TODO ES RELATIVO

 

 

 

Hay gente que, por su mentalidad o educación, tienen mayor tendencia a ir por la vida mirando las cosas como por un catalejo, es decir, desde una sola perspectiva y con un campo de visión reducido. Se les puede aplicar, siguiendo fielmente el símil, la expresión de adolecer de estrechez de miras. En unas ocasiones su catalejo es una mentalidad más rígida y en otras es la creencia en las verdades inmutables de ciertos libros, doctrinas o autoridades y, por tanto, una mayor propensión al dogmatismo.

Esta postura hace más difícil el entendimiento, es árido razonar con quien es poco capaz de mirar desde una óptica diferente a la suya, con quien se considera en posesión de la verdad y es refractario a los cambios.  En este sentido, y volviendo al símil del comienzo, los psicólogos llaman visión de túnel a la dificultad de un individuo para creer en algo que no confirme sus creencias o prejuicios. 

La preponderancia de la rigidez de pensamiento y/o del dogmatismo es la que dificulta entender que casi todo es relativo. Y se dice casi por no caer en un absolutismo contradictorio, no porque se encuentre algo constatablemente absoluto. Por ello no es necesario enfatizar que los rasgos antedichos se poseen en mayor o menor medida, es decir son relativos en tanto se acercan más o menos a esos “polos” extremos. Así, nadie es absolutamente rígido mentalmente, ni absolutamente flexible. Incluso una persona puede alterar su postura dependiendo del ámbito que se trate, cambiándola a más o menos dogmática o liberal

Por tanto, bueno-malo, verdad-mentira, bondad-maldad, belleza-fealdad, integridad-corrupción… no son conceptos absolutos, sino un continuo dentro del cual nos podemos ubicar, más o menos cerca de uno de los dos hipotéticos extremos absolutos. Siempre habrá algo mejor o peor, más o menos justo, doloroso, infeliz … Lo que aquí es de una manera, en otro lugar, otra cultura u otro tiempo puede ser visto de otra, sin que necesariamente sea mejor o peor. 

Pero, a veces inconscientemente, estamos atrapados en el etnocentrismo, es decir, consideramos que lo nuestro, lo de nuestro tiempo o nuestra cultura es lo mejor, lo verdadero. Un corolario de ello es la propensión a analizar los hechos de una época, lugar o cultura diferentes con los criterios y escala de valores de nuestra cultura. Sucede bastante con los acontecimientos históricos, que los juzgamos, a veces interesadamente, con nuestros criterios o vara de medir, sin tomar en consideración las circunstancias de las épocas en que sucedieron.

El ser consciente del relativismo, el analizarlo todo con este filtro, el incorporar esta evidencia a nuestra estructura mental tiene repercusiones muy significativas. Porque nos permite ser más abiertos, más comprensivos, más tolerantes, con más capacidad de adaptación, entender que  nuestra verdad no es “la verdad”, nuestro problema no es “el problema”. Colocar el Todo es relativo en lugar preferente de nuestra mochila mental supone una vacuna contra los dogmas, el fanatismo, la intransigencia, la tiranía de la norma. Una herramienta para ser más libres, más creativos. 

La capacidad de cambiar de perspectiva a la hora de analizar algo, de hacer el esfuerzo de acercarnos a otros argumentos a la hora de comprender, nos enriquece. Es sencillo entender que viendo cualquier cosa desde varias perspectivas adquirimos una comprensión más total de ella que si nos empecinamos en sostener nuestra postura parcial, lo que no quiere significar renunciar a defenderla. De la misma manera, nos posibilita el acercamiento a los que sostienen una visión diferente a la nuestra o que están en una distinta situación vivencial, nos invita a no clasificar a las personas poniéndoles etiquetas tajantes, rápidas, fáciles. Antes de juzgar a una persona, camina tres lunas en sus zapatos dice un proverbio hindú: se comprende mejor al otro cuando nos ponemos en su lugar, cuando empatizamos con él.  

Todo es relativo es, en fin, una enseña, una bandera, una forma de ser.

Cuentan de un sabio que un día 
tan pobre y mísero estaba, 
que sólo se sustentaba 
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía, 
más pobre y triste que yo?; 
y cuando el rostro volvió 
halló la respuesta, viendo 
que otro sabio iba cogiendo 
las hierbas que él arrojó.

(Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño)

 

 

 

 

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