El problema de la superpoblación fue descrito en el siglo XVIII por el clérigo anglicano Thomas Robert Malthus, quien señalaba que mientras los bienes necesarios para la supervivencia se multiplicaban en progresión aritmética llegaría un momento en que los seres humanos lo harían en progresión geométrica, es decir, mucho más deprisa. Por ello, el religioso aceptaba el valor de los conflictos bélicos como un elemento regulador de la población humana, ya que el ser humano es incapaz de regular su tasa de crecimiento. Y cuando lo ha hecho, como fue el caso de China a finales del siglo pasado, sus consecuencias para las personas han sido penosas.
Por otra parte, el el film Interestellar se plantea la posibilidad de que efectivamente, y debido también a la contaminación global (que es otra de las consecuencias de la superpoblación), llegará un momento en el que el alimento o el agua escaseen y se conviertan en bienes escasos. Se trata de un argumento que también podemos observar en películas postapocalípticas como Mad Max.
Lo que sí es cierto es que desde principios del siglo XX, con la explosión de la era de la tecnología el número de habitantes del planeta se ha incrementado de forma vertiginosa, transcurriendo desde la frontera de los 1.000 millones de habitantes hasta los más de 7.000 millones que tenemos en el día de hoy. En Matrix se arguye que somos un virus para el planeta. ¿Será verdad que en el siglo XXI somos como una enfermedad en su fase aguda?
Nadie puede aventurar si estos números se incrementarán en los próximos años al mismo ritmo. Lo que sí es cierto es que a la vez que sigue aumentando el número de personas en el mundo también lo hace la desigualdad. Y ese es el escollo fundamental, porque haciendo caso a las tesis del político e historiador Julio Anguita el mundo está capacitado para alimentar hasta 12.000 millones de seres humanos, siempre y cuando la distribución de la riqueza se haga de un modo equitativo. De todos modos, el cordobés defiende el «decrecimiento».
GABRIEL ROSSELLÓ, ESCRITOR 