Recoletas salud 1

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RECOLETAL Zamora

Unidad de Otorrinolaringología Dr. Bartual Magro

"NO ME GRITES QUE NO ESTOY SORDO"

LA PRESBIACUSIA

Entra el niño en la habitación del abuelo y grita: “Abuelo, ¡que el teléfono está sonando desde hace rato!” “No me grites, que no estoy sordo. Además, ya le di de comer esta mañana al gato”

E

ste antiguo chiste refleja vivamente lo que es la convivencia con una persona con presbiacusia. La presbiacusia es la sordera de la edad que suele aparecer a partir de los 60 años y que aumenta progresivamente.

Pero, si el abuelo está sordo ¿por qué le molesta que le griten? Pues porque no está sordo “por igual”. Me explico: para valorar la audición se emplea la audiometría que consiste en emitir una serie de sonidos “puros” a un “volumen” determinado. Se utiliza habitualmente en los reconocimientos de salud laboral, en los certificados médicos para la obtención o renovación del permiso de conducir, de caza, etc. Lo normal es que se oigan estos sonidos, a la misma intensidad, por encima de 25 decibelios. A partir de esos decibelios se considera que existe sordera. Si nos tapamos los oídos con un algodón y repetimos la audiometría, observaremos que se necesita más intensidad para oír los sonidos (unos 40 decibelios aproximadamente); pero esta pérdida será simétrica, es decir, que afectará tanto a los sonidos agudos como a los sonidos graves. Sin embargo, en los pacientes con presbiacusia, la sordera afecta en mucha mayor medida a los sonidos agudos que a los sonidos graves. Cuando hablamos, emitimos tanto sonidos graves como agudos así que, si aumentamos el tono de voz, el abuelo logrará oír los agudos, pero le molestaran los tonos graves. Esto, entre otras cosas, hace que nuestras personas mayores discriminen peor las palabras, es decir “oyen, pero no entienden”. La demostración se puede realizar sencillamente en casa si disponen de un reproductor de audio con ecualizador; pongan una canción, aumenten al máximo los tonos graves (los bajos) y disminuyan al mínimo los agudos e intenten entender la letra. ¿Y cual es el remedio? Hombre, el remedio ideal es dejar de cumplir años, o mejor descumplirlos; pero dado que el estado actual de la ciencia no lo permite, la única solución es el consabido audífono. Esto nos lleva al segundo de nuestros chistes:

- Hola Pepe, ¿Cómo estás? Te veo contento - Pues muy bien. Me he puesto un audífono y, chico, fenomenal. Oigo el teléfono, el canto de los pajaritos, el ruido de las olas del mar… - ¿Y cuánto te ha costado? - Ayer por la mañana Esto también es relativamente frecuente: Pepe, bien porque el audífono está mal adaptado o bien porque discrimina muy poco, sigue sin entender las palabras; sube el volumen, le molestan los ruidos, el audífono pita y, al final, el aparatito acaba en la fosa común de los audífonos: el cajón de la mesilla. ¿Y cómo sé si el audífono funcionará? Pues para poder “predecir” si el audífono va a dar resultado se utiliza una audiometría especial, la logoaudiometría. Mientras que en la audiometría normal se utilizan tonos puros, en la logoaudiometría se utilizan palabras que el paciente debe repetir. Una persona con audición normal entenderá (y repetirá) el 100% de las palabras por encima de 25 decibelios. En muchos tipos de sordera basta con aumentar el “volumen” (a 40 o a 50 decibelios por ejemplo) para que se logre entender el 100% de las palabras. Pero hay pacientes que nunca logran llegar a ese 100% (entre otros algunos presbiacúsicos) e, incluso, a medida que aumentamos el “volumen” cada vez entienden menos palabras. Con esta técnica podremos decirle al paciente si el audífono le va a resultar efectivo en un 80% o en un 60%. Obviamente, si el paciente nunca logra entender más del 25% de las palabras, lo mismo prefiere gastarse el dinero del audífono en un crucero por el Caribe; no es que vaya a oír más, pero seguro que lo pasa mejor. RECOLETAS GRUPO HOSPITALARIO I 23


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