1. Hube en cientos de ciempiés distintos,
que somatizaban en ardor y obsecuentemente se arrugaban.
Trabajábamos los laberintos, practicando la bilocación.
Cada cual perseguía un triciclo, que chillaba óxido.
Tras un tiempo nos deteníamos a observar de reojo el reloj.
Fácilmente decíamos cosas que olvidaban lo que éramos
y cabía el sentido en una copa, que traía un sendero arbitrario,
algo muy parecido al amor.
Lo que perdía su anonimato, era el dolor.
Frutas en los mediodías, truchas de muecas sonámbulas.
Frentes de los paradigmas, barcos hundidos del aura.
Reglas que regulan los actos, prácticamente torcidas.
Brutas memorias de santos, pueblos de hormigas prohibidas.
Lo que urgía en el bajo, y tambaleaba, era patear nuestras pieles hasta que
cambien de color.