmente se pide a una Hermana ayuda para un oficio que no es el
suyo, ha de conformarse en todo a lo que se le ha indicado, aun en el caso de que ella
conciba el trabajo de una manera más perfecta, pues de lo contrario se corre el riesgo de
disgustar a las oficialas habituales, que pueden tener sus razones para obrar como obran
y que las demás ignoran.
»Puesto que en la vida acontece que la continuidad de una cosa cansa, es mejor no
emprender, en plan de costumbre, sino lo que se cree poder cumplir con perseverancia.

POBREZA

12 Habiéndome pedido una Hermana que le prestara algunas poesías que yo había
copiado en hojas volantes, no me mostré de buen humor. Me decía a mí misma:
«Hubiera hecho mejor con copiarlas en un cuaderno como lo hacen las demás; ¡así, al
menos, no me expondría a perderlas!».
Sor Teresa del Niño Jesús me miró fijamente, y me dijo: «Deberíais estar gozosa de
desprenderos; deberíais, no sólo prestarlas con alegría, sino obrar de suerte que os las
volvieran a pedir. Puesto que deseáis hacer tanto bien a las almas componiéndolas,
deberíais gozaros en prestarlas, pero en prestarlas en plan de apostolado. Se cuenta de
san Luis Gonzaga que nunca reclamaba un objeto prestado, por espíritu de pobreza».
*
13 Otra vez me dijo: «Hace un instante os quejabais de que habían revuelto vuestra
canastilla de labor, de que os faltaba esto o aquello. Deberíais estar contenta de ello y
deciros: soy pobre, es, pues, natural que me falte alguna cosa; han hecho bien con
servirse de ella, pues no es mía».
*
14 Me habían pedido un alfiler que me era muy útil, y lo lamentaba. Sor Teresa del
Niño Jesús me dijo: «¡Oh, qué rica sois! No podéis sentiros dichosa... ».
*
15 «He observado que siempre se da más aún de lo que se pide, pero hay pocas almas
que se dejan coger lo que les pertenece. Eso es lo difícil. Y sin embargo, ahí están las
palabras del Evangelio: «Si se os pide lo que os pertenece, no lo reclaméis» (Lucas 6,
30)
*
16 «Quisiera quedarme, como recuerdo,, con esta estampa que os pertenece, le decía yo
durante su enfermedad.
- ¡ Ah, todavía tenéis deseos!... Cuando esté con Dios, no pidáis nada de lo que he
tenido a mi uso; recibid sencillamente lo que se os quiera dar. Obrar de otra manera
sería no estar desprendida de todo; en lugar, de haceros dichosa, eso os haría
desgraciada. Sólo en el cielo tendremos el derecho de poseer».
*
17 Poco tiempo después de su muerte, habiéndome propuesto una de nuestras Hermanas
que hiciese las diligencias necesarias para obtener algún objeto que hubiese pertenecido
a mi hermana querida, yo se lo consulté a ella, preguntándole: «¿Cómo he de obrar?», y
abrí los Santos Evangelios para hallar allí la respuesta. Leí: «Como un hombre que,
partiendo de viaje, abandona su casa y lo deja todo en manos de sus servidores» (Mateo
25, 14)
*
18 Sor Teresa del Niño Jesús, por amor de Dios, gustaba servirse de los objetos más
feos y más usados. Digo por amor de Dios, pues naturalmente, con su temperamento de
artista, hubiera preferido las cosas de buen gusto y no deterioradas. Me di cuenta de ello
un día que había echado yo una mancha irreparable en su reloj de arena (Nota 5).
Noté la violencia que se tuvo que hacer para seguir conservándolo de esta manera y
para no dejarme traslucir el sacrificio que le había impuesto sin querer.
*
19 No se cuidaba en absoluto de que sus ropas le cayeran bien o le viniesen demasiado
largas. En apariencia, era del todo indiferente en cuanto a su exterior, sin negligencia
alguna de su parte; pero en todas las cosas, cuanto más se acercaba a la verdadera
pobreza, tanto más contenta estaba. Ella misma se remendaba sus alpargatas y sus
vestidos hasta el extremo límite de lo posible.
*
20 Siempre dentro del mismo espíritu, si tenía un libro o una, estampa con canto
dorado, los raspaba cuidadosamente. Como su canastilla de labor se empezase a
destejer, una Hermana la ribeteó con una cinta de terciopelo viejo, pues esta tela no se
gasta, dura mucho. Aunque muy ocupada, Teresa deshizo el trabajo y volvió a colocar
el terciopelo al revés, es decir, la trama al exterior, para que pareciese más pobre y
menos bonito.
Habiendo dado una novicia aceite de linaza a su escritorio de celda, el cual
ordinariamente está pobremente teñido de nogalina, se lo hizo lavar inmediatamente con
un cepillo. Y no permitió que los muebles de su celda estuviesen barnizados de esta
manera sino porque los había encontrado así a su llegada; pero le disgustaban mucho, y
si sólo ella los hubiera tenido, los hubiera lavado sin piedad.
*
21 A mi entrada en el Carmelo, se deshizo, para dármelos a mí, de su escritorio y de su
pila de agua bendita, y de los graneros tomó para sí objetos fuera ya de uso.
Modelo nuestro en todas las cosas, Sor Teresa no tenía nada más que lo que
rigurosamente necesitaba, y desechando cuidadosamente todo lo que sabía a comodidad.
*
22 No tuvo en el Carmelo más que un par de tijeras de niña, que había traído del mundo
y que eran muy insuficientes para sus labores.
Durante toda su vida religiosa se sirvió de una lámpara cuyo mecanismo no
funcionaba ya, sino que era necesaria la ayuda de un alfiler para subir la mecha. Pero lo
hacía con tanta gracia, que parecía natural tomarse aquel trabajo, y cualquiera se
engañaba, creyendo que prefería esta lámpara a otra mejor.
*
23 Cuando necesitaba un cortaplumas, si no tenía tiempo de volverlo al taller de pintura,
lo dejaba tirado en el suelo, fuera, junto a la puerta de su celda, para dar bien a entender
que no formaba parte de los objetos que tenía a su uso.
*
24 Para escribir su manuscrito se procuró, por medio de nuestra hermana Leonia, un
cuaderno muy barato y de muy mal papel. Al empezar, creyó que sólo emplearía uno,
por eso, su sorpresa fue grande cuando se vio obligada a pedir otro.
En cuanto a la parte que dirigió a la Madre Maria de Gonzaga, parte que ella redactó
cuando estaba ya muy enferma, fue necesario obligarla a que escribiese menos cerrado,
dejando una distancia conveniente entre las líneas, y en un papel cuadriculado.
Cuando componía sus poesías las anotaba en trocitos de papel, que todo el mundo
desechaba, de todos los colores y tamaños; por eso, sus borradores son casi ilegibles.
Se servía de las plumas hasta el límite extremo. Al final de su vida, sujeta a .un
régimen lácteo, las mojaba en un poco de leche puesta a su disposición. Hacía esto,
según decía, «para suavizarlas».
*
25 Temiendo la Madre Inés de Jesús, en la Profesión de su Hermanita, que el crucifijo
de Teresa fuese demasiado pesado y pudiese lastimarla, le dio el suyo, que era más
pequeño. Sor Teresa no me ocultó, más tarde, el sacrificio que esto le costó, pues había
soñado con tener un gran crucifijo; pero no hizo reclamación alguna, y conservó el
pequeño durante toda su vida. Fue el que tuvo entre sus manos al morir, y el que se
conserva todavía hoy en su urna.

ESPÍRITU DE MORTIFICACION EN LAS COMIDAS, EN LAS


RECREACIONES Y EN LAS VISITAS

26 Aprovechaba todas las pequeñas ocasiones de mortificación que no pueden dañar a


la salud, y se las imponía siempre y en todo tiempo. Se trata de prácticas bien pequeñas,
sin duda, pero Dios muestra lo mismo su potencia en la creación de las cosas
infinitamente pequeñas, y parece que Teresa ha manifestado su fuerza precisamente en
la multiplicidad de actos microscópicos, si es lícito expresarse así.
*
27 Mi querida Hermanita me confió haber sentido, desde su más tierna infancia, una
repugnancia instintiva por las comidas. No podía comprender que las gentes se invitasen
para eso, que éste fuese el fin de algunas reuniones. «Tan pronto como se desea gozar
de la presencia de alguno, decía ella, se le invita a comer. ¡Qué extraño! Debería
sentirse vergüenza en comer, y esconderse. ¡Ah! Si Nuestro Señor y la Santísima Virgen
no hubieran comido, no me hubiera podido nunca consolar de tener que hacerlo!».
Al final de su vida, cuando estaba tan enferma, tuvo caprichos en cuanto al
alimento. Por eso, me dijo con un poco de tristeza: «¡Esto me humilla mucho! Pero lo
deseo, pues es voluntad de Dios que pase por esta debilidad».

Pureza de intención en el refectorio

28 Interrogada sobre su manera de santificar sus comidas, me contestó: «Hay que


realizar esta acción, de suyo tan baja, en unión de Nuestro Señor.
»Con mucha frecuencia me vienen en el refectorio las más dulces aspiraciones de
amor. A veces me veo obligada a detenerme... ¡Qh, me encanta el pensar que si Nuestro
Señor hubiera estado en mi lugar, delante de mi ración, él hubiera comido ciertamente!
Tomaría lo que le fuese ofrecido... Además, es muy probable que durante su vida mortal
haya gustado los mismos manjares que yo. La Santísima Virgen le hacia sopa. Se
alimentaba de pan, de frutos, de legumbres, de pescado...».
En estos y parecidos pensamientos se entretenía, y su alma se exhalaba en perfume
de amor.
*
29 He aquí las penitencias que se permitía en el refectorio, pues las otras le estaban
prohibidas:
Cuando el mango de su cuchillo o de su cuchara no estaba suficientemente
enjuagado y, ligeramente pegajoso, se adhería a su mano, se guardaba muy bien de
poner fin a esta mortificación, que le costaba mucho, y la sufría hasta el final de la
comida.
Un año en que, durante las últimas semanas de Cuaresma, se leía un libro sobre la
Pasión de Nuestro Señor, me dijo que «le repugnaba tanto tomar el alimento
escuchando aquella lectura, que se veía obligada a realizar casi furtivamente, aquel acto
que le parecía tan bajo, y a privarse de beber hasta que la lectora se paraba un instante o
la lectura era menos emocionante». Entonces, bebía rápidamente y como a hurtadillas,
«porque, decía, a pesar de todo, el comer es una necesidad, pero en cuanto al beber,
puede uno privarse, es un alivio».
Me contó este hecho, no para animarme a seguir su ejemplo, sino para manifestarme
lo conmovida que estaba por el relato de los sufrimientos de Nuestro Señor.
*
30 En el refectorio, Sor Teresa. del Niño Jesús observaba pequeñas rúbricas infantiles
que nos confiaba con sencillez:
«Me figuro estar en Nazaret, en la casa de la Sagrada Familia. Si me sirven, por
ejemplo, ensalada, pescado frío, vino, o cualquiera otra cosa de sabor fuerte, se lo
ofrezco al buen san José. A la Santísima Virgen le doy las raciones calientes, los frutos
muy maduros, etc.; y los alimentos de los días de fiesta, particularmente la papilla, el
arroz, las confituras, se los ofrezco al Niño Jesús. Por fin, cuando me traen una comida
mala, me digo alegremente: ¡Hoy, hijita mía, todo esto es para ti!».
Nos ocultaba su mortificación bajo apariencias graciosas. Sin embargo, un día de
ayuno en que nuestra Rda. Madre le había impuesto un alivio, una de las novicias la
sorprendió condimentando con ajenjo aquella dulzura demasiado a su gusto.
Otra vez, la vi beber lentamente una medicina execrable.
«¡Pero, daos prisa, le dije yo: bebedlo de un trago!
- ¡Oh, no! ¿No he de aprovecharme de las pequeñas ocasiones que se me ofrecen
para mortificarme un poco, puesto que me están prohibidas las mortificaciones
grandes?».

Cómo santificar las recreaciones

31 «En la recreación, más que en parte alguna, decía Sor Teresa, hallaréis ocasión de
ejercitar vuestra virtud. Si queréis sacar de ella un gran provecho, no vayáis con la
intención de recrearos, sino con la de recrear a las demás; practicad en ella un gran
desapego de vos misma.
»Por ejemplo, si estáis contando a una de vuestras Hermanas una historia que os
parece interesante, y ella os interrumpe para contaros otra cosa, escuchadla con interés,
aunque no os interese en absoluto, y no procuréis reanudar vuestra conversación
primera. Obrando así, saldréis de la recreación con una gran paz interior y revestida de
una fuerza nueva para practicar la virtud, pues no habréis buscado satisfaceros, sino
complacer a las demás. ¡Si se supiera cuánto se gana en renunciarse a sí mismo en
todas las cosas!
- ¡Vos sí que lo sabéis bien! ¿Habéis obrado siempre así?
- Sí, me he olvidado de mi misma, he procurado no buscarme en nada».
¡Qué verdadero es este testimonio! Ella practicaba, en efecto, la perfecta abnegación
con tanta soltura, que se la hubiera podido creer natural en ella. Y sin embargo, esta
abnegación era debida a su generosa correspondencia a la gracia de Dios. Testigo, esta
confidencia:
Como yo le hiciese notar que en recreación se siente a veces una verdadera picazón
de decir algún dicho ingenioso, me confesó que había probado esta tentación. ¡Nada
extraño que, con su espíritu vivo, réplicas finas y picantes le hayan quemado los labios!
Pero siempre salió victoriosa en el arte de, abstenerse de brillar.

Abnegación en las visitas

32 En el locutorio escuchaba en silencio, no tomando la palabra más que cuando se le


preguntaba. Su reserva era tal, que aun dentro de nuestra propia familia se la juzgaba
insignificante, y se decía «que habiendo entrado demasiado joven en el convento, su
instrucción había sido truncada, y que de ello se resentiría toda su vida».
*
«Cuando yo no sea ya de este mundo, nos dijo a nosotras, sus tres hermanas, cuidad
de no vivir vida de familia, de no contaros nada de las visitas sin permiso, y ni aun de
preguntar, a no ser que se trate de cosas útiles y no sólo divertidas».
*
En cuanto al locutorio, buscaba siempre el modo de esquivarse de él cuando preveía
que iba a encontrar gusto, mientras que, por el contrario, se quedaba sin hacerse de
rogar cuando se trataba de sacrificarse.

DESAPEGO

33 Cuando Sor Teresa estaba enferma se lo decía por obediencia a nuestra Madre, sin
ocuparse de ser atendida o no, y si alguna cosa le faltaba, pensaba que Dios estaba
seguro de su paciencia, de lo cual se enorgullecía y se gozaba.
*
«Cuando emprendáis un trabajo, me decía, es necesario que lo hagáis con
desprendimiento, que permitáis que vuestras Hermanas os den consejos y aún que lo
retoquen en vuestra ausencia, y que os hagan perder, en consecuencia, varias horas de
esfuerzo si por ventura no tienen el mismo gusto que vos. Aun más: si vuestra labor, de
esta suerte retocada, pierde valor, os debéis alegrar de ello, pues se ha de trabajar no
tanto con el fin de realizar una obra perfecta cuanto con el de hacer la voluntad de Dios»
(Nota 6)

Amor propio

34 Durante su enfermedad imaginé, para aliviarla, toda una táctica, que llevé a la
práctica tan rápidamente y le parecía tan ingeniosa que me miraba toda sorprendida. Me
agradeció entonces mi caritativa prontitud, mi destreza, y añadió:
«Si os hubiesen mandado esto, si hubiese sido idea de vuestra primera de oficio, ¿lo
habríais ejecutado con tanta alegría?». Y, desarrollando su pensamiento, me demostró lo
muy inclinada que está la naturaleza a encontrar fácil lo que nace de la propia
inspiración personal, mientras que por el contrario siempre hay peros y condiciones
cuando se trata de adoptar las ideas de los otros. Así, vemos con buenos ojos los alivios
que se dan .a las demás cuando los hemos obtenido por nuestra mediación. Si no
intervenimos en su concesión, ¡mil tentaciones se levantan en nuestro corazón, y
hallamos modos de desaprobar todo aquello en lo que no hemos puesto las manos!».
Sacrificio de los afectos familiares

35 Un nuevo ejemplo de su desapego resalta de su conducta cuando sacaban alguna


fotografía de un grupo de Comunidad.
Estando encargada yo de preparar el aparato, cuando era llegado el momento de
colocarme no hallaba lugar disponible entre las novicias, por haberse ya éstas reunido
en torno de nuestra Maestra de manera que pudiesen estar lo más cerca posible de ella.
Mi querida Hermanita las dejaba hacer, no sin lamentar, sin embargo, alguna vez, el que
no tuviesen la delicadeza de proporcionarnos la dicha de estar la una cerca de la otra.
Me confesó que esto le había hecho sufrir.
Una vez, no obstante, alteró este modo habitual de comportarse: fue en el grupo del
lavado»: en aquella ocasión ella rogó a Sor Marta de Jesús que se alejase un poco para
dejarme sitio.
En verdad, no hubiera sido posible encontrar un corazón más afectuoso que el suyo,
pero sólo en la intimidad nos testimoniaba a nosotras, sus hermanas, toda su ternura.
Habiendo leído que ciertos Santos se alejaban de sus parientes por deseo de
perfección o modificaban sus relaciones para con ellos, ella nos decía «que estaba muy
gozosa de que hubiera muchas moradas (Juan 14, 2) en la casa de Dios», añadiendo que
«la suya no sería la de los grandes santos, sino la de los pequeños, los cuales aman
mucho a su familia».

RENUNCIAMIENTO

«No pactar con el mundo»

36 Cuando, desterrada en el mundo, me veía obligada a seguir la corriente del ambiente


en que vivía, mi querida Teresita probaba una pena profunda; sobre todo un día en que
había de asistir a una velada de baile.
Lloró, me dijo, como nunca había llorado, y me rogó que la visitase para hacerme
sus recomendaciones. Como me pareciese que exageraba un poco y que era demasiado
severa, pues no hay que ponerse en ridículo, ella se mostró indignada y me dijo con
energía: «¡Oh, Celina! Considera la conducta de los tres jóvenes Hebreos, que
prefirieron ser arrojados en un horno ardiente antes que doblar la rodilla delante de la
estatua de oro; y tú, la esposa de Jesús, ¿quieres pactar con el mundo, adorar su ídolo
entregándote a placeres peligrosos? Acuérdate de lo que te digo de parte de Dios; mira
cómo recompensó la fidelidad de sus servidores y trata de imitarles».
Después de tomar la firme resolución de no bailar, y no sabiendo cómo
arreglármelas para poner en práctica mis designios, me metí en el bolsillo un gran
crucifijo y recé una fervorosa plegaria.
Estaba la velada casi terminada y había resistido todo el tiempo a las apremiantes.
solicitaciones que se me habían hecho, hasta el punto de disgustar a ciertas personas,
cuando, yo no sé cómo, me vi arrastrada por un joven. Pero me fue imposible ejecutar
un sólo paso de baile. Era verdaderamente extraño. Cada vez que la música se
reanudaba, el pobre señor trataba de lanzarse, y yo hacía verdaderamente lo posible;
¡trabajo inútil! Por fin, después de pasearse conmigo muy religiosamente, se esquivó,
rojo de confusión.
En cuanto a mí, no me hallaba en manera alguna turbada, y me volví muy contentas
entre las señoras que estaban de mironas y a quienes divertí mucho contándoles mi
aventura.
«Hacer su propia voluntad no haciéndola»

37 Algunos meses después de mi entrada en el Carmelo, hallando la vida religiosa un


poco dura para la naturaleza, fui animada por Sor Teresa del Niño Jesús:
«Os quejáis de no hacer vuestra propia voluntad, me dijo: esto no es justo. Admito
que no la hacéis en los detalles de cada jornada, pero ¿la vida en sí, no es la que habéis
escogido? Luego hacéis vuestra voluntad no haciéndola, pues sabíais muy bien lo que
abrazabais viniendo al Carmelo.
»Os confieso que yo no me quedaría aquí ni un minuto a la fuerza. Si se me forzase
a vivir esta vida, no podría vivirla; pero soy yo quien la quiere... Quiero todo aquello
que me contraría. Sí, soy yo quien quiere todo lo que es contra mi voluntad, pues dije
muy alto el día de mi Profesión: «que quería ser carmelita de grado y de libre voluntad»
(Nota 7)
*
38 En el mes de marzo de 1895, estando en el jardín con las novicias, descubrí una
campanilla blanca. Me eché a cogerla, pero Sor Teresa del Niño Jesús me retuvo
diciéndome: «Eso no está permitido». El pensar que ya no podría ni coger una flor me
pareció tan duro que las lágrimas brillaron en mis ojos. Era un domingo. Al volver a
nuestra celda, quise consolarme componiendo un cántico que expresase todo lo que
había yo abandonado por hallar a Jesús, pero sólo me salió este final:
«La flor que cojo, ¡oh, Rey mío!,
Eres «Tú»
Teresa, a quien fui a confiar mi pena, no dijo nada, pero algunos días después me
trajo una poesía titulada: «El cántico de Celina», que fue publicado más tarde con el
titulo de «Lo que yo amaba».
En cada línea brilla, junto con su esperanza, su desprendimiento de las cosas de este
mundo.

Ejemplos de renunciamiento

39 Los escribo, o porque yo misma fui testigo de ellos, o porque ella me los confidenció
para exhortarme al sacrificio.
Nuestra Madre había leído en recreación un día que ella estaba ausente una carta en
que se hacía referencia a Sor Teresa del Niño Jesús. Me pidió que se la enseñase. Yo se
la pasé con permiso.
Algunos días después tuve necesidad de la carta. Me la devolvió; y como yo le
preguntase si le había interesado, se vió obligada a confesarme que no la había leído. Se
la remití de nuevo para que la leyese, pero fue inútil, no la abrió. Así mortificaba ella en
todas las cosas sus más inocentes deseos, y en esta ocasión quiso castigarse
particularmente por habérmela pedido.
No se informaba nunca de las noticias. Si veía un grupo de Hermanas a las que la
Madre Priora parecía contar alguna nueva, se guardaba mucho de ir a su lado.
*
40 A mi entrada en el Carmelo, el 14 de septiembre de 1894, Sor Teresa del Niño Jesús
se alegró viendo realizado su más entrañable deseo, pues iba a poder ella misma
instruirme y guiarme en su «Caminito». Sin embargo, cuando franqueé la puerta de la
clausura, su primer acto fue un renunciamiento. Después de haberme abrazado como las
demás religiosas, se marchaba ya, cuando nuestra Madre Inés de Jesús le hizo señas
para que fuese a esperarme a la celda que se me había destinado. Ella tenía derecho
como «ángel» y ayudante de la Maestra de novicias, pero no hubiera ido sin aquella
indicación.
*
41 Del mismo modo, a la entrada en el Carmelo de Sor María de la Eucaristía (Nota 8),
en el momento de ir la Comunidad a buscarla .a la puerta conventual, Sor Teresa del
Niño Jesús, formando grupo con las más jóvenes se mantuvo en lugar separado. Una
Hermana le dijo: «Adelantaos: veréis a vuestra familia mientras la puerta está abierta»
(Nota 9) pero ella no se movió.
Se ha de advertir que por estar los locutorios en construcción, no habíamos visto a
nuestros parientes desde hacía un año. Como yo le hiciese más tarde el reproche de
haber sido la única en faltar a la cita, me dijo que se había privado para mortificarse,
añadiendo que este sacrificio le había costado mucho.
*
42 Algunas veces sentía ella verdadero deseo de echar una mirada al reloj del coro,
durante la oración o en otras circunstancias. Se privaba siempre, y esperaba
pacientemente a que sonase la hora: «Tengo prisa, es verdad, pero no adelanto nada con
saber si faltan todavía cinco o diez minutos».
*
43 Soportaba con una paciencia de ángel y por espíritu de mortificación los excesivos
cuidados que le prodigaba su primera de oficio en el Torno. Era una buena anciana, muy
lenta y muy maniática, que le cuidaba sus manos llenas de sabañones y de grietas
durante el invierno. Esta Hermana le envolvía los dedos uno por uno en una multitud de
pequeñas vendas. Un día ya no quedaba libre más que la última falange del dedo
meñique, ¡pero no tardó en ser amortajada como las otras! ¡Y, ante mi estupefacción,
Sor Teresa reía!
*
44 Durante su enfermedad, nos trajeron una caja de almendras de bautismo (Nota 10)
muy lindamente pintada. La ponderaron delante de ella, pusieron la caja sobre la mesa,
no lejos de su lecho, olvidando enseñársela: ella se abstuvo de pedirla.

Sacrificios

45 Mi querida Hermanita me confió que a fin de excitar a la virtud a su compañera de


noviciado, una Hermana conversa, a quien trataba de dirigir, fingió tener ella misma
necesidad de toda una dirección cotidiana de los actos para adelantar en la perfección.
Cada día le ofrecían al Niño Jesús un don especial: a veces flores o frutos, a veces
vestidos, o bien le hacían oír conciertos melodiosos con instrumentos de música que
variaban sin cesar. Método que iba muy en contra de sus gustos de gran sencillez, pero
al que se dedicaba con tanta gracia, que su compañera podía quedar persuadida de que
esos estimulantes le eran necesarios a Sor Teresa.
*
46 Al principio mismo de mi vida religiosa, pasando en el jardín junto a una parra, le
ofrecí algunos pequeños «pámpanos», que tanto gustábamos de chupar cuando éramos
pequeñas. Pero los rehusó, diciendo que en el Carmelo estaba prohibida esta
satisfacción que tantos recuerdos infantiles despertaba en ella. Insistí aquella vez -era un
día de fiesta-, esperando que aceptaría en aquella ocasión lo que se le ofrecía. Todo fue
inútil: «He prometido al Niño Jesús, me dijo, no gustar de los «pámpanos» de la parra
sino en su Reino»

Amplitud de miras en la mortificación


47 Por el contrario, tuve ocasión de experimentar su amplitud de miras para no impedir
a una postulante una distracción que podía causarle provecho. Cuando yo entré, me hizo
observar que desde la ventana de nuestra celda se divisaba, a lo lejos, entre dos casas, la
vía del ferrocarril, y me dijo: «Estaréis contenta de ver pasar el tren... ».
No me hizo ninguna alusión a la mortificación que habría consistido en privarme de
este inocente placer. ¡Pero Dios tuvo a bien imponérmela, pues la construcción de un
nuevo edificio me ocultó, casi en seguida, la vía del ferrocarril!
Sor Teresa no buscaba para mortificarse cosas extraordinarias, ni era de un
rigorismo absoluto respecto a las satisfacciones permitidas. En esto, como en todo lo
demás, procedía con sencillez y no rehusaba bendecir a Dios en sus obras. Así, gustaba
de tocar los frutos, el melocotón en particular admirando su piel velluda; igualmente, de
distinguir, unos de otros, los perfumes de las flores. Pero si hubiese sentido un placer
natural, aun en estas cosas inocentes, ella se hubiera privado en seguida, lo cual hacía
fielmente, puesto que en el momento de morir no tenía que reprocharse en su vida sino
el haberse permitido, una vez y por un instante, el placer de respirar un frasco de agua
de Colonia que le habían dado en un viaje.

INSTRUMENTOS DE PENITENCIA

48 Antes de su entrada en el Carmelo, Teresa se desvió deliberadamente de esta forma


de mortificación. Ya religiosa, fue muy fiel a las ordenaciones de la Regla, y, en cuanto
se le permitió, llevó los instrumentos de penitencia supererogatoria usados en el
monasterio. Por mi parte, habiendo experimentado que cuando se lleva esta clase de
objetos se evitan instintivamente muchos movimientos dolorosos, y que para la
disciplina se atiesa una de suerte que se sufra menos, le revelé a mi virtuosa Hermanita
mi experiencia, y ella exclamó:
«¡Ah! ¡A mí no me pasa eso! Juzgo que no vale la pena hacer las cosas a medias. Yo
tomo la disciplina para hacerme daño, y deseo hacerme lo más posible». Me confesó
que, a veces, le venían las lágrimas a los ojos, pero que se esforzaba por sonreír, a fin de
no manifestar en su rostro la huella de los sentimientos de su corazón, gozosa de sufrir
en unión con su Amado, para salvarle almas.
Sin embargo, había ella notado que las religiosas más inclinadas a las austeridades
sangrientas no eran las más perfectas, y que aun el amor propio parecía encontrar un
alimento en las penitencias corporales excesivas. Esto contribuyó no poco a mostrarle el
peligro que en ellas había (Nota 11).
Nos decía que todas las penitencias corporales no eran nada comparadas con la
caridad.
*
49 Durante su noviciado -lo supe en los últimos meses de su vida- una de nuestras
Hermanas, habiendo querido hacerle el favor de sujetarle el escapulario por la espalda,
le atravesó por descuido la epidermis con su gran alfiler, sufrimiento que ella soportó
durante varias horas con alegría.

VI
FUERZA EN EL SUFRIMIENTO
DUEÑA DE SI MISMA
INSTRUMENTOS DE DIOS
SANTIDAD Y GLORIA
DESEO DE LA MUERTE
FELICIDAD Y RECOMPENSA CELESTIALES
FUERZA EN EL SUFRIMIENTO

1 Su conformidad perfecta a la voluntad de Dios se leía hasta en su semblante: se la veía


siempre graciosa y con una amable alegría, y, cuando no se penetraba en su intimidad se
hubiera podido creer que seguía un camino muy dulce, todo hecho de consuelos.

Tentaciones contra la fe

2 No hablaba a nadie acerca de la gran prueba de sus tentaciones contra la fe, que volvió
tan sombrío el cielo de su alma durante los dieciocho últimos meses de su vida.
Me dijo que sólo se había confiado al Revrendo Padre Godofredo Madelaine, el cual
le había aconsejado copiar el Credo y llevarlo sobre su corazón, lo que ella hizo al
instante. Hasta lo escribió con su sangre.
Sabía yo que ella hubiera querido confiarme todas sus penas; le parecía que este
desahogo la hubiera consolado, pero temía hacerme participar de sus dudas, y prefirió
soportarlas enteramente sola.
Cuando le hacía preguntas acerca de su prueba interior, se contentaba con mirarme
con sus ojos profundos, diciéndome: «¡Si supierais! ... ¡Oh, si pasaseis sólo cinco
minutos por las tentaciones que sufro!».

3 A veces, parecía dejar escapar su doloroso secreto, y en medio de una conversación


del todo ajena a este asunto me decía con un tono de voz angustiado: «¿Pero, hay un
cielo?... Habladme del cielo...». Yo trataba entonces de decirle toda clase de cosas
hermosas sobre el cielo y sobre Dios; hubiera querido desahogarme con ella, pero, ¡ay!,
mis palabras no hallaban eco.
A veces me veía interrumpida por un «¡Ah!» desolado; pero casi siempre era
necesario cambiar de conversación, pues mis propósitos parecían aumentar su tormento.
Sufría mucho viéndola en esta prueba.
Mi querida Teresita, ante mis esfuerzos impotentes, me decía que pidiese por ella;
luego ya nada se traslucía al exterior. Triunfaba de sus tentaciones haciendo frecuentes
actos de fe y componiendo sus poesías, que eran el eco de un alma abrasada de amor.

Hermoso sueño y verdadero ánimo

4 Como nuestro Padre San Juan de la Cruz ella vivía1a «con arrimo y sin arrimo» (Nota
1) Yo, que no saboreaba, al menos en la práctica, estas máximas austeras, estaba
admirada de las ruinas que amontonaban en mi alma, por la destrucción que obraba en
mi «yo» la formación religiosa, y echaba de menos las impresiones vivas y ardientes
sentidas en otro tiempo.
«En el mundo, le dije, me enardecía, sentía palpitar mi corazón de celo, era
emprendedora. ¡Por la gloria de Dios hubiera ido hasta el fin del mundo, no hubiera
temido a las fieras; mientras que al presente todas estas impresiones vivas están
apagadas, y no me siento con ánimo para nada!
- Eso, me respondió, era la juventud. El verdadero ánimo no está en ese ardor de un
momento que empuja a la conquista de las almas al precio de todos los peligros
imaginables, los cuales no añaden sino un encanto más a ese hermoso sueño; está en
quererlo con angustia del corazón y al mismo tiempo en rechazarlo, por decirlo así,
como Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos».

Las cruces del mundo y las cruces de la vida religiosa

5 «Se piensa comúnmente en el mundo, me dijo, que no tenemos nada que sufrir, o que,
a lo sumo, se trata de sufrimientos pueriles, y se dice: «¡Enhorabuena! ¡Las cruces que
se encuentran en el mundo son las únicas que Se pueden llamar cruces!»
»Es verdad que en el mundo hay cruces muy grandes y muy pesadas... Las de la
vida religiosa son alfilerazos cotidianos; la lucha se desarrolla en un terreno
completamente distinto. Hay que combatirse a sí mismo, hay que destruirse a sí mismo:
aquí es donde se consiguen las verdaderas victorias. ¡Cuántos hay que vienen del
mundo al claustro después de haber perdido a los padres, a los hijos, cuyo ánimo varonil
y fortaleza de alma causan admiración, y que luego frente a la cruz de la vida religiosa
se hallan con frecuencia desanimados! Yo misma he comprobado aquí que las
naturalezas más fuertes en apariencia son las que más fácilmente se abaten en estas
cosas pequeñas: ¡tan verdad es que la mayor de las victorias es la de vencerse a sí
mismo!…
- ¡Oh, sí, contesté yo, el renunciamiento en las cosas pequeñas es demasiado difícil!
¡Yo no llegaré nunca a conseguirlo! Tomo buenas resoluciones, veo claramente lo que
tengo que hacer; luego, a la primera ocasión, me dejo vencer, es más fuerte que yo.
- Os desconcertáis tan fácilmente porque no suavizáis de antemano vuestro corazón.
Cuando estáis irritada contra alguien, el medio de encontrar la paz es rogar por esa
persona y pedir a Dios que la recompense por haceros sufrir. Acontece, sin embargo,
que a pesar de todos sus esfuerzos Dios permite algunas debilidades en ciertas almas,
pues les sería muy perjudicial tener una virtud sentida, es decir, creer poseerla y que los
demás se la reconociesen».
*
6 En cuanto a nuestra vida de clausura sin ningún apostolado activo, ella juzgaba que lo
más duro para la naturaleza es trabajar sin ver nunca el fruto del propio trabajo, trabajar
sin aliciente, sin distracciones de ninguna clase; que el trabajo más penoso de todos es
el que se emprende sobre sí mismo, para llegar a vencerse.

«...Tus obras no se ven»

7 He aquí un ejemplo de las «cruces» que se encuentran en la vida religiosa:


Durante mi postulantado fui puesta en la ropería (Nota 2), con la encomienda de
desempeñar algunos servicios en la enfermería. Pero desde mi entrada se me pidieron
trabajos enteramente distintos de aquellos para los que «se me esperaba».
Tuve que pintar un medallón sobre una casulla, luego una multitud de pequeños
objetos que las Hermanas me traían para embellecerlos con miras a la fiesta de Santa
Inés, onomástico de nuestra Madre.
Como quien me mandaba todo esto era mi primera de oficio, lo hacía dócilmente, y,
sin embargo, hubiera preferido coser.
Pero luego, dándose cuenta esta religiosa de que el trabajo de la ropería se retrasaba,
se quejó, lo cual me causó grandes penas, que yo confiaba a mi Teresa.
La noche de Navidad hallé en mi zapato una poesía, que ella me dirigía bajo el
nombre de la Santísima Virgen (yo me llamaba entonces María de la Santa Faz); he aquí
un fragmento:
No Le inquiete la labor
que has de cumplir cada día,
tu solo quehacer, María,
en la vida es el amor.

Puedes decir a quien diga


«que tus obras no se ven»:
amo mucho, y en la vida
el amor es mi quehacer.
Mi querida Hermanita hizo esta poesía de propia iniciativa, sin que mediase petición
de parte mía. Deseaba animarme, consolarme, y lo consiguió perfectamente.

A propósito del sufrimiento

8 «Yo tenía, me dijo, una capacidad muy grande para sufrir y muy reducida para gozar:
no podía soportar el gozo. Por eso, el gozo me quitaba enteramente el apetito, mientras
que los días en que sufría mucho comía por cuatro: ¡al revés de todo el mundo!».
Aunque deseaba el martirio, Sor Teresa no buscaba el sufrimiento por el
sufrimiento; lo amaba porque era para ella un medio de probar a Jesús su amor, de la
misma manera que nuestro Señor deseaba el bautismo de sangre para mostrarnos el
suyo, aunque al mismo tiempo lo temía según su naturaleza humana. Además, cuando
ella expresa a Dios su deseo de sufrir mucho por Él, siempre subordina su oración a los
designios de la Providencia sobre ella. Y aun al final de su vida, esta disposición de
abandono total al beneplácito divino ejerció en su alma una influencia tan
predominante, que la hacía exclamar: «No deseo ni el sufrimiento ni la muerte, y sin
embargo, los amo a los dos. Hoy por hoy, sólo me guía el abandono total; ya no sé pedir
nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre mi
alma».

No pedir consuelos

9 Su mortificación interior era tan grande, que nunca pidió a Dios el menor consuelo.
He aquí un episodio, que dió origen a la lección que ella me enseñó a este propósito:
En los comienzos de mi vida religiosa, yo luchaba; sufría muchas derrotas,
conseguía pocas victorias, y el desaliento estaba a la orden del día. Los consejos, tan
sabios, de mi Hermanita me penetraban profundamente el alma; pero cuanto más los
saboreaba, tanto más sufría por no poder llevarlos a la práctica. Me decía a mí misma:
«No, nunca tendré la fuerza para llegar hasta el fin; prefiero tener menos en el Paraíso,
no puedo adelantar».
Estando en esta perplejidad, me dirigí a la Santísima Virgen, suplicándole, me diese.
un pequeño consuelo o bien un sueño. Fui escuchada.
Mientras dormía me vi en el patio, llorando mucho. Con el corazón oprimido por la
angustia, levanté los ojos: una inmensidad de cielo me rodeaba. Había en él algunas
nubecillas y, entre ellas, coronas entrelazadas: eran como nimbos rematados por una
estrella. Había miles, cantidades innumerables, y a medida que las nubecillas se
apartaban, yo descubría otras más. Me quedé jadeante, mis lágrimas se secaron, y veía
que el horizonte estaba todo rojo, rojo de sangre, y aquel rojo era cada vez más subido.
Entonces comprendí que no debía trabajar para mí, sino que era necesario trabajar
para complacer a Dios y salvarle almas; ganar, sí, el Paraíso, pero para los pecadores. Y
puesto que una madre da a luz con dolor, era necesario que yo sufriese mucho para
engendrar muchas almas.
Como mi corazón se abriera y dilatara ante la belleza de mi misión, me desperté y,
toda feliz, conté este sueño alentador a nuestra querida Maestra. Ella me dijo con
viveza: «¡Ah! ¡He ahí una cosa que yo nunca hubiera hecho! ...; ¡pedir consuelos!
Puesto que os queréis parecer a mi, ya sabéis que yo digo:
¡Oh! No temáis, Señor, que yo os despierte. Yo espero en paz el Reino de los cielos»
(Nota 3)
«¡Es tan dulce servir a Dios en la noche de la prueba! ¡No tenemos más que esta
vida para vivir de fe! ...».

«Sin duda, dormía»

10 Durante su última enfermedad, ella misma estaba muy lejos de ser llevada por el
camino de los consuelos. Después de una de sus comuniones, nos dijo:
«Es como si hubieran puesto a dos niños juntos, y los niños no se dijesen nada; no
obstante, yo he dicho alguna palabrita a Jesús, pero él no me ha respondido: ¡sin duda
dormía!».

No hacerse compadecer

11 Un día de colada, me quejaba de estar más fatigada que las otras, pues, además del
trabajo común, había realizado una labor que se ignoraba. Ella me contestó: «Quisiera
veros siempre como un soldado valiente que no se queja de sus penalidades, que llama
a. sus heridas rasguños, que está continuamente dispuesto a aliviar a los demás y a
juzgar muy graves sus más pequeños males».
Me hizo confesar, a continuación, que yo sentía mi cansancio tanto más cuanto más
las otras lo ignoraban. «¿Por qué no tenemos valor? ¡Porque no somos comprendidas!
Sí se le dijera a una Hermana: «Estáis fatigada, id a descansar», en seguida se sentiría
menos fatigada... Es portarse a lo vulgar querer que cuando nos sentimos mal los demás
lo sepan. La beata Margarita María, habiendo tenido dos panadizos, juzgaba que sólo le
había hecho sufrir el primero, pues el segundo, no habiendo podido quedar oculto, había
sido objeto de la compasión de las Hermanas».
«Si os compadecen, será un consuelo. Si no os compadecen, ¡alegraos de ello! En
vuestro lugar yo preferiría esto último, y me complacería en ello. Todo o nada: o
compasión cuando vuestro dolor lo merezca, o un gran olvido, y para que sea más
grande ¡cooperad a él! ... Haced resaltar las penas de las otras, los títulos que tienen para
ser compadecidas, consoladas más que vos...».

Domingos y días de fiesta

12 Le hacía observar también que ocupaciones imprevistas me impedían aprovecharme


del tiempo libre de los domingos y días de fiesta. Ella me respondió: «¿Sabéis cuáles
son mis domingos y días de fiesta?... Aquéllos en los que más probada soy».

DUEÑA DE SI MISMA

13 Sor Teresa juzgaba las cosas con verdad. No se excitaba. Estábamos seguras de
hallar en ella un consejo prudente y ponderado. Nada precipitada en su conducta, tenía
un dominio de si misma muy notable.
Nos aconsejaba que no la confiásemos nunca una pena, una tentación, mientras
estuviésemos todavía agitadas. Si no teníamos la fuerza de esperar, nos escuchaba, no
obstante, pero nos decía: «No contéis, ni aun a nuestra Madre, una dificultad con el fin
de que cese aquello de que os quejáis; sino abriros por deber, con desasimiento de
corazón. Mientras no sintáis este desasimiento, mientras haya en vosotras aunque no sea
más que una chispa de pasión, es más perfecto callarse y esperar a que se tranquilice
vuestra alma; de lo contrario la conversación no hará más que enconar las cosas».
*
14 Nada la podía irritar o descomponer. Las amenazas de persecución, los cataclismos
de aquí abajo hacían que sus cantos subiesen más alto. La paz y la tranquilidad se
reflejaban en su rostro en todo momento y quería ver en sus novicias la misma
serenidad, no permitiendo, por ejemplo, que frunciésemos el ceño, lo cual es indicio de
alguna preocupación.
*
15 Un día, en la fiesta de nuestra Madre Priora, estando Sor Teresa del Niño Jesús
representando a Juana de Arco sobre la pira, poco faltó para que se quemase a causa de
una imprudencia. Pero a una orden de nuestra Madre de que no se moviese del sitio,
mientras se esforzaban en apagar las llamas que crepitaban a sus pies, ella permaneció
tranquila en medio del peligro, ofreciendo su vida a Dios, como más tarde nos
confidenció.
*
16 Cuando sobrevenía algún accidente, ella reparaba los estragos con una tranquilidad
perfecta. Poco después de mi entrada en el Carmelo me aconteció derramar todo un
tintero sobre la blanca pared de nuestra celda y sobre el entarimado: acudí a ella fuera
de mí: «Venid en seguida, le dije. -¡Para ayudarme, según me parecía, hubiera sido
necesario volar!
Ella, siempre dueña de sí misma, a duras penas pudo mantener su porte serio. Es
verdad que mi aspecto era lastimoso, a lo que se añadía aún el gran velo de crespón que
pendía de mi gorro de postulante. Mirándome, mientras sonreía, me dijo con dulzura:
«No tengáis pena, en seguida vamos a reparar el desastre; vuestro velo me
representa ese lago de tinta de que me habláis, pero vamos a hacer que desaparezca». Y
cogiendo tranquilamente los utensilios necesarios, reparó, en efecto, muy pronto la
desgracia, aunque sin darse prisa. Y yo, estupefacta, admiraba aquella su calma, que la
impedía desconcertarse ante los contratiempos de la vida.
Sentía pena, sin embargo, cuando le acontecía cometer una falta contra la pobreza
rompiendo un objeto cualquiera.

17 El mismo año de su muerte -el 2 de febrero de 1897-, siendo servidora en el


refectorio, rompió uno de los cristales de la ventanilla de servicio con la esquina de la
tabla de servir. Como estaba ya muy enferma, no pudo disimular con bastante prontitud
su agitación, y la vi llorar.
Después de la comida de la Comunidad, mientras la ayudaba a reunir los restos del
cristal, quise consolarla, pero me dijo: «Había pedido a Dios tener hoy una gran pena
que ofrecerle en honor de mi hermanito Teófano Vénard, de cuyo martirio es hoy el
aniversario: ¡Pues bien, hela aquí! Yo no la hubiera escogido, pues es una falta contra la
pobreza; pero ha sido involuntaria: se la presento a Dios como un sacrificio de
agradable olor».

INSTRUMENTOS DE DIOS
18 Puesto que mi querida Teresita era mi ideal, y yo me abrasaba en el deseo de
imitarla, se lo manifestaba muchas veces. A cada temor que yo le comunicaba ella
oponía respuestas que volvían mi alma a la verdad, pues yo era inclinada a estimar lo
que brilla.
«Ya veis, le dije yo, que Dios os ama particularmente, pues os pone en primera fila
(Nota 4) y permite que seáis estimada y amada de las criaturas; ¡porque no podéis negar
que cada una de nosotras, en la Comunidad, os busca y os ama!
- Eso no me añade nada, me respondió, y no soy, realmente, más de lo que Dios
piensa de mí. En cuanto a amarme más porque me pone en primera fila y permite que
sea su intérprete cerca de unas pocas novicias, me parece que es todo lo contrario. Dios
me constituye en sierva de ellas. Para vosotras, no para mi, ha puesto Dios en mí
encantos de virtud exterior.

19 »Me comparo muchas veces a una pequeña escudilla de leche: todos los gatitos van a
beber en ella y hasta disputan, a veces, a quién le tocará más; ¡pero allá en el fondo,
apartado, el Niño Jesús vigila! «Me gusta que bebáis en mi escudilla, dice, pero voy a
vigilar para que no la volquéis». En efecto, él cuida de eso. Por lo demás, seria difícil
quebrarla, pues está en el suelo... También las prioras están llenas de gracias para las
otras, pero están sobre una mesa, hay más peligro: ¡el honor es siempre peligroso! Dios
pone, a medida que lo necesitáis, leche en su pequeña escudilla, ¡y vosotras decís que es
para mi más que para vosotras! ¡Pero no soy yo quien se aprovecha, sino vosotras!
- Si, pero es señal de que pone en vos su confianza. Estáis colocada en un puesto de
honor, estando en un puesto de abnegación. ¡Dios está seguro de vos!
- ¡Ah, no sabéis lo que decís! Humanamente hablando, los más privilegiados son los
que Dios se reserva para sí solo. Por ejemplo: El tiene dos vasitos de incienso; se
reserva uno para sí y hace exhalar el perfume del otro ante las criaturas: ¿cuál de los dos
es más privilegiado?

20 »El tiene graciosas cestitas: unas, las guarda en el almacén; otras, las pone en el
escaparate para atraer a los que pasan. A éstas, les ata unas cintas de color rosa y azul
para que parezcan más bonitas, pero esto no añade nada a su intrínseco valor de cestas,
y las que están en los armarios del almacén son tan bonitas, y aún más, pues casi se
necesita un milagro de su gracia para que las cestitas que él pone en el escaparate
conserven su frescura. ¡Y he aquí que vos envidiáis a éstas!
- ¡Ah! No envidio eso en sí mismo, sino porque vos lo tenéis.
- Bien. Si yo fuese favorecida con gracias extraordinarias, no podríais, no obstante,
desearlas, porque sería una falta venial» (Nota 5)

21 Entonces yo asumí una expresión de tristeza y enrojecí al contestar: «Me costaría


mucho privarme de ese deseo... Confieso que esto es una niñería. La prueba está en que
si yo recibiese gracias extraordinarias y vos no las tuvieseis, desearía no tenerlas: tanta
es la confianza que tengo en el camino por donde os lleva Dios.
- Un alma, replicó ella, no es santa porque Dios la tome como instrumento. Es como
si un artista cogiese tal o cual pincel. ¿Por qué coge a éste, mientras al otro lo deja a un
lado? No es menos pincel que el otro, y tal vez es mejor. En todo caso, el ser empleado
por el maestro no le añade nada al primero.
- ¿Qué es, pues, lo que vale?
- Reconocer esta verdad, no atribuirse nada, no juzgar más grande esto o aquello,
referirlo todo a Dios. (Nota 6)
22 »Del mismo modo que una llama pequeña, débil y temblorosa, puede provocar un
gran incendio, así Dios se sirve de quien quiere para extender su reino. Un libro
ordinario, y aun profano, puede servir para ello. No hay por qué, pues, enorgullecerse
cuándo somos tomados como instrumentos. Dios no tiene necesidad de nadie».
Sin embargo, yo insistía aún:
«Las luces me vienen por vos, le decía yo por centésima vez, mientras que a vos,
Dios os habla directamente.
- Eso no es una señal de predilección hacia mí, al contrario. Nuestro Señor, como os
digo, me constituye en siervecita vuestra. El me dice tal o cual cosa expresamente para
vosotras. Yo debería, antes bien, sentir mi inferioridad en esta circunstancia. Dios, en
efecto, nos habla a través de los libros, a través de las cosas exteriores; se sirve muchas
veces de objetos materiales; pues bien: todo eso está a nuestro servicio. De la misma
manera, lo que nos viene a través de ciertos Santos es mucho más para nosotros que
para su gloria propia. Dios les exalta para nosotros. También ellos son nuestros
servidores. Si, en verdad: «Todo es nuestro, todo es para nosotros» (Nota 7)

SANTIDAD Y GLORIA

23 «Hay Santos a quienes conocemos porque están más cerca de nosotros, pero nada
prueba que sean los más grandes. De igual modo, juzgamos a las estrellas según su
distancia, pero su verdadera belleza sólo Dios la conoce. Algunas, que nos parecen
pequeñitas, o que no vemos en modo alguno, son incomparablemente más bellas que las
que llamamos «de primera magnitud».

24 »En la tierra no se puede saber... Muchas veces, a medida que las almas suben,
pierden la estima de los que las rodean. De igual modo que un globo, elevándose en los
aires, parece cada vez más pequeño, así la santidad más sublime es a veces
menospreciada. Sabiendo esto, «¿haremos caso de la gloria que los unos reciben de los
otros?» (Juan 5, 44)

25 »Nada nos asegura que los Santos canonizados sean los más grandes. Dios les ha
puesto de relieve para su gloria y para nuestra edificación, más que para ellos mismos.
He leído esto: el amor que los Santos se tendrán los unos a los otros en la eternidad no
se medirá según su respectiva grandeza y elevación en la gloria, sino que habrá
simpatías entre ellos. Podremos amar a almas pequeñitas con un afecto mucho más
grande que a otras almas mucho más santas. Este pensamiento me ha encantado
siempre.

26 »¿Creéis que los santos canonizados son los más amados sobre la tierra? ¡Ah!,
¿quién ama desinteresadamente en la tierra? ¿Qué santo es amado por sí mismo? Se le
alaba, se escribe su vida, se le preparan fiestas magníficas, hay solemnidades religiosas.
«Echemos el resto», y veamos a esas personas agitarse alrededor de una colgadura,
contrariarse porque no todas las cosas salen bien, o alegrarse porque nada sale en contra
de su voluntad. Se grita, se tumultúa en el ardor de los preparativos... Luego se habla del
órgano, de los sermones... Y ¿el Santo? ¡Ah! Prefiero permanecer escondida a tener una
media gloria. Sólo de Dios espero la alabanza que merezco.

27 »Los Santos no son santos porque se les reconozca por tales, ni son más grandes
porque se haya escrito su Vida. ¿Quién sabe si no es a otro santo -desconocido- a quien
debemos el bien hecho con tal obra, sea que él la haya inspirado, dirigido, o que haya
dispuesto a las almas para gustarla? ¡Cuántas cosas se verán más tarde! Pienso a veces
si no seré yo, tal vez, el fruto de los deseos de alguna alma pequeña, a la que deberé
todo lo que poseo...

28 «Luego la gloria para Dios sólo; nosotros no debemos desear más que una cosa; que
esa gloria se realice, y estar igualmente contentos de que se realice o por nuestro medio
o por medio de los otros. ¡Qué ilusión juzgar a los Santos según lo que se piensa de
ellos! ¡Cuántas santas carmelitas han tenido circulares (Nota 8) mal escritas y, por eso,
no han recibido honor alguno, mientras que otras, de virtud muy ordinaria, han parecido
encantadoras porque su Madre Priora sabía manejar la pluma!

29 »No puedo, verdaderamente, desear una gloria que pende de un cabello: ¡es una
lotería! Y si los Santos volviesen a la tierra a decirnos lo que piensan acerca de lo que
de ellos se ha escrito, quedaríamos muy sorprendidos... Sin duda, confesarían que no se
reconocen en el retrato que se ha trazado de su alma... (Nota 9)

30 »¿De quién somos perfectamente conocidos en la tierra y de quién perfectamente


amados?
»Por mi parte no deseo ser amada más que en el cielo. Mi alegría consiste en pensar
que allí todos me amarán, aun los que menos me amaron en este mundo... Me parece
que el amor que darnos a los Santos en la tierra es más para nosotros que para ellos,
pues . somos nosotros quienes recogemos el bien, somos nosotros quienes nos
aprovechamos.

31 »Todo puede ser igualmente apreciado aquí abajo... En una «Vida», se alaba a un
Santo porque estuvo exento de las tentaciones de la carne; en otra, se alabará al Santo
porque venció esas mismas tentaciones... ¿Dónde está la gloria? ¿Qué es lo verdadero,
puesto que de cualquier lado que uno se vuelva todo es digno de elogio?...

32 »La gloria humana es pura nada. Los artistas, por ejemplo, se la disputan entre sí. E1
resto del mundo, totalmente ignorante de sus obras, no se ocupa de ellos para nada. No
tienen, pues, más que un reducido número de admiradores; en su locura, están
contentos. Lo mismo sucede con la gloria exterior aneja a la santidad: no habrá nunca
más que un reducido número de personas que la admirarán, que amarán a tal o cual
santo, que leerán su «Vida».

33 »Todo está sujeto a la envidia. Desde la infancia aparece su germen. San Agustín
cuenta la historia de dos niñitos que tenían la misma nodriza: cuando uno veía que
llegaba el turno a su hermanito, lanzaba gritos de rabia y se revolvía con cólera. Sin
embargo, no hubiera sido capaz de tomar una gota más de leche.

34 »Por mi parte, confieso que nunca he buscado la gloria. El desprecio tenía para mi
corazón algún atractivo, pero reconociendo que esto era aún demasiado glorioso, me
resolví apasionadamente por el olvido».

35 Me dijo, no obstante, que al igual que yo, ella estaba entusiasmada por lo bello, por
lo sublime, por lo perfecto, y que había probado ese cierto sentimiento de destierro, esa
tristeza que se siente cuando uno se cree inferior o menos privilegiado que otros a
quienes oímos alabar.
Le pregunté cómo había combatido esta impresión.
«La he soportado, me contestó humildemente, y me he aplicado a amar mi
inferioridad...: así, ella ha llegado a hacérseme tan dulce como todo lo demás».

DESEO DE LA MUERTE

36 Sor Teresa tuvo siempre la intuición de que su vida sería corta, lo cual le hizo
despreciar todas las cosas perecederas.
Cuando quería comprobar si su grado de amor de Dios se mantenía siempre igual, se
preguntaba si la muerte seguía teniendo para ella el mismo atractivo. Una jornada
demasiado próspera, una viva alegría, le eran penosas, porque tendían a debilitar su
deseo de la muerte.
*
«¿Por qué me ha de causar miedo la muerte?, me dijo; nunca he obrado sino para
Dios». Y como se le hiciese esta reflexión: «¿Moriréis, tal vez, el día de tal fiesta?...»,
ella respondió: «No tengo necesidad de un día de fiesta para morir: el día de mi muerte
será para mí el más grande de todos los días de fiesta».

FELICIDAD Y RECOMPENSA CELESTIALES

37 Para asegurarme acerca de la felicidad inalterada del cielo, me decía y me repetía:


que Dios sabría disponer tan bien todas las cosas, que no tendríamos nada que
envidiarnos los unos a los otros.
A fin de comunicarnos esta convicción, ella se apoyaba en los hechos más menudos
que ocurrían a su alrededor.
Viéndome arreglar las flores artificiales combinándolas de manera que pudiese sacar
partido aun de las más pequeñas para mejorar a las más marchitas, de tal modo, que una
vez terminado el ramillete, no se reconocía en él a aquél cuyo arreglo me habían
confiado, me dijo que esto le suministraba un ejemplo sorprendente de lo que haría Dios
cuando nos pusiese de relieve después. de haber hecho desaparecer todas nuestras
miserias. Se verá entonces al más grande de los Santos puesto de relieve por el más
pequeño, y al más pequeño se le verá muy grande por la proyección de gloria que le
dará el mayor.

38 El Evangelio de los obreros de la última hora, pagados lo mismo que los que habían
soportado el peso de la jornada (Mateo 20, 1-16), la encantaba: «Mirad, nos decía: si
ponemos toda nuestra confianza en Dios, haciendo los pequeños esfuerzos posibles y
esperándolo todo de su misericordia, recibiremos tanto como los grandes Santos».

39 Habiéndome dado una de mis amigas una muñeca, se la ofrecí a nuestra Madre el día
de su santo; y mientras las demás Hermanas aportaban cosas magníficas, mi modesto
regalo causó mayor placer que todo lo demás.
A propósito de esto, nuestra querida Hermanita me dijo: «Así obrarán los Santos
con nosotras: ellos son nuestros hermanos mayores, nos harán regalos y nos hallaremos
ricas...
»Las Hermanas que han confeccionado cofrecitos espléndidos, objetos de valor y de
paciencia me representan a los Santos que han realizado obras y dejado escritos
admirables. Y sin embargo, vuestra muñequita ha llamado la atención... ¡y eso que era
un juguetito que se os había dado! ¡No era obra vuestra!».
VII
ÚLTIMA ENFERMEDAD DE LA SANTA
JOVIALIDAD HEROICA

VIII
ÚLTIMAS CONVERSACIONES DE SANTA TERESA DEL NIÑO
JESÚS CON SOR GENOVEVA

IX
ÚLTIMO DÍA DE DESTIERRO DE MI QUERIDA HERMANITA
TERESA

ÚLTIMA ENFERMEDAD DE LA SANTA

1 Los últimos años que la Sierva de Dios pasó en la tierra fueron el eco de su vida; no se
desdijo ni un solo instante de su tierno abandono en Dios, de su paciencia, de su
humildad Su semblante tenía una expresión de paz indefinible. Se veía que su alma
había llegado a donde la habían conducido los deseos de toda su vida, dirigida hacia un
fin único, ahora logrado. Corno Nuestro Señor antes de expirar, ella me dijo la víspera
de su muerte con una grave entonación de voz:
«Todo está bien, todo se ha cumplido, lo único que cuenta es el amor».
Los sufrimientos físicos que soportó los últimos meses eran atroces, pues a la
enfermedad de pecho se añadió la tuberculosis intestinal, que produjo la gangrena,
mientras se formaban úlceras a causa de su extremada flaqueza: males que no podíamos
en manera alguna aliviar.
Estuve muy cerca de mi querida Hermanita durante su enfermedad, pues siendo
segunda enfermera, se me confió su cuidado. Yo dormía en una celda contigua y no la
dejaba más que para las horas del Oficio divino y para dispensar algunos cuidados a
otras enfermas. Durante este tiempo me reemplazaba la Madre Inés de Jesús, la cual
anotaba en hojas sueltas todas las palabras de nuestra Hermanita a medida que las
pronunciaba. Gracias a estos documentos ciertos hemos conservado el recuerdo de los
hechos, que están hoy tan vivos como el primer día.

Fortaleza en el sufrimiento físico

2 Después de su primera hemoptisis del Viernes Santo de 1896, Sor Teresa del Niño
Jesús estuvo santamente gozosa de obtener el permiso para terminar la Cuaresma en
todo su rigor, aquel día y el siguiente. Viéndola seguir de ese modo todos los ejercicios,
yo no sospechaba lo que le había pasado. Supe después que había sufrido mucho a
causa del ayuno de aquel año, pero según su costumbre no se había quejado.
De igual modo, no reclamó alivio alguno en la extrema fatiga que experimentaba
cada día en la recitación del Oficio divino, el cual coincidía precisamente con la hora en
que más ardiente era la fiebre. Se guardaba bien de decirnos, en el momento oportuno,
que ciertos trabajos la hacían sufrir más, por ejemplo lavar y tender la ropa.
3 ¡Y qué ánimo para soportar las curas dolorosas!
Aún la veo sufriendo más de quinientos botones de fuego en la espalda (yo llegué a
contarlos). Mientras el médico operaba, la angelical paciente, sin dejar de hablar a
nuestra Madre sobre cosas indiferentes, estaba de pie, apoyada contra una mesa. Ofrecía
-me dijo luego- sus sufrimientos por las almas. y pensaba en los mártires. Después de la
sesión, subía a su celda, sin esperar a que se le dirigiese una palabra de compasión; se
sentaba, toda temblando, sobre el borde de su pobre jergón, y, allí, soportaba sola el
efecto del penoso tratamiento.
Llegada la noche, no teniendo permiso para ponerle un colchón, no me quedaba otro
recurso que plegar en cuatro la manta y pasársela por sobre el jergón, lo que mi
pobrecita Hermana aceptaba con agradecimiento, sin que se escapase de sus labios una
sola palabra de crítica acerca de la manera primitiva con que se cuidaba entonces a las
enfermas.
Es verdad que en medio de los más agudos dolores ella mantenía una gran serenidad
y alegría. Como interiormente yo me admiraba, pensando que era porque no sufría tanto
como creíamos, deseaba sorprenderla en un momento de crisis. Poco tiempo después la
vi sonreír con un aire angelical, y le pregunté la causa. Ella me dijo: «Es porque siento
un dolor muy vivo en el costado: he cogido la costumbre de poner buena cara al
sufrimiento,».

JOVIALIDAD HEROICA

4 Mi santa Hermanita conservó hasta el fin de su vida maneras infantiles y


encantadoras, que hacían muy agradable su compañía. Todas querían verla y oirla.
Hasta parecía que su amable jovialidad crecía con el sufrimiento; de este modo, reveló
su extraordinaria fuerza de ánimo y su exquisita caridad hacia nosotras, queriendo
distraernos -a pesar nuestro- de nuestra pena.
Se gozaba, pues, en multiplicar las pequeñas diversiones, permitiéndose el uso de
sobrenombres que evocaban recuerdos de nuestra infancia para divertirme y, alguna
vez, para envolver en una forma graciosa un consejo.
Por eso no vacilo en revelar estas graciosas frases familiares, que la muestran tan
sencilla en las horas más dolorosas de su vida. Las agrupo por no haber conservado las
fechas precisas.

Reminiscencia de un cuento infantil

5 Entre las historietas que más nos divirtieron en nuestra infancia, había un cuento
(Nota 1) en el que figuraban: una jovencita, la señorita Lilí, y su hermanito, el señor
Totó. Como yo era la mayor, se me había dado el papel de Lilí, y Teresa había heredado
el de Totó.
Por eso, repetidas veces y para calmarme, ella hizo alusión a esta historieta en la
intimidad, aun en el Carmelo.
Así, cuando por estar fatigada temía no oír la llamada para despertarse, me
recomendaba:
«¿Queréis mirar mañana por la mañana si el señor Totó ha oído la matraca.?».(Nota
2)
O también:
«No os olvidéis de despertar mañana al señor Totó, pobre señorita Lilí, humillada
por todo el mundo (Nota 3) pero amada de Jesús y del señor Totó».

6 Le daba fricciones por orden del médico; esto era para ella un martirio. Se lo confió
más tarde a la Madre Inés, pero a mi me las reclamaba... Una vez que yo, sin duda,
quería omitirlas, me hizo esta observación: «Tengo miedo de descontentar a nuestra
Madre (Nota 4), pues insiste mucho en las fricciones, sobre todo en la espalda. Si el
médico viene el domingo, preguntará por qué no se ha hecho lo que él mandó... ¿Será
mejor esperar al lunes? En fin, Pobre, Pobre (Nota 5), haced lo que queráis; todo estará
preparado mañana. Sobre todo, no habléis a este pobre Señor (Nota 6); obrad como os
parezca y ¡acordaos de que debemos ser ricas, muy (Nota 7) ricas las dos!...».
Este final se refiere a un chiste que una novicia le había hecho leer en un almanaque,
al pie de un dibujo que representaba a un judío muy forrado de dinero, diciendo a un
amigo:
«Soy rico, muy rico. ¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada! (Nota
8)
- ¡Si, replicó el otro, pero aquél con quien los habéis hecho tenía algo!».
Nuestra Santita replicó finamente: «Yo soy como este judío: Soy rica, muy rica.
¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada! ... Si, pero Aquél con quien
los hice tenía algo!...».

A propósito de una estampa

7 Procuraba ella en toda ocasión despegarme de mí misma, y gustaba comparar nuestra


vida a la de dos niños representados en una estampa: vigilados por su Ángel de 1a
guarda, estos niños se van sin cuidado alguno al borde de un precipicio. El uno, vestido
con una simple túnica y libre de todo obstáculo, excepto la mano de su hermanita, a
quien él arrastra tras de si. La niñita, en cambio, opone resistencia, entorpeciendo su
marcha con un gran ramillete y entreteniéndose en recoger todas las flores que halla a su
alcance.
A este propósito, Sor Teresa del Niño Jesús, me contó esta historia alegórica:
«Había una vez una «señorita» (Nota 9) que poseía riquezas que hacen a uno
injusto, y de las que hacía mucha cuenta.
»Tenía un hermanito que no poseía nada y, sin embargo, nadaba en la abundancia.
Este niñito cayó enfermo y dijo a su hermana: «Señorita», si quisierais, arrojaríais al
fuego todas vuestras riquezas, que no sirven más que para intranquilizaros, y os
convertiríais en mi criada (Nota 10), dejando vuestro titulo de «señorita»; y yo cuando
esté en el país encantador a donde he de ir pronto, volveré a buscaros, pues habréis
vivido pobre como yo, sin preocuparos del mañana.
»La «señorita» comprendió que su hermanito tenía razón; se hizo pobre como él, se
hizo su criada, y nunca más se vió atormentada por el cuidado de las riquezas
perecederas que ella había arrojado al fuego...
»Su hermanito mantuvo la palabra: vino a buscarla cuando estuvo en el país
encantador donde Dios es el Rey, la Santísima Virgen la Reina, y los dos vivirán
eternamente sobre las rodillas de Dios, pues éste es el lugar que han escogido».

8 Otra vez, haciendo alusión aún a la estampa de los dos niños y, además, a una ama de
casa a quien nada falta en sus armarios, ella dijo:
«Señorita demasiado rica: varios botones de rosa, varios pájaros que le cantan al
oído (Nota 11), unas enaguas, una batería de cocina, paquetitos…
Una noche que me vió desnudar, sintió compasión ante la miseria de nuestros
vestidos y, sirviéndose de una expresión cómica que había oído, exclamó:
«¡Pobre, pobre! ¡Sois toda harapos! (Nota 12) ¡Pero no estaréis siempre así, os lo
aseguro yo!».

La muerte enseña a dejar caer muchas cosas

9 Nuestra querida Santa, lejos de asustarse ante el pensamiento de la muerte, procuraba


sacar de él lecciones útiles, de las cuales hacía que nos aprovechásemos. Un día nos
dijo:
«Cuando yo esté muerta -hecha cadáver-, guardaré silencio, no daré ningún consejo:
si me colocan a la derecha o a la izquierda, no facilitaré tales movimientos. Dirán: está
mejor de este lado; hasta podrán colocar el fuego cerca de mi, yo nada diré. ¡Cómo
ayuda este pensamiento a desprenderse de las cositas que nos descomponen, de todo
aquello que hemos de dejar caer!».

Alegre serenidad ante la muerte

10 Se alegraba de la muerte, y miraba con placer los preparativos que se le hubieran


querido ocultar. Así, deseó ver la caja de lirios artificiales que acababa de llegar para
adornar el lecho mortuorio, y dijo con alegría: «¡Son para mí!». No lo podía creer: tanto
era su contento.
Una tarde de los últimos días, temiendo que no pasase de la noche, se había
preparado en la celda contigua a la enfermería un cirio bendito, el acetre y el hisopo.
Ella lo sospechó, y pidió que se pusiesen estos objetos de manera que los pudiese ver.
Los miraba de vez en cuando con aire complacido, y nos dijo amablemente:
«¿Veis ese cirio? Cuando el «Ladrón» (Nota 13) me lleve, me lo pondrán en la
mano; pero no hace falta que me den el candelero: ¡es demasiado incómodo!» Luego
nos contaba todo lo que pasaría después de su muerte, pasaba revista con placer a los
detalles de su sepultura, y lo hacía en términos que nos hacían reír, cuando hubiéramos
querido llorar. No éramos nosotras quienes la animábamos, sino ella quien nos daba
valor.

Su tumba le importa poco

11 Se mostraba indiferente a toda preocupación humana. Poco antes de su muerte, se


había discutido delante de ella acerca de la compra de un nuevo recinto para las
Hermanas difuntas, en el cementerio de Lisieux; ella me dijo graciosamente:
«Mi sitio me importa poco; esté donde gesté, ¿qué más da? Hay muchos misioneros
que están en el estómago de los antropófagos, y los mártires tenían por cementerio los
cuerpos de las fieras».

ÚLTIMAS CONVERSACIONES DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS CON


SOR GENOVEVA DE LA SANTA FAZ

He consignado las palabras que Santa Teresa del Niño Jesús me dirigió personalmente
durante los últimos meses de su vida. Si se hallaren algunas ligeras variantes con las
recogidas por la Madre Inés de Jesús, no habría que maravillarse más de ellas que de las
variantes de los Evangelistas que relatan el mismo hecho.

MAYO
12 Uno de los últimos días en que Teresa del Niño Jesús podía aún recitar el Oficio
divino, pero fuera del coro, me encontré con ella en el jardín, en el lugar mismo en que
se alza hoy la urna. La vi tomar de repente una expresión enternecida y, posando el dedo
sobre una de las lecciones de Maitines, me dijo con los ojos humedecidos en lágrimas:
«Mirad lo que escribe San Juan: «Hijitos míos, os he dicho esto para que no
pequéis; pero si alguno ha pecado, tenemos un abogado, que es Jesús» (Nota 14)

JULIO
3 de julio
13 Como la leche le hacía daño y no podía tomar otra cosa por entonces, el doctor De
Corniére había indicado una especie de leche condensada que se vendía en las farmacias
con el nombre de «leche pasterizada». Por diversas razones esta orden la apenó, y
cuando llegaron las botellas, lloró con ardientes lágrimas.
Después del mediodía, sintió la necesidad de salir de sí y me dijo con aire triste y
dulce:
«Tengo necesidad de un alimento para mi alma; leedme la vida de un Santo».
- ¿Queréis que os lea la vida de San Francisco de Asís? Os distraerá cua~ndo
habla de los pajarillos.
Ella respondió gravemente:
«No, no para distraerme, sino para ver ejemplos de humildad».

12 de julio
14 Nuestra Madre no podía resignarse a darle el permiso de morir. Teresa nos hizo esta
reflexión en la forma festiva que empleaba cuando quería distraernos de nuestra pena:
«Dios tiene tantas ganas de un pequeño racimo (Nota 15) que el propietario no
quiere darle, que El lo va a robar...».
Una Hermana le decía que podría tener una hora de temor antes de morir para expiar
sus pecados.
«¿El temor de la muerte para expiar mis pecados?... ¡Eso no tendría más fuerza que
la que tiene el agua cenagosa! Pero si tengo esos temores, se los ofreceré a Dios por los
pecadores, y como esto será un acto de caridad, este sufrimiento se revolverá para los
otros mucho más fuerte que el agua. En cuanto a mi, la sola cosa que me purifica es el
fuego del Amor divino».

15 Mirándome con compasión y ternura, mi Teresita se interrumpió en medio de una


conversación y dijo:
«¡Ah! Sor Genoveva será la que más sentirá mi partida. Ciertamente, es ella la más
digna de compasión, pues tan pronto como siente alguna pena, viene en seguida a
buscarme, y yo ya no estaré aquí... ¡Sí, pero Dios le dará fuerzas, y yo volveré!
Y dirigiéndose a mí:
«Vendré a buscaros lo más pronto posible (Nota 16) y haré que papá forme parte de
la comitiva; ya sabéis que siempre tenía prisa... (Nota 17)

Mientras desempeñaba junto a ella mi oficio de enfermera, hablando de la cercana


separación, la oí tararear, poniéndose ella en mi lugar, esta copla compuesta para cantar
(con la melodía de la canción Il est á moi):
Es mía aquélla a quien el mismo cielo
el cielo entero, vino a arrebatarme.
Es mía y para mí porque la amo,
y nada podrá de ella separarme...
Un poco más tarde, me dijo, mirándome:

«Mi pequeño Valeriano».


(Mi queridita Teresa comparaba algunas veces nuestra unión a la de santa Cecilia y
San Valeriano).

16 Yo 1e decía: «Dios no podrá llevarme en seguida después de vuestra muerte, pues


no habré tenido tiempo de ser perfecta». Ella replicó:
«Eso no importa; acordaos de San José de Cupertino: su inteligencia era mediocre,
era ignorante, y no conocía a fondo sino este Evangelio: «Bendito el vientre que te
llevó»
»Preguntado precisamente sobre este tema, respondió tan bien, que todos quedaron
admirados, y fue admitido con grandes honores al sacerdocio en unión de sus tres
compañeros, los cuales no sufrieron examen alguno. Porque se juzgó, tras sus sublimes
respuestas, que los que le acompañaban debían de saber tanto como él (Nota 18).
»De modo que yo responderé por vos, y Dios os dará gratis todo lo que me habrá
dado a mi».

18 de julio
17 Leía a mi enfermita un pasaje acerca de la bienaventuranza del cielo. Ella me
interrumpió para decirme:
- «No es eso lo que me atrae...
- ¿Qué es, pues? repliqué.
- ¡Oh, es el Amor! Amar, ser amada, y volver a la tierra para hacer amar al Amor»
(Nota 19)

21 de julio
18 Cuando, como enfermera, me ocupaba yo en poner en orden la habitación, ella me
seguía con la mirada, y rompió de repente el silencio con una frase que nada ni nadie
había provocado:
«¡En el cielo tomaréis asiento a mi lado!» (Nota 20)
Y más tarde, citándome un tramo deuna bella poesía. sobre Luis XVII (Nota 21):
Vendréis pronto conmigo
para mecer al niña que solloza,
y renovar con soplo luminoso
en su ardiente mansión los viejos soles...

luego yo os pondré:
«las alas color cielo
de un rojo querubín...».

»Os las sujetaré yo misma, insistió, pues vos no lo sabríais hacer: ¡las pondríais o
demasiado bajas o demasiado altas!».

24 de julio
19 Yo 1e decía: «Vos sois mi ideal, y este ideal no lo puedo alcanzar. ¡Oh, qué doloroso
es esto! Soy como un niñito que no se da cuenta de las distancias: en los brazos de su
madre tiende la manecita para coger la cortina, un objeto..., ¡sin darse cuenta de que
están muy lejos!
- Sí, pero el último día Dios acercará su Celinita a todo lo que ella habrá deseado, y
lo cogerá todo».

JULIO-AGOSTO
20 «Si os dicen una cosa injusta, o una Hermana que no entiende de algo quiere daros
consejos acerca de ello, habréis de pensar que tiene buena intención, responderle con
gran dulzura y, sin perjudicar a la verdad, aparentar que aprobáis, en cuanto es posible,
lo que ella dice».
*
«No obráis bien deseando que todo el mundo se acomode a vuestra manera de ver.
Puesto que queremos ser niñitos..., los niñitos no saben lo que es mejor, lo hallan todo
bien; imitémosles. No hay mérito alguno en hacer lo que es razonable, ése es el camino
común, todo el mundo quiere ir por él».
*
«La caridad, dice san Alfonso de Ligorio, consiste en soportar a los que son
insoportables».
*
«Cuanto más avancéis, menos combates tendréis, o mejor, con más facilidad los
venceréis, pues veréis el lado bueno de las cosas. Entonces vuestra alma se elevará por
encima de las criaturas. Es increíble cómo, en fin, todo lo que se me podía decir no
llegaba ni siquiera a rozar mi alma, pues había comprendido la poca solidez de los
juicios humanos».

AGOSTO
2 de agosto
21 «Todo pasa en este mundo, hasta Teresita...; ¡pero ella volverá...!».

3 de agosto
«Sois pequeñita, no lo olvidéis; y cuando se es pequeñita, no se tiene pensamientos
bellos...».

4 de agosto
Interrumpiendo una conversación, exclamé tristemente, pensando en su muerte:
«¡No podré vivir sin ella!
- ¡Tenéis razón, me contestó con un juego de palabras para divertirme: por eso, os
traeré dos alas!» (Nota 22)

5 de agosto
22 Sobre este pasaje del Evangelio: «Dos mujeres estarán moliendo juntas: a una 1a
llevarán y a otra la dejarán...» (Mateo 24, 41; Lucas 17, 35).
«Nosotras hacemos juntas nuestra pequeña faena; veré que no podéis moler
enteramente sola el grano; por eso vendré a buscaros... Vigilad, pues, porque no sabéis
a qué hora ha de venir vuestro Señor» (Marcos 13, 35; Lucas 12, 40; Mateo 24, 44).
Me recordaba muchas veces que éramos. como dos socios. ¿Qué importa que el uno
tenga menos recursos que el otro? Mientras no se separen, un día participarán de los
mismos beneficios.

Se esforzaba por inculcarme la pobreza de espíritu y de corazón con amables


reflexiones, como éstas:
«¡Es necesario que la criada permanezca en su posición, que no trate nunca de ser
una gran dama!».

Un día que me faltaba de rezar una de las horas del Oficio divino, me dijo con un
tono infantil:
«¡Id a rezar Nona, y acordaos de que sois una monjita, la última de las monjas!»
(Nota 23)

«¿Vais, pues, a abandonarme?, le decía yo tristemente.


- ¡Oh, en manera alguna!» (Nota 24)

Y volviendo a mi tema favorito:


«¿Creéis que puedo yo esperar estar cerca de vos en el cielo? Me parece imposible;
es como si un manco se presentase a concurso para atrapar lo que está en lo alto de
una cucaña.
- ¡Oh!, replicó ella, ¿pero si está allí un gigante que coge al manco en sus brazos le
sube bien alto y le da el objeto deseado?... Así obrará Dios con vos, pero no os tenéis
que, preocupar; debéis decir a Dios: «Sé que no seré nunca digna de lo que espero, pero
os tiendo mi mano como un pequeño mendigo, y estoy segura de que me escucharéis
plenamente, pues ¡sois tan bueno!».

8 de agosto
23 El pensamiento de sobreviviría me entristecía tanto, que no cesaba de preguntarle si
yo moriría pronto; ella me lo hacía esperar, pero una vez en el cielo ¡juzgó del tiempo a
la luz eterna! -Yo le decía:
«Si, cuando os marchéis, se llega a escribir vuestra vida, yo quisiera irme antes...
¿Creéis que será así?
- Sí, lo creo, pero será necesario no perder la paciencia...; miradme a mí qué
pequeñita soy; deberéis obrar del mismo modo».

16 de agosto
24 Habiéndome levantado muy de mañana, hallé a mi querida Hermanita pálida y
desfigurada por el sufrimiento y la angustia. Me dijo:
«El demonio está a mi alrededor, no le veo, pero le siento...; me atormenta, me
agarra como con una mano de hierro para impedirme que tome el más ligero alivio,
aumenta mis males para que me desespere.
»... ¡Y no puedo rezar! Sólo puedo mirar a la Santísima Virgen y decir: ¡Jesús!
¡Cuán necesaria es la oración de Completas: «Libradnos de los fantasmas de la noche»,
¡Siento algo misterioso!…
Vivamente impresionada, encendí un cirio bendito, y poco a poco le fue devuelta la
calma.

24 de agosto
25 Hablábamos juntas una especie de lenguaje infantil que las demás no podían
comprender. Sor San Estanislao, la primera enfermera, dijo con aire admirado: «¡Qué
graciosas son estas dos jovencitas con su jerga ininteligible!».
Un poco más tarde, dije a mi Teresa: «¡Sí, somos graciosas las dos! ¡Pero vos sois
graciosa sola, mientras que yo no lo soy sino con vos!».
Ella replicó vivamente:
«Por eso mismo vendré a buscaros» (Nota 25)
21 de agosto
La opresión era muy fuerte, y para ayudarse a respirar repetía:
«¡Sufro, sufro!».
Pero en seguida se lo reprochó, como hubiera sido una queja, y me dijo:
«¡Cuando yo diga: sufro, vos responderéis: tanto mejor! Yo no tengo fuerza para
ello, pero vos expresaréis así mi pensamiento».
Y fue necesario obedecerla, aunque me costó mucho.

SEPTIEMBRE
26 Estaba muy enferma, cuando, sabiendo que se le causaba placer, pues gustaba de las
cosas bonitas, se le llevó una encantadora y minúscula bombonera; pero pareció no
interesarle, y dijo con aire profundo:
«He visto las bellezas de la tierra, y mi alma ha soñado con los cielos...».

3 de septiembre
Estaba yo frente a la chimenea de la enfermería, yendo y viniendo para arreglar la
habitación, y me quejaba de una cosa que no estaba como yo quería. Ella me dijo:
«¡Criada, nada de inquietud de espíritu!».

5 de septiembre
27 Anotaba yo de prisa, en papeles informes, las palabras de mi Hermanita, mis
recuerdos a este propósitos y no tenía más que el domingo, día de tiempo libre, para
recoger estas notas. Le dije una noche:
«¡Hay ha sido un domingo malo, no he escrito nada en mi pequeño cuaderno!
- ¡Esa es la medida de Lilí (Nota 26), pero no la de Jesús!».

11 de septiembre
«Estáis cuidando a un niñito que está para morir...».
Después, mirándome con ternura:
«...Pero yo volveré a vos, y vuestro corazón se regocijará, y nadie os arrebatará
vuestro gozo» (Jun 16, 22)
Un poco más tarde:
Mostrándome su vaso, y recordándome la orden que yo le había dado de pedir lo
que necesitase, me dijo con un tono festivo e infantil:
«Habría que echar algo en el vaso porque el niñito tiene un gusto muy malo en la
boca».

16 de septiembre
28 Me había hecho notar, algunos días antes, la necesidad de ser lo bastante mortificada
para interrumpir nuestro trabajo cuando nos llama la campana, cuando llaman a nuestra
puerta, hasta el punto de no dar una puntada más antes de responder.
«He practicado eso al final de mi vida, había añadido. Al principio «mi casa» no
estaba sosegada (Nota 27) «en el fondo del corazón».
Después de este aviso, cuando se presentaba la ocasión interrumpía yo mi trabajo
prontamente. El 16 de septiembre ella fue testigo de eso y me dijo:
«¡Oh, si supierais! ... Lo que ahora perdéis lo hallaréis más tarde... ¡Es ésa una
acción más gloriosa que si hubieseis obtenido el beneplácito del gobierno para las
comunidades religiosas, para que la nuestra no fuese molestada, y más que si toda
Francia os aclamase como a Judit!».
23 de septiembre
29 «No tenéis necesidad de comprender, sois demasiado pequeña...».
(Quería decir: de comprender lo que Dios obra en vos).

25 de septiembre
«Voy a morir, es cierto... ¡No sé cuándo, pero es cierto!».
*
Yo le dije: «Nos miraréis desde lo alto del cielo, ¿verdad?
Ella respondió espontáneamente:
- «¡No, bajaré!».

Me levantaba varias veces por la noche, a pesar de su insistencia en contrario. En


una de aquellas visitas, encontré a mi querida Hermanita con las manos juntas y los ojos
alzados al cielo:
«¿Qué hacéis así?, le dije: deberíais tratar de dormir.
«No puedo, sufro demasiado; por eso, rezo...».
- ¿Y qué decís a Jesús?
- «¡No le digo nada, le amo!».
*
Uno de los últimos días de su vida, en un momento de gran sufrimiento me suplicó
de este modo:
«¡Oh, mi Hermanita Genoveva, rogad por mí a la Santísima Virgen! ¡Yo le rezaría
tanto si vos estuvieseis enferma! Una no se atreve a pedir para sí misma».
Y suspiraba aún:
«¡Oh, cuánto hay que rogar por los agonizantes! ¡Si se supiera!».

28 de septiembre
30 Al comenzar la noche, la miré. Oímos repetidas veces en el jardín el canto de la
tortolilla, luego un batir de alas parecido al ruido de un pájaro que se posase sobre el
borde de la ventana. Como este hecho era extraordinario, y no se repitió, me hizo pensar
en las palabras del Cantar de los Cantares: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y
ven! Porque he aquí que el invierno ha terminado, la lluvia ha cesado, ha desaparecido;
las flores han aparecido sobre la tierra, el tiempo de los cánticos ha llegado, la voz de la
tórtola se ha dejado oir en los campos» (Nota 28).

30 de septiembre
ULTIMO DÍA DE DESTIERRO DE MI QUERIDA HERMANITA TERESA

DETALLES CONCERNIENTES A SU PRECIOSA MUERTE

31 El día de su muerte, por la tarde, la Madre Inés de Jesús y yo estábamos solas junto a
ella. Temblando y desfallecida, nos llamó en su socorro... Sufría muchísimo en todos
sus miembros, y apoyando un brazo sobre la espalda de la Madre Inés y el otro sobre la
mía, se quedó así, con los brazos en cruz. En aquel momento dieron las tres, y nos vino
a la memoria el pensamiento de Jesús crucificado: ¿no era nuestra pobre y pequeña
mártir su imagen viva?
La agonía empezó poco después; fue larga y terrible. Se 1e oía repetir:

«¡Oh! ¡Es el sufrimiento del todo puro, pues no hay ni un solo consuelo!
»¡¡¡Oh, Dios mío!!! ¡Sin embargo, amo a Dios! ... ¡Oh, mi buena Virgen Santísima,
venid en mi socorro!

»Si esto es la agonía, ¿qué será la muerte?... ¡Oh, Madre mía, os aseguro que el vaso
está lleno hasta los bordes!

»¡Sí, Dios mío, todo lo que queráis, pero tened compasión de mí!

¡No, nunca hubiera pensado que se pudiese sufrir tanto..., nunca, nunca! No me lo
puedo explicar sino por los deseos ardientes que he tenido de salvar a las almas.

»¡Mañana será todavía peor! ¡En fin, tanto mejor!

Estas palabras eran entrecortadas y desgarradoras, pero siempre impregnadas de la


mayor resignación. Nuestra Madre hizo llamar a la Comunidad. Sor Teresa acogió a las
Hermanas con una graciosa sonrisa; luego, estrechando entre sus manos el crucifijo,
pareció entregarse enteramente al sufrimiento, pero no habló más. Su respiración era
jadeante, un sudor frío bañaba su rostro, sus vestidos y mantas quedaron empapados,
temblaba...

32 Durante su enfermedad, Sor Teresa del Niño Jesús nos decía:


«Hermanitas mías, no os tenéis que apenar si, al morir, mi última mirada es para una
y no para otra. No sé lo que haré, será lo que Dios quiera. Si él me deja escoger, esta
última mirada será para nuestra Madre (Nota 29), porque ella es mi priora».

Durante su agonía, algunos minutos antes de expirar, yo le pasaba por los labios un
pedacito de hielo; ella, entonces, me dirigió una deliciosa sonrisa y me miró con una
insistencia profética.
Su mirada estaba llena de ternura; había en ella, al mismo tiempo, una expresión
sobrehumana, toda hecha de aliento y de promesas, como si me dijera:
¡Bueno, bueno, Celina mía, estaré contigo!…
(¿Le reveló entonces Dios la larga y laboriosa carrera que, a causa de ella, yo debía
seguir aquí abajo, y quiso con eso consolarme de mi destierro? Porque el recuerdo de
aquella mirada, tan deseada de todas y que fue para mí, me sostiene siempre y es para
mí una fuerza indecible).

33 La Comunidad tuvo un estremecimiento, pero repentinamente nuestra querida


Hermanita buscó con los ojos a nuestra Madre que estaba arrodillada a su lado, mientras
su mirada velada recobraba la expresión de sufrimiento que tenía antes.
Algunos instantes más tarde, nuestra Madre, creyendo que la agonía podía
prolongarse, despidió a la Comunidad. La angelical paciente se volvió entonces hacia
ella y le preguntó:
«Madre mía, ¿no es esto la agonía? ¿No voy a morir?».
Y a la respuesta de que la agonía podía prolongarse aún, ella dijo con una voz dulce
y lastimera:
«¡Pues bien! ... ¡Adelante... adelante! ¡Oh, no quisiera sufrir menos!».

Luego, mirando a su Crucifijo:


«¡Oh!... ¡le amo!... ¡¡¡Dios mío..., os amo!!!».
34 Estas fueron sus últimas palabras. Acababa apenas de pronunciarlas, cuando con
gran sorpresa nuestra se desplomó de golpe, con la cabeza caída hacia la derecha. Pero,
de repente se enderezó, como llamada por una voz misteriosa, abrió los ojos y los fijó
irradiantes un poco más arriba de la estatua milagrosa de la Virgen. Esta mirada se
prolongó algunos minutos, el tiempo que se emplea en rezar lentamente un Credo.
Muchas veces, después, intenté analizar este éxtasis, comprender la intensidad de
esta mirada más expresiva que una simple mirada de felicidad, pues se leía en ella un
gran asombro, y, en su actitud, una seguridad llena de nobleza. Pensé que habíamos
asistido a su juicio. De una parte, ella había sido, como dice el santo Evangelio,
«hallada digna de comparecer de pie ante el Hijo del hombre» (Lucas 21, 36), y por
otra, ella veía que las larguezas de que iba a ser colmada «sobrepasaban infinitamente
sus inmensos deseos» (Nota 30) Porque a esta expresión de indecible asombro se le
había añadido otra: fue una vibración de todo su ser: parecía no poder soportar la vista
de tanto amor, como quien sufriese un asalto repetidas veces, quisiese luchar y, en su
debilidad, quedase felizmente vencido. Aquello era demasiado: ella cerró los ojos y
exhaló su último suspiro...
Era el jueves 30 de septiembre de 1897, 1as siete y veinte de la tarde.
Acababa apenas de expirar, cuando sentí mi corazón roto de dolor, y salí
precipitadamente fuera de la enfermería. Me parecía, en mi ingenuidad, que iba a verla
en el cielo, pero el firmamento estaba cubierto de nubes; llovía. Entonces, apoyándome
contra uno de los pilares de la arcada del claustro, dije sollozando: «¡Si sólo hubiera
estrellas en el cielo!». Acababa apenas de pronunciar estas palabras, cuando el cielo se
volvió sereno, brillaron las estrellas en el firmamento: ¡ya no había nubes! Mis tíos (el
señor y la señora Guérin), que se volvían a casa con los paraguas, después de haber
pasado en nuestra capilla todo el tiempo que duró la agonía de nuestra querida
Hermanita, quedaron muy sorprendidos del cambio sufrido, y se preguntaban el uno al.
otro qué podría significar aquello.

A propósito de la «Ultima Lágrima» de Santa Teresa del Niño Jesús conservada en


el Monasterio

35 Cuando mi amada Teresa hubo exhalado el último suspiro y todas las Hermanas se
retiraron, me hallé sola junto a ella; vi que una lágrima brillaba todavía en su párpado, y
quise recogerla.
Como no tenía a mano un paño fino, cogí con toda prisa un tosco pañuelo blanco,
que había allí, y enjugué con el borde del paño la perla preciosa que había brotado
después del combate supremo. Luego, desgarrando el pañuelo en toda su largura, rehice
el dobladillo a fin de que no se notase nada.
Guardé esta cinta, que conservaba muy visible la señal del sitio mojado por la última
lágrima de mi querida Hermana, hasta el día en que, recortándola en forma de lágrima,
la colocaron, rodeada de diamantes, en un relicario que representa un Ángel, de bronce
macizo, revestido de una armadura.

Un reflejo de la beatitud eterna

36 Después de la muerte de la Sierva de Dios, sobre su rostro se imprimió un reflejo de


la beatitud eterna; tenía una sonrisa celestial. Pero lo que me pareció más extraordinario
fue que de sus párpados cerrados se irradiaba una tal intensidad de vida y de felicidad,
que aquello no parecía en manera alguna la muerte; nunca he vuelto a ver aquello en
ninguna de nuestras Hermanas difuntas.
Estaba tan bella, que al día siguiente, 1 de octubre de 1897, en la enfermería, antes
de «levantar el cuerpo», quise sacar una fotografía; pero faltaba espacio para tomar la
distancia necesaria y no tenía más que un objetivo de foco ancho. Además, tenía que
operar a contra luz y frente a un rostro visto desde abajo, con los claros y las sombras
invertidos. Sin embargo, se distinguía perfectamente su bella sonrisa, y sus rasgos no
estaban en manera alguna alterados.

37 El domingo, 3 de octubre, por la tarde, mientras estaba expuesta en el coro, en su


ataúd floreado, saqué una nueva fotografía, pero los rasgos se habían alargado, y aun
sus cejas rubias -¡cosa extraña!- se habían vuelto de color castaño oscuro, casi negras.
Nos pareció majestuosa, pero no la reconocíamos.
Por eso, en 1905, a instancias de la Comunidad y ayudada de la fotografía sacada en
la enfermería, compuse un cuadro en el que todas las Hermanas contemporáneas
reconocieron perfectamente la expresión del rostro de Teresa inmediatamente después
de su muerte. Este cuadro fue publicado en casi todas las ediciones de «La Historia de
un alma» desde 1906.
En cuanto a la fotografía del 3 de octubre, apareció, a falta de otra mejor, en las
ediciones anteriores, pero hubo que retocar algunos detalles».

Cómo quiso dar a conocer su consoladora promesa

38 Sus despojos mortales fueron inhumados el 4 de octubre de 1897 .Fue colocada en el


nuevo cementerio de 1as Carmelitas, que ella estrenó. Se puso sobre su tumba una cruz
de madera con esta inscripción: «Sor Teresa del Niño Jesús, 1873-1897».
La Madre Inés de Jesús que había pintado la cruz, había escrito antes estas palabras:

Que quiero, Dios mío,


llevar lejos tu fuego;
acuérdate

Pero resultó que esta inscripción fue borrada por el obrero que llevó la cruz cuando
la pintura estaba aún fresca. La Madre Inés de Jesús vio en este hecho una indicación de
lo alto, y sustituyó la inscripción borrada por otra que figura en ella desde entonces:

«QUIERO PASAR MI CIELO


HACIENDO BIEN EN LA TIERRA»

Inscripción que ella no se había atrevido a poner desde un principio, llevada de una
exagerada discreción.

También podría gustarte