Del villancico a la tonada

Pedro Llangarí es profesor del Instituto Anda Aguirre de la ciudad de Riobamba, un colegio secundario especializado en música. Es, sobra decirlo, un músico activo, integrante de una banda de pueblo y uno de los mayores conocedores de la música que bailan miles de personas durante el Pase del Niño Rey de Reyes.
Tiene más de 50 años y durante la entrevista cada vez que le faltaban palabras para aclarar algún concepto tomaba el saxo y lo decía con sus notas (de hecho, la música que es característica de este proyecto fue grabada directamente de su interpretación).
El Pase del Niño es una procesión religiosa que se realiza el Día de Reyes (6 de enero) para honrar al Divino Niño, pero que en el caso de la ciudad de Riobamba –la provincia de Chimborazo y el área de influencia, vale decir- se ha mezclado de tal manera que puede afirmarse que es una de las tres más importantes expresiones de al religiosidad popular del Ecuador.
A lo mejor cabe comenzar hurgando en lo que concierne a las bandas de pueblo, que son grupos de artistas populares que interpretan música tradicional ecuatoriana. Normalmente los grupos viven en pueblos (lejos de las ciudades grandes) y son contratados para varios tipos de festejo pero, sobre todo, religiosos.

PJC
Tradicional banda popular

El joven músico Renato Reino la describe de la siguiente manera: “En cambio las bandas de pueblo, de lo que yo sé, tiene el bombo, los dos saxofones, dos trompetas y dos trombones. Y hay muchos que meten clarinete”.
Esta es una característica distintiva de estos grupos musicales: se los asocia con instrumentos que llegaron con la conquista española. La banda se concentra en la percusión y los vientos al igual que la expresión de los pueblos ancestrales, ahora que los instrumentos de la banda actual son metálicos y los antiguos eran de madera. Pingullos contra saxos, rondadores contra trombones.
El investigador y experto en música, Juan Mullo, en el libro “Música patrimonial del Ecuador” (publicado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso) pone la siguiente base conceptual: “…lo popular y lo tradicional, lejos de ser conceptos estáticos, demandan pensar en nuevas lecturas, cuyos referentes son expresiones de culturas vivas que son parte de una serie de intercambios culturales, dentro de una dinámica global que conjuga elementos como lo patrimonial, la interculturalidad y, sobre todo, la identidad”. Mullo habla de intercambios lo que para otros podrían ser enfrentamientos.
Esas son las marcas fundamentales del origen. “La música es el complemento indispensable de los Pases del Niño, las canciones tienen la denominación genérica de villancicos, aludiendo cánticos navideños; sin embargo los ritmos populares ecuatorianos como san juanito, yumbo, tonada, albazo, pasacalle, entre otros, se mezclan para formar repertorios propios de esta festividad tradicional riobambeña”. Esto último consta en el informe con el que el Gobierno Autónomo Descentralizado de Riobamba declara patrimonio local inmaterial al Pase del Niño.

A pesar de que esta es, en origen, una procesión religiosa, al convertirse en una expresión de la religiosidad popular dio paso a la presencia de una música que se instaló con modificaciones.
Como el Pase del Niño es un rito complementario al de Navidad, los villancicos fueron tomados por las bandas de pueblo y puestos en ritmos locales para que los personajes pudieran bailarlos. Pero también se incluyeron otras canciones que no tienen la menor relación con el aspecto religioso de la celebración.
Por ejemplo, una de las canciones más bailadas durante la historia del Pase es María Manuela. Pedro Llangarí afirma que “Es una melodía tradicional, dicen que escucharon el llorar de unas indígenas y cuentan que es la base de la tonada del María Manuela”. Es decir, la tradición cultural andina está siempre, aunque Juan Mullo explica que de maneras más bien paradójicas se fueron juntando los textos de origen literario del siglo XIX y la música indígena: “La música de esta época es un medio expresivo para relatar un proceso en donde lo indígena siempre fue lo marginal. El texto romántico exalta factores como: la mujer, el sentimiento, la patria, la nación, el desarraigo, etc., mientras que la música indígena se rige por las funciones rituales de los cantos y mitos, por ejemplo, la Pachamama, es decir, un pensamiento simbólico. Para consolidar una urgente necesidad de identidad, el mestizo, cobijado bajo el proyecto ideológico de lo nacional que es promovido desde el Estado nacional, comienza a construir formas expresivas que, en lo musical, se plasman en un cancionero nacional, el mismo que ya lo identifica como sector cultural y, a veces, como clase social diferenciada.

“Para la construcción de esta ‘identidad musical nacional mestiza’, se toman las estructuras indígenas, sobre todo, andinas, las cuales, junto a los textos románticos que promovían desde hace tiempo una especie de indigenismo, pretenden la defensa de lo indio –contrariamente– a través de su estigmatización. Se toma su marginalidad como símbolo de identidad”.
Estos dos elementos, que han librado un conflicto largo para fortalecer la identidad andina, debieron juntarse para enfrentar a un enemigo que los amenaza.
Una de las variaciones visibles más importantes ha sido la manera como la música del rito ha sufrido cambios bruscos. Alfonso Chávez, profesor de danza e investigador, lo dice de esta manera: “La tecnología viene de afuera y viene a la par de la música que viene de afuera. Desde los años 80 o 90 se fue filtrando la música boliviana comercial. Pero las tradicionales han sido invisibilizadas”. Agrega que “Hace dos o tres décadas hacen su aparición las industrias culturales locales, que comienzan a tomar los ritmos para “tecnocumbializarlos”, ese es un fenómeno muy fuerte”.
El mismo documento municipal lo advierte, al decir que “Sin embargo, en los últimos años va proliferando el uso indiscriminado de música, danzas y atuendos ajenos a nuestra naturaleza cultural que convierte a algunos ‘pases’ en una especie de corso pagano e híbrido. Igualmente, la musicalización hecha por sofisticados equipos de sonorización, desplaza peligrosamente al arte y a sus cultores …”
Pues, también apareció un tema tecnológico que puso aún más calor: los discomóvil. En cualquier vehículo se coloca un generador de electricidad, una consola de sonido y tantos parlantes cuantos se pueda. Es decir, se monta una concierto móvil. Hay un tema de costo: mientras que el discomóvil puede cobrar menos de USD 100, una banda de pueblo no costará menos de USD 400. Además, en las pistas digitales del equipo se puede incluir toda clase de sonidos adicionales a la misma música.
ASC7Al preguntarle a la investigadora Karina Brito su reflexión opina que “Es terrible, no ayuda en nada a mantener y preservar nuestra música tradicional, hace poco se suplantaron los grupos de música andina por mariachis… los discomóvil van a terminar por exterminar las bandas de pueblo. Son más baratos y tocan cualquier cosa que le guste a la gente, es una manera de facilitar las cosas. Aparte de la contaminación auditiva que generan”.
El cantautor Fernando Chávez, desde su trinchera rebelde, dice en un andarivel similar que “Utilizar la tecnología correctamente, porque si la tecnología invade y es más fácil poner un discomóvil, aplastar un botoncito y que suene la música así, escandalosamente, prefiero que el músico esté tocando en vivo, prefiero que las bandas de música trasciendan el tiempo, sigan vigentes alegrando las fiestas de los barrios y las comunidades, motivando al baile, a la fiesta, al encuentro, al festejo”.
Concluye calificando a esta como una actitud prepotente y ególatra, mientras Juan Mullo añade que “Las identidades locales intercambian su cultura con las globales, aunque
no sabremos si ello ocurre en igualdad de condiciones”.
Durante siglos la música tradicional andina, algunas de cuyas muestras son anteriores a la llegada de los incas, mantuvo una disputa para evitar ser aniquilada por los conquistadores, como sucedió con muchas otras expresiones.
De alguna manera salió airosa al pervivir, aunque tuvo que ceder espacios. Pero la verdadera amenaza llegó de manos de la aculturación o de la alienación. Visto desde el otro punto de vista, apareció por el apetito de los participantes en el Pase del Niño de expresiones culturales de moda, con las cuales se alejaban del estigma de ser algo parecido a indígenas.
Consta en esta rápida visión que hay quienes se esfuerzan por sostener la tradición. O, por construir una identidad que se parezca mucho a la esencia del ser andino.
Hay, sí, urgencia. Sería lamentable que en el siguiente proceso de documentación buena parte de las características que se exponen en este trabajo hayan desaparecido.
Entre el villancico y la tonada está una vida antigua y fructífera. Pero, sobre todo, auténtica.

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