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POR

EL SR. CONDE J. DE MAISTRE. 4- •

Fi VII IIT(411-ü.
Romeo, Hilada . '20-1.

OeI rro Sr. D.


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sm./

Estante fila i-'apaieta


g7.••n•n•n•.-

TOMO I.

sík

,n•

r-

MADRID: 1842.
1prenta de D. Josú FELIX PALACIOS.
Que todos los aquivos
Aquí no habernos de mandar. No es bueno
El gobierno de muchos: uno solo
El caudillo supremo y soberano
De todos sea: aquel á quien el hijo
Del anciano Saturno ha dado cetro
Y regia autoridad para que mande.

lijada, r. 554 y siguientes de la tradue-


eion española de Gomex Hermosillo.
4
ADVERTENCIA,

41,

L a gravedad de, las circunstancias en que It


iglesia y el estado se encuentran, la necesidad que
cada dia se siente mas de conocer las verdaderas
causas de ese trastorno general que hace titu-
bear la autoridad de los gobiernos, y la urgente
precision de retornar á los principios conservado-
res del órden, no nos dejan duda de que la clase
de lectores á quienes se dirige mas particular-
mente esta obra, la leerán con toda la atencion
debida á la alta importancia de su objeto.
Desde que la impiedad bajo el nombre, de
filosofía declaró la guerra al cetro y á la tiara,
los hombres mas distinguidos por la profundidad
de sus miras y por la extension de su saber han
competido en esfuerzos para combatir las doctri-
nas perversas, y salvar á los pueblos llamándolos
á la religion, primer vínculo de toda sociedad.
Todavía prosiguen esta noble empresa con tauto
(t) Esta advertracia rs de les od:torvs francesz.s.
—6—
denuedo como talento. Pero enrnedio del admira-
ble concierto de la ciencia y de la filantropía ver-
dadera nos parece que á ningun escritor ha
ocurrido aun investigar hasta en sus últimas ra-
mificaciones la influencia ejercida por el supremo
priiiilfi ce' en la formacion y mantenimiento del
''1ótkren social, y esclarecer asimismo la importan-
eia de este mismo poder para reponer la civiliza-
don sobre sus bases seguras , hoy que un genio
maléfico las ha destruido ó desconcertado. Nadie
todavía, á lo que creemos, habla considerado al
Papa como representante del cristianismo por sí
solo. Ningun escritor se habia colocado á la altu-
ra necesaria para estudiar la historia en este sen-
t'do, ni habla tenido la idea de seguir á la auto-
ridad pontificia en el curso de los siglos; de alejar
las nubes funestas que la preocupacion, el error
y la pasion no han cesado de aglomerar en su re-
dedor, con el c % dpable designio de desfigurarla;
(le mostrarla tal cual es en todas sus relaciones; y
de hacer tan perceptible la necesidad de su accion,
que todo entendimiento recto y religioso se viese
forzado á sacar esta conclusion: Sin el Papa no
hay cristianismo, y por una consecuencia inevi-
table el urden social recibe una herida en el cora.
zon.
Esta idea grande estaba reservada al hombre
célebre , que al comenzar la época r' vo!ucionaria
dmrow 7
consideró á la Francia (1), y que consignando
nuestro porvenir en un corto número de páginas,
concebidas tan enérjica como elocuentemente es-
critas, ocupó desde entonces un lugar entre los
mejores escritores y entre los políticos mas ilus-
trados de nuestro tiempo.
Segun cl , el Papa es la religion visible, si
puede hablarse así. De este principio deduce su
pluma muchas é interesantísimas consecuencias
en su aplicacion al órden social; consecuencias que
cuida siempre de comprobar con el raciocinio y con
la historia. Una discusion sabia desvanece las du-
das, aclara las dificultades y resuelve las objec:o-
nes. Pero sobre todo recomendarnos á la atencioa
de nuestros lectores la buena fé que acompaña
constantemente á la polémica del escritor. Lejos de
ocultar lo que se ha dicho contra los sistemas que
defiende, parece por el contrario que busca obje-
ciones. Si encuentra al paso hombres que con igual
amor á la verdad no profesan sin embargo sus
principios, es el primero que les alarga la mano,
y los abraza al tiempo de impugnarlos.
En una obra de esta clase el lector debe espe-
rar que encontrará multitud de hechos ya repeti-
dos con todas sus circunstancias por nuestros his-
toriadores eclesiásticos y profanos. Sin embargo 110
( ) Consideraciones sobre la Francia, ILsilta v G,uct114
1 79 7, 13 .11'iá 1 7g8 y tdi ;, Leuil l z) .i
pueden menos de excitar un interes igual, quizá
1.uperlor al de la novedad, tanto por la importancia
de la materia con que estos hechos tienen relacion,
como por la manera luminosa coní que se discuten
y refieren al objeto general.
No tenernos la honra de ser conocidos del
autor, cuyos preciosos manuscritos han llegado á
nuestro poder por una confianza gratuita, efecto
de una casualidad afortunada que apreciamos. Al-
gunos de los principios que profesa acerca de la
autoridad pontificia , distan de las teorías enseña-
das comunmente entre nosotros. Aun cuando sus
obras precedentes no lo hubieran advertido bas-
tante; no hay quien ignore que los católicos ex-
tranjeros no admiten con respecto al Papa las má-
limas que ellos llaman , y nosotros tambien , de
una manera demasiado absoluta máximas de la
iglesia de Francia., En este punto y en calidad de
simples editores nada tenemos que decir sino que
al impugnar una doctrina reputada como francesa
era dificil manifestar mas adhesion á nuestra pa-
tria y mas aprecio hácia el clero francés.
Por lo demas no se trata ahora de defender tal
opiniou porque es galicana, ni de condenar cual
otra porque es ultramontana. El objeto es buscar
la verdad donde quiera que exista , y apegarse á
ella con tanta mas fuerza cuanto que la necesita_
cros mas que nunca. El mundo católico ¿del!
adoptar las opiniones de nuestros teólogos,
nuestros teólogos someter las suyas á las del inun-
do católico? Esta cuestion debe examinarse no entre
franceses, italianos, alemanes &c. con todas las
preocupaciones de nacion y de educacion, sino so-
lo entre CRISTIANOS con amor y caridad, con el de-
seo mas desinteresado de conocer la senda, y de
entrar en ella para no abandonarla jamás. Nunca
ha habido un interés mas grande, mas general,
mas urgente, que exija la atencion del ánimo,
la rectitud del corazon y el silencio de las pasiones.
« Desde que los pueblos no ven nada supe-
rior á los reyes, han ocupado ellos mismos este
lugar (1). » A las doctrinas de las santas escritu-
ras sobre el origen del poder la filosofía ha sus-
tituido la soberanía de los pueblos. Los cismas y
las herejías que desolaron la iglesia en el siglo
XVI, habian preparado el camino, ó mas bien
habian insinuado ya este dogma monstruoso en
los entendimientos. Las grandes disidencias, si
es licito hablar así, que se han suscitado en la
iglesia católica, aunque no hayan roto su unidad,
¿no han aumentado el mal ? Y ¿ no ha violado
las leyes de la induccion ese clérigo enemigo de
los reyes, que sobre los cuatro artículos relativos
á la autoridad espiritual ha formado otros cuatro
enteramen t e semejantes, expresados, por decirlo
(1 ) Teoría del podar, t. p. 289.
lo
así, en los mismos términos acerca de la potestad
tempora l ? (1) A los hombres de estado que velan al
rededor de los tronos, toca meditar y responder.
Llegado es el tiempo en que la verdad debe
se r conocida: «El tiempo y los acontecimientos
la han madurado. Su propagacion es necesaria á
la conservacion de la sociedad; y la agitacion que
puede notarse en la sociedad general, no es otra
cosa que los esfuerzos que hace para dar á luz
la verdad (1).»

(t) Véase en el Amigo de la religion y del rey la expa-


sicion de los cuatro artículos políticos (lel preshíter.o G....
t. XV, n.° 38v, p. 258.
(I) Teoría del poder , tomo p.
DISCURSO PRELIMINAR.

.--~1~1.0e>.4«

P odrá parecer sorprendente que un seglar se ar-


rogue el derecho de tratar cuestiones que hasta nues-
tros dias han parecido propias exclusivamente del zelo
y de la ciencia del órden sacerdotal. Espero sin embar-
go que pesadas las razones que me han determinado á
entrar en esta liza honrosa, todo lector de buena volun-
tad las aprobará ea su conciencia , y me absolverá de
toda culpa de usurpacion.
En primer lugar supuesto nue la clase seglar 'se hi-
zo eminentemente culpable para con la religiori durante
el último siglo, no veo por qué no ha de contribuir á los
escritores eclesiásticos con algunos aliados fieles, que se
coloquen al rededor del altar para separar á lo
á los temerarios sin estorbar á los levitas.
Dudo si en la actualidad no ha llegado á ser hasta
necesaria esta especie de alianza: el órdea sacerdotal se
12
ha debilitado por mil causas. La revolucion le despojó,
desterró y asesinó, encrueleciéndose de todas las ma-
neras contra los defensores natos de las máximas que
ella aborrecia. Los antiguos atletas de la milicia santa
han bajado al sepulcro: reclutas jóvenes avanzan á ocu-
par sus puestos; pero estos reclutas son necesariamen-
te en corto número, porque el enemigo les cortó de an-
temano los víveres con la mas funesta habilidad. , Ade-
mas ¿quién sabe si Eliseo, antes de volar á su patria,
arrojó la capa, y pudo levantarse inmediatamente la
vestidura sagrada? Sin duda es probable que no ha-
biendo podido influir ningun motivo humano en la de-
terminacion de los héroes jóvenes que se han alistado
en el nuevo ejército, todo debe esperarse de su noble re-
solucion. Pero ¡cuánto tiempo necesitarán para procu-
rarse la instruccion que les hace falta antes de entrar
en combate ! Y luego que la hayan adquirido , ¿ ten-
drán ocios para emplearla ? La polémica mas indispen-
sable no pertenece sino á aquellos tiempos tranqui-
los en que pueden distribuirse _libremente las tareas
segun las fuerzas y el talento. Huet no hubiera escrito
su Dernostracion evangélica en el ejercicio de sus fun-
ciones episcopales; y si 'á circunstancias hubiesen con-
denado á Bergier á soportar durante toda su vida el pe-
so del dia y del calor en una parroquia rural , no hu-
biera podido hacer á la religion el presente de la mul-
titud de obras que le han colocado entre los mas ex-
celentes apologistas.
A
tan penoso estado de ocupaciones santas , pera
que abruman, se halla reducido hoy mas ó menos el ele-
--13-
ro de toda Europa y con mucha particularidad el de
Francia, sobre quien, la tempesta d revolucionaria ha
descargado mas directa y fuertemente. Para él se han
marchitado todas las flores del ministerio , y solo le
han quedado las espinas. Para él comienza de nuevo la
iglesia; y por la naturaleza misma de las cosas los con-
fesores y los mártires deben preceder á los doctores.
Ni siquiera es fácil de prever el momento en que res-
tituido el clero á su antigua tranquilidad y bastante
numeroso para llevar adelante todas las partes de -su
vastísimo ministerio, pueda asombrarnos otra vez con
su ciencia tanto como con la santidad de sus costum-
bres , la actividad de su zelo y los prodigios de sus
conquistas apostólicas.
Durante esta especie de intersticio que bajo otros
respetos no será perdido para la religion, no veo por
qué los seglares á quienes su inclinacion lleva hácia
los estudios serios, no han de ir á colocarse entre los
defensores de la causa mas santa. Aun cuando no sir-
vieran mas que para llenar los huecos del ejército del
Señor , no se les podria al menos negar con equidad el
mérito de aquellas mujeres valerosas, que han subido á
las murallas de una ciudad sitiada para asustar la vista
del enemigo.
Toda ciencia ademas debe siempre, pero sobre todo
en esta época , una especie de diezmo á aquel de quien
procede , porque el Señor es el Dios de las ciencias, y él
prepara nuestros pensamientos (1). Llegamos á la ma-
(1) Deu3 scientiarum Dominus est et ipsi prxpsrantur cogi-
tationes. Reg. I, c. 2, y. 3.
vor de las épocas religiosas, en que todo hombre está
Obligado á llevar, si tiene fuerza , una piedra para el
edificio augusto cuyos planes estan concertados visible-
mente. A nadie debe retraer la medianía del talento: á
lo menos á mí no me ha hecho temblar. El pobre que
no siembra en su estrecho jardin sino la yerbabuena,
el anis y el comino (1), puede levantar con confianza el
primer tallo hacia el cielo, seguro de que será acepta-
do tanto como el hombre opulento que desde enmedio
de sus vastos campos desparrama en los atrios del tem-
plo la fortaleza del pan y la sangre de la viña (2).
Otra consideracion hay tambien que no ha tenido
poca fuerza para estimularme. El sacerdote que defien-
de la religion, cumple sin duda su deber, y merece
todo nuestro aprecio; pero para con una multitud de
hombres ligeros ó preocupados parece que defiende su
propia causa; y aunque su buena fé sea igual á la nues-
tra , todo observador ha podido descubrir mil veces
que el incrédulo se desconfia menos del seglar , y
suele acercarse á él sin la menor repugnancia : pues to-
dos los que han examinado bien esta ave montaraz y
desconfiada , saben asimismo que es incomparablemente
mas dificil acercarse á ella que cogerla. ¿Me será per-
mitido decirlo? Si el hombre que se ha ocupado toda
su vida en una materia importante, que ha consagrado
á ella todos los instantes disponibles , y ha aplicado to-
dos sus conocimientos á la misma , siente en si no sé

(1) Mat. XXIII , 23.


(2) Robur ..... san l u ínent tivae, P5. UY
) 16.
I 5 ---
qué fuerza indefinible que le hace conocer la necesidad
de difundir sus ideas; no hay duda que debe desconfiar
de las ilusiones del amor propio; pero quizá tiene
algun derecho de creer que esta especie de ins_
piracion es algo, sobre todo si no le falta la aprobacion
agena.
Mucho tiempo há que consideré á la Francia; y
si la honrosa ambicion de serle agradable no me ciega
enteramente , me parece que mi trabajo no le ha dis-
gustado. Supuesto que oyó benévola enmedio de sus
espantosas calamidades la voz de un amigo que le per-
tenecia por la religion , por la lengua y por esperanzas
de un órden superior que viven siempre; ¿por qué no
consentiria prestarme aun atencion hoy que ha dado
un paso tan grande hácia la felicidad , y ha recobrado á
lo menos bastante serenidad para examinarse á sí pro-
pia y juzgarse con cordura?
Es verdad que las circunstancias han variado mu-
cho desde el año de 1796. Entonces cada cual era due-
ño de acometer á los salteadores de su cuenta y riesgo:
en el dia, estando en su lugar todas las potestades , y
teniendo el error diversos puntos de contacto con la
política , pudiera acontecer al escritor que no estuviese
siempre sobre sí, la desgracia que sucedió á Diomedes
al pie de los muros de Troya: herir á una divinidad al
perseguir á un enemigo.
Felizmente no hay cosa tan evidente para la concien-
cia como la misma conciencia. Si no me sintiera yo pe-
netrado de una benevolencia universal , absolutamente
libre de todo espíritu contencioso y de toda cólera para
disputar , aun con respecto á los hombres cuyos siste-
mas me repugnan mas; Dios me es testigo que arroja-
ria la pluma; y me atrevo á esperar que los lectores de
probidad no dudarán de mis intenciones. Pero este
sentimiento no excluye ni la profesion solemne de mi
creencia, ni el acento claro y elevado de la fé , ni el
grito de alarma al frente del enemigo declarado 6 en-
cubierto, ni por fin aquel honrado proselitismo que pro-
cede de la persuasion.
Despues de una declaracioñ cuya sinceridad espero
justificar completamente en mi obra , aun cuando me
hallase en oposicion directa con otras opiniones, me
quedaré del todo tranquilo. Sé lo que se debe á las na-
ciones y á los que las gobiernan ; pero no creo faltarles
á la dignidad diciéndoles la verdad con los miramientos
convenientes. Las primeras líneas de mi obra la dan á
conocer: al que terna que le ha de repugnar , se le
ruega con instancia que no la lea. Para mí es probado,
y quisiera de todo corazon probarlo á los demas, que
sin el sumo pontífice no hay verdadero cristianismo , y
que ninyun cristiano honrado separado de él firmará ba-
jo su palabra de honor (si tiene alguna ciencia) una
profesion de fé clara y circunscrita.
Todas las naciones que han sacudido la auto-
ridad del padre comun , tienen sin duda, consideradas
en masa , el derecho de gritar : paradoja (los sabios no
le tienen); pero ninguna puede gritar: insulto. Ningun
escritor que se encierra en el círculo de la severa lógi-
ca , falta á nadie. Solo hay un medio honroso de ven-
garse de él : raciocinar contra él y mejor que él.
Aunque en el curso de toda mi obra me he dedica.-
do á explanar, en cuanto me ha sido posible, las ideas
generales; con todo se echará de ver fácilmente que
he tratado con particularidad de Francia. Hasta que
ella conozca bien sus errores, no puede salvarse ; pe-
ro si todavía permanece ciega en esta parte la Eu-
ropa, lo está tal vez mas en cuanto á lo que debe espe-
rar de la Francia.
Hay naciones privilegiadas que tienen una mision
en este mundo : yo he procurado explicar la de la Fran-
cia que me parece tan visible como el sol. Siempre se
encuentra no sé qué elemento teocrático y religioso en
el gobierno natural y en las ideas nacionales del pue-
blo francés: este tiene mas necesidad de la religion que
ningun otro; y si le falta, no solo se debilita, sipo que
queda mutilado. Véase su historia. Al gobierno de
los druidas que lo podian todo, sucedió el de los obis-
pos , que fueron siempre , pero mucho mas en la anti-
gaedad , los consejeros del rey en todos sus consejos. Los
obispos ( asi lo observa Gibbon) han hecho el reino de
Francia (1): nada mas cierto. Los obispos han cons-
truido esta monarquía como las abejas construyen una
colmena. Los concilios en los primeros siglos de la mo-
narquía eran verdaderos consejos nacionales, en los cua-

11) Gibbon , Hist. de ¡a decadencia, t. VII, e. XXXVIII, Pa-


ris, 18 12 t'II 8.'
T. 3. 2
--- 18 --
si puedo expresarme así , re-
les los druidas cristianos ,
presentaba n el primer papel. Las formas hablan varia-
do ; pero siempre se halla la misma nacion. La sangre
teutona que se mezcló con ella por la conquista lo bas-
tante para dar un nombre á la Francia , desapareció
casi enteramente en la batalla de Fontenai , y no dejó
mas que galos. La prueba está en la lengua; porque
cuando un pueblo es uno , la lengua es una (1) ; pero si
tiene alguna mezcla , sobre todo por conquista , cada
nacion constituyente produce su porcion de la lengua
nacional, perteneciendo siempre á la nacion dominante
la sintaxis y lo que se llama genio de la lengua; y el
número de las palabras dadas por cada nacion es siem-
pre rigorosamente proporcional á la cantidad de sangre
con que respectivamente han contribuido las diversas
naciones constituyentes y fundidas ea la unidad na-
cional. Ahora bien, el elemento teutónico apenas se
advierte en la lengua francesa, que considerada en su
conjunto es céltica y romana. Nada hay tan grande en
el mundo. Decia Ciceron: « Lisongeemonos cuanto que-
ramos: nosotros no aventajaremos ni á los galos en va-
lor, ni á los españoles en número , ni á los griegos en
talento &c; pero aventajamos á todas las naciones del
universo en religion y temor á los dioses. »
Este elemento romano, naturalizado en las Galias,

(1) De ahí proviene que cuanto mas sube uno á la antigüedad,


mas radicales y de consiguiente regulares son
las lenguas. No
creo que pueda haber una lengua que no posea algun elemento
de las que la han precedido; pero principalmente hay grande&
masas constituyentes , que por decido
así pueden tocarse.
-19—
sé conformó muy bien con el druidisimo el que cristia-
nismo despojó de sus errores y ferocidad dejando sub-
sistente cierta raiz que era buena: y de todos estos
elementos resultó una nacion extraordinaria, destinada
á hacer, un papel asombroso entre las demas, y sobre
todo á ponerse al frente del sistema religioso en
Europa.
El cristianismo penetró muy temprano en Francia
con una facilidad que no podía menos de ser el resul-
tado de una afinidad particular. La iglesia galicana casi
no tuvo infancia , y al nacer por decirlo así apareció la
primera de las iglesias nacionales y el apoyo mas firme
de la unidad.
Los franceses tuvieron la honra única ( de la que
ni con mucho se han envanecido lo bastante ) , de cons-
tituir en lo humano la iglesia católica en el rnnndo, ele.
vando á su augusto jefe á la categoría indispensable-
mente debida á sus funciones divinas : sin ella no hu-
biera sido mas que un patriarca de Constantinopla, ju-
guete deplorable de los sultanes cristianos y de los au-
tócratas musulmanes.
Carlo Magno, el Trismegisto moderno, levantó é hizo
reconocer este trono, destinado á ennoblecer y consoli-
dar todos los demas. Como no ha habido institucion
mas grande en el mundo, tampoco hay indudablemente
otra en que la mano de la Providencia se haya mostra-
do de una manera mas sensible; pero ¡cuán satisfactorio
es haber servido de instrumento ilustrado de esta ma-
ravilla única por eleccion de la misma Providencia!
Cuando en la edad media fuimos al Asia con la es-
20
pada en la mano para destruir en un territorio propio
la formidable media luna que amenazaba á todas las li-
bertades de Europa; los franceses se pusieron tambien
á la cabeza de aquella empresa inmortal. Un simple
particular que no ha legado á la posteridad mas que su
nombre adornado del modesto epiteto de hermitaño,
con solo el auxilio de su fé y de su voluntad invencible
sublevó la Europa; aterró al Asia, destruyó el feudalis-
mo, ennobleció á los siervos , transportó la antorcha de
las ciencias, y cambió la Europa.
Bernardo le apoyó; Bernardo el prodigio de su siglo
y frances como Pedro , hombre mundano y cenobita
mortificado, orador, erudito , estadista , solitario que te-
nia fuera mas ocupaciones que tendrán jamás la mayor
parte de los hombres: consultado de todo el mundo, encar-
gado de una infinidad de negociaciones importantes, paci-
ficador de los estados , llamado á los concilios , enviado
con embajadas á los reyes, instruyendo á los obispos, re-
prendiendo á los papas , gobernando un &den entero,
predicador y oráculo de su tiempo (1).
No cesa de repetirsenos que ninguna de esas fa-
mosas empresas salió bien. No hay duda que ninguna
cruzada salió bien : hasta los niños lo. saben ; pero todas
han tenido buen éxito; y eso es lo que los mismos hom-
bres no quieren ver.
El nombre francés hizo tal impresion en Oriente,
q te ha quedado allí como sinónimo del de europeo;
y el

11) liourdalone sermon sobre el retiro del mundo , primera


parte.
- 91
mayor poeta de Italia que escribia en el siglo XVI, no
rehusa emplear la misma expresion (1).
El cetro francés brilló en Jerusalen y en Constanti-
nopla. ¿Qué no debia esperarse? Hubiera ensanchada
la Europa, repelido al islamismo , y sofocado el cisma;
pero por desgracia no supo sostenerse: 7nagnis ta,;pen
excidit ausis.
Mucha parte de la gloria literaria de los fran-
ceses, sobre todo en el gran siglo., pertenece al cle-
ro. Oponiéndose la ciencia á la propagacion de las fa-
milias y de los nombres, nada hay mas conforme al (ir_
den que una. direccion oculta de la ciencia hacia el es-
tado sacerdotal y por consiguiente célibe.
Ninguna nacion ha poseído mayor número de esta-
blecimientos eclesiásticos que la francesa, y ningun so-
berano empleó con mas ventajas propias que el de Fran-
cia mayor número de sacerdotes..Ministros, embajadores,
negociadores, preceptores &c., en todas partes se los en-
cuentra; y desde Suger á Fleury la Francia no tiene mo-
tivos. sino de satisfaccion y de alabanza. Siéntese que el
mas fuerte y resplandeciente de todos llegase á veces
hada la inexorable severidad; pero no pasó de allí;
y me inclino á creer que en el ministerio de este gran-
de hombre no hubieran podido efectuarse el suplicio de
(1) Il popol franco (los cruzados , el ejército de Godofredo)
Tasco.
De ahi proviene sin duda la antigua preocupacion de la incom-
patibilidad de la ciencia y de la nobleza; preocupaeion que corno
todas las demas reconoce una 'causa oculta. Ningun sabio, de pri-
mer órden ha podido furídar linaje. Los nombres mismos de . 1 sitio
XVI, famosos en las ciencias y en las letras, no subsisten )3.
los templarios y otros acontecimientos de esta especie.
La nobleza mas distinguida de Francia se honraba
con el ejercicio de las grandes dignidades de la iglesia.
Y qué habia en Europa superior á la iglesia galicana,
ue poseía todo lo que agrada á Dios y todo lo que cau-
que
tiva á los hombres, virtud, ciencia, nobleza , y riquezas?
Si se quiere diseñar la grandeza ideal, imaginese una
cosa que sobrepuje á Fenelon, y no se hallará.
Carlo Magno en su testamento legó á sus hijos la tu-
tela de la iglesia romana. Este legado repudiado por los
emperadores romanos habia pasado como una especie
de fideicomiso á la corona de Francia. La iglesia católica
podia representarse por una elipse: en un foco se veía á
S. Pedro y en el otro á Carlo Magno: la iglesia galicana
con su poder, su harina , su dignidad , su lengua y su
proselitismo parecia á veces que aproximaba los dos
centros y los confandia ea la unidad mas magnífica..
Pero ¡á debilidad humana! ¡ó lamentable ceguedad!
algunas preocupaciones detestables que tendré ocasion
de explicar ea esa obra , habian pervertido totalmente
el órden admirable, la relacion sublime entre las dos po-
testades. A. fuerza de sofismas y de intrigas crimina-
les se habia logrado ocultar al rey cristianísimo una de
sus prerogativas mas brillantes , la de presidir (huma-
namente) el sistema religioso y ser el protector heredi-
tario de la unidad católica. Constantino se honró
en otro tiempo con el título de obispo exterior: el de su-
premo pontífice exterior no halagaba la ambicion de un su-
cesor de Carlo Magno ; y este empleo ofk • ecido por la
Providencia; estaba vacante. ¡ Ah! si los reyes de Fran-
-23 —
cia hubieran querido auxiliar efiazmente á la verdad;
hubieran obrado milagros. Pero ¿ qué puede un rey
cuando se han apagado las luces de su pueblo? Es me-
nester decirlo tamblen para gloria inmortal de la au-
gusta casa : el espíritu real que la anima , ha sido mu-
chas veces y felicísimamente mas sabio que las acade-
mias y mas justo que los tribunales,
Derribada al cabo esta familia tan preciosa para la
Europa por un huracan sobrenatural, la hemos visto le-
vantarse de nuevo por un milagro que promete otros,
y que debe infundir á los franceses un valor religioso; pe-
ro seria para ellos el colmo de la desgracia creer que la
revolucion se ha concluido, y que fa columna está colo-
cada en su lugar porque se ha puesto en pie, Al con-
trario es menester creer que el espíritu revolucionario es
sin comparacion mas fuerte, y peligroso que pocos años
hace. El poderoso usurpador no se valía de 01 sino para
su provecho: sabia comprimirle con su mano de hierro,
y reducirle á una especie de monopolio que. utilizaba
en bien de su corona. Pero desde que la justicia y la paz
se han abrazado , el genio del mal ha desechado el mie-
do, y en vez de agitarse en un foco único ha producido
de nuevo una fermentacion general en una superficie
vastísima'.
Permitaseme repetirlo: la revolucion francesa no se
parece á nada de lo que, se ha visto en los tiempos pasa-
dos: es diabólica en su esencia (1): no se extinguirá ja-
más sino con el principio contrario y nunca recobrarán

(1) Considerac. sobre la ti rarle. c. X. p, 3.


,94 —
los franceses su lugar hasta que reconozcan esta ver-
dad. El sacerdocio debe ser el objeto principal del pen-
samiento soberano. Si yo tuviera á la vista el estado de
las ordenaciones, podria predecir grandes acontecimien-
tos. La nobleza francesa tiene ahora ocasion de hacer á
la patria un sacrificio digno de ella: ofrezca tambien sus
hijos en el altar como en épocas anteriores. Hoy no se
dirá que ambiciona los tesoros del santuario. La iglesia
enriqueció é ilustró en otro tiempo á la nobleza : resti-
i uvale esta hoy todo lo que puede darle , el explendor
de sus grandes nombres que sostendrá la antigua opi-
nion, y determinará á una multitud de hombres á se-
guir unos estandartes conducidos por manos tan dignas:
el tiempo hará lo donas. Sosteniendo así al sacerdocio la
nobleza francesa pagará una deuda inmensa que ha con-
traida para con la Francia y quizá para con la Europa.
La señal mas grande de respeto y de profunda estima-
eion que puede darsele, es recordarle que la revolucion
fi. ancesa, que sin duda hubiera ella rescatado con su san-
gre, fue en mucha parte obra suya. Mientras que una
aristocracia pura , es decir, que profesa los dogmas na-
cionales hasta la exaltacion, rodea el trono , este es in-
de4ru ctible, aun cuando le ocupe la debilidad ó el error;
pero si la nobleza apostata , no hay salvacion para el
trono siluiera le ocupase S. Luis ó Carlo Magno ; lo
cual es mas cierto en Francia que en ninguna otra par-
te. La nobleza francesa lo perdió todo por su alianza
monstruosa con el principio malo en el último siglo: á
ella loan repararlo todo. Su destino es seguro , con tal
que no titubee y se persuada de la alianza natural, esen-
cial , necesaria , francesa del sacerdocio y de la
bleza.
Dijose en la época mas siniestra de la revolucion:
«Para la nobleza es un eclipse merecido: ella recobrará su
p'testo, y pagará con abrazar bondadosamente un día á
hijos que no ha llevado en su seno (1).»
Hoy se cumple lo que se dijo hace 20 años. Si la no-
' bleza francesa está sujeta á un alistamiento, en su mano
está quitar todo lo que pudiera tener de aflictivo para los
linages antiguos. Cuando sepa por qué se había hecho ne-
cesario aquel, no podrá serle desagradable ni perjudi-
cial; pero sea dicho de paso ó sin entrar en pormenores.
Vuelvo á mi objeto principal, haciendo notar que la
rabia anti-religiosa del último siglo contra las verdades
é instituciones cristianas se habia dirigido sobre todo
contra la santa sede, Los conjurados rabian bien , y por
desgracia mejor que la multitud de hombres de buena
intencion, que el cristianismo descansa enteramente en el
soberano pontífice; y hácia ese lado dirigieron sus esfuer-
zos. Si hubiesen propuesto á los gabinetes católicos me-
didas directamente anti-cristianas ; el miedo ó el pudor
á falta de motivos mas nobles hubiera bastado para des-
echarlas : tendieron pues á los príncipes una red mas
sutil, y extraviaron á los reyes mas cuerdos.
Les pintaron la santa sede como el enemigo natural
de todos los tronos: la calumniaron é introdujeron la
desconfianza hácia ella: procuraron indisponerla con la
razon de estado; y no desperdiciaron medio alguno pa-

(1) Considera«, sobre Vi Franc. c. X, P . 3.


- 96 --
ra unir la idea de la dignidad á la de la independencia. A
fuerza de usurpaciones, de violencias, de contiendas de to-
da clase hicieron sospechosa la política romana , y la
acusaron despues de los defectos que debia á ellos mis-
mos. Por fin salieron con su empresa en tal grado que
hace temblar. El mal es tan grande, que el espectáculo de
ciertos paises católicos ha podido á veces escandalizar
á ojos que desconocian la verdad , y desviados de ella.
Sin embargo todo el edificio del cristianismo está
minado sin el soberano pontífice, y para hundirse ente-
ramente no espera sino la aparicion de ciertas cir-
cunstancias que se manifestarán en toda su desnudez.
Entretanto los hechos hablan. ¿ Se ha visto jámás
que los protestantes se entretengan en escribir libros
contra las iglesias griega, nestoriana , siriaca &c. que
profesan dogmas detestados por el protestantismo? Se
guardan muy bien ; al contrario protegen esas iglesias,
las cumplimentan , y se muestran dispuestos á unirse á
aas, teniendo siempre por verdadero aliado á todo ene-
migo de la santa sede (1).
Por su parte el incrédulo se rie de todos los disi-
dentes , y se sirve de todos , bien seguro de que todos
mas ó menos y cada uno á su modo adelantan la grande
obra, es decir, la destruccion del cristianismo.
Habiendo el protestantismo , el filosofismo y otras
mil sectas, mas ó menos perversas ó extravagantes, dis-

(1) Veanse las Investigaciones asiáticas del Sr. Claudio Bu-


chalo, doctor en teología ingles, donde propone á la iglesia angli-
cana la union con la siriaca en la India , porque desecha la supre-
suacia del Papa. Londres 1812, p. 285.,á 287.
minuido prodigiosamente las verdades entre los hombres
(2); el género humaro no puede permanecer en la si-
tuacion actual. Se agita , padece, tiene vergüenza de sí
mismo, y procura con no sé qué movimiento convulsivo
resistir al torrente de los errores despues de haberse
dejado llevar de él con la ceguedad sistemática del or-
gullo. En esta época memorable me ha parecido útil
exponer en toda su plenitud una teoría tan vasta como
importante , y despejarla de todas las nubes con que se
obstinan en obscurecerla tanto tiempo hace. Sin presu-
mir mucho de- mis esfuerzos espero que no serán ab-
solutamente vanos. Un buen libro no es el que persua-
de á todo el mundo (de otro modo no habria ninguno),
sino el que satisface completamente á cierta clase de lec-
tores á quienes se endereza la obra con particularidad,
y el que no deja á nadie duda de la entera buena fé del
autor, ni del infatigable trabajo que se ha impuesto pa-
. ra poseer la materia , y presentarla, si era posible, bajo
diferentes aspectos nuevos. Me lisongeo sinceramente
de que bajo este punto de vista todo lector imparcial
juzgará que he obrado con regularidad. Creo que nunca
ha sido mas necesario que ahora poner en toda su eviden-
cia una verdad de primer órden ; y creo ademas que la
verdad necesita á la Francia. Espero pues que esta me
lea otra vez con benignidad; y me tendría por dichoso
si los grandes personajes de todas sus clases , reflexio-
nando en lo que espero de ellos, tomaran á su cargo co-
rno un deber de conciencia el refutarme.

12) Diminuta! sitItt veritates á filiis hominum. S. XI. t• 22,


/

E
1112111D 1,1
DEL PAPA EN SU RELACION CON

LA IGLESIA CATÓLICA.

CAPÍTULO I.

DE LA INFALIBILIDAD.

i kuánto no se ha dicho sobre la infalibilidad conside-


rada bajo el punto de vista teológico! Dificil seria aña-
dir nuevos argumentos á los que los defensores de esta
alta prerogativa han acumulado para apoyarla en au-
toridades incontestables , y para desvanecer las fantas-
mas que se han complacido en inventar los enemigos
del cristianismo y de la unidad , con la esperanza de
hacerla odiosa á lo menos, si no podian conseguir otra
cosa mejor.
Pero no sé si se ha reparado en esta gran mestion,
como en otras muchas , que las verdades teológicas no
son mas que verdades generales, manifestadas y divini-
zadas en el círculo religioso; de modo que no puede
3 0 ---
combatirse una sin combatir una ley del mundo.
La infalibilidad en el órden espiritual y la sobera-
nía en el órden temporal son dos palabras enteramente
sinónimas. Una y otra expresan aquella elevada 1:Mes-
tad que domina á todas, de la que todas se derivan, que
gobierna y no es gobernada, que juzga y no es juzgada.
Cuando decimos que la iglesia es infalible , no pedi-
mos para ella (es muy esencial observarlo) ningun pri-
vilegio particular , sino que goce únicamente del dere-
cho comun á todas las soberanías posibles , las cuales
obran todas por necesidad como infalibles, porque todo
gobierno es absoluto; y en cuanto puede hacérsele
resistencia só pretexto de error •IS de injusticia, deja de
existir:
Sin duda que la soberanía tiene formas diferentes:
en Constantinopla no habla como en Londres; pero cuan-
do en una y otra parte hablar ksu manera, el Inll es
inapelable como el fetfoG
Lo mismo sucede con la iglesia : de un modo ó de
otro es preciso que sea gobernada como cualquier otra
sociedad; de lo contrario no habria agregacion, ni cone-
xion, ni unidad. Este gobierno pues es por su naturaleza
infalible, es decir, absoluto; de otro modo no gobernarla.
¿No se- ve en el órden judicial, que es una parte
del gobierno , que es de absoluta necesidad ir á parar
á un poder que juzga y no es juzgado , precisamente
porque falla en nombre de la potestad suprema , de la
que se reputa ser órgano y voz? Tomese como se quie-
ra: dése el nombre que se tenga á bien, á aquel alto
poder judicial: siempre será necesario que haya uno á
...... 3 CM"

quien no se pueda decir: Has errado. Entiéndese que el


que es condenado, siempre queda descontento de la
sentencia, y no duda jamás de la iniquidad del tribu-
nal; pero el político desinteresado que ve las cosas
desde arriba, se rie de aquellas quejas vanas. Sabe que
hay que detenerse en un punto, y que las dili;iones
interminables, las apelaciones sin fin y la incertidu ► -
bre de las propiedades son mas injustas que la injusti-
cia , si es permitido expresarse así.
Tratase pues únicamente de saber dónde está la so-
beranía en la iglesia, porque reconocida que sea, no po-
drá ya apelarse de sus decisiones.
Ahora bien si alguna cosa hay evidente tanto para
la razon como para la fé, es que la iglesia universal es
una monarquía. La idea sola de la universalidad supone
esta forma de gobierno, cuya necesidad absoluta estri-
ba en dos razones: el número de los súbditos y la ex-
tension geográfica del imperio.
Así todos los escritores católicos y dignos de este
nombre convienen unánimemente en que el régimen
de la iglesia es monárquico; pero bastante templado
por la aristocracia para que sea el mejor y el mas
perfecto de los gobiernos (1).
Asi lo entiende Belarmino, y con sumo candor con-
viene en que el gobierno monárquico templado vale mas
que la monarquía pura (2).

(1) Certmm est monarcliicum illud regikueu esse aristocratizi


aliquá temperatura. (Dual , de slip. potes!. ralle 1,
quast. 1.)
(2) Beliat mino, de S111111120 pont;rice, cap. 111.
32
Observese en todos los siglos cristianos que esta
forma monárquica no ha sido negada ó deprimida ja-
más sino por los facciosos á quienes incomodaba.
En el siglo XVI los rebeldes atribuyeron la sobera-
nía á la iglesia, es decir, al pueblo. En el XVIII. tic) se
hizo mas que trasladar estas máximas á la política; pe-
ro el sistema es el mismo, la teoría la misma hasta
en sus últimas consecuencias. ¿Qué diferencia hay en-
tre la iglesia de Dios, dirigida únicamente por su palabra,
y la gran república una é indivisible , gobernada única-
mente por las leyes y por los diputados del pueblo sobera-
no? Ninguna: la misma locura con diverso nombre y
en otra época.
¿Qué es una república en cuanto pasa de ciertas
dimensiones? Un pais mas ó menos extenso, mandado
por cierto número de hombres que se llaman la repú-
blica. Pero siempre es uno el gobierno; porque no hay
ni puede haber república diseminada.
Así en tiempo de la república romana la soberanía
republicana residia en el foro; y los paises sometidos,
es decir, casi las dos terceras partes del mundo co-
nocido eran una monarquía, cuyo soberano absoluto u y
desapiadado era el foro. Si se quita este estado do-
minador; no queda ya vínculo ni gobierno comun, y
desaparece toda unidad.
Así ha sido muy fuera de propósito el intento de
las iglesias presbiterianas , que á fuerza de hablar han
querido hacernos admitir como una suposicion posible la
forma republicana, que de ningun modo les correspori_
de, excepto en el sentido circunscripto y particular, es
33 --
decir, que cada pais tiene su iglesia que es republicana;
pero no hay ni puede haber iglesia cristiana republicana;
de modo que la forma presbiteriana borra el artículo
del símbolo , que los ministros de esta creencia estan
obligados á pronunciar á lo menos todos los domingos:
Creo en la iglesia una, santa,, UNIVERSAL y apostólica.
Porque luego que falta un centro y un gobierno co-
mun, no puede haber unidad , ni de consiguiente igle-
sia universal (e) católica) , supuesto que no hay iglesia
particular que tenga solamente en esta suposicion el
medio constitucional de saber si está en comunidad de
fé con las otras.
Sostener que una multitud de iglesias independientes
forman una iglesia una y universal, es sostener en otros
términos que todos los gobiernos políticos de Europa no
forman mas que un gobierno, uno y universal. Estas
dos ideas son idénticas , y no admiten disputa.
Si á alguno se le antojara proponer un reino de
Francia sin rey de Francia , un imperio de Rusia sin
emperador de Ricsia &c.; se creeria justamente que habia
perdido el juicio; sin embargo seria en todo rigor la
misma idea que la de una iglesia universal sin jefe.
Seria superfluo hablar de la aristocracia, porque
no habiendo habido jamás en la iglesia un cuerpo que
haya pretendido regirla bajo ninguna forma electiva
hereditaria, se sigue que su gobierno es necesariamen-
le te monárquico , hallándose excluida con todo rigor
o cualquier otra forma.
Una vez establecida la monárquica, la infalibilidad es
una cowecuencia de la supremacía, á mas bien es ab-
T. 3. 3
34
golutaniente la misma cosa bajo dos nombres diferentes.
Pero aunque sea evidente esta identidad , nunca se ha
visto ó no se ha querido ver que toda la cuestion depende
de esta verdad; y dependiendo sucesivamente esta verdad
de la naturaleza misma de las cosas, no necesita de Hin-
gun modo apoyarse en la teología ; de manera que ha-
blando de la unidad como ne c esaria , el error no po-
dría oponerse al supremo pontífice aun cuando fuera
posible, como no puede oponerse á los soberanos tem-
porales que no han aspirado jamás á la infalibilidad. En
efecto en la práctica es absolutamente lo mismo no es-
tar sujeto al error que no poder ser acusado de ello. Así
aun cuando se conviniese en que ninguna promesa di-
vina se habia hecho al Papa , no seria por eso menos
infalible ó reputado tal como último tribunal; porque
toda sentencia de que no se puede apelar, es y debe ser
tenida por justa en toda sociedad humana bajo todas las
formas de gobierno imaginables : y todo hombre de es-
tado verdadero me comprenderá cuando diga que no se
trata solo de saber si el soberano pontífice es, sino de si
debe ser infalible.
El que tuviera el derecho de decir al Papa que se
ha equivocado, tendria por la misma razon el de deso-
bedecerle ; lo que destruirla la supremacia (á la in-
falibilidad ); y esta idea fundamental es tan patente,
que uno de los protestantes mas sabios que han escrito
en nuestro siglo (1) , ha compuesto una disertacion pa-
(1) Laur, Mosheimii dissert. de appel. ad concil.
eccle-
sice unitatem spectabilem tollezuibus.
(En la obra del doctor Mar-
chetti, t. II, p. 208.)
ra probar que la apelacion del Papa al futuro concilio
destruye la unidad visible. Nada mas cierto; porque de
un gobierno habitual, indispensable só pena de la diso-
lucion del cuerpo social , no puede apelarse á un poder
intermitente.
Hé aqui pues por un lado á Mosheim , que nos de-
muestra con razones invencibles que la apelacion al con-
cilio futuro destruye la unidad visible de la iglesia, es
decir , el catolicismo primeramente y á poco el cristia-
nismo mismo; y por otro lado á Fleury que nos dice,
enumerando las libertades de su iglesia: «Nosotros cree-
mos que es permitido apelar del Papa al concilio futuro,
NO OBSTANTE LAS BULAS DE PIO II Y DE JULIO 11, QUE
LO PROHIBIERON (1).»
Es menester confesar que es un espectáculo extraño
el de esos doctores galicanos, á quienes ciertas exage-
raciones nacionales han conducido á la humillacion de
verse refutados por teólogos protestantes : yo quisiera
á lo menos que este espectáculo no se hubiera dado mas
que una vez.
Los novadores á quienes Mosheim tenia presentes,
han defendido que «el Papa solo tenia el derecho de
presidir los concilios, y que el gobierno de la iglesia es
aristocrático.» «Mas esta opinion, dice Fleury, está con-
denada en Roma y en Francia.»
Esta opinion pues tiene todo lo que necesita para
er condenada; pero si el gobierno de la iglesia no es

(2) Fleury , sobre las libertades de la iglesia galicana. Nuevo


()plise. Paria 1807 c1 4 12.° p. 3o.
--- 36
aristocrático , es monárquico; y si es monárquico , co-
mo cierta é invenciblemente lo es , ¿qué autoridad re-
cibirá la apelacion de sus decisiones?
P ruebese á dividir el mundo en patriarcados, co-
mo quieren las iglesias cismáticas de Oriente: en esta
áuposicion cada patriarcado tendrá los privilegios que
atribuimos aquí al Papa, y tampoco se podrá apelar de
sus decisiones; porque es preciso que haya siempre un
punto donde detenerse. La soberanía estará dividida;
pero siempre se encontrará: solo habrá que variar el
símbolo y decir: Creo en las iglesias divididas é inde-
pendientes.
Forzosamente habrá que venir á parar á esta idea
monstruosa; pero no tardará en ser perfeccionada por
los príncipes temporales, los cuales haciendo muy po-
co caso de esta vana division patriarcal , establecerán
la independencia de su iglesia particular , y se desha-
rán hasta del patriarca como ha sucedido en Rusia;
de manera que en vez de una sola infalibilidad , des-
echada como un privilegio demasiado sublime , tendre-
mos tantas como la política quiera formar por la divi-
sion de los estados. La soberanía religiosa , trasladada
primero del Papa á los patriarcas , recaerá despues en
los sínodos, y acabará todo en la supremacía inglesa y
el protestantismo puro; estado inevitable, que puede
tardar mas ó menos en declararse donde quiera que el
Papa no reina. Una vez admitida la apelacion de sus de-
cretos no hay gobierno, ni unidad , ni iglesia visible.
Por no haber comprendido principios tan evidentes
algunos teólogos de primer órden, tales como Bossuet y
37 —
Fleury por ejemplo, han equivocado la idea de la infa-
libilidad; de modo que un lego sensato se sonrie al leer
sus obras.
El primero nos dice formalmente que la doctrina
4e la infalibilidad no comenzó hasta el concilio de _Floren--
da (1); y Fleury, aun mas preciso, hace autor de es-
ta doctrina al dominico Cayetano bajo el pontificado de
Julio H.
No se entiende cómo unos hombres por otra parte
tan distinguidos han podido confundir dos ideas tan di-
ferentes como las de creer y sostener un dogma.'
La iglesia católica no es disputadora por naturale-
za: cree sin disputar , porque la fé es una creencia por
amor , y el amor no arguye.
El católico sabe que no puede engañarse aquella: sa-
be ademas que si pudiera engañarse, no habria verdad
revelada, ni seguridad para el hombre en la tierra, una
vez que toda sociedad instituida divinamente supone la
infalibilidad , como dijo perfectamente el ilustre 31a-
llebranclie.
No necesita pues la fé católica ( y este es su carác-
ter principal que no se ha notado bien) entrar en sí
misma, examinarse acerca de su creencia y preguntarse
por qué cree : no tiene ese prurito de disertar que
agita á las sectas. La duda es la que produce los libros
¿por qué pues habia de escribir la iglesia que no duda
jamás?
Pero si llega á disputarse algun dogma, sale de su

(1) Hist. de Bossuet, docum. justitle. del lib. VI, p. 392.


-38---
estado natural , ajeno de toda idea contenciosa : busca
los fundamentos del dogma puesto en problema : inter-
roga á la antigüedad, y sobre todo crea palabras de
que su buena fé no tenia necesidad ; pero que se han
hecho necesarias para caracterizar el dogma, y poner
una barrera eterna entre los novadores y nosotros.
Perdoneme el ilustre Bossuet; pero cuando nos dice
que la doctrina de la infalibilidad comenzó en el siglo
XIV, parece que se acerca á- aquellos hombres á quienes
tanto y tan bien impugnó. ¿No decian asimismo los pro_
testantes que la doctrina de la transustanciacion no era
mas antigua que el nombre? Y los arrianos ¿no argüian
del mismo modo contra la consustancialidad? Bossuet (per-
mi taseme decirlo sin faltar al respeto que se debe á un
hombre tan grande) se equivocó evidentemente en ente
punto importante. Es menester guardarse de tornar una
palabra por una cosa y el principio de un error por el
principio de un dogma. La verdad es precisamente lo
contrario de lo que enseña Fleury; porque hácia la épo-
ca que él señala, se empezó no á creer sino á disputar so-
bre la infalibilidad (1). Las contestaciones suscitadas sobre

(1) La primera apelacion al concilio futuro es la de Tadeo,


que la hizo en nombre de Federico II el año de 1245. Dicese que
hay duda sobre esta apelacion , porque se hizo al Papa y al
concilio mas general; y se quiere ci ne la primera apelacion incon-
testable sea la de Duplessis, hecha el 13 de junio de 1303; pero es-
tacs semejante á la otra, y ofrece una gran dificultad. La apelacion
se hizo al conciliar á la santa sede apostólica y á aquel y á aque-
llos á cutienc•s mejor puede y debe llevarse de derecho (N:it. A luj.
sec. XIII et XIV, art. 5, p. 11). En los ochenta años siguientes
se eucuentran ocho apelaciones, cuyas fórmulas son : ú
la 3ailla
39
la supremacia del Papa obligaron á examina r la enes-
tion mas de cerca, y los defensores de la verdad lla-
maron á esta supremacia infalibilidad para distinguirla
de cualquier otra soberanía; pero no hay ninguna nove-
dad en la iglesia, ni creerá esta jamás otra cosa que lo
que ha creido siempre. ¿Quiere Bossuet probarnos la
novedad de esta doctrina? Señalenos una época de la
iglesia en qué las decisiones dogmáticas de la santa se-
de no fuesen leyes , y borre todos los escritos donde
ha probado lo contrario con uva lógica convincente,
una erudicion vastísima y una elocuencia sin igual:
sobre todo que nos indique el tribunal que examinaba
dichas decisiones y las reformaba.
Por lo demas si nos concede , si nos prueba , si nos
demuestra que los decretos dogmáticos de los soberanos
pontífices han hecho siempre ley en la iglesia; dejemosle
decir que la doctrina de la infalibilidad es nueva : ¿ qué
nos importa?

sede, al sacro colegio, al Papckfuturo, al Papa mejor informado, al


concilio , al tribunal de Dios, á la santísima Trinidad, en fin á
Jesucristo. (Véase el doctor Marchetti, crit. de Fleury, en el apén-
dice , pag. 257 y 260.) Estas inepcias merecen recordar-
le, porque prueban primero la novedad de las apelaciones y des–
pues la perplejidad de los apelantes, que no podían confesar con mas
claridad la falta de todo tribunal superior al Papa, que llevando
cuerdamente la apelacion á la santísima Trinidad.
CAPÍTULO II.

DE LOS CONCILIOS.

En vano por salvar la unidad y mantener el tribu-.


nal visible se recurriria á los concilios, cuya naturaleza
y derechos es muy esencial examinar. Comeuzemos con
una observacion que no admite la menor duda: que una
soberanía periódica ó intermitente es una con tradiccion
en los términos, porque la soberanía debe vivir siempre,
velar siempre, y obrar siempre. Para ella no hay ningu-
na diferencia entre el sueno y la muerte. Pues siendo los
concilios un poder intermitente en la iglesia , y no solo
intermitente , sino sobremanera raro y puramente ac-
cidental , sin ningun plazo periódico y legal ; no puede
corresponderles el gobierno de la iglesia.
Ademas los concilios no deciden nada sin apelacion
si no son universales; y estos llevan consigo tan grandes
inconvenientes , que no puede haber entrado en las mi-
ras de la Providencia confiarles el gobierno de su iglesia.
En los tres primeros siglos del cristianismo era mu-
cho mas fácil reunir los concilios, porque la iglesia era
-41 —
mucho mas reducida, y porque la unidad de los poderes
reunidos en la cabeza de los emperadores les permitia
congregar un número suficiente de obispos para engañar
al pronto y no necesitar mas que el consentimiento de
los otros. Y sin embargo ¡ qué trabajo y qué dificultades
para congregarlos !
Pero en los tiempos modernos desde que el univer-
so civilizado está, por decirlo así, dividido entre tantas
soberanías, y desde que nuestros atrevidos descubrimien-
tos han ensanchado inmensamente sus límites, un con-
cilio ecuménico es una quimera. Solo para convocar
todos los obispos, y notificar legalmente la convocatoria
no bastarian cinco ó seis años.
No estoy lejos de creer que si alguna vez pudiera
parecer necesaria una congregacion general de la igle-
sia (lo que no tiene traza alguna de probabilidad) ; se
eadria á parar en una asamblea representativa segun
las ideas dominantes del siglo, que tienen siempre
cierta influencia en los negocios. Siendo moral , física
y geográficamente imposible la reunion de todos los
obispos; ¿por qué cada provincia católica no disputaria
á los estados generales de la monarquía ? No habiendo
sido nunca llamados á ella los comunes , y siendo en
nuestros dias muy numerosa la aristocracia , y estando
demasiado diseminada para poder comparecer realmen-
te ni -con mucho ; ¿qué cosa mejor podria discurrirse
que una representacion episcopal ? En el fondo no seria
mas que dar mayor extension á una forma ya recibida,
porque en todos los concilios se han recibido siempre
los plenos poderes de los ausentes.
——
De cualquiera manera que se convoquen y constitu-
yan estas santas juntas , la sagrada Escritura está muy
lejos de suministrar ningun pasaje en favor de la auto-
ridad de los concilios, comparable al que establece la au-
toridad y las prerogativas del supremo pontífice. Nada
hay tan claro , ni tan magnífico como las promesas con-
tenidas en este último texto; pero si se me dice por ejem-
plo : Siempre gue dos ó tres personas se reunen en mi
nombre , allí estoy yo enmedio de ellas ; preguntaré qué
significan estas palabras ; y cualquiera se verá muy
apurado para hacerme ver otra cosa de lo que yo
veo ; es decir , una promesa hecha á los hombres que
Dios se dignará de prestar oídos mas particularmente
misericordiosos á toda congregacion de hombres reunidos
para pedirle.
Otros textos darian márgen á otras dificultades; pe-
ro yo no intento introducir la menor duda acerca de la
infalibilidad de un concilio general : solo digo que tan
alto privilegio le debe á su cabeza y jefe, á quien se hi-
cieron las promesas. Sabemos que las puertas del infier-
no no prevalecerán contra la iglesia; pero ¿por qué? Por
Pedro, en quien está fundada. Quitese este fundamento;
y ¿ cómo seria infalible no existiendo ya ? Para ser algo
es preciso ser antes, si yo no me equivoco.
No lo olvidemos jamás : ninguna promesa se ha he-
cho á la iglesia separada de su cabeza, y la razon sola lo
adivinaria; supuesto que no pudiendo existir sin unidad
la iglesia como cualquier otro cuerpo moral, las prome-
sas no pueden haberse hecho sino á la unidad, que desa-
parece in defectiblemente con el sumo pontífice.
CAPiTULO HL

DEFINICION Y AUTORIDAD DE LOS CON-


CILIOS.

A si los concilios ecuménicos no son ni pueden ser


otra cosa que los estados generales ó el congreso univer-
sal del cristianismo congregado por la autoridad y bajo
la presidencia del soberano.
Donde quiera que hay un soberano (y en el sistema
católico es indisputable que le hay) , no puede haber
asambleas nacionales y legítimas sin él. Asi que di.
ce veto, la asamblea queda disuelta, ó suspensa su fuer-
za colegisladora : si aquella se obstina, hay revolucion.
Esta nocion tan sencilla , tan incontestable é indes-
tructible manifiesta bien á las claras la grandísima ri-
diculez de la cuestion tan agitada: si el Papa es superior
al concilio ó el concilio superior al Papa ; porque es
preguntar en otros términos si el Papa es superior al
Papa ó el concilio superior al concilio.
Y9 creo de todo corazon con Leibnitz que Dios ha,
preservado hasta aqui á los concilios verdaderamente ecu-
ménicos de todo error contrario á la doctrina saludable
- 44 --
(1). Creo ademas que los preservará siempre ; pero una
vez que no puede haber concilio ecuménico sin Papa,
¿ qué significa la cuestion si es superior ó inferior al
Papa?
El rey de Inglaterra es superior al parlamento ó
el parlamento superior al rey ? Ni lo uno, ni lo otro, si-
no que el rey y el parlamento reunidos forman el poder
legislativo ó la soberanía ; y no hay ningun inglés racio-
nal que no prefiriese ver gobernado su pais por un rey
sin parlamento mas bien que por un parlamento sin rey.
La cuestion pues es precisamente lo que se llama en
inglés, un no sentido (1).
Por lo demas aunque no pienso disputar de ningun
modo la eminente prerogativa de los concilios genera-
les , no dejo de conocer por eso los inconvenientes in-
mensos de estas grandes asambleas y el abuso que se
hizo de ellas en los primeros siglos de la iglesia. Los
emperadores griegos , cuyo furor teológico es uno
de los mayores escándalos de la historia, estaban siempre
prontos á convocar concilios , y cuando lo querian abso-
lutamente , era menester consentir , porque la iglesia
no debe negar á la soberanía que se obstina , nada de

(1) Leibnitz, Nuevo ensayo acerca del entendimiento humano,


pag. 461 y siguientes. Pensamientos, t. II, p. 45. Nota. La palabra
verdaderamente está puesta para exceptuar el concilio de Trento
en su famosa correspondencia con Bossuet.
(1) No porque yo intente asemejar en un todo el gobierno de la
iglesia al de Inglaterra, donde los estados generales son permanen-
tes. Yo no torno de la comparacion sino lo que sirve para fundar
un raciocinio.
- 45 -
lo que produce solo inconvenientes. Muchas veces se ha
complacido la incredulidad moderna en hacer notar la
influencia de los príncipes sobre los concilios, para ense.
fiarnos á despreciar estas asambleas ó para separarlas de
la autoridad del Papa. Mil y mil veces se le ha respon-
dido acerca de ambas consecuencias falsas; pero diga
cuanto quiera en esta materia, nada hay mas indiferen-
te para la iglesia católica, que no debe ni puede ser go-
bernada por concilios. Los emperadores en los primeros
siglos de la iglesia no tenian mas que querer para con -
gregar un concilio, y lo quisieron con demasiada fre-
cuencia. Los obispos por su parte se acostumbraban á
mirar estas asambleas como un tribunal permanente,
siempre abierto al zelo y á la duda: de ahí procede la
mencion frecuente que hacen de ellos en sus escritos , y
la suma importancia que les daban. Pero si hubieran
visto otros tiempos, y reflexionado sobre las dimensio-
nes del globo; si hubieran previsto lo que debia suce-
der un dia en el mundo; hubieran conocido bien que
un tribunal accidental dependiente del capricho de los
príncipes y de una reunion sobre manera rara y dificil
no podia haber sido escogido para regir la iglesia eter-
na y universal. Así cuando Bossuet pregunta con aquel
tono de superioridad, que puede perdonarsele sin duda
mejor que á cualquier otro: ¿Por qué tantos concilios si
la decision de los Papas bastaba á la iglesia? el cardenal
Orsi le responde muy oportunamente: «No nos lo pre-
gunteis á nosotros: no lo pregunteis á los papas Dáma-
so , Celes no , Agaton , Adriano, Leon que fulminaron
anatemas contra todas las herejías desde Arrío hasta
.46-
Eutiques con el consentimiento de la iglesia ó de una
inmensa mayoría , y que no discurrieron jamás que
hubiese necesidad de concilios ecuménicos para repri-
mir aquellas. Preguntadselo á los emperadores griegos
que quisieron absolutamente los concilios, que los con-
vocaron, que exigieron el consentimiento de los papas,
y promovieron inutilmente todo ese estrépito en la
iglesia (1).
Al supremo pontífice solo corresponde esencialmen-
te el derecho de convocar los concilios generales;
lo que no excluye la influencia moderada y legítima de
los soberanos. El solo puede juzgar de las ,circunstan-
cias que reclaman este remedio extremo. Los que han
querido atribuir este poder á la autoridad temporal,
no han reparado en el extraño paralogismo que hacian.
Suponen una monarquía universal y ademas eterna ; y
sin reflexionar suben siempre á aquellos tiempos en que
todas las mitras podian ser convocadas por un cetro ó
dos. El emperador solo, dice Fleury , podía convocar los
concilios universales , porque solo él podía mandar á los
obispos hacer viajes extraordinarios , cuyos gastos solía
costear , é indicaba el lugar Los Papas se contentaban
con solicitar estas asambleas y muchas veces sin con-
seguirlo (2).
Pues bien esta es una nueva prueba de que la igle-
sia no puede ser regida por los concilios generales, no

(1) Jos. Aun. Orsi.De irreformabili rom. pontificis in dell-


niendis fidei controversiis judicio. 1772, en 4.°, torno
lib II , cap. XX , pag. 183, 184.
(2) Nuevos opúsc. de Fleury, p. 118.
- 47 --
habiendo podido Dios, autor de la naturaleza y de la
iglesia, poner las leyes de esta en contradiccion con
las de la naturaleza.
No siendo la soberanía política ni universal , ni in-
divisible , ni perpétua por su naturaleza , si se niega al
Papa el derecho de convocar los concilios generales, ¿á
quién se le concederemos? ¿Llamaria S. M. Cristianísi-
ma á los obispos de Inglaterra, ó S. M. B. á los de
Francia ? lié aqui cómo han abusado de la historia esos
vanos habladores; y vedlos tambien convencidos de con-
trariar la naturaleza de las cosas, que quiere absoluta
y hasta independientemente de toda idea teológica que
Solo un poder ecuménico pueda convocar un concilio
ecuménico.
Pero ¿ cómo los hombres subordinados á una potes-
tad, supuesto que son convocados por ella, podrian
serle superiores , aunque separados de la misma? Lo
absurdo de esta proposicion queda demostrado con solo
enunciarla.
Puede decirse sin embargo en un sentido certísimo
que el concilio universal es superior al Papa; porque co-
mo no puede haber concilio de esta clase sin Papa , si
se quiere decir que el Papa y el episcopado entero son
superiores al Papa, ó en otros términos que este solo
no puede variar en punto á un dogma la decision toma-
da por él y por los obispos reunidos en concilio general;
el Papa y la razon convendrán en ello.
Pero que los obispos separados de él y en contra -
diccion con él sean superiores á él; es una proposicion
á la que se hace todo el favor posible llamándola extra-
48--
varvante; y hasta la suposicion primera que acabo de ha-
-cer, si no se la limita rigurosamente al dogma , no
satisface la buena fé, y deja en pie una porcion de di-
ficultades.
¿ Dónde está la soberanía en los largos intervalos que
median entre los concilios ecuménicos? ¿ Por qué no
habia de poder el Papa abfogar ó variar lo que hubiera
hecho un concilio, no tratándose de dogmas, si las circuns-
tancias lo exigían imperiosamente ? Si las necesidades de
la iglesia reclamasen una de esas grandes medidas que
no admiten espera, como lo hemos visto dos veces du-
rante la revolucion francesa (1); ¿qué habria que ha-
cer? No pudiendo reformarse las decisiones del Papa
sino por el concilio general, ¿quién convocará este? Si
se niega el Papa, ¿ quién le obligará? y entretanto
¿cómo será gobernada la iglesia &c.?
Todo nos conduce á la decision de la razon dictada
por la mas evidente analogía: que la bula del Papa, ha-
blando solo desde su cátedra , no difiere de los cánones
pronunciados en concilio general, sino como por ejem-
plo la ordenanza de. marina ó de aguas y bosques diferia
para los franceses de la de Blois ó de Orleans.
El Papa pues, para disolver un concilio como con-
cilio , no tiene mas que salir del lugar donde se cele-

(1) Primero en la época de la iglesia constitucional y del jura-


mento civico y después en la del concordato. Los respetables pre-
lados que creyeron debian resistir al Papa en esta última época,
pensaron que la cuestion era si el Papa habia errado; mientras
que se trataba de saber si era preciso obedecer aun cuando hic-
biese errado lo que abreviaba mucho la discusion.
- 49,-
bra y anunciar su ausencia desde entonces no es ya
mas que una junta, y si se obstina un conciliábulo. Ja-
más he entendido á los franceses cuando afirman que
los decretos de un concilio general tienen fuerza de ley
prescindiendo de la aceptacion á confirmacion del so-
berano pontífice (1).
Si quieren decir que hechos los decretos de un conci-
lio bajo la presidencia y con la aprobacion del Papa
de sus legados , la bula de aprobacion á de confirma-
cion que termina los actos, es asunto de pura forma;
puede entenderselos (aunque corno disputadores,
quieren decir algo mas , no puede sufrirselos).
Pero, se dirá tal vez segun los disputadores moder-
nos, si el Papa se hiciese hereje, ó se volviera loco, ó
fuera un destructor de los derechos de la iglesia &c.;
¿ cuál será el remedio? En primer lugar respondo que
los hombres que en nuestros dias se divierten en hacer
este género de suposiciones, aunque no se hayan rea-
lizado jamás en el espacio de mil ochocientos treinta y
seis años, son muy ridículos muy culpables.
En segundo lugar y en todas las suposiciones
imaginables pregunto á mi vez: ¿qué se haría si el
rey de Inglaterra llegase á imposibilitarse de ejercer
sus funciones? Se haria lo que se ha hecho ó acaso
otra cosa; pero ¿ se seguida de ahí que el parlamento

(1) Be"gier, Dic. teoldg. , art. concilios; pero mas abajo en el


ruímero V , F. 3, pone entre los caracteres de la ecumenicidad la
conrocacion hecha por el soberano pontífice ó con su consentí.
miento. No sé Cómo pueden concordarse estos dos textos.
T. 3, 4
- 50 —
fuese superior al rey , ó que pudiese destituirle ó ser
convocad o por otros que por el rey &c.?
Cuanto mas atentamente examine cualquiera la
materia, mas se convencerá de que á pesar de los con-
cilios y aun en virtud de ellos no hay iglesia sin la mo-
narquía romana. Establezcase una hipótesis muy sen-
cilla para acabar de convencerse. Supongamos que en
el siglo xvi la iglesia de Oriente separada, cuyos dog-
mas todos eran combatidos así como los nuestros, se
hubiese reunido en concilio ecuménico en Constantino-
pla, Smirna &c. para anatematizar los nuevos errores,
mientras que nosotros estabarnos congregados; en Trento
para el mismo objeto; ¿dónde hubiera estado la iglesia?
Quitese el Papa, y no hay medio de responder. Y si las
Indias, Africa y América que supongo igualmente po-
bladas de cristianos de la misma especie , hubieran to-
mado el mismo partido, la dificultad se complica , se
aumenta la confusion , y desaparece la iglesia.
Consideremos ademas que el carácter ecuménico de
los concilios no dimana del número de los obispos que
los componen: basta que todos sean convocados , y lue-
go venga quien quiera. En el de Constantinopla había
180 obispos el año 381: en Roma hubo mil el de 1139,
y 95 solamente, inclusos los cardenales, en el celebra-
do el año 1512 en la misma ciudad. Sin embargo todos
estos concilios son generales: prueba evidente de que el
concilio trae la potestad de su cabeza , porque si
tuviera una autoridad propia é independiente, no podría
ser indiferente el número, mucho mas cuando en este
caso no es necesaria la aceptacion de la iglesia , y una
51
vez dado el decreto es irrevocable. Hemos visto dismi-
nuido el número de votantes hasta 80; y como no hay
cánones, ni costumbres que fijen límites á ese número,
soy dueño de rebajarle hasta 50 y aun hasta 10. ¿ Po-
drá creer ningun hombre racional que tal número
de obispos tenga derecho de mandar al Papa y á la
iglesia?
Pues aun hay mas : si en una necesidad urgente de
la iglesia animase á varios príncipes á un tiempo el
mismo zelo que animó en otro tiempo al emperador
Segismundo, y cada uno de ellos convocase un con-
cilio; ¿cuál seria el ecuménico, y dónde estaria
infalibilidad ? La política va á suministrarnos nuevas
analogías.
CAPITULO IV.

ANALOGIAS SACADAS DEL PODER TER-


POR &L.

Supongamos que en un interregno, estando ausen,


te el rey de Francia ó dudándose quién fuera , se divi-
diesen los estados generales primero en opinion y á poco
de hecho, de modo que hubiera por ejemplo estados
generales en París y otros en Leon ú en otra parte;
¿ dónde estaria la Francia? La misma pregunta que la
anterior: ¿ dónde estaría la iglesia? Y á una y á otra no
hay respuesta mientras el Papa ó el rey no diga : Está
aqui. Quitese la reina de un enjambre : habrá cuantas
abejas se quiera : pero colmena jamás.
Para eludir la comparacion tan urgente , tan lumi-
nosa y decisiva de las asambleas nacionales los disputa-
dores modernos han objetado que no hay paridad entre
los concilios y los estados generales, porque estos no U-
njan mas que el derecho de representacion. ¡Qué sofisma!
¡Qué mala t'él ¿Cómo no se ve que se trata aqui de esta-
dos generales, que se suponen cual se necesitan para el
razonamiento? No entro pues en la cuestion de si eran
. 53
colegisladores de derecho: los supongo tales: ¿ qué falta
á la comparacion ? Los concilios ecuménicos ¿ no son
estados generales eclesiásticos? Y los estados generales
¿no son concilios ecuménicos civiles? ¿No son: colegisla-
dores por el supuesto hasta el momento de separarse sin
serlo un instante despues ? Su potestad , su validez, su
existencia moral y legislativa ¿ no dependen del sobe-
rano que los preside ? ¿No se hacen sediciosos , no que-
dan separados y por consiguiente nulos luego que
obran sin él? Asi qué se separan, ¿no se reune la ple-
nitud de la potestad legislativa en la cabeza del sobera-
no? La ordenanza de Blois, de Moulins, de Orleans
¿perjudica en algo á la ordenanza de la marina, de
aguas y bosques , de las sustituciones Ye.?
Si hay diferencia entre los estados y los concilios
generales , es enteramente á favor de los primeros,
porque puede haber estados generales al pie de la letra,
pues que no refiriéndose mas que á un solo imperio,
estar representados en ellos todas las provincias; y un
concilio general al pie de la letra es imposible de todo
rigor , vista la multitud de soberanías y las dimensio-
nes del globo terraqueo, cuya superficie es notoria-
mente igual á cuatro grandes círculos de tres mil le-
guas de diámetro.
Si á alguno se le antojase notar que no siendo per-
manentes los estados generales, no pudiendo ser con-
vocados sino por un superior , ni opinar sino con él, y
cesando de existir en la última sesion , resulta nece-
sariamente y sin otra consideracion que no son co-
legisladores on toda la fuerza de la palabra; yo vaciln-
ni9117:71" —

ría muy poco en responder á esta objecion, porque


no por eso seria menos cierto que los estados generales
pueden ser infinitamente útiles mientras estan reuni-
dos, y que en esté tiempo el soberano legislador no
obra sino con ellos.
Sin embargo yo podria hablar de los concilios tan
desventajosamente como habló S. Gregorio Nacianzeno.
«No he visto jamás, decia este gran santo , ningun con-
cilio reunido sin peligro y sin inconveniente Si he de
decir la verdad , evito cuanto puedo las juntas de presbí-
teros y de obispos: no he visto jamás una qué concluya
satisfactoria y tranquilamente , y que no haya servido
mas bien parca'clumentar los males , que para desvane-
cerlos (1).»
Pero no quiero llevar las cosas al extremo , mucho
mas cuando el mismo santo que acabo de citar , se ex-
plicó si no me equivoco. Los concilios pueden ser úti-
les y hasta serian de derecho natural, cuando no lo fue-
sen de derecho eclesiástico; no habiendo nada mas na-
tural , sobre todo en teoría , que el que toda asociacion
humana se reuna del modo que puede reunirse, es decir,
por medio de sus representantes bajo la presidencia de
un jefe, para hacer leyes y velar por los intereses de
la comunidad. No disputo de ningun modo sobre este
punto: solo digo que el cuerpo representativo intermi-
tente, sobre todo si es accidental y no periódico, es
por la naturaleza misma de las cosas, en donde quiera
y siempre, inhábil para gobernar ; y que aun durante

(1) 'Greg. Naz. Eplst. IX. ad .Procop. Este texto es vulgar,


55
sus sesiones no existe ni tiene legitimidad reas que por
su jefe.
Traslademos á Inglaterra la division que he supues-
to poco há en Francia. Dividamos el parlamento: ¿dón-
de estará el verdadero? Con el rey. Si la persona de
este fuera dudosa , no habría parlamento , sino única-
mente juntas que buscarian al rey , y si no podian po-
nerse de acuerdo, habría guerra y anarquía. Hagamos
una suposicion mas ventajosa, y no admitamos mas que
una asamblea: nunca será parlamento hasta que en-
cuentre al rey; pero ejercerá lícitamente todos los po-
deres necesarios para lograr este grande objeto , por-
que estos poderes son precisos y por consiguiente de
derecho natural. No pudiendo congregarse realmente
una nacion, tiene que hacerlo por medio de sus repre-
sentantes. En todas las épocas de anarquía cierto nú-
mero de hombres se apoderarán siempre del mando
para conseguir un órden cualquiera; y si esta asam-
blea, conservando el nombre y las formas antiguas, tu-
viese ademas el consentimiento de la nacion, manifes-
tado por el silencio á lo menos, gozarla de toda la legi-
timidad que aquellas desgraciadas circunstancias per-
mitian.
Si la monarquía en vez de ser hereditaria fuese
electiva, y hubiese varios competidores elegidos por di-
ferentes partidos; deberia la asamblea ó designar al
verdadero, si encontraba en favor de uno de ellos ra-
zones evidentes de preferencia , ó destituirlos á todos
para elegir otro nuevo, si no descubria ninguna ra-
zon decisiva: pero á eso se limitaria su potestad. Si se
— 56 ---
propasara á hacer otras leyes, el rey inmediatamente
despues de su advenimiento tendría derecho de des-.
echarlas; porque las palabras anarquía y leyes se ex-
cluyen recíprocamente; y todo cuanto se hizo en la
primera situacion no puede tener mas que un valor
momentáneo y de pura circunstancia.
Si hallase el rey que se habian hecho varias cosas
segun los verdaderos principios de la constitucion; po-
dria dar la sancion á aquellas disposiciones , que serian
leyes obligatorias hasta para el rey, que es sobre todo
en esto imagen de Dios sobre la tierra; porque segun el
bello pensamiento de Séneca , Dios obedece á leyes;
pero á leyes que él ha hecho. Y en este sentido podria
decirse que la ley es superior al rey , como el concilio es
superior al Papa; es decir, que ni el rey, ni el soberano
pontífice pueden revocar lo que se ha hecho parlamen-
taria y conciliarmente, esto es, por ellos mismos en
parlamento y en concilio: lo que lejos de debilitar la
idea de la monarquía , la completa por el contrario y la
eleva al mas alto grado de perfeccion, excluyendo toda
idea accesoria de arbitrariedad 6 de versatilidad.
Hume ha hecho una reflexion bárbara acerca del
concilio de Trento; pero que merece con todo tomarse
en consideracion. « Es el único concilio general , dice,
que se ha celebrado en un siglo verdaderamente ilustrado
y observador; pero no hay que espera otro hasta que la
extincion del saber y el imperio de la ignoraheia prepa-
ren de nuevo el género humano para estas grandes im-
posturas (1).
It is 11“, Qnly, ;;clieralcoitrzed (o f` Trent), vt. Wel] 11(19 bern
57 ~I

Separando de este pasaje el insulto y el tono cho-


carrero que no abandona jamás el error (1) , queda
algo de verdad: cuanto mas ilustrado esté el mundo,
menos se pensará en un concilio general. Veinte y uno
ha habido en toda la duracion del cristianismo, lo que
viene á dar casi un concilio ecuménico cada 86 años:
pero se ve que hace dos siglos y medio que la reli-
gion se pasa sin ellos, y no creo que nadie se acuer-
de á pesar de las necesidades extraordinarias de la
iglesia, á las cuales atenderá el Papa mucho mejor
que un concilio general, con tal que sepa aprovechar
su poder.
El mundo se ha extendido demasiado para los con-
cilios generales , que parecen únicamente instituidos
para la juventud del cristianismo.

held in anage truly learned and inquisitíve orle expect


ta see auxther :general council, till the decay nf learning
and the progresse of ignorance shall agani lit mankind .for
these great twpostures. Hume's Elisabeth 1653 , c. xxxot,
nota K )
(1) Recomiendo esta observacion á la atencion de todos los
pensadores. La verdad, cuando combate el error, no se enfa-
da jamás. Entre la multitud enorme de nuestros controversis-
tas hay que mirar con microscopio para descubrir un ligero
arrebato escapado á la fragilidad humana. Unos hombres como
Belarmino, Bossuet, Bergier etc., pudieron estar impugnando
toda su vida sin propasarse no digo á insultar, sino á usar
la mas pequeña personalidad. ' Los doctores protestantes parti-
cipan de este privilegio , y merecen el mismo elogie) siempre
ci ne combaten la incredulidad, porque en este caso el cristiano
impugna al deista, al materialista, al ateo, y por consiguiente
la verdad combate tambien el error; pero si se vuelven contra
la !iglesia romana, en el acto comienzan a insultar, porque el
error nunca está sereno cuando combate la veriad. Estos dos
caracteres son igualmente visibles y decisivos ; y hay pocas
elemostraciones que La conciencia penetre mejor.
— 58 --

CAPÍTULO V.

DIGRESION ACERCA DE LO QUE SE LLAMA LA


JUVENTUD DE LAS NACIONES.

La palabra juventud me advierte que haga una ob-


servacion; á saber , que aquella expresion y otras del
mismo género se refieren á la duracion total de un
cuerpo ó de un individuo. Por ejemplo, si me repre-
sento la república romana que duró 500 años, sé que
estas expresiones quieren decir: la juventud ó los pri-
meros años de la república l'omana: y si se trata de un
hombre que debe vivir 80 años poco mas ó menos, me
arreglaré tambien á esta duracion total; y sé que si el
hombre viviera 1000 años, seria jóven á los 200. ¿ Qué
es pues la juventud de una religion que debe durar
tanto como el mundo? Se habla mucho de los primeros
siglos del cristianismo: en verdad yo no quisiera asegu-
rar que han pasado.
Sea como quiera , no hay raciocinio mas falso que
el que nos quiere volver á lo que se llaman los primeros
siglos sin saber lo que se dice.
Seria mejor añadir tal vez que en un sentido la
iglesia no tiene edad. La religion cristiana es la única
institucion que no admite decadencia, porque es la úni-
ca divina. En cuanto á lo exterior , en cuanto á las
prácticas y ceremonias deja algo á las variaciones hu-
manas; pero la esencia es siempre la misma, et onni
ejus non deficient. Así dejará que la barbarie de la 'edad
media la obscurezca, porque no quiere trastornar las
leyes del género humano; pero sin embargo produce
en esa época una multitud de hombres superiores, que
á ella sola deberán su superioridad. Despues se levan-
ta con el hombre , le acompaña y le perfecciona en to_
das las situaciones, diferenciándose en esto de un modo
admirable de todas las instituciones humanas, que tie-
nen infancia , virilidad , vejez y fin.-
Sin llevar mas adelante estas observaciones , nb ha-
blemos tanto de los primeros siglos, ni de los concilios
ecuffiénkol desde que el mundo se ha hecho tan grande:
no hablemos sobre todo de los primeros siglos, como si
el tiempo hiciera presa en la iglesia. Las heridas que
esta recibe provienen de nuestros viCiOS: los siglos en
su transcurso no pueden menos de perfeccionarla.
No terminaré este capítulo sin protestar nueva y
expresamente mi entera ortodoxia tocante á los conci-
lios generales. Sin duda puede suceder que sean nece-
sarios en ciertas circunstancias; y yo no querría negar
por ejemplo que el concilio de Trento ejecutó cosas que
él solo podia ejecutar; pero jamás será mas infalible el
soberano pontífice que cuando se trata de si el concilio
es indispensable, y jamás podrá hacer la potestad tem-
poral cosa mejor que referirse á él Cfl éste punto.
- 60 -
Los franceses ignoran tal vez que dos teólogos de
su nacion han dicho todo lo mas razonable que puede
decirse sobre el Papa y los concilios, en dos textos de
unas cuantas lineas que rebosan , sensatez y delicade-
za; y que los defensores mas sabios de la monarquía le-
gítima en Italia conocen y aprecian estos textos. Oiga-
mos primero al gran atleta del siglo XVI , al famosa
vencedor de Mornay.
« La infalibilidad que se presupone residir en el Papa
Clemente como en el tribunal supremo de la iglesia, no
es por decir que está asistido del espíritu de Dios , por
tener las luces necesarias de este para decidir todas las
cuestiones, sino que su infalibilidad consiste en que juz-
ga todas las cuestiones en que se siente asistido de bas-
tantes luces para juzgarlas , y remite al concilio aque-
llas en que no se siente bastante asistido de luces para
juzgarlas (1). »
Esta es positivamente la teoría de los estados gene-
rales, á la que la fuerza de la verdad llevará siempre
á todo hombre de juicio. Las cuestiones ordinarias en
que el rey se considera bastante ilustrado , las decide por
sí mismo , y las otras en que no se siente bastante ilustra-
do, las remite á los estados generales presididos por él;
pero siempre es soberano.
El otro teólogo frances es Thomassin, que se expre-
sa así en una de sus sabias disertaciones.
« No disputemos sobre si el concilio ecuménico es
superior 6 inferior al Papa. Contentemonos con saber

(*) Perroniana , a,rt.


-61--.
que el Papa en medio del concilio es superior á sí
mismo; y que el concilio sin la cabeza del pontífice es
inferior á sí mismo (1y. »
No sé que jamas se haya dicho cosa mejor. Sobre
todo atado Thomassin con la declaracion de 1682 salió
hábilmente de la dificultad, y nos dió bastante á cono-
cer lo que pensaba de los concilios decapitados ; y los
dos textos reunidos se agregan á otros muchos para
manifestarnos la doctrina universal é invariable del cle-
ro de Francia , ihvocada tan á menudo por los apósto-
les de los cuatro artículos.

Ne cliglotliemur Inajor .synodo pont if•x., vel pontífice s"-


nodus cecttmenica sit, sed agnoscamus sitccenturiatum synodo
pordifieem se ipso majorem esse, TBUNCATITY1 roririvicE SYNODUNI
se ipsd esse m inorem. Thomassin , in disscrt. (le conc. Chalced•
n. Orsi de rom. pont. autor. Id). , cap. xv, art. 111 , p.
100; y lib. cap. IX, p. 181. R071? 17:2, en 4.1'
CAPÍTULO VI.

SUPREMACÍA DEL SOBERANO PONTÍFICE,


RECONOCIDA EN TODOS TIEMPOS. — TESTI-
MONIOS CATÓLICOS DE LAS IGLESIAS DE OC.a
CIDENTE Y DE ORIENTE.

No hay en la historia eclesiástica una cosa demos-


trada de un modo tan invencible , sobre todo para la
conciencia que no disputa jamás, como la supremacia
monárquica del soberano pontífice. Sin duda no fue en
su origen lo que algunos siglos despues ; pero en esto
precisamente se manifiesta divina, porque todo lo que
existe legitimamente y para siglos existe primero en
gérmen y crece sucesivamente (1).
Bossuet expresó con mucho acierto este gérmen de
unidad y todos los privilegios de la cátedra de S. Pe-
dro, visibles ya en la persona de su primer poseedor.
«Pedro, dice, aparece el primero de todas maneras:
el primero para confesar la fé ; el primero en la obli_
gacion de ejercer el amor ; el primero de todos los
apóstoles que vió al Salvador resucitado de entre los
muertos, como habia sido el primer testigo delante de
(1) Creo haberle, probado bastante en mi Ensgyo acerca del
principio generador de las instituciones humanas.
— 63
todo el pueblo; el primero cuando hubo que llenar el
número de los apóstoles; el primero que confirmó la fé
con un milagro; el primero en convertir á los judios;
el primero en recibir á los gentiles; el primero en to-
das partes. Pero no puedo decirlo todo: todo concurre
á probar su primacía : sí, todo , hasta sus faltas El
poder dado á varios se restringe al partirse: mas el
poder dado á uno solo y sobre todos y sin excepcion lle-
va consigo la plenitud Todos reciben la misma po_
testad: pero no en el mismo grado ni con la misma ex-
tension ; Jesucristo comienza por el' primero , y en este
primero extiende el todo...., á fin de que sepamos
que la autoridad eclesiástica, establecida primeramente
en la persona de uno solo, no se difundió sino con la
condicion de restituirse siempre al principio de su uni-
dad; y que todos los que hayan de ejercerla , deben
mantenerse unidos inseparablemente á la misma cá-
tedra (1). »
Despues continúa con su voz de trueno.
«Esta cátedra es la tan celebrada por los santos
padres que han exaltado á porfia el principado de la cá-
tedra apostólica, el principado principal, el origen de la
unidad y en el lugar de Pedro la grada eminente de la
cátedra sacerdotal, la iglesia madre que tiene en su mano
la conducta de todas las demas iglesias; el jefe del episco-
pado de donde parte el radio del gobierno , la cátedra
principal, la cátedra única, en la cual sola todas guardan
la unidad. En estas palabras oís á S. Optato, S. Agus-

Serrnou sobre la uuidad ,


— 64 —
fin, S. Cipriano, S. Ireneo, S. Próspero, S. Avit9,
5. Teodoreto, el concilio de Calcedonia y los otros , al
Africa. á las Galias, á la Grecia, al Asía, al Oriente y al
occidente unidos.... Supuesto que era el consejo de Dios
permitir que se levantasen cismas y herejías ; no rabia
constitucion mas firme para sostenerse ni mas fuerte
para abatirlas. Por esta constitucion todo es fortaleza
en la iglesia,, porque todo es divino, y todo está unido;
y como cada parte es divina, el lazo lo es tambien , y la
union es tal que cada parte obra con la fuerza del
todo.... Por eso dijeron nuestros predecesores que
obraban en nombre de S. Pedro por la autoridad dada
ú todos los obispos en la persona de S. Pedro con go vica-
rios de S. Pedro, y lo dijeron aun cuando obraban por
su autoridad ordinaria y subordinada ; porque toda
fue puesta primeramente en Pedro , y la correspon-
dencia es tal en todo el cuerpo de la iglesia, que lo
que hace cada obispo segun la regla y en el espíritu de
la unidad católica , lo hace con él toda la iglesia , todo
el episcopado y la cabeza del episcopado. »
Apenas se atreve uno hoy á citar los textos que de
edad en edad prueban la supremacia romana del modo
mas incontestable desde la cuna del cristianismo hasta
nuestros dias. Estos son tan conocidos de todo el mun-
do, que al citarlos parece que se ostenta una vana eru-
dicion. Sin embargo ¿ cómo en una obra de esta clase ha
de prescindirse de echar una ojeada rápida hacia esos
monumentos preciosos de la mas pura tradicion ?
Mucho antes de concluir:e las persecucione,;,
antes que la iglesia enteramente libre en sus comu-
- 65 —
Ideaciones , pudiese atestiguar sin sujecion su creencia,
con un número suficiente de actos exteriores y palpa-
bles, Ireneo que habia conversado con los discípulos de
los apóstoles, apelaba ya á la cátedra de S. Pedro como
-regla de la fé , y confesaba este principado regente
(115 7E,Loyía.) tan célebre en la iglesia.
Tertuliano exclamaba ya á fines del siglo II:
«Oigo un edicto, y á la verdad perentorio, que dice : El
sumo pontífice, obispo de los obispos (1). »
El mismo, tan cercano á la tradicion apostólica y
tan zeloso de recogerla antes de su caida , decid:
«A.cuerdate que el Señor dejó las llaves á Pedro , y por
#1 á la iglesia (2).»
Optato de Milevis repite: «S. Pedro solo recibió las
llaves del reino de los cielos para comunicarlas á los
otros pastores (3).»
S. Cipriano despues de referir las palabras inmor-
tales: cc Tú eres Pedro &c. , » añade: «De ahí dimanan
la ordenacion de los obispos y la del gobierno de 1a7;
iglesias (fi). »
(1) Tertull. De pudicita, c. I, audio edictum et quidem
reirptorium: Poiltifex i 1 icet maximus, episcopus episcoporum,

chut etc. ( Tertull. Oper. Paris , 1808, en folio edic. Pamelli, p


999). El tulio irritado y aun de saucasn-lo aumenta sín duda el pe-
so del testimonio.
(2) illemento claves Dominum Petro et PER EUM ecclesice re-
Scorpiac. c. X, ()per. ejusd. ibid.
(3) Bono unitatis B. Petrus.... et prceferri apostolis ~bus
et claves regid ccelorunz comunicandas cceteris solos ac-
cepit. Lib. VIL contra Parmenianurn : n. 3, opur. S Opt. p. 104
(1) epi..eoporunt ordinario et ecclesiaruni ratio dr-
eur•it. epist. XXXIII, edic. Paris XXVII. Paniel. oper. San
(7,1 p• p. 216.
Te 3.
66
Con no menos claridad se expresa S. Agustin ins-
truyend o á su pueblo y con él á toda la iglesia: « El
Señor, dice, nos ha confiado sus ovejas porque se las
ha encomendado á Pedro (1).»
S. Efrem en Siria dice á un simple obispo: «Tú ocu-
pas el lugar de Pedro (2), » porque miraba á la santa
sede como el origen del episcopado.
S. Gaudencio de Brescia, partiendo de la misma idea,
llama á S. Ambrosio el sucesor de Pedro (3).
Pedro de Blois escribe á un obispo: «Recordad, pa-
dre, que sois el vicario del bienaventurado Pedro (1).»
Y todos los obispos de un concilio de Paris de-
ciaran que son los vicarios del príncipe de los apósto-
les (5).
S. Gregorio Niseno confiesa la misma doctrina á la
faz del oriente: « Jesucristo, dice, dió á los obispos las
llaves del reino celestial POR MEDIO DE PEDRO (6).
Y despues de haber oido sobre este punto al Afri-

(1) Commendavit nobis Dominus o y es suas, quia Petro com-


mendavit. Serm. CCXCVI, n. 11, Oper. V, col. 1202.
(2) Basillas locura Petri obtinens, etc. S. Ephrem. oper. p.
275.
(3) Tanquam Petri inceessor &c. Gaud. Brix. Tract. l ' ab. in
die sum ordin., Magna biblioth. PP. t. II, col. 59, en fol. edic.
Paris.
(-1) fieenlitc, patcr, quia beati Petri vicarius estis.
C^L VIII, (ver. Petri Illesensis, p. 233.
(5) Dominus E. Petro, cujas vices indigni gerimus, ait:
Quodcumque ligavcris &c. Concil, Paris. VI, t. VII, Concil. col-
1661.
(6) Per Partirla episcopis dedit Christus claves c a lestium bo-
norum. Op. S. Gres. Nyss. edic. Paris. en fol. t. III, p. 314.
ca , á la Siria, al Asia menor y á la Francia, se oye
con mas gusto á un santo escoces declarar en el siglo
VI, que los malos obispos usurpan la silla de Pedro (1).
¡Tan persuadidos estaban en todas partes que el episco-
pado entero estaba concentrado , por decirlo asi , en la
Silla de S. Pedro de donde emanaba !

Esta fé era la de la misma santa sede. Inocencio 1


escribía á los obispos de Af • ica: « No ignorais lo que es
debido á la sede apostólica, de donde deriva el episcopado y
toda su autoridad Cuando se ventilan cuestiones so-
bre la fé, pienso que nuestros hermanos y coepíscopos
deben referirse á Pedro, es decir, al autor de su nombre
y de su dignidad (2).»
Y en su carta á Victor de Ruan dice: « Comenzaré
con el auxilio del apóstol S. Pedro, por quien el agosto_
lado y el episcopado tuvieron princ?pio en Jesucristo (3).»
S. Leon, fiel depositario de las mismas máximas, de-
clara que todos los dones de Jesucristo han llegado
los obispos por Pedro (4), á fin de que los dones div

(1) Sedem Petri anostoli immundis usurpantes....


Judam quodarnmodo in PETAI CFIATEDRA.•... statuunt. Sa-
pientis presb. in cedes. ordinem acris correptio. Biblioth. PP.
Lugd. en fol. t. p. 715.
(2) Scientrs quid apostolicce sedi, cura omnes hoc loco positi,
ipsum sequi desideremus apostolum, debeatur, quo ipso epiq-
copatus et tota auctoritas hujus non2inis emersit. Epist. XXIX.
Inn. I, ad cono. Carth., n. 1, inter epist. rom. pont. edic. D. Cutis--
tant, col. 388.
(3) Per quem (Pttrum) et apostolatus et epbcopatus in Chris-
to cepit exordiu ► . Ibid. col. 747.
Nunquarn nisi per ipsum (Petrum) dedit quidquid allís
Mit negavit. S. Leo, Serra. IV, in ar u ' assumpt. oper.
riní, t. II; c. 16.
1),› „

.k-sn
'1'.

>tfj p
. 68
nos dimana se n de él, como de la cabeza á todo el cuer-
po (1).
Me complazco en reunir primero los textos que
prueban la fé antigua con el grande axioma tan terrible
para los novadores. Continuando despues el &den de
los testimonios mas marcados que se me presentan en
la cuestion general, oigo á S. Cipriano declarar á me-
(liados del siglo III que si habia herejías y cismas en la
iglesia , era porque no se volvían todos los ojos hácia el
sacerdote de Dios, hácia el pontifico que juzga en la
Iglesia EN LUGAR DE JESUCRISTO (2).
En el siglo IV el papa Anastasio llama mis pueblos
á todos los pueblos cristianos, y miembros de un mis-
mo cuerpo (3) á todas las iglesias cristianas.
Y algunos años despues el papa S. Celestino llama-
ba á las mismas iglesias nuestros miembros (a).
El papa S. Julio escribe á los partidarios de Eu-
sebio: ¿ Ignorais que el uso es escribirnos primero, y que
se decida aquí lo' que es justo? »

(1) Ut ab ipso (Potro) quasi quodarn capite dona sua velit


iu corpus omue manare. S. Leo, epist. IX ad episc. c. prov. View).
c. 1, col. 633.
Debo estas preciosas citas al sabio autor de la T•adicion de
la iglesia sobre la institucion de los obispos, que las ha reunido
con mucho gusto (Introducciun, p. XXXIII).
(2) Neque aliunde Ilwreses oborta3 sunt aut nata scliismata,
ri u2un dual sncEruperri DEL non obtemperatur, nec Hnos in ecclesiá
tempus judex vicE CHRISTI cogitatur. S. Cíp. epist. LV.
(1) Epist. A nast. ad Joh. Rieron. azud Const. Epist. decret.
rn tul. p. 739. Véanse las vidas de los santos traducidas del inglés
de Alban Butler por Mr. Godescard.
0 'bici.
- 69 ---
Algunos obispos orientales desposeidos injustamente
recurrieron á este Papa que los repuso en sus sillas, así
como á S. Atanasio: el historiador que cuenta este he-
cho , hace la observacion que el cuidado de toda la igle-
sia corresponde al Papa á causa de la dignidad de su
silla (I).
Hácia mediados del siglo V dijo S. Leon en el con-
cilio de Calcedonia cuando le recordaron su carta á
Flaviano: «No se trata de discutir atrevidamente , sino de
creer , porque mi carta á Flaviano, de feliz memoria,
ha decidido plena y clarísimamente todo lo que es de f¿
tocante al misterio de la Encarnacion (2).
Habiendo sido condenado anteriormente por la san-
ta sede Dióscoro, patriarca de Alejandría, y no querien-
do permitir los legados que se sentase en el lugar de
los obispos interin el concilio juzgaba, declararon á
los comisarios del emperador que si Dióscoro no salia de
la asamblea saldrian ellos (3). Entre los 600 obispos
que oyeron leer esta carta no reclamó ni una voz, y de
este mismo concilio salieron aquellas famosas aclaracio-
nes que resonaban desde entonces en toda la iglesia
Pedro ha hablado por la boca de Leon: Pedro está swmpre
viro en su silla.
En el mismo decía Lucencio, legado del papa : « Se

(1) Epist. rom. pont. t. I. Sozomeno, I. III, c. 8.


(2) Unde, frat•es charissind, rejecta penitus audacicl
contraiidem divinitits inspiratarn, vana errantiuminfide-
liras conquiescat, nec liceat defendí quod non lieet c•edi &c.
(3) Si yergo precipit vestra aut ille egrediatur,
sant nos eximas. Sacr. Cone. t. IV.
ha tenido la osadía de celebrar un concilio sin la autori-
dad de la santa sede, lo que NO SE HECHO JAMÁS

ni es permitido (1). Esto era repetir lo que el papa


Celestino di fiera poco tiempo antes á sus legados, que par-
tian para el concilio general de Efeso: «Si las opiniones
estan divididas , acordaos que vais allá para juzgar y
no para disputar (2).»
El Papa, como es sabido, había convocado el conci-
lio de Calcedonia á mediados del siglo Y; y sin embar-
go habiendo concedido el canon XXVIII el segundo lu-
pr á !a silla patriarcal de Constantinopla, S. Leon le des-
e _1-16. En vano le hicieron las mas vivas instancias el em-
perador Marciano, la emperatriz Pulqueria y el patriarca
natalio: el Papa permaneció inflexible: dijo que el canon
111 del concilio I de Constantinopla que había atribuido
anteriormente este lugar al patriarca de Constantino-
pla, no se habla enviado jamás á la santa sede ; y casó
y declaró nulo por la autoridad apostólica el canon
XXVIII del concilio de Calcedonia. El patriarca se so-
metió, y convino en que el Papa era el soberano (3).

(1) Fleury, hist. ecl. lib. XXVIII. n., 11. — Fleury que traba_
jaba á ratos, olvidó este texto y otro enteramente semejan-
te (Lib. XII, n. 10): y nos dice osadamente en su discurso TV
sobre la hist. ccl. n. 11: «Los que habeis leido esta historia, no
habeis visto en ella nada parecido. El doctor Marchetti se toma
1,4 libertad de citar á Fleury, el mismo Fleury (critica &c., toro.
art. §. 1, p. 20 y 21).
(2) Ad disputationem si venturo fuerit, vos de eorum senten-
tiis dijudicare, debetis non subire certamen (Véame las actas del
concilio).
(3) De ahí proviene que el. canon XXVIII de Calcedonia no
Este mismo Babia convocado anteriormente el con-
cilio II de Efes° , y sin embargo le anuló negándole su
aprobacion 1).
A principios del siglo VI el obispo de Pátara en
Licia decia al emperador Justiniano: « Puede haber
muchos soberanos en la tierra; pero no hay mas que un
Papa en todas las iglesias del universo (2).
En el siglo VII escribia S. Máximo en una obra con-
t ra los monotelitas : « Si Pirro afirma que no es hereje,
que no pierda el tiempo en disculparse con una multitud
de gentes, sino que pruebe su inocencia al beatisimo Papa
de la santa iglesia romana, es decir á la silla apostólica, á
laque corresponden el imperio, la autoridad y la potes-
tad de atar y desatar en todas las iglesias que hay en el
mundo EN TODAS LAS COSAS Y DE TODAS MANERAS. (3).))
A mediados de este mismo siglo los obispos de

se ha puesto jamás en las colecciones, ni aun por los orientales,


ob Leonis reprobationem (Marea de vet. can. coll. cap. III,
S. XVII). Véase Cambien al doctor Marchetti, Appendicc alla cri-
tica di Fleury, t. II, p. 236.
(1) Zacharia , Anti Febronio, t. II, c. X, n.° 3.
(2) Líberat. In breviar. de causa Nest. et Eutiychi. Paris 1675)
c. XXII, p. 775.
(3) IN OMNIBUS ET PER OMNIA. S. Máximo, abad de Crisópo!is, na-
ció en Constantinopla el año de 580. Ejus op. graecé et
Paris 1575, 1 vol. en fol. Biblioth. PP. t. XI, p. 76. Fleury despues
de haber prometido dar un extracto de todo lo notable que hay en
la obra de S. Máximo que ha sumi nistrado esta cita, pasa entera-
mente en silencio todo el pasaje que acaba de leerse. El doctor
Marchetti se lo echa en cara con razon (Critica etc. t. 1, c.'',
p. 107.)
_
A frica
reunidos en concilio decían al papa Teodoro en
una carta sinodal «Nuestras leyes antiguas decidieron
que de todo cuanto se hace aun en los paises mas remo-
tos, nada debe examinarse ni admitirse, hasta que vues-
tra ilustre silla tenga conocimiento de ello (1). »
Al fin del mismo siglo los padres del VI concilio
general ( III de Constantinopla ) reciben en la cuarta
esion la carta del papa Agaton que dice al concilio:
(c La iglesia apostólica no se ha desviado jamas en nada
del camino de la verdad. Toda la iglesia católica, todos
Ins concilios ecuménicos han abrazado siempre su doc-
trina como la del principe de los apóstoles. » Y los
padres responden: «Sí, tal es la verdadera regla de la fé:
la religion ha permanecido siempre inalterable en la silla
apostólica. Nosotros prometemos separar en lo sucesivo
de la comunion católica á todos los que se atrevan á no
estar de acuerdo con esa iglesia.» El patriarca de Cons-
tantinopla añade: « He suscrito de mi propio puro esta
p •ofestan de fé (1).»

(1) "'miquis regulis sancitunt est rit quidquid, quanzvis ira


rernotis val in ionOcquis a .;ratu• provinciis, non priits tractan-
durn accipiendum nisi ad notitiain alince sedis vestrx . fuls-
set deducturn. Ele u ry traduce : « Los tres primados escribieron
juntos una carta sinodal al papa Teodoro en nombre de tomos :os
obispos de sus provincias : en ella desp '.ies de reconocer la autori-
dal de la santa sede se quejan de la novedad que habia aparecida
cn Costantinopla (II ist. ccl., XXXVIII , n• Q 41 ).» La tra-
duccion no parecerá serv il.
( ) Iluie professioni suscripsi meta mana etc. Job. episc. C. P.
('Veuse tomo V de los concilios,
edic. de Coletti, col. 672.) Bossuil
llama á esta declaracion del VI concil ío general un . forrnu lari o
drprob,zdo por toda la iglesia catd!ica ( brmulam totli ucely-
S. Teodoro Studita decia al papa Leon III al prin-
cipio del siglo IX.: « No han temido congregar un con-
cilio herético por su propia autoridad sin vuestro permi-
so, mientras que no podían celebrar uno, ni aun ortodoxo,
sin noticia vuestra SEGUN LA ANTIGUA COSTUMBRE (1). »
Wetstein ha hecho con respecto á las iglesias orien-
tales en general una observacion que Gibbon mira jus-
tamente como muy importante. «Si consultamos, dice,
la historia eclesiástica, veremos que desde el siglo IV
(2") cuando se suscitaba alguna controversia entre los
obispos de la Grecia , el partido que deseaba vencer,
corria á Roma á hacer la corte á la magestad del pon-
tifico, y poner de su parte al Papa y al episcopado la-
tino Asi se trasladó S. Atanasio á Roma bien acom-
pañado, y permaneció alli algunos años (3).»
Pasemos á un escritor protestante aquello de el
partido que deseaba vencer: no por eso deja de confesar-
se claramente el hecho de la supremacia pontificia. La
iglesia oriental no cesó jamás de reconocerla. ¿ Por qué
esos recursos continuos á Roma? ¿Por qué esa impor-

$iá comprobatam) , no pudiendo engaitarse jamás la santa sede


virtud dr las promesas de su divino fundador (Defensio clevi
gailicani, lib. XV, c. VII)
(1) Fleury, bist. ecl. t. X, lib. XLV, n. 47.
(2) Es decir, desde el origen de la iglesia , porque solo desde
entonces se la ve obrar exteriormente como una sociedad consti-
tuida públicamente con su gerarquía , sus leyes , sus usos &c. El
cristianismo antes de su emancipacion tenia demasiadas trabas
para que pudiese admitirel curso ordinario de las apelaciones; sin
umbargo se encuentra todo, aunque en ernbrion.
(3) Wetstein, P roleg. in nov. test. p. 19, citado por Gibbou.
d.st. de la decad. etc. t. IV , c. XXI.
SM... 7 4 .°M°11 b

tancia decisiva dada á sus determinaciones? ¿Por qué


esos halagos hechos á la magestad del pontífice? ¿ Por
qué vemos en particular al famoso Atanásio ir á Roma,
pasar allí algunos años, y aprender la lengua latina con
sumo trabajo para defender su causa? ¿ Se ha visto
nunca al partido que quiera vencer (1), hacer la corte
del mismo modo á la magestad de los otros patriarcas?
Nada hay tan evidente como la supremacía romana , y
los obispos orientales no han cesado de confesarla, así
en sus obras como en sus escritos.
Seria supérfluo acumular autoridades sacadas de la
iglesia latina. Para nosotros la supremacía del soberano
pontífice es precisamente lo que el sistema de Copérnico
para los astrónomos: es un punto fijo de donde parti-
mos: el que vacila en él, no entiende nada del cris-
tianismo.
« No hay unidad de iglesia, decia Santo Tomás, sin
unidad de fé y no hay unidad de fé sin un jefe
supremo (2). »
EL PAPA Y LA IGLESIA ES TODO UNO : S. Francisco
de Sales lo ha dicho (3), y Belarmino habia dicho ya

(1) ¡Como si todo partido no quisiera vencer! Pero lo que


Wetstein no dice, y sin embargo es clarísimo, es que el partido
de la ortodoxia que estaba seguro de Roma acudia presuroso á
ella; mientras que el partido del error que bien hubiera querido
vencer, pero á quien su conciencia ilustraba lo bastante acerca
de lo que debia esperar de Róma no se atrevia mucho á pre-
sentarse allí.
(:2) Sa nto Tomás, adversus gentes, lib. IV, c. 76.
(3) Cartas es pirituales de S. Francisco de Sales, Leon 1634, lib.
VII, carta XLIX : s,sun S. Ambrosio que dijo: «
Donde está Pelo,
75
con una sagacidad que será siempre mas admirada á
medida que los hombres sean mas cuerdos: « ¿ Sabeis de
qué se trata cuando se habla del supremo pontífice? Pues
se trata del cristianismo (1). »
Habiéndose resuelto la cuestion de los matrimonios
clandestinos por una grandísima mayoria de votos en
el concilio de Trento , no por eso dejaba de decir á los
padres congregados uno de los legados del Papa, aun
despues de haber firmado sus colegas: «Yo Cambien, lega-
do de la santa sede, doy mi aprobacion al decreto si obtie-
ne la de nuestro santísimo padre (2).»

PI

allí está la iglesia: . ubi Petrus ibi ecclesia (Arnbr. ín psalm. XL).
(1) Bellarrnino, De summo pontífice, in prwf.
(2) Ego pariter legatus sedis apostolicte approbo decretum, si
s. D. N. approbetur (Pallav. hist. cone. trident. lib. XXXII, C.
117 y IX: lib. XXIII, c. IX Zacharia, Anti-Febt onius vindica-
tur, eu 8.°, torno disert. 1V, c. VIII, p. 187 y 1G8 )
76 —

CAPÍTULO VII.

TESTIMONIOS PARTICULARE S DE LA IGL'E.-


STA. GALICANA.

El clero de Francia en su asamblea general de 1626


llamaba al Papa jefe visible de la iglesia universal , vica-
rio de Dios en la tierra , obispo de los obispos y de los
patriarcas, en una palabra sucesor de S. Pedro , en
quien el apostolado y el episcopado tuvieron principio, y
sobre el cual fundó Jesucristo su iglesia dándole las llaves
del cielo con la infalibilidad de la fé que se ha visto conti-
nuar inmutable en sus sucesores hasta nuestros días (1).
Hácia el fi n del mismo siglo hemos oido exclamar á
Bossuet conforme á los padres de Calcedonia : Pedro está
siempre vivo en su silla (2). Y añade: «Apacienta mi re-
baño, y con mi rebaño apacienta tambien á los pasto-
res, QUE RESPECTO DE TÍ SERAN OVEJAS (3).»

(1) Este texto se encuentra en todas partes : puede leerse si


no se tienen á mano las Memorias del clero, en las Observací °nes
sobre el sistema galicano &c. en S.° Mons, 1803 , p. 1:3 y 171.
Bossuet , 2.* parte del sermon de la resurreecion.
(3) Bolluet , sermon dela resurreceion, 2.° parte.
77 —
En su famoso sermon sobre la unidad falla sin titu-
bear : « La iglesia romana no conoce la herejía : la igle-
sia romana está siempre virgen Pedro sigue siendo en
sus sucesores el fundamento de los fieles (1).» No menos
afirmativamente declara su amigo , el gran defensor de
las máximas galicanas: » LA IGLESIA ROMANA NO HA
ERRADO JAMÁS Esperamos que Dios no permita
nunca que prevalezca el error en la santa sede de Roma
corno ha sucedido en las otras sillas apostólicas de Alejan-
dría, de Antioquía y Jerusalen , porque Dios dijo: Yo he
rogado por tí yc. (2). »
Conviene en otra parte en que el Papa es tan supe-
rior nuestro en lo espiritual, como el rey en lo temporal; y
los mismos obispos que acababan de suscribir los cua-
tro artículos de 1682, concedian sin embargo al Papa
el soberano poder eclesiástico (3) en una carta circular á
sus colegas.
Los tiempos espantosos que han pasado, han dado
tambien un homenaje muy notable á los buenos prin-
cipios. Sabido es que en el año de 1810 Bonapar te en-
cargó á un consejo eclesiástico la respuesta á ciertas
cuestiones de disciplina fundamental , muy delicada en
las circunstancias de entonces. La respuesta de los di-
putados sobre la que ahora estoy examinando , fue muy
reparable.
«Un concilio general , dicen los diputados, no puede
(1) Primera parte.
(2) Fleury, discurso sobre las libertades de la iglesia galicana.
(3) Nuevos opuse. de Fleury , París, 1807, en 12, p. III. C9r-
recciones y adiciones á los mismos opúsculos, p. 32 y 33 ea 12.
7 8 ......
edebrarse sin la cabeza de la iglesia: de otro modo no re-
presentaria á la iglesia universal. Fleury lo dice expresa-
mente (1) : la autoridad del Papa ha sido siempre necesa-
ria para los concilios generales (2). »
A la verdad cierta rutina francesa conduce á los
diputados á decir en el curso de la discusion que el con-
cilio general ES LA UNICA AUTORIDAD superior al Papa en
la iglesia; mas á poco concuerdan consigo mismos aña-
diendo: Mas pudiera suceder que el recurso ( al conci-
lio) sea imposible, ya porque el Papa se negase á recono-
cer el concilio general , ya S'e.
En una palabra desde la aurora del cristianismo
hasta nuestros dial no se hallará variacion en este uso.
Siempre se han mirado los papas como los jefes supre-
mos de la Iglesia , y siempre han ostentado sus fa-
cultades.

( 1) Discurso cuarto sobre la hist. ecles. ¿Qué importa cine


Flenry lo haya dicho ó no lo haya dicho ? Pero Fleury es un ído-
lo del Panteon frances. En vano demostrarian mit plumas que no
hay historiador menos á propósito para servir de autoridad : mu-
ebor, franceses no se disuadirán jamás: FLEURY LO HA DICHO.
(2) Veanse los fragmentos relativos á la i1ist. celes. de los
primeros años del siglo XIX. París 1814, en S.°, p. 115 Yo uo
examino aqui lo que una ú otra potestad puede tener que ventilar
con tal ó cual miembro de esta cornision. Todo hombre de honor
debe aplaudir sinceramente la noble y católica intrepidez que dic-
tó estas respuestas.
-79-
I

CAPÍTULO VIII.

TESTIMONIO JANSENISTA: TEXTO DE PASCAL


Y REFLEXIO NES SOBRE EL PESO DE CIER-
TAS AUTORIDADES.

Esta serie de autoridades, de que solo presento lo


mas escogido, basta sin duda para convencer ; sin em-
bargo hay quizá otra cosa mas fuerte aun, y es el sen-
timiento general que la lectura atenta de la historia
eclesiástica produce. Sientese, si es permitido expresar-
se asi , sientese no sé qué presencia real del supre-
mo pontífice en todos los puntos del mundo cristiano.
Está en todas partes , se mezcla en todo, y lo mira to-
do, asi como le miran de todas partes. Pascal ha ex-
presado muy bien esta opinion. « No hay que juzgar,
dice , de lo que es el Papa por algunas palabras de los
santos padres sino por las acciones de la iglesia y de
los santos padres y por los cánones. El Papa es el prime-
ro. ¿Qué otro es conocido de todos? ¿ Qué otro es recono-
cido por todos, teniendo facultad de influir en todo el
cuerpo, porque tiene la rama principal que influye en
iodas partes (1) ? »
(1) Pensamientos de Pascal, París, 1803 , t. II parte II, art.
XVII numero XelI y XCIV , p. 225.
80 ........
Pascal tiene mucha razon en añadir regla impor-
tante (1). En efecto, nada hay mas importante que juz-
gar no por tal ó cual hecho , aislado ó ambiguo , sino
por el conjunto de los hechos , no por tal ó cual frase
escapada á este ó al otro escritor , sino por el conjunto
y el espíritu general de sus obras.
Es menester ademas no perder de vista esta gran
regla que se desprecia demasiado al tratar esta materia,
aunque sea de todos los tiempos y lugares : que no es
admisible el testimonio de un hombre, cualquiera que sea
el mérito del que le da, en cuanto pueda sospecharse si-
quiera que aquel hombre está bajo la influencia de alguna
pasion capaz de. extraviarle. Las leyes desechan al juez
ó al testigo que se les hace sospechoso por esta razon
y aun por una simple consideracion de parentesco. Es-
ta sospecha legal no es injuriosa para el personaje mas
grande, para el carácter venerado mas universalmente.
En nada se falta á un hombre á quien se dice: Eres
hombre.
Cuando Pascal defiende á su secta contra el Papa
es como si no hablara: es menester escucharle cuando
tributa á la supremacía del Papa el sabio testimonio
que se acaba de leer.
Es una desgracia y nada mas, que un corto número
de obispos escogidos, excitados é intimidados por la
autoridad se propasen á fallar sobre los límites de la
soberanía que tiene derecho á juzgarlos á ellos mismos:
ni aun se sabe lo que son. Pero cuando unos personajes
del mismo órden, legitimamente congregados, pronu.n-
(1) Ibid. 11. VIII.

ciar) con calma y libertad la decision' que acaba de lél%
se sobre los derechos y la autoridad de la santa sede;
entonces se oye verdaderamente al cuerpo famoso de-
que se dice representantes, es él en verdad ; y cuando
de allí á algunos años otros obispos fulminan contra ler
que llaman tan justamente LAS SERVIDUMBRES DE LAt
IGLESIA GALICANA 1 es tam,bien él: óyese á aquel cuer-
po ilustre , y debe creérsele (1):-
Cuando S. Cipriano dice hablando de algunos hom.
tres turbulentos de su tiempo: « Se atreven á dirigirse á
la cátedra de S. Pedro, á esa iglesia suprema donde tutsci
su origen la dignidad sacerdotal ignoran que los roma-
nos son hombres en quienes el error no tiene entrada. (2);)
verdaderamente se oye S. Cipriano y es un testigo
irreprochable de la fé de su siglo
Pero cuando los adversarios de la monarquía pon-
tificia nos citan usque ad nauseare las palabras destem-
pladas del mismo S. Ciprino contra el papa Estevaní.
nos pintan la pobre humanidad en vez de pintarnos la
santa tradicion. Esa es precisamente la historia de Bos-
suet. ¿Quién conoció jamás mejor que él los derechos
de la iglesia romana, y quien habló jamás de ellos con
mas verdad y elocuencia? Y sin embargo este misil'.

(1) Ser, , itutes ;mi itis (Main Véase el tomo 11 (le la


colee. de las actas del clero , doc. justif. n.
C. ) Navigare audent ad Petri cotl,edram atque ad ecclesiani
u'ide dimitas sacerdotalis oria tieC Cotritcirit
ros esse romanos ad quos perfidia hatere non possit aocessum. San
Cyp. epist.
T. S.
Bosshetarrebatado de :uña pasion. que veis yen el fon..
(to lde su corazon, no 4émblará :de escribir al Papa con
let plurna'de Luis XIV . que- si SI. Santidad alargaba esta
~sitian con :contemporizaciones qué no se comprendían,
el)-ey sabría lo que kabia de hacer, y que esperaba que el
Papaito q,uerria reducirle á tan fatal extremo (1).
S:Agustin, conviniendo francamente en los errores
(le S. Cipriano, espera que el martirio de este santo: per-
san* los *aya expiado todos (2),
Esperarnos tambien que una larga vida consagrada
toda al serVicio (le la. religion , y tantas, nobles obras que'
han ilustrado á la iglesia así, como á la Francia., hayan
borrado algunas faltas, ó si le quiere algunos movimien-
tos' involuntarios, quos húmana parilm cavit natura.
Pero no olvidemos: jamás la advertencia de Pascal:
no reparar en vlgitnas. palabras:de los Santos padres y
con mas razon en otras autoridades que válen mucho
menos , que las palabras fugitivas de los santos padres,
corasiderando con serenidad las acciones y los cánones (3),
adhiriéndose siempre al mayor número de autoridades,
eliminando como es justo las qué son nulas ó sospe-
chosas 'por las circunstancias: toda -conciencia recta
conocerá la fuerza de mi última obseriacion.

, .„ • .
lfist. bossuet, lib..,X,,n. -la, p. 30
, ,
(2) Mqrtirii Alce pargatum,,Elt s otro testa vulgar.
(3) Pascal, supra p. 59.
- 83 -

CAPITULO 1X.

TESTIMONIOS PROTESTANTES,

Menester es que la monarquía católica sea muy


evidente, y que no lo sean menos las ventajas que de
ella resultan , supuesto que podría formarse un libro
de los testimonios que los protestantes han tributado á
la evidencia y á la excelencia de este sistema ; pero de-
bo reducirme infinito en este punto, asi como en el de
las autoridades.
Principiemos, como lo exige la justicia , por Lutero
que soltó de su pluma estas palabras memorables:
((Doy gracias á Jesucristo de que conserva sobre
la tierra una iglesia única por un gran milagro....; de
modo que no se ha separado jamás de la verdadera fé
con ningun decreto (1).»
La iglesia , dice Melanchton , necesita directores
para mantener el tarden, para vigilar sobre los que son

( 1) Litem citado erl la Historie( de las 'variantes, lib. 1,


. 2 1 c.
84

llamado s al ministerio eaesiástico, y sobre la doctrina


de los sacerdotes, y para ejercer los juicios eclesiásti-
cos; de manera que si no hubiera tales obispos, s-
BRIL PRECISION DE HACERLOS. L t
MONARQUÍA DEL

PAPÁ serviria tambien mucho para conservar entre va-


rías naciones el consentimiento en la doctrina (1).
Sucédeles Calvino y dice: «Dios ha puesto el tro-
no de su religion en el centro del mundo , y ha coloca-
do en él á un pontífice único , háeia el cual tienen to-
dos que volver los ojos para mantenerse mas fuertes en
la unidad (2).»
El docto, el sabio, el virtuoso Grado declara sin
rodeo que sin el primado del Papa no habia medio de
terminar las disputas y de fi jar la fé'(3).»

(1) Melanchton se expresa de no modo admirable cuando dice:


La monarquía del Papa &c. (3ossuet, Hist. de las var. lib. V,
§. 24.)
(2) Cultus sui sedem in medio terrce collocavit: illi UNUM AN-
TISTITEM prcefecit, quem ornes respicerent, qu() melius unitate
contineventur. (Cale. I not. VI, S. 11).
Estoy pronto con Calvino á mirar á Roma como el centro de
la tierra. Creo que esta ciudad tiene tanto derecho como la de
Delfos á llamarse umbilicus terrce.
(3) Sine tali primatu exire á controversiis non poterat sicut
hodie apud protestantes &c. (Grot. votum pro pace eccles. art. VII,
oper. tom. IV, Basilea 1731, p. 658).
Una señora protestante ha comentado este texto con mocho
talento y discernimiento: «El derecho de examinar lo que se ha
de creer, es la base del protestantismo. Los primeros reformado-
res no lo entendian así: creían que podian poner las columnas de
klercules del e ntendimiento humano en los límites de sus propi35
ices ; pero sin razon esperaban clue se sometieran los domas :í sus
propias decisiones como infalibles , cuando ellos desechaban toda
- 85-
Casatibon no ha tenido dificultad en confesar que
« á los ojos de todo hombre instruido en la historia
eclesiástica el Papa era el instrumento de que se ha
servido Dios para, conservar el depósito de la f( en toda
su integridad por espacio de tantos siglos (1).»
Segun la observacion de Puffendorf « no puede du-
darse que el gobierno de la iglesia es monárquico y ne-
cesariamente monárquico, hallándose excluidas por la
naturaleza misma de las cosas la democracia y la aris-
tocracia como absolutamente incapaces de mantener
el Orden y la unidad enmedio de la agitacion de los
ánimos y del furor de los partidos (2).» « Y añade con
una sabiduría digna de notarse : » La supresion de la
autoridad del Papa ha sembrado infinitas semillas de
discordia en el mundo; párque no habiendo ya una
autoridad soberana para terminar las disputas que se
suscitaban de todas partes , se ha visto á los protes-
tantes dividirse entre sí , y desgarrar sus entrañas con
sus propias manos (3).
No es menos razonable lo que dice de los con
Cilios.
Que el concilio, dice, sea superior al Papa es una
proposicion que debe arrancar sin dificultad la aproba

autotidad de esta especie en la religron católica. ( De la Alemania


ror mad. Stael, parte IV, cap. p. 13.)
(1) Nemo peritus rerum ecelesicc ignorat operd rornani pon-
tificis permulta saicula Deum esse usura in conservandd .fidei
doctrina (Casaubon, Exerc. XV, in Anual. Bar.)
(.2‘i Puffendarf , monarch. pont. rorn.
(3) Farere protestantes in sita ipsorum viscem c(rperunt.
Ibid. )
86
cion de los que se atienen á la razon y á la Escritura
(1); pero que los que miran la silla de Roma como el
centro de todas las iglesias y al Papa como al obispo
ecuménico, abra zen Cambien la misma opiníon , esto es
lo que debe parecer no poco absurdo, porque la proposi-
cion que hace al concilio superior al Papa, establece
una verdadera aristocracia; y sin embargo la iglesia ro-
mana es una monarquía (2).»
Mosheim, examinando el sofisma de los jansenis-
tas , que el Papa es con efecto el superior de cada iglesia
cOnsiderada, aparte; pero no de todas las iglesias reuni-
das; Mosheim, repito, se olvida de su fanatismo anti-
católico, y discurriendo con recta lógica responde:
«Con el mismo juicio podria defenderse que la cabeza
dirige á cada miembro en particular; pero de ninguii
modo al cuerpo que es la reunion de todos estos miem-
bros; b que un rey manda á la verdad en las ciudades,
villas y campos que componen una provincia; pero no
en la provincia misma (3).»
Un doctor inglés ha hecho á su iglesia este argu-
mento tan sencillo y tan fuerte , que ha adquirido ce-
lebridad: « Si la supremacía de un arzobispo ( el de
Cantorbery ) es necesaria para mantener la unidad de la

( 1) Con estas palabras quiere Puifendorf designar á los pro-


testantes.
( 2) Id quidem non parátn absurditatis babel cum status
ecclesiw monarchicus .sil Puffendorf, de habitu relig. Christi ad'
vitam eivilem , p. 38 ).
( 3 ) Id tan! mihi scituni vitletur, ac si quis a i rmáre t membr«
quidem ci ca lme regietc. (Niosheim, t. I, diss, ad hist. eeeles. pertin.
p. 542.)
-137
siglesth anglicana; edil w no lb habia de ter la • supi:enia-
ei4 del soberano', pontífice para 4naniener-la unidad le ta
iglesia universal ?'(1)» /,
Tambien 1'3 1 una clinfesion4 notable la de Cándido s Sec-
kenberg tocante al gobienW de los papas: «No hay, dice,
un solo ejemplar eala histoHtv entera, de que un soben.-
wpontífice haya perseguido á los que aferrados km sm
derechos legítimos no intentaban pasar maS allá dl sus
límites (2).»
Me seria fácil multiplicartstos textos; pero es pre-
ciso abreviar. Concluiré: con l'una cita interesante,: no
tan conocida .como merece, y que puede equivaler á
otras. Ya, 'á hablar tau ministro, del santo Evange-
lio; al que no tengo, derecho de nombrar ya que ha
juzgado oportuno, Conservar el anónimo; pero no- expe-
rimento la •ansiedad tld-< no ,,saber á quién dirigir mi
aprecio.
« No puedo menos de decir que Lutero y Calvin°
pusieron' los-primeros unas mano profana en el incensa-
rio,, cuando bajo el nombre de protestantismo y de- re_
forma causaron un cisma fatal en la iglesia , que ha in-
troducido por medio de una division absoluta las va-

(1) Si necessarium est ad unitatem in ecclesid AnglIce) tuem-


clam unum archiepiscópum allis pm-ese cur non pari l'afirme
toti ecclesice Dei unos prceerit archiepiscopus (Cartwrithilt dé-
fe /2 s. Wirgisti).
(2) Jure affirmari potérit ne`exemplicm tpride m esse in oinni
rer'ummemoria,ubi pontifex processerit adverstis eos qui juribus
arcis intenti ultra limites" :vaga5l i in animum' non induxerunt
suum. (Iftnr. Christ. Seckenberg ,nethod. jurispr. adda.•
libert. cedes. germ. III.)
813
riacione s que Erasmo hubiera logrado introducir de una
manera mas suave con la sát -ira que manejaba tambien•
« Si, los reformadores son los qué tocando á rebato
contra el Papa y contra Roma , dieron el primer golpe
al coloso antiguo y respetable de la gerarquia romana,
y llamando la atencion de' los hombres hácia la discu-
sion de los dogmas religiosos, los prepararon á discutir
los principios de la soberanía, y minaron con la misma
mano el trono y el altar
«Ha llegado el , tiempo de levantar nuevamente ese
palacio soberbio destruido con tanto estruendo.... y quizá
ha llegado el instante de hacer que vuelvan al seno de la
glesia los griegos , los .luteranos, los anglicanos y los
calvinistas.... A vos os toca , pontífice de Roma mos-
traros el padree :de los :fieles , restituyendo al culto su
pompa y á la iglesia su ,unidad (1): á los sucesores de
S. Pedro toca restaurar la religion y las costumbres
en la Europa incrédula.... Los mismos Ingleses que sa-
cudieron los primeros vuestro imperio , son hoy vues-
tros mas zelosos defensores. Ese patriarca que en Mos-
cow rivalizaba con vos en poderio , acaso 'no está muy
distante de reconoceros (2)
«Aprovechaos pues, santo padre, aprovechaos de la
(1) Siempre la misma confesion : Sin él no hay unidad.
(2) El autor pocha tener esperanzas legítimas con respecto á
los ingleses , que deben. en efecto , segun todas las apariencias'
volver los primeros á la unidad ; pero; cuánto se engai l a en ptintoá
los grieguw que esta ' ) mucho mas distantes de la verdad que los
ingleses. Ademas hace un siglo que en, Moscow no hay patriarca,
y el arzobispo o metropolitano que, ocupaba aquella silla en 1797.
era el menos dispuesto á volver al centro de unidad entre cua ► ito›;
obispos han llevado la ultra rebelde.
— 89 ---
ocasion y de las disposiciones favorables. El poder tem-
poral se os escapa:. recobrad- el espiritual , ?j haciendo
tocante al dogma los sacrificios que las circunstancias exi-
gen , uníos á los sabios, cuya pluma y cuya voz domi-
nan á las naciones: restituid á la „Europa incrédula una
religion simple . (1); pero uniforme y sobre todo una
móral purificada, y sereis proclamado el digno sucesor
de los apóstoles (2). »
Pasemos por estos restos rancios de preocupacion que
tan dificilmente se arrancan de las cabezas mas sanas
donde una: vez se han arraigado. Pasemos por eso del po-
der temporal que se va de entre las manos al soberano pon-
tífice, corno si nunca hubiera debido restablecerse: pase-
mos por el consejo de recobrar el poder espiritual, co-
mo si hubiera estado suspenso jamás, y por el consejo
mucho . mas extraordinario de hacer tocante al dogma
los sacrificios que las circunstancias exigen-, es decir, en
otros términos enteramente sinónimos, hacernos protes-
testantes para que no los haya. Por lo demás ¡qué sabi-
duría! ¡qué lógica! ¡qué preciosas y sinceras confesiones
qué esfuerzo admirable sobre las preocupaciones na-
cionales! Al leer este trozo recuerda uno la máxima de
que pueden recibirse las lecciones de un enemigo; si lí-
cito es llamar enemigo al que tanto se ha aproximado á
nosotros impelido de una conciencia ilustrada.
(1) Cuánto hubiera deseado yo que el estimable autor no,
hubiese dicho en una nota lo que entieude por una religion
Si por casualidad era una religion corregida y disminuida; ci
Para no Baria en esta idea.
(;) De la necesidad de un culto publico 1797 , en 5.°
(Cutir!tision).
--- 90 —

CAPÍTULO X.

TESTIMONIO DE LA IGLESIA RUSA Y POR


ELLA TESTIMONIO DE LA IGLESIA GRIEGA
DISIDENTE.

No se leerán sin un grande interés los testimonios


luminosos y tanto mas preciosos cuanto son menos ce-
nocidos, que la iglesia rusa nos suministra contra ella
misma en la importante cuestion de la supremacía del
Papa. Sus libros rituales contienen en este punto con-
fesiones tan claras , tan expresas , tan eficaces , que con
dificultad se comprende cómo no se rinde á ellas la con-
ciencia que consiente en pronunciarlas (1). No hay que
extrañar que no se hayan citado aun estos libros ecle-
siásticos. Incómodos por su tamaño y peso ;escritos en
siavo, lengua, aunque riquisima y muy bella, tan estra-
como el sanscrito á nuestros ojos y oídos impresos
en caracteres que repugnan sepultados en las iglesias

(1) lie sabido que hace algún tiempo que se encuentran en el


comercio de Moscow y S. Petersburgo algunos ejemplares de estos
libros mutilados en los pasajes mas notables; 'pero en ninguna par-
te son mas legibles aquellos textos"decisi1 , os, que en los ejempla-
Yt$ de donde ban sido arrancarlos,
-91
hojeados solo por hombres totalmente desconocidos del
mundo ; es muy sencillo que hasta ahora no se haya
registrado esta mina; tiempo es de bajar á ella.
La iglesia rusa consiente en cantar el himno si-
guiente: «O S. Pedro, príncipe de los apóstoles, prima-
do apóstolico, piedra inamovible de la fé , en recompensa
de la confesion , eterno fundamento de la iglesia, pastor
del rebaño que habla (1) , depositario de las llaves del
cielo , elegido entre todos los apóstoles para ser despees
de Jesucristo el primer cimiento de la santa iglesia , rego-
cijate : regocdate, columna inmoble de la fé ortodoxa, jefe
del colegio apostólico (2).» Y añade : «Príncipe de los
apóstoles , tú lo abandonaste todo y seguiste al maestro
diciéndole: «Yo moriré contigo , contigo viviré una vida
dichosa.» Tú has sido el primer obispo de Roma , la
honra y la gloria de la gran ciudad, sobre tí se ha afir-
mado la iglesia (3).»

(1) PASME SLOVESUNAGO STADA(loque ► tis) gregis, es decir los


hombres , segun el genio de la lengua slava. Es el animal
parlante ó el alma parlante de los hebreos y el hombre artieulador
de Homero. Todas estas expresiones de las lenguas antiguas son
muy exactas, porque el hombre es hombre, esto es, inteligencia so-
lo por la palabra.
(2) AKAPAISTI SEDMITCHNU(oraciones semanales). N. No ha po-
dido proporcionarse este libro en su original : la cita está sacada
de otro; pero exactísimo, y que no ha engañado en ningu-
na de las citas tomadas de él y comprobadas. Segun este último k-
in° los AKAPHISTI SEDMITEHMI se imprimieron en Mohiloff el año
1698. La especie de himno de que aqui se trata lleva el nombre
griego de lp /2.09* (es decir series), y pertenece al oficio del
jueves en la octava de la fiesta de los apóstoles.
(3) (vida de los santos para cada mes).
MINEIA M ESA -7 CHNAIA
Eutan divididas en 12 vokunenes, uno para cada mes del año

La misma iglesia no reusa repetir en su lengua es-
tas palabras de S. Juan Crisostomo. «Dios dijo á Pedro
TU ERES PEDRO, y le dió este nombre porque sobre él co-
mo sobre la piedra sólida, Jesucristo fundó su iglesia, y
íos puertas del infierno no prevalecerán contra ella, por-
que habiendo asentado el mismo Criador el fundamento que
afirmó con la fié; ¿qué fuerza podría oponersele? (1) ¿Qué
ailadiriá yo á las alabanzas del apóstol, y qué puede imagi_
narse superior al d isc urso del Salvador, que llama á Pedro
dichoso, que le llama Pedro, y que declara que sobre es-
ta piedra edificará su iglesia (2)? Pedro es la piedra y el
fundamento de la fe (3) : á este Pedro el apóstol supre-
mo , dió el Seior mismo la autoridad diciéndole : yo te
doy las llaves del cielo &c. ¿Qué diremos pues á Pedro?
O Pedro objeto de las complacencias de la iglesia , lum-

cuatro uno para cada trimestre. El ejemplar que tengo entre las
manos es de esta última especie. A las vidas de los santos añaden
las últimas ediciones himnos y otros documentos; de modo que
quizá fuera mas exacto llamar el todo oficio de los santos. Mos-
cow, 1813 en fol. 30 de junio. Coleecion en honor de los santos
apóstoles.
( 1) S. Juan Crisóstomo traducido en slavo en el libro ritual de
la iglesia rusa , intitulado PROLOG. ',14oscow , 1677 en fol. Es urt
compendio de la vida de los santos cuyo oficio se celebra cada día
del ano. Tamhien se hallan en di sermones, panegíricos de S. Juan
Crisóstomo y otrcs padres de la iglesia, sentencias sacadas de sus
obras &e. La cita que llama esta nota corresponde al oficio de 29
de junio , y está sacada del sermon III de S. Juan Crisóstomo pa-
ra tiesta de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo.
(7) S. Juan Crisóstomo, ibid. segundo sermon.
T1110 DPOSTNALA (ritualis quadragesima10. Este
libro contiene los oficios de la iglesia rusa desde el domingo de la
septuagésima hasta el sábado santo (Woscow 1811 en fol.). El pa-
saje f itado se ha sacado de! oficio del jueves dela segunda semana.
93 —
brera del universo, paloma inmaculada, príncipe de los
apóstoles (1) , origen de la ortodoxia. (2)»
La iglesia rusa que habla en términos tan magnífi-
cos del príncipe de los apóstoles, no es menos elocuente
respecto de los sucesores de aquel : citaré algunos
ejemplos.
Despues de la muerte de S. Pedro y de sus dos suce-
sores, Clemente condujo sabiamente en Roma el timon
del barco que es la iglesia de Jesucristo (3); y en un
himno en honor de este mismo Clemente la iglesia ru-
sa le dice: Mártir de Jesucristo , discípulo de Pedro , tu
imitaste sus virtudes divinas, y te mostraste así el ver-
dadero heredero de su trono (4).»
Dice la misma al Papa S. Silvestre: Tú eres el jefe
del sagrado concilio: tú has ilustrado el trono del prín-
cipe de los apóstoles (5): divino jefe de los santos obispos,
iú has confirmado la doctrina divina, y has cerrado la
boca impía de los herejes (6). »
Dice á S. Leon: a l¿Vué nombre te daré yo hoy ? ¿Te
llamaré el heraldo maravilloso y el firme apoyo de la ver-

(1) PnoLoo. (ul)i. supra) 19 de Junio, I, II y III discursos de


S. Juan Crisóstomo.
(2) NATCHALO PRAVOSLAVILL. El PROLOG. Segun S. Juan Crisásto-
rno Ibid 29 de Junio.
(3) 151iNEIA IIESATCPINAI,s. • oficio del 15 de enero K ondak ( him-
r o), estrofa II.
(1) MINE1 TCHET1IIH. ES la vida de los salitas por Demitri Bos-
tc:f5ki , que es un santo de ta iglesia rusa Alosz_. ow, 1815 25 de
noviembre. Vida de S. Clemente ,Papa y mártir.
(5) mINEI A mesaiscu, 29 de noviembre, himno VIII, 13
(t) 1 bid. 2 de cuero, S. Silvestre papa.
— 94 —
dad, el venerable jefe del supremo concilio (1) , el sucesor
en el trono supremo de S. Pedro , el heredero del inven-
cible Pedro y el sucesor de su imperio? (2) »
A S. Martin le dice: « Tú honraste el trono divino
de Pedro, y manteniendo la iglesia sobre esta piedra in-
moble ilustraste su nombre (3) , gloriosísimo maestro de
toda doctrina ortodoxa, órgano verídico de los preceptos
sagrados (I), al rededor del cual se reunieron todo el sa-
cerdocio y toda la ortodoxia para anatematizar la
herejía (5). »
En la vida de S. Gregorio a dice un ángel al san-
to pontífice: «Dios te ha llamado para que seas el obispo
soberano de su iglesia y el sucesor de Pedro, el príncipe
de los apóstoles (6). »
En otra parte la misma iglesia presenta á la admi-
racion de los fieles la carta de este santo pontífice que
escribia al emperador Leon Isáurico con motivo del cul-
to de las imágenes : « Por tanto nos , como revestido
del poder y de la SOBERANIA (godspodstvo) de San
Pedro, os prohibimos &c. (7)

(1) Ibid. 18 de febrero, S. Leon papa : himno VIII. Ibid, saca-


do del discurso IV al concilio de Calcedonia.
(2) MINEIA MESATCHNÁIA: 18 de febrero, himno VIII, estrofas I
y VII 9 ipp,OCf,
(3) Ibid. 14 de abril, S. Martin papa, himno VIII, tmoc..
(4) PROLOG. 10 de abril STICAIRI (cantico) himno VIII.
(5) PROLOG. 14 de abril, S. Martin Papa.
(6) MINEI TORMERA. 12 de marzo, S . Gregorio Pape.
(7) BOBORNIC en fol. Moscow 1804. Es una coleccion de sermo-
nes y de cartas de los padres de la iglesia adoptado para uso de
la iglesia rusa.
95 -
Y: en la misma coleccion que ha suministrado vi
texto anterior, se lee un pasaje de S. Teodoro Studita,
que dice al Papa Leon III (1) : « O tú, pastor supremo
de la iglesia, que está bajo ele cielo, ayudanos en el últi-
mo peligro, ocupa el lugar de Jesucristo.. Tiendenos una
mano • protectora para auxiliar nuestra iglesia de Cons-
tantinopla: muéstrate el sucesor del primer pontífice
.de tu nombre. Aquel desplegó rigor contra la herejía
de Eutiques: despliégale tú contra la de los iconoclas-
tas (2). Presta oidos á nuestras súplicas tú, jefe y prínci-
pe del apostolado , escogido por Dios mismo para ser el
pastor del rebaño que habla, porque tú eres real-
mente Pedro, supuesto que ocupas y haces brillar.
la silla de Pedro. A ti dijo Jesucristo: Confirma á tus
hermanos. Hé aqui pues el tiempo y el lugar de
ejercer tus derechos: ayudanos, pues que Dios te dió
poder para ello, porque por eso eres el príncipe de
todos (3). »
No contenta la iglesia rusa con asentar la doctrina
'católica por medio de las confesiones mas claras, consien-
te en citar hechos que descrubren patentemente la
aplicacion de aquella doctrina. Así por ejeetplo celebra
411 Papa S. Celestino, que firme con sus discursos y sus

obras en la senda que los apóstoles le hablan trazado,


.depuso ci Nestorio, patriarca de Constantinopla, despees

<1) Es el mismo Teodoro Studita citado mas arriba.


(2) sOBORNIC. Vida de S. Teodoro Studita, 11 de novirm!,r(.
(3) gnECRN 1C.. Canas de S. Teodoro Studita, lib. TI, carta Xii.
- 96 —
de haber manifestado en sus cartas las blasfemias de di-
cho hereje (1). »
Y al papa S. Agapito « que depuso al hereje Antirno,
patriarca de Constantinopla, le dijo anatema, consagró
despu2s á /11,mnas, personaje de una doctrina irrepren-
sible , y le colocó en la misma silla de Constanti-
nopla (2). »
Y al papa S. 311rtin (c que se arrojó como un leon
sobre los impíos, separa de la iglesia de .Jesucristo á Ciro,
patriarca de Alejandría, á Sergio patriarca de Constan-
tinopla, á Pirro y todos sus partidarios (3).»
Si se pregunta como una iglesia que publica todos
los dias semejantes testimonios , niega sin embargo con
obstinacion la supremacía del Papa ; respondo que hoy
se dirige por lo que hizo ayer que no es fácil borrar
las liturgias antiguas, y que se siguen por hábito aun
cuando se contradicen por sistema: finalmente que las
preocupaciones mas ciegas y mas incurables al mismo
tiempo son las preocupaciones religiosas. En este gé-
nero no hay razon para admirarse de nada. Por lo de-
mas los testimonios son tanto mas preciosos , cuanto
que recaen mismo tiempo sobre la iglesia griega,
madre de la iglesia rusa , que no es ya su hija (4). Pero

(1) pr.oLoG« 3 de abril, S. Celestino Papa.


Ibid, S- Agapíto papa. Artículo repetido 25 de agosto. San
Merinas (ó Mirillas) segun la pronunciacion griega moderna repre-
sentada por la ortografía slava.,
(3) MINEIA MESATCHNAIA. 14 (le abril, S. Martin Papa. ,
(4) Se oye bastante comunmente en las conve! . Sacionés confun-
dir á la iglesia rusa y á la iglesia griega ; sin embargo no hay cosa
á todas luces mas falsa. Es verdad que su primera fue en su
97
siendo los mil. tros los ritos y loslibros litúrgicos, un
hombre medianamente robusto atraviesa con facilidad á
las dos iglesias de un golpe , aunque no tengan ya nin-
gun punto de contacto.
Se han visto ademas entre la multitud de testimo-
nios acumulados en los capítulos anteriores los que con-
ciernen á la iglesia griega en particular: su sumision
antigua á la santa sede es uno de aquellos hechos histó-
rico3 que no hay medio de negar. Tambien hay esta par-
ticularidad: que no habiendo sido el cisma de los griegos

cirio provincia del patriarcado griego : pero le ha sucedido lo que


sucederá necesariamente á toda iglesia no católica, que por sola la
fuerza de las cosas acabará siempre por no tener otra dependencia
que la de su soberano temporal. Se habla mucho de la sup.ernaca
an.Tlicala; sin embargo no tiene nada de particular á la Inglaterra,
porque no se citará una sola iglesia separada que no esté bajo la
dominacion absoluta de la potestad civil. Entre los mismos cató-
licos no hemos visto á la iglesia galicana humillada , entorpecida
y subyugada por los grandes magistrados á medida y en justa pro
-porciendlqusmapbocentdlsapo-
tificia? No hay pues iglesia griega fuera de la Grecia, y la de
Rusia es tan griega como colla ó armenia. Está sola en el mundo
cristiano, no menos extraiia para el Papa á quien desconoce, dite
para el patriarca separada, que pasaria por un insensato si se le
ocurriera enviar una órdcn cualquiera á S. Petersburgo. 11 asta la
sombra de todo órden religioso ha desaparecido para los rasos con
su patriarca : la iglesia de aquel gran pueblo, enteramente aislada,
no tiene jefe espiritual, que lleve un nombre en la historia ecle-
siástica. En cuanto al sano sínodo debe guardarse toda la consi-
deraeion imaginable á cada uno de sus miembros tomados indivi-
dualmente ; pero contemplándolos en cuerpo no se ve sino el con-
sistorio nacional perfeccionado por la presencia de un represen-
tante civil del príncipe, que ejerce precisamente sobre ocfnella jun-
ta eclesiástica la misma supremacía que el soberano ejerce so-
bre la iglesia en general,
T. 3. 7
98
una cuestion de doctrina, sino de puro orgullo, no cesa-
roa de rendir homenaje á la supremacía del soberano
pontífi c e, es decir, de condenarse á sí mismos hasta el
momento de separarse de él, de modo que la iglesia di-
sidente que monja para la unidad, la confesó sin embargo
hasta el último aliento.
Así se viú á l'ocio dirigirse al papa Nicolás 1 en
859 para que confirmara su elecrion , al emperador Mi-
guel pedir á aquel mismo Papa legados para reformar la
iglesia de Constantinofti , y al mismo Focio tratar tam-
bien, muerto Ignacio, de seducir á Juan VIII para con-
seguir la confirmacion que le fallaba (1).
Asi el clero de Constantinopla en cuerpo recurría
al Papa Estevan en 866 , reconocia solemnemente su
supremacía , y le pedia en union con el emperador
Leone una dispensa para el patriarca Estevan , hermano
de dicho emperador y ordenado por un cismático (2).
Asi el emperador romano que habla hecho pailCiar-
ca á su hijo Teoalacto á la edad de 16 años, recurrió en
993 al Papa Juan XII para obtener las dispensas nece-
sarias, y pedirle al mismo tiempo el palio para el
patriarca ó mas bien para la iglesia de Constantino-
pla una vez para siempre , sin que en lo sucesivo

(I) Maimbourg , Hist,. del cisma de los griegos , t. i , lib. I,


rúa) 359. Ibid.
El Papa dice erg su carta : Que teniendo poder y autoridad
para dispensar de los decretos de los concilios y de los papas sus
predeeeso ” es, por justas razones &c. (Joh. :pis`. CXCIX, CC y
CC11, t. IX, cono. edic. Par.)
(2) Ibid. lib. 1054.
--99---
tuviese cada patriarca que pedirle para- sí (1).
Asi el emperadór Basilio en el año 1019 enviaba
tambien embajadores al papa Juan XX, á fin de alean.-
zar en favor del patriarca de Constantinopla el título
de patriarca ecuménico con respecto al oriente, como el
Papa le disfrutaba sobre toda la tierra (2).
Extraña contradiccion del entendimiento humano!
Los griegos reconoian la soberanía del pontífice roma-
no al pedirle gracias, y despues se separaban de él
porque se resistia á concederlas; lo que era reconocer
tambien aquella y confesarse expresamente rebeldes
declarándose independientes.
S. Francisco de Sales pondrá fin á este capítulo. En
otro tiempo tuvo la ingeniosa idea de reunir los
rentes títulos que la antigüedad eclesiástica dió á 103
soberanos pontífices y á su silla. Este cuadro es curioi-o,
y' no puede menos de hacer impresion en los hombre;
rectos.
El Papa es llamado
El santisirno obispo de la igle- Concilio de Soissons de
sia católica. 300 obispos.
El santismo y muy biena- Ibid., t. VII, concil.
venturado patriarca.
El muy bienaventurado se- S. iz gnstin, epist. 95.
ñor.
El patriarca universal. S. Leon P., epiát. 6.
La cabeza de la iglesia del Innoc. ad PP. coned.
inundo.
( 1) Mainibourg , lib. III, A. 933 , 9 r
I) r.

) !bid . p, 271.
— I 00 --
El obispo elevado á la cum- S. Cipriano epist. 111
bre apostólica.
El padre de los padres. Concil. de Calced. ses.
111.
El supremo pontífice de los Idenz in pral.
obispos.
El sumo sacerdote. Concite de Calced. ¡es.
XVI.
El príncipe de los sacerdo- Estevan, obispo de
tes. Cartago.
El prefecto de la casa del Concilio de Cartago
Señor y el guardian de la epist. ad Darnasum.
viña del Señor.
El vicaria de Jesucristo, el Gerónimo, pral. in
confirmador de la fé de Eva ng. ad Dama.
los cristianos. sum.
El gran sacerdote. Valentiniano y con el
toda la antigüe.
dad.
El soberano pontífice. Concil. de Calced.
epist. ad Tkeodor,
impera
El príncipe de los obispos.
El heredero de los apóstoles. S. Bernardo, lib. de
consid.
Abraliam por el patriarcado. S. Ambrosio in 1. Tipa.
111.
Melquisedec por el órden. Concil. de Catcedon.
epist. ad Leonem.
Moises por la autoridad. S. Bernard. epiit. 190•
O1 ---
Samuel por la jnrisdiccion. ld. et in lib. de
conside•.
Pedro por la potestad. Ibid.
Cristo por la uncion. Ibid.
El pastor del aprisco de Je- 1d. lib. 9 de consid.
sucristo.
El llavero de la casa de Dios. ihid. cap. 8.
El pastor de todos los Ibid.
tores.
El pontífice llamado á la ple- Ibid.
nitud de la potestad.
S. Pedro fue la boca de Je- S. Crisóstomo, hora.
sucristo. in divers. seria.
La boca y el jefe del apos- Ori g. horn. fi
tolado. Illat h.
La cáledra y la iglesia prin- S. Cipriano, epist. 1,17,
cipal. ad. Com.
El origen de la unidad sa- Id. epist. III, 2.
cerdotal.
El ínculo de la unidad. Id. ibid. IV, 2.
La iglesia donde reside la
potestad principal (polen-
tior principalilas). Id. ibid 111, 8.
La iglesia, raiz, matriz de S. Anacleto papa,
todas las otras. epist. ad omnes
ppisc. et fideles.
La silla sobre la cual edificó S. Dánzaso, epist. ad
el Señor la iglesia uni- uní episc.
versal.
El punto cardinal y la cabe- S. 31tir-eclino, 11. epist.
102
za de todas las iglesias. ad episc. Antil)ch.
El refugio de los obispos.
Concil. de Ale j. epist.
ad Felic. pap.
La silla suprema apostólica. S. Atanasio.
La iglesia presidente. El emper. Justin. in I.
8 cod. de s q m.Tri-
nit.
La silla suprema que no S. Leon in nat. SS.
puede ser juzgada por nin- apos-t.
guna otra.
La iglesia antepuesta y pre- Victor deUtica
ferida á todas las otras, De pellect.
La primera de todas las sillas. S. Prospero, in lib. De
ingrat.
La fuente apostólica. S. Ignacio. epist. ad
ronz. in subser'-
El puerto segurisirno de toda Concilio de Rozna en
comunion católica. tiempo de Gdasio.

reunion de estas diferentes expresiones es del


todo digna del talento luminoo que distinguia al
gran obispo de Ginebra. Mas arriba se ha visto qué idea
sublime se formaba de la supremacía romana. Meditan-
do sobre las analogías multiplicadas de los dos testa-
mentos , insistia en la autoridad del sumo sacerdote de
los hebreos. «El nuestro , dice S. Francisco de Sales,
lleva Cambien en su pecho el Urim y el Thummim,
decir, la doctrina y la verdad. Ciertamente todo lo qlt:
- 103 —
se concedió á la esclava Agur, ha debido concederle con
mucha mas razon á la esposa Sara (1). »
Recorriendo despues las diferentes imágenes con
que la pluma de los escritores sagrados ha podido re-
presentar á la iglesia, dice: « ¿Es una casa? Está ase uta-
da sobre su roca y sobre su fundamento ministet ial que
es Pedro. ¿Os la representais como una familia? Ved á
nuestro Señor que paga el tributo corno jefe de la casa,
é inmediatamente despues de él á S. Pedro como su re-
presentante. La iglesia ¿ es una barca? S. Pedro es el
verdadero patron: el mismo Señor me lo enseña. La
reunion obrada por la iglesia ¿se representa con una
pesquería? S. Pedro es el primero, y los otros dicípu-
los pescan despues de él. ¿Se quiere comparar la doctri-
na que se nos predica (para sacarnos de las grandes
aguas) con la red de un pescador? S. Pedro la echa:
S. Pedro la saca : los otros discípulos no hacen mas que
ayudarle : S. Pedro presenta los pescados á nuestro Se -
ñor. ¿Quereis que la iglesia se represente por una emba-
jada? S. Pedro está á la cabeza. ¿Preferís que sea un
reino? S. Pedro tiene las llaves. Filialmente ¿ querer:
figurarosla bajo la imagen de un redil de corderos y de
ovejas? S. Pedro es el pastor general á las órdenes de
Jesucristo (2). »
No he podido resistir al deseo de hacer hablar un

J) Controversias de S. Francisco de Sales , dise. XL, P. 247.


He citado l i s fuentes segun (15 y no puede tenerse ninguna duda
(le semej a ntecopiante.. Ademas loe liuMera sida itnposible
una comprobacion circuiistanciad.t.
(7) Controversias de S. Frune, de Sales, dite. X:.11.
--- 10 --
ra to á este grande'y amable santo, porque me proporcio-
na una de aquellas observaciones generales tan precio-
sas en las obras en que no entran pormenores. Exami_
'tense uno tras de otro los grandes doctores de la iglesia
católica: á medida que el principio de santidad domina
en ellos , se los encuentra siempre mas, fervorosos para
con la santa sede , mas penetrados de sus derechos y
mas atentos á defenderlos, porque la santa sede no tie-
ne contra sí mas que el orgullo, que es inmolado por la
santidad.
Contemplando con serenidad esa multitud asombrosa
de testimonios cuyos colores diferentes producen en un
foco comun el blanco de la evidencia , no puede uno
orprenderse de oir confesar francamente á uno de los
teólogos franceses mas distinguidos que le agobia el peso
de los testimonios que Bel armino y otros han recogido pa-
ra probar la infalibilidad de la iglesia romana; pero que
1;o es fácil concordarlos con !a declaracion de 168 2
de que no le es permitido separarse (1).
Eso dirán todos los hombres libres de preocu-
paciones. Puede sin duda disputarse sobre este punto
como sobre todo ; pero el número y autoridad de los
testimonios arrastran á la conciencia.

e) Non dissimulandum est in tanta testimoniordm lnole


ríale Pellarminus et alii congerunt l nos recognoscere apogtolico
t enis scrc romance ecclesice certam et irafullibilena auctoritatem;
lo.zq difficilius est ea conciliare cum cleclaratione cleri gal-
licabi á qué! rccedere nobis non pe •mittitur (Tournely , Tract.
de ecelvs. pm t. II, cpial g t. V. art. 3).
- 1 O 5 --

CAPÍTULO XI.

SOBRE ALGUNOS TEXTOS DE BOSSUET.

Unos raciocinios tan decisivos , unos testimonios tan


preciosos no podian ocultarse al eminente talento de
Bosuet; pero tenia miramientos que guardar ; y para
concordar lo que debla á su conciencia con lo que creía
deber á otras consideraciones , se dedicó con todas sus
fuerzas á establecer la célebre distincion de la silla y de
la persona.
«Todos los pontífices romanos juntos, dice, deben con-
siderarse como la sola persona de S. Pedro continuada, en
cual no puede fallar jamás la fé: si llega á deslizar-
se ó á caer en algunos (1) no puede decirse sin embargo
que la fé caiga jamás enteramente (2) , supuesto que

( Qué quiere decir algunos si no hay mas que una persona!


cómn de varias personas falibles puede resultar tina sola per-
snna in fa!iLle?
(?) A;;cipiendi romani pontific,” tanquam una persona Petri
in qui; NUNQUA mfides Petvi de ficiat atque ut iN ALI Q L: nes vacil-
avt concidat , non lamen deficit totum qur statim l evic-
tura sic, pi e portú aliter ad consummationem usquce lOid
_ 106 _
debe levantarse otra vez pronto; y creernos firmemente
que nunca sucederá de otro modo en toda la serie de los
soberanos pontífices y hasta la consumacion de los
siglos. »
¡ Qué telas de araña! ¡qué sutilezas indignas de Bos-
suet! Es poco mas ó menos como si hubiera dicho que
todos los emperadores romanos deben considerarse corno
la persona de Augusto continuada: que si la sabiduría
y la humanidad ha parecido que tropezaban alguna vez
sobre aquel trono en las personas de algunos corno Ti-
berio , Neron, Caligula fc., no puede decirse sin embargo
que hayan faltado jamás ENTERAMENTE , supuesto que
no debían tardar en resucitar en las personas de Anioni-
no, Trajano 'c.
Sin embargo Bossuet con su talento y su rectitud
no porfia ignorar la relacion de esencia que une la idea
de soberanía á la de unidad, ni dejar de conocer que es
imposible quitar de su lugar la infalibilidad sin des-
t • uirla. Se veia pues obligado á recurrir, siguiendo á Vi
gor , Dupin , Noel , Alexandre y otros, á la distincion
de la silla y de la persona , y á sostener la inde-
fectibilidad negando la infalibilidad (1). .Ya había pre-
pontificum successione eventurum esse cert4 fide credimus
(Bossuct, Defeusio &c. t. II, p. 19
En todas esta; frases no hay una palabra que exprese nada
con precision. ¿Qué significa tropezar ó resbalarse? ¿Qué signifi-
ca al.;unos? ¿Qué significa enteramente? ¿Qué significa pronto?
(1) «Que contra la costumbre de todos sus predecesores UPO 6
dossoberau os pontífices por violencia 6porsorpresa no hayan soste-
nido constantemente ó explicado en toda su plenitud la doctrina
de la Una nave que surca las aguas no deja menos vestigios
de su paso (Serm, de la unidad, punto 1).» grande hombre! ,:con
107
sentado esta idea con tanta habilidad en su inmorin1
sermon de la unidad (1). Es cuanto puede decirse ,
hay duda ; pero la conciencia t sus solas rechaza et..as
sutilezas ó mas bien no comprende nada.
Un autor eAesiástico que ha recogido con mucha
ciencia, trabajo y gusto una multitud de pasajes precio
sos relativos á la santa tradiciol, 111 observado con
oportunid Id que la dislincion entre los diferentes
malos de indicar á la cabeza de la iglesia no es mas que
un sitbierruclio discurrido por los nombres con la mira
de sep q rar á la, esposa del esposo Los pandari:)s del
C:"Saljt y del error han querido engartar refiriendo lo
que mira á su juez y al centro visible de la 1111y -dad, á
;yornbres abstractos ye. (2).
p si se expresa la sensatez en persona; pero aun ate-
niéndoe á la idea de Bossuet quisiera yo hacerle un ar-
gamento ad hominem, y decirle: Si el pontífice abstracto
es infalible, y si no puede tropezar en la persona de un in -
divida° sin levantarse con tal presteza que no puede decir

tra(s. texto, con (t nl, ejemplo y con qué razonamiento probais (s i%


dIstweiones. > f,1 no tiene tanta sutileza. La verd.n1
s t y desle luego se la conoce.
( I) De al ► p:oviene tambien que en todo este sermon rvit..t
constantemente nombrar al Papa ó al s ›berano pontífice: siempr:.
es la santo sede, la silla de S. Pudro , la iglesia romana. N;_ur (!1
" 10 US VISible ; y toda soberanía que no es ViSiHe, no eXMA.:
es nu ente de razon.
()) Princ!'píos d ‘? la doctrina catdlica, en 8 °, p. 235. El est i-
tnanle autor que para mi no es annuinv›, cuida (le no nombrar
na lie sin (luda por el poder de los nombres y de las preo:ta pm;
nes que te UdeaLifii pero se ve bicnv,: y ll c.., ¿a que ',MI:A
- 1 08 ----

se que ha cuido ; ¿por qué ese gran aparato de CONCI-


LIO ECUMENICO g DE CUERPO EPISCOPAL DE CO:SENTI-
MENTO DE LA IGLESIA? Dejad levantar al Papa que es
obra de un minuto. Si pudiera errar en el tiempo solamente
necesario para convocar un concilio ecuménico , ó para
cerciorarse del consentimiento de la iglesia universal; la
comparacion de la nave claudicaria un poco (1 ).
La filosofía de nuestro siglo ha ridiculizado muchas
veces á aquellos realistas del siglo xrt, que defendían la
existencia y la realidad de los universales, y que en-
sangrentaron mas de una vez la escuela en sus comba-
tes con los nominales por saber si el hombre ó la humani-
dad era la que estudiaba la dialéctica, y quién daba ó re-
cibía embestidas; pero aquellos realistas que conce-
dia ► la existencia á los universales , tenían á lo menos
la suma bondad de no quitársela á los individuos. Soste-
niendo por ejemplo la realidad del elefante abstracto, 110
le encargaron jamás que nos surtiera de marfil, sino
que nos permitieron que le pidieramos á los elefantes
palpables que teniamos á la mano.
Los teólogos realistas de que yo hablo son mas atre-
vidos: despojan á los individuos de los atributos con que
adornan al universal, y admiten la soberanía de una di-
nastía, de cuyos miembros ninguno es soberano.
Sin embargo nada hay mas contrario que esta teo-
ría al sistema divino ( si es lícito expresarse asi) que se
manifiesta en el conjunto de la religion. Dios que nos
ha hecho lo que somos; NOS que no,.; ha sometido al

) Supra p. 1GG, nota 1.•


-109 —
tiempo y á la materia; no nos ha entregado á las ideas
abstractas y á las quimeras de la imaginacion. hla hecho
su iglesia visible, á fin de que no tenga disculpa el que
no quiere verla; y hasta su gracia la ha unido á signo,
sensibles. ¿Qué cosa hay mas divina que la remision de
los pecados? Sin embargo Dios ha querido materializar-
la , digamos lo asi , en favor del hombre. El fanatismo ó
el entusiasmo no pueden engañarse á sí propios , fián-
dose de los movimientos interiores: el culpable necesita
un tribunal, un juez y palabras. La clemencia divina
debe ser sensible para él como la justicia de un tribu-
nal humano.
¿ Cómo pues podria creerse que en el punto funda-
mental hubiese derogado Dios sus leyes mas evidentes,
mas generales y mas humanas? Es bien fácil decir:
Ha parecido al Espíritu Santo y á nosotros.» El qua-
kero dice tambien que tiene el espíritu, y los puritanos
de Cromwel lo decian del mismo modo. Los que hablan
en nombre del Espíritu Santo deben demostrarlo: la
paloma mística no viene á descansar sobre una piedra
fantástica: no es eso lo que nos ha prometido.
Si algunos hombres grandes han consentido en for-
mar en las filas de los inventores de una quimera peli-
-grosa; no faltaremos al respeto que se les debe notando
que no pueden menoscabar la verdad.
Ademas hay un caracter muy honroso para ellos
que los separa para siempre de sus tristes colegas; y es
que estos asientan un principio falso en favor de la re.
belio:1; en vez de que los otros , arrastrados por acci-
dentes humanos (no puedo decir otra cosa ) á sostener
— 110—
el principio, se niegan con todo á. sacar las corsewea,...
das , y no saben desobedecer.
Por lo denlas es imposible figurarse en qué aprietas
se ven los partidarios de la potestad abstracta, á fin de
darle la reillidad que necesita para obrar. La palabra
iglesia figura en sus escritos como la de nacion en los
de los reN olucionarios franceses.
Dejo aparte á los hombres obscuros cuyas dificultades
no apuran; pero lease en los nuevos opúsculos de Fleury
la interesante conversacion de Bossuet y del obispo
Tournay (Choiseul Praslin ), que Fenelon nos ha con-
servado (1): allí se verá cómo el obispo de Tournay ins-
taba á Bossuet y le conduela por fuerza de la indefec-
tibilidad á la ín icali!)lidad. Pero el grande hombre habla
resuelto no chocar con nadie, y de ese sistema se-
guido invariablemente traen su origen las angustias
penosas que hicieron tan amargos sus últimos dial. Es
menester tener el valor de confesar que es un poco mo-
lesto con sus cánones, á los cuales vuelve siempre.
«Nuestros antiguos doctores, dice, reconocieron to-
dos á una voz en la cátedra de S. Pedro (se guarda
muy bien de decir en la persona del soberano pontífice)
la plenitud de la potestad apostólica. Este es un punto
decidido y resuelto.» Muy bien: este es el dogma. «Pero,
continúa, exigen únicamente que se arregle en su ejer-
cicio Á LOS CÁNONES (2).»
Mas primeramente los doctores de Paris tienen el
mismo derecho que los domas á exigir esto ó el otro
(1) Nuev. optIse. de Fleury, París, 1807, en 12, p. 116 y 199
(2) Serznon de la unidad, punto II.
111
del Papa: son súbditos como 103 domas, y estan obliga-
dos igualmente á respetar sus decisiones soberanas.
Son lo que todos los doctores del mundo católico. Ade-
mas ¿qué quiere decir Bossuet con la restriccion : pero
exigen ye.? ¿Desde cuándo han tratado los Papas tic
gobernar sin leyes? El enemigo mas frenético de la
santa sede no se atrevería á negar con la historia en la
mano que en ningun trono del universo ha habido, he-
cha compensacion, mas sabiduría, mas virtud ni mai
ciencia que en el de los soberanos pontífices (1). ¿Por
qué pues no se ha de tener tanta y mas confianza en
esta soberanía que en todas los otras, que no han inten-
tado jamás gobernar sis leyes?
¿Y si el Papa, se dirá sin duda, llegase á abusar
de su poder? Con esta objecion pueril se embrollan la
cuestion y las conciencias.
Y si la soberanía temporal abusase de su poder, ¿qué
se baria? Es absolutamente la misma pregunta. Se

,EI Papa es por lo ordinario un hombre de mucho saber


y de gran virtud, que ha llegado á la madurez de la edad y de
la experiencia, y que pocas . veces tiene ó vanidad ó placer que sr-
tisfacer á excusas del pueblo: no ha menester cuidar de mujer,
ni de hijos &c. ( Addisson , suplen]. á los viajes de 11153jri,
p. -r_x;) » Y Gibbon convi ene con la misma buena fe en que si
se calculan sin pasion las ventajris y lo defecto& del gobierne)
e cksistico, puede alabarsele en su estado actual como una admi-
nistracio ► soave, decorosa y pacífica, que no tiene que temer ks
peligros de una memoria ó la fogosidad de un príncipe jóver:
que no está minada del lujo, y se ve libre de las calamídadl s de
la guerra (De la decad. t XIII, c. LXX, P . 2 l"s`s (les
tvxtus equivalen á todos los den•s, y no pueden vi'r ewItradicled)
por 11i ► 1;41.111 Imilbr?. de bucov
-112-
crean monstruos para combatirlos. Cuando la autoridad
manda, no hay sino tres partidos que tomar: la obe-
diencia, la representacion y la rebelion, que se llama
herejía en el órden espiritual y revolucion en el tem-
poral. Una buena experiencia acaba de enseñarnos que
los mayores males que resultan de la obediencia, no
llegan á la milésima parte de los que nacen de la rebe-
lion. Hay ademas razones particulares en favor del go-
bierno de los papas. ¿Cómo se quiere que unos hom-
bres sabios, prudentes, reservados, experimentados ror
naturaleza y por necesidad abusen del poder espiri-
tual hasta el punto de causar males incurables? Las
representaciones prudentes y mesuradas detendrian
siempre á los papas que tuvieran la desgracia de errar.
Acabamos de oir á un protestante estimable confesar
ron franqueza que un recurso justo, hecho á los papas
y despreciado por ellos, era un fenómeno desconocido
en la historia. Bossuet, proclamando la misma verdad
en una ocasion solemne, confiesa que siempre ha habido
algo de paternal en la santa sede (1).
poeo mas arriba había dicho: « Como la costum-
bre de la iglesia de Francia ha sido siempre proponer los
cánones (2); la de la santa sede ha sido escuchar con gus-
to tales discursos.»
Pero si siempre ha habido algo de paternal en el go-
bierno de la santa sede , y ha sido siempre su costumbre
escuchar con gusto á las iglesias particulares que le piden

(1) Sermon de 11 unidad , punto II.


(2) Es una distraceion : lease cánones.
-113-
cánones; ¿ qué significan esos temores, esas zozobras, esas
restricciones, esa molesta é interminable apelacion á IÓS
cánones?
Nunca se comprenderá perfectamente el sermon;
con tanta razon célebre, acerca de la unidad de la igle-
sia, á no traer siempre á la memoria el problema difi-
cil que Bossuet se habia propuesto en él. Quería probar
la doctrina católica sobre la supremacía romana sin
ofender á un auditorio exasperado, á quien apreciaba
poquísimo, y que creia muy capaz de hacer cualquiera
locura ruidosa. A veces pudiera echarse de menos al-
guna mas franqueza en las expresiones, si se pierde de
Mista un instante aquel objeto general.
¿Qué quiere decir, por ejemplo ; cuando. en él
punto II se expresa así : «La potestad que hay que re.
«conocer en la santa sede , es tan alta y eminente, tan
«estimada y tan venerable para todos los fieles, que no
«hay nada superior á toda la iglesia católica junta?
¿ Querria decir por ventura que TODA la iglesia
yuede encontrarse donde no se encuentre el soberano
pontífice? En tal caso habria aventurado una teoría
que su gran nombre no- puede excusar. Admitase esa
teoría insensata , y no tardará en verse desaparecer la
unidad en virtud del sermon sobre la unidad. La pa.
labra iglesia separada de su jefe no tiene sentido:: es el
parlamento de Inglaterra menos el rey.
Lo que se dice inmediatamente despuos del santo
concilio de Pisa y del santo concilio de Constanza, ex--
plica con demasiada claridad lo que precede. Es mucha
desgracia que tantos teólogos franceses se hayan adhe-
t. 3.
nido á ese concilio de Constanza para embrollar las
ideas mas claras. Los jurisconsultos romanos decian muy
bien: «Las leyes no se detienen mas que en lo que sucede
con frecuencia, y no en lo que sucede una vez.» Un acon-
tecimiento único en la historia de la iglesia ,hizo dudar
cuál era su jefe por espacio de 40 años: debió hacerse lo
que no se hubiese hecho jamás, y quizá no se haga nun-
ca. El emperador reunió unos 200 obispos ; era un con-
sejo y no un concilio. La asamblea procuró tomarse la
autoridad que le faltaba , quitando toda incertidumbre
acerca de la persona del Papa: definió acerca de la fé; y
¿por qué no? Un concilio de provincia puede definir acer-
ca del dogma ; y si la santa sede aprueba , la decision es
firme. Eso es lo que aconteció con las decisiones del
concilio de Constanza sobre la fé. Se ha repetido mucho
que el Papa las habia aprobado; y ¿por qué no, si eran
justas? Los padres de Constanza , aunque no componían
absolutamente un concilio , no dejaban de ser una asam-
blea muy respetable por el número y la calidad de las
personas ; pero en todo lo que pudieron hacer sin la in-
tervencion del Papa, y aun sin que existiese un Papa in-
disputablemente reconocido, un cura de una aldea y
hasta su sacristan eran teológicamente tan infalibles
como ellos ; lo que no quitaba para que Martin Y apro-
base , como lo hizo, todo lo que habian hecho conciliar-
mente. De este modo el concilio de Constanza fue, ecu-
ménico , como lo habian sido en lo antiguo el segundo y
el quinto concilio general por la adhesion de los pa-
pas que no habian asistido á ellos ni por sí , ni por sus
legados.
-115—
Conviene pues que las personas poco versadas en es-
ta clase de materias tengan mucho cuidado con lo qué
leen , cuando se les dice que los papas han aprobado las
decisiones del concilio de Constanza. Sin duda han apro-
bado las decisiones de esta asamblea contra los errores
de Wiclef y de Juan de Hus; pero que el cuerpo epis-
copal, separado del Papa y aun en oposición con él, pue-
da hacer leyes que obliguen á la santa sede, y fallar
acerca del dogma de un modo divinamente infalible;
esta proposicion es un prodigio,, para hablar el lengua-
je de Bossuet , menos contrario quizá á la sana teología
que á la sana lógica:
-118--

CAPÍTULO MI.

DEL CONCILIO DE CONSTANZAb

¿Qué debe pues pensarse de la famosa sesion IV , en


que el concilio ( el consejo) de Constanza se declara su-
perior al Papa ? La respuesta es fácil. Es necesario de-
cir que la asamblea desvarió, como han desvariado des-
pues el parlamento largo de Inglaterra, la asamblea
constituyente , la legislativa , la convencion nacional,
los quinientos , los doscientos , y las últimas cortes de
España , en una palabra , como todas las asambleas ima-
ginables , numerosas y no presididas.
Bossuet Ocia en 1681, previendo ya el peligroso ar-
rebato del año siguiente: Ya sabeis lo que son asambleas,
y el espíritu que ordinariamente domina ,en ellas (1).
Y el cardenal de Retz que era algo entendido en la
materia , habia dicho anteriormente en sus memorias de

( 1) Ilossuet, Carta al abad de [lancé. Fontainebleau , setiem-


bre de 1681. —Hist. de Bossuet , lib. VI, n. 3, t.. II , P.
-117-
un modo mas general y mas enérgico: « El que reune al
pueblo le conmueve:» máxima general que solo aplico al
caso presente con las modificaciones que la justicia y
hasta el respeto exigen; pero máxima por lo demas en-
yo espíritu es incontestable.
En el &den moral y en el &den físico las leyes de
la fermentacion son las mismas : dimana del contacto,
y es proporcionada á las masas que fermentan. Reunase
a hombres agitados de una pasion cualquiera : no tar-
dará en apoderarse de ellos el calor, luego la exaltacion
y á poco el delirio : precisamente como en el círculo
material la fermentacion turbulenta lleva rápidamente
á la ácida y esta á la pútrida. Toda asamblea propende
á experimentar esta ley general , si no contiene los pro-
gresos el frio de la autoridad que se introduce en los
instersticios y paraliza el movimiento. Pongase cualquiera
en el lugar de los obispos de Constanza , agitados par
todas las pasiones de Europa , divididos en naciones,
opuestos ea intereses , fatigados por la tardanza , impa-
cientadas con la contradiccion, separados de los carde-
nales , faltos de centro, y para colmo de desgracia suje-
tos a la i:Illuencia de los soberanos discordes: ¿es tan ex-
traño que instados aquellos obispos del vivisimo deseo de
poner fin al cisma mas deplorable que jamás ha afligido
á la iglesia , y en un siglo en que el compás de las cien-
cias no labia circunscrito aun las ideas como lo han si-
do en nuestros Bias , se dijeran á sí mismos: Nosotros
podrnms restituir la paz á la iglesia y reformarla er#
su cabeza y en sus miembros , sino mandando á esta mis-
ma cabeza: declaremoi pues. que esta obligada á obede-
—ii8—
decernos? Algunos ingenios excelentes de los siglos pos-
teriores no han discurrido mejor. La asamblea se decla-
ró pues en primer lugar concilio ecuménico (1): era ne-
cesario para sacar luego la consecuencia , que toda per-
sona de cualquiera condicion y dignidad, aun la papal
(2), estaba obligada á obedecer al concilio en lo que mi-
raba á la fé y á la extirpacion del cisma (3). »
Pero lo que sigue es graciosisimo: «Nuestro señor
el papa Juan XXII no trasladará de la ciudad de Cong.
tanza la corte de Roma ni á sus oficiales, ni los obligará
directa ni indirectamente á seguirle sin la deliberacion
y el consentimiento del concilio , sobre todo con respec-
to á los oficios y oficiales cuya ausencia pudiera ser
causa de la disolucion del concilio á perjudicarle (4).»
Asi confiesan los padres que por la sola partida del
,Papa el concilio se disuelve , y para evitar esta desgra-
cia le prohiben marcharse : es decir en otros términos,
que se declaran los superiores del que confiesan ser
superior á ellos. Qué cosa tan chistosa!
La sesion Y no fue mas que una repeticion de la
jV (5).
(1) Corno ciertos estados generales se declararon Assarstr
iys.cioNAL en lo que tocaba á la constitucion y á la extirpacion
de los abusos. Jamás hubo paridad mas exacta.
(2) No se atreven á decir redondamente el Papa.
0) Sess. IV.
(4) Fleury, EH). CII, n.° 175.
(5) Habria infinitas cosas que decir sobre estas dos sesiones,
sobre los manuscritos de Schleestrato, sobre las objeciones de Ar-
batid y de Bossuet, sobre el apoyo que estos manuscritos han encon-
trado en los preciosos descubrimientos hechos en las bibliotecas de
Alemania &c.; pero si yo me engolfara en estos pormenores, me su-
-119-
El mundo católico estaba dividido entonces en tres
partes ú obediencias, cada una de las cuales reconocia á
un Papa diferente. Dos de ellas , la-de Gregorio XII y
Benedicto XIII, no recibieron jamás el decreto de Cons-
tanza promulgado en la sesion IV ; y luego que se reu-
nieron las obediencias, el concilio no se arrogó jamás el
derecho de reformar la iglesia en la cabeza y en sus
miembros con independencia del Papa. Pero habiendo
sido elegido Martino V en la sesion de 30 de octubre de
1117 con una concordia de que no habla ejemplo; el
concilio determinó que el mismo Papa REFORMASE LA
iglesia tanto en la cabeza como en sus miembros, segun
la equidad y el buen gobierno de la iglesia.
El Papa por su parte en la sesion XLV de 22 de
abril de 1118 aprobó todo lo que el concilio habla he-
cho CONCILIARMENTE (lo que repite dos veces) en mate-
ria de (é. Y algunos dial antes por una bula de 10 de
marzo había prohibido las apelaciones de los decretos de
la santa sede que llamó el soberano juez: asi es como el
Papa aprobó el concilio de Constanza.
No ha habido nunca una cosa tan radicalmente nu-
la ni aun tan evidentemente ridícula, como la sesion IV
del consejo de Constanza, que la Providencia y el Papa
convirtieron despues en concilio.
Si ciertas gentes se obstinan en decir : Nosoraos
admitimos la sesion. IV, olvidando del todo que esta pa-
labra nosotros en la iglesia católica es un solecismo si

er-duría nun desgracia que quzsírra CYítar 51 fuese posible: la de


arr 1C1(10.
---
no sv refiere tt todos NOSOTROS, les dejaremos decir , y
en ver de reirnos solamente de la sesion IV, nos reire-
mos tambien de los que no quieren reírse de ella.
En virtud de la fuerza incontestable de las cosas to-
da asamblea que no tiene freno, es desenfrenada: será
mas á menos, mas pronto ó mas tarde; pero la ley es in-
falible. Recordemos las extravagancias de Basilea, don-.
de se vió á siete ú ocho personas , tanto obispos como
abades, declararse superiores al Papa , y destituirle pa-.
ra coronar la obra, declarando á todos los contravento-
res depuestos de sus dignidades , ya fuesen obispos , ar-
zobispos, patriarcas, cardenales, REYES Ó EMPERADORE$.

Estos tristes ejemplos nos manifiestan lo que sucede-


rá siempre en las mismas circunstancias. Nunca podrá
reinar la paz ó restablecerse en la iglesia por la in-
fluencia de una asamblea no presidida. Siempre habrá
que recurrir al soberano pontífice solo á acompañado,
y en favor de su autoridad habla la experiencia general.
Obse • vese que los doctores franceses que se han
creido oblkzados á defender la indefendible sesion del
concilio de Constanza, no dejan jamás de ocuparse es-
crupulosamente con la asercion general dé la superiori-
dad del concilio universal sobre el. Papa , sin explicar
nunca lo que entienden por concilio universal: no se ne-
cesitaria mas para demostrar hasta qué punto se ven
apurados. Fleury va á hablar por todos.
«El concilio de Constanza, dice, asienta la máxima,
enseitada en todó tiempo en Francia (1), que todo Papa
( Despors de cuanto ae ha leido , y sobro todo der.pues de la
deelaracion de 162n, ¿qué nombre daremos á esta asercion?
está sometido al juicio de todo concilio universal en lo
concerniente á la fé (1).»
¡Lastimosa reticencia , indigna de un hombre como
Fleuryi No se trata de saber si el concilio universal es
superior al Papa, sino de si puede haber un concilio uni-
versal sin Papa ó independiente del Papa. Esta es la
cuestion : si cualquiera dijera en Roma que el soberano
pontífice no tiene derecho para abrogar los cánones del
concilio de Trento , seguramente no le quemarian. La
cuestion de que aqui se trata es complexa. Se pregunta:
1. 0 «cuál es la esencia de un concilio universal, y cuáles
«son los caracteres que si se alteran en lo mas mínimo se
«destruye dicha esencia: 2.° si el concilio asi constituido
«es superior al Papa.» Tratar la segunda cuestion dejando
la otra en la obscuridad, y proclamar en alta voz la su-
perioridad del concilio sobre el soberano pontífice sin
saber , sin querer , sin atreverse á decir lo que es un
concilio ecuménico; conviene declararlo francamente, no
solo es un error de simple dialéctica , sino un pecado
contra la probidad.

) Fleury. nutv. epd.r. p. -il.


CAPÍTULO XIII.

DE LOS CÁNONES EN GENERAL Y DE LA


APELACION Á SU AUTORIDAD.

.......n••nn•n•nn••n•

Ademas de que la autoridad del Papa es soberana,


no se sigue que sea superior á las leyes , y que pueda
burlarse de ellas; pero esos hombres que no cesan de ape-
lar del Papa á los cánones, tienen un secreto que cuidan
de ocultar, aunque bajo velos transparentes. La palabra
cánones debe entenderse , segun su teoría , de los cáno-
nes que ellos han hecho ó de los que les agradan. No
se atreven á decir enteramente que si el Papa tuviese por
bien de hacer nuevos cánones , ellos tendrían derecho
de desecharlos ; pero no hay que equivocarse , si no son
esas sus palabras expresas, ese es el sentido.
Toda esa disputa sobre la observancia de los cáno-
nes da lástima. Preguntese al Papa si piensa gobernar
sin regla y burlarse de los cánones, y se horrorizará.
Preguntese á todos los obispos del mundo católico si
creen que las circunstancias extraordinarias no puedan
legitimar las abrogaciones , las excepciones y las dero-
gaciones , y que la soberanía en la iglesia se ha hecho
estéril como una vieja, de modo que haya perdido el de-
recho inherente á toda potestad de producir nuevas le-
yes á medida que las nuevas necesidades lo exigen;
y creerán que el que esto dice se chancea.
No pudiendo pues ningun hombre sensato disputar
á una soberanía cualquiera la potestad de hacer leyes,
de ejecutarlas , de abrogarlas y de dispensar de ellas
cuando las circunstancias lo exigen; y no arrogándose
ninguna soberanía este derecho fuera de dichas circuns-
tancias; pregunto yo : ¿sobre qué recae la disputa
¿Qué quieren decir ciertos teólogos franceses con sus
cánones? Y ¿ qué quiere decir en particular Bossuet
con su gran restriccion, que nos declara á media N oz
como un misterio delicado del gobierno eclesiástico:
«La plenitud de la potestad corresponde á la cátedra
«de S. Pedro; pero nosotros pedimos que su ejercicio
«se arregle á los cánones?»
¿ Cuándo han intentado los papas lo contrario ?
Cuando en materia de gobierno se ha llegado á un pun-
to de perfeccion que no admite mas que los defectos
inseparables de la naturaleza humana ; es necesario sa-
ber detenerse, y no buscar en vanas suposiciones semillas
eternas de desconfianza y de rebelion. Pero como ya he
dicho, Bossuet quería absolutamente contentar su con-
ciencia y á sus oyentes; y bajo este punto de vista el
sermon de la unidad es uno de los mayores esfuerzos
de que hay noticia. Cada línea ha costado una vigilia:
cada palabra está pesada : hasta un artículo puede ser,
segun hemos visto, el resultado de una deliberacion
profunda. La tortura extremada en que se encontraba
el ilustre orador, le impide á veces emplear los térmi-
nos rigorosos que nos hubieran satisfecho, si no hubiera
temido descontentar á otros. Cuando dice por ejemplo:
«En la cátedra de S. Pedro RESIDE la plenitud de la
«potestad apostólica ; pero su ejercicio debe arreglarse
«á los cánones , no sea que elevándose sobre todo des-
«truya ella misma sus propios decretos : asi se entien-
«de el misterio (1.);» perdoneme otra vez la sombra fa-
mosa de aquel grande hombre; pero para mi se hace
mas denso el velo , y lejos de entender el misterio , le
comprendo menos que antes. Nosotros no pedimos una
decision' de moral : sabemos ya hace algun tiempo que
un soberano no puede hacer nada mejor que gobernar
bien. Este misterio no es un gran misterio: tratase de sa-
ber si siendo el soberano poatílice un poder supremo (2),
es por lo mismo legislador en toda la fuerza de la pala-
bra: si ea la con ciencia del ilustre iossuet era capaz aquel
poder de hacerse superior á todo: si el Papa no tiene en
!liman caso el derecho de abrogar ó de modificar un
&Grelo suyo: si hay una potestad en la iglesia que tenga
derecho de juigar si el Papa ha juzgado bien, y cuál es:
finalmente si una iglesia particular puede tener otro
derecho que el de representacion con respecto al sumo
pontífice.
Es verdad que veinte páginas mas adelante cita
Bo.;,suet, sin desaprobarla, esta expresion de Carlo Mag-

( 1) • U ti poco. mas abajo pregunta : ¿ C ampremleis ahora esa


inmortal belle7a de la iglesia cauilica? No, I. S., absolutamente,
á no que V_ I. se digne de añadir algunas palabras.
2) Los pod;-?reÑ supremos ( hablando del Rapa ) quieren ser
instruidos (Serrano sobre la unidad, punto. III 1.
195 —
no: «que aun cuando la iglesia romana impusiera un
«yugo apenas soportable; convendria sufrirle antes que
«romper la comunion (1) con ella.» Pero Bossuet tenia
tantos miramientos con los príncipes, que nada se pue-
de concluir de la especie de aprobacion tácita que da á
este pasaje.
Lo indisputable es que si los obispos reunidos
sin el Papa pueden llamarse iglesia, y atribuirse
otra potestad que la de certificar la persona del Papa
en las ocasiones rarísimas en que pudiera ser dudosa;
no hay ya unidad, y desaparece la iglesia visible.
Por lo demas, á pesar de los artificios infinitos de
una condescendencia sabia y católica, demos gracias á
Bossuet por haber dicho en este famoso discurso que la
potestad del Papa es « una potestad suprema (2) : que
«la iglesia está fundada sobre su autoridad (3: que en
«la cátedra de S. Pedro reside la plenitud de la potestad
«apostólica (1): que cuando el Papa es combatido, todo
«el episcopado (es decir la iglesia) está en peligro (5:
«que siempre hay algo de paternal en la santa sede (6':
«que lo puede todo, aunque todo no sea conveniente (7):
«que desde el origen del cristianismo los papas han be-
«cho SIEMPRE profesion de observar los primeros las le-
( 1) Punto II.
(2) Sermon sobre la cuidad de la iglesia. Obras c14 . Bo‘suet,
t. VII, p. 41.
(3) Ibid. p. 31.
(4) Ibid. p. 14.
(5) Ibid. p. 25.
(6) Ibid. p. 41.
(; ) p 31.
— 126 —
«yes haciéndolas observar (1): que mantienen la unidad
«en todo el cuerpo, ya con inflexibles decretos , ya con
((prudentes temperamentos (2): que todos los obispos
«juntos no tienen mas que una cátedra por la relacion
«esencial que tienen todos con la CÁTEDRA ÚNICA, donde
«estan sentados S. Pedro y sus sucesores ; y que deben
«en consecuencia de esta doctrina obrar todos en el
«espíritu de la unidad católica; de modo que cada obispo
((no diga nada, ni haga nada, ni pienso nada que la igle .
-«siaunverlopdba(3):quelpodr
«á muchos lleva su restriccion en la reparticion, en vez de
«que el poder dado á uno solo y sobre todos y sin excep-
«clon lleva consigo la plenitud (4): que la cátedra eter-
«na no conoce herejía (5): que la fé romana es siempre
«la fé de la iglesia : que la iglesia romana es siempre
«virgen; y que todas las herejías han recibido el primer
«golpe ó el golpe mortal de ella (6): que la señal mas
«evidente de la asistencia que el Espíritu Santo da á el-
«ta madre de las iglesias, es hacerla tan justa y tan mo-
«derada que jamás haya puesto Los EXCESOS entre los
«dogmas (7)-.»
Demos gracias á tossuet y tengamos en cuenta so-
bre todo lo que ha evitado; pero sin olvidar que mien-
tras no hablemos mas claro que él lo hizo en este dis-
Sermou sobre la unidad, p. 32.
Ibid. 29'.
Ibid. p. Iti.
Ibid. p. 14.
Ibid. p.
Ibid. p. 10..
Ibid. p. 42.
4~.• 1 97
curso, la unidad que recomendó y celebró con tanta elo-
cuencia, se pierde por lo vago de sus expresiones, y no
fija la creencia.
Leibnitz, el mas grande de los protestantes y quizá
a hombre mas grande en el órden científico , objetaba
al mismo Bossuet en 1690 «que aun no se habia po-
«dido convenir en la iglesia romana acerca del verda-
«dero sujeto ó del asiento radical de la infalibilidad, po-
niéndola unos en el Papa, y otros en el concilio, aun-
«que sin el Papa &c. (1).»
Tal es el resultado del sistema fatal adoptado por al-
gunos teólogos acerca de los concilios, y fundado princi-
palmente en un hecho único mal entendido y mal ex-
plicado, precisamente porque es único. Exponen el dog-
ma capital de la infalibilidad ocultando el foco donde
hay que buscarla.

(1) Vea se su correspondencia ron Boaamet.


CAPITULO XIV.

EXAMEN DE UNA DIFICULTAD PARTICULAR


QUE SE SUSCITA CONTRA LAS DECISIONES
DE LOS PAPAS.

Las decisiones doctrinales'de los papas siempre han


hecho fé en la iglesia. No pudiendo negar este hecho
los adversarios de la supremacía pontificia, han procu-
radoá lo menos explicarla en su sentido, sosteniendo
que estas decisiones han traido su fuerza del consenti-
miento de la iglesia; y para probarlo hacen la observa-
cion que á veces antes de ser admitidas han sido exa-
minadas en los concilios con conocimiento de causa:
Bossuet en particular ha hecho un esfuerzo de racio-
cinio y de erudicion para sacar todo el partido posible
de esta consideracion.
En efecto es bastante plausible este paralo g ismo.
«Supuesto que el concilio ha ordenado el exámen pre-
«vio de una constitucion del Papa, es prueba que no la
«miraba como decisiva.» Conviene aclarar esta difi-
cultad,
La mayor parte de los escritores franceses, sobre todo
desde que se ha apoderado de los ánimos la mania de las
- 129 —
constituciones, parten aun sin echarlo de ver de la su-
posicion de una ley imaginaria anterior á todos los he-
chos y que los ha dirigido; de manera que si el Papa
por ejemplo es soberano en la iglesia, todos los actos de
la historia eclesiástica deben atestiguarlo plegándose uni-
formemente y sin esfuerzo á esta suposicion , y que en
la contraria todos los hechos deben del mismo modo
contradecir la soberanía.
Pero no hay nada tan falso como esta suposicion:
las cosas no van asi, y jamás ha resultado ninguna ins-.
titucion importante de una ley : cuanto mas grande es,
menos escribe. Formase ella misma por la conspiracion
de mil agentes, que casi siempre ignoran lo que hacen;
de modo que á veces tienen trazas de no corsocerel dere-
cho que establecen. La institucion vegeta asi insensi-
blemente en el curso de los siglos: crrscit occulto velut
arbor cevo es la divisa eterna de toda gran creacion po-
lítica ó religiosa. ¿Tenia S. Pedro un conocimiento dis-
tinto de la extension de su prerogativa y de las cues-
tiones que originaria en lo venidero? Lo ignoro. Cuan-
clo de una sabia discusion entablada para exa-
minar una cuestion muy importante en aquel entonce s ,
tomaba el primero la palabra en el concilio de Jerusa-
len, y calló toda la multitud (1) , pues aun Santiago solo
habló desde su cátedra patriarcal para confirmar lo que
fu i jefe de los apóstoles acababa de decidir; ¿obraba San

Pedro con un conocimiento claro y distinto de su pre-


rogativa ó en virtud de él, ú bien al inventar aquel
testimonio magnífico para su caracter ku procedia sir!o
( 1) Actos, XV, 12.
T. 3.
--130 —
por un movimiento interior separado de toda contem-
placion racional? Lo ignoro tambien.
Pudieran entablarse en teoría general cuestiones
curiosas; pero yo temeria meterme en sutilezas: es me-
jor atenerse á las ideas sencillas y puramente prácticas.
La autoridad del Papa en la iglesia relativamente á
las cuestiones dogmáticas ha llevado siempre el sello de
una prudencia suma: no se ha mostrado jamás precipi-
tada, altanera, insultante ni despótica, oído constan-
temente á todo el mundo, aun á los rebelados cuando han
querido defenderse. ¿Por qué pues habia de oponerse al
examen de una decision suya en un concilio general?
Este examen se funda únicamente en la condescenden-
cia de los papas que siempre lo han entendido así. No
se probará nunca que los concilios hayan tornado cono-
cimiento, como jueces propiamente dichos, de las decisio-
nes dogmáticas de los papas, arrogándose así el derecho
de aprobarlas ó desecharlas.
Un ejemplo admirable de esta teorta se saca del
concilio de Calcedonia tantas veces citado. El Papa per-
mitió que su carta se examinase en él; pero jamás sos-
tuvo con mas solemnidad la irreformabilidad de sus de-
cisiones dogmáticas.
Para que los hechos fuesen contrarios á esta teoría,
es decir á la suposicion de pura condescendencia, seria
preciso, como lo saben los jurisconsultos en especial, que
hubiese á un tiempo contradiccion de parte de los pa-
pas y fallo de parte de los concilios; lo que no ha su-
cedido jamás.
Pero lo que hay que notar bien es que los teólogos
- 131 -
franceses son los hombres á quienes convendría menos
desechar esta distincion.
Nadie ha hecho valer mas que ellos el derecho de
los obispos á recibir las decisiones dogmáticas de la san-
ta sede con conocimiento de causa y como jueces de la
[é (1). Sin embargo p ingan obispo galicano se arroga-
ría el derecho de declarar falsa y desechar como tal
una decision dogmática del santo padre , porque sabe
que este juicio seria un crimen y hasta una ridiculez.
Hay pues algo entre la obediencia puramente pasiva
que registra una ley en silencio, y la superioridad que la
examina con facultad de desecharla. En este medio en-
contrarán los escritores galicanos la solucion de una di-
ficultad que ha metido mucho ruido; pero que se re-
duce á nada cuando se considera de cerca. Los conci-
lios generales pueden examinar los decretos dogmáti-
cos de los papas sin duda, para penetrar su sentido, para
enterarse de ellos y enterar á los-demas, para confron_
tarlos con la Escritura, con la tradicion y con los con-
cilios anteriores, para responder á las objeciones , para
hacer dichas decisiones satisfactorias, plausibles, i-
dentes á la obstinacion que las rechaza, en una palabra
para juzgarlas como la iglesia galicana juzga una cous-
titucion dogmática del Papa antes de aceptarla.
¿Tiene el derecho de juzgar uno de estos decreto,
en toda la fuerza de la palabra, es decir, de aceptarle
ó desecharle y aun de declararle herético si por acaso

( 1) Este de7eclio se ejerció en la causa Fenelon cuí, una


pompa sumamente divettída.
-132—
lo es? La iglesia galicana responderá que NO , porque
al fin el primero de sus atributos es la sensatez (1).
Pero si no tiene derecho de juzgar, ¿ á qué viene
el discutir? ¿ No vale mas aceptar humildemente y sin
previo examen una determinacion que no puede con-
tradecir ? Responderá tambien que NO , y querrá con-.
firmar examinando. Pues bien que no nos diga ya que
las decisiones dogmáticas de los soberanos pontilices,
pronunciadas ex eathedrá, no tienen apelacion, supues-
to que ciertos concilios han examinado algunas antes de
convertirlas en cáthnes.
Cuando á principios del siglo último pedía Leibnitz
4:o rno preliminar indispensable correspondiéndose con
ilossuet sobre la gran cuestion de la reunion de las igle-
sias, que el concilio de ' Trento fuese declarado no ecu-

(1) Bercastel sin embargo en su Historia eclesiástica ha encon-


trado un medio muy ingenioso de contentar ¿í los ob is pos, y conferir-
les facultad para juzgar al Papa. El juicio de los obispos, dice, n»
recae sobre el juicio del Pupa sino sobre /al materias que ha juz-
gado; de manera quesi el sumo pontífice ha decidido por ejem-
plo que tal proposicion es escandalosa y herética , los obispos
franceses no pueden decir que ha errado ( netas): solo pueden
decir que la proposicion es edificante y ortodoxa.
(c Los obispos, continua el mismo escritor, consultan las mismas
reglas que el Papa, la Escritura, la tradicion y especialmente la
tradicion de sus propias iglesias, á fin de examinar y fallar, segun
ta medida de autoridad que han recibido de Jesucristo , si la doc-
Irina propuesta es conformé ó contraria á aquellas. Hist. de la igl.
torna . XXIV , p. 93, citada por el Sr. de Barra!, tí.° 31, p. 305). ►
Esta teoría (le Bercastel dejaria campo abierto para hacer se-
veras raexiones si no se supiera que era un inocente artificio de
su estimable autor•para eludir la censura de los parlamentos, y
conseguir que pasara el resto.
----133 —
nténico ; Bossuet justamente inflexible en este punto le
declara con todo que para facilitar la grande obra se
pueden ventilar otra vez por via de explicaeion, las ma-
terias tratadas en el concilio. No hay pues que extrañar
que los papas hayan permitido alguna vez que se exa-
minasen sus decisiones por vid de explicacion.
El cardenal Orsi le arguye sin réplica á mi parecer
sobre esíe punto.
«Los griegos, dice empezando por la exposicion
los hechos, nos acusaban de haber decidido la cuestion
sin ellos, y apelaban á un concilio general. A esto les
decia el papa Eugenio: Os propongo que elijais uno de
estos cuatro partidos: 1.° ¿Estas convencidos con («lag
las autoridades que os hemos citado. que et Espíritu San
lo procede del Padre y del Hijo? La cuestion está termina
da. 2.° Si no estais convencidos, decidnos de qué parle os
parece debil la prueba , á fin de que podarnos nosotros
aumentar las nuestras , y llevar la de este dogma hasta
la evidencia. 3.° Si teneis por vuestra parte textos farora
bles á vuestra opinion , citadlos. I." Si todo esto no
basta, recurramos á un concilio general. Juremos todos.
griegos y latinos, decir libremente la verdad , y atener-
nos á lo que parezca cierto á los mas (1).
Dice pues Orsi á Bossuet : O convenid en que rl
« concilio dt Leon ( el mas general de todos los concilios
« generales) no fue ecuménico, ó convenid en que el

( 1 ) Jusjura • dum demus, pariter ac graici....ProferatfIr


liberé veritas per juramentum, et quod pluribus vidtbitur, ho:
cmplectemur et nos el vos.
-134
«exámen de las cartas de los papas hecho en un conci-
dio no prueba nada contra la infalibilidad , supuesto
«que se consintió en examinar otra vez , y en efecto se
«examinó en el concilio de Florencia la misma cuestion
«decidida en el de Leon (1). »
Yo no sé lo que podria responder la buena fé á lo
que acaba de leerse: en cuanto al espíritu contencioso
no hay razonamiento que pueda vencerle: esperemos
que quiera pensar sobre los concilios como los concilios.

(1) Jos. August. Orsi. De irreform. rom. pontific. in definien-


dis fidei controversiis judicio. Ron r x , 17 72 , 3 tomos en 4.°, t. 1,
lib. I, c. XXXVII , art. 1, p. 81.
Tambien se ha visto con mucha frecuencia en la iglesia que
los obispos de una iglesia nacional y au n los particulares confirma-
]) in los decretos de los concilios generales. Orsi cita algunos ejem-
plos sacados de los concilios generales IV, V y VE ( Ibid. lib.
c. , art. cii'. p. 104).
-135 ---

C A P Í TU L O XV.

INFALIBILIDAD DE HECHO.

Si del derecho pasamos á los hechos que son la pie-


dra de toque de aquel ; no podemos menos de convenir.
en que la cátedra de S. Pedro , considerada en la cer-
tidumbre de sus decisiones , es un fenómeno natural-
mente incomprensible. Respondiendo como han respon-
dido á toda la tierra de diez y ocho siglos acá, cuántas
veces han errado incontestablemente los papas ? Nunca.
Se les oponen argumentos capciosos, pero jamás se puede
probar nada decisivo.
Entre los protestantes y aun en Francia , como lo
he observado muchas veces, se ha exagerado la idea
de la infalibilidad hasta el punto de hacer un espantajo
ridículo : asi es muy esencial concebirla de una manera
precisa y enteramente circunscrita.
Los defensores de este gran privilegio dicen, y no
dicen nada de mas, que el soberano pontífice cuando ha-
bla libremente f" 1) á la iglesia y ex cathedra en tér-

( Por la palabra libremente entíendu que Di los torrner ► .


136

trinos de escuela , no ha errado ni errará jamás en pun-


to á la fé.
Por lo que ha pasado hasta ahora, no veo que se
haya refutado esta proposicion. Todo lo que se ha dicho
contra los papas para probar que han errado, ú no tie-
ne fandarnento sólido, ú sale evidentemente del círculo
que acabo de trazar.
La crítica que se ha entretenido en contar las
faltas de los papas, no pierde un minuto en la historia
er lesiástica , supuesto que se remonta hasta S. Pedro.
Por él comienza su catálogo; y aunque la falta del
príncipe de los apóstoles sea un hecho enteramente aje-
no de la cuestion, no deja por eso de citarse en todos los
libros de la oposicion como la primera prueba de la fa-
libilidad del soberano pontífice. Citaré sobre este punto
( un escritor , el último, si no me equivoco, de los
obispos, franceses que han escrito contra la gran prero -
gativa de la santa sede (1). Tenia que rechazar el testi-
monio solemne y embarazoso del clero de Francia, que
declaraba en 1626 « que la infalibilidad ha subsisti-
«do siempre firme é incontrastable en los sucesores de
«S. Pedro.» Para salir de esta dificultad hé aqui cómo
se compuso el sabio prelado: La indefectibilidad , dice,

tos, ni la persecucion , ni la violencia ba¡o cnnIgniera forma


haya podido privar al soberano pontitice de la libertad de ííni-
nin que debe acompañar á sus decisiones.
(1) Defensa" de las libertades de la galicana y de
:isdii•iblea del clero de Francia celebrada en 1632. Paris 1:'1
en 4.°, por el difunto arzobispo de Tours Luis Matias de Por-

ral : p. 327 , 328 y 329.


37
ó la infalibilidad que ha subsistido basta hoy firme e
incontrastable en los sucesores de S. Pedro, no es sin
duda de otra naturaleza que la que se otorgó al jefe
de los apóstoles en virtud de la súplica de Jesuct isto : es
asi que los sucesos han probado que la indefectibilidad
la infalibilidad de la fé no le preservaba de una caida;
luego &c.» Y mas abajo añade : « Se exageran falsa-
mente los efectos de la intercesion de Jesucristo que fue
la prenda de la estabilidad de la fé de Pedro , sin evi-
tar sin embargo su caida humillante y prevista.»
Asi tenemos teólogos y hasta obispos ( no cito
mas que uno para ejemplo), que afirman ó suponen á lo
menos sin la menor duda que la iglesia católica estaba
fundada, y que S. Pedro era sumo pontífice antes de
la muerte del Salvador.
Sin embargo ellos habian leido lo mismo que noso-
tros que « donde hay un testamento es necesario que
«medie la muerte del testador , porque el testamento
«se confirma en los muertos, no teniendo fuerza
«mientras el testador vive (1). »
No podían menos de saber que la iglesia nació en
el cenáculo , y que antes de la venida del Espíritu San-
to no había iglesia.
Hablan leido el grande oráculo: « os conviene que
yo me vaya, porque si no me voy , el consolador no ven-
drá á vosotros; pero si me voy os le enviaré. Cuando este
espíritu de verdad haya venido, dará testimonio de mí, y
vosotros tarnbien le dareis (2).))
( ) IIebr TX. y. 16 y 17.
( ') «loan. IVI, 7, XV, 2ti y 27.
-138 —
Así antes de esta mision solemne no habia iglesia,
ni soberano pontífice, ni aun apostolado propiamente
dicho: todo estaba en gérmen, en potencia , en espec-
tativa , y en este estado los mismos heraldos de la ver-
dad no manifestaban todavía mas que ignorancia y de-
bilidad.
Nicole ha recordado esta verdad en su catecismo
razonado: « Antes de recibir el Espíritu Santo el dia de
Pentecostes, dice, los apóstoles parecian débiles en la
fé, tímidos con respecto á los hombres &c. Pero des-
pues de Pentecostes, ya no se ve en ellos sino confianza,
alegria en los padecimientos &c. (1)..»
Acaba de oírse la verdad que habla: ahora va á tro-
nar: «¿No fue un prodigio asombrosísimo ver álos após-
toles en el momento que recibieron el Espíritu Santo,
tan penetrados de las luces de Dios, como ignorantes y
llenos de errores habian estado hasta entonces y
mientras que no tuvieron otro maestro que-Jesucristo?
¡O misterio adorable é impenetrables Vosotros lo sabeis;
Jesucristo, con ser Dios , no habla bastado , á lo que
parece , para hacerles entender esta doctrina celestial
que habia venido á difundir en la tierra..... et ipsi nihil
horum intellexerunt (2). Y ¿por qué? Porque no habian
recibido aun el Espíritu Santo, y todas aquellas verda-
des eran de las que solo el espíritu de Dios puede en-
señar. Pero en el instante mismo que les fue dado el
Espíritu Santo, las verdades que les hablan parecido
(1) Nicol. teológ. y moral sobre las sacrameuto g , París
1713, tomo 1. De la confes., c. pi. 87.
(2) Luc. XVIII, 34.
--139 —
tan increibles se descubren á ellos &c. (1).» Es decir, se
abre el testamento, y comienza la iglesia.
Si he insistido sobre esta miserable objecion es
porque se ofrece la primera , y porque sirve admira-
blemente para poner de manifiesto el espíritu con que
los adversarios de la gran prerogativa han entrado en
esta discusion. Es un espíritu de disputa que se muere
por tener razon; sentimiento muy natural en cualquie-
ra disidente, pero enteramente inexplicable en el ca-
tólico.
El plan de mi obra no me permite examinar uno
por uno los supuestos errores imputados á los Papas,
mucho mas cuando está dicho todo lo que hay que de-
cir en la materia: solo tocaré dos puntos que se han
discutido acaloradamente, y que me parecen capaces
de algunas aclaraciones nuevas: lo demas no merece la
honra de ser citado.
Los doctores italianos han observado que Bossuet,
que en su Defensa de la declaracion (2) había argumenta-
do primero como todos los demas acerca de la caida del
papa Liberio para probar la primordial de las cuatro
proposiciones, suprimió él mismo todo el capítulo re-
lativo á aquella, corno puede verse en la edicion de 1715.
Ahora no me hallo en estado de comprobar la cosa; pero
no tengo el menor motivo para desconfiar de mis auto-
res ; y ademas la nueva historia de Bossuet no deja

(1) Bourdaloue, sermon de Pentecestes, parte I, sobre el texto:


.P,R Ieti sutil omnes Spiritu Sancto. )Iiat. t. 1.
(2) Lib. IX, c. XXXIV.
140
ninguna duda del arrepentimiento de este grande
hombre.
En ella se lee que estando un dia IV ►‘,suet en Intima
conversacion coa el abad Ledieu le decia : He ra-
yado de mi tratado de la potestad eclesiástica todo lo que
concierne al papa Liberio , POR NO PROBAR BIEN LO
QUE YO QUERIA DEMOSTRAR EN AQUEL LUGAR (1).
Gran desgracia era para Bossuet tener que retrac-
tarse en tal punto ; pero veia que no podia sostenerse el
argumento sacado de Liberio; y tan cierto es esto, que los
ceaturiadores de Magdehurgo no se han atrevido á con-
denar á este Papa, y aun le han absuelto. «tiberio,
dice S. Atanasio citado literalmente por los centuriado-
res, vencido por los padecimientos de un destierro de
dos arios y por la amenaza del suplicio , suscribió al fin
la sentencia que se le exigia; pero todo lo hizo la violen-
cia, y la aversion de Liberio á la herejía no es dudosa
como tampoco su opinion en favor de Atanasio ; sentir
que hubiera manifestado á haber estado libre (2).»
S. Atanasio concluye con esta frase natable : cELa
«violencia prueba bien la voluntad del que hace tem-
«hlar; pero de ningun modo la del que tiembla (3);»
máxima decisiva en este caso.

(1) Torno U, doeum justifie. cid lib. TV, p. 390.


(2) Liberiorn post exactom in, exilio bienniurn inflextrn ininís-
que mortis ad subseriptionern contra A tbartasium inclueturn
fuiste..... Ven:ira illud ipsum et contra vioientiarn et Liberii
limresim orlen m ,et suum pr g Atlianasio suffragium dim !i-
beros effectus Itaberet, satis eoarquit.
(3) 9o k cnint per tormenta contra priorem itcs senteutiam
—MI
Los centuriadores citan con la misma exactitud á
otros escritorres que se muestran menos favorables á
Liberio, sin negar por eso los padecimientos da destierro.
Pero los historiadores de Magdeburgo se inclinan evi-
dentemente á la opinion de S. Atanasio. «Parece, dicen,
«que todo lo que se ha contado de la suscripcion de ti-
«belio, no recae de ningun modo sobre el dogma arria-
«no , sino solamente sobre la condenacion de Atanasio
e(1). Que su lengua haya pronunciado en este caso mas
«bien que su conciencia, como dijo Cíceron en una ocasion
«semejante , eso es lo que no parece dudoso. Lo cierto
&es que Liberio no cesó de profesar la fé de Nicea (2).»
¡Qué espectáculo ! ¡ Bossuet acusando á de un Pa-
pa disculpando por la flor del calvinismo! ¿Quién po-
dría dejar de aplaudir los sentimientos que confiaba á
su secretario?
No permitiendo el plan de mi obra entrar en por-
menores, me abstengo de examinar si el pasaje de
S. Atanasio que acabo de citar, es sospechoso en algu-
nos puntos: si la caida de Liberio puede negarse lisa y

extorta sont l. eo jan) non mettientium, sed cogentium voluutates


babendat sunt.
(1) Quanquam hac de suscriptione in Athanasium ad (iara
Libcrius impulsos sir, non de consens,i in dogmate eum ariariis Bi-
ci videntur.
(2) Linguá cum snperscripsisse magis quám mente, quod de ju-
ramento cujusdarn Cicero dixit omniuu videtur, qüemadmodurn
et Athanasius con] excusavit. Constantem cerré in professione fi-
dei nicrenm mansisse (Certurim ecclesiasticx histories per
aliquos studiosos et pios víros in urbe Magdebtirgicti et Basilez
per Joannem Oporinum, 1562.. Cent. IV,. c. r: 1181
llanamente como un hecho finjido (I): si en la suposi-
don contraria Liberio suscribió la primera ó la segur da
formula de Sirmio. Me limitaré á citar algunas lineas
del docto arzobispo Mansi , colector de los concilios,
que probarán tal vez á ciertos hombres preocupados
que hay alguna sensatez en las extremidades de la Italia.
« Supongamos que Liberio hubiese suscrito formal-
mente el arrianismo (lo que no concede); ¿habló en
esta ocasion como Papa , ex cathedrá? ¿Qué concilios
congregó antes para examinar la cuestion? Si no los
convocó, ¿qué doctores llamó á sí? ¿Qué congregacio-
nes instituyó para definir el dogma? ¿Qué rogativas
públicas y solemnes prescribió para invocar la asisten-
cia del Espíritu Santo? Si no cumplió con estas dili-
gencias preliminares, no enseñó como maestro y doctor
de todos los fieles. Nosotros cesamos, y sépalo bien
Bossuet , cesamos de reconocer como infalible al pontí-
fice romano (2).»
Orsi es todavía mas preciso y exigente (3). Una
multitud de testimonios semejantes aparecen en los

(1) Algunos sabios han creído que podían sostener esta opi-
nion. Vease Dissert. acerca del Papa Liberio, en la que se hace
ver que no cayó. Paris 1726, en 12. Francisci Antonii Zacchari
P. S. Dissertatio de commentitio Liberii lapsi. In thes. theolog.
Ven. 1;92, en 4.°, t. II, p. 580 y sig.
(2) Sed ita non egit: non definivit ex cathedrá: non docuit
tanquam omnium fidelium tnagister ac doctor. 13bi veré ita non
se gerat, sciat Bossuct romanurn pontificern infallibilein á uobis
non agnosci. Véase la nota de Illansi en la obra citada ; p. 568.
(3) Orsi; t. 1, lib. III, c. XXVI, p. 118.
-143 —
libros italianos, sed grcecis incognita qui sua lantürn
mirantur.
El único Papa que puede originar dudas legítimas,
menos por sus yerros que por la condenacion que su-
frió, es Honorio. Pero ¿qué significa la condenacion de
un hombre y de un soberano pontífice pronunciada á
los 42 años de su muerte? Uno de esos desgraciados
sofistas que solían deshonrar el trono patriarcal de
Constantinopla , un azote de la iglesia y de la sana ra-
ron, Sergio en una palabra, patriarca de Constantino-
pla, discurrió preguntar á principio del siglo VII si en
Jesucristo habla dos voluntades. Decidido él por la ne-
gativa, consultó al papa Honorio en palabras ambiguas.
El Papa que no descubrió el lazo, creyó que se trata-
ba de dos voluntades humanas, es decir , de las dos le-
yes que afligen á nuestra infeliz naturaleza , y de que
ciertamente estaba del todo libre el Salvador. Honorio
ademas, traspasando quizá las máximas generales de la
santa sede, que teme sobre todo las cuestiones nuevas
y las decisiones precipitadas, deseaba que no se hablara
de dos voluntades, y escribió en este sentido á Sergio,
en lo cual pudo cometer un error que se llamaria ad-
ministrativo, porque si faltó en esta ocasion , fue á las
leyes del gobierno y de la prudencia. Calculó mal si se
quiere: no vió las consecuencias funestas de los medios
ezonómicos que creyó podia emplear ; pero en todo es-
to no se nota ninguna derogacion del dogma , ningun
error teológico. Que Honorio entendió la cuestion en el
sentido supuesto , se demuestra primero con el testimo-
nio expreso é irrecusable del hombre mismo de cuya
--144 --
pluma se había valido para escribir su carta á Sergio;
quiero decir del abad Juan Syrnpon , el cual tres años
despues de la muerte de Honorio escribia al emperador
Constantino , hijo de Heraclio: «Cuando hablamos de
una sola voluntad en el Señor , no teniamos presentes
s-us dos naturalezas, sino su humanidad sola. En efecto
habiendo sostenido Sergio que en Jesucristo habia dos
voluntades contrarias , dijimos que no se podian recono-
cer en él dichas dos voluntades, á saber , la de la carne
y la del espíritu , como nosotros las tenemos desde el pe-
cado (1).»
Y ¿qué cosa hay mas decisiva que estas palabras
del mismo Honorio citadas por S. Máximo: «No hay
mas que una voluntad en Jesucristo, supuesto que sin
duda la divinidad se habia revestido de nuestra natura-
leza, pero no de nuestro pecado, y que así le eran ex-
traños todos los pensamientos carnales (2).»
Si las cartas de Honorio hubieran contenido real-
mente el veneno del monotelismo; ¿cómo puede figu-
rarse nadie que Sergio, que ya habia tomado su reso-
lucion, no se hubiese apresurado á publicarlas por todos
los medios imaginables? Sin embargo no lo hizo; al
contrario ocultó las cartas ó carta de Honorio mientras

(1) Vease Car. Sarda.gna Theolog. dogm. polem. en 8.° 1810:


t. I , controv. IX, in append. de Honorio', n. Q 305 , p. 293.
(2) Quia profecto á clivinitate asstimpta est natura riostra non
culpa absque carnalibus voluntatibus. (Extracto de la cada
de S. Máximo ad Marinuin presbyterum. Vease á Jac. Syrmon-
di, soc. Jesu presb., opera varia, en folio, imprenta real , Paris.
1393: t. II I, p. 481).
5
145-
sivió este , que fueron dos años ootese bien? Pero in-
mediatamente despees de la muerte del pontífice acae-
cida en 638, el patriarca de Constantinopla no se contu-
vo y publicó su exposición ó ectesis tan famosa en la
historia eclesiástica de aquella época; con todo no citó
las cartas de Honorio; lo que tambien es Muy notable.
En los cuarenta y dos años siguientes á la muerte (1('
este los monotelitas no hablaron jamás de la segunda de
dichas cartas: Como que no estaba hecha. Aun Pirro en
la célebre disputa con S. Máximo no se atreve á soste-
ner que «Honorio hubiese Jmpuestd silencio sobre
«una ó dos operaciones:» limitase á decir vagamente que
«aquel Papa habla aprobado el sentir de Sergio sobre
«una voluntad única.» Disculpándose el emperador He-
raclio con el papa Juan IV el año 611 por la parte que
habia tomado en la cuestion del monotelismo, guarda
tambien silenció acerca de las cartas, así. como el empe-
rador Constante II en su apolojía dirigida en 619 al pa-
pa Martin con motivo del tipo, otra locura imperial de
entonces. Pues ¿cómo puede ere' erse que en estas discu-
siones y en tantas otras de la misma naturaleza no sé
hubiera apelada públicamente á las decisiones de ilono-
rio, si entonces se hubieran considerado como inficio-:
nadas de la herejía monotélica ?
Afiadase que si este pontífice hubiera callado dés-
pues que Sergio se declaró, podría sin duda argüirse
de este silencio y mirarle corno un comentario culpable
(le sus cartas; pero al contrario mientras vivió no cesó
de clamar contra Sergio, de amenazarle y de conde..
liarle. S. Máximo de Constantinopla es tambien un tes-
T. :)3 !'
- 146
tigo ilustre en este hecho interesante. « Debe reirse uno,
«dice, ó mas bien debe llorar á vista de esos desgraciados
“ (Sergio y Pirro), que se atreven á citar supuestas deci-
«siones favorables Á LA IMPÍA ECTESIS, intentan colocar
«en sus filas al gran Honorio, y se adornan á los ojos del
«mundo con la autoridad de un hombre eminente en la
«causa de la religion ¿Quién pues ha podido inspirar
«tanta audacia á esos falsarios? ¿Qué hombre piadoso y
«ortodoxo, qué obispo, qué iglesia no los ha conjurado á
«que abandonen la herejía? Pero sobre todo ¿qué no ha
«hecho el DIVINO -Honorio? (1).» Hay que confesar que
era un hereje singular.
El papa S. Martin que murió en el año 635, decía
Cambien en su carta á Arnaud de Utrecht: «La santa se-
«de no ha cesado de exhortarlos (á Sergio y Pirro), de
«advertirlos, de reprenderlos, y de amenazarlos para
«traerlos á la verdad, á la que habían hecho traicion (2).»

( 1) Qum bos ( monothelitas) non rogavit ecclesia etc quid


antera et DIVINUS Bonorius ( S. Max. Mart. cpist. ad Pctrurn
illustrem apud Syrm. ubi supra, p. 489).
Es necesaria mucha atencion para leer esta carta que solo te-
nemos traducida en latir, por un griego que no le sabia. No solo
la frase latina es confusa, sino que ademas el traductor se torna la
libertad de inventar palabras para salir de la dificultad, corno por
ejemplo en esta frase: iVec adversús apostolicarn sedera mendri
vitati
pi t sunt, donde el verbo pigritari está indudablemente pues-
to para expresar la palabra griega oxvw.r, cuyo equivalente latino
no ocurra al traductor. Probablemente ignoraba plg •or que es
latino: pigritor ó pigrito es de la baja latinidad (De Imite Chris ti,
lib. I, cap. XXV, n." 8).
(2) Job. Domin. sac. cono', nov. et ampliss.
tio. Florentia3 1764 en folio, tomo X, p. 1186.
— 147
Ahora bien la cronulogía prueba que aqui no Fe
puede tratar sino de lionorio, porque Sergio le sobrevi-
lió solo dos meses, y la silla pontifical vacó diez y nueve
despees de la muerte de Honorio.
Antes de escribir al Papa decia Sergio á Ciro de
Alejandría que «por el bien de la paz parecía útil
«guardar silencio acerca de las dos voluntades, á causa
«del peligro alternativo de destruir el dogma de las dos
«naturalezas, suponiendo una sola voluntad, á estable-
«cer dos voluntades opuestas en Jesucristo si se profesa-
«ban dos voluntades (1).»
Pero ¿ dónde estaría la contradiccion á no tratarse
de dos voluntades humanas? Parece pues evidente que
la cuestion se habia trabado al principio sobre la volun-;
lad humana, y que solo se trataba de saber si al reyes_
tirse el Salvador de nuestra naturaleza se habia someti-
do á estas dos leyes, que son la pena del primer pecado
y el tormento de nuestra vida.
En estas materias tan elevadas y tan sutiles las
ideas se tocan y se confunden fácilmente si uno no está
sobre sí. Preguntase por ejemplo sin ninguna explica-
cion si hay dos voluntades en Jesucristo. Es claro que el
católico puede responder si ó no sin dejar de ser orto-
doxo. Si, considerando las dos naturalezas unidas sin
eonfusion : no, considerando nada mas que la naturaleza

( 1) Estas son las propias palabras de Sergio en 811 CR-rta á Ho-


Porio A pud Petrum Balit ri urn de vi ac rak íone primates stim_
tilorwrn pont 'diem ') etc. Veroim i 1766 , en 4.° c. XV, Inínhero 35,
r. 30:1).
mar I8
humana exenta por su augusta asociacion, de las dos
leyes que nos degradan: no., si se trata únicamente de
excluir las dos voluntades humanas: si , si se quieren
confesar las dos naturalezas del hombre Dios.
Así la palabra monotelismo en sí misma DO expre-
sa una herejía: es menester explicarse y demostrar cuál
es el objeto de la palabra : si se refiere á la humanidad
del Salvador, es legítima:si se dirige á la persona teán-
drica, es heterodoxa.
Reflexionando uno sobre las palabras de Sergio ta-
les como acaban de leerse, se siente inclinado á creer
que semejante en esto á todos los herejes no parcia de un
punto fijo y que no tenia ideas claras, aunque el calor
de la disputa las hizo luego mas precisas y determinadas.
Esta misma confusion de ideas que se observa en el
escrito de Sergio, se apoderó del entendimiento del Pa-
pa que no estaba preparado: estremecióse al vislumbrar
aun de un modo confuso el partido que el espíritu grie-
go iba á sacar de esta cuestion para conmover de nuevo
la iglesia. Sin intentar disculparle enteramente, supues-
to que grandes teólogos juzgan que no tuvo razon
en emplear una prudencia demasiado política en esta
ocasion, confieso sin embargo que no me admiro mu-
cho de que tratara de sofocar esta disputa en su origen.
Sea como quiera, una vez que Ilonorio decia solem-
nemente á Sergio en su segunda carta exhibida en el
concilio vi: «guardaos bien de publicar que yo he deci-
dido nada sobre una ó dos voluntades (1); » ¿cómo puede

(1) Non nos oportet unam vel dung operatianes detinientes


149 —
tratarse del error de Honorio que no decidió nada ?
parece que para errar hay que afirmar.
Desgraciadamente su prudencia le engañó mas de lo
que se hubiera atrevido á imaginar. Emponzoñándose
cada dia mas la cuestion á medida que se extendía la
herejía, se empezó á hablar mal de Honorio y de sus
cartas. Por fin á los 42 años de su muerte fueron
presentadas en las sesiones mí y xm del concilio vI, y
sin ninguna diligencia preliminar ni defensa previa Hono-
río fue anatematizado, á lo menos segun consta de las
actas como han llegado á nosotros. Sin embargo cuan-,
do un tribunal condena á muerte á un hombre, es
costumbre que diga por qué. Si Honorio hubiese
vivido en la época del concilio vi; le hubieran citado,
hubiera comparecido, y expuesto en su favor las razones
que nosotros empleamos hoy, y otras muchas que la
malicia del tiempo y la de los hombres han suprimido.....
Pero ¿qué digo? hubiera ido á presidir en persona el
concilio, y hubiera dicho á los obispos tan deseosos de
vengar en un pontífice romano las manchas horribles
do la silla patriarcal de Constantinopla: «Hermanos
«rnios, sin duda Dios os abandona, pues que osais juz-
«pr á la cabeza de la iglesia, que fue puesta para
«juzgaros á vosotros mismos. No necesito de vuestra
«reunion para condenar el monotelismo. ¿Qué po-
«dreis decir que yo no haya dicho? Mis decisiones

praMicare (Baller. toco eitato número 35, p. 306). Seria inutil ha-
cer observar el giro griego de estas expresiones traducidas de una
traduccion. Los originales latinos mas pi : eciosos han perecido. Los
griegos eseribiercal lo que quisieron.
1 so_
Alistan á la iglesia. Disuelvo el concilio y me retiro.»
Honorio no cesó, como se ha visto, de profesar, en_
sesear y defender la verdad hasta su último aliento, ex-
hortando , amenazando y reprendiendo á los mismos
manotelitas , cuyas opiniones quisiera persuadirsenos
que habla abrazado. Honorio en su misma carta segun-
da (tengamosla por auténtica palabra por palabra) ex-
presa el dogma de un modo que forzó á Bossuet á
aprobarle (1). Honorio murió en posesion de su silla y
de su dignidad, sin que despues de su desgraciada cor-
respondencia con Sergio escribiese jamás una línea , ni
profiriese una palabra que la historia haya señalado co-
mo sospechosa. Sus cenizas descansaron pacífica y honro-
samente en el Vaticano: sus imágenes continuaron bri-
llando en la iglesia, y su nombre en los dipticos sagra-
dos. santo mártir que está ea nuestros altares , le
llamó hombre divi q,o á poco d su muerte. Los padrea
del concilio VIII general celebrado en Constantinopla,
i
es decir, el oriaiate entero pres dido por el patriarca
Constantinol)la, profesan solemnemente que «no era lici-
«to olvidar las promesas hechas á Pedro por el Salvador,
('1) ro la alauera de expresarse es not,rble. Bossuet conviene
en que Honorii verba orlItuckxa 7,1i;.7 ME videri. (Lib VII, ah XII,
dt-fens. c. XXII). No habido jaraas al() hombre en el uaiive1 so
que fuera tau due0.0 de su pluma. k :nal,¡uiet a creerá a primera vis-
ta poder traduen : La expt esion de Hohorío parece mu y ortodoxa,'
pero se et1111170C,Iria. 13HS3ilet zfijoinaxi,itj ordi olux d SiriO
orthodora maxiind videri. El inafiiaz recae sobre videri y 110 so-
bre ortodoxa. paralexpresar
, eta suutela ea la lengua patria era
precisa lie su ptilnera deelr: La e Cpre'SiOn H131J2iÇitaC) parece 01 -
todux-,4. La vurdad arrastra al arande houibre . que parece 1: : 11C W-
S41110 t^C`::451.1be a dia.
- 151 -
«y cuya verdad se habia confirmado por la experien-
cia, supuesto que la fé católica habia subsistido sieni-
«pre sin mancha, y se habla enseñado INVARIABLEMENTE
«la doctrina pura en la sede apostólica (1).
Desde la ocurrencia de Ilonorio y en todas las oca-
siones posibles , de las cuales la mas notable es la que
acabo de citar, no han cesado jamás los papas de atri-
buirse esta alabanza y de recibirla de los denlas.
Despues de esto confieso que no entiendo la conde-
nacion de Honorio. Si algunos papas sus sucesores, por
ejemplo Leon II, ha parecido que no clamaban contra
los helenismos de Constantinopla , hay que alabar su
buena fé , su modestia y sobre todo su prudencia ; pero
todo cuanto han podido decir en este sentido no tiene
nada de dogmático , y los hechos quedan como son.
Todo bien considerado la justificacion de Honorio
me cuesta menos dificultad que otra ; pero no quiero
levantar el polvo , y exponerme al riesgo de ocultar el
camino.
Si los papas hubieran solido exponerse á ser repren-
didos por algunas decisiones aventuradas siquiera; no me
admirarla yo de oir tratar el pro y el contra de la caes2
tion , y aun aprobaria mucho que en la duda tomase-
mos partido por la negativa porque los argumentos

( I) dieta sunt reruin probautur effeetibus quia in


sede a ► osto1iezi est semper eatholiea scrvata religio, et sanete cele-
brata doctri . iit (Aet. E, Syn.j. Vid. Natal. Alexandri dissertatio
de photiao0 schismate et VIII,Syn. C. P. iu Thealuro theologico
Velietiist:O2„ en •I. Q , S, XII[, p. 657.
--- 152 ----
dlido;os no se han hecho para nosotros. Pero por el
(•ontrario rio habiendo cesado los papas en el espacio de
diez y ocho siglos de fallar sobre toda clase de cuestio-
nes con una prudencia y precision verdaderamente mi,-
lagrosas, en cuanto sus decisiones se han mostrado inva-
riablemente independientes del caracter moral y de las
pa .iones del oráculo que es un hombre ; no puede ad-
mitirse contra los papas un corto número de hechos
equívocos, sin violar todas las leyes de la probabilidad
que son las reinas del mundo. Cuando cierta potestad,
de cualquier órden que sea , ha obrado siempre de un
modo dado , si se presenta un pequeñísimo número de
casos en que parezca que ha derogado su ley; no deben
11(1mill-se anomalías sin tratar antes de someter estos
fenómenos á la regla general; y cuando no hubiese me-
dios de ilustrar perfectamente el problema , nunca ha-
bria de inferirse otra cosa que nuestra ignorancia.
Es pues un papel muy indigno de un católico , si-
quiera sea seglar, escribir contra este privilegio magní-
fico y divino de la cátedra de S. Pedro. En cuanto al
eclesiási,ieo que se propasa á cometer semejante abuso
del talento y de la erudicion, está ciego, y si no me en-
gaño degrada su caracter. Aun el que vacilase (sin dis-
tincion ,de estado) en cuanto á la teoría , debería reco-
nocer siempre la verdad del hecho , y convenir en que
el soberano pontífice no ha errado jamás: deheria á lo
menos inclinarse de corazón hácia esta creencia, en vez
de abatirse hasta las argucias de escuela para trastor-
narla. hilase al leer ciertos escritores de esta calaña
que defienden un derecho personal combatido por un
- 153 -
usurpador extraño, mientras que se trata de un privi-
legio igualmente plausible y ventajoso ; don inestimable
hecho á la familia universal tanto como al padre comun.
Al tratar del suceso de Honorio no he tocado si-
quiera la gran cuestion de la falsificacion de las actas
del concilio VI , que algunos autores respetables han
considerado como cosa probada. Despues de haber di-
cho lo bastante para satisfacer á un ánimo recto y jus-
to, no estoy obligado á decir cuanto puede decirse so-
lo añadiré algunas reflexiones que no creo absoluta-
mente inútiles , acerca de la escritura antigua y mo-
derna.
Entre los muchos y profundos misterios de la pala-
bra puede señalarse el de la correspondencia inexplica-
ble entre cada lengua y los caracteres con que se repre-
senta por escrito. Esta analogía es tal, que la menor va-
riacion en el estilo de una lengua es seguida inmedia-
tame ► te de una variacion en la escritura, aunque la ra-
zon no perciba la necesidad de esta variacion. Exami-
wmos nuestra lengua en particular : la escritura de
Am y ot se diferencia de la de Fenelon tanto como el es-.
tilo de estos dos escritores. Cada siglo es fácil de reco-
nocer por su escritura, porque las lenguas variaban,;
pero cuando estas se paralizan á la escritura le sucede
lo mismo : la del siglo XVII por ejemplo nos pertenece
aun, salvo algunas variaciones pequeñas , cuyas causas
de la misma naturaleza no son siempre perceptibles. Asi
habiéndose introducido en Francia el espíritu inglés en
el último siglo, desde luego pudieron reconocerse cier-
i as formas inglesas en la escritura de 19s franceses.
---154
La correspondencia misteriosa entre las lenguas y
los signos de la escritura es tal , que si una lengua es
balbuciente, la escritura lo será tambien : si la lengua
es vaga , torpe y de dificil sintáxis, la escritura ca-
recerá asimismo y proporcionalmente de elegancia y de
claridad.
Sin embargo lo que digo aqui no debe entenderse-
mas que de la escritura cursiva, porque la de las inscrip-
ciones ha estado siempre libre de arbitrariedades y va-
riaciones; pero por esta misma razon no tiene carácter
relativo á la persona que la usó. San unas figuras de
geometría que no se pueden contrahacer , porque soni
las mismas para todo el mundo. -
Los autores de la traduccion del nuevo testamento
llamado de Mons notan en su advertencia preliminar:
e Que las lenguas modernas son infinitamente mas cla-
.0

c( ras y mas determinadas que las lenguas antiguas (1`.»


Es incontestable ; y no hablo de las lenguas orientales
que son verdaderos enigmas : hasta el griego y el latir
justifican la verdad de esta observacion.
Pues por una consecuencia necesaria la escritura
moderna es mas clara y mas determinada que la anti-
gua. Eso que llamamos caracter en la escritura, ese no
sé qué, que distngue las escrituras como las fisonomías,.
era menos distinto y menos marcado en la antigüe-
dad que entre nosotros. T ac antiguo que recibia una
carta de su mejor amigo , no podio estar seguro por

(1) Mons' , cn CRS1 de Mi J eot casi de Viret),.


16;3, en Adved. , p. In.
- 155
sola la inspeccion de la escritura si la letra era de su
amigo. De ahí venia la importancia del sello que supe-
raba mucho al quirografo aposicion del nombre (1).
El latino que decia : yo he firmado esta carta, quería
decir que había puesto su sello: la misma expresion
entre nosotros significa que hemos puesto nuestro
nombre ; de lo que resulta la autenticidad (2).
De esta superioridad del sello sobre la firma nació
el uso que hoy nos parece tau extraordinario, de es-
cribir cartas en nombre de una persona ausente que
lo ignoraba. Bastaba tener el sello de dicha persona
que la amistad confiaba sin dificultad : Ciceron (la
una porcion de ejemplos de esta naturaleza (3). Mu-
chas veces añade en sus cartas: Esto es de mi pu-
o (1); lo que supone que su mejor amigo podia du-
darlo. En otra parte dice á este mismo amigo: «He crei-
do conocer la mano de Alexis en tu carta (5); » y Bru-

(1) rJosee sigtzum. Plant Bach. IV, 6, 19. IV, 9, 62. El per-
soli.,je teatral no dice : «Reconoce la firma: sino « reconoce el
sixoo c; el sello. »
("?) La lengua francesa, tan notable por la admirable propie-
dad de las expresiones, ha formado la palabra cachet (sello)
que ha sacado de cache• (ocultar), porque entre nosotros sirve el
sello para ocultar y no para autenticar la escritura. Entre los
nntigues era todo lo contrario.
(3) Ta et Basilio quibus prwterea videbitur,
etiam Servilio conscribas , ut tili videbitur, meo nomine. (Ad
Att, XI-, xu, 19). Quod luceras quibus putas opus esse curas
(tandas f úcio commode. (Ibid. XI, 7. Item XI, 8, 12 &c.).
(1) Hoc mana mea (XIII, 28 &.c.).
Luis (moque epistolís /ilerim vídeo,' cognó seere (XVE,
'V.+ Alexis (l a el liberto y el scretalio de cJntianut de .tico,
1 56
i ce e s cribiendo desde su campamento de Vercelis al mis-
mo Ciceron , le dice : «Lee primero la carta que en-
vio al senado, y si te parece haz en ella algunas va-
riaciones (1). » Asi un general que está en campaña,
encarga á un amigo suyo que altere ó rehaga un des-
pacho oficial que ealia á su soberano. Esto es chistoso
segun nuestras ideas; pero no veamos aquí más que
la posibilidad material de la cosa.
Habiendo abierto corlesmente Ciceron una carta de
su hermano QuinW, en que pensaba encontrar horri-
bles secrews , la envió á un amigo suyo, y le dijo:
«Envíala á su destino , si lo juzgas oportuno. Está
abierta ; pero no hay ningun perjuicio: sin duda tu
hermana Pomponia (la mujer de Quinto) (2) tiene el
sello, de su marido.»
Nada tengo que decir de la moralidad de esta ama-,
ble familia: atengámonos al hecho. No se trataba, M
imo se ve, ni de letra, ni de firma: este latrocinio re-
pugnante que no causaba ningun mal , se ejecutaba
sin, la menor dificultad por medio de un simple sello,
No digo por eso que cada uno no , tuviese su ca-
racter de letra (3); pero era mucho menos determi-

y C•ee,rori conocía tanto la letra de aquel como la de , su amigo.


)flcl senatum giras ¿fueras missi velim pritis perlegas,
et si qua tibi videbuntur COMMUICS. (Brutats CicÇrtmi fatal.
Xi, 19.)_
(21 Quas ((fueras) si putabis illi ipsi utile , esse reddi,reddes:
ni! rne leedet, nanz quod resignahe sunt habet, opinor, ejus
si;:,q uirn Pomponia. (Ad AttJ gil., 94.
Signum requirent aut ina 1 U111 : dices iis me propter cus-
todias et4 vitasse. (Ad Att. XI, 2), El sel:o cí ca • acter grabado
1 57
nado y exclusivo que en nuestros días: se acercaba
mas al caracter lapidario que no varía , y por consi-
guiente se presta sin dificultad á todo género de fal-
si ficacion.
De lo vagos que eran los signos cursivos , asi como
de la falta de moralidad y delicadeza en punto al res-
peto debido á los escritos , nacía una facilidad gran-
dísima, y por consiguiente una tentacion grandísima de
falsificar la letra , y hasta lo material de la escritura
hacia subir de punto la facilidad : porque si se escribia
en tablillas enceradas, no habia mas que volver el pun-
zon,ó estilo (1) para borrar , variar y sustituir im-
punemente. Si se escribia en la piel (in membranis), era
todavía peor por la suma facilidad de raspar ó bor-
rar. ¿Qué cosa hay mas conocida de los anticuarios
que esos fatales palimpsestos, que ros entrislecon aun
hoy dándonos á conocer que se han borrado y des-
truido obras maestras de la antigüedad para sustituirlas
con leyendas ó relaciones de familia.
La imprenta ha hecho absolutamente tau i o s i le la

(Talle-tal impodancia, que el fa l sificadOr de S , IleS era castiga-


do por la ley Cornetia como si hubiera contrahecho una firma.
(Leg. 30 Die;. de lege corra. de fals,). 'Se ve que por esta paluhra
sello ,falso (sigiami adulterinuni) hay que entender todo sello
hecho por el que 110 tenia derecho de usarle ; de manera que
el grabador estaba obligado á tomar casi las mismas precaticio-
nes impuestas á los cerrageros„ á quienes un desconocido manda
hacer una llave Si no se quiere entender asi, no comprendo bien
lo que es un sello contrahecho. ¿Se , puede hacerle sin -cobtrohn-
oerle?
(1) s(rre ltylum verlas. (álor.)
-- 158 —
ftligicacio n de esas actas importantes que interesan á
los soberanos y á las naciones; y en cuanto á los mis-
hlos documentos particulares la obra maestra de un
falsario se reduce á una línea y á veces á una pala-
bra alterada, suprimida, interpuesta &c. La mano mn--,-4
culpable á la par que m ' s hábil se ve paralizada por
el género de nuestra escritura , y sobre todo por nue.-
tro admirable papel, don notable de la Providencia,
que por una union extraordinaria reune la duracion á
la fragilidad , que embebe, por decirlo asi, el pensa-
miento humano, no permite que se altere sin que que-
den pruebas , y no deja que se escape á no perecer.
Un testamento, un codicilo, un contrato cualquiera
forjado enteramente es hoy un fenómeno que un ma-
gistrado, con ser antiguo, puede no haber visto: en los
tiempos pasados era un crimen vulgar , como puede
conocerse con solo registrar el código Justiniano en el
título de la falsificacion (1)i
Resulta de estas causas reunidas que siempre que
recae sospecha de falsificación sobre algun monumen-
to de la antigüedad, es me-nester no desprec i ar esta
presuncion ; pe g o que si hay la debida acusacion y
conviceion de que alguna pasion violenta de ver,gan-
za , de odio, de orgullo nacional ha tenido interés en
la falsificacion la sospecha se convierte en certi-
dumbre.
Si algun lector tuviera la curiosidad de pesar las

(1) De lege COl'12, ..falsís, (Cocí, lib. IX, tic.'


--159 --
dudas suscitadas por algunos escritores ; :obre la al-
teracion de las actas del VI concilio general y de
las cartas de Honorio; creo que no haria mal en te-
ner siempre presentes las reflexiones que acabo de
ofrecer á su consideracion. Por mi parte no tengo
tiempo de dedicarme á examinar esta cuestion su_
pérflua.
--160 -

CAPÍTULO XVI.

nr:SPUESTA Á ALGUNAS OBJECIONES.

Én vano seria gritar despotismo. ¿Son acaso lo


mismo el despotismo que la monarquía templada. Ha-
gamos abstraccion del dogma , si se quiere , y no con-
sideremos la cosa mas que políticamente. El Papa
bajo este punto de vista no exige otra infalibilidad que
la que se atribuye á todos los soberanos. Yo quisiera
saber qué objecion hubiera podido sugerir á Bossuet
su gran talento contra la supremacía absoluta de los
papas, que los mas limitados ingenios no hubieran
podido retorcer en el acto y ventajosamente contra
Luis XIV.
« Ningun pretexto, ninguna razon puede autorizar
las rebeliones : es preciso respetar la arden del cielo
y el caracter del Todopoderoso en todos los príncipes,
cualesquiera que sean , supuesto que los mejores tiem-
pos de la Iglesia nos le hacen ver sagrado é in k iolable,
aun en los príncipes perseguidores del Evangelio..
En aquellas crueles persecuciones que ella sufre sin
- 161 —
murmurar por espacio de tantos siglos peleando por
Jesucristo , me atreveré á decirlo , no pelea menos
por la autoridad de , los príncipes que la persiguen....
No es pelear por la autoridad legitima sufrirlo todo
sin murmurar? (1) »
Es admirable sobre todo el rasgo final; pero ¿por
qué el grande hombre se ha de negar á aplicar á
la monarquía divina las mismas máximas que decla-
raba sagradas é inviolables en la monarquía tempo-
ral? Si alguno hubiera querido poner límites á la po-
testad del rey de Francia , citar contra él ciertas le-
yes antiguas y declarar que se quería obedecerle,
pero que solo se exigía que gobernase segun las leyes; ¡có-
mo hubiera levantado el grito el autor de la POLÍTICA
SAGRAD,t « El príncipe , dice, no debe dar á nadie
«cuenta de lo que manda. Sin esta autoridad absolu-
«ta no puede ni obrar el bien ni reprimir el mal : es
«menester que su poder sea tal que nadie pueda es-
«perar eludirle.... Cuando el príncipe ha juzgr do, no
« hay otra sentencia; y por esto dice el Eclesiástico:
«No juzgaseis contra el juez, y con mas razon contra el
« supremo juez que es el rey ; y la razon que da de
« esto, es que es juez segun la justicia: no porque juz-

(1) Sermon sobre la unidad, punto Platon y ticeron,


que escribían uno y otro en una república , asientan como una
máxima incontestable que si no puede persuadirse al pueblo,
no hay derecho de .forzarle. La 'máxima es de todos los gobier-
nos: basta mudar los nombres. «Tantóni contende in mollar-
c,c biá (11111'11.1;m principi tuo prwbere potes .Curas persuaderi prin— •
ceps negnit, cogi esse bou arbitrur.) , (Ciceton ad fam.lib,
T. 3. I
I 62 .....
« gue siempre segun ella, sino que se reputa que juzga,
« y nadie tiene derecho de juzgar, ni de rever despues
« de él. Es preciso pues obedecer á los príncipes como
(l á la justicia misma , sin lo cual no hay urden ni
« fin en estos asuntos.... El príncipe puede crimen-
« darse por sí mismo cuando conoce que ha obrado mal;
«pero contra su autoridad no puede haber remedio
« sino en su autoridad (1).)?
No disputo nada por ahora al ilustre autor : solo
le pido que juzgue segun las leyes que él mismo ha
establecido; y al remitirle á sus propios pensamientos
no le falto al respeto.
La obligacion impuesta al sumo pontífice de juzgar
segun los cánones, si se da como una condicion de la
obediencia, es una puerilidad inventada para entrete-
ner oídos pueriles ó calmar los rebeldes. Como no pue-
de haber juicio sin juez, si el Papa puede ler juzgado,
¿por quien lo será? ¿Quién nos dirá que ha juzgado
contra los cánones, y quién le obligará á seguirlos?
Probablemente la iglesia descontenta, ó sus tribunales
civiles, ó en fin su soberano temporal: hétenos pues
precipitados en un instante en la anarquía, la confu-
sion de poderes y los absurdos de toda especie.
El excelente autor de la Historia de Fenelon me
enseña en el panegírico de Bossuet, y conforme á este
grande hombre , que segun las máximas galicanas un
fallo del Papa en materia de fé no puede publicarse en

(1) Política sacada de la Escritura , ,1. 0 Paris. 1809, p.


1 ► 3 ; 120.
- 163 —
Fretnria lwsta que los arzobispos y obispos del reina le
aceptan solemnemente en forma canónica y con entera
libertad (1).
Siempre enigmas. Una bula dogmática no publicada
en Francia ¿deja de tener autoridad en Francia? Y
¿podria sostenerse con seguridad de conciencia una
proposicion declarada herética por una decision dog-
mática del Papa , confirmada por el consentimiento de
toda la iglesia? Los obispos franceses ¿son solamente los
intérpretes necesarios que deben dar á conocer á los fie-
les la decision del supremo pontífice, ó bien tienen el
derecho de desechar la decision si llegan á no aprobar-
la ? ¿ Con qué derecho la iglesia de Francia, que no es
mas que una provincia de la monarquía católica ( con-
viene repetirlo á cada paso), puede tener en materia de
fé otras máximas y otros privilegios que las demas
iglesias?
Estas cuestiones merecian ilustrarse, y en casos
como estos la franqueza es un deber. Se trata de los
dogmas: se trata de la constitucion esencial de la igle-
sia , -y se pronuncian en tono de oráculo (hablo de Bos-
suet ) unas máximas inventadas evidentemente para en-
cubrir las dificultades, para turbar las conciencias timo-
ratas y para envalentonar á los mal intencionados.
Fenelon era mas claro cuando decia en su propia
causa: «El supremo pontífice ha hablado: toda discu-

(3) Hist. de liosskiet, t. III, lib. X, 21, p. 3-10, Paris, Le-


bei, 1815, 4- vol. en 8.° Las palabras (pie van dr kistardilla,
dr1 mismo Bossnct.
1 64 -t.-
«sion está prohibida á los obispos que deben reconocer
« y admitir lisa y llanamente el decreto (1).»
Asi se expresa la razon catan: este es el lengua_
je unánime de todos nuestros doctores si ► ceros y no
preocupados. Pero cuando uno de los hombres mas
grandes que han ilustrado la iglesia, proclama esta
máxima fundamental en una oz,. asion tan terrible para
el orgullo humano , que tenia tantos medios de defen-
derse; es un espectáculo sobremanera magnífico y de
los mas animosos que la intrépida prudencia ha dado ja-
más á la débil naturaleza humana.
Fenelon conosia que no podía resistir sin trastornar
el principio único de la unidad; y su sumision, mejor
que nuestros raciocinios, refuta todos los sofismas del
orgullo, cualquiera que sea el nombre con que se in-
tente sostenerlos.
liemos visto no há mucho á los centuriadores de
Magdeburgo defendiendo de antemano al Papa contra
Bossuet: escuchemos ahora al compilador semi-protes-
tante de las libertades de la iglesia galicana refutar
tambien de antemano las supuestas máximas destructo-
ras de la unidad.
«Las máximas particulares de la iglesia, dice, no

(.1)' Habiendo juzgado el Papa esta cansa- ( las máximas de


(dos santos), los obispos de 15 provincia, aunque jueces naturales
«de la doctrina, no pueden en la presente asamblea y en las c ir-
«cunstaneias de este caso particular pronunciar otro juicio que el
«de simple adbesion al de la santa sede y de aceptacion de Su
«conftitucion.» Veuelon en la asamblea provincial de los obispos
áus álifragáneos 1699. — Eu las Memorias del clero, t. -I, p. 461.
165
« pueden cumplir-e sino en el curso frr:dinario de fas
« cosas: el Papa es algunas veces superior á estas rt4-
« glas para conocer y juzgar las grandes causas concer-
« Dientes á la fé y á la religion (1).
Fleury á quien puede mirarse como un persona je
intermedio entre Pithou y Belarmino, usa absoluta-
mente el mismo lenguaje. «Cuando se trata , dice, de
« hacer observar los cánones y de mantener las reglas,
« la potestad de los papas es soberana y se eleva sobre
« todo (2). »
Vengan ahora citándonos las máximas de una igle-
sia particular, á propósito de una decision soberana
dada en materia de fé: es burlarse de la razon natural.
Lo chistoso es que mientras que los obispos se arro-
gaban el derecho de examinar libremente una decision
de Roma, los magistrados por su parte defenderían la
necesidad prévia del registro, oidos los consejeros del
rey; de modo que el supremo pontífice seria juzgado
Izo solo por sus inferiores, cuyas decisiones tiene dere-
cho de anular , sino tarnbien por la autoridad secular,
de la que dependeria tener suspensa la fé de los fieles
en tanto que lo creyese conveniente.
Concluiré esta parte de mis observaciones (3) con

(1) Pedro Pithoti, ad. XLVI de su redaecion. Este escrito


ra P rote s ta nte, y no se convirtió hasta despues de la aciaga jor-
nada de S. Bartolorné.
(2) Fleury, Disc, sobre las libertades de la iglesia galiz. nuev.
« ► ósc. p. 3-1.
(i) Si algunas veci::s 110 entro en todos los pormenores c ric
una crítica severa y m'un( Josa pudiera todu L•etor ciptít a-
I 66
una nueva cita de un teólogo francés: el pasaje es tan
sabio que debe hacer una impresion general.
«Cuando se dice que el Papa es superior á lo cá-
nones, ó que está sujeto á ellos, que es dueño de los cá-
nones ó que no lo es; solo hay una contradiccion apa-
rente. Los que le hacen superior á los cánones y dueño
de ellos, solamente suponen que puede dispensarlos; y
la que niegan que sea superior á los cánones ó dueño
de ellos, no quieren decir sino que no puede dispensar
mas que por la utilidad y en las necesidades de la igle-
sia (1).
Yo no sé lo que un juicio recto podría añadir ó quitar
á esta doctrina igualmente contraria al despotismo fá la
anarquía.

t ivo conocerá sin duda que no escribiendo yo sobre la


ifad exclusivamente, sino sobre el Papa en general, líe debido
guardar cierta medida sobre cada objeto particular, y atenerme
;) . aquellos puntos luminosos que arrastran á todo entendimiento
recto.
(1) Thomassin, Disciplina de la iglesia, t. Y, p.. 295. En otra
parte añade con igual sabiduría: «Nada hay mas conforme á los cá-
nones que la violacion de los cánones que se hace por un bite ma-
or que la misma observancia de tos cánones (Lib. 11, c. LXVIII,
u.° 6.) , ) No puede discurritse ni deciisc Cosa mejor.
---167

CAPÍTULO XVII.

DE LA. INFALIBILIDAD EN EL SISTEMA FI-


LOSÓFICO.

Entiendo que todas las reflexiones que hasta ahora


he hecho, se dirigen á los católicos sistemáticos de lo.;
que hay tantos actualmente, y que espero llegaráa
producir tarde ó temprano una opinion invencible. Aho -
ra me dirijo á la multitud , ¡ah! demasiado crecida
tambien, de enemigos é indiferentes, sobre todo á los hom-
bres de estado que pertenecen á ese número, y les digo:
«¿Qué quereis y que intentais? ¿Creeis que los pueblo.;
«viven sin religion, y no comenzais á conocer que se ne-
«cesita una? El cristianismo, asi por su va l or intrínseco,
«como porque está en pose ion, ¿no os parece preferible
«á cual4uiera otra? ¿Os han contentado los ensayos he-
«ellos en este género, y por ventura los doce apóstoles
«os agradarian menos que los teofilántropos ó los mar-
«tinistas? El se •mon de la montaña ¿os parece un có-
«digo mediano de moral? Y si el pueblo entero llega-
«se á arreglar sus costumbres á che modelo, ¿os dariais
=por contentos? Creo que os oigo responder afirmativa-
— 168 —
((fuente. Pues bien, ya que no se trata sino de mante-
«ner esta religion que vefecís, ¿cómo tendriais no digo
«la impericia, sino la crueldad de hacerla democrática,
«y de entregar este depósito precioso en manos del
«pueblo? Vosotros dais poca importancia á la parte
«dogmática dé esta religion: ¿pues por qué extraña con-
«tradiccion que.-riais agitar el universo por una quisqui-
«11a de colegio, por miserables disputas de palabras? (son
«vuestros términos). ¿Se gobierna asi á los hombres?
«¿Quereis llamar al obispo de Quebec y al de Luzon
«para interpretar una línea del catecismo? Que los cre-
«yentes puedan disputar sobre la infalibilidad, lo sé su-
«puesto que lo veo ; pero que el hombre de estado dis-
upute asimismo sobre este gran privilegio, eso es lo que
«no podré jamás concebir. ¿Cómo, creyéndose en el pais
«de la opinion, no trata de fijarla? ¿cómo no elijo el me-
«dio mas expedito para evitar que divague? Que se
«convoye á todos las obispos del universo para determi-
«nar una verdad divina y necesaria para la salvacion,
Cr nada mas natural si el medio es indispensable, porque

«:iingun esfuerzo , ningun trabajo , ninguna dificultad


«deberian perdonarse para alcanzar un objeto tan ele-
«vado; pero si se trata solamente de asentar una opi-
«nion e vez de otra, los gastos de viaje de un solo in-
«falible son una insigne locura. .Para ahorrar las dos co-
«sas mas preciosas del mundo, el tiempo y el dinero,
« apresuraos á escribir á Roma á fin de que venga de
«allí una deeision legal que declare la duda ilegal: es
«.-uanto necesitais: la política no puede mas.»
--- 1 69

CAPITULO XVIII.

I NGU N PELIGRO EN LAS RESULTAS DE L


SUPREMACÍA RECONOCIDA.

Leanse los libros de los protestantes, y se verá re-


presentada en ellos la infalibilidad cómo un despotismo
espantoso que encadena el entendimiento humano, le
oprime, y le priva de sus facultades, mandándole creer'
y Kohibiéndole pensar. La preocupacion contra este
vano espantajo se ha llevado á tal punto, que Locke ha
sostenido formalmente « que los católicos creen en la
«presencia real por la fé de la infalibilidad del
((Papa (1).»

(1) «Que lleguen á Unirse inseparablemente-en el entendi..


«miento de algunos hombres las ideas de la infalibilidad y - de cier-
na persona, y no tal darán en TnAGAR cl dogroa : de , la presencia si-
(dnultanea de un mismo cuerpo en dos, in:pires diferentes sin Otra
,autoridad que la de la persona infatibtemie les manda creer siÑ
EX a MEN» (Locke,
sobre el entendimiento humano, lib. II c.-!
XXXIII, §- X V Los lectores franceses deben saber que este pa-,
s.ijc no se halla mas que en el texto inglés; porque pareciéndole
b.istante grande la simpleza á Coste, aunque protestante, no quiso
t.4-(.1
—17O.
La Francia no' es la que menos ha au mentado el
mal haciéndose en gran parte cómplice de estas extra_
v agancias. Los exageradores alemanes han dado una em-
bestida : finalmente al otro lado de los Alpes se ha for-
inado una opinion- tan fuerte, aunque falsisima, c( res-
pecto á Roma, que no es pequeña empresa la de hacer
comprender solamente á los hombres de que se trata.
Esta jutisdiccion terrible del Papa sobre los enten-
dimientos no sale de los límites del símbolo de los após-
toles: ya se ve que el círculo no es muy vasto; y fuera
de este perímetro sagrado le queda al entendimiento
humano donde ejercitarse.
En cuanto á la disciplina ó es general ó local. La pri-
mera no es muy extensa, porque hay pocos puntos ab-
solutamente generales y que no puedan alterarse sin
amenazar la esencia de la religion. La segunda depende
de las circunstancias particulares, de los lugares, de los
privilegios &c. Pero es notorio que en uno y otro punto
la santa sede ha dado siempre pruebas de la mayor con-
descendencia para con todas las iglesias: aun muchas ve-
ces, casi siempre, se ha anticipado á sus necesidades y de-
seos. ¿Qué interes podria tener el Papa en apesa-
dumbrar inutilmente á las naciones reunidas en su
cornunion?
Hay ademas en el caracter occidental no'sé qué ra-
zon exquisita, no sé qué tacto delicado y seguro, que va
siempre á buscar la esencia de las cosas y desprecia lo
demas. Esto se ve sobre todo en las formas religiosas iS los
ritos, tocante á los cuales la iglesia romana ha mos-
trado siempre toda la conde s cendencia imaginabl e. Por
_ 1i
ejemplo, quiso Dio, ligar la obra de la regeneracion hu-
mana al signo sensible del agua por razones no ya arbitra-
rias, sino al contrario muy profundas y dignas de
rse. Nosotros profesamos este dogma como todos los cris-
tianos; pero consideramos que hay agua lo mismo en una
rinagera que en el mar Pacífico, y que todo se reduce
al contacto mútuo del agua y del hombre, acompañado
de ciertas palabras sacramentales. Otros cristianos alir-
Inall que para esta liturgia no puede pasarse sin un es-
tanque á lo menos : que si el hombre entra en el agua,
queda ciertamente bautizado; pero que si el agua cae so-
bre el hombre, el éxito es muy dudoso. _Sobre esto puede
decirseles lo que un sacerdote egipcio les decia ya hace
mas de veinte siglos. Sois unos nirios. Por lo domas pue-
den hacer lo que gusten: nadie los inquieta, y si quisie-
ran un rio como los bautistas ingleses, se les dejada en
Paz.
Uno de los principales misterios de la relipon cris-
tiana tiene por materia esencial el pan; y como una
bostia es pan, lo mismo que el pan mas enorme que los
hombres hayan cocido Dmás, hemos adoptado la hostia.
Otras naciones cristianas creen que no hay otro pan
propiamente dicho mas que el que comemos á la me-
sa , ni verdadera manducacion sin masticacion: nosotros
respetarnos mucho esta lógica oriental, y seguros de
que los que hoy la emplean obrarán con gusto como
nosotro.y, luego que tengan la misma seguridad nuestra,
no nos ocurre siquiera perturbado:. Contentamonos
ron conservar el ázimo ligero, en cuyo favor militan la
analogía de la Pascua antigua, la de la primera Patena
— —
cristiana y la conveniencia, mayor quizá de lo que le
créc, de consagrar un pan particular á la celebracion
de tal misterio.
Los mismos partidarios de la inmersion y de la le-
vadura vienen á sostener, por una interpretacion falsa
de la Escritura v con ignorancia visible de la naturale-
za llamarla, que la proranacion del matrimonio disuelve
!q i vínculo: de helio es una exhortador' formal al cri-
men. No importa : no liemos querido por eso reñir con
lulo; hermanos que se obstinan; y en la wasion mas so-
lemne les liemos dicho llanamente: No liaremos mencion
de vosotros: pero en nombre de la razon y de la paz no
digais que no entendemos nada en la materia. (I).
Despues de estos ejemplos y otros muchos que pu-
diera yo citar ¿ qué- nacion en virtud de la supremacía
romana podría temer por su disciplina_ y por sus privi-
legios particulares? Nunca se negará el Papa á oir á to-
do el mundo, ni menos á satisfacer á los príncipes en to-
do lo que sea cristianamente posible. En Roma no hay
pedantería ; y si algo hubiera que temer tocante á la
complacencia , me inclinaria á temer el execro mas que
la falta.
A pesar de estas seguridades sacadas de las mas de-
cisivas consideraciones no dudo que la preocupaCion se
obstine , y que exclamen hombres de muy buen juicio:
«Pero si nada detiene al Papa , ¿dónde se detendrá?
La historia nos manifiesta cómo puede emplear este

( Si (pis ecceiesiamprrare cLim docnit et docet. (Con-


cii. tridetit. XX,I V, de twauialonio l can. Vli).
- 173
poder: ¿qué fianza se nos da de que no se repetiián
los mismos acoptecimientos?»
A esta ohjecion que se hará seguramente, respondo
primero en general que los ejemplos sacados de
la historia contra los papas no tienen ningun valor, y
no deben inspirar ningun temor para lo sucesivo , por-
que pertenecen á otro órden de cosas que el de que so-
mos testigos. El poder de los papas fue excesivo con res-
pecto á nosotros cuando era necesario que lo fuese,
nada en el mundo podia suplirle. Espero probarlo en la
serie de esta obra de un modo que satisfaga á todo juez
imparci d.
Dividiendo despees con el pensamiento á los hom-
bres que temen de buena fé las tentativas de los papas,
en dos clases, la de los católicos y la de los otros, digo
primeramente á aquellos: «¿Por qué ceguedad, por qué
confianza ignorante y culpable miraís á la iglesia co-
mo un edincio humano del que pueda decirse: ¿Quién
le so3tendrá? y á su jefe corno á un hombre ordinario
de quién pueda decirse: ¿Quién le guardará?» Esta es
una distraccion bastante comun y sin embargo indiscul-
pable. Jamás abrigará la santa sede pretensiones
desordenadas : jamás podrán arraigarse allí la injusticia
y el error y engañar á la fé en beneficio de la ambicion.
En cuanto á los hombres que por nacimiento ó por
sistema estan fuera del círculo católico, si me hacen la
misma pregunta: ¿Qué detendrá al Papa? Les res-
ponde•é: TODO: los cánones, las leyes, las costumbres de
las naciones , los soberanos, los grandes tribunales , las
asambleas nacionales , la prescripcion, las representado-
1 7 4 ._...,
ne3 , la negociaciones, el deber, el temor, la pru deikia
y ore todo la opinion, reina del mundo.
Asi no se me haga decir: que LUEGO yo quiero hacer
del Papa un monarca universal. Ciertamente no quiero
semejante cosa, aunque espero ese LUEGO; argumento tan
cómodo á falta de otros. Pero asi como los defectos es-
pantotos cometidos por ciertos príncipes contra la reli-
gion y contra su jefe no me impiden respetar tanto co -
mo debo la monarquía temporal ; las faltas posibles de
un Papa contra esta misma soberanía no me quitarian
reconocerle por lo que es. Todos los poderes del univer-
so se limitan mútuamente por una resistencia recípro-
ca: Dios no ha querido establecer mayor perfeccion en
la tierra, aunque haya puesto bastantes señales por un
lado para que se conozca su mano. No hay en el mundo
un solo poder capaz de soportar las suposiciones posi-
ble-; y arbitrarias; y si se los juzga por lo que pueden
hacer (sin hablar- de lo que han hecho) , es menester
abolirlos todos.
I.)

CAPÍT E LO XIX.

CON TINUACION DEL MISMO ASUNTO. ACLA-


RACIONES ULTERIORES SOBRE L INFA.-
LIBILIDAD.

¡Cuán sujetos estan los hombres á cegarse en las


ideas mas sencillas! Lo esencial para cada nacion es
conservar su disciplina particular , es decir , esa especie
de usos que sin ser inherentes al dogma , constituyen
sin embargo una parte de su derecho público, y se han
unido estrechamente de mucho tiempo atrás con el ca-
rácter y las leyes de la nacion ; de modo que no puede
tocarselos sin perturbarla y causarle un disgusto sensi-
ble. Pues estos usos , estas leyes es lo que puede defen-
der con una respetuosa firmeza, si alguna vez (por pura
suposicion) intentase la santa sede derogIrlos, estando to-
do el mundo acorde en que el Papa y la iglesia misma
reunida á él pueden errar en todo lo que no es dogma
hecho dogmático ; de manera que en nada de lo que
interesa verdaderamente al patriotismo , á los afectos,
hábitos y por decirlo de una vez al orgullo nacional,
debe temer ninguna nacion la infalibilidad pontificia,
que se aplica solo á objetos de un órden superior.
G
En cuanto al dogma propiamente dicho no tei.os
ningim interés ea dudar de la infalibilidad del Papa en
este punto. Presentase una de esas cuestiones de metafí-
sica divina que es absolutamente preciso someter á la de_
cision del tribunal supremo: nuestro interés no es que se
decida de este ó del otro modo, sino que lo sea sin tardan-
za y sin apelacion. En la célebre cuestion de Fenelon
de 20 examinadores romanos diez estuvieron á su favor
y diez en contra. En un concilio universal 500 ó 600
obispos hubieran podido dividirse del mismo modo.
Lo que es dudo3o para veinte hombres escogidos, lo es
tambien para todo el género humano. Los que crean que
multiplicando los votos deliberativos, se disminuye la
duda , conocen poco al hombre, y no han tornado jamás
asiento en un cuerpo deliberante. LOS papas han con-
denado varias herejías en el curso de diez y ocho siglos.
¿Cuándo han sido contradichos por un concilio univer-
sal? No se citará un solo ejemplo. Nunca han sido con-
tradichas sus bulas dogmáticas sino por los condenados
en ellas. El jansenista no deja de llamar á la que le con-
denó, la famosísima bula Unirnitus, como á Lutero pa-
re iú sin duda famosísima la bula Exurge, Domine. Mu-
chas veces se nos ha di ,dio que los concilios generales son
inútiles, supuesto que no han atraido jamás á nadie. Con
esta observacion comienza Sarpi su historia del concilio
de Trento. La advertencia cae en vago sin duda , por-
que el objeto principal de los concilios no es de ningun
modo atraer á los novadores, cuya eterna obstinacion no
fue ignorada jamás,, sino hacer ver su error y tranquili-
zar á los fieles asegurar do el dogma. La encomienda de
7 ",7

iu disidentes es una consecuencia mas que dudosa que la


iglesia desea ardientemente sin confiar demasiado. Sin
embargo admito la objecion y digo: Pues que los conci-
lios generales - no son útiles ni á nosotros que creemos, id
á los novadores que se niegan .á creer, ¿,(1, qué reunirlos?
El despotismo sobre el pensamiento que tanto se
echa en cara á los papas , es una pura quimera. Su-
pongamos que en nuestros dias se pregunta en la igle-
sia si hay una ó dos naturalezas, una ó dos personas
en el hombre Dios ; si su cuerpo está contenido en la
Eucaristía por transustanciacion ó por empanacion N e.
¿Dónde está el despotismo que dice <sí ó nó sobre es-
tas cuestiones? El concilio que las resolviese, ¿Ro im-
pondría como el Papa un yugo al pensamiento? La, in-
dependencia se quejará siempre del uno como del otro.
Todas las apelaciones á los concilios DO son otra cosa
que invenciones del espíritu de rebelion, que no cesa
de invocar el concilio contra el Papa para burlarse
despues del concilio en cuanto hable como eI Pa-
P a (1).

(1) «Nosotros creemos que es lícito apelar del Papa al futuro


concilio- no obstante las bulas dé Pió .11 y de Julio II que lo
prohibieron ; pero estas, apelaciones deben ser muy raras y
por . causas GRAVÍSMAS, (Fleury nuevos optIsc. b2.) Primera-
mente hay aquí un 1010T1105 que debe dar muy poco cuidado á
la iglesia católica. Ademas qué es una ocasion onAvísiNA? ¿qué
tribunal ha de juzgar ? Y entretanto ¿ qué se habrá de hacer
ó creer ? Los concilios , deberán establecerse como un tribu-
nal regular,- ordinario, superior al Papa ,.contra lo que dice
el mismo Fleury. en 1.4v misma página. Es una cosa muy eXtrailla
ver á Fieury refutado por Mosheim en un punto (le esta
T. 3. /2
«g.- 1 78 —

Todo nos conduce otra vez á. las grandes verdades


asentadas. No puede haber sociedad humana sin go-
bierno , ni gobierno sin soberanía , ni soberanía sin
infalibilidad ; y este último privilegio es tan absoluta_
mente necesario, que se ve uno obliga-do á suponer la
infalibilidad aun en las soberanías temporales (donde
no existe), só pena de que se disuelva la sociedad. La
iglesia no exige nada mas que las otras soberanías,
aunque les lleve una superioridad inmensa , porque
la infalibilidad es humanamente supuesta en las unas
y divinamente prometida en la otra. Esta suprema-
cía indisiensable no puede ejercerse sino por un ór-
gano único : dividirla es deatruirla. Aun cuando es-
tas verdades fueran menos incont,esables; siempre
lo seria que toda decision dogmática del santo pali.e
debe hacer ley, hasta que la iglesia se oponga. Cuando
aparezca este fenómeno, veremos lo que se ha de ha-
cer:entretanto deberemos atenernos al fallo de Roma.
Esta necesidad es invencible, porque depende de la na-
íuraleza de las cosas y de la e-sencia misma de la so-
beranía. La iglesia galicana ha presentado mas de un
ejemplo prealoso en este género. Obligada á veces por
falsas teorías y por ciertas circunstancias locales á
ponerse en una actitud de oposicion aparente con la
santa sede , la fuerza de las cosas la restituia inme-

portaneia, como hemos visto á un Bossuet á pique de ser en-


caminado al sendero recto por los eenturiadores de Magdeburgo.
A esto conduce la gana de decir xosaTilos. Este pronombre es ter,
rifle en teologia,
179
diatamente á los senderos antiguos. No há mucho que
algunos de sus jefes, cuyos nombres, doctrina , virtu-
des y nobles padecimientos hago profesión de, respe-
tar infinito, hicieron resonar la Europa con sus quejas
contra el piloto á quien acusaban de haber manio-
brado durante una ráfaga sin pedirles consejo. Por
un instante pudieron aterrar al tímido fieL
Res est solliedi plena timoris amor. ..
Pero cuando se vino al fin á tomar un partido de-
cisivo, el esp ill itu inmortal de esta grande iglesia,
sobreviniendo á la disolución del cúerpo , segun el
órden, se fijó sobre la cabeza de aquellos ilustres des-
contentos, y todo concluyó con el silencio y la su-
misión.
— 180

CAPITULO XX.

ULTIMA EXPLICACION SOBRE LA DISCIPLINA,


Y DIGRESION ACERCA DE LA LENGUA
LATINA.

He dicho que ninguna nación católica tenia que te-


mer respecto de sus usos particulares y legítimos á
esa supremacía presentada con tan falsos colores. Pero
si los papas deben guardar una condescendencia pater-
nal hácia aquellos usos marcados con el sello de la
venerable antigüedad ; las naciones deben asimismo
acordarse que las diferencias locales son casi siempre
mas ó menos malas cuando no son rigorosamente nece-
sarias, porque. dependen del espíritu particular y del
de lugar , dos cosas insoportables en nuestro sistema.
Asi como el modo de andar, el ademan, el lenguaje
y hasta el traje de un hombre. cuerdo anuncian su
caracter ; es menester también que el exterior de la
iglesia católica anuncie su caracter de eterna inva-
riabilidad: Y ¿quién le marcará este caracter si no
obedece á la mano de ua jefe soberano • y si cada
- 181 —
iglesia puede entregarse á sus caprichos particulares?
¿No debe la iglesia á la influencia única de este jefe el
caracter único que hiere á los ojos menos perspicaces?
¿no le debe sobre todo esa lengua católica , la mis-
ma para todos los hombres de la misma creencia? Me
acuerdo que el señor Neck.er decia en su libro sobre
la importancia de las opiniones religiosas que al fin ya
es tiempo de preguntar á la iglesia romana por qué se
obstina en usar una lengua desconocida sic. Al con-
trario ya es tiempo de no hablarle de eso , ó hablar-
le nada mas que para confesar y ponderar su pro-
funda sabiduría. Z Qué idea tan sublime la de una len-
gua universal para la iglesia universal. De un polo á
otro el católico que entra en una iglesia de su rito,
entra en su casa , y nada extrañan sus ojos. Al lle-
gar oye la que, ha oído toda la vida , y puede con-
fundir su VOZ con la de sus hermanos. Los com-
prende y ellos le comprenden á él , y puede ex-
clamar:
«Roma está toda en todas partes : está en donde yo
estoy. »
La fraternidad que resulta de una lengua comun,
es un lazo misterioso de inmensa fuerza. En el si-
glo IX Juan VIII , pontífice demasiado condescendien-
te , otorgó á los slavos el permiso de celebrar el oficio
divino en su lengua ; lo que sorprenderá al que haya
leido la carta CXCV de este Papá en que reconoce los
inconvenientes de semejante tolerancia. Gregorio VII
recogió este permist y, pero ya no era tiempo con res-
pecto á lin rusos, y sabido es lo que ha costado á este
I 82 .......
gran pueblo. Si la lengua latina se hubiera arraigado
en Kieff , en Novogorod , en Moscow , no hubiera sido
destronada jamás : jamás los ilustres slavos , emparen-
tados con Roma por la lengua , hubieran sido arroja-
dos en los brazos de esos griegos degradados del bajo
imperio, cuya historia inspira compasion cuando no
horroriza.
Nada iguala á la dignidad de la lengua latina: la ha-
bló el pueblo rey, que le dió un caracter de grandeza,
único en la historia del lenguaje humano , y que aun
las lenguas mas perfectas no han podido nunca alcan-
zar. El término magestad pertenece al latin. La Gre-
cia le ignora ; y solo por la magestad quedó inferior á
Roma en las letras y en los campamentos (1). Aque-
lla lengua , nacida para mandar, manda todavía en loz
libros de los que la hablaron: es la lengua de los con
quistadores romanos y de los misioneros de la iglesia
romana. Estos hombres no se diferencian mas que en
el objeto y en el resultado de su accion. En cuanto
los primeros se trataba de subyugar , de humillar y
de asolar al género humano : los segundos venian á
ilustrarle, á sanarle y á salvarle; pero siempre se tra-
taba de vencer y de conquistar , y de una y otra
parte el poder es el mismo.

(1) Fatale id Greecire videtur , ut cám majestatios ignoraret


nomen, sola hile quemadmodum in castro , ita in poési cedere-
tur. Quod quid sit ac quanti , nec intelligunt qui alia non pausa
sciunt , nec ignorunt qui greecorum scripta cum judicio legerunt,
(Dan. DM ad filium al frente del Virgilio de Eizevir)
16.°, 163 9,
- 183 —
ITU/vi Garamantas et Indos
Proferet i'mperium.
Trajano que fue el último esfuerzo de la pujanza
romana, no pudo llevar su lengua mas allá del Eufra-
tes : el pontífice romano la ha extendido á las Indias,
á la China y al Japon. Es la lengua de la civilizacion.
Mezclada con la de nuestros padres los bárbaros supo
refinar , adormecer y espiritualizar (digámoslo así
aquellos idiomas groseros que vinieron á, wr lo que ve-
mos. Los enviados del romano pontífice, armados de
esta lengua , fueron á buscar á los pueblos que no ve-
nian á ellos. Oyéronla hablar el dia de su bautismo,
y desde entonces no la han olvidado. Tiéndase la vista
por un mapa , y trácese la línea donde esta lengua
universal calló : allí están los limites de la civilizado!'
y de la fraternidad europeas: mas allá no se 'encontrará
otra cosa que el parentesco humano que Jelizmente se
encuentra en todas parles. El signo europeo es la lengua
latina. Las medallas, las monedas, los trofeos , los se-
pulcros , los anales primitivos , las leyes , los cánones,
todos los monumentos hablan lalin: habrá que bor-
rarlos ya 6 no escucharlos? El último siglo q ue se en-
carnizó con todo lo sagrado ó venerable, no da j6 de
declarar la guerra al 'Min. Los franceses que dan el
tono , olvidaron casi del todo esta lengua , y se olvi-
daron de sí mismos hasta quitarla de su moneda. Pa-
rece que aun no han echado de ver esto delito cometi-
do á un tiempo mismo contra la recta razon europea,
contra el gusto y contra la religion. Los ingleses mis-
mos, aunque cuerdamente obstinados en sus usos, co-
-- 18_1 —
inivnzan tambien á imitar á Francia ; lo que les su-
, ede con mas frecuencia de lo que se cree -y de que
ellos creen , si yo no me equivo?o. Contemplense lo;
pedestales de sus estatuas modernas, y no se hallará
va el gusto severo que grabó los epitafios de New to-I
y de Cristoval'taren. En vez de aquel laconismo se
leerán historias en lengua vulpr. El mármol conde-
nado á charlar echa de menos la lengua á que debía
el hermoso estilo nombrado entre todos los dernas
estilos, y que desde la piedra donde habla estableci-
do su asiento, pasaba á fijarse en la memoria de todos
los hombres.
Despues de haber sido el latin el instrumento de la
civilizacion no le faltaba mas que un género de gloria
que adquirió llegando á ser la lengua de la ciencia
¡liando fue tiempo. Los genios creadores la adoptaron'
para comunicar al mundo SUS grandes pensamientos.
Copérnico, Keppler, Descartes , Newton y cien otros
muy importantes, aunque menos célebres , escribieron
en latin. Una multitud innumerable de historiadores, de
publicistas, de teólogos, de médicos , de anticuarios &c.
inundaron la Europa de obras latinas de todas clases.
Poetas encantadores y literatos de primer órden resti-
tuyeron sus formas antiguas á la lengua de Roma, y la
elevaron á un grado de perfeccion que causa el asom-
bro de cuantos comparan á los nuevos escritores con
sus modelos. Todas las demas lenguas, aunque cultiva-
das y comprendidas, callan en los monumentos antiguos
y probablemente para siempre.'
De todas las lenguas muertas solo la de Roma ha
- 185
resucitado verdaderamente, y parecida al que ella cele-
bra hace veinte siglos , una vez resucitada no morirá
mas (1).
Contra estos brillantes privilegios ¿qué significa la
objeoion vulgar tan repetida de una lengua desconocida
del pueblo? Los protestantes lo han repetido mucho, sin
reflexionar que la parte del culto que nos es comun con
ellos, está en lengua vulgar entre unos y otros. Entre
ellos la parte principal, y por decirlo asi el alma del cul-
to, es la predicacion , que por su naturaleza se hace en
lengua vulgar en todos los cultos. Entre nosotros el ver-
dadero es el sacrificio: todo lo demas es accesorio; y
¿qué importa al pueblo que estas palabras sacramenta-
les que se pronuncian en voz baja, se digan en francés
en aleman, ó en hebreo?
Ademas se hace el mismo sofisma sobre la liturgia,
que acerca de la santa Escritura. No se cesa de hablar-
nos de lengua desconocida, como si se tratara de la chi-
nesca ó la sanscrita. El que no entiende la Escritura y
el °tido divino, es muy dueño de aprender el latin. Has-
ta con reTecto á las señoras decía Feneloii que gustaría
mucho mas de hacerles aprender el latín para que en-
tendieran el oficio divino, que el italiano para leer poesías
amorosas (2). Pero la preocupacion no da jamás oidos
á la razon; y tres siglos há que nos está acusando formal-

( i) Christus resurgens ex mortuis, jam non moritur. nom. 9.


(2) Fenelon en el libro de la Educacion de las jdvenes. Pare-
ce que este grande hombre no tercia que llegada la mujer á com-
prender el latin de la liturgia 7 tuviese tentaciou de remontarse
hasta el de Oyidio.
- 1 86 -
mente de que ocultamos la Escritura santa y las ora-
ciones públicas , mientras que las presentamos en una
lengua conocida de todo hombre que puede llamar-
se , Do digo sabio sino instruido , y que puede apren-
der en algunos meses el ignorante que se canse de
ser o.
Ademas se ha áteadido á la necesidad general tra-
(l uciendo todas las oraciones de la iglesia, unas literal y
otras sustancialmente. Estos libros, cuyo número es in-
finito, se acomodan á todas las edades, á todas las inte-
ligencias , á todos los caracteres. Ciertas palabras mar-
cadas en la lengua original y sabidas de todos , ciertas
ceremonias , ciertos movimientos y hasta cierto ruido
advierten de lo que se hace y de lo que se dice, al asis-
tante mas rudo. Siempre está en perfecta armonía con
el sacerdote, y si se distrae, suya es la culpa.
En cuanto al pueblo propiamente dicho si no en-
tiende las palabras tanto mejor. Gana el respeto , y la
inteligencia no pierde nada. El que no entiende, entien-
de mejor que el que entiende mal. Ademas ¿cómo ha-
bla de quejarse de una religion que lo hace todo por
él? Dla instruye á la ignorancia, consuela á la pobreza
y ama mas que todo á la humildad. En cuanto á la cien-
cia ¿por qué no !labia de decirle en latir! la única cosa
que tiene que decirle: que no hay salvacion para el or-
gullo?
Finalmente toda lengua variable conviene poco á
una religion inmutable. El movimiento natural de las
cosas invade constantemente las lenguas vivas, y sin ha-
blar de las grandes variaciones que las desnaturalizan
87
absolutamente , hay otras muy importantes, aunque no
lo parecen. La corrupcion del siglo se apodera cada dia
de ciertas palabras y las corrompe para divertirse. Si la
iglesia hablase nuestra lengua , podia depender de un
erudito descarado el ridiculizar ó hacer indecente la
palabra mas sagrada de la liturgia. Bajo todos los aspec-
tos imaginables la lengua religiosa debe quedar fuera
del alcance del hombre,
- 189

DEL PAPA EN SU RELACION CON

LOS SOBERANOS TEMPORALES.

CAPÍTULO I.

ALGUNAS PALABRAS SOBRE LA SOBERANIA.

aug l hombre en su calidad de ser moral y corrompido


á un tiempo, justo en su inteligencia y perverso en su
voluntad, debe necesariamente ser gobernado ; de otro
modo seria sociable á la par que insociable, y la socie-
dad juntamente necesaria é imposible.
En los tribunales se ve la necesidad absoluta de la
soberanía; porque el hombre debe ser gobernado preci-
samente como debe ser juzgado y por la misma razon,
es decir, porque donde quiera que no hay sentencia, hay
pugna.
En este punto como en otros mucho$ el hombre no
- 190 ---
puede discurrir cosa , mejor quelo existente, esto es, una
potestad que dirige á los hombres por reglas generales,
hechas no para tal caso b tal hombre , sino para todos
los casos , para todos los tiempos y para todos los
hombres.
Siendo el hombre justo á lo menos en su intencion
siempre que no se trata de él mismo; esto hace po-
sible la soberanía , y por consiguiente la sociedad ; por-
que los casos en que la soberanía está expuesta á obrar
voluntariamente mal, son siempre por la naturaleza de
las cosas mucho mas raros que los otros , cabalmente
por seguir tambien la misma analogía ; como en la ad-
ministracion de justicia son por necesidad raros con
relacion á los domas los casos en que los jueces tienen
tentacion de prevaricar. Si fuera de otro modo, no po-
dria administrarse justicia, ni ejercerse la soberanía.
El príncipe mas disoluto no prohibe que se persi-
gan los escándalos públicos en sus tribunales, con tal que
no se trate de lo que le interesa personalmente. Mas
como él solo es superior á la justicia , aun cuando diese
por desgracia los ejemplos mas peligrosos, podrian siem-
pre ejecutarse las leyes generales.
Siendo pues el hombre sociable, y estando goberna-
do por necesidad, su voluntad no contribuye en nada al
establecimiento del gobierno , una vez que no teniendo
los pueblos la eleccion , y resultando la soberanía diree.
tamente de la naturaleza humana, los soberanos no exis-
ten por la gracia de los pueblos , pues que ni la sobera-
nía, ni la sociedad son el resultado de su voluntad.
Se ha preguntado muchas veces si se había hecho el
191 —
rey para el pueblo , ó este para el primero. Pareceine
que esta cuestion supone muy poca reflexion. Las dos
proposiciones son falsas consideradas separadamente ; y
verdaderas si se consideran juntas. El pueblo se ha he-
cho para el soberano, y el soberano para el pueblo, y
uno y otro se han hecho para que haya una soberanía.
En el reloj no se ha hecho el muelle real para el
volante, ni este para el primero : cada uno se ha hecho
para el otro, y ambos para señalar la hora.
Sin nacion no hay soberano , ni sin soberano hay
nacion. Esta debe mas al soberano, que el soberano á la
nacion, porque ella le debe la existencia social y todos
los bienes que de aqui resultan; mientras que el prínci
pe no debe á la soberanía sino un vano esplendor que
nada tiene de cornun con la felicidad , y casi siempre
la. excluye.
— 199

CAPÍTULO II;

INCONVENIENTES DE LA SOBERANIA.
.....•n•••nn••n••n•

Aunque la soberanía no tiene interés mas grande y


mas general que el de ser justa , y aunque los casos en
que se inclina á no serlo , son sin comparacion menos
que los otros; con todo son muchos por desgracia , y el
carácter particular de ciertos soberanos puede au-
mentar estos inconvenientes hasta el punto que para
que parezcan soportables, DO hay otro medio que
compararlos á los que ocurririan si el soberano no
existiese.
Era pues imposible que los hombres no hiciesen de
cuando en cuando algunos esfuerzos p,Ira ponerse á cu-
bierto de esta enorme prerogativa; pero sobre este pun-
to el universo se ha dividido en dos sistemas absolii:/a-
mente diversos.
Los descendientes atrevidos de Jafet , si es lícito ex-
presarse asi, no han cesado de gravitar hacia lo que
llama /a libertad , es decir , hacia ese estado en que el
gobernante gobierna tan poco, y el gobernado es tan po-
- 193 —
gobernado como cabe en lo posible. El europeo. siem-
pre alerta contra sus soberanos unas veces los ha ex-
pulsado , otras les ha opuesto leyes. Todo lo ha tan-
Wad° : ha apurado todas las formas imaginables de go-
bierno para pasarse sin soberanos ó para restringir su
poder.
La innumerable posteridad de Sem y de Cham ha
seguido otro rumbo. Desde los tiempos primitivos hasta
los presentes ha dicho siempre á un hombre : Haz
cuanto quieras, y cuando nos cansemos le dego-
llaremos.
Por lo demas no ha podido ni querido comprender
lo que es una república: no entiende nada del equilibrio
de los poderes, de todos esos privilegios de que nosotros
estarnos envanecidos. 'Allí el hombre mas rico y mas
dueño de sus acciones, el poseedor de inmensos bienes
muebles, absolutamente libre para transportarlos donde
quiera, seguro ademas de una completa preteccion en
el suelo europeo, y viendo ya cerca el cordon ó el puñal,
los prefiere sin embargo á la desgracia de morir de té-
dio entre nosotros.
Sin duda nadie pensará en aconl-tejar á Europa el
derecho público tan claro y tan breve del Asia y del
Africa; pero supuesto que en la primera el poder es
siempre temido, discutido, combatido y traspasado ; y
ya que nada hay tan insoportable para nuestro orgullo
como el gobierno despótico; el problema europeo de mas
importancia consiste en saber : Cómo puede limitarse el
poder soberano sm destruirle.
Inmediatamente se dice: Se necesitan leyes funda-
T. 3.
194
mentales: we necesita una constilucion; pero ¿quién lai
establecerá y laS hará ejecutar? El cuerpo ó el indivi-
duo que tuviera fuerza para ello, seria el soberano, por -
que seria mas fuerte que este; de modo que le destro-
naria en el acto dé establecer aquellas. Si la ley consti-
tucional es una concesion del soberano; la cuestion que-
da en pie. ¿ Quién impedirá que uno de sus sucesores
viole? Es preciso que un cuerpo ó un individuo ten-
ga el derecho de resistencia; de otro modo no puede
ejercerse mas que por la rebelion, remedio terrible y
peor que todos los males.
Por otra parte las muchas tentativas hechas para res-
tringir el poder supremo no han tenido jamás tan buen
resultado que dé ganas de imitarlas. La Inglaterra sola,
protegida por el Oceano que la rodea, y por el carac-
ter nacional que se presta á estos ensayos, ha podido ha-
cer algo en este género; pero su constitucion no ha pa-
sado aun por la prueba del tiempo; y ya parece que be
tambalean los cimientos todavía húmedos de ese edificig
famoso, en cuyo frontispicio se lee: NIDLXXXVIII. Las
leyes civiles y criminales de aquella nacion no son su-
periores á las de las demas. El derecho de votar las
contribuciones, comprado con torrentes de sangre, no
le ha valido mas que el privilegio de ser la nacion mas
cargada de impuestos del universo. Cierto espíritu sol-
dadesco que es la gangrena de la libertad, amenaza vi-
siblemente á la constitucion inglesa : paso gustoso en si-
lencio otros síntomas. ¿Qué sucederá? lo ignoro; pero
aun cuando las cosas tomaran el giro que yo deseo, un
ejemplo aislado de la historia probaria poco en favor de
- 195 —
las monarquías constitucionales, mucho mas cuando
la experiencia universal es contraria á ese ejemplo

tina nacion grande y poderosa acaba de hacer á


nuestros ojos el mayor esfuerzo hacia la libertad que se
ha hecho nunca en el inundo; y ¿qué ha logrado? Se
ha cubierto de ridícula ignominia para poner al cabo
en el trono una b bastardilla en vez de una B mayúscu-
L ; y en cuanto al pueblo , la servidumbre en vez de la
obediencia. En seguida cayó en el abismo de la humi-
llacion, y librándose del aniquilamiento político por un
milagro que no tenia derecho á esperar, se divierte ba-
jo el yugo de los extranjeros (1) en leer su carta que
solo honra al rey, y sobre la cual no ha podido expli..
carne el tiempo.
El dogma católico proscribe , como todo el mundo
sabe , toda especie de rebelion indistintamente; y por
defender este dogma nuestros doctores dicen muy bue-
nas razones filosóficas y políticas. El protestantismo
por el contrario, partiendo del dogma de la soberanía
del pueblo, que ha trasladado de la religion á la polí-
tica , no ve sino el último envilecimiento del hombre
en el sistema de la no resistencia. El doctor Beattie que
puede citarse como un representante de todo su parti-
do, llama doctrina detestable el sistema católico de la no
resistencia; y afirma que el hombre cuando se trata de
resistir á la soberanía, debe determinarse por los
tnientos interiores de cierto instinto moral cuya co:lcen-

) Rteticrdo al lector que yo C5c t iba este: er, 131;.


— 196 —
n'a tiene en sí Minn° y que sin razon se confunde con
el calor de la sangre y de los espíritus vitales (1). Acusa
a su famoso compatriota el' doctor Barkeley de haber
desconocido este poder interior, y de haber , creido que
el hombre como ser racional debe dejarse dirigir por los
preceptos de una razon sabia é imparcial (2).
Yo admiro mucho estas bellas máximas; pero tienen
el defecto de no suministrar ninguna luz al entendi-
miento para resolverse en las ocasiones difíciles en que las
teorías son absolutamente inútiles. Despues que se ha
decidido (lo concedo por suposicion) que hay derecho
de resistir á la potestad soberana, y de hacerla entrar
en sus límites, aun no se ha hecho nada,. supuesto que
falta saber cuándo puede ejercerse este derecho, y qué
hombres tienen el de ejercerle.
Los fautores mas ardientes del derecho de resistencia
convienen (¿y quién podria dudarlo?) en que solo la ti-
ranía puede justificarle. Pero ¿ qué es tiranía? Un solo
acto, si es atroz , ¿puede llevar ese nombre? Si se ne-
cesita mas de uno, ¿cuántos se necesitan y de qué cla-
se ? ¿Qué poder del estado tiene derecho de decidir que
ha llegado el caso de resistencia? si el tribunal preexiste,
(1) l'hose instinctive senti?nents of morality were of men
are counscious ascribirs them to blood and spritits or to educa-
tion'and h hit (3cattie, ou Tiirtith.,Part. II, c. XII, p. 408. Lon-
dres en S.°). No he visto nunca tantas palabras para expresar el
orgui !o.
(2) En efecto es una gran , blasfemia (Asserting the condoct of
ratwoal beings is to be d irect ted not by d ' ose instinctive senti-
mentP but by the dictates of sober and impartial reason ) Beattie,
ibid. Aqui se ve claramente ese calor de la saligre que el orgullo
llama instinto moral.
-197--
ya era porcion de la soberanía, y al obrar sobre la otra
porcion la aniquila: si no preexiste, ¿qué tribunal esta-
blecerá este otro tribunal? Por otra parte ¿puede ejer-
cerse un derecho , aun justo é incontestable, sin pesar
en la balanza los inconvenientes que pueden resultar de
él? La historia nos enseña á una voz que las revoluciones.
comenzadas por los hombres mas cuerdos se han con-
cluido siempre por los locos : que los autores de ellas
siempre son sus víctimas; y que los esfuerzos de los pue-
blos para conquistar ó aumentar su libertad terminan
casi siempre por darles cadenas. Por todos lados no se
ven mas que precipicios.
Pero se dirá: ¿quereis quitar el freno al ti gre y re-
duciros á la obediencia pasiva? Pues bien hé aqui lo
que hará el rey : «Tomará vuestros hijos, y los pon-
«drá en sus carros, y los hará ginetes y cocheros de sus
«cuadrigas; y los constituirá sus tribunos y centuriones
«y labradores de sus campos y segadores de las mieses
«y fabricantes de sus armas y carros. Tambien hará á
«vuestras hijas sus perfumadoras, cocineras y panaderas.
«Asimismo se apoderará de vuestros campos, de vues-
«tras viñas y de vuestros mejores olivares, y los dará
«á sus servidores. Ademas percibirá el diezmo de vues-
«tras mieses y viñas, y le dará á sus eunucos y criados
«Tambien os quitará vuestros siervos y criadas y vues-
«tros mejores jóvenes y vuestros asnos para que traba-
ajen en provecho suyo. Tomará el diezmo de vuestras
«ganados, y sereis sus siervos (1).»

( i) I Regara, III, I1 — 17.


— 198
Yo no he dicho jamás (lile el poder absoluto no
acarree grandes inconvenientes, bajo cualquiera forma
que exista en el mundo. Al contrario lo confieso expre-
samente, y de ningun modo pienso en atenuarlos: solo
digo que se ve uno puesto entre dos abismos.
--199 -

CAPÍTULO sir.

• IDEAS ANTIGUAS SOBRE EL GRAN PROBLEMA,

No está en la mano del hombre inventar una ley


que no necesite ninguna excepcion: la imposibilidad
en este punto resulta asi de la debilidad humana
que no puede preverla todo, como de la naturale-
za misma de las cosas , de las cuales unas variar
hasta el punto de salir por su propio movimiento del
círculo de la ley , y otras, dispuestas por graduacio-
nes insensibles bajo géneros comunes , no pueden com-
prenderse con un nombre general que no sea falso en
las variantes.
De ahi proviene en toda legislacion la necesidad
de una potestad dispensadora, porque donde quiera
que no hay dispensa , hay violacion.
Pero toda violacion de la ley es peligrosa é mortal
para la ley, en vez de que toda dispensa la fortika,
porque no puede solicitarse esta sin rendir homenaje
-- 900 ----
á aquella , y sin confesar que no tiene uno por sí mis-
mo fuerza contra la ley.
La que prescribe la obediencia á los soberanos es
una ley general como todas las demas: es buena, jus-
ta v necesaria en general. Pero si Neron está en el
trono , puede parecer un defecto.
¿Por qué pues no habia de haber en estos casos
dispensa de la ley general fundada en circunstancias
absolutamente imprevistas ? ¿No vale mas obrar con
conocimiento de causa y en nombre de la autoridad,
que precipitarse sobre el tirano con una impetuoÇi-
dad ciega que tiene todos los síntomas del crimen?
Mas ¿á quién dirigirse por esta dispensa ? Siendo
la !oberanía una cosa sagrada para nosotros, una ema-
nac ion del poder divino , que las naciones de todos los
tiempos han puesto siempre bajo la salvaguardia de la
religion; pero que el cristianismo sobre todo ha toma-
do b ajo su proteccion particular , prescribiéndonos
que miremos en el soberano un representante y uta
imagen de Dios mismo ; no era absurdo juzgar que
para s er absuelto del juramento de fidelidad no
otra autoridad competente que la de aquella alta
potestad espiritual , única en la tierra y cuyas prero-
gativas sublimes forman una porcion de la revelacion.
Como el juramento de fidelidad sin restriccion ex-
pone á los hombres á todos los horrores de la tiranía,
y la resistencia sin regla los expone á todos los desó •-
denes y excesos de la anarquía ; la dispensa de dicho
juramento pronunciada por la soberanía espiritual po-
dia muy bien ocurrirse al pensamiento humano como
o1
el único medio de contener á la autoridad temporal
sin borrar su caracter.
Por lo demas seria un error creer que la dispensa
del juramento en esta hipótesis se hallaria en contradic-
cion con el origen divino de la soberanía, mucho menos
cuando suponiéndose eminentemente divino el poder
dispensador , nada quitada que le estuviese subordi-
nado otro poder bajo ciertos respetos y en circunstan-
cias extraordinarias.
Por otra parte las formas de la soberanía no son
las mismas donde quiera : fíjanse por medio de las le-
yes fundamentales , cuyas verdaderas bases no estar
escritas jamás. Pascal dijo muy bien : «que tenia tan-
« to horror á destruir la libertad donde Dios la ha
«puesto, como á introducirla donde no existe; » por-
que no se trata de monarquía en esta cuestion, sino
de soberanía, lo que es muy diferente.
Esta observacion es esencial para eludir el Fo fism a
que se ofrece tan naturalmente: la soberanía está limi-
tada aquí ó allá ; luego procede del pueblo.
En primer lugar si uno quiere expresarse con
exactitud , no hay soberanía limitada: todas ion ablo-
hitas é infalibles, pues que en ninguna parte es per-
mitido decir que han errado.
Cuando digo que ninguna soberanía está limitada,
entiendo en su ejercicio legítimo ; lo que hay que no-
tar con cuidado. Porque puede decirse igualmente
bajo dos puntos de vista diferentes que toda sobera-
nia es limitada, y que ninguna soberanía es limitada:
lo es en cuanto ninguna soberanía lo puede todo: no lo
— 209.
es , en cuanto dentro de su círculo de legitimidad,
trazado por las leyes fundamentales de cada pais, e;
ien-lpre y en todas partes absoluta, sin que nadie ten-
ga derecho de decirle que es injusta ó que , se ha qui-
oriado. La legitimidad pues no consiste- en condu_
cirse de este modo ó del otro dentro de su círculo,
sino en no salir de él.
En esto no se para bastante la atencion. Diráse
por ejemplo: en Inglaterra la soberanía está limitada:
nada hay mas falso: b corona es la que se halla li-
mitada en ese pais célebre. Mas la corona no es toda
la soberanía, á lo menos en teoría ,.. y cuando los tres
oderes que constituyen la soberanía en Inglaterra, es-
tan de acuerdo, ¿qué es lo que pierden ? Hay que res-
ponder con Blackstone: TODO, Y ¿qué se puede le-
galmente contra ellos? NADA..
.Asi la cuestian del origen divino puede tratarse
en Lóndres como en Madrid ó en otra parte , y en to-
das presenta el mismo problema , aunque las formas
de la soberanía varíen segun los paises.
En segundo lugar la conservacion de las formas
segun las leyes fundamentales no altera ni la esencia,
ni los derechos de la soberanía. Unos jueces superio-
res que á causa de sevicia intolerable privasen á un
padre de familia del derecho de educar á sus hijos,
¿se reputaría que atentaban á la autoridad paterna , y
declaraban que no es divina ? El tribunal que contiene
á un poder en los límites, no niega ni su legitimidad,
ni su caracter , ni su existencia legal contrario
las profesa solemnemente.
- 203 —
Del mismo modo el soberano pontífice, absolviendo
á los súbditos del juramento de fidelidad, no baria nada
contra el derecho divino : solamente profesaría que h
soberanía es una autoridad divina y sagrada que no
puede ser fiscalizada sino por otra autoridad tambie!
divina , pero de un órden superior , y revestida espe-
cialmente de esta potestad en ciertos casos extraor-
dinarios.
Seria un paralogismo sacar esta condusion : Dios el
autor de la soberanía ; luego no puede ser fiscalizada.
Si Dios la ha creado y mantenido tal, concedo , en el
caso contrario, niego. Dios es dueño sin duda de crear
una soberanía limitada en su principio mismo ó pos-
teriormente por un poder que haya establecido en la
épo r,',a señalada ea sus decretos; y bajo esta forma se-
ria divina.
Creo que la Francia antes de la revolucion tenia
leyes fundamentales, á las cuales no podía de consi-
guiente toar el rey. Sin embargo todos los teólogo;
franceses rechazaban justamente como anti-cristiano el
sistema de la soberanía del publo ; luego tal 6 cual
restriccion , aun humana , no tiene nada de coman
con el origen divino , porque seria verdaderamente -
singular que solo al despotismo correspondiese esta
prerogativa sublime.
Y por una consecuencia mucho mas perceptible y
decisiva un poder divino solemne y directamente es-
table•ido por la divinidad no alteraria la esencia de
ninguna obra divina que pudiera modificar.
Estas ideas rodaban en la cabeza de nleztro4
204 --
abuelos, que no se hallaban en estado de explicarse
esta teoría y de darle una forma sistemática : solo
concibieron la idea vaga que la soberanía temporal
podía ser fiscalizada por aquel alto poder espiritual,
que en ambos casos tenia el derecho de revocar el ju-
ramento de vasallage.
CAPITULO IV.

MAS CONSIDERACIONES SOBRE EL litlISMO


ASUNTO.

Nunca estarla yo obligado á responder á las obje-


ciones que puedan suscitarse sobre las ideas que acabo
de emitir ; porque mi ánimo no es predicar el dere-
cho indirecto de los papas. Lo que únicamente digo es
que nada tienen de absurdo estas ideas. Mi argumento
es ad horninern , ó por mejor decir ad honiines. Me to-
mo la libertad de decir al siglo en que vivo, que hay
una manifiesta contradiccion entre su entusiasmo cons-
titucional y su desenfreno contra los papas: pruebo,
y es cosa fácil , que se sabe mucho menos en él
sobre este punto importante, que lo que se sabia en la
edad media.
No divaguemos mas: tomemos de buena fé nuestro
partido sobre la gran cuestion de la obediencia pasiva
ú de la no resistencia. Si se trata de sentar como prin-
cipio « que por ninguna razon imaginable. (1) es lí-
cito resistir á la autoridad : que es necesario agra-

(1) Cuando diga (pe por ¡aten ninguna itnaginaHe $c co-


5206 —
decer á Dios los buenos príncipes , y sufrir á los malos
con paciencia , esperando que el gran reparador de loo
desmanes, el tiempo , nos haga justicia con respecto á
estos : que mas peligros presenta la resistencia que el
sufrimiento &c.; convengo en todo y estoy pronto á
sostenerlo en adelante.
Pero si fuese absolutamente necesario llegar al ex-
tremo de poner límites legales al poder soberano, opi-
naría de todo corazon que se confiasen á los sumos
pontífices los intereses de la humanidad.
Los defensores del derecho de resistencia no han
cuidado las mas veces de sentar la cuestion de buena
fé. Con efecto, aquí no se trata de si es lícita la resis-
tencia , sino del cómo y el cuártclo. Es un problema
práctico, y presentado de esta manera estremece. Si en
vez del derecho de resistencia se propusiera el de im-
pedir, y en lugar de residir en el súbdito pertenecie s e
á una potestad de diferente órden; no seria tanto el
inconveniente, porque esta supsicion admi1e la resis-
tencia sin revolucion y sin violacion alguna de la so-
beranía (1).
Ademas descansando este derecho de oposicion en
una conocida y única persona , se podria someter á re-

noce que siempre excluyo el caso en que el soberano mandase


cometer este crimen : no estoy lejos de creer que hay circuns-
tancias, mas frecuentes de lo que se juzga , en que la resisten-
tija no es sinónimo de insurreceion ; pero no es mi ánimo, ní
puedo emprender la usada tarea de entrar en estos continues por-
menores, tanto mas que son innecesarios en una ubra en que
Listan los principios generales.
(1) La destitueien 4)st:uta y perpetua de un príncipi t( uj-
Blas y ejercerse con toda la prudencia y consideracion
imaginables ; en vez de que en la resistencia interior
se ejerce por súbditos, por la multitud , en una pala-
bra por el pueblo y por consecuencia por el único me-
dio que es la insurreccion.
No es esto solo: el reto del Papa se podría ejercer
contra todos los soberanos , y seria adaptable á todas
las constituciones y al caracter de todas las naciones.
Muy pronto se dice monarquía limitada. No hay cosa
mas fácil en teoría; pero cuando se llega á la práctica y
á la experiencia, no hallamos mas que un ejemplo equí-
voco en su duracion , y que Tácito condenó anticipada-
mente (I), sin que hablemos de una porcion de circuns-
tancias que hacen notar este gobierno como un fenó-
meno puramente local y acaso pasajero.
Al contrario la potestad pontificia es por su esen-
cia la menos sujeta á los caprichos de la política. El
que la ejerce , es ademas siempre anciano , célibe y
eclesiástico ; circunstancias que excluyen los noventa y
nueve centésimos de los errores y pasiones que pertur-
ban los estados. Como está lejos, su poder es de di-
ferente naturaleza que la de los soberanos temporales,
y no pide nada para si; se puede creer con fundamento
que si no carece de obstáculos, cosa imposible en lo hu-

pural , caso sumamente raro en la actual sup-sicion, LIG seria


rvvolucion , eamo no lo seria la que motivase la muerte natural
del rní,mo soberano.
(1) Dele g a his et ennvituta lautlati.fa-
cilirts (pu:un evenire, vea si evenerit haud diaiiírha iisse
teát. Fáctt. Ann. III ^ 3 ),
208 —
mano, quedan á favor de este arreglo el número me-
por posible contando con nuestra humana naturaleza,
que es para todo hombre sensato el punto de perfec_
cion á que se puede aspirar.
Parece pues que la intervencion mas ó menos po-
derosa , mas ó menos activa de la supremacía espiri-
tual seria un medio tan efectivo y plausible como cual-
quiera otro para que las soberanías temporales se con--
tuviesen en los legítimos límites , y para impedir que
violasen las leyes fundamentales del estado, de las que
la religion es la primera.
Mas adelante podemos ir, y sostener con igual cer-
teza que este medio seria el mas agradable, ó el que
menos chocase á los soberanos. Si el príncipe está
en libertad de aceptar ó rehusar las trabas que se le
quieran imponer, á buen seguro que no las aceptará,
porque ni el poder, ni la libertad han sabido jamás de-
cir : basta. Pero si el soberano se ve obligado irremisi-
blemente á recibir un freno, y DO se trata mas que de.
escoger cuál ha de ser ; no extrañaria yo que prefiriese
el Papa al de un senado colegislativo ó de una asam-
blea nacional &c., porque los soberanos pontifices
gen poco de los príncipes, y se atraerian su odio si
obraran de otra manera (1).
(1) Si á Luis XIV hubieran presentado los estados generales
de Francia una peticion semejante á la que la Cámara de los
comunes dirigió al concluirse el siglo XIV al rey de Inglater-
ra Eduardo Hl (Hutu Ed. 137'7, capit. XVI, en 4.°, p. 332):
estoy persuadido de que su altivez se hubiera resentido mucho
plus que de recibir una bula dada con el sello del pescador y
con el mismo objeto que aquella.
04 O 9 ........

CAPÍTÚLO Vi

1,,,IIXACTER DISTINTIVO DEL PODER EJÉRelíii,


POR LOS PAPAS:

Algunas veces han pugnado los papas, con los sobe


ranos; pero jamás con la soberania. En los actos mis-
mos en que absolvian á !os súbditos del juramento de
fidelidad , declaraban á la soberanía inviolable. Los pa-
pas enseñaban al pueblo que, ningun poder humano al-
canzaba hasta el soberano, cuya autoridad estaba pen-
diente solamente de una potestad espiritual , de forma
que sus anatemas lejos de derogar nunca el rigor , de
las máximas cristianas respecto á la inviolabilidad
los soberanos, servían para afirmarla con nueva sancion
á los ojos de los pueblos.
Si algunas personas mirasen como una sutileza ésta
distincion del soberano y la soberanía; yo no tengo in-
conveniente en omitir tales expresiones porque no me
son necesarias. Sencillamente diré que los rayos fulmina-
dos por la santa sede sobre un corto número de soberanos,
casi todos odiosos y muchas veces insoportables por sus
r. 3. '4
-910-
crímenes, lograron contenerlos ó atemorizarlos, sin al-
terar en la mente de los pueblos la grande y sublimo
idea que debian formar de sus señores. Estaban 103 pa -
pas universalmente reconocidos como delegados de Dios,
de quien dimana la soberanía. Los mayores príncipes
buscaron en la consagracion la sancion ó por decirlo
as:, el complemento de su derecho. El principal de es-
tos príncipes, segun el . antiguo sistema, el emperador de
Alemania debla ser consagrado ppr las manos mismas del
Papa. Juzgábase que adquiría así su caracter augusto, y
que no era verdaderamelde emperador hasta que esta-
ba ungido. Mas adelante exponch'emos toda esta docti
del derecho público, tal que no ha elndslido otro alguan
mas general, ni mas incontestablemente reconocido.
Cuando los pueblos vejan que á un rey se le declaraba
excomulgado, decian: «Muy alta debe ser esta potestad,
« muy sublime, muy superior á todo humano juicio,
« pues que solo el vicario de Jesucristo puede domi-
« narla. »
Padecemos una grande ilusion al reflexionar sobre
esta materia. Seducidos por la charlatanería filosófica,
nos parecía que los papas no se ocupaban mas que ca
destituir reyes, y como se hallan estos hechos repeti-
dos en los folletos mas pequeños, creianao• que tam-
bien se habrian repetido en la práctica. ¿Cuántos sobe-
ranos hereditarios han sido depuestos por los papas? Todo
se reducia á amenazas ó á transacciones. En cuanto á
los electivos, ya eran criaturas humanas que se po-
(flan deshacer, pues se habian hecho; y sin embargo
todo se reducia igualmente á dos 6 tres príncipes fu-
rioso3, que para la felicidad del género humano ¡ta-
llaron un freno ( bastante débil y muy insuficiente)
en el poder espiritual de los papas. Fuera de estos casos
seguian las cosas su ordinario curso, como sucede en el
mundo político. Cada rey estaba tranquilo en su reino
con respecto á la iglesia: los papas no pensaban ni se
mezclaban en su adnainistracion: y hasta que ocurrió
á aquellos el despojar al sacerdocio, ó separarse de sus
mujeres lejitimas, ó tener simultáneamente dos, nada
tenian que temer por parte de estos. La sólida teoriza
que acabamos de exponer, viene á demostrarse con la
experiencia. ¿Qué resultado han tenido los grandes
movimientos que tanto ruido causaron ? El origen di-
ino de la soberanía , este dogma conservador de los es-
tados, se hallaba universalmente establecido en la Eu-
ropa. Formaba en cierto modo nuestro derecho públi-
co, y prevaleció en todas nuestras escuelas hasta la fu-
nesta divisiou del siglo XV].
Concuerdan pues exactamente la experiencia y la ra,
zon. Las excomuniones de los papas no han perjudicado
en nada á la soberanía en el concepto de los pueblos: al
contrario reprimiéndola en ciertos puntos, haciéndola
menos feroz y menos opresora , arredrándola en be- _
neacio suyo , que descorro la , la hicieron mas v ene-
rable : lograron que desapareciese de su frente el an-
tiguo caracter de la bestia , para sustituir el de la
r egeneracion la hicieron inviolable para santificarla:

nueva y grande prueba entre otras mil de que el po-


der pontificio ha sido Siempre un poder conservador.
Yo creo: que todo el mundo puede convencerse de
29
esto : pero es un deber particular de todo hijo chi
la iglesia el conocer que el espíritu divino que le
anima , et magno se corpore miscrt, nada rodia produ -
cir que tuviese funestos resultados , obstante la
mezcla de intereses humanos que se ad; ierte mucho
con grande frecuencia enmedio de las tempestadei
políticas.
A los que objetan hechos particulares, accidentales
descuidos ó errores de algunos hombres , que insisten
en frases favoritas, que extraen cada periodo de la his-
toria para considerarle aparte, no se puede contestar
sino que «desde el punto á que hay que elevare para
«abrazar el conjunto nada se ve absolutamente de lo
a que ellos ven. Asi pues no hay medio de contestar-
a les , i es que no quieren tomar esta cláusula For
a respuesta.» Debe observarse que los filósofos moder-
nos han seguido con respecto á los soberanos un cami-
no diametralmente opuesto al que los papas habian
trazado. Estos consagraban el caracter y castigaban á la
persona , y al contrario los otros han adulado mucho
y aun con bajeza á la persona que da los empleos y las
pensiones, y han destruido, cuanto ha estado de su par-
te, el caracter, haciendo la soberanía odiosa ó ridícula,
como que derivaba del pueblo, y procurando siempre
que este la estreche y circunscriba.
Hay tanta analogía, tanta fraternidad, tanta de-
pendencia entre el poder pontificio y el de los reyes,
que nunca ha tambaleado el primero sin tocar al segun-
do, y que los innovadores de nuestro siglo no han ce-
sado de suponer á la faz del pueblo la conspiracion
-913-
del sacerdocio y del despotismo contra él, mientras tan-
to que persuadian á los reyes que conspiraban los sa-
cerdotes contra la autoridad real, de quienes los hacian
los mayores enemigos: contradiccion increible, inaudi-
to fenómeno que pasaria por único., si no existiese una
cosa mas extraordinaria aun, y es que lo hayan creido
los pueblos y los reyes..
En pocas líneas hizo el jefe de los reformadores su
profesion de fé con respecto á los soberanos.
«Los príncipes, dice, son por lo general los mayo-
res locos y los mas insignes pícaros de la tierra: nada
bueno se puede esperar de ellos: en el mundo. solo
on los verdugos de que Dios se sirve para casti-
garnos (1). »
El hielo del escepticismo calmó la fiebre,del siglo
XVI, y el estilo se ha dulcificado con las costumbres;
pero los principios siempre son los mismos. La secta
que aborrece al soberano pontífice, va á recitar sus
dogmas.
Silencio en todo el universo: escuchémosla.
De cualquiera manera que el príncipe se halle re-
« vestido de su autoridad, siempre la ha recibido del
« pueblo, y este no depende jamás de ningun hombre

(1) Lotero en sus obras en folio, tom. Lt, p. 182, citado en el


tiotabiliiimo y muy conocido libro aloman titulado: Per Triumph
sler philosophie in Achtzehnten Jahrhunderte, en 8. °, tomo 1,
p. 52. Linero usaba con f•ecueucia de una especie de prover-
bio que él mismo compuso sobre este articulo, y decia asi: Prizzci_
pero esse, et non esse latronenz vix possibile est: en nuestro jalo::
nia: Apenas es posible que un príncipe no sea un ladron.
--fWt-

« mortal, á no ser que haya dado su consentimiento (1 .


Del pueblo depende el bienestar , la seguridad y la
permanencia de todo gobierno legal. En el pueblo debe
residir necesariamente la esencia de todo poder : y son
responsables para con él del uso que hayan hecho del
poder que por limitado tiempo se les confiara , to-
dos los que por sus conocimientos ó capacidad han ob-
tenido de aquel su confianza, unas veces prudente y
otras no (2). »
En el dia pueden los príncipes hacer sus reflexio-
nes. Se los amedrenta con aquel poder que coritenia á
veces á sus antepasados hace ahora mil años; pero que
habla divinizado el caracter soberano. Cayeron en el
lazo que mañosamente les habian tendido, y se han de-
jado rebajar hasta la tierra: ya no son mas que hombres,

(1) Noodt, sobre el poder de los soberanos.—Coleccion de


discursos sobre dive•sai materias importantes traducidos C1 com-
puestos por Juan Bi.irbeyrac, tom. 1, pag. 4 1.
(2) Opinion del caballero Guillermó iones. —Memoirs of the
lile of sir William :Iones, by lord Tri zywmouth. London, 1803
6-'n 4,', p. 2 12.
CAPÍTULO VI.

PODE TEMPORAL DE LOS PAPIS. GUERRAS


. kl N - SOST ENID° CO SAO PRÍNCIPES TEIMP'
P011 A LES.

Es cosa muy notable y que nunca ó poco Se repara,


el que los papas no han hecho jamás uso del inmenso
poder que han tenido en sus manos para engrandecer
sus estados. ¿Crió cosa mas natural, por ejemplo, y
mas halagüeña á la naturaleza humana , que haberse
reservado una parte de las provincias conquistadas por
los sarracenos, y que ellos daban al primer ocupante
para alejar la media luna que se les acercaba sin ce-
sar? Sin embargo, nunca lo hicieron, ni aun con las
tierras que les pertenecian, como el reino de las dos
Sicilias, á que tenían derechos incontestables, á lo me-
nos segun las ideas de aquellos tiempos, contentán-
dose con un vano derecho de señorío, que al fin se re-
dujo á la ha-canea, tributo ligero y puramente nomi-
nal que toda; la les disputa el mal gusto del siglo.
Los papas han podido hacer valer mucho en cier-
tos tiempos la soberanía universal, que la opinion tam-
bien universal no les disputaba. Pudieron exigir home-
6 —..
pajes 4 imponer tallas arbitrariamente si hubieran
querido: no tengo interés en examinar aqui estos dife.
rentes puntos. Pero quede siempre consignado como
cierto que no han procurado, ni aprovechado las oca
siones de aumentar sus estados á expensas de la justicia,
en tanto . que ningun otro soberano temporal se ha es-
capado de esta maldicion , y que en este mismo mo-
mento, con toda nuestra filosofía, nuestra ilustracion,
nuestros hermosos libros, no hay acaso una sola po-
tencia europea, que pueda justificar delante de Dio ►
y de la razón todas las tierras que posee.
Leemos en únas cartas sobre la historia que los pa-
pas se han valido de su poder temporal algunas veces
Ora aumentar sus posesiones (1).
La frase algunas veces es demasiado vaga: tambien lo
es la otra poder temporal y mas que las dos la de po-
iesiones: solo falta señalar como y cuando han empleado
los papas su poder espiritual ó sus medios políticos pa-
extender sus estados á expensas de un legítimo pro-
pietario.
Mientras este legítimo propietario se presenta , no
dejaremos de admirarnos al observar que de todos los
papas que han reinado y en el tiempo de su mayor in-
fluencia, no haya salido un solo usurpador, y que aun
en las ocasiones hacian valer' sus derechos señoriales
sobre cualquiera estado, lo ejecutaban para darle, y
no para tenerle.

(1) Zaccaria, Febron tom. IV dissert. IX, cap.


11 i, pag. 33.
-117
Considerados como simples soberanos los papas son
dignos de atencion aun en este sentido. Por ejemplo,
Julio II hizo ciertamente una guerra mortal á los ve-
necianos pero era para recobrar las tierras que habia
usurpado aquella república.
Este es un punto , sobre que yo no dudaré invo-
car con toda confianza aquella inspeccion ó examen
general que determina y precede al juicio de los hom-
bres sensato3. Los papas reinan á lo menos desde el si-
glo IX : pues á contar de ese tiempo no se hallará
ninguna dinastia soberana que haya conservado mas
respeto hacia el territorio ajeno, ni menos deseos de au-
mentar el suyo.
Como príncipes temporales los papas igualan ó ex-
ceden en poder á muchas testas coronadas en Europa.
Examinense las historias de los diferentes paises, y se ve-
rá en general una conducta muy diferente de la de los
papas. ¿Cómo es que estos no han obrado políticamente
como los demas? Sin embargo no se ve por su parte
aquella tendencia á su engrandecimiento que forma el
caráter distintivo y general de toda soberanía.
Julio II á quien cité hace poco, es como no me en-
gañe mi memoria, el único que ha adquirido un terri-
torio por las reglas ordinarias del derecho público en
virtud de un tratado que dió fin á una guerra. Hizo que
le cediesen el estado de Parma : pero esta adquisicion,
aunque no culpable, chocaba con el carácter pontificio,
y salió muy pronto de la santa sede. A ella sola
está reservado el honor de no poseer en el dia de hoy
mas que lo que tenian hace diez siglos. Allí no se
—2I8—
Jian ni tratados , ni combates , ni intrigas, ni usurial-
tioae,:, porque subiendo al origen solo hallarnos una
daaacion. Formaron un estado temporal para los papas,
muy precioso para el cristianismo , Pipino, Carlo Mag-
no, Luis, Lotario, Henrique Olon y la condesa Matilde:
la fuerza de las cosas le habia principiado, y esta encu-
bierta operacion es uno de los mas curio:=-es espectáculos
de la historia.
No ¡ny en Europa soberanía mas justificable, si e.‘
lícito este lenguaje, que la de los pontífices soberano,:
es' como la ley divina, justificcea n sewtipsá. Pero lo
que hay verdaderamente admirable es ver á los papas
Llegar á ser soberanos, sin percibirlo, y aun á su pesar,
hemos de hablar exactamente. Una ley invisible ele-
vaba la silla romana , y se puede decir que el jefe de la
i.;feia universal nació soberano. Desde el patíbulo de
lo; mártires subió á un trono , que al principio no £e
percibia: pero que insensiblemente se consolidaba como
todas las grandes cosas , y desde su primera edad se
anunciaba por cierta atmósfera de grandeza que le ro-
deaba, sin que pudiese señalarse causa humana ninguna.
Tenia el pontífice romano necesidad de riquezas , y
alluian riquezas: nece s itaba brillo , y no sé qué esplen-
dor extraordinario salia del trono de S. Pedro, de forma
que ya en el siglo III uno de los magnates de Roma,
prefecto de la ciudad, decia, como chanceándose, segun
cuenta S, Gerónimo: «Prometed hacerme obispo de Ro-
ma, y al momento me convertiré al cristianismo.» El
que hablara aqui de avaricia religiosa , de influencia sa-
cerdotat; probarla que e$tá al nivel de su siglo; pero, muy
-919-
atrasado en la materia. ¿Cómo se puede concebir una so-
beranía sin riqueza? manifiestamente se contradicen estas
dos ideas. Son pues las riquezas de la iglesia romana
un signo de su dignidad y el necesario instrumento de
su legítima accion : son obra de la Providencia que
las marcó desde el origen con el sello de la legitimidad.
Las vemos y no se sabe de dónde vienen: las vemos, y
nadie se queja de que las tenga porque las han acumula-
do allí el respeto, el amor , la piedad de los fieles. De
aqui proceden esos grandes patrimonios que tanto repiten
las plumas de los sabios. Al fin del siglo IV poseía S. Gre-
gorio veinte y tres en Italia , y en las islas del Mediter-
raneo, en Iliria, en Dalmacia, en Alemania y en las Ga-
lias (1). La jurisdiccion de los papas en estos patrimonios
lleva un singular carácter que no se descubre fácil-
mente por entre la . obscuridad de esta historia; pero se
ve elevarse visiblemente mas superior que la simple
propiedad. Se ve que los papas enviaban autoridades
que daban órdenes , y se hacian obedecer desde lejos,
sin que sea posible dar un nombre á esta supremacía,
que ta mpo.3o la Providencia habla proclamado todavía.
Siendo aun Roma pagana, el pontífice romano era un
embarazo para los Césares. Ellos tenian mando y fuerzas
contra él, y este ningunas contra aquellos, y sin embar-

(1) Vvase la disertacion del - Presb. Cenni al fin del libro del
cardenal Orsi , Della origine del dominio é della sovranitá de'
rom. pontrfici sobra gli stati loro temporalmente soggetti. Roma.
Pagliarini , en 12 , 1754 , p. 30G á 309. El patrimonio llamado do
los Alpes marítimos era inmenso: ineltjia á Genova y toda L
ta basta las fronteras de Francia. Veanse las auto: idades.
go no podían los primeros brillar aliado - del pontüke.
Leiase ea su frente el carácter de un sacerdocio tan emi -
¡lente, q . te el emperador que ta,m5ienfraia entre sus títulos
#1 de pontífice c•',, n) le sufra en Roma con mas im-
pviencia qle la qt2 pudiera causarle el ejército de un Ce-
sar, que le disputara el imperio (Possuet, ;art. past; sobre
la co.n. pase. N." IV, ex. Cm. epis- t. LI. ad Amt). Una
m mo. cGulta loa arrojaba de la ciudad eterna para entre-
garla al jefe de la iglesia eterna. Paede ser que en el espí-
l
i tu de Constantino se "mezclase á esta sujecion de que
hablo, un principio de fé y de respeto; pero no dudo ase-
gurar que semtlante sentimiento no influyó en la deter-
minacion que to-ni de trasladar la silla del imperio, ma-
cho meas que to la; lo; mV,ivo3 políticos que se le
atribuyen: asi se cumpla el decreto del Altísimo (1).
Un mismo lugar no podia contener á un emperador
y á un pontífice: Constantino cedió al pontífice la ciudad
de Roma. La conciencia universal , que: es infalible,
lo comprendió así ; y este es el origen de que- pa),--
cedió la fábula de la donado] , que es mucha verdad.
La antigüedad que deseá mucho verlo y tocarlo toda,
abandonó- (que ni aun hubiey. a sibido nombrar) una
donacion en solemne forma. Vióla escrita en un perga-
mino y depositada en el altar de S. Pedro. Los modernoi
dicen mentira, y la misma inocencia denunciaba sus pen-
samientos (2). No hay cosa mas cierta que la do /clon

(1) 'liad.
()). ¿Ño ocian LYmbien á un á..1 ► gei. (re ute•ró á . Ama de-
ain( de S...1,9. o .kt?..Nusotros los. actmules vivievnes., no velp os.." C/t1)
de Constantino. Dettle altota se conoce que loN empk1,-
radores no estar en Roma en su casa. Parecen forasteros
que van con el competente permiso á pasar en ella al
hunas temporal s. Pero aqui tenemos una cosa mas
admirable aun : Odoacro con sus hérulos pone tér-
mino al imperio de Occidente en 475. Poco despues
los hérulos desaparecen á vista de los Godos, y estos tam-
bien sucumben á la superioridad de los lombardos que
se apoderaron del reino de Italia. ¿Qué poder humano
impidió á todos estos príncipes, y por espacio de tres si-
glos, fijar definitivamente su trono en Roma? ¿Qué bra-
zo los rechazaba en hilan, en Pavia, en Ravena? Era la
donacion que producía sus legales efectos, y que procedía
de muy alta region para que dejase de producirlos.
Un punto está fuera de toda cuestion; y es que los
papas siempre trabajaron para conservar á los empera-
dores griegos la parte de Italia que les quedaba contra
los godos, hérulos y lombardos. Nada omitieron para
inspirar valor á los exarcas y fidelidad , á los pueblos.
Exhortaban continuamente á los emperadores griegós
para que viniesen á socorrer la Italia : pero ¿qué podia
obtenerse de estos miseables príncipes ? No solament ►
era muy poco lo que podian hacer en beneficio de aquel
reino, sino que sistemáticamente le vendian porque

mas que el ascendiente del pontifleel pero ¿qué significa ene


ascendiente? Sin la pintoieSea lengua de los hombres del sigo V
► ubierarnos perdido una obra maestra de ['tarde': por lo denlas <'4•••
tamos acordes todos en cuanto al prodigio. Un ascendiente que
para y asombra á Atila es á lo menos tan sobrenatural como un
:ángel; cly quién sabe Siquiera sí los dos soU una misma ¿Osa?
922 —
teniendo tratados vigentes con los bárbaros, porque
I Qi amenazaban del lad9 de Constantinopla , no se
atrevían á inquietarlos por Italia. No puede pin-
tarse el estado de aquellos bellos paises, y aun en
la historia causa en el dia lástima. Desolada por los
bárbaros, abandonada de sus soberanos, ni la Italia sa-
bia quién era su dueño, ni sus pueblos tenían otra
suerte que la desesperacion. En medio de estas grandes
calamidades el único refugio de los desgraciados eran
los papas: sin quererlo y por la fuerza de las circuns-
tancias se vieron los papas en el lugar de los empera-
dores: todas las miradas se volvían hacia aquellos.
hérulos, lombardos, franceses , en este punto
todos estaban conformes. Ya en su tiempo decia S. Gre-
gorio: cualquiera que llegue al puesto que yo ocupo, se
verá abrumado de negocios hasta el extremo de dudar
con frecuencia si es príncipe ó pontífice (1).
En muchas cláusulas de sus cartas se advierte que
wupaba el puesto de un supremo administrador. En-
via por ejemplo un gobernador á Nepi, mandando á
los habitantes que le obedezcan del mismo modo que si
fuell el mismo pontífice: por otro lado despacha á Ná-
poles un tribuno encargado de la conservacion de
aquella gran ciudad (2). Un gran número de ejem-
plares semejantes podíamos citar. De todos lados

(1) Hoc in loco güisquis pastor, dicitur,curisexlerioi ibus gra-


vite?' occupatur 3 ita ut saRe incertum sit utriün pastoris officiuru
ein terreni proceris agat. Lib. 1, • eili q . 25, al 21, acl joh,episcop. C.
P. etccet. °riera. Patr.- Orsi, en el Citado lib. prcf. p. XIV.
(2) Lib. II, epiit. XI, al VIII, ad Nepes. ibid. pag.
- 923
dirigian al Papa quejas y solicitudes, todos los nego-
cios se presentaban á su decision ; por último insensi-
blemente y sin saberse cómo habla llegado el Papa á
ser respecto al Emperador griego, lo que el intenden-
te de palacio era en Francia respecto á sus reyes ti-
tulares.
Con todo eso tan lejos estaban de los papas la%
ideas de usurpacion , que un año antes de la llegada de
Pipino á Italia todavía el papa Estevan II conjuraba
al mas despreciable emperador griego (Leon háurico)
para que acatando las muchas y frecuentes representa-
ciones que le 'labia dirigido, se determinase á venir al
socorro de su reino de Italia (1).
Con cierta aceptacion se admite la creencia de que
los papas pasaron súbitamente de la clase particular á
la de soberanos, y que todo se lo debiten á la dinastía de
los reyes de Francia que se llaman carlovingios. Sin em-
bargo es un grande desatino. Antes de estas donaciones
famosas, que honraron mas á la Francia que á la sede
apostólica, aun cuando ella misma no se quiera persua-
dir de ello, los papas eran ya soberanos de hecho y no
les faltaba mas que el título.
Gregorio II escribia al emperador Leon: cc Todo el
«Occidente dirige sus miradas á nuestra humildad......
«Nos. mira como el árbitro y moderador de la tranquili-

(1) Deprecares imperialem clen2entianz rrt juxtá id quorl ct


scripserat, caín exe•citu ad tuendar has Itn!ice partes ►no(lis
, tr
(7ninibus acl, eniret etc. inast, el bibliot. citado en la dise t.
de Cernir", ib. pn..T . 203 )
- 224 —
(«lad pública - Si os atrevieseis á ensayar la prueba, le
«hallariais pronto para presentarse ante vuestra persona
«y vengar las injurias de vuestros súbditos de Oriente. »
Zacarias que ocupó la silla apostólica del año 711
al 752, envió una embajada á Raquis, rey de los lom-
bardos, y concertó con él una tregua de veinte años, en
cuya virtud quedó tranquilizada toda la Italia.
Gregorio II envió en 726 embajadores á Cáelos
Martel y trató con él de príncipe á príncipe (1).
Cuando pasó á Francia el papa Estevan le salió al
encuentro Pipino con toda su familia , haciéndole ho-
nores de soberano: los hijos del rey se prosternaron á
los pies del pontífice. ¿Qué obispo, qué patriarca de la
cristiandad se hubiera atrevido á exigir tales distincio-
nes? En una palabra eran los papas dueños absolutos,
soberanos de hecho, á para explicarme con mas ,exacti-
tud soberanos precisos ó forzosos, antes que ocurriesen
las liberalidades de los carlovingios, y en esta misma
época no dejaban todavía de datar sus despachos por
los años de los emperadores hasta él tiempo de Cons-
tantino Coprónimo; -y sel guian exhortándolos sin descan-
so á que defendiesen la Italia, á que respetasen la
opinion de los pueblos y dejaran tranquilas las concien-
cias: pero los emperadores nada escuchaban, y sin em-
bargo habia llegado ya su última hora. Desesperados
los pueblos de Italia tomaron por sí solos su determina-
(1) Todos estos hechos pueden verse minticiosarneptereferi-
dos en la obra del cardenal Orsi, que agotó esta materia. Yo no
puedo detenerme mas que sobre las verdades generales; y muy no-
tables itleCÍOS.
(Ion. Sus señores los tenias abandonados: los bárbaros
lós iban destrozando: eligieron sus jefes y acordaron sus
leyes. Los pontífices, ya duques de Roma de hecho y de
derecho, no pudiendo contener á los pueblos que se ar-
rojaban en sus brazos, ni sabiendo tampoco como los
defenderian de los bárbaros, \ olvieron los ojos á los
príncipes franceses.
Todo lo demas es sabido, y con dificultad se podria
añadir nada á lo que han dejado consignado en esta
materia Baronio, Pagí , le Cointe, Marca, Thomassin,
Muratori, Orsi y otros muchos que nada olvidaron pa-
ra dar la mayor claridad á esta grande época de la his-
toria. Observaré, sí dos cosas, siguiendo el plan que
me he propuesto:
1. a La idea de la soberanía pontificia, anterior á
las donaciones carlovingias era tan universal é incontes-
table que Pipino antes de acometer á ..kstolfo le envió
varios embajadores para persuadirle al restablecimiento
de la paz y á restituir las propiedades de la santa igle-
sia de Dios y de la república romana: y el Papa por su
parte conjuraba al rey lombardo por medio de los su-
yos á que restituyese voluntariamente y sin efusion de
sangre las propiedades de la santa iglesia de Dios y de
la república de los romanos. (1). Y en la famosa carta
Ego Ludovicus Luis el bondadoso declara que Pipino y

(1) Ut paci [icé sine ulld sanguinis efusione propria S. Dei


ecclesile et reipublicce rom. IIEDDA/ST iu, • u: y mas arriba. Leal.-
uenciu jura. 01$1 7 CJI). pag. 04 segun Anastasiu; el bi-
bi1GLCCafiti.
T. 3. 15
25 6 —

Carlo Magno habían restituido mucho tiempo antes por


lin acto de donacion el exarcado de Roma al bienaven-
tarado apóstol y á los papas (1).
No es posible imaginarse un olvido mas completo'
de los emperadores griegos, ni una confesion mas clara
y terminante de la soberanía romana.
Cuando los eprcitas franceses derrotaron á los
lombardos en tiempos mas cercanos, y restituyeron al
Papa ea sus derechos, llegaron á Francia embajadores
del emperador griego, que traian el encargo de quejarse,
y con muy poca cortesía proponer á Pipino que les en-
tregase sus conquistas. El gabinete francés se burló de
ellos, y con mullísirn1 razon. Orsi acumula en este
lugar las mas graves autoridades para justificar que los
papas se condujeron en esta onsion segun todas las re-
glas de la moral y del derecho público. No repetiré lo
que dice este docto escritor, porque, el lector que desee
saberlo le puede consultar (2) , y porque me parece
que sobre este artículo no caben dudas ni cavilosidades
de ninguna especie.
2. 8- Los sabios que dejo citados, emplearon mucha
erudicion y dialéctica para caracterizar exactamente el
género de soberanía que los emperadores franceses es-
tablecieron en Roma despues de la expulsion de los

(1) Exarehaturn quem Pepinus res.....et genitor noster


Carolus, i► perato•, B. Perro et previleeesso•ibus vestris du-
dara per donathnis paginara IIESTITUEBUINT. Esta obra se baila
impresa en toda su exteusion en la nueva edicion de los Anales del
cardenal Baronio, al tono MIL pag. 627 (Orsi, ibid. cap. X, p. 201)
(2) ()rsi, ibid. cap, VII, pa f;. 10 ,1 y sign intes.
- 297 -
griegos y lombardos. Los monumentos parece que se con_
tradicen con bastante frecuencia, y asi debe ser. Unas
veces el Papa es el que manda en Roma, otras es el empe -
rador; porque la soberanía conservaba mucho el aspecto
ambigtiedad que hemos reconocido en ella antes de la
época de los carlovingios. El emperador de Constantinopla
la poseia de derecho: lejos de disputarsela los papas exhor-
taban á aquellos áque la viniesen á defender y conservar.
Con la mejor fé del mundo predicaban á los pueblos la
obediencia , y sin embargo ellos lo haciati todo. Des-
pues del grande establecimiento que efectuaron los fran-
ceses, el papa y los romanos , acostumbrados á la espe-
cie de gobierno que habla precedido, dejaban con gus-
to que los negocios marchasen bajo el mismo pie. Se
prestaban á esta forma de administracion con tanto me-
nos disgusto, como que estaba sostenida por el agra-
decimiento, la adhesion y la sana política. En medio del
trastorno general que hizo célebre esta época triste,
pero interesante de la historia, era absolutamente
necesaria la intervencion de los emperadores en el go-
bierno de los papas, por todas estas cansas: la multi-
tud de malhechores, producidos por esta situacion
amarga , el peligro de que volviesen los bárbaros que
habian quedado á las puertas de Roma , y el espíritu
republicano que ya se habla apoderado de muchas ca-
bezas italianas. Mas enmedio de esta especie de fluctuacion
que parecía balancear el poder en contrarios sentidos, es
muy fácil recono y er con todo la soberanía de los pa-
pas, las mas veces protegida, algunas dividida de he-
cho: pero nunca borrada. nos hacen la guerra, trua-
- 228 —
tau la p a z, administran justicia, castigan á los delin-
cuentes, acuñan moneda, reciben y envian embajadas:
,gil mismo hecho que se ha alegado en contra de ellos les
favorece: hablo de la dignidad de patricio, que habian
conferido á Carlo Magno, á Pipino y acaso á Cárlos
Marte!: porque entonces aquel título no significaba
otra cosa que la mas alta dignidad que puede conferirse
á tin hombre sujeto á un señor (1).
Temo mucho equivocarme ; sin embargo nada digo
que no sea preciso y aun indispensable para aclarar es-
te interesante punto de la historia: La soberanía es pa-
recida al rio Nilo: ambos ocultan su origen. La de los
papas deroga aquella ley universal, es una escepcion.
A la vista se han puesto todos los elementós para que
se halle al descubierto, et vincat cían judicatur. Nada
hay tan evidentemente justo en su origen como esta ex-
traordinaria soberanía. La incapacidad ,• la bajeza , la
ferocidad de los soberanos que le precedieron , la inso-
portable tiranía ejercitada contra los bienes, las perso-
nas y las conciencias de los pueblos, el abandono formal
de estos mismos pueblos entregados sin defensa á los
sanguinarios bárbaros, el grito del Occidente que renie-
ga de su antiguo dueño, la nueva soberanía que se iba
( 1) Patricii dicti illo soeculo et superioribus, qui provincias
curn summa auctoritate sub principurn imperio atiministrabant.
(Marca, de concord. sacerd. et imper. d. 12.) NIalca pone aqui la
fármula del jur4nielito que prestaba el patricio: y el cardenal
Oisi la ha copiado en el cap. II, p. 23. Es d igna de notarse que
despues de esta ceremonia recibia el patricio el manto real y 13
diadema et aureurn circulurn in capite) ibid.
paz. 27.
- 229 —
formando, adelantando y sustituyendo á la antigua , sin
trastorno, sin alzamiento, sin efusion de sangre,: em-
pujada por una oculta fuerza , inexplicable, invencible,
y jurando fé y fidelidad hasta el último instante , á la
débil y despreciable potencia á que habla de suceder al.
instante; el derecho de conquista par último, ob-
tenido y solemnemente cedido por uno de los mas gran-
des hombres que han existido; hombre tan grande, que
hasta en su nombre se ha inoculado la grandeza , y que
la voz' del género humano le ha proclamado grandeza
en vez de grande; estos son los títulos de los papas: la_
historia no presenta nada á ellos parecido..
Esta soberanía se distingue de todas las demas en
su principio y en su formacion: tambien se distingue
de una manera eminente en que no ofrece en su dura-
cion como arriba lo dejo obs .ervado, esa sed inextin-
guible de aumentar territorios, ó alejar los limites que
caracteriza á todas las demas. En efecto, ni por el po-
der espiritual , de que en otros tiempos hizo tan grande
uso, ni por el dominio temporal, de que siempre ha
podido servirse como cualquier otro príncipe en igual-
dad de fuerzas, nunca se la ve conspirar á su engran-
decimiento ni aun por los medios mas familiares de la
política ordinaria. De manera que despues de haber te-
nido en cuenta las debilidades humanas, en cualquier
espíritu juicioso queda impresa la idea de que esta obra
está apoyada en una asistencia superior á los alcances
de los mejores críticos.
Acerca de las guerras que algunos papas sostuvie-
ron, es necesario explicar ante todas ewas la frase p
- 93 0 .--.
caer ó potencia temporal. Es muy equis °a como deja-
mos sentado: en efecto los; autores franceses la expresan
con ella unas veces la accion ejercida sobre lo temporal
de los príncipes en virtud del poder espiritual, y otras el
poder temporal que pertenece al Papa como soberano, y
le asimila perfectamente á los otros príncipes.
En otra parte trataremos de las guerras que la
opinion ha podido imputar al poder espiritual. En cuan-
to á las que los papas han sostenido como simples so-
beranos, parece que todo lo dejamos dicho, observando
que tenian justamente tanto derecho para hacerla co-
mo los oros príncipes , porque ninguno de ellos puede
tenerle para hacer guerra injusta, y todos le tienen de
hacer la justa. Antojóseles por ejemplo á los vene-
cianos quitar algunas poblaciones al papa Julio ó
al menos retenerlas en su poder contra todas las re-
glas de la justicia. El príncipe, pontífice, una de las me-
Pres y mas capaces cabezas que han llevado tiara, los hi-
zo arrepentir en forma. Fue esta guerra como cualquie-
ra otra , un negocio temporal de príncipe á príncipe y
enteramente ajumo de la historia eclesiástica. ¿ Acaso
el papa carece del derecho tan comun y general de de-
fenderse ? ¿, Desde cuándo está obligado un soberano á
cousentir su despojo , y ser arrojado de sus estados sin
poder resistirse? Seria una proposicion nueva y pro-
pia especialmente para animar el espíritu de latroci-
nio y devastacíon que no necesita alicientes por
desgracia.
Es indudablemente un grande mal , que foz. papas
Se vean obligados á hacer la guerra: sin duda Julio IL
231
que se me -tiene á la pluma , fue demasiado guerrero;
con todo la equidad le absuelve hasta un punto que no
es fácil determinar. «Julio, dice el abad de Feller, dejó
«á un lado la sublimidad de su puesto; y no vió lo que
«tan bien ven hoy sus sabios sucesores: que el pontífice
«romano es el padre comun , y que debe ser el árbitro
f(de la paz, no la antorcha de la guerra (1).»
Si, cuando es posible; pero en casos de esta especie
la moderacion del papa depende de la de las otras po-
tencias. Si es acometido , ¿de qué le sirve su calidad de
padre comun? ¿Debe limitarse á bendecir los cañones
asestados contra él? Cuando Bonaparte invadió los esta-
dos de la iglesia , Pio VI le opuso un ejército; impar
congressus Achdli. Sin embargo conservó el honor de la
soberanía, y se vieron ondear sus banderas. Pero si
otros príncipes hubieran tenido fuerzas y voluntad de
unir sus armas á las del santo padre, ¿se hubiera
atrevido el enemigo mas violento de la santa sede á vitu-
perar esta guerra, y á condenar en los súbditos del pa-
pa los mismos esfuerzos que hubieran hecho esclarecidos
á todos los definas hombres del univer s o?
Me parecen pues inoportunos todos los sermones
dirigidos á los papas sobre el papel pacífico que convie-
ne á su caracter sublime , á no ser que se tratase de
guerras ofensivas é injustas; lo que creo que no se ha
visto, ó á lo menos se ha visto tan pocas veces, que mis
proposiciones generales de ningun modo quedan des-
truidas.

(1) Vcllcr, Dice. hin. art. frt,';'n


9394
El caracter , conviene decirlo otra vez , no puede
j'i más borrarse totalmente en los hombres; y la natura-
leza puede muy bien infundir en la cabeza y en el co-
razon de un Papa el genio y el ascendiente de un
Gustavo Adolfo ó de un Federico II. Si la suerte de
la eleccion eleva al trono pontificio á un cardenal de
Richelieu ; difícilmente permanecerá tranquilo. Por
precision ha de agitarse, y mostrar lo que es: á veces
será rey sin ser pontífice , y pocas conseguirá ser pon-
tífice sin ser rey. Sin embargo aun en estas ocasiones
y entre los impulsos de la soberanía se podrá distin_
al pontífice. Tomemos por ejemplo á ese mismo
Julio II , que entre todos los papas parece , si no me
equivoco, que ha dado mas motivo á la crítica en el
pino de la guerra, y comparémosle con Luis XII, ya
que la historia nos los presenta en una situacion ab-
solutamente semejante , el uno en el sitio de la Mi-
rándula y el otro en el de Peschiera durante la liga
de Cambrai. « El buen rey , el padre del pueblo,
«hombre de bien entre los suyos (1) , no se preció
«de practicar sus máximas de clemencia para con la
«guarnicion de Peschiera (2). Todos los habi antes fue-

(1) Voltaire, Ensayo acerca de L. s costumbres, &c. t. Hl, carta


CXII. Este rasgo malicioso merece aterir ion. Yo no pondero las
empresas bélicas de Julio III , aunque las de Jimenez sean d ig-
Das de alabanza; pero digo que antes de censurar rígidamente
la política de aquel Papa, convenia examinar la que se rió obli-
gado á combatir. Lis potencias de segundo órden hacen lo que
rueden; y despees se las juzga como si hubieran hecho lo que
querian. Nada hay tan comun é injusto.
(2) Hist. de la liga de Cambrai, lib. 1, cap. XXV,
c, n

«ron pasados á cuchillo: el gobernador A ndrés Riva


«y su hijo fueron ahorcados en las murallas (1).»
Véase por el contrario á Julio II en el sitio de la
Mirándula : sin duda cedió en mucho á su caracter
moral , y su entrada por la brecha no fue muy pro-
pia de un pontífice; 'pero luego que cesó el estruendo
del canon, ya no hubo enemigos; y el historiador in-
glés del pontificado de Leon nos ha conservado algu-
nos versos latinos en que el poeta dice elegantemente
á este Papa guerrero : «Apenas se declara la guerra,
«cuando vences, y en tí el perdon es tan pronto como
«la victoria : haces á un tiempo estas tres , cosas. Un
«cija nos trajo la guerra : otro nos la llevó, y tu cólera
«no duró mas que la guerra. Este nombre (Julio) lleva
«consigo algo de divino, y se duda si la fortaleza su-
((pera á la clemencia (2).»
Bolonia habia insultado á Julio II hasta el exceo,
propasándose á fundir las estatuas de este pontífice al-
tivo; y sin embargo obligada á rendirse á discrecion
no sufrió mas que amenazas y algunas exacciones ; y
nombrado de allí á poco legado en dicha ciudad de

(1) Life arad pontificate of Leo the tenth by 11. William nos.
ene. London. M'Orcery, en 8.° 1805, t. II, c. VIII, p. (i8.
(2) Vix bullum indiettnn est dim vincis, nec cituis vis,
Vincere quárn parcas: bwc tria agis pariter,
tina dedit. bellum , hellum lux sustulit una,
Nee tibi quim bellum longior ira fuit.
Roe Nomen divinum alignit fert secum, et utriun sit.
Mitior anne idem fortior, arnhigitur.
(Casanova post expugnationem Mirandube, 2! ¡unió 1511: I.
n(Iscoe, ibid. p A5).
.....,
Leo? ' X, entonces cardenal , todo quedó tranquilo
Si Bolonia hubiera caido en poder de Maximiliano y
aun del buen Luis XII , no hubiese salido libre á tan
poca costa.
Léase la historia con atencion y sin preocupacion,
y chocará esta diferencia aun en los papas menos papas,
si se permite esta expresion. Por lo ciernas todos jun-
tos corno príncipes han tenido los mismos derechos
que los otros príncipes, y no puede hacérseles car-
gos por sus operaciones políticas , aun cuando hu-
bieran tenido la desgracia de no obrar mejor que sus
augustos compañeros. Pero si se observa con respecto
á la guerra en particular que la han hecho menos que
los otros príncipes y con mas humanidad : que no la
han buscado ni provocado jamás; y que desde el ins-
tante en que los príncipes, por no sé qué convenio tá-
cito digno de lijar la atencion , se han puesto al pa-
recer de acuerdo para reconocer la neutralidad de los
papas, estos no se han mezclado mas en las intrigas
operaciones guerreras; no podrá negarse que aun
en el órden político han conservado la superioridad
que hay derecho á esperar de su caracter religioso. En
una palabra ha sucedido Á VECES á los papas, consi-
derados corno príncipes ternporates , que no se han con-
ducido mejor que los otros. Este es el único cargo que
puede hacérseles con justicia lo demas es calumnio-
so. Pero esta palabra á veces designa ciertas anomalías
que no deben jamás tomarse en consideracion. Cuan-

(I) 1.1üseoc, ibid. e. 11, p. 1".25.


35
do digo por ejemplo que los papas como príncipes tem-
porales no han provocado jamás la guerra, no trato de
responder de cada hecho de esta larga historia línea
por línea : nadie tiene derecho de exigirlo de mí. Yo
no insisto, sin convenir inutilmente en nada, no insis-
to mas que en el caracter general de la soberanía
pontificia. Para juzgarla sanamente es menester mi-
rarla desde arriba , y no ver mas que el conjunto. Lo:
miopes no deben leer la historia, porque pierden el
tiempo.
Pero ¡cuán dificil es juzgar á los papas sin preo-
cupaciones! El siglo XVI encendió un odio mortal
contra el pontífice ; y la incredulidad del nuestro, hi-
ja primogénita de la reforma, no porfia dejar de adop-
tar todas las pasiones de su madre. De esta union ter-
rible ha nacido no sé qué antipatía ciega que rehusa
hasta la instruccion , y que no ha cedido aun ni con
mucho al escepticismo universal. Al hojear los papeles
ingleses se queda uno absorto en vista de los errores
inconcebibles de que estan llenas todavía algunas ca-
bazas sanas en lo demos y de mucho mérito.
En la época de los famosos debates ocurridos en el
parlamento de Inglaterra el año de 1805 sobre lo que
se llamaba la emancipación de los católicos , se expre-
saba asi un miembro de la cámara alta en una sesion
del mes de mayo :
«Yo pienso, y AUN ESTOY SEGURO, que el Papa no
«es mas que un miserable (itere entre las manos del
«usurpador del trono de los Borbolles, que no se atreve
«á hacer el menor movimiento sin órden de Napoleon:
.236.
«y que si este último le pidiera una bula para animar
«á los eclesiásticos irlandeses á sublevar su rebano con-
«tra el gobierno, no se la negada al déspota (1).»
Pero apenas estaba seca la tinta del impreso en que
se transmitia esta certeza curiosa, cuando el Papa in-
timado con todo el ascendiente del terror para que
se prestase á las miras generales de Bonaparte con-
tra los ingleses responde que siendo, el padre comun de
los cristianos no puede tener enemigos entre aquellos (24;
y antes que ceder á la pretension de una federacion
primero dilecta y despues indirecta contra la Inglater-
ra , se deja ultrajar , desterrar y aprisionar : en fin co-
mienza aquel largo martirio, que le hizo tan recomen-
dable al universo, entero.
Ahora si yo tuviera la honra de hablar al noble
senador de la Gran Bretaña r que piensa, Y AUN. ESTÁ

(1) lí 1 thing, nay, jara certain that the Pope is the misera...
lile puppet of the usurper of the throne of the Bourbons that he
ciare onot move bu by Napoleon's command, and should he order
influence the lrisch himto to cose their tlocks to rebellion, he cond
not refuse to obey the desput. (`Parliamentary debates . vol. IV
London 1805 en 8. Q , col. 726).»
Este tono colérico insultante debe admirar en, l'a boca de un
par ; porque es una regla general-(y la recomiendo á la atencion
particular de todo observador verdadero que en Inglaterra el
odio contra el Papa y el catolicismo está en razon inversa de la
dignidad intrínseca de las personas. Sin duda que hay excepcio-
nes ; pero son pocas en proporcion á la niult•tud.
(2) Véase la nota dcl cardenal secretario de estado , fecha en
el palacio Quirinal á 19 de abril de 1808, en respuesta á la de Mr.
Le Febvrc, encargado de negocios de Francia.
- 257
CIERTO , que el Papa no es mas que un títere mise-
rable á las órdenes de los foragidos que quieren va-
lerse de él; le preguntaría con la franqueza y los mi-
ramientos que se deben á un hombre de su clase, no lo
que piensa del Papa, sino lo que piensa de sí mismo
al recordar aquel discurso.
CAPÍTULO VII.

OBJETO QUE SE PROPUSIERON LOS ANTIGUOS


PAPAS EN SUS DISPUTAS CON LOS
SOBERANOS.

Si en conformidad con la regla incontestable que


hemos asentado , se examina la conducta de los papas
durante la larga lucha que sostuvieron con la potestad
temporal ; se hallará que se propusieron tres objetos,
seguidos invariablemente con todas las fuerzas de que
podian disponer en sus dos calidades: I.° sostenimiento
inalterable de las leyes del matrimonio contra todas las
acometidas del libertinaje omnipotente: 2.° conserva-
cion de los derechos de la iglesia y de las costumbres
sacerdotales : 3.° libertad de la Italia.

ARTÍCULO PRIMERO.

SANTIDAD DE LOS MATRIMONIOS.

Un gran adversario de, los papas que se ha queja-


do mucho del escándalo de las excomuniones, obser-
a que siempre se trataba de matrimonios contraídos
- 939 —
ó rotos , que ahadiatt este nuevo escándalo al prime-
ro (1).
Así un adulterio público es un escándalo , y el
acto dirigido á reprimirle es tambien otro escándalo.
Nunca llevaron el mismo nombre dos cosas tan dife-
rentes. Pero atengamonos por ahora á la asercion in-
contestable que « los soberanos pontífices emplearon
«principalmente las armas espirituales para reprimir
da licencia anti-conyugal de los príncipes. »
Pues bien , jamás los papas y la iglesia en gene-
ral prestaron servicio mas sei'ialado al mundo que el
de reprimir en los príncipes por medio de las censu-
ras eclesiásticas los accesos de una pasion terrible
aun en los hombres moderados ; pero que no tiene
nombre en los violentos , y que se burlará constante-
mente de , las leyes mas santas del matrimonio donde
quiera que se la deje á sus anchuras. El amor, cuando
no está domesticado, hasta cierto punto por una civili-
zacion extrema , es un animal feroz capaz de come-

(1) Cartas acerca de la historia. Paris , Nyou , 1305, t.


carta XVII, p. 485.
Sé por los papeles públicos que el talento y los 'servicios del
magistrado francés autor de. estas cartas le han elevado á la dig-
nidad de par y al ministerio. Un gobierno imitador de la Ingla-
t•rra nu r uede imitarla con mas acierto en otra cosa que en con-
ceder distinciones á los grandes magistrados. Bino al respeta-
ble autor que me permita contradecirle de cuando en cuando,
¿i medida que sus ideas se opongan á las mías ; porque el y yo
somos una nueva prueba de que con miras igualmente rectas de
una y otra parte puede uno sin embargo hallarse en abierta
oposicion. Espero que esta polémica inueeile sea l'Ad 1.1 ver-
dad sin ofs'aider la cortesanía.
940 --
ter los excesos mas horribles. Si no se quiere que lo
devore todo, hay que encadenarle, y solo puede lo-
grarse con el terror; pero qué temerá el que no te-
me nada sobre la tierra ? La santidad de los matrimo-
nios , base sagrada de la felicidad pública , es impon_
tantísima sobre todo en las familias reales , donde los
desórdenes de cierta clase tienen consecuencias incal-
culables que está uno muy lejos de sospechar. Si en la
juventud de las naciones septentrionales los papas no
hubieran tenido medios de aterrar las pasiones sobera-
nas; los príncipes de capricho en capricho y de abu-
so en abuso hubieran erigido, al cabo en ley el divor-
cio y quizá la poligamia ; y cundiendo este desórden,
como acontece siempre hasta las últimas clases de
la sociedad, no hay vista que descubra á donde hubie-
ra ido á parar semejante disolucion.
Lutero, libre de esta potestad incómoda que en nin-
gun punto de la moral es mas inflexible que en el del
matrimonio, ¿no tuvo la desvergüenza de escribir en
su comentario sobre el Génesis publicado en 1525:
« que la autoridad de los patriarcas nos dejó libres to-
« cante á la cuestion de si pueden tenerse muchas mu-
« 'Fres: que la cosa ni es permitida ni prohibida; y que
« por su parte no resuelve nada (1); » edificante teortt
que no tardó en reducirse á la práctica en la casa del
landgrave de Hesse-Cassel.
Si se hubiera dado rienda suelta á los príncipes

( 1) Bela•nino, de control) christ. laggolst. 160 I, en fol.


t. iu,
- 241 —
indómitos de la edad media; pronto hubieran resucitado
los paganos (1). La iglesia misma, á pesar de su vigilan-
cia y de sus esfuerzos infatigables, y á pesar de la
fuerza que ejercía sobre los ánimos en los siglos mas ó
menos remotos, no obtenía mas que triunfos equívocos
ó intermitentes, y solo ha vencido no retrocediendo
jamás.
El noble autor que he citado poco hace, ha hecho
reflexiones muy sabias sobre el repudio de Leonor de
Guiena. « Este repudio, dice, hizo perder á Luis VII
« las ricas provincias que aquella habia llevado..... La
« boda de Leonor redondeaba el reino y le extendia has-
« ta el mar de Gascuña. Era obra del célebre Suger,
«uno de los hombres mas grandes que han existido,
« uno de los ministros mas grandes, uno de los mayores
« bienhechores de la monarquía. Mientras vivió se opu-
« so á un repudio que tantas calamidades debia atraer
« sobre la Francia; pero muerto él, Luis VII no dió
« oidos mas que á los motivos personales de desconten-
« to que tenia contra Leonor. Dtbia pensar que los ma-
u trimonios de los reyes son otra cosa que actos de [ami-
« lía: son, Y SOBRE TODO ERAN ENTONCES , tratados
« políticos que no pueden alterarse sin conmover gran-

(2) «Los reyes francos Gontran, Cariberto, Sigiberto, Chilpe-


rico y Dagoberl o habían tenido muchas mujeres á un tiempo, hin
que se les hubiese murmurado, y si era un escánrklo no causaba
torbacion.» (Voitaire, EDsayo acerca de la hist. gencr. t. 1, cap.
XXX, p. 1-4 Admitamos el hecho. solamente prueba cuánto ne-
CCitaban Ser reprimides semejantes príncipes.
T. 3.
242
«demente los estados cuya suerte han art leglado (1).»
.No puede decirse mejor ; pero poco antes, cuan-
do se trataba de los matrimonios en que el Papa ha-
bía creido que debia interponer su autoridad, la cosa
se ofrecia al autor bajo otro aspecto, y la accion del so--
berano pontífice encaminada á impedir un adulterio
solemne no era mas que un escándalo añadido al del
adulterio: tal es la fuerza irresistible de las preocupa-
ciones de siglo, de nacion y de cuerpo aun sobre los
mejores entendimientos; sin embargo era muy facil
de ver que un hombre capaz de contener á un prínci-
pe apasionado, y un príncipe apasionado capaz de de-
jarse guiar de un hombre grande, son dos fenómenos
tan raros, que no hay nada tan raro en el mundo
como no sea el feliz hallazgo de tal ministro y de tal
príncipe.
El escritor que he citado dice muy bien: SOBRE
TODO ENTONCES; sin duda, sobre todo entonces. Pues en-
tonces se necesitaban ciertos remedios sin los que se
puede pasar hoy y que serian hasta perjudiciales. La
extrema civilizacion amansa las pasiones , y haciéndolas
tal vez mas abyectas y corruptivas , les quita á lo me-
nos la feroz impetuosidad que distingue á la barbarie.
El cristianismo que no cesa de trabajar sobre el hom-
bre, desplegó con especialidad sus fuerzas en la juven-
tud de las naciones; pero todo el poder de la iglesia
seria nulo si no estuviese concentrado en una sola cabe-

(1) Cartas acerca de la historia, ibid. carta XLVI, p. 479


- 243 —
za extranjera y soberana. El eclesiástico súbdito carece
siempre de fuerza , y aun quizá debe faltarle con res-
pecto á su soberano. La Providencia puede deparar un
Ambrosio (rara avis in terris) para aterrar á un Teo-
dosio; pero en el curso ordinario de las cosas el buen
ejemplo y las representaciones respetuosas son cuanto
se debe esperar del sacerdocio. No quiera Dios que yo
niegue el mérito y la eficacia real de estos medios; pero
eran necesarios otros para la grande obra que se pre-
paraba; y fueron escogidos los papas para ejecutarla en
cuanto lo permite nuestra débil naturaleza. Ellos lo
hicieron todo por la gloria , por la dignidad, y en espe-
cial por la conservacion de las dinastías soberanas. ¿Qué
otra potestad podia comprender la importancia de 111s
leyes del matrimonio sobre todo en los tronos , y qué
otra potestad podia hacerlas ejecutar sobre todo en los
trohos? ¿Ha podido nuestro siglo grosero pensar si.
quiera en uno de los misterios mas profundos del mun-
do? No seria sin embargo dificil de descubrir cierli s
leyes, ni aun de mostrarlas sancionadas en los sucesos
sabidos si lo permitiera el respeto; pero ¿qué se ha de
decir á unos hombres que creen que pueden hacer so-
beranos?
Como este libro no es una historia, no quiero acu-
mular las citas: bastará notar en general que los papes
han pugnado, y eran los únicos que podian pugnar sin
intermision para mantener en los tronos la pureza y la
indisolubilidad del matrimonio; y que por esta sola ra-
zou pudieran ser colocados á la cabeza de los bienhe-
clio ►'es del género humano , « porque los matrimoniw
-944—
de los príncipes (dice Voltaire) hacen el destino de los
pueblos en Europa, y no ¡u habido nunca una corte
entregada enteramente á la disolucion, sin que hayan re-
sultado revoluciones y hasta sediciones (1).»
Es verdad que el mismo Voltaire, despees de haber
dado un testimonio tan patente á la verdad, se deshon-
ra en otra parte con una contradiccion palpable, que
apoya en una observacion despreciable.
« La aventura de Lotario, dice, fue el primer es-
« cándalo tocante al matrimonio de las testas corona-
« das en Occidente (2).» Aqui se aplica tarnbien la pa-
labra escándalo con la misma exactitud que hemos ad-
mirado mas arriba; pero lo que sigue es exquisito:
« Los antiguos romanos y los orientales fueron mas di-
• chosos en este punto (3).»
¡Qué insigne delirio! Los antiguos romanos no te-
nian reyes: despees tuvieron monstruos. Los orientales
tienen la poligamia y todo lo que ha producido. Hoy
tendrianaos monstruos ó la poligamia, ó uno y otro sin
los papas.
Habiendo repudiado Lotario á su mujer Teutberga
para casarse con Waldrade, hizo que aprobaran su ma-
trimonio dos concilios, reunidos el uno en Metz y el
otro en áquisgran. El papa Nicolao I le anuló, y su

(1) Voltaire, Ensvo acerca de la hist, gen. t. III, c. CI,


r 513, cap. CII, p. t)20.
(2) Vultaire, 11:say. 41 acerca de 14 1, e. XXX,
y. 499.
(3)
sucesor Adriano II hizo jurar al rey, al darle la comu-
nion , que habla dejado sinceramente á Waldrade ( lo
que sin embargo era falso), y exijió el mismo juramen-
to á todos los señores que acompañaban á Lotario. Estos
murieron casi todos súbitamente, y el mismo rey ex-
piró al mes cabal de haber hecho el juramento. Sobre
esto 90 ha dejado Voltaire de decirnos que todos los
historiadores han exclamado: ¡milagro! (1). En el fondo
á veces se admira uno de cosas menos admirables ; pero
no se trata aquí de milagros: contentémonos con hacer
observar que estos actos grandes y memorables de au-
toridad espiritual son dignos del' eterno reconocimien-
to de tos hombres, y no han podido emanar jamás sino
de los soberanos pontífices.
Y cuando á Felipe rey de Francia se le antojó en
10.92 casarse con una mujer casada, ¿no tuvieron la
bondad el arzobispo de Ruan y los obispos de Senlis y
de Bayeux de bendecir este extraño matrimonio á pe-
sar de la oposicion de Ivo de Chartres?
Cuando un rey quiere el crimen, ¡demasiado que se
le obedece]
Solo pues el Papa podía oponerse; y lejos de des-
plegar una severid exajerada se contentó al fin con
una promesa muy mal cumplida.
En estos dos ejemplares estan vistos todos los dermis.
La oposicion no puede colocarse mejor que en una po-
testad extranjera y soberana aun en lo temporal, por-
que las magestades -no se ofenden contrariándose, balan-

(1) Voltaire ea la misma obra, torno y cap.


246
ceandol. e y hasta chocando, porque ninguno se en-
vilece en un combate con su igual; mis si la oposicion
está en el mismo estado , cada acto de resistencia , (le
cualquiera manera que se ejecute, compromete la sobe-
ranía.
Ha llegado el tiempo en que para dicha de la hu-
manidad seria de desear que los papas recobrasen una
jurisdiccion ilustrada sobre los matrimonios de los prín-
cipes, no por un veto aterrador, con simples resistencias,
que deberían agradar á la razon europea. Funestos
disturbios religiosos han dividido á la Europa en tres
grandes familias, la latina, la protestante, y la que se lla-
ma griega. Este rompimiento ha limitado infinito los ma-
trimonios en la familia latina : en las otras dos hay me-
peligro sin duda, por prestarse sin dificultad la in-
diferencia sobre los dogmas á toda especie de contratos;
pero entre nosotros el peligro es inmenso. Si no se tiene
un cuidado incesante, todas las familias augustas cami-
narán con rapidez á su destruccion, y no hay duda que
seria una debilidad muy criminal ocultar que ya ha co-
inenzado el mal. Es menester meditar sin pérdida de
tiempo mientras lo es. Siendo toda dinastía nueva una
planta que no crece sitio con la sangre humana, el des-
precio de los principios mas evidentesexpone de nuevo
á la Europa y de consiguiente al mundo á una ma-
tanza interminable. ¡O príncipes á quienes amamos, á
quienes veneramos, por quienes estarnos prontos á ver-
ter . nuestra sangre al primer llamamiento! Salvadnos
de las guerras de sucesion. Nosotros nos hemos deseosa-
do con vuestras familias: conservadlas. Vosotros habeis
247
sucedido á vuestros padres: ¿por qué no , quereis que as
sucedan vuestros hijos? Y ¿de qué servirá nuestra fi-
delidad si vosotros la inutilizais?' Dejad pues que llegue
la verdad hasta vosotros; y una vez que' los consejos
mas inconsiderados han reducido al sumo, sacerdote al
extremo de no atreverse á decirosla, permitid á lo me-
nos que vuestros fieles servidores os la pongan á la
vista.
¿Qué ley hay en la naturaleza entera mas evidenle
que la que ha determinado que todo lo que germina
en el universo, apetezca un suelo-extraño? La semilla
crece á disgusto en el mismo terreno que produjo el
tronco de que desciende: hay que sembrar en la monta-
ña el trigo del llanos, y en este- el de aquella : en todas
partes se busca la simiente lejana. La ley en el reino
animal es mas patente: asi todos los legisladores le rin-
dieron homenaje' en , prohibiciones mas ó menos ex ten-
sas. En las naciones degeneradas que , se , atrevieron
hasta permitir el matrimonio entre hermanos, estas
uniones infames produjeron monstruos. La ley cris-
tiana , uno de cuyos caracteres distintivos es apode-
rarse (le todas las ideas generales para reunirlas y per-
feccionarlas, extendió mucho las prohibiciones: si hu-
bo á veces exceso en este género, fue el exceso del bien
y nunca igualaron los cánones á la severidad de las le-
yes chinas en 'este punto (1). En el órden material ios
animales son nuestros maestros. ¿Por qué ceguedad de-

(1) No hay mas que cien nombres.en la Wriina, y esEí prohi-


bido el matrimonio entre todas las personas. l ile llevan
nombre, aun cuando no seto parieni.es:.
8
plorable el hombre que gasta una cantidad enorme en
cruz ir por ejemplo la raza caballar árabe con la nor-
mand 1, ha de tomar sin embargo una esposa de su san-
gre sin I menor dilndtad? Felizmente todas pues-
tras faltas no son mortales; pero todas son faltas, y Ile_
gan á ler mortales con la continuacion y la re_
pejcion. Como cada forma orgánica lleva en sí mis-
MI un princip o de destruccion ; si Ileg In á unirse dos
de estos principios producirán una tercera forma in-
comparablemente mas mala ; porque todas las polen
í
c asque se unen, no se suman solo , sino que se multi-
plican. El soberano pontífice ¿tendria por ventura el
derecho de dispensar de las leyes físicas? Yo , aunque
partidario sincero y sistemático de sus prerogativas,
confieso que de esta no tenia noticia. Roma moderna
¿no se queda sorprendida 6 pensativa cuando la histo-
ria le enseria lo que se pensaba en el sigo de Tiberio
y de C dígul a de ciertas uniones entonces inauditas? (1)
Y los verso; acusadores que resonaban en la escena an-
tigua, repetido,' hoy por la voz de los sabios, ¿no encon-
trarán un débil e go en las paredes de S. Pedro? (2)
Sin duda que ciertas circunstancias extraordinarias
exigen á veces ó permiten á lo menos disposiciones ex-
traordinarias; pero es preciso recordar tambien que to-
da exceNion de la ley admitida por la ley no requiere
mas que convertirse en ley.
Aun cuando mi voz respetuosa pudiera subir ha,ta
las altas regiones en que los errores prolongados pue
( Xlí, 5, 6, 7.
(?) S éneCa, Ti ag. oetaV. E, 1389 139.
5249
den tener tan funestas resultas; no debe confundirse
con la voz de la audacia ó de la imprudencia. Dios dicS
un acento á la franqueza , á la fidelidad y á la rectitud
que no puede fingirse ni desconocerse.

ARTICULO II.

SOSTENIMIENTO DE LAS LEYES ECLESIÁSTICAS Y DE


LAS COSTUMBRES SACERDOTALES.

Puede decirse literalmente, pidiendo indulgencia


por una expresion demasiado familiar , que hacia et
siglo X el género humano se habia vuelto loco en Eu-
ropa. De la-mezcla de la corrupcion romana con la fe-
rocidad de los bárbaros que habian inundado el impe-
rio , resultó al fin un estado de cosas que felizmente
no se volverá á ver quizá. La, ferocidad y la disolucion,
la anarquía y /a. pobreza reinaban en todos los esta-
dos. Nunca fue mas universal la ignorancia (1). Pa-
ra defender la iglesia de la irrupcion espantosa de
la corrupcion y de la ignominia, se necesitaba nada
menos que una potestad de un órden superior y
enteramente nueva en el mundo. Esta fue la de
papas, que en aquel siglo calamito3o pagaron tumben
un tributo fatal y pasajero al desórden general. La
cátedra pontificia estaba oprimida, deshonrada y cubierta
de sangre (2); pero no tardó en recobrar su suprewl
(1) Voltaire, Ensayo etc. t. 1, c. XXXIV, p 526.
Iliíd. t. e. XXXII, p, 516,
G.) 5 0 —

dignidad y á los papas se debió el nuevo órden que


se estableció (1).
Lícito seria á no dudarlo , irritarse de la mala fé
que insiste con tanta acritud sobre los vicios de algu-
no; papas , sin decir una palabra de la espantosa di-
solucion que reinó en su tiempo.
Paso ahora á la gran cuestion que ha hecho tanto
ruido en el mundo : hablo de la de las investiduras,
agitada entonces entre las dos potestades can un calor
que apenas comprenden en nuestros dial aun los hom-
bres medianamente instruidos.
Por cierto no era una vana disputa la de las inves-
tiduras. El poder temporal amenazaba abiertamente
extinguir la supremacía eclesiástica. El espíritu feudal
que dominaba entonces, iba á convertir la iglesia de
Italia y de Alemania en un gran feudo dependiente
del emperador. Las palabras siempre peligrosas lo eran
particularmente en este punto , porque la de beneficio
correspondia á la lengua feudal , y significaba igual-
mente el feldo y el titulo eclesiástico : el feudo era
el beneficio por excelencia (2). Hasta se necesitaron le-
yes para impedir á los prelados que dieran en feudo

(1) «Se . admira uno de que bajo el reinado de papas tan escPm-
dalosos siglo X) y tan poco poderosos no perdiese la iglesia ro-
mana ni sus prerogativas, ni sus pretensiones. (Volt. ib.c. XXXV).»
Muy bien dicho está cal admirare, porque el fenómeno es hu-
manamente inexplicable.
(7) Sic ptngressum est ut . ad (n'os deveniret (fetulum) ,
clueco seilicet domín US 110C \'CUCt bCtierle 1(1111 pertinere. Cons " t -
feud, lib. 1, tit. 5 I.).
_ 9)51 _
los bienes eclesiásticos, queriendo todo el mundo ser
vasallo ó soberano (1).
Enrique V pedía ó que se le cedieran las inves-
tiduras , ó que se obligase á los obispos á renunciar to-
, dos los grandes bienes y todos los derechos que debían
al imperio (2).
La confusion de ideas es visible en esta pretension.
El príncipe no vena mas que las posesiones temporales
y el título feudal. El Papa Calixto II le propuso esta-
blecer las cosas en el pie en que estaban en Francia,
donde los obispos no dejaban de cumplir perfectamente
sus deberes en cuanto á lo temporal y los feudos, aun-
que las investiduras no se recibiesen por el anillo y el
báculo (3).
En el concilio de Reims celebrado en 1119 por el
mismo Calixto II, probaron ya los franceses cuán se-
guro era su oido; porque habiendo dicho el Papa:
«Prohibinos absolutamente recibir de mano de una per-
sona laical la investidura de las iglesias , ni la de los
bienes eclesiásticos,» toda la asamblea se opuso , porque
pareja que el canon negaba á los príncipes el derecho
de dar los feudos y las regalías dependientes de sus co-
ronas. Mas luego que el Papa varió la expresion y dijo:
«Prohibimos absolutamente recibir de los legos la investi-

(1) Episcopum vel abbatem feudum fiare non posse. (r.on-


son. Uud. ibid. lib. I, tit. VI.)
(2) Maimbourg, Hist. de la decad. del imperio, t fi, ii1). I VI
A. 1109.
(I) Ibid. A. 1'119.
952
dura de los obispados y de las abadías;» no hubo mas que
una voz para aprobar asi el decreto corno la sentencia
de la excomunion. Asistieron á este concilio á lo me-
nos 15 arzobispos y 200 obispos de Francia , de Espa-
ña , de Inglaterra y de la misma Alemania. El rey
de Francia estaba presente, y Suger aprobaba.
Este famoso ministro no habla de Enrique Y sino
corno de un parricida falto de todo sentimiento de hu-
manidad ; y el rey de Francia prometió al Papa asis-
tirle con todas sus fuerzas contra el emperador (1)..
Este no es un capricho del Papa , sino el parecer
de toda la iglesia y tambien el de la potestad temporal
mas ilustrada que podía citarse entonces.
El Papa Adriano IV dió un segundo ejemplo de la
suma atencion que era indispensable entonces para
distinguir ciertas cosas que no podian ni deferenciarse
mas, ni tocarse mas de cerca. Habiendo asentado este Pa-
pa, quizá sin reflexionarlo bien, que el emperador (Fe-
derico 1) habla recibido de él el BENEFICIO de la coro-
na imperial , este príncipe creyó que debla contrade-
cirle públicamente en una carta circular ; con lo cual
viendo el Papa cuánto habla asustado la palabra be-
neficio , resolvió explicarse declarando que habla enten-
dido favor.
Entretanto el emperador de Alemania vendia pú-
blicamente los beneficios eclesiásticos. Los clérigos He-

(1) Mairnhourg. Historia de la decad. etc. torno 11, lira nr,,


A. 1119.
253
‘aban las armas (1): los concubinatos escandalosos con-
taminaban el órden sacerdotal : no se necesitaba mas
que un mala cabeza para aniquilar el sacerdocio, pro-
poniendo el matrimonio de los clérigos como un reme-
dio á mayores males. La santa sede sola pudo oponer-
se al torrente y poner á lo menos á la iglesia en esta-
do de esperar sin un trastorno total la reforma que de-
bia ejecutarse en los siglos siguientes. Escuchemos otra
vez á Voltaire, cuya sensatez natural hace sentir que
tan frecuentemente le prive de ella la pasion.
«Resulta de toda la historia de aquellos tiempos
«que la sociedad tenia pocas reglas ciertas en las na-
«ciones occidentales : que los estados tenian pocas le-
«yes; y que la iglesia queda dárselas (2).»
Pero entre todos los pontífices llamados á esta obra
grande descuella magestuosamente S. Gregorio VII

Quanti/int lenta solent ínter viburn a cupressi.


Los historiadores de su tiempo, aun aquellos que
por su nacimiento podian inclinane á favor de los em-
peradores , han hecho completa justicia á aquel gran-
de hombre. «Era, dice uno de ellos , un hombre pro-

(1) Ihid. lib. III, A. 1071. Federico empañó con nIgnnos ac-
tos de tiranía el es,-dendor de sus buenas prendas. Se indispuso
sin razon con diferentes papas: se apoderó de las rentas de los be-
neficios vacantes: se apropió el nombramiento de los obispos, é bi-
vo abiertamente un tráfico simon jaco de las cosas sagradas (Vidas
de los santos traducidas del inglés , en 8. °, t. p , 11
Lie abril.
('') Ensayo acerca de la hi.st. etc. t. 1, c. XXX.. 5O.
_ 254 _
«fundamente instruido en las letras santas, que bri-
«Haba con todo género de virtudes (1).»
«Manifestaba , dice otro, en su conducta todas las
virtudes que su boca enseñaba á los hombres (2); » y
Fleury, que como es sabido, no mima á los papas, no
rehusa por eso confesar que S. Gregorio VII «fue un
«hombre virtuoso , nacido con gran valor, educado en
«la mas severa disciplina monástica y lleno de un zelo
«ardiente para purgar á la iglesia de los vicios de que
veia inficionada , particularmente de la simonía
«y de la incontinencia del clero (3).» Soberbia esce-
na fue y digna de un hermoso cuadro la entrevista
de Canosa cerca de Reggio el año 1077, cuando tenien-
do aquel Papa la Eucaristía en sus manos , se volvió
há,;ia el emperador , y le intimó que jurara, como él.
mismo juraba , por su salvacion eterna que no había
obrado jamás sino con una pureza perfecta de inten-
eion por la gloria de Dios y la felicidad de los puebles,
sin que el emperador , oprimido por su conciencia y
por el ascendiente del pontífice, se atreviese á repetir
la fórmula ni á recibir la comunion.
. Gregorio pues no presumia demasiado de sí mismo,
cuando atribuyéndose con la confianza íntima de

(1) Virum sacris litteris ériulitissimum et virtutuni


genere celeberlimuni (Laniberto de Schaffiabourg, el historiador
mas lie' de aquel tiempo). Maimbourg, ibid. at ► . 1071 ad 1076.
(2) Quo(' verbo dueunt, exemplo cleelaravit. (Oton de Frisin-
ga , an. 107',;). El testimonio de este analista no es sospe-
choso
(3) Disciilso III sobre la hist. ecle5, 1:, y Cli5c. 1.
fuerza el encargo de instituir la soberanía eurorea,
jóven todavía por entonces y en la fogosidad de las pa-
siones, escribía estas palabras notables : «Nos cuidan:o3
con la asistencia divina de suministrar á los empera-
dores, á los reyes y á los otros soberanos las armas es-
pirituales que necesitan para apaciguar en sus reinos
las tempestades furiosas del orgullo. , Es decir , y o les
enserio que un rey no es un, tirano; y ¿quién á no ser él
se lo hubiera enseñado? (1)
Maimbourg se queja formalmente de que el genio
imperioso é inflexible de Gregorio VII no pudo per-
mitirle que su zelo fuese acompañado de la hermosa
moderacion que sus cinco predecesores tuvieron ().
Desgraciadamente la hermosa moderacion de estos
pontífices no corrigió ningun abuso, y siempre se bur-
laron de ellos. La moderacion no ha contenido jamas
la violencia. Las potestades no se equilibran jamás sino
por medio de esfuerzos contrarios. Los emperadores se
entregaron á excesos inauditos contra los papas, de que

(1) "Imperato-ribus -et regibus , ewterisque principibus, ut


dationes maris et supei :biw fluctus comprimiere valeant, arma bu-
milltatis. Deo auctore, providere curarnos.»
Sin embargo Voltaire -se ha atrevido á decir de este grande
hombre : «La iglesia le ha colocado en el m'imero de los sanus,
como los pueblos de la antigüedad divinizaban ¿í sus &t'ensotes,
‹,v los sabios le han puesto . en animero de los locos (t. Hl, c.
XLVI., p. 4/1),» ¡Gregorio VII un loco, y loco á juicio de los so-
Hos como los antiguos defensores de los pueblos! Ala \crolad....
w1 . 0 no se refuta á un loco (y aqui la expresion es exacta): bas-
ta prestmtaric y dejarle 11111ar.
(2) Hist. de la decae{. etc. lib. III, A. 1073.
-- 256 ---
00 se habla nunca: estos pueden á veces haber pasado
los límites de la moderacion hácia los emperadores, y
se mete mucho ruido con estos actos algo exagerados
que se pintan como fechorías. Pero las cosas humanas
no van de otro modo. Nunca se ha formado ninguna
constitucion, ni se ha efectuado ninguna amalgama po-
lítica sino por medio de la mezcla de diferentes ele-
mentos, que chocaron primero y al cabo se penetraron
y aquietaron.
Los papas no disputaban á los emperadores la in-
vestidura por el cetro , sino solo la investidura por el
báculo y el anillo. Eso no era nada, se. dirá. Al contra-
rio era todo ; y ¿cómo se hubiera manifestado tanto
calor de una y otra parte si la cuestion no hubiese sido
importante? Los papas no disputaban ni aun sobre las
elecciones , como lo prueba Maimbourg con el ejemplo
de Suger (1). Ademas consentian en la investidura por
el cetro, es decir , que no se oponian á que los prela-
dos, considerados como vasallos, recibiesen de su señor
feudal por medio de la investidura el mero mixto impe-
rio (hablando en lengua feudal) , verdadera esencia del
feudo , que supone de parte del señor feudal una par-
tkipacion de la soberanía pagada á su señor superior
por la dependencia política y la ley militar (2).

(l) Hist de la (Wad. etc. lib. A. 1121.


Voltaire está sumamente gracioso cuando habla del gobier-
no feudal. «Por trincho tiempo, dice, se ha buscado el origen de
este gobierno : es de creer que no tiene otro que la atitigol
cestombre de todas Lis naciones de imponer
► un homenaje y int
tributo Id mas dad (Ibid. t.. I, e. XXXIII, 51: Fstti esjo
— 57 --
Pero no querian investidura por el báculo y el ani-
llo, porque no pareciese que el soberano temporal, sir-
viéndose de estos dos signos religiosos para la cere-
monia , conferia por sí mismo el título y la jurisdiccion
espiritual convirtiendo asi el beneficio en feudo; y en
este punto se vió al cabo obligado el emperador á ce-
der (1). Pero diez arios despues Lotario insistia todavía,
y trataba de lograr del Papa Inocencio II el restableci-
miento de las investiduras por el báculo y el anillo
(1131): tan importante panela, es decir, era este objeto.
Gregorio VII pasó sin duda mas adelanté que los
otros papas en esta materia 9 supuesto que se creyó con
derecho á disputar al soberano el juramento pura-
mente feudal del prelado vasallo. Aqui se puede ver
una de esas exageraciones de que hablaba poco há; pe-
ro hay que considerar tambien el exceso que Gre-
gorio tenia presente. Temia el feudo que eclipsaba el
beneficio : tercia á los clérigos guerreros. Es menester
ponerse en el verdadero punto de vista , y parecerá
menos leve esta razon alegada en el concilio de Chalons-

I ne sabia .7 (-df.,iire del gobierno, que cnmo dice MonteSquien con


mucha verdad, fue un momento único en la historia. Todas las
obras serias de Voltaire, si es que hizo algunas , brillan con seme-
jantes rasgos ;. y es útil hacerlos notar para que todos se conven-
zan de que ningun grado de talento ní de erudícion puede dar
á un hombre el derecho de hablar de lo qua no sabe.
«Los emperadores y los reyes' no intentaban dar el Espíritu
Santo, sino querían el homenaje de lo temporal que hubiesen da-
do. Se peleó por una ceremonia indiferente. (VoIL XLV/ ).
Voltaire no entiende una palabra.
(1) 'l in. de la &tad. etc. lib. A. 1121.
Te 3. 17
— 915 8 —

n r-Spone (1073) para a los eclesiásticos del ju-


rarnento feudal : que los mismos que consagraban el cuer-
po de Jesucristo, no debían ponerse entre manos mancha-
ilds muckís-z.m q s veces con la sangre humana vertida y
tal vez tambien con robes íe otros crímenes (1). Cada si-
glo ;lene sus preocupaciones y su modo de ver, confor-
me al ctul debe ser juzgado. Es un sofisma intolerable
del nuestro suponer siempre que lo que seria condena-
He en nuestros dios, lo era tambien en los tiempos pa-
saciloz, y que Gregorio VII debla proceder con Ilenri-
que IV , corno obraria Pio VII con S. M. el emperador
Ffancis2.o
Se acusa á aquel Papa de que envió muchísimos le-
gados ; pero liniaimente es riorque bo podia fiarse en
los conciliw provinciales; y Fleury que no es losrecho-
Eo, y que prefei la estos concilios á los legados (2), con-
viene sin embargo en que si los prelados alemanes
tercian tanto la llega da de los legados, es porque co-
nocían ser reos de 522Z02ii.a , y vean llegar á sus jue-
ces (3).
En una palabra la iglesia estaba perdida, humana-

(1) Sabido es que el vasallo , al prestar el juramento que pre,


cedia á la investidura, tenia sus manos juntas con las de su señor.
Tfze couacil declared execrable that pare hands which could
CREATE GO!) ele, (ll ►► els William Ruf ► s, c. V). Co ► vieue notar de
paso la bella ex ► resion criar a Dios. En vano repetiremos que la
asercion este paa es Dios CS solo propia cle un i ► - sensato Bossu ► t,
de las varíala. lib. II, u." 3) los protestantes se acabarán
quiá antes que dejen de hacernos !a imputacion que nos hacen.
C).) Discurso 1 V ► „ 9 11,
(3) Wst, ee1es. lib. LX11,
1..459
mente hablando: ya no tenia forma, ni gobierno, y
pronto no hubiera tenido nombre sin la intervencio;1
extraordinaria de los papas que se subrogaron á unw;
autoridades extraviadas ó corrompidas, y gober _
naron de un modo mas inmediato para restablecer el
órden.
Tambien estaba perdida la monarquía europea si
unos soberanos detestables no hubieran encontrado un
obstáculo terrible en el camino; y para no hablar aho-
ra mas que de Gregorio VII, no dudo que todo hom-
bre de equidad suscriba el juicio completamente desin-
teresado que ha formado el historiador de las revolu-
dones de Alemania : « La simple exposicion de los he-
chos, dice, demuestra que la conducta de este pontífice
fue la que todo hombre de un caracter firme é ilus-
trado hubiera observado en las mismas circunstan-
cias (1).»
En vano se luchará contra la verdad : al cabo todos
los hombres de entendimiento tendrán que conformar-
se con esta decision.

(t) Rivoinzione ¿ella Germanía, di ';arlo Denina. Firenze,


Piatti, en S.°, t. II, c. Y. p. 49.
260 —

ARTICULO III. •

LIBERTAD DE ITALIA.

El tercer objeto que los papas buscaron sin inter-


mision como príncipes temporales, fue la libertad de
Italia, que querian arrancar absolutamente á la domi-
nacion alemana.
«Despues de los tres Otones el combate de la do-
«minacion alemana y de la libertad italiana perseveró
«mucho tiempo en el mismo estádo (I). Me parece fa-
«cil de conocer que el verdadero fondo de la contienda
«era que los papas y los romanos no quedan empera-
«dores en Roma (2);» es decir, que no quedan amos en
su casa.
Esta es la verdad. La posteridad de Carlo Magno se
habia extinguido. Ni la Italia, ni los papas en particu-
lar debian nada á los príncipes que sucedieron á aquella
en Alemania. «Estos príncipes lo decidian todo con la es-
pada (3). Los italianos tenian ciertamente un derecho
«mas natural á la libertad, que un aleman á dominar-
«los (4). Los italianos no obedecían jamás á la dinastía
«germánica sino á su pesar , y la libertad de que las
((ciudades de Italia eran entonces idólatras, respetaba

(1) Voltaire, Ensayo acerca de la hist. gen. t. I I c. XXXVII,


p. 52.3.
(2) Ibid. cap. XLVI.
(3) Ibidt. II, c. XLV. II, p. 57.
(4) Ibid. t. II, c. XLVII, p. 56.
261 —
«poco la posesion de los Césares alemanes (1). En aquea
ellos tiempos calamitosos el papazgo estaba á pública
«subasta asi como casi todos los obispados: si hubiera
«durado esta autoridad de los emperadores, los papas
no hubieran sido mas que capellanes suyos, y la Italia
su esclava (2).
«La imprudencia del papa Juan XII en haber lla-
«mado á los alemanes á Roma fue el origen de todas las
«calamidades que afligieron á Roma y á Italia por es-
«pacio de tantos siglos (3). El obcecado pontífice no vió
/qué género de pretensiones iba á suscitar , y la fuerza
(incalculable de un nombre cuando le lleva un hombre
;(grande. No parece que la Alemania aspirase á ser im-
«perio en tiempo de Enrique el Cazador; mas no fue
«asi bajo el reinado de Oton el Grande (u ).
«Este príncipe que conocia sus fuerzas, se hizo con_
«sagrar , y obligó al Papa á prestarle juramento de fi-
«delidad (5). Los alemanes pues tenian subyugados á
«los romanos, y estos rompian sus cadenas cuando po-
dían (6).» A esto se reduce todo el derecho público de
la Italia en aquellos tiempos deplorables, en que los hom-
bres carecían absolutamente de principios para gober-
narse. «Ni aun el derecho de sucesion (este paladio
de la tranquilidad pública) parecia establecido enton-

(1) Voltaire, Ensayo acerca de la llist. &c. c. LXI y ',XII,


Ibid. t. I , c. XXXVIII, p. 529 á 531.
Ibid. t. I, c. XXXVI, p. 521.
Ibid. t. II, c. XXXIX, p. 513 514,
Ibid. t. I , cap. XXXVI , p, 521.
Ibid. p. 522 a 523.
<ices en ningun estado de la Europa (1). Roma no sabía
«ni lo que era ni de quien era (2). Estableciase el uso
«de dar la corona no por el derecho de la sangre , sino
«por el sufragio de los señores (3). Nadie sabia lo que
«era el imperio ( fi). No habia leyes en Europa (5). No
«se reconocía en ella ni derecho de nacimiento, ni
«derecho de eleccion: la Europa era un caos en
<(el cual el mas fuerte se levantaba sobre las mi-
«nas del mas débil para ser precipitado despues por
«otros. Toda la historia de aquellos tiempos se reduce á
«la de algunos capitanes bárbaros , que disputaban coa
«unos obispos la dominacion de siervos imbéciles (6).
“ No había realmente imperio ni de hecho ni de de-
«reaho. Los romanos que se rabian entregado á Carlo
«Magno por aclamacion, no quisieron reconocer á unos
«bastardos , á unos extranjeros apenas dueños de una
«parte de la Germania. Era un singular imperio roma--
«no (7). El cuerpo germánico se llamaba el santo im-
<<perio romano , cuando en realidad no era ni SANTO,
«ni IMPERIO , ni ROMANO (8). Parece evidente que el
«gran proyecto de Federico II era establecer en Italia
«el trono de los nuevos asares, y es bien seguro á lo

Voitaire, ibid. e. XL p. 261.


Ibid. c. XXXVII, p. 517.
Ibid.
Ibid. t. II . c. XLVII , p. 56, X LTII , 223.
Ibitl. t. c. XXIV.
Ibid. t. V, c. XXXII , p. 508 5 09 , 510.
Tbid. r. I1 , e. XLVI I p, 267
Tbid.
-263 —
«menos que quería reinar en Italia sin límite y sin parti-
«cion. Este es el nudo secreto de todas las contiendas
«que tuvo con los papas: valiese sucesivamente de la as-
«tuja y de la violencia , y la santa sede le combatió
«con las mismas armas (1). Los güelfos , aquellos par-
«tidarios del papazgo Y MUCHO MAS DE LA LIBERTAD,
«balancearon siempre el poder de les gibelinos, partida-
«rios del imperio. EL OBJETO de las divisiones entre Fe-
((dedeo y la santa sede NO FUE JAMÁS LA RELIGION (2).»
¿Con qué cara se atreve el mismo escritor, olvi-
dando estas declaraciones solemnes, á decirnos en otra
parte: «Desde Carlo Magno hasta nuestros dias la guer-
a del imperio y del sacerdocio fue el principio de to-
das las revoluciones: ese es el hilo que guía en este late-
rinto de la historia moderna (3)?»
Primeramente ¿en qué es un laberinto la historia
moderna mas bien que la historia antigua?
Por mi parte confieso que comprendo con mas cla-
ridad por ejemplo la dinastía de los Capetos que la de
los Faraones; pero pasemos por esta expresion falsa,
aunque menos que el fondo de las cosas. Conviniendo for-
malmente Voltaire en que la lucha sangrienta de los
dos partidos en Italia era enteramente ajena de la reli-
gion, ¿qué quiere decir con su hilo? Es falso que haya

(1) Es decir, con la espada y /a política. Quisiera yo saber


qué nuevas armas se han inventado despues , y 10 que debian
hacer los papas en la época de que hablamos. (Volt. t. II, c. 1,111
p. 98 )
(2) Ibid.
(3) Ibid. t. IV , c. CXCV, nt
Jnbido una guerra propiamente tal entre el imperio y el
sacerdocio . Se repite sin cesar para hacer responsable al
sacerdocio de toda la sangre vertida durante aquella
gran lucha ; pero verdaderamente fue una guerra entre
Alemania é Italia, entre la usurpacion y la libertad, en-
tre el señor que trae las cadenm, y el esclavo que las
repele; guerra en que los papas llenaron su deber como
príncipes italianos y políticos prudentes tomando parte
á favor de la Italia, supuesto que no podian ni favore-
cer á los emperadores sin deshonrarse , ni intentar si-.
quiera ser neutrales sin perderse
Habiendo muerto en)lesina el año 1197 Henrique
VI , rey de Sicilia y emperador, se encendió la guerra
de sucesion en Alemania entre Felipe , duque de Sua-
via, y Oton, hijo de Hearique Leon, duque de Sajonia
y de Baviera. Este descendia de la casa de los príncipes
de Este Güelfos, y Felipe de los príncipes Gibelinos (1).
La rivalidad de ambos dió origen á las dos facciones
tan famosas que desolaron á Italia por muchisimo tiem-
po; pero nada mas ajeno de los papas y del sacerdocio:
una vez encendida la guerra civil rabia que tomar un

Muratorí, Antich. ital. en 4.9, Monaco, 1766, t. III, disert.


LI , 111.
Es notable que aunque estas dos facciones nacieron en Alema-
nia y fueron después á Italia ya hechas, por decirlo así; sin em-
Largo los príncipes gilielfos , antes de reinar en la Baviera y en la
Sajonia , eran italianos; de modo que la faccion de este nombre,
al llegar á Italia , pareció que subia á su origen.
Trassero queste dite diaboliohefazioui la loro origi'ne dell«
Germanio cte. ( Murat.
-- /65 --
partido y pelear. Los papas por su caracter tan respe-
tado y por la inmensa autoridad de que gozaban, se ha-
llaron colocados naturalmente á la cabeza del noble
partido de la conveniencia, de la justicia y de la inde-
pendencia nacional. La imaginacion se acostumbró á no
ver mas que el Papa en lugar de la Italia; pero en el
fondo se trataba de esta y de ningun modo de la religion;
lo que nunca se repetirá lo bastante, por mucho que
se repita.
El veneno de estas dos facciones habia penetrado
tan adentro en los corazones italianos , que al dividir-
se perdió su acepcion primordial, y las palabras Güelfos
y Gibelinos no significaron mas que gentes que se abor-
recian. Durante aquella fiebre espantosa el clero hizo
lo que hará siempre. No omitió ningun medio de cuan-
tos estaban á su alcance para restablecer la paz , y mas
de una vez se vió á los obispos acompañados de su cle-
ro interponerse con las cruces y las reliquias de los
santos entre dos ejércitos prontos á embestirse, y con-
jurarlos en nombre de la religion á que evitaran la
efusion de sangre humana. Hicieron mucho bien sin
poder sofocar el mal (1).
«No hay Papa (es tambien confesion expresa de un
«censor severo de la santa sede) ; no hay Papa que no
«deba temer el engrandecimiento de los emperadores
«en Italia. Las antiguas pretensiones serán bue-

(i) ibid. p 119.—Cartas relativas á la hist. t. ni, lib.


!MIT, p. 230.
- 266
aptas el día que se las haga valer con ventaja (1).»
Luego no hay Papa que no debiese oponerse. ¿Dón-
de está el título que habia donado la Italia á los empera-
dores alemanes? ¿De dónde se ha sacado que el Papa
no deba obrar como príncipe temporal : que deba per-
manecer puramente pasivo, y dejarse derrotar, despo-
jar &c.? Jamás se probará esto.
En la época de Rodulfo se habitan perdido los anti-
«guos derechos del imperio y la nueva casa no podia
(revindicarlos sin injusticia No hay cosa mas incohe-
«rente que querer sostener las pretensiones del imperio
«discurriendo con arreglo á lo que era en tiempo de
«Garlo Magno (2). »
Luego los papas como jefes naturales de la asocia-
cion italiana y protectores natos de los pueblos que la
componian , tenían todas las razones imaginables para.
oponerse con todas sus fuerzas á que se restaurase en
I talia aquel poder nominal , que á pesar de los títulos
con que encabezaba sus edictos no era ni santo, ni im-
perio, ni romano.
El saco de Milan, uno de los acontecimientos mas
horribles de la historia, bastaria por sí solo, en juicio de
Voltaire, para justificar cuanto hicieran los papas (3).
¿Qué diremos do Oton II y de su famoso banquete

. Cartas relativas á , tomo III, carta LXIII, p.. 230.


Otras confesiones del mismo autor , t. carta XLIII , p.
137, XXXIV, p. 316.
(2) Cartas relativas á la hist. tomo II, carta XXXIV , p. 3 16.
(.3) Obrar a.si . era justificar á los [rapas (Voltaire , Ensayo etc.
t. 11 , c. I,X1 p. 156 ).
- 267 —
del año 981? Convida á una multitud de señores á un
festín magnífico, durante el cual entra un oficial con
la lista de los que su amo había proscrito ; y conduci-
dos á una sala inmediata son degollados. Tales eran los
príncipes con quienes los papas se las habian.
Y cuando Federico con la inhumanidad mas abo-
minable mandaba ahorcar á sangre fria á unos parientes
del Papa, cogidos prisioneros en una ciudad conquista-
da (1); parece que era lícito hacer algunos esfuerzos
para libertarse de este derecho público.
La mayor desgracia para el político es obedecer á
una potencia extranjera : ninguna humillacion , ningun
tormento puede compararse á este. La nacion sujeta , á
no ser protegida por alguna ley extraordinaria , no
cree obedecer al soberano , sino á la nacion de este:
ahora bien ninguna nacion quiere obedecer á otra , por
la sencillísima razon que ninguna sabe mandar á otra.
Observense los pueblos mas sabios y mejor gobernados
interiormente: cuando se trata de gobernar á otros , se
verá cómo pierden absolutamente la sabiduría y no se
parecen ya á sí mismos. Siendo innato en el hombre el
furor de dominar, quizá no es menos natural el furor
de hacer sentir la dominacion : el extranjero que va

(1) En 1241. Maimhourg merece que se le oiga acerca de es-


tas gracias (art. ann. 1250). «Las buenas cualidades de Federico
((fueron obscurecidas con algunas otras muy malas , y sobre todo
eccon su inmoralidad, su deseo insaciable de venganza y su cruel-
,(dad que :e hicieron cometer grandes crímenes ; sin embargo pue-
de creerse que Dios le hizo la gracia de perdonarselos en su álti-
' ,una enfermedad.» A?dEN.
á mandar á una nacion sojuzgada á nombre de un so-
berano distante, en vez de informarse de las ideas na-
cionales para conformarse con ellas, no parece sino que
las estudia para contrariarlas, y se cree mas soberano á
medida que sienta mas la mano. Torna la arrogancia
por dignidad, y reputa por mejor testimonio de esta
dignidad la indignacion que excita, que las bendiciones
que podría conseguir.
Asi es que todos los pueblos han convenido en colo-
car á la cabeza de los grandes hombres á aquellos afor-
tunados ciudadanos que tuvieron la honra de arrancar
á su pais de la dominacion extranjera: ya triunfen co-
mo héroes, ya perezcan como mártires, sus nombres
atravesarán los siglos. La estupidez moderna quisiera
exceptuar á los papas solamente de esta apoteosis uni-
versal, y privarlos de la gloria inmortal que se les debe
corno príncipes temporales por haber trabajado sin des-
canso en la libertad de su patria. Concibese que ciertos,
escritores franceses no quieran hacer justicia á S. Gre-
gorio VII; porque teniendo vendados los ojos con las
preocupaciones de los protestantes, de los filósofos , de
los jansenistas y de los parlamentos, nada pueden ver
con claridad. El despotismo de estos podrá llegar hasta
el extremo de prohibir á la liturgia nacional que dó
cierta celebridad á la festividad de S. Gregorio; y el sa -
cerdocio, por evitar pugnas peligrosas, se verá obliga-
do á ceder (1), confesando asf la humillante servidum-

( 1 ) En Franela se celebraba la fiesta, de S. Gregorio VII con el


%Ocio ~un de los confesores ,, por no babel se atrevido, ta
- 269 —
bre de esta iglesia cuyas fabulosas libertades se nos pon-
deraban. Pero vosotros, ajenos de todas estas preocupa-
ciones, vosotros, habitantes de los hermosos paises que
S. Gregorio quería libertar, vosotros á quienes el reco-
nocimiento á lo menos debería ilustrar;
Vos 8!
Pompilius sanguis
Armoniosos herederos de la Grecia , á quienes no falta
mas que unidad é independencia, levantad altares al su-
blime pontífice que hizo prodigios por daros su nombre.

sia galicana ( tan libre corno saben todos) á señalarle un oficio


propio, temerosa de indisponerse con los parlamentos que habían
condenado la memoria de aquel Papa por decretos de 20 de Julio
de 1729 y 23 de Febrero de 1730 (Zaccaria, duti-Febronius vín-
dicatus, toro. I , disert. II , c. V , p. 3S7 , nct. 13).
Obseivese que estos mismos mazistrados que condenan la me-
moria de un Papa declarado santo, se quejarian muy bien DE LA
MONSTRUOSA_ cortfusion que tal d cual Papa hizo del uso de las do
po!estades (Cartas relativas á la hist. tomo III, cada LXII, p. 221)
Errattri.

En la página 220, lineas 21 y 22, se lee : La antigüedad que dese.


:p ucho verlo y tocarlo todo , abandonó (que ni aun hubiera s3bid(
nombrar) una dondcion en solemne forma. Y debe leerse: La antigüe-
dad que desea mucho verlo y tocarlo todo, hizo del abandono (que ni
aun hubiera sabido nombrar) una donacion, en solemne forma.
241113141
DE ZAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE Tomo,

Aviso DE LOS EDITORFS pág. '3.


DISCURSO PRELIMINAR

LIBRO PRIMERO.
DEL PAPA EN SU RELACION CON LA IGLESIA CA-
TOLICA.

CAPÍTULO I. De la infalibilidad • • 27
CAP. I.I. De los concilios. 40
CAP. Definicion y autoridad de los concilios. 42
CAP. IV. Analogía sacada del poder temporal. .. r)2
CAP. V. Dáqnesion sobre lo que se llama la juven-
tud de las naciones .58
CAP: VI. Supremacía del soberano pontífice recono-
cida en todos tiempos. Testimonios católicos
de las iglesias de Occidente y de Oriente. . 62
CAP. Testimonios particulares de la iglesia !fa-
licana
CAP. VIII. Testimonio jansenista. Texto de Pascal
y reflexiones sobre el peso de ciertas auto-
ridades. 79
CAP. IX. Testimonios protestantes 83
CAP. X. Testimonio de la iglesia rusa , y por ella
testimonio de la iglesia griega disidente. . . 90
CAP. XI. Sobre algunos textos de Bossuel 105
CAP. XII. Del concilio de Constanza 116
CAP. XIII. De los cánones en general y de la ape-
lacion á su autoridad.
Ci p . XIV. Examen de una dificultad partieular
que se suscita contra las decisiones de los
papas 128
CAP. XV. Infalibilidad de hecho 135
CAP. XVI. Respuesta á algunas objeciones. . . 160
CAP. XVII. De la infalibilidad en el sistema filosó-
fico. 167
CAP. XVIII. Ningun peligro en las resultas de la
supremacía reconocida. 169
CAP. XIX. Continuacion del mismo asunto. Acla-
raciones ulteriores sobre la infalibilidad. . 175
CAP. XX. Última explicacion sobre la disciplina, y
digresion acerca de la lengua latina 180

LIBRO SEGUNDO.
DEL PAPA EN SU RELACION CON LAS SOBERANÍAS
TEMPORALES.

CAP. I. Algunas palabras sobre la soberanía. .. 189


CAP. II. Inconvenientes de la soberanía 192
CAP. Ideas antiguas sobre el gran problema. 199
CAP. IV. Otras consideraciones sobre el mismo
asunto 205
CAP. V. Caracter distintivo del poder ejercido por
los papas. . 209
CAP. VI. Poder temporal de los papas. Guerras
que han sostenido como príncipes tempo-
rales 215
CAP. VII. Objetos que se propusieron los antiguos
papas en sus contestaciones con los sobera-
nos . 238
ART. I. Santidad de los matrimonios ib
ART. II. Sostenimiento de las leyes eclesiásticas y
de las costumbres sacerdotales 249
ART. III. Libertad de Italia 260

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