La elocución

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LA ELOCUCIÓN El hombre es el único ser viviente que habla y la palabra es unos de los dones más extraordinarios que posee, pues le permite manifestar la prodigiosa riqueza de su alma y establecer relación con sus semejantes. Carlos Alberto Laporte.

La comunicación entre los seres humanos ha sido objeto de estudios e investigaciones. Es de nuestro conocimiento que el hombre es un ser sociable por naturaleza, que tuvo que comunicarse primero con sus semejantes para luego lograr agruparse. Si no se hubiera manifestado una forma de hacer posible esta comunicación con la conquista de un lenguaje, el fenómeno social no se hubiera producido, por lo que reconocemos que es el lenguaje el que posibilita la evolución social e intelectual del ser humano que inicialmente se manifestó a través de una comunicación directa, la comunicación oral al que frecuentemente denominamos elocución y del cual nos ocuparemos en la primera parte del módulo. ¿Quién no tiene que hablar? Es muy difícil no tenerlo que hacer alguna vez. La vida de convivencia lo exige; permanentemente nos comunicamos unos con otros, independientemente de dónde sea y cómo vive, es inevitable y una vez que se comunica un mensaje es irreversible. El objetivo principal es ejercer control sobre su entorno para obtener algún beneficio físico, económico o social. Esta comunicación humana es personal, cada persona percibe, interpreta una situación de comunicación de acuerdo con sus propios intereses, creencias y valores socioculturales y personales., pero para ello tiene que compartir signos y significados que permita el entendimiento con caracteres especiales los cuales en forma precisa indicamos la necesidad de la práctica elocutiva , con fundamentos teóricos y recomendaciones. Un estilo oratorio aparece como inseparable de la elocución con la cual compone un todo vivo. Estudiaremos la elocución en sí misma y luego trataremos de ingresar a la misteriosa fusión con el estilo. 1.1. LA VOZ La voz tiene especial significación en la oratoria; es un instrumento del que el conferenciante debe aprender a servirse con flexibilidad y seguridad. Una buena voz facilita la tarea del orador y le da un apoyo firme. Dentro del fenómeno de la emisión de la voz, se distinguen tres elementos: •

El tono


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La intensidad El timbre

a) El tono Dimensión de las cuerdas vocales. Todo individuo tiene a su disposición un cierto número de notas que emite con más o menos facilidad y que constituyen la extensión de su voz. A esta extensión los cantantes llaman tesitura, o sea “el conjunto de sonidos que mejor conviene a una voz determinada” Por lo común las voces masculinas se distribuyen en tres categorías: tenor, barítono, bajo. Esta regla general comporta muchas categorías intermedias, por ejemplo, tenor baritonante o barítono tenorizante. En la escala de los sonidos las voces van del grave (vibraciones menos frecuentes) al agudo (vibraciones más frecuentes) Hay voces que se elevan a tanta altura que se hacen totalmente insoportables. Las voces de falsete son incómodas, como algunas que parecen salir de la parte más profunda del vientre del orador. En la oratoria el tono juega uno de los principales papeles. La monotonía es uno de los más graves defectos de un conferenciante. En un discurso, aún de corta duración, hay que cambiar de tono. La nota fundamental debe ser la que mejor le conviene a cada uno pero de tanto en tanto, conviene subir o bajar de tono. Subir, por ejemplo, cuando se quiera recalcar una afirmación; bajar cuando se quiera hacer una especie de confidencia al público. El arte de cambiar la voz es difícil y pocos oradores saben practicarlo. Cuando comenzamos en un tono y seguimos en el mismo tono, los que nos escuchan dejan de estar atentos al poco tiempo. La voz debe tener un tono variado, como en la conversación, con algo más de fuerza. Pero no ha de caer ni en la monotonía, ni en las disonancias. Quien naturalmente tiene una buena voz clara y sonora, tanto mejor. Pero quién no lo tiene no se aflija; el micrófono puede compensar la falta de volumen de la voz y ayudar a variar el tono. A veces se puede cambiar de tono en una misma frase marcando un tono más agudo para las tres o cuatro últimas palabras al final o mitad del periodo. La impresión producida es fuerte, cuando se ejecuta bien la maniobra. b) Intensidad


Fuerza de la emisión de la voz, el volumen sonoro. Mientras el todo depende de la dimensión de las cuerdas vocales, la intensidad tiene por origen la potencia de la aspiración del aire contenido en la caja toráxica.  Es conveniente no gritar jamás: uno se cansa y cansa al auditorio.  Tampoco hay que caer en el exceso contrario (hablar demasiado bajo);

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para saber si la intensidad de la voz es adecuada basta con observar la expresión de los oyentes más alejados o por lo menos analizar su actitud general. No comenzar jamás un discurso con gritos: hablar más bien en voz baja durante unos minutos a fin de obligar al auditorio a concentrar su atención; este es un viejo truco conocido por los profesores. Mejor aún: pronunciar bastante fuerte las primeras palabras del discurso:”Señoras, señores, amigos..” y hacer después una breve pausa. Luego volver a tomar la palabra en voz baja. Provocará así a la vez, en la conciencia de sus oyentes, una ruptura con el contexto psicológico y una concentración de la atención sobre un nuevo foco. Variar la intensidad de sus palabras: pasar del forte al piano o viceversa, ya sea por una gradación insensible o sin transición. La intensidad de la voz debe ir siempre de acuerdo con el pensamiento: no murmurar, no pronunciar siquiera con una intensidad mediana. Es imprescindible tomar la medida de la sala: sobre todo si no se quiere ver cortado por alguna voz que desde el fondo le pida que hable “más alto”. Un orador o conferenciante con voz débil: puede compensar esta desventaja con una buena articulación.

c) El timbre El timbre es el matiz personal de la voz; sus características dependen, casi exclusivamente, del grado de aproximación de las cuerdas vocales, propiedad fisiológica en buena parte constitucional. Aunque contraría a lo que comúnmente se piensa, se puede mejorar el timbre de la voz. Constituye la originalidad de un instrumento musical y la personalidad de una voz, que son: a. Bien timbradas, netas, armoniosas. b. Blancas, casi reducidas a lo fundamental. c. Roncas, chillonas. Hay que hablar abriendo bien la boca y respirando correctamente. (No conviene hablar con la nariz, porque hace la voz de polichinela, ni con el pecho, porque hace la voz de ventrílocuo; ni con el fondo de la garganta, porque hace la voz de Greta Garvo; ni con la punta de los labios, porque le da voz de inglés de opereta). Muchos de los especialistas de la educación física natural;


aseguran que la relajación del cuello da más espacio vital a la faringe y permite de esta manera a las cuerdas vocales extenderse en toda su longitud normal. Con respecto a la pronunciación, los acentos locales y las peculiaridades regionales, se pueden conservar sin ningún problema salvo en algunos casos exagerados que dificultan la comprensión. Con frecuencia la dificultad de comprensión no deriva tanto de la peculiaridad regional de pronunciación, como de una articulación defectuosa. Un acento puede resultar extraño, pero también puede dar encanto a la voz. Con respecto a la pronunciación, los acentos locales y las peculiaridades regionales, se pueden conservar sin ningún problema, salvo en algunos casos exagerados que dificultan la comprensión. 1.1.1. USAR LA VOZ Este es un primer trabajo indispensable, aprender a colocar la voz, no desde el punto de vista musical, sino desde el punto de vista de la oratoria; es decir, encontrar dentro de la jerarquía de los sonidos, la nota en la cual, la propia voz suena mejor y en la que se puede permanecer el mayor tiempo con el mínimo de fatiga. La ronquera de los oradores se debe a que fuerzan constantemente su voz por encima de su propia tesitura. Para adaptar la manera de hablar al auditorio hay que variar: en la manera de hablar, en el registro de la voz, en el tono y en el ritmo. Para conseguir esto es fundamental respirar bien. 1.1. 2. IMPOSTACIÓN DE LA VOZ La impostación de la voz es indispensable para toda oratoria: sólo estando bien impostada se aprovechan al máximo las condiciones fisiológicas del aparato de fonación y la voz va clara y nítida al auditorio. Una voz no impostada carece de vibración, es opaca y, a poco de hablar, el orador sentirá molestias en la garganta y concluirá poniéndose ronco. La voz puede tener un hermoso timbre, pero si carece de flexibilidad resultará monótona. La flexibilidad consiste en la capacidad de variar el tono, la intensidad, el alcance, la velocidad, la entonación y las pausas, para dar una fisonomía variable y atrayente. Además de un ejercicio continuo y tenaz (como gimnasia de la voz) el orador debe evitar bebidas astringentes, golosinas irritantes, y nunca tomar helados antes de hablar. Si bebe agua durante su discurso, que sea con moderación y que nunca este fría. 1.2. LA DICCIÓN: REGLAS PRINCIPALES


El término elocución se aplica a la palabra en general. El vocablo dicción designa el acto mismo de decir, considerado en su materialidad. Etimológicamente significa “el arte de decir!”. Se dice que un orador tiene “una gran facilidad de elocución” y “una excelente dicción”; cuando su expresión es clara y entendible. La dicción se considera en dos momentos principales: 1.2.1. La articulación: la manera como se utilizan las consonantes, que depende de la abertura de la boca. No hay que abrirla excesivamente pero tampoco dejar a medias las palabras. 1.2.2. La pronunciación: es el sonido que se da a las vocales. Cada región tiene preferencia por una vocal determinada que pone en primer lugar. Reglas o ejercicios para adquirir una buena dicción.  En la lectura pueden basarse la mayor parte de los ejercicios de dicción; se trata de leer en voz alta; no sólo atendiendo a la parte mecánica sino también a la comprensión; una vez conseguida una vocalización mas clara, hay que apuntar a otro objetivo que es la buena entonación.  Al hacer ejercicios de articulación, abrir bien la boca separando cuidadosamente todas y cada una de las sílabas, recalcando exageradamente la emisión de las mismas.  Tener cuidado en no dejar morir los finales de las frases en un descenso que las hace inteligibles.  Respirar antes de cada período, de modo que no tenga que detenerse a mitad del período para recuperar aliento. En el transcurso del mismo recobrar el resuello mediante breves inspiraciones que coincidan con el sentido de la puntuación.  Variar la rapidez de la exposición, que sea lento cuando se razona y rápido cuando se exhorta. Hay que cambiar la velocidad de acuerdo con las circunstancias del discurso. Estos contrastes de ritmo rompen la monotonía y hacen agradable un discurso.  No basta hablar con buen ritmo y hasta con claridad; hay que hacer pausas; en el lenguaje oral representan, lo que en el escrito el punto y aparte.  Hablar recalcando inteligentemente, mediante la intensidad o la inflexión de la voz; la palabra que es necesario recalcar o realzar. Hay que poner énfasis en aquellos puntos en los que el emisor quiere llamar la atención de los que escuchan, lo que es importante de un párrafo pasa muchas veces inadvertido por no cuidar este aspecto de la dicción. La base fundamental de la dicción está constituida por lo que se ha llamado la “palabra valor”. En un enunciado, no todas las palabras tienen igual importancia. Siempre hay una que encierra un contenido mayor que


todas las que le rodean; esa palabra que expresa la idea principal o que resume una situación o destaca un aspecto es la palabra “de valor”. Esa palabra de valor es portadora de un mayor contenido por el sentimiento dominante… por eso es aconsejable subrayarla en la expresión oral. 1.3. LOS GESTOS El orador habla con todo su cuerpo; no sólo interviene con la palabra: su ser físico y psicológico está implicado en el acto de comunicación. El cuerpo es instrumento de comunicación. Produce sonidos, palabras, vocablos y también comportamientos y actitudes. Un orador sin gestos, por buenas que sean sus cualidades, es una obra de arte inconclusa. El cuerpo con sus movimientos o con la ausencia de ellos, interviene decisivamente en la comunicación oral. Por eso cuando hablamos de gestos, no hay que entender únicamente el movimiento de los miembros sino el conjunto de la actitud toda del cuerpo. No es fácil concebir una comunicación a través de la palabra hablada en la que no entre en juego todo el ser que la pronuncia. Habría de otro modo un déficit grave e incluso una anomalía. No se puede estar inmovilizado como una columna si el que habla además de transmitir ideas quiere mover la voluntad de los oyentes. Los gestos son expresión de la personalidad, consecuentemente no hay una normativa rígida sobre este punto. Cada uno tiene gestos en consonancia con su personalidad, y éstos deben expresar lo que se siente interiormente. Lo que acontece con frecuencia es que estamos bloqueados para expresarnos. El gesto, por otra parte, está animado sobre todo por el mundo afectivo del que habla y es su mejor expresión. El gesto puede llegar a donde la palabra no llega y puede expresar con fidelidad estados de ánimo que la palabra a veces no puede llegar a reflejar. El mejor gesto es el que acierta a exteriorizar con él cuerpo o alguna parte del cuerpo, sobre todo los brazos y las manos, lo que desea expresar el que está hablando. Cada uno tiene sus gestos; de ahí que los consejos y recomendaciones que se den deben acomodarse a cada uno en concreto. Cuando se habla del gesto la comunicación individuo-grandes grupos, de ordinario se hace referencia a: - El físico del orador - El rostro - La mirada - Los ademanes (el uso de los brazos y las manos) - La actitud general (hablar sentado o de pie)


a) El físico del orador Cada uno tiene el físico con que vino al mundo; no podemos cambiarlo mucho. Lo que puede recomendarse cuando se va a hablar en público es que el físico no impresione desagradablemente ni llame la atención. En otros términos, no conviene presentarse pareciendo ridículo, ni poderosamente atractivo (físicamente hablando). Hay que evitar singularidades demasiado evidentes y chocantes para un determinado público. Si se es apuesto tanto mejor; si se es de baja estatura, conviene demostrar aplomo dando al auditorio la impresión de que se posee un dominio de sí mismo y que se está convencido de ello. Procurar que el aspecto físico resulte simpático. Dice un autor: “Sé muy bien que se puede ser el mejor hijo del mundo y tener no obstante una cara de “hijo de…”. Si a uno el rostro no le acompaña debe presentarse con simplicidad, libre de tiesuras y ostentaciones, pero con dignidad y seguridad y seguridad. Vestimenta. Brummel – árbitro de la elegancia- decía que el verdadero dandy es aquel a quien la roca le queda bien pero no atrae la atención en “su arreglo”. El orador debe aspirar a ese dandismo. No pensar que el éxito esta asegurado porque se ha puesto un chaleco rojo y una corbata insólita…; si se habla a un auditorio popular, no hay que “disfrazarse” de albañil o de mecánico. Hay que ser siempre natural, auténtico, sin afectación. Vestir con simplicidad y con toda sencillez. Y asegurarse antes de hablar de que está presentable; que tiene los botones bien prendidos, que la ropa no tiene agujeros inconvenientes, que el cuello y la corbata están en su lugar, que los cordones de sus zapatos no están desatados, que tiene la cara y las manos limpias… b) El rostro El rostro deberá adaptarse a sus palabras, de tal modo que los sentimientos se lean en los rasgos como en un libro abierto. No hay que tener un rostro de madera o de mármol. Pero tampoco hacer muecas. No contorsionarse como una escultura de gelatina. Para mayor claridad es bueno abrir la boca, pero no abrirla tanto como para evocar una negra fosa. Es necesario saber sonreír, y cuando se digan cosas graciosas, parecer divertirse más que nadie, ya que la risa y la sonrisa son comunicativas. Saber también ponerse grave, endurecer sus músculos faciales, afirmar con la expresión negativa o una voluntad, sin llegar a la exageración ridícula. Cuidado con la boca: no ha de torcerse nunca porque es desagradable, respecto a los labios hay que estar atento para no morderlos o lamerlos, etc. c) La mirada


Es un medio fundamental de comunicación en las relaciones interpersonales. Toda comunicación correcta es bi-direccional; esto supone, por tanto, que el emisor, mientras está hablando, obtiene ya una respuesta de los que escuchan. En un discurso o conferencia solo puede detectar la respuesta si mira al auditorio y sabe interpretar el sentido de las miradas que recibe. Para el que habla en público la mirada juega un papel fundamental. Sin embargo el uso de la mirada es poco conocido y empleado. La mirada es un complemento indispensable – no verbal- de la comunicación. Pero ¿en qué consiste el “saber mirar”, el “saber utilizar los ojos” en el arte de la oratoria? Hay que mirar a las personas del auditorio, mirar sus ojos, pero mirar con sencillez y normalidad. El orador o conferenciante que no mira al auditorio, nunca logra una buena comunicación. Cuando sus ojos vagan por la ventana o el techo, o cuando no levanta los ojos de sus papeles, el intercambio comunicativo, sufre un serio deterioro, pues se prescinde de ese vínculo que es la mirada. El auditorio lo siente lejano. Sólo mirando el auditorio se puede medir la intensidad de la atención y su calidad. Pero no hay que mirar el fondo del salón o a los oyentes de primera fila, hay que tener en cuenta más a las personas de la 4º, 5º ó 6º fila, aunque esto depende en última instancia de cómo es la sala y de cómo esté dispuesto el auditorio). De lo que se trata es de que cada uno se crea que el conferenciante lo mira personal y en cierto modo exclusivamente. Para ello hay que mirar como esos retratos que parecen seguirle a uno hasta el último rincón del cuarto. Existe un cierto miedo a mirar el auditorio y a ser mirado por el auditorio: el orador o conferenciante suele sentirse asediado por las miradas del público. Cuando se va a pronunciar una conferencia o un discurso, el orador se encuentra en “presencia” de muchas miradas. Esto no debe inhibirlo. La mirada –insistimos en la idea- juega un papel fundamental en la comunicación. Por ello es posible una especie de “feed-back” (retroalimentación) silenciosa: con la mirada se influye en el auditorio, y las reacciones del auditorio influyen en el conferenciante, pues éste puede percibir en qué medida es entendido y en qué medida interesa su discurso. Hay que mirar el auditorio. Ello ejerce en algunos casos una cierta atracción magnética, en otros, es al menos un control de situación puesto que la mirada contribuye a que el oyente esté atento y disponible a lo que se dice. De ese modo es más fácil establecer una comunicación y transmitir un mensaje. Por otra parte, la mirada continua y reposada del que habla, dirigida al auditorio, permite captar


otro tipo de respuestas igualmente interesantes, captando el estado de ánimo del público y adaptar el discurso a esa circunstancia. El estar atento con la mirada, ayuda también a captar el momento en que el público está llegando a cierta saturación de su capacidad de escuchar… en esa circunstancia hay que “comenzar a terminar” d) Los ademanes: el uso de los brazos y de las manos. Los brazos y las manos constituyen claramente los accesorios principales de la gesticulación dentro de la oratoria. Esto es, sobre todo, lo que hay que vigilar y adiestrar. Con frecuencia el conferenciante u orador no experimentado, no sabe qué hacer con sus manos, de ahí que en los primeros momentos es conveniente tener ocupadas las manos de algún modo, bien sea teniéndolas discretamente sujetas a la mesa, sosteniendo algunas cuartillas o cogiendo el sostén del micrófono. Regla de oro -vale más, no hacer ningún gesto que hacer gestos ridículos. Si uno no tiene pleno domino de sus movimientos, es preferible quedarse con los brazos cruzados o más bien con los brazos caídos (que cuelguen con naturalidad). Poner las manos de vez en cuando asentadas encima de la mesa (si hay una mesa). Nunca en los bolsillos de la chaqueta y menos los pulgares en la sisa del chaleco, pero, si no se mueven las manos, tampoco debe moverse el resto de la persona. No debemos olvidar que las manos, -más que ninguna otra parte del cuerporeflejan nuestra actitud: - El dedo hacia delante expresa agresividad, autoridad - El puño cerrado indica lucha, determinación. - Los brazos cruzados muestran claramente que nos negamos al diálogo, etc. La inmovilidad no constituye ningún ideal de oratoria. Por otro lado, los ademanes deben ser expresivos de la propia personalidad y surgen inconscientes o inevitables. ¿Qué recomendaciones se pueden hacer, teniendo en cuenta estas dos circunstancias? He aquí algunas reglas:  Nada de ademanes angulosos, que harían de sus brazos una armonía

geométrica.  Nada de ademanes demasiado rápidos, ni demasiado multiplicados.  Nada de ademanes imprudentes: no vuelve la jarra o la botella en un movimiento de elocuencia, ni meta el dedo dentro del ojo del señor o señora que está en la primera fila o tiene a su lado.  Nada de ademanes demasiado nerviosos (el nerviosismo es comunicativo y se transmite al auditorio).


 Nada de ademanes estereotipados, repetidos incansablemente a lo     

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largo del discurso. Nada de gestos simétricos. Los que tienen costumbre de jugar con algo han de vaciar sus bolsillos antes de empezar a hablar. Los que tienen costumbre de jugar con algo han de vaciar sus bolsillos antes de empezar a hablar. Los gestos no deben nunca cubrir la cara. No haga el gesto después de haber enunciado las palabras a que s refiere: éste es un medio de provocar la risa bien conocido por los actores cómicos. El ademán debe preceder imperceptiblemente en uno o dos segundos a la palabra. Cuídese de los tics más o menos inconscientes: no se rasque la cabeza, ni otros lugares, ni se como las uñas, ni se esté quitando espinillas. No olvide que la mitad del poder expresivo está en las manos y “ las manos hablan”.

Algunos ejemplos de ademanes:  Si se dirige al público: Señálelo con el dedo extendido, el brazo en toda        

su longitud y echando el cuerpo hacia delante. Si hace una enumeración : Cuente con los dedos. Si considera los pros y contras: Esboce con ambas manos un ademán de balanza: “por una parte” … “por la otra”. Si desafía usted: Agite a la altura de sus ojos el puño cerrado. Si afirma solemnemente algo: Haga el gesto del juramento con la mano extendida a la altura del pecho. Si anuncia algo importante: Adviértalo al público con el índice tendido verticalmente a la altura de la nariz. Desea sugerir el encuentro y la unión: Junte las manos y manténgalas unidas un instante. Pero ojo, con estos ejemplos que expresan lo que suele hacerse, cuando haga un ademán no sea artificial ni mecánico.

El buen ademán es expresión externa de un estado interno, de ahí que todo cuando aquí se dice sobre los ademanes no debe atentar contra la espontaneidad y contra la naturalidad, que es una exigencia de una correcta expresión hablada. e) La actitud general ¿Es mejor hablar sentado o de pie?


La repuesta y solución a esta cuestión, depende del tipo de reunión. Si habla a 10 personas, mejor que esté sentado: la posición sentada favorece la calma, las exposiciones apacibles, las conferencias familiares. La posición de pie es absolutamente necesaria para auditorios de más de 300 personas, y conveniente cuando se sobrepasa las 70 personas. Tanto en la posición de pie como en la posición sentada, las formas “no comunicativas” son dos:  Las formas rígidas  Las formas derrumbadas He aquí algunas recomendaciones útiles ya sea que se hable de pie o sentado:  Evite la rigidez….es necesario que el orador muestre vida y la vida está en movimiento.  Evite las actitudes laxas o encorvadas: el aspecto indolente o abatido recuerda a un soufflé de queso.  Sepa inclinarse hacia adelante y echarse hacia atrás según el sentido de las frases que pronuncie, sin que ese movimiento se convierta en un tic.  No se balancee de un lado a otro. Reglas para la posición sentada:    

No se recueste sobre la mesa que tiene delante No desaparezca tras ella hundiéndose en la silla. No cruce las piernas. Disminuya la amplitud de los gestos; rara vez deberá moverse todo el brazo, sino los antebrazos, las manos o los dedos.

Reglas para la posición de pie:  No camine como un oso enjaulado de un extremo a otro de la tribuna:

resulta exasperante para el público.  No permanezca inmóvil, plantado como un poste.  En todos sus movimientos no arrastre los pies.  No vuelva jamás la espalda al público. Cuando se inicia en la oratoria, es menester controlar los gestos en el espejo, del cual no hay que abusar porque congela la espontaneidad. Hay que tratar de descubrir los gestos que se realizan espontáneamente en función de los hábitos verbales-motores a la vez que hereditarios y sociales: y estos gestos que son propios de uno hay que mejorarlos. Pero lo esencial es, el valor principal de la acción oratoria, es la espontaneidad y la vida. Cada uno debe saber hacer sus propios ademanes, porque todo


depende del temperamento del orador, de su entusiasmo, de su personalidad, del tema, del auditorio, de la oportunidad y del fin. g) La Actitud Frente al Público La reacción del auditorio ante el conferenciante u orador, no depende únicamente de las ideas que éste expresa, sino también de su presentación, comportamiento y actitud frente al público. En esto juegan todos los fenómenos no verbales de la comunicación; cuya importancia – en ciertas circunstancias decisivas-, no siempre tienen en cuenta los oradores. Una sonrisa, una actitud simpática y de servicio, ayudan mucho más que frases brillantes. El mensaje que se quiere transmitir, será mejor recibido y asimilado si el orador o conferenciante “cae simpático”, que si se presenta como el “experto” que todo lo sabe. Al respecto se recomienda:  Una presentación personal correcta, simple y natural.  Presentarse descansado física, mental y psicológicamente.  Descansado pero no “apagado”; dejar salir la energía natural de nuestra

responsabilidad.  Ubicación adecuada: que pueda ver el auditorio, pero sin estar oculto al auditorio.  Mientras habla, dirigir la mirada al rostro de los oyentes.  No dejarse llevar por sentimientos o actitudes negativas con su público. En el fondo, lo importante es tener fe en los hombres, creer en los hombres. Y eso influye – no como técnica, sino como convicción- en la actitud frente al público. Y el público suele tener una mayor o menor captación de las actitudes e intenciones de aquel que sólo pretende manipular a la gente.

Fascículo extraído de la Universidad Peruana Los Andes Curso: Elocución y Redacción


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