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EL VALOR SAGRADO DE LA VIDA HUMANA

“Homo sacra res homini”, “el hombre es cosa sagrada para el


hombre”, escribió Séneca. Filó sofo y escritor romano ajeno a la
cultura judeo-cristiana; con todo, intuyó que, aun con las
limitaciones y miserias que acompañ an la existencia en este
mundo, la vida humana encierra un valor inconmensurable,
prá cticamente divino, desde su comienzo hasta su natural
término. Sin embargo, será necesaria la revelació n cristiana para
hallar el fundamento claro y só lido de tal afirmació n. La sacralidad
de la vida humana hace acto de presencia al menos por tres
razones: la razó n del origen, de la naturaleza y del destino.
SAGRADA POR SU ORIGEN
En la primera pá gina del Génesis, bajo un ropaje en apariencia ingenuo y mítico, se narran
acontecimientos histó ricos: la creació n del universo y del hombre. Dios modela una porció n de arcilla
-asemejando en su quehacer al alfarero-, sopla y le infunde un aliento de vida, el espíritu inmortal. La
materia se anima de un modo nuevo, superior: nace la primera criatura humana, a imagen y semejanza
del Creador. El hombre no es cabalmente un producto de la materia, aunque la materia sea uno de sus
componentes; goza de alma espiritual, irreductible a lo corpóreo. Las almas son creadas directamente
por Dios, sin intermediarios. Por esto cabe decir con todo rigor que cada vida humana es sagrada, pues
desde su comienzo compromete la acció n del Creador.
El origen de cada persona humana es muy singular, pues aunque en su génesis intervienen los padres,
poniendo la base material, bioló gica, a la vez Dios interviene produciendo de la nada el alma espiritual y
la infunde en el minú sculo cuerpo engendrado por los padres.
La espiritualidad del alma distingue esencialmente al hombre de las demá s criaturas de este mundo,
hace que el cuerpo humano no sea como los demá s cuerpos, sino un cuerpo personal, con
características específicas muy netas, apto para ser convertido por la gracia santificante en templo del
Espíritu Santo. Pero ya desde el momento de la concepció n, el alma rige todo el desarrollo del embrió n
y, salvo accidentes o atentados, lo llevará a la relativa perfecció n que cabe alcanzar en la tierra.
El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es
muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es quien da
vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola- el alma.
SAGRADA POR NATURALEZA
¿Qué resulta de la acció n creadora de Dios con la participació n de los padres,
en la generació n? Una imagen de Dios. Esta es la gran revelació n sobre la
naturaleza humana: Dios creó al hombre a su imagen (...), varó n y mujer los
creó (Gen 1, 27). El Concilio Vaticano II afirma que el hombre es la ú nica
criatura que Dios ha querido por sí misma. Para Dios, todos y cada uno de los
seres humanos poseen un valor excepcional, ú nico, irrepetible, insustituible.
¿Desde cuá ndo? Desde el momento en que es concebido en el seno de la
madre (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, nº. 13). Nuestra vida -enseñ a
el Papa- es un don que brota del amor de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su
concepció n, un lugar especial en su corazó n, llamá ndolo a la comunió n gozosa de su casa. En toda vida,
aú n la recién concebida, como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el sí
que Dios le ha dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este sí la norma
de la propia actitud hacia cada uno de sus pró jimos, en cualquier situació n en que se encuentre.
Hoy, tras importantes hallazgos de la genética experimental y de la investigació n filosó fica y teoló gica,
podemos y debemos mejorar aquella sentencia de Aristó teles -que hizo suyo Santo Tomá s- del siguiente
modo: “el embrió n humano es algo divino…”. Por minú sculo que resulte a nuestra mirada, encierra una
estructura grandiosa, admirable, completísima, animada por un alma inmortal, que constituye un
macrocosmos sagrado.
SAGRADA POR SU FIN Y SENTIDOS DIVINOS
«Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti».
Toda vida humana es fruto del amor de la Trinidad que llama a cada hombre
(varó n o mujer) a la eterna comunió n gozosa con las tres Personas divinas (Cfr.
Mt 25, 21.23). Toda persona ha sido ordenada a un fin sobrenatural, es decir, a
participar de los bienes divinos que superan la comprensió n de la mente humana
(DS 3005).
CIC. 2258: La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acció n creadora de Dios y
permanece siempre en una especial relació n con el Creador, su único fin. Só lo Dios es Señ or de la vida
desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de
matar de modo directo a un ser humano inocente (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum
vitae, intr. 5).
El hombre está llamado a una plenitud de vida que va má s allá de las dimensiones de su existencia
terrena, ya que consiste en la participació n de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocació n
sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal.
(Evangelium vitae, Juan Pablo II).
No hay vida humana inútil
Para el cristiano no hay vida humana inú til, por má s que las apariencias sugieran lo contrario. Toda
persona, cualquiera que sea su estado físico o psíquico, está eternamente llamada a ser eternamente
feliz en el cielo. Aunque a veces cueste entenderlo, también el dolor entra en los planes de Dios y lo
encamina al bien de los que le aman.
Una tribulació n pasajera y liviana -dice el apó stol Pablo-, produce un inmenso e incalculable tesoro de
gloria (2 Cor 4, 13-15). ¿Qué decir, pues, de una tribulació n grave y duradera, como puede ser una vida
con graves deficiencias físicas o psíquicas, tanto para quien la sufre como para quienes han de
protegerla y mimarla? Somos pobres en palabras que expresen su grandeza y el honor eterno que
alcanzará n. Considero, hermanos -insiste San Pablo-, que no se pueden comparar los sufrimientos de
esta vida presente con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 21, 8-18). El Apó stol se
gozaba en sus sufrimientos, porque así cumplía en su carne una porció n de lo que Cristo ha querido
sufrir en su Cuerpo, que es la Iglesia, para el bien de sus miembros y de toda la humanidad (Cfr. 1 Cor
12, 27).
Por eso, la Iglesia -afirma el Papa- cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es
siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo.

ACTIVIDAD DE AMPLIACIÓN
(En una hoja de nueva de Word)
1. Elabora una infografía con las ideas más importantes del tema
2. Lee y resume los siguientes numerales del CIC.
a) 2270 - 2275 sobre el aborto:
b) 2276 - 2279 sobre la eutanasia:
c) 2280 – 2283 sobre el suicidio:
LA GRANDEZA DE LA VIDA HUMANA
La palabra central de la Biblia es la Vida. En efecto, el Génesis se inicia con el relato de la creació n del
ser humano, “varó n y mujer los creó ”, “a su imagen y semejanza”. Luego, Dios les encomienda el encargo
de crecer y transmitir la vida. A su vez Jesucristo empieza su vida pú blica haciendo el primero milagro
en una boda (Jn 2, 1-11), bendiciendo el matrimonio y recordá ndonos que sus fines son: la comunió n de
amor entre los esposos y la transmisió n de la vida. Y É l mismo dice de sí mismo que “es la Vida” (Jn 14,
6). del mismo modo Jesú s nos recuerda que É l vino a traernos “vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10).
La Biblia nos enseñ a que toda vida humana, es un gran don divino y, por ello, es sagrada, puesto que su
origen ú ltimo es Dios. El carácter sagrado de la vida humana ha
La Bioética es una ciencia nueva. El
sido especialmente destacado por San Juan Pablo II en su objetivo de este nuevo tratado moral
encíclica Evangelium Vitae, que lleva como subtítulo: “Sobre el es orientar rectamente, desde un
valor y el carácter inviolable de la vida humana”. punto de vista ético, los grandes
Con fecha 25 de Marzo de 1995, el Papa Juan Pablo II, en el desafíos y hallazgos de la ciencia en
decimoséptimo añ o de su Pontificado, promulgó la torno a la vida. Al mismo tiempo que
Encíclica Evangelium Vitae, que trata "sobre el valor y el cará cter apoya las investigaciones científicas,
ayuda al científico a que evite lo que
inviolable de la vida humana", abordando muy particularmente
va contra la vida humana y su
los problemas del aborto y de la eutanasia. El santo padre con la dignidad. Con ello le recuerda que no
autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus sucesores en todo lo que es científicamente
comunió n con los pastores de la Iglesia declara de manera posible es lícito llevarlo a cabo.
categó rica: "Confirmo que la eliminación directa y voluntaria
de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral"
(E.V. 57).
Luego de una introducció n, la Encíclica se articula en torno a cuatro capítulos: en el primer capítulo se
presentan y analizan las principales amenazas a la vida humana; en el segundo se expone el mensaje
cristiano sobre la vida; en el tercero, a partir de la Sagrada Escritura y de la tradició n de la Iglesia , se
reafirma el cará cter inviolable de la vida humana; y, en el cuarto, se llama a la Iglesia y a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad a comprometerse por una cultura de la vida. Termina la Encíclica
con una conclusió n, en la que se destaca el testimonio de María en favor de la vida, situando el conjunto
de la problemá tica en la perspectiva del futuro absoluto de Dios, en "donde no habrá ya muerte" (Ap
21,4).
A continuació n, algunos extractos de la encíclica Evangelium Vitae de Juan pablo II:

Comentamos, parafraseamos y
Extractos de la encíclica Evangelium Vitae argumentamos nuestra postura sobre lo
que dice S. Juan Pablo II en su E.V.
(…) El hecho de que las legislaciones de muchos países,
alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales
de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso
reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la
vida es, al mismo tiempo, un síntoma preocupante y causa
no marginal de un grave deterioro moral. Opciones, antes
consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas
por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco
socialmente respetables. La misma medicina, que por su
vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida
humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores
a realizar estos actos contra la persona, deformando así su
rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la
dignidad de quienes la ejercen. (E.V. 4).

(…) el derecho originario e inalienable a la vida se pone en


discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario
o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria—
de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo
que predomina incontrovertible: el «derecho» deja de ser
tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la
inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido
a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a
pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo
fundamental. El Estado deja de ser la «casa común» donde
todos pueden vivir según los principios de igualdad
fundamental, y se transforma en Estado tirano, que
presume de poder disponer de la vida de los más débiles e
indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en
nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en
realidad, que el interés de algunos. Parece que todo
acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos
cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son
votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero
en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de
legalidad, donde el ideal democrático, que es
verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad
de toda persona humana, es traicionado en sus mismas
bases: «¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de
toda persona humana, cuando se permite matar a la más
débil e inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la
más injusta de las discriminaciones entre las personas,
declarando a algunas dignas de ser defendidas, mientras a
otras se niega esta dignidad?» Cuando se verifican estas
condiciones, se han introducido ya los dinamismos que
llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana
y a la disgregación de la misma realidad establecida.
Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la
eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la
libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un
poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero
ésta es la muerte de la verdadera libertad: «En verdad, en
verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo»
(Jn 8, 34). (E.V. 20).

“La vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen


e impronta, participación de su soplo vital. Por tanto, Dios
es el único señor de esta vida: el hombre no puede disponer
de ella” (…) “La vida y la muerte del hombre están, pues, en
las manos de Dios, en su poder: «El, que tiene en su mano el
alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de
hombre», exclama Job (12, 10). «El Señor da muerte y vida,
hace bajar al Seol y retornar» (1 S 2, 6). Sólo Él puede decir:
«Yo doy la muerte y doy la vida» (Dt 32, 39)” (E.V. 39)
“De la sacralidad de la vida deriva su carácter inviolable,
inscrito desde el principio en el corazón del hombre, en su
conciencia. La pregunta «¿Qué has hecho?» (Gn 4, 10), con
la que Dios se dirige a Caín después de que éste hubiera
matado a su hermano Abel, presenta la experiencia de cada
hombre: en lo profundo de su conciencia siempre es
llamado a respetar el carácter inviolable de la vida —la
suya y la de los demás—, como realidad que no le
pertenece, porque es propiedad y don de Dios Creador y
Padre”. (E.V. 40).

Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre,


creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-28). Por tanto,
la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el
que se refleja la inviolabilidad misma del Creador.
Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda
violación del mandamiento «no matarás», que está en la
base de la convivencia social. Dios es el defensor del
inocente (cf. Gn 4, 9-15; Is 41, 14; Jr 50, 34; Sal 19 18, 15).
También de este modo, Dios demuestra que «no se recrea en
la destrucción de los vivientes» (Sb 1, 13). Sólo Satanás
puede gozar con ella: por su envidia la muerte entró en el
mundo (cf. Sb 2, 24). Satanás, que es «homicida desde el
principio», y también «mentiroso y padre de la mentira» (Jn
8, 44), engañando al hombre, lo conduce a los confines del
pecado y de la muerte, presentados como logros o frutos de
vida. (E.V. 53).

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