Cuderno de creación 14

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A Inmaculada MiguelSanz Aragón (In memoriam).

• Edita palimpsesto 2.0 • ISSN 2174-7601 • En Sevilla, a 15 de Octubre de 2013 • Los derechos de todas las obras publicadas en estas páginas son de sus autores que los ceden para su difusión. • Esta publicación esta publicación está bajo licencia Creative Commons (CC): Reconocimiento - No comercial




Cuaderno de creación

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Año dos, 2013 Publicación trimestral Poesía Narrativa Fotografía Ilustración Ensayo Artículos



TEXTURAS

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Indignación trocada en amor Danzas y chanzas Se escapa Tríptico Trilogía del fracaso Hoja tras ola Soledad autómata La última vez que lo vi Movimiento perpetuo Pruebas, exorcismos, 1946 Alien cerilla Lo menos esperado es encontrar a la vida Toreando la vida Tres fragmentos del vacío El infierno Llamadas telefónicas Del des_amor Cadáver prematuro Vuelta del héroe El paisaje Magnitudes Reflejo



[Alberto Guillén]

I

ndignación trocada en amor Al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales

Te veo y te reconozco no creas aunque no sepa combatirte puedo verte llegar eres como una novia prosopopéyica bajo el extensivo patrocinio del propio Cosmos uno permanece ligado a ti sin consentimiento previo ni más afirmación que compromisos biofísicos y el anaranjado propósito de tu unidireccionalidad paranoico-cítrica para qué iba a echar el llavín si nunca usas la puerta te cuelas por rendijas y enchufes


hasta refundirte en cada microbio de la casa me ovillo bajo la manta y tú me soplas las plantas de los pies no hay día en que pueda peinarme sin que vengan tus alondras contra mi espejo si se me ocurre un microscopio me das un helicóptero aunque me quiera convertir en Córcega te transformas en teniente de artillería y ahora que procuro un pensamiento musical con que suavizar la tarde me emborrachas de canto místico insondable hasta desarreglarme la sangre en seis millones de charquitos incapacitados.


[Javier Carrera]

Danzas y chanzas Lienzo 33x55 cm. Tinta china, grafito y rotuladores. 2013.



Se escapa Madera 31x70 cm. Acuarela y tinta china. 2013.


TrĂ­ptico Madera 30x50 cm. Acuarela y tinta china. 2013


[Pedro Padilla]

TRILOGÍA DEL FRACASO

[“Con la sabiduría que me da el fracaso” Roberto Iniesta] LA FIESTA DE COYOTE GARCÍA MI AMOR ES EL DESIERTO CHOCHITOS


L

a fiesta de Coyote García

Coyote García telefoneó a cada uno de los invitados. Al principio se mostró algo dubitativo e impreciso. Con el transcurso de los minutos acabó por cumplir su objetivo. Transmitió los pormenores de la fiesta que pensaba celebrar. A todos los invitados dijo algo parecido: tenía algo importante entre manos. No ofreció más detalles. Sólo, que era suficiente como para festejarlo. Pero más allá de la excusa, la fiesta tenía otro fin: serviría para lo que llevaban aplazando desde siempre, los viejos amigos se volverían a encontrar. Coyote García no cuenta con lo que vienen a ser muchos amigos. A decir verdad, sólo le queda un puñado. Los fijos. Con los que se encuentra ocasionalmente en el Warner bar. Todos marcados por el mismo albur. Coyote García acude puntual todas las noches al Warner. Son los otros. Los que, como encaramados a una especie de noria, van turnando su presencia. Una noche redonda es aquella en la que coinciden más de un par de sus amigos. Más bien, sería una noche imposible. Lo habitual es encontrar a Coyote García en estricta soledad, apostado junto a la barra. Antes solía tomar tequila. Desde hace un tiempo lo


viene alternando. Hay noches en que toma un par de deditos de vino. Hay noches en que toma coñac. Hay noches en que toma Bitter Kas y profundas dosis de silencio. Como la mayoría de los solitarios Coyote García es un tipo silencioso. Nunca ha sabido reconocerlo. Pero en este aspecto radica el principal motivo. La causa por la que sus amigos nunca repiten. Difícilmente se dejan ver noches consecutivas en el Warner. Su discurso apenas trasciende de una serie infinita de monosílabos. Y cuando lo hace —como suele suceder con la mayoría de los solitarios— se convierte en una presa abierta. Una presa incontenible en relación a una obsesión. Sus amigos no sabrían decantarse. Nunca están seguros de qué tipo de Coyote preferirían evitar. La obsesión de Coyote García es el Correcaminos. En cualquier caso, nunca habla directamente de él. Utiliza infinidad de subterfugios. El correcaminos es una sombra, un tabú. La noche menos pensada Coyote García puede estar hablando durante horas y horas. De las trampas que urde, de su mala fortuna, del fraude que sufre a causa de las grandes multinacionales, de las infinitas carreteras del desierto por las que nunca pasa el tiempo. Todos los temas, al fin y al cabo, son el mismo tema: la sombra, el contorno de su enemigo. El medio por el que su subconsciente engrandece la figura del Correcaminos. Es la única manera en que puede hablar de él sin ahondar en su propio fracaso. La presa se vacía. Entonces se encuentra con la misma resaca. El hielo del vaso derretido. Acaba


con el líquido de un solo trago. Las palabras quedan mudas en la boca de Coyote. Uno o dos días. A veces transcurren semanas. El tiempo necesario. Hasta que de nuevo necesite desembuchar. En las últimas fechas, una nueva obsesión le viene afectando. Los fieles del Warner temen aún más su proximidad en la barra. A decir verdad, no es más que una mutación. La de siempre, tal vez amplificada por la soledad o el fracaso. Está decidido en demandar a ACME. Ha contactado con varios bufetes. Un par de ellos están dispuestos a llevar adelante la causa. Publicidad engañosa, fraude, lucro cesante y daño emergente. Son varias las formas de hincar el diente a la indemnización que debe convertirse en la jubilación que Coyote García merece. De inmediato a la llamada de Coyote se suceden otras llamadas. Los invitados cruzan sus temores a través de la línea telefónica. En la fiesta hay demasiado que temer. No sólo al anfitrión. Los años han ido sembrando de neuras, de extravagancias el círculo de amigos de Coyote García. Pese a ello, todos los invitados que han confirmado su asistencia van apareciendo en la fiesta. Coyote García ha planteado un convite moderado. Donde no se eche en falta nada, pero que tampoco resulte excesivo. Tiene algo que celebrar y quiere, que sea precisamente esa pieza, la que se convierta en el alma de la conmemoración. Se cuida de que las luces, los decibelios, los colores de los globos, la comida y la bebida no la ensombrezcan. La sangría corre. Se acaba pronto. Como loco Coyote García corre a preparar otro barreño. Corta fruta. Es generoso con el tinto y


el ron blanco. También añade su toque particular: Martini a espuertas. Los invitados también tienen a su disposición cerveza Coronita. Rodajas de limón. Margaritas bien fríos. Coca-Cola y Fanta para los que han dejado de tomar alcohol. Sin olvidar la Trina de piña y de manzana, especialmente pensadas para a quienes afectan las bebidas con burbujas. Coyote García se sorprende. Se lleva las manos a la cabeza cuando le informan que en breve también la Trina se terminará. Los niveles de hielo descienden peligrosamente. Panchitos no quedan. Trata de calmarse. En todas las fiestas se termina un producto y los invitados acuden en masa a por otro. Es ley de vida. No hay motivo de preocupación. Por suerte la elección del DJ ha sido un éxito. Suena Shakira. En la pista de baile un par de brujas se atreven con la coreografía del waka-waka. Esquivan los años mientras mueven los brazos. Las luces las hacen brillar angelicales. Coyote García las presencia rodeado de un grupo de amigos. Sin demasiado éxito trata de comportarse como exige su rol de anfitrión. Sonríe por doquier. Coyote García es consciente de que su sonrisa no es la misma de antes. Echa en falta algunos caninos. Sin embargo, aún puede presumir de dentadura propia. En el pequeño grupo se recuerda a Silvestre. Se vierten algunas lágrimas. No hace mucho los dejó tras acabársele las vidas que le restaban. De pronto Cruella de Vil se une al baile de la brujas. Cruella parece algo perjudicada por el alcohol. Se levanta la camisa. No lleva sostén. Los pechos se bambolean. Le alcanzan a la altura de la cintura. Desde el grupo donde se encuentra Coyote a la pista de baile sólo hay


unos metros. Pese a ello, le resulta imposible intervenir. El anfitrión no alcanza a detener el espectáculo de Cruella. Para que duerma la mona Patán se la lleva tomada de la cintura. Hay rumores acerca de ellos. Coyote García nunca ha querido darles importancia pero, como todos, sabe de su insidiosa existencia. Coyote García cree que ha llegado el momento oportuno. Hace la señal acordada. El DJ detiene la música. El silencio suena extraño rodeado de tanta gente. En pie se mantiene un solo foco que apunta al anfitrión. Coyote toma un micrófono. A veces se acopla el sonido. Produce un ruido desagradable. Coyote está algo demacrado. Hace tiempo que dejó de pincharse pero sigue flaco, nudoso y despeinado como en los peores tiempos del caballo. Su alocución es breve. Las palabras le suponen un esfuerzo al ascender a través de su garganta. Agradece la asistencia a los presentes. Habla un poco del pasado. No da demasiados rodeos para reconocer que su vida ha sido un fracaso. Todos o casi todos los invitados imperceptiblemente asienten. Se apaga su voz, al mismo tiempo se ciega el foco. Un nuevo haz de luz se dirige ahora a un extremo de la fiesta. En pocos segundos Coyote García llega hasta él. Ahora lo ilumina. El anfitrión da la espalda al público que lo observa. Hay quien queda sorprendido por los fastos. Hay quien se siente un poco abochornado. Pese a ser su fiesta está adquiriendo demasiado protagonismo. Detrás del anfitrión se intuye algo. Coyote trata de ocultarlo con inusitada torpeza. Excesiva para él mismo. Parece que su propósito realmente consiste


en llamar la atención. Sea lo que sea, está cubierto por una lona negra. Sin saber manejar el tiempo de los preámbulos, Coyote García tira de la lona. Podría haber esperado unos minutos. Dejar que la curiosidad envenenara a los asistentes. Tal vez, ese ha sido su principal defecto: la precipitación. Los invitados tratan de aproximarse hacia lo que acaba de descubrir. La luz muestra una pequeña jaula. En su interior se encuentra el Correcaminos. Sus dos patas apenas lo mantienen en pie. Tiene que apoyarse con el tronco en los barrotes de la jaula. Está algo despeluchado. En las últimas fechas se había dejado ver un poco más de lo habitual. No era tan frenético en sus cabalgadas. Su adicción al speed podía estar pasándole factura. Coyote García vuelve a lanzar su voz a través del micrófono. De nuevo estalla el acople. De cualquier forma, es la primera vez a lo largo de la noche que no parece el viejo que realmente es. Profiere las primeras palabras de lo que es un discurso mil veces ensayado. No termina. De pronto irrumpe a llorar. Algunos invitados se precipitan en su ayuda. Le ofrecen su apoyo en este momento tan trascendente. Tal vez, el momento cumbre de su vida, el más importante. Coyote García tiene cautivo al Correcaminos. Hasta cierto punto es razonable que la presión le pase factura. Otros invitados mientras tanto preparan un fuego. Gargamel es uno de estos. Son demasiadas conversaciones, demasiadas charlas al albor de la barra del Warner como para permitirse dudar. Ante las circunstan-


cias conocen a la perfección de los deseos de su amigo. Dispone los elementos necesarios para cocinar al Correcaminos. Coyote García calma su llanto sobre el hombro de la Reina de Corazones. Ésta le pasa una mano suavemente por la espalda. Percibe los huesos bajo la piel. Coyote dirige una mirada al Correcaminos. Es un ser abominable. Lo es por todo cuanto le ha hecho sufrir en el pasado. Lo es por el estoicismo que aparenta cuando sólo quedan unos minutos para ser sacrificado. Coyote García vuelve a tomar el micrófono. Algunas manos tratan de frenarlo, pero finalmente se sale con la suya. Con la voz quebrada se disculpa. Pide que la fiesta regrese a sus derroteros. La música vuelve a sonar: ahora Lady Gaga, de seguido David Bisbal. Los invitados se conocen la coreografía, cantan las letras. El anfitrión se dedica a visitar a todos los pequeños grupos en que se congregan sus invitados. Su único afán es que aquello vuelva a parecerse a una fiesta. Al cabo de una hora Gargamel lo manda llamar. Todo está listo para comenzar. Coyote García no lo sabe. Su amigo se ha encargado de correr una orden entre los invitados. Les ha hecho adquirir el compromiso de que probarán, por poco que sea, un poco de la carne del Correcaminos. Ningún invitado lo ha rehusado. Esta noche no hay prohibiciones médicas que interponer. Aún así, sabedor del ánimo del anfitrión, Gargamel ha dispuesto un sinfín de platos. Desde complejos preparados con ingredientes exóticos hasta comidas bajas en sal o alimentos sin gluten. El objetivo es contentar los deseos de todos los invitados.


Coyote García da su visto bueno. Un troll y Brutus sacan al Correcaminos de la jaula. Lo transportan hacia donde Gargamel tiene listo el asado. Será el Capitán Garfio quien se encargue del trabajo sucio. Coloca su mano sobre el cuello del Correcaminos. No muestra ningún tipo de resistencia. Cierra los ojos como si a toda velocidad se aproximara una tempestad. Bajo el poder de la mano del Capitán, el delgado cuello no tarda en producir un silencioso crujido. Ese sonido es un alivio que penetra en las entrañas de Coyote García. Su estado sólo le permite contemplar desde un lejano tercer plano. Un murmullo se dispara con la decapitación. El troll, Brutus y Gargamel lo despluman. Es el momento de mayor diversión de la fiesta. Por los aires saltan plumas, trozos de piel y sangre. Hay una risa descontrolada. El Capitán Garfio despoja al ave de las entrañas. Clava un pincho por cada extremo. Los encargados de colocarlo sobre el fuego no imaginan que, pese a su aparente delgadez, el Correcaminos pudiese ser tan pesado. A fuego lento se dora la piel. No tarda en irrumpir un olor ciertamente apetitoso. Coyote García se pregunta qué queda ahora del bípedo imparable. Con un cuchillo debidamente afilado el Capitán Garfio corta la carne. Emplea toda su destreza para que los filetes queden finos. Lo más finos posible. Tal vez así alcance la carne a todos los invitados. Reserva para el anfitrión la mejor selección de la pechuga. Gargamel completa el plato con su ración de patatas, su pellizco de perejil Indis-


cutiblemente es el centro de atención. El momento soñado. Los invitados lo miran con expectación Coyote García se queda mirando el plato. La fiesta termina. No habrá probado un solo bocado.


M

i amor es el desierto

Desde que suena el despertador, se calza las zapatillas Umbro, la ropa deportiva Kalenji y sale por la puerta de su autocaravana, J. Coyote no para de correr. No se detiene ni un minuto. Prepara las trampas y corre. Realiza un pedido a través de la app de ACME-Inc. y corre. Se lamenta de su mala fortuna y corre. Por el contrario, la actividad principal de R. Correcaminos consiste en huir. A pesar de todo, y en base a su mejor preparación física, puede mantener una vida más sana, más equilibrada. Desayuna cereales con leche con Omega 3, visita regularmente a su psicoanalista, no se pierde un solo capítulo de Fringe. En apariencia, la vida permanece tal como tiene que ser. Una noche, sin embargo, todo se va al traste. — No puedo seguir ocultando lo nuestro. No por más tiempo. R. Correcaminos guarda silencio. También él intuye la proximidad de la derrota. Son tantas las veces en que su imaginación se ha disparado. Paseaban juntos por la calle. Su mano cogiendo la de J. Coyote. Aquella noche no se penetran. Se limitan a masturbarse el uno al otro. El vaivén es dulce y triste a la vez. Alcanzan el orgasmo arras-


trados por la proximidad del placer. Como si fuese una enfermedad contagiosa. Eyaculan del mismo modo que podrían haber llorado o, tal vez, juntos haberse desgarrado las venas. La habitación se ve impregnada de una atmósfera trágica. Luego se quedan muy quietos. Estatuas de sal besándose. Ofreciéndose caricias. Lentas. Como una despedida que sólo la piel sabe interpretar. No llegan a dormir un solo minuto. Prefieren esperar arrimados las primeras insinuaciones del alba. Con el amanecer irrumpe el final. El despertador suena. La alarma tiene un sonido afilado como el de una claqueta. El primero en levantarse es J. Coyote. Se dirige hacia el aseo. Alivia su vejiga en un inodoro Joyce, de filigrana, con slim seat. La primera orina es dura como el whisky. Se cepilla los dientes en aparente cotidianeidad. Trata de peinarse. El espejo en que contempla sus arrugas también es de diseño. Branchetti. Circular como un plenilunio de LED, acabados en acero inoxidable. El pelo de J. Coyote es oscuro y rebelde. En el interior del aseo es, aún más, un proscrito. Algo puro y por lo tanto extraño o salvaje. Nadie más que R. Correcaminos sabe apreciar estos momentos. Plagados de imposibilidad. Y sin embargo, nunca más volverán a producirse. La sensación de finitud se cuela en su pecho como una raya de coca. Araña. Duele. R. Correcaminos permanece acostado. Bocabajo sobre el colchón Hänstens, tamaño King Size. Un leve aroma a flores silvestres emana del propio colchón a cada movimiento. Las palmas de


las manos bajo la cabeza. Podría parecer que se diera un baño de sol. No es así. Es la melancolía la que cae con el sabor de la lluvia ácida. A pesar de todos los juguetes caros, a veces insultantemente caros, la cama se erige en la joya. La guinda de su ático de soltero de oro. Un loft en pleno centro. Ocasionalmente han entrado mujeres en él. Una, dos, hasta tres; sólo para él. Las mujeres más excesivas. Las más nalgonas. Las más pechugonas. Las más fáciles. Las más ebrias. El principal requisito era que pareciesen prostitutas. ¿Qué importaba que lo fueran o no? Si hay algo obvio acerca de R. Correcaminos es que el universo se encuentra al alcance sus manos. Cada mañana, los espejos lo aseguran como si se tratara de una letanía. Pese a ello, pese a las innumerables opciones que se han desplegado, sólo un hombre ha accedido a lo más profundo del ático: J. Coyote. El resto es un boscaje de tinieblas y dolor. Nadie conoce la falacia que R. Correcaminos representa con mayor precisión que él. Las mujeres, al fin y al cabo, tenían una utilidad. Fornicaba con ellas. A veces como un semental, otras como un mero oficinista que cumple su tarea con meticulosidad. Entonces se presentaba el asco. Al contrario de debilitarlo, el asco lo fortalecía. Se asombraba hasta qué punto podía alcanzar, extender su personaje como una red. Lanzarse al abismo, ejecutar acrobacias y caer indemne. Podía arrojarse cuantas veces fuese necesario. La red lo protegía. Contaba con un saldo de infinitas vidas en su partida contra la realidad. R. Correcaminos se ha


servido de las mujeres para protagonizar las más extremas perversiones. Se ha servido de sus cuerpos para cometer los más imperdonables deslices sociales. ¿Acaso tenía elección? Era aquella marginalidad social que lo encumbraba o la más absoluta de las marginaciones. Toda imprudencia era poca con tal de asegurar que el resto de los ojos estuvieran al tanto. R. Correcaminos desconocía que aquella habitación desnuda acabaría siendo un santuario. Es en el preciso instante en que se dispone a marcharse J. Coyote cuando lo comprende. Se percata de su sacrilegio pretérito. Entonces no era nada más que una cama infinita en una habitación repleta de lujo. J. Coyote hace una señal de despedida. R. Correcaminos cierra los ojos. Cuando los abre se encuentra en completa soledad. J. Coyote ha desaparecido a través la zona del servicio. Las despedidas con vocación de perpetuidad tienen un inconfundible amargor ficticio. Jamás llegaron a tratar el tema de los paparazzis. Encajaban su existencia oculta con silencio. Como golpes que procedieran de puños invisibles. Eso no impedía que aparecieran. Al fin y al cabo, eran golpes. Semanalmente tenía su espacio en las más sórdidas revistas del corazón. La hipoteca del ático, el Lamborghini Murciélago, los platos de gourmet, los viajes a lugares donde podían ser ellos mismos con aparente normalidad. Gustara o no, todos los elementos que configuraban la máscara se sustentaban en la misma mentira.


En la última aparición en papel cuché, que R. Correcaminos recuerda, le practicaban una felación. Doble página. El rostro de la mujer aparecía desenfocado. El logotipo de la revista ocultaba el miembro extraviado en las profundidades de la boca. Aquella noche había alcanzado tal grado etílico que la rememora con cierto placer. Un placer a todos los efectos sincero. Pese a ello, está seguro que al principio plantó resistencia. La verga se mantuvo en el interior del pantalón. Indiferente a las insinuaciones. Al menos, lo hizo hasta el momento en que tuvo constancia de que algún periodista pululaba por las inmediaciones. Habían mantenido el tema bajo silencio como una manera de anestesiarlo, de negar la existencia de la realidad. Sabía que J. Coyote jamás lo hubiese entendido. R. Correcaminos, el tipo más rápido y más deseado de la ciudad, no sabe lo que significa la libertad. El primer día después de la ruptura R. Correcaminos trata de actuar con total normalidad. Su principal virtud consiste en representar un personaje. Toma un desayuno preparado con productos de alimentación macrobiótica, se enfunda la ropa deportiva Adidas. En armónico conjunto se dirige hacia el desierto. Es más temprano de lo habitual. Activa el GPS de su reloj de muñeca. El silencio del desierto le insufla calma. Sin embargo, cada sombra, cada cactus, cada roca lo lleva al engaño. Le hacen creer la aparición inmediata de J. Coyote. A duras penas pasa el día. No se muestra. Ningún rastro. Comienza a preocuparse cuando cae la noche como el telón de una obra concluida. El silencio ahora es afilado hasta traspasar la propia piel curtida por el sol. Los


teléfonos móviles en aquel agujero de la civilización enmudecen, no encuentran cobertura. Si el objetivo de J. Coyote es hacerle daño ciertamente lo está consiguiendo. R. Correcaminos regresa al ático. La proximidad del desierto insinúa un frío que gravita alrededor de la vivienda. El interior del ático es demasiado grande, su soledad se expande como una deflagración incontrolable. No hay barreras que la frenen. Él también sabe infringir dolor. Llama por teléfono a una prostituta. Da orden al portero para que le permita acceder al edificio por la puerta principal. Quince minutos después suena el timbre. En el exterior los flashes suenan como una manada de lobos hambrientos. La prostituta lleva un vestido ceñido a su cuerpo. Los brazos y las piernas profundamente desnudos. No pregunta precio. Le ofrece el doble de lo que cobra normalmente. Una parte por su cuerpo, la otra por su silencio. La prostituta comienza a desnudarse. Primero se deshace de un tanga microscópico. Lo hace descender por sus tacones de aguja. Es obvio que sabe abrir el apetito aún de quien carece de hambre. Se acuestan juntos. Ambos desnudos. R. Correcaminos la abraza con fuerza. Una fuerza inusitada para los primeros embates del sexo. Los juegos sadomasoquistas conllevan tarifa extra, piensa la prostituta. Al contemplar la fachada del edificio, al penetrar en el interior del ático debió de intuir lo que acontecería. Los tipos con demasiado dinero suelen aburrirse. Requieren entretenimien-


tos de este tipo. No obstante, suelen ser previamente pactados. La prostituta trata de controlar su inquietud. Teme ser estrangulada. Tiene en su bagaje suficientes capítulos de CSI Las Vegas, de Bones, de Castle. Sabe superado el tiempo en que los asesinos eran a partes iguales mayordomos y sheriffs. El patrón que las series repiten en la actualidad es otro: hombre-joven-atractivo-asesina-puta-radiantedesgraciada. La prostituta está a punto de recurrir al aerosol que guarda en su bolso. R. Correcaminos de pronto reduce su ímpetu. Comienza a llorar. La prostituta se va calmando. Comprende que su cliente no es más que un tipo desolado. Conoce a la perfección cada uno de los síntomas. A mitad de la noche la prostituta se levanta de la cama. Apenas ha pegado ojo. Desnuda se dirige a la cocina. Sus pasos son cortos y extraños. Se siente minúscula, caminando por un lugar ajeno, descendida de sus tacones de aguja. Sus pechos, por el contrario, se mantienen inmutables, pétreos a cada paso. Calienta una taza de agua en el microondas. Una buena prostituta sabe cuando le toca ser puta y cuando llega el turno de convertirse en madre. Entre lastimeros hipidos R. Correcaminos se toma hasta la última gota de la infusión de tila. Le da las gracias. Sigue llorando. El rencor da paso a la preocupación. Los días se vuelven insoportablemente extensos. Ni siquiera con el intento de infringir daño ha obtenido una leve dosis de alivio. R. Correcaminos los deja transcurrir. A decir verdad, no tiene demasiada alternativa. Apenas tiene ánimos


para oponer lucha a la inercia. Los días irremediablemente se parecen a un paso por las entrañas del desierto. Poco a poco va descubriendo la evidencia. No soporta permanecer durante mucho rato en el ático. Prefiere rondar las proximidades de las comisarías. Cada sirena que se prende lo incendia desde su propio interior. Llegan cadáveres. Los traen familiares, ciudadanos anónimos, los propios agentes de policía. Los narcos deben andar a la gresca. Todos los muertos se parecen en su silencio a J. Coyote. Con el teléfono en la mano ha marcado varias veces el 112. R. Correcaminos nunca llega a pulsar el botón de llamada. Transcurren las semanas. R. Correcaminos sigue recorriendo el desierto. Con sádica puntualidad se enfrenta, en aquel silencio poderoso, a la materialización del dolor. Conoce cada palmo del desierto como una cartografía de su propia desolación. Cada vez se siente más incómodo frente a los espejos. Su cuerpo evidencia los primeros síntomas. La factura. La distancia que cada vez lo va separando de la realidad. Le escasean las fuerzas. Sus músculos han perdido la definición, la tonificación. No responden como la maquinaria que hasta hace poco deslumbraba. Pese a ello, no desiste. Corre a través de las infinitas carreteras del desierto. Su objetivo ha cambiado radicalmente: R. Correcaminos no huye. Trata de encontrar alguna pista. Algo que lo conduzca hasta el paradero de J. Coyote. Se detiene cada vez que se topa con unos huesos desperdigados. Poco a poco va sucumbiendo ante la posibilidad. Sien-


te una desazón corrosiva con el mero hecho de pensarlo. Sabe que en cualquier momento podría toparse con el cadáver de J. Coyote. Encontrarlo mordisqueado por las alimañas. Aún así, lo prefiere. Mejor eso: el dolor más rotundo antes que un día más de búsqueda, de búsqueda infructífera. La mayoría de las veces no son más que los restos de una res extraviada o un espalda mojada que nunca alcanzó su destino. Implacable, el desierto lo va consumiendo. R. Correcaminos no tiene más remedio que recurrir al auxilio externo. Adquiere anfetaminas de pequeños vendedores. La mayoría son adolescentes que con el menudeo financian sus Levi´s y sus zapatillas Nike. La dosis de anfetas que requiere se amplifica con cada toma. El dinero pronto comienza a escasear. Es como un puñado de arena del desierto. Se desparrama. Los periodistas apenas hacen guardia ahora en las inmediaciones del ático. Sus exclusivas cotizan a la baja. Resulta demasiado fácil dar con él en el desierto. De cualquier forma, han perdido el interés. Las revistas avivan la envidia del consumidor. No se halla en su afán el convertirse en espejos, reflejar las miserias del lector. R. Correcaminos percibe que su final se va aproximando. De todas las muertes que lo acosan, quizá la que mayor desamparo le produce, es el desahucio social. Pese a ello no puede detener la búsqueda. El desierto se erige como una extinción placentera. R. Correcaminos se detiene en mitad de la nada. Toma resuello. Los torbellinos de aire caliente acarician las quemaduras de su rostro. Entonces se plantea qué busca realmente en aquel lugar inhóspito. ¿A J. Coyote? ¿O realmente


busca sufrir algún tipo de expiación? Durante las noches no consigue dormir. Las anfetaminas con que el día se construye se convierten en combustible. La culpa se retroalimenta. Devora el sueño. Ha de intentar algo distinto. R. Correcaminos lo comprende. Conduce su Ford Fiesta. Sostiene el volante con una firmeza que ahora le resulta extraña. Se presenta en una comisaría. Desde fuera la imaginaba de otro modo. El suelo está sucio. En su interior se pasean hombres y mujeres tristes con tatuajes artesanales. El policía que lo atiende es un sabueso. Lo mira sin saber a qué atenerse. R. Correcaminos denuncia la desaparición de J. Coyote. Finalmente ha resultado más sencillo de lo que a priori parecía. El policía hace una serie de preguntas que no conducen a ningún lugar. Le entrega una ficha. Es el procedimiento estándar para denunciar una desaparición. Con un bolígrafo bic azul R. Correcaminos comienza a rellenar los datos. El bolígrafo está atado al mostrador con un cordel como antirrobo. R. Correcaminos pasea la punta del bolígrafo por cada una de las cuestiones relativas al desaparecido. No escribe. Vacío. Tachaduras. Apenas conoce las respuestas. A decir verdad puede que sólo conozca el nombre y la fecha de nacimiento de J. Coyote. Las marcas personales son como heridas en su memoria. Se detiene a mitad de la ficha. Lee una y otra vez un apartado: Relación con el desaparecido. Se marcha de la comisaría. Conduce el Ford Fiesta hacia las afueras de la ciudad. No echa de menos el Lamborghini. Hace un par de meses que no paga la mensualidad de la hipoteca del ático. Las calles se ríen de él. Lo conducen


hacia al lugar donde J. Coyote solía aparcar su autocaravana. Aislada y al mismo tiempo rodeada por la inmensidad del calor y la muerte. La autocaravana se erige como algo oscuro y subrepticio. Parece un laboratorio ambulante. Semejante al que utilizan los jóvenes que se adentran en el desierto para cocinar metanfetaminas. El desierto, siempre el desierto. Una pesadilla inabarcable. R. Correcaminos desciende del coche. Se aproxima con cautela. El derredor tiene algo de devastación. Tal vez, si hubiese algún periodista en las proximidades, tomando fotos, podría haber tenido lugar un desastre natural. Un huracán, un terremoto. Un reflejo de la naturaleza que se ha cuantificado en una escala; que se le ha registrado un nombre, un código. Como si acotarlo dentro de unos valores redujera su impacto. No hay mayor vacío que el desconocimiento. No hay mayor calma que la incomprensión. R. Correcaminos golpea la puerta. Lo hace consecutivamente, enfermizamente. No hay respuesta. No se lo piensa. En unos instantes se contempla a sí mismo como un personaje de ficción. Rompe un cristal. Abre la puerta. Accede a la oscuridad. El interior de la autocaravana cobija un caos. Aparece tal como lo imaginaba R. Correcaminos: aparatos electrónicos inservibles, envases vacíos, alimentos en estado de putrefacción, fotografías rasgadas, revistas pornográficas antediluvianas, carátulas de DVDs, libros ebrios de polvo. Al cabo de los minutos, R. Correcaminos abandona la autocaravana. Vuelve al Ford Fiesta. Lo conduce en dirección al desierto. Una


sonrisa remozada parece insinuarse en su rostro. Cuanto sus ojos han contemplado en el interior de la autocaravana le ha conferido una nueva oportunidad.


CH

ochitos

— Créeme, amigo. Créeme, cuando te digo, que en este momento nada, nada de cuanto se encuentra en el mundo, preferiría más que un chochito—. Un chochito bien fresco, aclara Daniel. De fondo suena una vieja canción de U2. Cada noche el mismo bar, las mismas canciones. Los parroquianos conocen al que habla como Daniel, el mofe. Al comentario se sucede un golpe de silencio. El silencio se extiende a su vez como un tipo sobre el suelo que hubiese sufrido un infarto o hubiese sido herido de bala en el estómago. Las tripas, la sangre y la mierda repartidas por doquier. Y el tipo que avanza con ímprobo esfuerzo hacia ningún lugar. El silencio se prolonga alrededor de unos 30 segundos. Durante este tiempo, Daniel el mofe se lleva el botellín de cerveza Budweiser a los labios. Su rostro se asemeja al de un anciano. Alguien que ha dejado de cumplir años. Sucede a veces, alcanzado cierto tope en la senectud. En su cabellera, aún abundante, una beta cana pugna para ampliar su territorio de expansión. Sus movimientos son


pausados. Las transmisiones neuronales de su cerebro también son pausadas. A decir verdad, ha olvidado el significado de la palabra prisa. Tiene ante sí todo el tiempo del mundo. Consecuencias directas de las jubilaciones anticipadas, de los cambios en el criterio de los consumidores, de las arrugas, de las carnes colgantes. En otras palabras: de la proximidad de la muerte. Al contrario que a la mayoría, a Daniel el mofe, no le importa la muerte física. También en este aspecto se sabe una rara avis. Al fin y al cabo, la muerte no es más que un estado. Más común que estar feliz, triste o sufrir un resfriado. Por si fuera poco, una vez le llegue, alcanzará lo más similar que imagina a la paz. Lo que a Daniel el mofe le jode es considerarse un apestado social. Le cuesta horrores explicarlo. Sobre todo cuando son más de dos oyentes los que le prestan atención. Pero es como si de pronto hubiese aparecido una brigada de agentes de la policía. Voces ininteligibles a través de sus walkies. De inmediato lo hubiesen rodeado con unas cintas amarillas y negras, como las que aparecen en las películas: crime scene do not entry. Tal vez por ello, difícilmente exista en su vocabulario una palabra más dolorosa. Tiempo. A veces se mira en un espejo y no se ve a sí mismo. Es otro personaje. Es el rey Midas 2.0. La única diferencia estriba en que en lugar de oro, el contacto con sus manos todo lo convierte en tiempo. Daniel el mofe bebe del botellín de Budweiser. Mientras tanto, y al hilo de la confesión ofrecida, por su men-


te se suceden todo tipo de mujeres. Se confunden desde mujeres de carne y hueso, hasta las más cerdas y que, tal vez, sólo existan en su propia imaginación. Rubias, morenas, pelirrojas teñidas, con el cabello natural mujeres de pelo rizado liso o cortado al cero, como si fueran reclutas o mujeres frágiles. Altas bajas de estatura media. Flacas entradas en carnes Con cuerpos en forma de pera o de manzana Pieles de todos los colores imaginables Mujeres que vomitan que comen enfermizamente que lloran con una tristeza inusitada en el interior de un cuarto de baño. Algunas vestidas a la última como presentadoras de TV otras irremediablemente vintage otras con ropa de hombre con un bigote postizo fino pero postizo Casi todas desnudas Mujeres que son amas de casa insoportablemente sexies con un libro desplegado entre las manos estudiantes auxiliares de clínica jueces técnicos de informática en desempleo Con hijos deseando tenerlos yermas esclavas de la sociedad Madres hermanas hijas cuñadas nueras Mujeres que no saben valerse por sí mismas mujeres que llevan adelante cuanto se proponen que triunfan que se convierten en triunfadoras Mujeres-ninfas mujeresdiosas mujeres-estrella mujeres que tarde o temprano sólo serán polvo. — Y tú, ¿qué quieres?—. Pregunta Daniel. Luis, el coyote comparte esta noche la barra con Daniel. A él va dirigida la pregunta. La recibe con un leve encogimiento de hombros. No le gustan este tipo de cuestiones. Piensa que no conducen a ningún lugar. Le recuerdan en exceso a cuestionarios de revistas de ídolos para adolescentes.


El mofe insiste. Acompaña su petición con el golpeo con del culo del botellín en el filo la barra. El sonido es metálico, casi como un llanto ajeno. Luis, el coyote mira fijamente a su amigo. Justo antes de abrir la boca y emitir una respuesta, en su mente se despliegan grandes llanuras. Casi llega a percibir el aire caliente surcándolas. El olor del polvo y la soledad. Su imaginación, o tal vez su recuerdo, las recorre a toda velocidad. En un momento dado su cerebro se bloquea. Se queda totalmente en negro. Estaba a punto de distinguir una figura. Un punto concreto en la inmensidad. Toma aire, como si el mismo, Luis el coyote brotara de las profundidades. — La pausa—. Responde.


[JesĂşs MartĂ­n Camacho]

Hoja tras ola, pasas una y llega otra: oler y olar.


Soledad aut贸mata [Diego Grau]


La última vez que lo vi llevaba un paso lento, caminaba sin rumbo, desnortado, con la mirada perdida envuelta en el sordo sonido de sus botas. Me saludó con los ojos vacíos y siguió su camino, lentamente, como un buque fantasma, abandonado y solo. El humo de la noche se lo tragó un invierno, supongo que fue allí, donde las ramas más fuertes aprenden a quebrarse, cuando por un precio ridículo, de saldo, vendió su alma a la suerte. Es curioso pero, no recuerdo su nombre, aunque nunca lo olvido. Por eso en tardes como ésta me parece encontrarlo, al filo de la esquina, rondando por la plaza, paseando sin destino como un tatuaje efímero que anhela un trozo de piel donde aferrarse y solo encuentra las hojas secas que el viento esparce. Ayer soñé con él, en el sueño lo seguía hasta alcanzarlo, le puse la mano en el hombro y al girarse tenía mi rostro y me desconocía...

[Vito Domínguez Calvo]


M

[Carlos Barbarito]

ovimiento perpetuo

A J. Karl Bogartte

(Extraído de Materia desnuda, inédito)

I. Una mujer orlada con hilos de oro, que pesa lo que el mundo sin dejar de ser ligera. Una mujer a la que las antiguas crónicas llaman hija de la vastedad y la altura. Una mujer aferrada a una centella, veloz por encima de las aguas. Una mujer y otra mujer, luego del Diluvio, en un sueño de Klimt. Una mujer que amanece cada día en un bosque en llamas. Y no se quema, anda descalza sobre astillas encendidas. Una mujer a la que el telescopio no alcanza. Una mujer próxima como la hierba que toco, mecida por el viento. II. Sueñan con un apretado follaje del que surgen, de a una por vez, aquí y allá, flores blancas. Sueñan con calles que se estrechan hacia una casa, sobre el tejado una veleta. Sueñan con un tamiz que sólo deja pasar polvo dorado que tizna de luz el cuerpo de un escarabajo. Sueñan con un desnudo que bebe al amanecer su taza. Sueñan con un brillo en un metal, al fondo nubes sobre el mar. Sueñan con un descenso hacia un valle, declive hacia algún fruto, su jugo. Sueñan con una


tormenta, un niño que se oculta bajo las sábanas, temeroso de los relámpagos. Sueñan con un perfil que se recorta contra la ventana de un cuarto iluminado. Sueñan con nada, sólo duermen, maduran para el fin, una mano enterrada en suelo húmedo y otra mano alzada hacia la Luna. III. Hacia Baumgarten, ornamento y color, amalgama de lo grande y lo pequeño. Hacia Swansea, alondras que vuelan como saetas, praderas de verde terciopelo. Hacia la rue de SaintGeorges, mujeres que se lavan y se peinan espiadas a través del ojo de la cerradura. Hacia Limburgo, un libro de horas devorado por el fuego. Hacia rostros en óvalos dorados, abrigos de tela negra, guadañas contra la hierba, tazas con poso de café que anuncia tormentas, llegadas de extraños, eclipses. Hacia quien sangra, en silencio, de una herida en el costado. Hacia las venas en árbol, en un cuerpo tendido cerca de la orilla. Hacia el flujo indetenible, el olor penetrante, el óxido insomne, el agua que refleja las estrellas, el cuenco de la tortuga en el que está grabado el mundo, un bordado de flores, los cuervos, la palabra que reside en nosotros y la que se rehúye, la savia que circula desde las raíces, el breve paraíso a un paso de la escoria.


P

ruebas, Exorcismos, 1946 [Henri Michaux]- [Tradcc. Ana Correro Humanes]

He dejado que crezca en mí el enemigo. Muchos de los materiales que encontré en mi mente, en mis viajes, mis estudios y mi vida me parecieron inútiles. Años y años después, me di cuenta de que por mucho que hiciera o investigara, siempre habría algo inútil. Inútil, sí, pero “ahí”. Acabé decepcionado, pero no preocupado, ignoraba

que había medidas que podía tomar. Dejaba el material no utilizado, inocentemente, igual que lo encontraba. Yo, como hacen todos los seres de este mundo, utilizaba el resto de la mejor manera posible. Sin embargo, poco a poco, elevándose sobre esos escombros que necesariamente pertenecían un poco a la misma familia (ya que


siempre descartaba cosas del mismo tipo), poco a poco se formó y creció en mí un ser incómodo. Al principio quizás no fuera un ser cualquiera, tal y como la naturaleza los pone en el mundo. Pero después, levantándose sobre la acumulación creciente de materiales hostiles a mi arquitectura, llegó a ser mi enemigo en casi todo; y armado por mí, cada vez más. Alimentaba dentro de mí a un enemigo más y más fuerte y cuanto más eliminaba en mí lo que me contrariaba, más fuerza, apoyo y alimento le daba para el futuro. Así se me expandió dentro un enemigo más fuerte que yo por culpa de mi abandono. Pero ¿qué podía hacer? Ahora que me sigue por todas

Detalle de dibujo a tinta china de H. Michaux (1961)

partes, sabe dónde encontrar lo que le enriquece mientras mi miedo a empobrecerme en beneficio suyo hace que me adose elementos dudosos o nocivos que no me provocan ningún bien y me dejan suspendiéndome en los límites de mi universo, más expuesto aún a los traidores golpes de mi enemigo, que me conoce mejor de lo que


ningún adversario conoció nunca al suyo. Así están las cosas, las tristes cosas en el presente, recolección siempre bífida de una doble vida por no haberme dado cuenta a tiempo.*

*

J’ai laissé grandir en moi mon ennemi. Dans les matériaux que je trouvai dans mon esprit,

dans mes voyages, mes études et ma vie, j’en vis quantité qui m’étaient inutilisables. Après des années et des années, je vis que quoi que je fisse ou approfondisse, il en resterait quantité d’inutilisables. Inutilisables, mais «là». J’en fus contrarié, mais pas autrement ému, ignorant qu’il y avait des mesures à prendre. Je laissais les matériaux non utilisés, innocemment, comme je les trouvais. Moi, comme font tous les êtres au monde, j’utilisais le reste, pour le mieux. Or, petit à petit, s’édifiant sur ces décombres forcément toujours un peu de la même famille (car j’écartais toujours les choses d’un même type), petit à petit se forma et grossit en moi un être gênant. Au début, ce n’était peut-être qu’un être quelconque, comme la nature en met tellement au monde. Mais ensuite, s’élevant sur l’accumulation grandissante de matériaux hostiles à mon architecture, il en arriva à être presque en tout mon ennemi; et armé par moi et de plus en plus. Je nourrissais en moi un ennemi toujours plus fort, et plus j’éliminais de moi ce qui m’était contraire, plus je lui donnais force et appui et nourriture pour le lendemain. Ainsi grandit en moi par mon incurie mon ennemi plus fort que moi. Mais que faire? Il sait à présent, me suivant partout, où trouver ce qui l’enrichira tandis que ma peur de m’appauvrir à son profit me fait m’adjoindre des éléments douteux ou mauvais qui ne me font aucun bien et me laissent en suspens aux limites de mon univers, plus exposé encore aux traîtres coups de mon ennemi qui me connaît comme jamais adversaire ne connut le sien. Voici où en sont les choses, les tristes choses d’à présent, récolte toujours bifide d’une vie double pour ne pas m’en être aperçu à temps.


Alien Cerilla [Ana Herrera Ortega]


[Iván Vergara]

Lo menos esperado es encontrar a la vida en un lote vacío: yerta, aunando la sombra a cada objeto, haciéndoles cómplices en un acto de amor premeditado, tramposo. Uno no intenta encontrar arideces, dentro de esta habitación juegan un par de gatos y el polvo que levantan sus curiosidades no encontrará nunca la excitación que vive la sombra en el vacío, cuando intuir un cuerpo reconoce los signos de la salvación. Porque para eso estamos, para ser salvados. Ni de la vida, ni de la sombra, ni del acoso felino; estamos esperando ser salvados de los segundos nacimientos de la niebla, de la ceguedad terráquea de los árboles, del espacio huérfano que deja el mar cuando no vuelve. 14 Julio 2013”


[Juan Gallo]

T

oreando la vida Esta serie de textos y fotograf铆as es un avace de

su pr贸ximo poemario Coraza




T

oreando la vida

¿Y qué tiempos fueron buenos para la lírica? Los estantes se vacían, los lectores corretean por otros prados o prefieren descargas gratuitas megaupload. Aulas invisibles de la poesía, espectros de libros expurgados, ruina de editores incautos. Llega el fin de semana. Un quiebro y dejar pasar el morlaco. Que corran. Que corran. Vendrá la noche y saldrán rufianes en busca de los últimos clásicos:


habrรก reyertas por tomos de Tito Livio, por un soneto barroco sangrientos ajustes de cuentas. Bitte, warten Sie. Respete el orden de llegada. Bitte, warten Sie.



M

onumentos a nada

Pedestales vacĂ­os. Ciudades modernas y su exigencia de acudir a este u otro lugar. MĂĄs bien tiendas o casetas de feria reciĂŠn montadas. Monumentos a nada.


P

er scientiam Hacia la justicia por la ciencia

Tan grande es aquĂ­ la mentira. Te puedes caer de la bicicleta.


Ciencia. Quién decide. Quién aplica. Justicia. Cómo justitia se vuelve lex. Cómo que justicia es derecho. Y por qué ciencia y justicia son medio y fin. Cómo se llega desde la ciencia al derecho. Latín, la pátina atemporal. Y dirán que iglesias y reyes eran oscurantistas. Se les llenará la boca de Democracia, Estado, Derecho. Herencia ilustrada. Abracadabra per scientiam pata de cabra.



P

ocas plazas son de primera

Se suele torear en poblaciones modestas, de nombres arcaicos, en tenderetes improvisados a veces por carpinteros municipales. Salga el diestro sabiendo que se juega la vida. Igual da una fiesta patronal que la Monumental de 20.000 almas. Que las astas son puñales y aun más agudas en plaza humilde, porque la cogida pierde su pathos heroico, su nobleza, y el torero, si le sonríe la suerte, regresará a casa malcosido en un autobús de línea. No hay plaza pequeña. No hay pase sin peligro. Y los trofeos que corte parecerán menos. Toro es toro. El toro no entiende de plazas.


[Juan Luis Gavala]

T

res fragmentos del vacío Estos textos corresponden a la primera parte (de cuatro) de un libro inÊdito. Ésta consta de siete textos

principales, dos auxiliares y una serpiente

Mapa final del objeto


I

V.

Fíjate si es sepia esta escena si es piel la captura de sus dedos que hasta me he parado a mirarla si es piel la abertura, si es piel, de la pupila igual que hacemos siempre si es piel el lunar con una fotografía antigua si es piel adherida al reguero de sudor Mira si tú te has parado a fijarla. si es piel, mira si es piel Mirarla como se fijan sus labios pero sin la nostalgia del pariente, a sus labios, fijarla, como se percute señalando cada objeto como serán un objetivo como se encuadra la oscuridad en la luz también figura, esta voz, este beso fijarla a los restos deshechos de esta cama


toda nuestra vida. Una arrItmia de gestos, pero con pose, ni siquiera la sonrisa a la hora de articularse como abrazo. Es un flash de vencido un escueto brillo de secreción y mancha mientras recogen sus nombres del suelo. Ella y él y tú, sí, conmigo, mira cómo fijas tus latidos con este silencio compensado a mi respiración silábica directo y final como este punto. El disparo que nos lleva, como mínimo, al cajón más negro junto a los demás fotografías.


V

I.

Las uñas con sus dedos, de las manos y de los pies, todas sus costillas y vértebras, los huesos largos, e incluso el hioides, su esternón, pelvis y el cráneo; sus articulaciones desarticuladas, músculos y tejido graso, los órganos, todo, ahí amontonado al pie del muro como un impulso que ha vuelto a caer. Detrás detrás del muro dicen que se ha visto el resplandor de un manzano verde.


V

II.

Habéis desaparecido como el hijo de la última bomba atómica demasiado rápido demasiado fácil Siete pasos, siete pasos cada uno alejándoos como una leyenda de antiguas espuelas y de polvo. Apostados uno frente al otro ninguno hizo por apartarse, dos balas fueron suficientes para proclamar el vacío. Yo quedé casquillos y tiempo mirando vuestros cuerpos a lo largo


[ECO] disecciono la piel dura [mirando vuestros cuerpos a lo largo] como un horizonte abro planos en este croquis húmedo [abro planos] en este callejón de órganos desparramados templo una lágrima [templo una lágrima] sin salida y dibujo en mis ojos la despedida horrible: arriba una página de piedra, abajo este libro coagulado lleno todo de palabras blancas y delgadas.

Y al fin cae

esta lágrima testigo mudo que borra el crimen


[José Martín Carmona]

E

l infierno

I. “Yo soy mi propio infierno aquí no hay nadie” (Robert Lowell)

El salón a oscuras, plegado como un milagro en el fondo del corazón. El ala de un sombrero oculta un instante la primera estrella en la ventana: una sangre más antigua fluye en la penumbra. Y el ruido de la nevera que pauta esta noche eterna... Ensimismada en su espina,


la lรกmpara imagina, sin embargo, un alma. (Olor de abrigo mojado). : la bombilla es el diablo.

II.

El infierno comienza con un deseo: la moneda que viene de lejos escondida en el soplo del infierno que comienza en el ala desprendida del deseo de ser aire, cuando todo es aire. Mis palabras sostienen el ave la escritura del ave, la noche lloviendo plumas de un invierno a otro invierno hasta hacerse espejo de un mismo vuelo


pero cómo separar lo que es palabra de lo que sólo es vuelo, si ya nada es aire aquí, donde comienza el infierno.

III.

Aquél que, ______ pasos en el cielo Noche, el hilo del equilibrio encontrado en las hojas más altas —rescoldos de luz— tentando, probando en los giros del aroma, del naranjo a la llave del agua goteando en la pileta,


cloc, cloc, cloc, atravesando el sendero de la casa perdido y recobrado, memoria o perfume de otras muertes en forma de viento en las ventanas encendidas de repente para quién ______

IV. La visita del doctor Valle

La noche cerrada como una joya ciega y al fondo mi casa. Cuántas nubes habrán pasado sobre mi casa y yo no encuentro mi sombrero. Alada compañía, inminente la respuesta a tanto misterio.


Pálida luminiscencia de la vajilla en su aparador: Aún sé dónde estoy Sigo sentado mientras alguien sopesa mi corazón en el mercado de las sombras Sus pies son muy blancos y tan pequeños como vistos desde la copa de un árbol. Soy muy mayor ya y quiero morir con mi sombrero, doctor. Busque en mis ojos a mi mujer Ella sabe encontrar mis cosas. Mi lengua vuela Mi alma vuela en el anverso de las hojas muertas y sin embargo ha vuelto el dolor, el dolor, qué haremos con el dolor.


V.

La lectura empieza a las 10 Su boca helada entre nubes desde otra vida brilla el ojo Noche Arcángel del oído en su Paraíso La palabra Horizonte y la palabra Lluvia como una estrella sigue a otra estrella ..... pero Dime, si el sabor de la muerte asciende ya en el cielo del paladar, Silla por quién es la espera


_________ . _________

Y cada palabra se desdobla en sombra Un hombre nadando fresca la piedra en el verano ardiente Ser siempre agua Reflejo Memoria Un resto de amor como una huella de sal Casi labios A eso vine A eso vine


VI.

Como una estrella sigue a otra estrella la palabra Sol y la palabra Viaje donde se guarda toda esperanza El dolor al encuentro de la risa: la palabra Nadie atravesando el Invierno con una maleta vacía: Memoria, allí está todo como al principio, desposeído Luz tan pequeña para alumbrar un mundo, y sin embargo ________


VII.

Ventana: En el aire negro un último rayo de sol, una moneda de oro entre las hojas: un peine como una lágrima en sus cabellos: Mi mujer, mi corazón furioso recogida en su sueño La cargaré en mis brazos hasta un lugar perdido en la Biblia, sombra y polvo de huesos. Y ella cantará, de vuelta otra vez en casa, como un suave incendio


VIII.

Tintineo de la loza, temblor y desierto de las cosas pequeñas tazas, cucharillas y una mesa larga una mesa larga Mudos comensales de mirada socavada: agua, parpadeo sus miradas son un poco de agua otros sólo oído, tiempo el oído está hecho de tiempo La palabra en común La estrella que divide Comunión del olvido y su larga cola en el salón familiar El primer pensamiento ¿Cuál fue el primer pensamiento? ¿Cuáles sus medidas? ¿Y en qué momento se transformó en hombre o en llama? Y cada quien con su dolor


como la fruta más rara El peso no advertido de los colores en el árbol de hueso Desde lo más alto y secreto del árbol hablamos, como lluvia como sol que incendia un vaso de agua fría y remota en la orilla blanca del mantel Sin frente donde rezar 1000 años la cuerda de Dios en la tormenta A pesar del verano el pan, la Muerte


[Míchel Noguera]

L

lamadas telefónicas

—Hola. —Hola, P. —Oye, no puedo dormir. ¿Me cuentas un cuento? —¿Te has fijado en que «me cuentas un cuento» no nos suena mal? Pero piensa si dijeras «pregúntame una pregunta». —No sé. Bueno, ¿me lo cuentas? —Claro, ahí va uno cortito: te quiero. —Oh, sí, qué gracioso. Me estoy arrepintiendo de haberte llamado. —Vale, vale. ¿Quieres que te cuente El enebro? Tiene asesinatos y canibalismo, como todo buen cuento infantil. —Creo que no tengo el cuerpo para eso ahora. —Te contaré entonces el de Feldespato, el chico de las piedras. —¿Seguro que es un cuento? Parece una gilipollez de las tuyas. —Calla y escucha. Feldespato era hijo de geólogos, de ahí su nombre, pues sus padres decidieron que querían mostrar al mundo no sólo el


amor que había entre ellos, sino también el que sentían hacia las rocas, amor éste tan profundo como el magma. Feldespato creció sano y fuerte y obsesionado con los adoquines de su calle, ya que había heredado la afición de sus padres, aunque con bastante desacierto, pues llevaba una y otra vez a casa un adoquín y preguntaba: ¿Qué es esto? Un adoquín, Feldespato, le contestaban. A lo que él respondía: ¿Un adoquín o feldespato? Y se reía, que no sé si te he dicho que era un poco idiota. —A mí lo que me parece idiota es el cuento. —Si quieres, lo dejo aquí. —No, venga, sigue. —Vale. Feldespato siguió creciendo como se empeñan en hacerlo los niños y pronto entró en la adolescencia. Bueno, pronto no entró, entró al mismo tiempo que los chicos de su edad, pero ya me entiendes. Entonces empezó a relacionarse con chicas, que eran más interesantes que las piedras, aunque parecidas en lo que respecta a sentimientos humanos. Las chicas eran espeleólogas, lo comprendió enseguida, pues se interesaban por cuerpos cavernosos, cosa que le hacía muy feliz. Un día conoció a una chica especial, aunque se dice que todas las que nos gustan lo son, pero ésta ciertamente lo era. Era una chica que acababa de llegar al pueblo, se llamaba Antracita, y entre ambos surgió una pasión incontenible, una pasión que los llevaba a estar todo el santo día encamándose, y es que era natural, que los encantos de Antracita eran evidentes con esos escotes y minifaldas y Feldespato no era de piedra, aunque una parte de su anatomía sí lo parecía cuando Antracita estaba


cerca. Este desenfreno en sus cuerpos juveniles parecía positivo, sobre todo para coleccionar orgasmos, que también eran más interesantes que las rocas que tanto apasionaban a los padres geólogos de Feldespato, pero resultó que éste enfermó de súbito, tan de súbito que falleció de la noche a la mañana, causando una gran consternación en el pueblo, pues Feldespato era querido por todos como buen personaje singular. La que más lloraba era Antracita, aunque algunas personas insidiosas afirmaban que era porque sabía que después de eso le iba a costar volver a tener novio, que los chicos iban a tener miedo de ella, de su vagina insaciable y mortífera. El pobre Feldespato, como buen difunto, fue sepultado bajo una losa del más fino mármol que se podía encontrar, seleccionado por sus padres. Pero fue justo en el funeral cuando se reveló la verdad de lo acontecido. Los padres de Antracita explicaron que en el pasado habían sido bacteriólogos y que en el transcurso de sus experimentos habían resultado infectados por una rara variedad de bacilo, pero que no desarrollaban la enfermedad. Esto les había sucedido estando la madre de Antracita embarazada, por lo que la chica había nacido portadora. Este bacilo, explicaron, pertenecía a la familia del «Bacillus Anthracis», que causa el carbunco, que suena a carbón pero no lo es, también conocido como ántrax. Era por eso que su hija se llamaba Antraxita, que no Antracita, se trataba todo de un error de pronunciación, un error producto de las diferencias culturales entre el pueblo y la ciudad. Esta explicación, lejos de calmar los ánimos, hizo que los asistentes al funeral reaccionaran con violencia y, a pedradas,


mataran a la familia de Antracita-Antraxita, lo que se puede considerar una victoria moral de los geólogos sobre los bacteriólogos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. ¿Oye, sigues ahí? No contesta, pero la oigo respirar rítmicamente. Está dormida. No cuelgo y dejo el teléfono junto a la almohada, por si se despierta en mitad de la noche. Al fin y al cabo, la llamada la paga ella.


D

[Isabel Martín]

el DES_amor “[...] fingir que se es

una persona y el hecho de

serlo sondos cosas distintas [...] Se querían pero no se llevaban bien” Sunset park, Paul Auster

_07 Re-formateo Voy borrando de mi ordenador las carpetas que fuiste dejando. Fotos, trabajos y tu música. La papelera de reciclaje se llena rápido. Lo elimino todo y por si acaso formateo el ordenador, que también se quedó harto de que lo tocaras.


_04 A mi me mueve el aire Los sueños que humedecían mis bragas, ahora dejan mojada mi almohada. Cada mañana la saco a la ventana, a ver si también se lleva el viento tu recuerdo.


_05 Compases Tu disco de rap me lo pongo para amenizar mi visita al baño. Va a compás con los ruidos que salen de mí mientras pienso en tí. Está bueno este disco que te olvidaste, me hace ser creativa.


[Irán Infante]

C

adáver prematuro

Bebí de tus fantasmas el alba prolongada de mis muertes

§

Llevo a cuestas una legión de gritos paralizados entre los dedos

§

Ahuyento el latido de mi vejez con la anorexia de tus venas


y los días arpegios monocromáticos se entierran en mi pulmones-espejos

§

Lame mi rostro los gestos deshabitados

§

Me sangra la soledad atragantada en la piel


[David Ruano]

V

uelta del héroe

Acaba de llegar del largo viaje. La ciudad me espera, se dice, y arranca calle arriba con la esperanza de reconocerse en esos rostros familiares de otras dóciles temporadas junto al cálido abrazo de los suyos. Pero nadie queda. Unos corrieron hacia los campos; otros permanecen ausentes apresando algún posible afán en la punta del horizonte. No acierta lo inminente: su olvidadiza presencia en las casas, en los retratos y las cartas


enviadas a un amigo, la familia, los compañeros de la infancia, su juventud, y ella... Ahora entra en la casa. Junto al descrédito del hombre —aquello que le alcanza del resto del naufragio, tal vez una sombra— el gastado paisaje en la pantalla de los ojos: a lo lejos del angosto pasillo, allí donde termina el espacio íntimo, apenas se vislumbra la luz del eucaliptus. Tienes miedo de asomarte al rosal, descubrir la desolada osamenta del jardín, lo que queda de tu sueño nutrido de desgana. Qué esperabas, si al fin te asusta el verte correteando por la casa en calzoncillos, ocultar a los huéspedes tu desnudo. No te extrañe si te increpo,


si vuelvo sobre ti con estos versos a nublarte el alma y hurgar en las basuras de tu conciencia. Hombres mรกs sabios te lo advirtieron. Nunca podrรกs regresar al hogar. El camino te espera. Es tiempo de salvar el silencio y huir al galope. Nuevos cielos verรกn tus ojos aunque la tormenta te persiga.


E

l paisaje

El paisaje se borra, se está borrando, en él vivían montañas y lagos, una tarde de lluvia y un cielo estrellado. Se borra el paisaje se está borrando, porque nadie lo mira, porque nadie sueña con recuperarlo.


[Concha García Espinal]

M

agnitudes A mi amigo Mario

Las ausencias habitan huecos sórdidos, sobreviven en dignas formas cúbicas, se sientan en el sofá con sus dueños e intentan ocupar todas sus plazas. Las ausencias no son, porque perduran, ajenas al hastío de efemérides, preñadas de catárticos amaños, exentas de las culpas que acusaron. Las ausencias son canjes leoninos de salones usados de trincheras por augustos museos de aguafuertes sin luces de emergencia ni salidas.


Las ausencias vertebran a los hombres y soportan los pecios de los cuerpos. Y al caer, al final, tornarse ausentes.


[Jimena Antoniello Liguera]

R

eflejo

Me ahogo de pensar que te vuelvo la espalda solo porque el tiempo nos puso toque de queda. Me duele la existencia si te pienso distante despuĂŠs de mil aĂąos de miradas mudas. Me voy. Me vuelvo. Me pierdo. Me alejo, de esta ciudad


en la que palpitan tus manos. Me llevo tu sombra. Tu aroma. Me llevo el reflejo despuĂŠs de haberme buscado tanto rato entre los retales felices de tu nombre. Y al final del camino, con la bolsa cargada al hombro y una promesa entre dedos meĂąiques, estaba yo sola en un rincĂłn, esperĂĄndome.





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Publicación abierta y gratuita* de marcado carácter colaborativo y espíritu de difusión cultural y de periodicidad trimestral, en la que diversos autores muestran sus trabajos creativos con el fin de provocar una discusión constructiva en torno al proceso de elaboración, la consecución de efectos y/o fracasos, y a su vez crear un canal de comunicación y un intercambio de influencias multiculturales. Originalmente fue una revista digital de visualización online. Ahora también se puede descargar en formato PDF y se imprime una edición limitada y dedicada,principalmente, a los suscriptores al proyecto. Hoy por hoy no pretende cerrarse a ningún tipo de expresión artística aunque naciera de un embrión marcadamente poético. Estos Cuadernos quieren ir dirigidos a cualquier tipo de lector, avanzado o principiante. No quiere alejarse del receptor, y desea acercarse al lector común no especializado, de ahí que nos vayamos a empeñar desde ahora en depositarlos en zonas de ámbitos no literarios como bares y cafeterías (o plazas públicas), sin olvidarnos -claro está- de las librerías. Las pequeñas librerías.

ISSN 2174-7601 PVP 3€

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