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¿Público para quién? La performatividad de los límites en el espacio público



¿Público para quién? La performatividad de los límites en el espacio público Astrid Helena Petzold Rodríguez


D.R. © 2021 Fundación Universidad de las Américas, Puebla Ex hacienda Santa Catarina Mártir, C. P. 72810 San Andrés Cholula, Puebla, México. Tel.: +52 (222) 229 21 09 • www.udlap.mx • editorial.udlap@udlap.mx Primera edición impresa: octubre 2017 isbn 978-607-7690-54-2 Diseño: Nicias Sejas García Versión en PDF para difusión: abril de 2021

Queda prohibida la reproducción, parcial o total, por cualquier medio del contenido de la presente obra, sin contar con autorización por escrito de los titulares de los derechos de autor. El contenido de este libro, así como su estilo y las opiniones expresadas en él, son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la opinión de la udlap. Publicación electrónica.


directorio udlap Luis Ernesto Derbez Bautista Rector Cecilia Anaya Berríos Vicerrectora académica Martín Alejandro Serrano Meneses Decano de Investigación y Posgrado Luis Ricardo Hernández Molina Director de Investigación y Posgrado Martha Laura Ramírez Decana de la Escuela de Artes y Humanidades Mayra Ortiz Prida Directora general de la Oficina de Rectoría Izraim Marrufo Fernández Director de Comunicación



Índice

Prólogo / 9 Introducción / 15

1 Las múltiples caras de lo público / 25 Del espacio público concebido al espacio público practicado / 25 Habitar y prácticas, apropiación y usos / 41

2 La situación de lo público / 51 La construcción de lo público en Venezuela / 51 Maracaibo y su espacio público urbano / 58 El espacio público como espacio político en Venezuela / 73

3 El lugar de lo público / 79 Plaza de la República: análisis de las características físico-espaciales y de inserción urbana / 82 Parque Vereda del Lago: análisis de las características físico-espaciales y de inserción urbana / 101


4 La percepción de lo público:

modos de ver, pensar y hacer / 117 El mirar y el andar como condición de lo público / 119 Reglas que cohabitan en el espacio público / 139 Coreografías del lugar / 167 La imagen de lo público / 177

5 El tiempo en la significación de lo público / 195 El tiempo y lo público en la Plaza de la República / 196 El tiempo y lo público en el Parque Vereda del Lago / 204

6 Develando los límites de lo público / 215 Aproximación a los límites de lo público en Maracaibo / 216 La performatividad de los límites del espacio público / 221 Hacia otra mirada del espacio público / 224

Anexo I / 227 Referencias bibliográficas / 234 Semblanza de la autora / 246


PRÓLOGO La práctica profesional extendida en el diseño de la espacialidad pública en nuestras ciudades sigue caracterizándose por un predominio de la dimensión físico-espacial (diseño del espacio físico y su inserción urbana) sobre cualquier otra dimensión. El rol acrecentado de la intervención de arquitectos y diseñadores urbanos en la definición y redefinición de los espacios públicos urbanos históricos, modernos y contemporáneos, contribuye a enfatizar el predominio de esa dimensión en la práctica formal, que puede traducirse en ejercicios formales tan innovadores como mediáticos, a veces hiper-diseñados, pero donde la preocupación por otras dimensiones puede ser superficial o simplemente ignorada, lo que puede llevar a crear divergencias de percepción sobre su calidad entre el mundo profesional del diseño y el público para quien finalmente fue diseñada la obra. Sin embargo, en la definición de la espacialidad pública, en asentamientos populares, esta dimensión suele pasar a un segundo plano, predominando otras dimensiones como la socio-espacial, relacionada, entre otras, con las prácticas de apropiación y de uso singulares de las comunidades involucradas, y la simbólica, relacionada con la identidad y sentido del lugar que las mismas posean. Tanto en la primera de las prácticas, la profesional, como en la segunda, la espontánea o comunitaria, la definición del carácter público de los espacios urbanos puede quedar en entredicho, por ser potencialmente excluyentes, por omisión voluntaria o involuntaria del otro.

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La contribución que Astrid Petzold hace respecto a las dos versiones antes esquematizadas, relacionadas con la práctica del diseño de la espacialidad pública en el medio urbano, consiste en identificar una dinámica mucho más compleja, inmersa en ambas prácticas, que va más allá de las diferencias entre esas aproximaciones y que establece temas comunes en el diseño en relación con variables múltiples que frecuentemente no son consideradas integralmente en las prácticas de diseño del espacio público urbano. Petzold aborda los límites de lo público en dichos espacios urbanos, cuestionando su carácter público. Para ello, establece las dimensiones de análisis precisando para cada una de ellas su concepto y definición, así como múltiples variables e indicadores que permiten diluir en buena medida la distinción de ambas prácticas, para develar qué es lo público, sus características, así como sus límites, y precisar a su vez la performatividad de los límites del espacio público. Resulta igualmente interesante el planteamiento subyacente en su propuesta analítica al reconocer que las situaciones coyunturales inciden sobre las estructurales, y que las prácticas de apropiación y uso del espacio ejercidas por distintos grupos socio-económicos, etarios y de género, que se pudieran generalizar en un contexto, por ejemplo, latinoamericano, terminan por verse afectadas espacialmente o en la temporalidad, por la situación política-económica y social particular a una sociedad determinada, o coyuntural del momento. Por ello, la autora añade que la condición de ciudadano en un contexto socio-urbanístico fragmentado —socio-espacialidad—, desigual y apoyado en una movilidad dominada por la prioridad del automóvil sobre el peatón y el transporte público, que termina por caracterizar la vida y el medio urbano en un contexto nacional o regional, y a la vez en un contexto socio-político caracterizado por la violencia, la inestabilidad y la polarización ideologizada de la política —socio-temporalidad—, como es el caso de la sociedad venezolana en el presente siglo, en la que se inscriben los dos casos de análisis de la autora, terminan por influir de manera decisiva en las situaciones observadas en los espacios públicos en el cruce multidimensional que nos plantea Petzold. Esto es:

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las diferencias que puedan observarse en términos socio-espaciales y simbólicos entre la apropiación y usos de espacios públicos urbanos, de identidad o sentido del lugar, en distintos países o regiones, no son sólo producto de las diferencias socio-culturales e históricas existentes entre ellos, que derivan por lo general del pasado, sino que éstas pueden verse afectadas, y sensiblemente, por el presente diferenciador de realidades. Otro elemento muy interesante, que a mi modesto juicio no he tenido la oportunidad de encontrar en los textos que he leído sobre la materia y que introduce la autora, es el de la escala del espacio, y cómo ésta, para un mismo grupo socio-económico, etario o de género, termina de modificar su manera de apropiación y de uso, y su percepción de la identidad y sentido del lugar. Esto es, la escala no es un elemento únicamente físico-dimensional sino que tiene impactos socio-políticos y simbólicos en la performatividad de los espacios públicos urbanos. Esta aproximación integral de Petzold a la consideración de lo público en la práctica del diseño de los espacios públicos urbanos, tanto con sus consideraciones multidimensionales, que conlleva una variada incorporación disciplinar, la consideración de los contextos socio-urbanísticos y socio-políticos que califican la sociedad y el medio urbano de inserción de los espacios públicos, así como su escala terminan por afectar la cualidad performativa de éstos, definida por la autora como «la capacidad de transformarse un lugar a partir de las acciones y de los acontecimientos que tienen lugar en él» y que yo extendería, fruto de la lectura de su trabajo, a las acciones y acontecimientos que tienen lugar también en el contexto, local, regional, nacional y más allá, lleva a afirmar a la autora que «el significado de lo “qué es púbico y para quién es público” un lugar, se reescribe constantemente, en espacio y tiempo». Como académico y practicante, la obra de Petzold enriquece el tema del diseño de la espacialidad pública en el medio urbano a la vez que lo complejiza, pues reclama, y este reclamo no es nuevo, de la participación amplia de especialistas de disciplinas convergentes con esta temática, tanto en la práctica profesional como popular, lo que

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requiere métodos y coordinaciones complejas multidisciplinaress y transdisciplinares. Y es precisamente esta mutabilidad de la lectura —la variante performatividad de los límites de lo público—, que si bien puede surgir de una aproximación convergente, puede también terminar por conllevar a un diseño que puede parecer divergente a la lectura de algunos de los participantes en un proceso de diseño incluyente, aunque sin duda esta divergencia debe ser menor que en los procesos de diseño caracterizados por la perseverante ausencia de esos actores, observable mayormente en la práctica pasada y aún en la presente.

Francisco Mustieles Granell

Francisco Mustieles Granell Profesor Titular del Departamento de Arquitectura de la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad de las Américas Puebla; profesor emérito de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela; director y miembro fundador de nmd nomadas, oficina de arquitectura, urbanismo y paisaje. Combina activamente la labor académica con la profesional en el campo del diseño de espacios públicos urbanos.

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INTRODUCCIÓN «Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde…»

Calvino, 29 Este libro se ocupa del carácter público del espacio público, relacionado con la existencia de límites tangibles e intangibles para la apropiación y uso del espacio por parte de todos los grupos sociales. Se aborda desde un enfoque urbano-arquitectónico en diálogo con las ciencias sociales, para comprender las modalidades de apropiación y de uso de las personas en el lugar; el cómo y el por qué lo usan de una determinada manera y cómo la apropiación y uso de éstos construye su significado. El modo en cómo vemos las cosas, la realidad, se ve condicionado por lo que sabemos, conocemos y cómo vivimos el espacio urbano, siendo en mi caso personal, desde mi formación como arquitecta y en estudios urbanos.

Lo conceptual En las últimas décadas se comienza a abordar el diseño y la planifica­ ción del espacio público de manera distinta, por los fenómenos de reurbanización (renovación y/o rehabilitación de un sector urbano) y privatización de las ciudades (conjuntos cerrados, calles enrejadas, malls), en paralelo con la expansión territorial de éstas. Asimismo, el aumento de la violencia, inseguridad, desigualdad social y cultural, y el creciente temor al otro, llevan a una redefinición de los escenarios de la vida pública.

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Lo anterior evidencia, por un lado, que conceptualizar el espacio público resulta una tarea compleja puesto que el mismo se resignifica constantemente y se puede analizar integral y sectorialmente desde distintas perspectivas (física, urbana, social, política, cultural, jurídica, antropológica, entre otras); y por el otro, manifiesta la importancia que ha ido adquiriendo en el ámbito académico, cultural, social y político el estudio del espacio público y su papel en la construcción de la ciudad y de la ciudadanía. Aquí el espacio público se entiende por un lado, en términos espacio-materiales, como un hecho físico concreto, «la entidad material y concreta donde se desenvuelve lo colectivo es decir, la vida y la actividad urbana» (Marcano, 40). «Como espacio creado […] para hacer referencia, en primer lugar, a la recuperación de esa dimensión colectiva, común y general de lo público […] . Lo que es de uso común, “acce­ sible” para todos, abierto, en contraposición con lo “cerrado”, que se sustrae a la disposición de los otros […] » (Rabotnikoff, 15, 30). Y por otro lado, en términos socio-espaciales, como «espacio de todos, donde converge la diferencia, donde unos y otros aprenden a vivir juntos y a compartir valores tales como el respecto, la solidaridad y la tolerancia» (Ramírez, 44). Ahora bien, puede advertirse que quizás «[…] no hay un único entorno físico que represente el espacio democrático. Como la esfera pública burguesa idealizada por Habermas, los espacios físicos a menudo idealizados por los arquitectos —el ágora, el foro, la piazza— se constituían por exclusión» (Crawford, 17). El espacio público en el mundo occidental, se inicia con el origen del ágora, del griego ἀγορά, «asamblea», de ἀγείρω, «reunir». Su propia significación habla de la necesidad en la sociedad griega del surgimiento de un lugar abierto que permitiera el intercambio, la conversación, el debate de ideas y, en consecuencia, expresara ese espíritu democrático, que evidencia el reconocimiento de los griegos de la otredad, de la existencia del otro. En este sentido, el surgimiento del espacio público en Grecia, supone, tanto la constitución de un espacio abierto, como hecho físico, y de un espacio inmaterial de intercambio y debates de ideas. Por tanto,

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elespaciopúblico,devieneespaciodelapolítica,delgriegoπολιτικος(pronunciación figurada: politikós, «ciudadano», «civil», «relativo al ordenamiento de la ciudad») y, en este sentido, espacio del ejercicio del poder vinculado a la búsqueda del bien común del pueblo o a la resolución de conflictos de interés entre dos o más grupos sociales. Sin embargo, en esta esfera pública de Habermas, así como en el ágora de los griegos, existen límites que excluyen de la vida política y del ejercicio de los derechos políticos a aquellos habitantes no considerados ciudadanos. Si pensamos en el espacio público-político, lo que entra en juego es quiénes y cómo forman parte de ese espacio de lo público y quiénes y cómo son excluidos. La línea de problemas hacia la ubicación histórica de los límites de ese espacio público (quiénes eran ciudadanos y quiénes no, grados de participación, niveles de reconocimiento), y, de manera más central, hacia las formas en que las distintas concepciones del espacio público, reconocen también fronteras y compuertas de acceso y exclusión (Rabotnikof, 19). Lo anterior es fundamental para comprender la significación y la resignificación que al espacio público le otorgan los diferentes grupos sociales mediante sus prácticas de apropiación y de uso, y de acuerdo al nivel de participación que tengan en la vida urbana. Por otra parte, el incremento de la ecología del miedo (Davis, 1992, 2001), en el espacio urbano de las ciudades latinoamericanas, ha acentuado el repliegue hacia el espacio privado, con la consecuente debilitación de las interacciones sociales en el espacio público, trans­ formándolo en un espacio de miedo, de temor y de inseguridad, favo­ reciendo la aparición de nuevos escenarios para el encuentro y la inte­ racción pero en ambientes vigilados y controlados. Son los llamados espacios pseudo-públicos (conjuntos cerrados, calles enrejadas, centros comerciales) a los cuales Edward Soja (56) cuestiona fuertemente al decir que, «... aparecen no sólo como un ino-

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cente cambio en el paisaje urbano, sino además como un factor importante en la transformación de nuestras interacciones sociales y la tradición liberal moderna sobre cómo interpretar dicha interacción». El miedo y el habla del crimen «[…] organizan el paisaje urbano y el espacio público, moldeando el escenario para las interacciones sociales que adquieren nuevo sentido en una ciudad que progresivamente se va cercando con muros» (Caldeira, 33). Es así como, «[…] en muchas ciudades […] latinoamericanas es evidente que la debilidad reguladora [del Estado] no aumenta la libertad sino la inseguridad y la injusticia» (García Canclini, 5), lo que ha contribuido a la erosión del carácter público del espacio público, llegando a configurarse, en algunos casos, en un espacio de exclusión, pero una exclusión que se disfraza de inclusión. En este sentido, más allá de los dispositivos propios del diseño urbano para favorecer la accesibilidad a diversas discapacidades, de la provisión de espacios sombreados para temperar el rigor climático, del tratamiento y equipamiento adecuado para el desempeño de actividades varias en el espacio público, de mejorar las condiciones de seguridad pública y de los servicios disponibles, siguen existiendo situaciones al interior de estos espacios y en la posición relativa de los mismos a nivel urbano, que merman su carácter público, entendido como «... la pluralidad de perspectivas y situaciones que simultáneamente definen la realidad de lo “público” como mundo común que reúne a todos, pero quienes habitan en él ocupan y representan posiciones distintas» (Ramírez, 36). El análisis se realiza en la ciudad de Maracaibo (2.2 millones de habitantes, 2015), Venezuela, segunda ciudad del país y la ciudad petro­lera más impor­tante del país. Su crecimiento urbano es resultado de un proceso extendido de invasiones, donde el 65% de la superficie urbana se ha desarrollado así. En esta ciudad, así como en el resto de las ciudades del país, existe una crisis social, política y económica que se manifiesta en su espacio público urbano, y es dentro de este contexto que se consideró valiosa la realización de este estudio. Para ello se seleccionaron dos espacios públicos de la ciudad: Plaza de la República y Parque Vereda del Lago,

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los cuales poseen características comunes; abiertos, recreacionales y deportivos, y diferencias en cuanto a historia, simbología, escala, diseño e inserción urbana, lo que permite tener una variedad de significaciones en torno al espacio público. Todo esto, con la intención de evidenciar la importancia de estos aspectos en el estudio de lo público. Se destacan dos ejes analíticos: 1. Siguen prevaleciendo los métodos de planeación, diseño y organización del espacio público con una óptica que tiende a ver de manera separada tres dimensiones que van articuladas: a) la físico-territorial (diseño del espacio físico y su inserción urbana), b) la socio-espacial (prácticas de apropiación y uso de las personas en el espacio), y c) la simbólica (identidad y sentido del lugar). 2. La condición de ciudadano en un contexto socio-urbanístico (fragmentado, desigual y con una alta prioridad del automóvil sobre el peatón) y socio-político (violencia e inestabilidad y polarización política) como el de las ciudades venezolanas, influye en las situaciones que surgen en los espacios públicos. En virtud de lo anterior, se aborda el estudio del espacio público desde dos dimensiones de análisis: la físico-territorial (como hecho físico y territorial) y la socio-espacial (como lugar social y simbólico). Estas dos dimensiones son cruzadas transversalmente por la dimensión simbólica. Asimismo, cabe señalar que el individuo-usuario, como sujeto de prácticas, cruza transversalmente estas dimensiones. En tal sentido, se analizan las situaciones que surgen de la interacción entre el diseño del espacio público, su inserción urbana y las prácticas de apropiación y de uso de las personas en él, según la edad, el género y el nivel socio-económico. Esto permite, por un lado, explicar cómo las cualidades físico-espaciales del espacio público y su ubicación en la ciudad, establecen límites (tangibles e intangibles) para su apropiación y uso, y por el otro, determinar en qué medida son los usos y las prácticas los que establecen el carácter público de un lugar,

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es decir, crean escenarios que integran, disuaden y/o excluyen del espacio público. De este objetivo surgen algunas interrogantes: • ¿En qué medida el diseño y la inserción urbana de un espacio público favorecen la apropiación y el uso del espacio a ciertos grupos sociales según la edad, el género y el nivel socio-económico? • ¿Cómo los usos y las prácticas de los usuarios en un espacio público pueden integrar, disuadir y excluir a otros? • ¿Cómo la imagen que las personas poseen de un espacio público está relacionada con las cualidades físico-espaciales del lugar y con las prácticas de apropiación y de uso de las personas en él? • ¿Cómo se relaciona el tiempo en la explicación de las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el espacio público? En esta línea de discusión, la hipótesis plantea que el significado de qué es lo público, para quién es público y qué hace público un lugar, se modifica temporal y espacialmente, dando como resultado un conjunto de cartografías perceptivas, que revelan los modos de ver, pensar y hacer lo público de los diferentes grupos sociales, los cuales se superponen en un mismo espacio físico. En consecuencia, se producen situaciones que integran, disuaden y excluyen del espacio público al otro, pero sin comunicar abiertamente la tensión y el conflicto. En el caso de la ciudad de Maracaibo, propósito de este estudio, lo público se construye de manera distinta y diferenciada. En el Parque Vereda del Lago, las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el espacio público están determinadas por el diseño del espacio y la manera en como éste se inserta en la estructura urbana de la ciudad; mientras que en la Plaza de la República, el significado que las personas poseen del espacio público está relacionado con sus prácticas cotidianas. En consecuencia, los límites de lo público en Maracaibo se redefinen, permanentemente, a partir de cómo la gente usa el espacio público, se apropia de él y lo significa.

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Se utiliza la observación como método de análisis del espacio público, puesto que, el cuestionamiento de la realidad, lo visible y lo cotidiano, se logra mediante una percepción consciente del espacio urbano de las personas, objetos y la relación entre ellos (Petzold, 2012). Es así como «al observar con detenimiento sus calles, sus edificaciones, sus colores, su iluminación, sus parques, la manera como la gente se desplaza, usa el espacio, se viste según la hora del día, podemos comprender muchas de las características de la ciudad» (Piccinato, 3). Ya en la década de los 60, Jane Jacobs (40) así lo señalaba al decir: «El camino que conduce a dilucidar […] el comportamiento de las ciudades […] comienza, observando atentamente, con las mínimas expectativas posibles, las escenas más cotidianas, los acontecimientos más corrientes, e intentando ver qué significan y si entre ellos afloran las hebras de un principio». En este sentido, se aborda desde el terreno el análisis de las prácticas para descubrir las distintas maneras de hacer y utilizar el espacio y evidenciar los modos en que estas prácticas subvierten el diseño del espacio. Asimismo, se busca revelar los conflictos que suceden en el espacio, al transgredirse las normas del espacio público mencionadas por los usuarios y que se encuentran implícitas en el significado que éstos le otorgan al lugar. En concordancia con lo anterior, se utilizan diversas técnicas para la obtención de la información y el análisis del espacio público, a saber: observación directa, entrevista semiestructurada y dibujo (imágenes). Es importante señalar que este libro es fruto de la tesis doctoral desarrollada en el Doctorado de Urbanismo de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), el cual fue realizado gracias a una beca otorgada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (conacyt) del Gobierno de México, y al apoyo de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia en Maracaibo, Venezuela, en la realización del trabajo en campo. El libro está estructurado en seis capítulos: En el primer capítulo «Las múltiples caras de lo público» se dis­ cuten los enfoques conceptuales del espacio público que guiaron la investigación, y se reflexiona sobre los conceptos de prácticas, apro­

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piación y uso, que permiten abordar el análisis de las distintas maneras de pensar, hacer y utilizar el espacio vinculadas al diseño de lo público. El segundo capítulo «La situación de lo público en Venezuela», aborda brevemente cómo fue la construcción de lo público urbano en Venezuela, se explican las condiciones urbanas y sociales en que se produjo el crecimiento urbano de las ciudades venezolanas, para posteriormente explicar la realidad urbana de Maracaibo, ciudad donde se realiza la investigación, y en un tercer punto se reflexiona sobre el uso político del espacio público en Venezuela dada la realidad actual del país. El tercer capítulo «El lugar de lo público» presenta el análisis de las características físico-espaciales y de inserción urbana de los dos espacios públicos seleccionados: Plaza de la República y Parque Vereda del Lago, pues se considera importante al estudiar las interacciones en el espacio público, observar las características del lugar donde estas interacciones ocurren. En el cuarto capítulo «La percepción de lo público: modos de ver, pensar y hacer» se discute el tema de la percepción como herramienta en el análisis de lo público, siendo fundamental para comprender que existen distintos modos de lectura del espacio público, puesto que el espacio adquiere la connotación de público, mediante un lenguaje formal materializado en el diseño del espacio y la forma de los elementos en él, y a través de las prácticas y comportamientos de las personas. El quinto capítulo «El tiempo en la significación de lo público», reflexiona sobre la relación del tiempo en la explicación de las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el espacio público. Interesa evidenciar los cambios en la percepción del espacio público vinculados a la experiencia (personas, acontecimientos, situaciones, actividades y usos) que van denotando su carácter y significado. Finalmente, en el sexto capítulo «Develando los límites de lo público» se precisa en el significado de lo público: ¿qué hace público un lugar?, y ¿para quién es público ese lugar?; en definitiva se intenta responder, ¿qué es el espacio público desde las prácticas de apropiación y uso de las personas?, no siempre coincidentes, lo que permite develar los límites que habitan en el espacio público.

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Las múltiples caras de lo público «Yo soy exactamente lo que ves —dice la máscara— y todo lo que temes detrás»

Canetti, 394 En este capítulo se reflexiona sobre los enfoques teóricos-conceptuales del espacio público que guían el estudio, así como, sobre los conceptos prácticas, apropiación y uso del espacio, que permiten abordar el análisis de las distintas maneras de hacer y utilizar el espacio vinculadas al diseño del espacio público.

Del espacio público concebido al espacio público practicado Algunos autores (Jacobs, 1961; Sennett, 1975, 1977, 1991 y 1997; Sassen, 2001; Sorkin, 2004; Davis, 1992, 2001, 2004) han abordado el análisis del espacio público desde una visión crítica, proclamando el fin del espacio público y su rendición ante el espacio mall y similares ofertas privadas; otros autores con enfoques diferentes y convergentes (Borja, 1998, 2000, 2003, 2009; Borja y Muxí, 2000; Ramírez, 2003, 2009, 2014; Ziccardi, 2009; Carrión, 2007), hablan de la necesidad de una redefinición, de una reconceptualización del espacio público, y otros (Soja, 1996 y Crawford, 2001, 2004), del surgimiento de un tercer espacio. Entre tanto, otros autores como Caldeira (2000) «contrastan la ciudad actual con un pasado mítico en el cual las características propias del espacio público —multiplicidad de usos y encuentro social— no

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sólo se desarrollaban, sino además estaban en constante expansión» (Salcedo, 6). Sin embargo, ¿se puede afirmar que el espacio público, como escenario del encuentro social, existió alguna vez? No será que se anhela un espacio público que nunca existió. Al respecto Rabotnikof (13) plantea: ¿Hubo, hay o puede haber un lugar donde lo común y lo general coincidan con lo manifiesto, y que al mismo tiempo se accesible para todos? […] El conflicto real o potencial con los derechos individuales y la existencia de una pluralidad de formas de vida hacen [que el espacio de lo público sea] algo que hay que construir, no como algo dado. Las reflexiones, discusiones e investigaciones, en torno al espacio público, han estado divididas entre «…visiones que enfatizan una suerte de sobredeterminación del espacio físico y de la infraestructura sobre las modalidades de uso y de los usuarios, hasta concepciones más centradas en explicaciones culturalistas y subjetivistas» (Makowski, 91). Las perspectivas urbano-arquitectónicas, centran su interés en la construcción de un entorno urbano confortable, con valor estético y donde la naturaleza esté presente. Se busca que el espacio permita, tanto la realización de actividades que impliquen movimiento (recreativas, de desplazamiento), como actividades pasivas (contemplación, descanso). Se le otorga un alto valor a las características físico-espaciales como elementos que condicionan las prácticas sociales y establecen un orden. Por su parte, las perspectivas culturales le confieren a los espacios públicos elementos de carácter simbólico e imaginario articulados a su dimensión física. Dentro de estas perspectivas, las modalidades de apropiación y uso de los espacios públicos, se relacionan «[…] con los “habitus y background” socioculturales de grupos e individuos usuarios, con la historia y los significados socialmente construidos en torno a los lugares públicos» (Makowski, 92).

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Por consiguiente, tanto los elementos urbano-arquitectónicos, como los elementos de carácter simbólico e imaginario, relacionados con la cultura de los grupos sociales, se constituyen en determinantes de las prácticas de apropiación y uso de los espacios públicos, las cuales, por un lado, pueden favorecer potencialmente la integración social y el encuentro, lo que se traduce en el fortalecimiento de la cohesión social; y por el otro, pueden debilitar las relaciones sociales, disuadiendo y excluyendo a ciertos grupos sociales e individuos de los espacios públicos, negando así « […] las cualidades potenciales que teóricamente permiten definir al espacio público como espacio de todos» (Ramírez, 45). A continuación se presentan tres perspectivas teóricas que engloban modos de ver y pensar el espacio público, que permiten orientar y abordar el estudio del espacio público desde un enfoque transdisciplinario.

Hecho físico y formal vinculado a la ciudad «El entorno construido es un medio primario para las técnicas de establecimiento, legitimación y reproducción de una determinada mirada, de una ideología que organiza cualquier estructura social o vital…»

Cortés, 9 El espacio público como hecho físico es considerado «[…] la entidad material y concreta donde se desenvuelve lo colectivo, es decir, la vida y la actividad urbana» (Marcano, 40). También como hecho formal, posee cualidades específicas relacionadas con su carácter público, que remiten necesariamente a la expresión formal de dicho carácter. Esto se evidencia en definiciones donde se considera a los espacios públicos «[…] espacios abiertos y accesibles a todo el mundo, espacios donde todos pueden ir y circular, en contraste con los espacios privados, donde el acceso es controlado y restringido» (Chelkooff, Thibaud, 1992-1993, apud Ortiz, 68). Estas cualidades aluden inmediatamente a elementos tangibles en el espacio, como la ausencia de cercas, bardas, muros y puertas de acceso en estos espacios.

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Asimismo, al referirnos al espacio público como hecho formal, lo relacionamos con las cualidades que debe tener dicha forma, tales como la legibilidad y la significación de la misma, ya que la forma posee un valor social atribuido. En tal sentido, «urbanizar y arquitecturizar un espacio público coinciden en que son dos formas de texturizarlo, es decir, lograr no sólo una determinada funcionalidad, sino sobre todo legibilidad, capacidad de transmitir —es decir imponer— unas determinadas instrucciones sobre cómo usarlo y cómo interpretarlo» (Delgado, 19). En este sentido, los espacios públicos, a través de sus cualidades formales, transmiten no sólo una seguridad objetiva (la que se constata) sino también, y quizás la más importante, dada la realidad urbana de nuestras ciudades latinoamericanas, una seguridad subjetiva (la que se percibe), y son «[…] sus auténticas propiedades físicas las que tranquilizan algunos de nuestros miedos más profundos» (Boddy, 161). Es así como algunas definiciones para expresar el carácter público de un espacio, se sirven de enunciar las principales características físicas y espaciales que posee o debe poseer éste. Los espacios públicos «[…] tienen en común el hecho de ser abiertos y accesibles, contar con cierta disponibilidad de infraestructura y permitir la realización de actividades individuales o grupales […] . Son espacios para la permanencia (estar, admirar y pasear), [y] para la visibilidad de las diferencias» (Makowski, 91). En relación con lo anterior, no se mencionan las cualidades formales de estas características físicas, por lo que vale preguntarse, ¿cómo se expresa formalmente un espacio abierto y accesible? ¿a quién va dirigida la infraestructura con la cual debe contar y cuáles son las características de ésta?, ¿formalmente, cómo son los espacios para la permanencia? Al respecto Borja y Muxi (28) realizan ciertas recomendaciones ya directamente referidas al diseño del espacio público, dándole importancia a éste como hecho formal, como son: «[…] la continuidad en el espacio urbano y la facultad ordenadora del mismo, la generosidad de sus formas, de su diseño y de sus materiales y la adaptabilidad a usos diversos a través del tiempo».

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Las cualidades formales en un espacio público son fundamentales, ya que las estrategias de diseño que se utilicen, en muchos casos, pueden permitir y promover la inclusión, pero también, y no en menor medida, disuadir y excluir. Con relación a esto Sennett (26) señala que «los arquitectos se ven obligados a trabajar con ideas contemporáneas acerca de la vida pública, y de la necesidad expresan códigos y hacen que éstos sean manifiestos a los demás». Es por esta razón que las ideas sobre cómo debe ser el espacio público o un espacio público ideal, muchas veces, se establecen a través de elementos formales que expresan códigos y significados no compartidos por todos los grupos sociales e individuos, convirtiéndolo en un espacio que disuade y excluye. Por otra parte, se debe recordar que ningún espacio público como hecho físico y formal está desligado de la ciudad, en tanto que, «[…] el espacio público no existe si no es en relación con la ciudad operando como un sistema» (Carrión, 83). Entonces, si la ciudad es espacio públi­co, «¿qué es la ciudad? Un lugar con mucha gente. Un espacio público, abierto y protegido. Un lugar, es decir un hecho material productor de sentido. Una concentración de puntos de encuentros» (Borja y Muxí, 13). Lo anterior habla de las características de una ciudad ideal, de un espacio público ideal, esto es, un lugar que se percibe seguro, abierto a todo y a todos, donde lo excepcional es el sentimiento de miedo al otro, la violencia y la inseguridad. Sin embargo, esto no siempre es así, la ciudad como espacio público, se percibe como un lugar amenazador del cual hay que protegerse, legitimándose acciones que fragmentan, segregan, excluyen y estigmatizan a ciertos grupos sociales; el espacio de la ciudad se convierte en un espacio cercado, con muros ciegos y cámaras de seguridad: el peligro está afuera. En consecuencia, el espacio urbano como espacio fundamental donde se llevan a cabo las actividades sociales, desaparece, puesto que este tipo de actividades «[…] dependen de la presencia de otras personas en los espacios públicos […] [Y] el carácter de las actividades sociales varía dependiendo del contexto en el que se realizan» (Gehl, 19). Si el contexto es de poca calidad habrá un mínimo de actividades necesarias. Por lo tanto, una ciudad, un espacio público, no debe ser concebido sólo como un hecho material, sino también como el lugar para

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la sociabilidad y el conflicto, ya que, al no favorecer potencialmente el encuentro y la negociación, se vacía de personas y de contenido. En tal sentido, es fundamental fortalecer el papel de los espacios públicos, «[…] de fomentar la creación de enclaves urbanos en los que la convivialidad, la vitalidad urbana y las relaciones de proximidad puedan tener lugar» (Valenzuela, 60). Los espacios públicos son de importancia capital para la ciudad al abrigar la «[…] capacidad para aliviar el sentido de desarraigo, separación e incluso relegación de algunos ciudadanos para pertenecer y participar en las instituciones políticas de la sociedad» (Valenzuela, 61). Es por esta razón, que los espacios públicos deben considerarse, no sólo como espacios para el desplazamiento, encuentro, recreación, cultura, lucha política y social, sino fundamentalmente como un derecho: el derecho a la inclusión. Para que el espacio público sea aprehendido como un derecho, se debe iniciar por construirlo física, social, cultural y políticamente. Se debe comenzar, entre otras cosas, por cuestionar: […] la tendencia a la privatización del espacio de la ciudad que se expresa en la relación movilidad-centra­ lidad mediante los grandes flujos viales que privilegian el uso del automóvil, los grandes centros comerciales y corporativos y los espacios residenciales cerrados, entre otras intervenciones urbanísticas. Al concebirse como espacios separados del entorno social y urbano del que forman parte, generan exclusión y segregación social (Ramírez, 41). Es en la ciudad, como espacio público, donde la gente aprende a ser ciudadano, a convivir con el otro; donde se construye la historia personal junto con la colectiva; es el lugar donde la naturaleza, lo arquitectónico, la cultura y las prácticas sociales y políticas se encuentran y dialogan, pero la manera en cómo ocurra este diálogo estimulará o suprimirá la comunicación y la integración entre los grupos sociales e individuos.

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«La historia de la ciudad es la de su espacio público…» (Borja y Muxí, 8). La historia personal de cada uno se construye en el espacio de la ciudad. De ahí que en el diseño del espacio público se deba considerar la naturaleza de los vínculos que posee con la ciudad, al tiempo, que promueva procesos de socialización e inclusión, y la anulación de cualquier límite tangible o intangible que cause la exclusión de grupos sociales e individuos de este espacio.

Espacio para el encuentro y espacio de conflicto «No existe ciudad que sea de un solo hombre»

Sófocles, 104 Jane Jacobs, en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades, señala que un espacio público exitoso es un lugar donde las personas se sienten cómodas compartiéndolo con desconocidos, lo que refiere a la primera condición de todo espacio público: invitar a estar en él, para luego encontrarse (Gehl, 2006). El encuentro (coincidencia física sin contacto), es el primer grado de relación en el espacio público; el intercambio, es un segundo grado de relación que trasciende el simple observar, coexistir, y llega hasta el intercambio físico y verbal, lo que conlleva a una alteración de la experiencia personal. «Los espacios públicos se definen como lugares de relación, de encuentro social y de intercambio, donde convergen grupos [e individuos] con intereses diversos» (Díaz y Ortiz, 399). Sin embargo, el reconocimiento de esta diversidad de interés (personales, culturales, religiosos, políticos, etcétera) y de comportamientos en un mismo espacio físico, admite la posibilidad de conflictos, desencuentros y de desacuerdos entre los diferentes grupos sociales e individuos. Autores como Setha Low (2) expresan que los encuentros en el espacio público ocurren «[…] en una forma altamente estructurada, segmentada por espacio y tiempo, sin embargo, entremezclándose e interactuando en el mismo sitio». Por tanto, el encuentro entre grupos sociales e individuos en el espacio público, supone que éste sea un

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lugar de negociación, de conflicto, de prácticas sociales y culturales diversas, lo que beneficiaría el intercambio entre ellos. En este sentido, «el espacio público, siguiendo a Lefort, es el espacio social donde […] el significado y la unidad de lo social se negocian: se constituyen, pero al tiempo corren siempre un riesgo […]. El espacio público implica una institucionalización del conflicto» (Deutsche, 8). De ahí que, todo conflicto para ser resuelto supone un diálogo, el espacio público, en consecuencia, deviene espacio de negociación, espa­ cio para la oposición. Los espacios públicos urbanos se erigen en «[…] importantes escenarios para los discursos abiertos y las expresiones de descontento. Cuando surgen conflictos políticos y sociales, las plazas y otros espacios públicos constituyen un foro para resolver las ideas y valores en conflictos en un ambiente visible y sano» (Low, 12). Intentar concebir espacios públicos ausentes de conflictos, supone despojarlos de su naturaleza urbana (diversidad, imprevisibilidad, simultaneidad, etcétera) y conlleva al debilitamiento de éstos como escenarios que posibilitan diferenciadas formas de socialización, con la consecuente pérdida de toda posible interacción que surja del conflicto, como resolución de la tensión entre desconocidos. De ahí que «[…] los espacios públicos constituyen lugares de encuentro y sociabilidad, así como de hostilidad y disputas entre actores que plantean demandas y se manifiestan en defensa de intereses particulares o colectivos» (Ramírez, 37). Sin embargo, hasta qué punto las calles, las plazas y los parques «[…] son los grandes escenarios del civismo, de lo visible y de lo accesible: son los agentes de nuestra cohesión» (Sorkin, 13), cuando estos lugares comienzan a ser ocupados y utilizados por diversos grupos sociales e individuos que no se relacionan y que sólo coexisten en dichos espacios, muchas veces en tensión. La calidad del espacio público juega un papel fundamental en este proceso de cohesión social, al poder ser evaluada «... por la intensidad y calidad de las relaciones sociales que facilita, por su fuerza mezcladora de grupos y de comportamientos, por su capacidad para estimu-

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lar la identificación simbólica, la expresión y la integración culturales» (Borja, 67). Al respecto, es significativo recordar a Frederick Law Olmsted, quien dio origen al movimiento de los parques urbanos en Estados Unidos y fue artífice del Prospect Park de Brooklyn, el Central Park de Nueva York y desarrolló la idea del Park System en Boston. Él: […] concibió los paisajes y los parques públicos como válvulas sociales de seguridad, mezclando las clases sociales y las etnias en unas recreaciones y unos placeres (burgueses) comunes. «Nadie que haya observado de cerca la conducta de la gente que visita Central Park», escribió, «podrá dudar de que el parque ejerce una influencia clara de armonía y educativa sobre las clases más desafortunadas y desamparadas de la ciudad, una influencia que favorece la cortesía, el autocontrol y la mesura» (Davis, 179).

Esto refiere una concepción del espacio público como espacio para el esparcimiento de las clases sociales, pero desde la perspectiva de uso de las clases burguesas. Muestra el ideal de un espacio público donde todo es armonía e intercambio cívico, a partir de pautas de conductas de la clase media y de una civilidad que Sennett (325) define como la «…actividad que protege a la gente entre sí y, sin embargo, le permite disfrutar de la compañía de los demás […]. Civilidad significa tratar a los demás como si fuesen extraños y forjar un vínculo social sobre dicha distancia social». La civilidad es también: […] una cuestión de respeto que se expresa en la forma de la distancia social y la discreción; el reconocimiento de la distinción entre las cosas que es apropiado compartir (o imponer a los semejantes) […]. No es simplemente […] tolerancia de la diferencia, es el reconocimiento y la disposición para la ocupación de un mundo

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compartido, sin la exigencia de que las diferencias se borren o sean ignoradas (Brain apud Carmona et al.,134). El espacio público es el lugar donde se cultivan y se practican los principios fundamentales de la vida en común. Sin embargo, qué sucede cuando el espacio público urbano de la ciudad no optimiza los espacios de encuentro, al contrario, propicia el repliegue hacia el espacio privado y la mayoría de los intercambios se realizan entre personas pertenecientes a un mismo grupo social. Esto trae como resultado un vaciamiento de la vida urbana; la diversidad y el intercambio como dimensiones fundamentales de la vida pública desaparecen, eliminando toda posibilidad de aprender a convivir con el otro, con el extraño, y el «…conocimiento público se reduce a una cuestión de observación de escenas […] ya no se produce por el intercambio social» (Sennett, 44). En consecuencia, el espacio público urbano pasa a ser un espacio transitorio, de movimiento entre espacios puntuales conocidos. Se asiste a una coexistencia indiferente entre personas en el espacio urbano, que ocasiona que este espacio como «... objeto de disputa y de negociación de las clasificaciones —de lo normal, de lo socialmente permisible, de lo moral y de lo correcto— [se debilite, y no pueda] revitalizar los sentidos de la ciudadanía» (Makowski, 102). La ciudad como espacio público, transciende los elementos físicos que la construyen; la ciudad es «[…] un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos del lenguaje; [lugar] de trueque […], pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos» (Calvino, 15). Es un lugar de intercambios de experiencias personales y colectivas no siempre compartidas, de ahí que la manifestación de estas experiencias en el espacio público, suponga al mismo tiempo, encuentro, conflicto y negociación.

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Espacio de inclusión-exclusión «…el mundo, como todo lo que está en medio, une y separa a los hombres al mismo tiempo»

Arendt, 73 El espacio público tiene una naturaleza multifuncional y su materialización posee matices pocas veces percibidos. Es un espacio concebido como público e incluyente, pero en ocasiones, en la práctica, es un espacio normado y excluyente. Se parte de la noción de que el espacio público es considerado un bien público para el uso público de toda la población. Por ello, es importante señalar dos condiciones fundamentales para que un bien, en este caso, un espacio público, pertenezca al dominio público: • la primera, que sea una colectividad pública (Estado, región, federación, municipio), lo cual implica que dicha colectividad dispone de un derecho de propiedad sobre el dominio público[…] • la segunda condición es que los bienes pertenecientes a personas administrativas deben haber recibido un destino de interés general […] Se considera como un destino de uso público cuando los particulares pueden utilizar los bienes administrativos de manera directa y que se diferencia del uso colectivo en que el uso público comprende cobertura total de la población, mientras el uso colectivo puede tener ciertas reservas (Valenzuela, 32). Por otro lado, la concepción del espacio público como bien público, desde el punto de vista económico, se percibe como «... todo objeto concreto que sirve para satisfacer una necesidad humana, o producir otro bien que satisfaga esa necesidad» (Esteves, 85). De igual forma, otra característica que lo ubica dentro de los bienes públicos, es la posi-

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bilidad de consumirse colectivamente, por cualquier persona y en cualquier momento. Sin embargo, en la práctica, esto no siempre ocurre. Frente a esta situación, resulta pertinente indicar algunos criterios existentes para determinar si se está ante un bien público. Éstos son: • […] Aquel bien o servicio cuyos beneficios no se agotan o disminuyen, por un usuario o consumidor adicional […] • Un bien público será aquel bien del cual es muy difícil o imposible excluir (exclusión) a las personas de su disfrute (Esteves, 87-88). Estos criterios permiten inferir que se está ante la presencia de un bien, pero no en todos los casos público, sino privado, exclusivo, que lo aleja de su dimensión colectiva, para dar paso a una dimensión individualista; condicionando no sólo la aparición de nuevos mecanismos de acceso, sino también, la posibilidad de usar dicho bien, al estar determinado por su ubicación dentro de la ciudad, por sus características físico-espaciales y por las características sociodemográficas, económicas y culturales de los grupos sociales e individuos para los cuales está destinado. Ahora bien, en algunos casos, el espacio público es y puede ser calificado de uso colectivo para ciertos grupos sociales e individuos, quienes lo asumen como propio y exclusivo, lo que ocasiona que otros grupos sociales e individuos, se sientan disuadidos y excluidos para la apropiación y uso de ese espacio público. En tanto que, al ser considerado de uso colectivo, está regido por normas, las cuales establecen los horarios, los usos, las actividades y los comportamientos, permitidos y adecuados dentro del lugar. En este sentido, el espacio público es un «espacio sometido a regulación específica por parte de la administración pública, ya sea propietaria o posea la facultad de dominio sobre el suelo, la cual garantiza la accesibilidad a todos y fija las condiciones de desarrollo e instalación de actividades» (Borja, 65). Sin embargo, en la práctica, al estar sometido a una regulación específica, muchas veces no garantiza el

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acceso a todos los grupos sociales e individuos, al estar determinado por su diseño, su inserción urbana, o por las actividades que dicha regulación determina. En consecuencia, se instauran barreras físicas y sociales que disuaden y excluyen a determinados grupos e individuos. El espacio público se convierte entonces en un «[…] mecanismo de segregación social, bien para excluir o bien para concentrar (por medio de la accesibilidad o de la falta de ella)» (Borja, 67). Se transforma en espacio de exclusión de comportamiento o conducta, al ser un lugar donde es permitido «... un control estrecho de las conductas transgresoras y la normalización» (Valenzuela, 53). La implementación de normativas pretende evitar conductas indeseables en el espacio público, pero al excluir éstas, se excluye a personas, a determinados grupos sociales, puesto que el uso y las actividades que en él se realicen se predefinen, evitando el uso y la realización de actividades fuera de lo moral o culturalmente correcto según las autoridades públicas y los grupos sociales predominantes. Por consiguiente, la exclusión de personas o grupos sociales de un espacio público está relacionada con la territorialización de dicho espacio, la cual «... viene dada sobre todo por los pactos [negociaciones] que las personas establecen a propósito de cuál es su territorio y cuáles son los límites de ese territorio» (Delgado, 30). Sin embargo, los acuerdos que establecen estos grupos sociales, en ocasiones se rompen y se instaura una disputa por la apropiación y el uso exclusivo de ese espacio, que llega a disuadir y excluir a otros grupos sociales, bien sea por el abandono en que incurren o bien por el aburguesamiento del mismo. Por lo tanto, «la exclusión se utiliza […] para reforzar o establecer connotaciones de estatus social o, de seguridad y, en esencia, es una manifestación del poder a través del control del espacio y el acceso a ese lugar» (Carmona et al., 154). La exclusión en el espacio público puede ser considerada sobre la base de tres términos (Carmona et al.): exclusión de comportamiento o conducta, exclusión a través del diseño y exclusión de las personas. Existiendo así grados de exclusión de acuerdo a la manera en que ésta se manifieste en el espacio público, pudiendo ser tangible o intangible.

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En consecuencia, ... la experiencia de transitar, usar y apropiarse de los espacios públicos de las ciudades contemporáneas opaca las virtudes del ideal democrático: el encuentro con la diferencia y la manifestación de la diversidad no siempre entrañan la tolerancia y el respeto pregonados. El espacio público constituye, […] un territorio minado en el que no pocas veces estallan la exclusión, la violencia y el racismo (Makowski, 95). Por esta razón se asiste a cambios en el diseño y en las normas de uso de los espacios públicos, cuya manifestación física, expresa grados de disuasión y exclusión con la aparición de bardas en el perímetro del espacio, el acceso controlado, el patrullaje o la presencia permanente de policías, la imposición de horario y el establecimiento de actividades, entre otros. Todo esto, mientras se declara que «... son diseñados para el “bien común”, [cuando] en realidad lo son para acomodar actividades que excluyen a determinadas personas y benefician a otras» (Low, 2). Esto conduce a un espacio público que legitima y produce desigualdad, intolerancia y miedo; un espacio donde impera la anomia social y la violencia frente al otro. Ahora bien, el espacio público como espacio de exclusión, no puede explicarse si no se parte del hecho de que «... el miedo (la protección frente a los “invasores”) es un factor fundamental para expulsar o excluir a cualquiera de la sociedad y para (re)organizar el espacio público y privado» (Cortés, 8). Esto debido a que el espacio público, «[…] ya no es un espacio protector ni protegido» (Borja, 60), se ha transformado en el espacio del miedo. Y es que, […] históricamente, dos son los temores centrales que organizan los miedos […] El primero se refiere a la desigualdad económica (con la violencia y la delincuencia que genera), creando formas de segregación espacial

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y discriminación social que han servido para justificar nuevas tecnologías de exclusión urbana […] [Y] el segundo aspecto se refiere al desconocimiento de los otros y al temor a la pérdida de identidad personal (Cortés, 7). Estas reflexiones llevan a cuestionar el significado asignado teóricamente al espacio público urbano «[…] como lugar predominantemente integrador, protector de derechos ciudadanos, proveedor de bienestar, polivalente y generador de prácticas democráticas» (Ramírez, 45). El espacio público como espacio de construcción de identidad compartida se debilita frente a las manifestaciones físicas de ciertos grupos sociales, que se reafirman como tales, mediante la construcción de mecanismos de control y vigilancia (muros, bardas, cercas, casetas de vigilancia, etcétera) por el sentimiento de miedo hacia el otro diferente a mí. Solinis (21) advierte que de esta auto-segregación, de esta «... separación voluntaria se pueden derivar al menos dos consecuencias: la privatización individualista y el desprecio por la alteridad». En este sentido, la ciudad, espacio por excelencia de la alteridad, hace visibles estos síntomas de exclusión social, instaurándose en el espacio urbano «[…] las figuras del miedo, la sospecha y la incertidumbre como regidoras de los intercambios[…] [Dando origen] […] a un conjunto de operaciones simbólicas e imaginarias para aislar, separar, no mezclar, distanciar y atomizar la diferencia» (Makowski, 98-100). Esto conlleva a que la vida cotidiana de las personas se restrinja espacialmente, incentivando a las personas a vivir no sólo en guetos, cuya manifestación física auto-segregativa es palpable, sino en guetos sociales, reduciendo así el universo de las interacciones. Lo que ocasiona a su vez, que «el ocio [tenga] sus ghettos» (Lefebvre, 114). No obstante, «... de una cohesión social resquebrajada no se puede esperar una convivencia armoniosa, sino precisamente inseguridad; sin embargo, el argumento defensivo es la clásica legitimación del repliegue como modo de vida ante los embates del miedo y la criminalidad» (Caldeira, apud Solinis, 22). Se aboga por el encuentro y el in-

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tercambio entre otros diferentes en el espacio público, mientras, se construye un modelo de ciudad que lejos de fortalecer la capacidad integradora de ésta, la debilita. En consecuencia, el derecho a la ciudad, el derecho «[…] a la vida urbana […], a los lugares de encuentro y cambios, a los ritmos de vida y empleos del tiempo que permiten el uso pleno y entero de estos momentos y lugares...» (Lefebvre, 167), sea un derecho que se pierde y se conquista permanentemente, al ser la ciudad, el espacio público, un espacio que en momentos integra y en otros excluye, un lugar que se transforma por las acciones de intereses diversos, la mayoría de las veces, no conciliables. El derecho a la ciudad es el derecho al espacio público y a la vida pública que «[…] se inscribe en el respeto a la existencia del derecho al otro al mismo espacio» (Carrión, 83). Es el derecho a un espacio donde impere la tolerancia de la otredad. Sin embargo, son las prácticas de apropiación y uso del espacio, las que determinan la naturaleza —pública e incluyente o privada y excluyente— del mismo, y no tanto, el hecho de estar considerado formalmente como espacio público.

Hacia un concepto de espacio público integrador Los enfoques conceptuales presentados anteriormente, permiten abordar el análisis del espacio público desde tres perspectivas diferentes pero convergentes, lo que permite un modo de aproximación al análisis del carácter público del espacio, partiendo de la existencia de límites tangibles e intangibles en el espacio público y de naturaleza diversa (física, urbana, social, cultural y política). El primer enfoque: hecho físico y formal vinculado a la ciudad, buscó reflexionar sobre lo público desde una perspectiva urbano-arquitectónica, utilizando como referentes autores provenientes de distintos campos del conocimiento, pero convergentes en el planteamiento de la determinación de las características físico-espaciales de un espacio en el establecimiento de las modalidades de apropiación y de uso de las personas, al transmitir su diseño, ideas preconcebidas sobre cómo utilizarlo y percibirlo.

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Asimismo, sobre la importancia del contexto en el que se ubica el espacio público, como factor que condiciona las actividades que en él se realizan, así como en los grupos e individuos que lo frecuentan. En el segundo enfoque: espacio para el encuentro y espacio de conflicto, la discusión se centró en el cuestionamiento del significado asignado teóricamente al espacio público como espacio de encuentro y de interacción, al tiempo que se asume como espacio de conflicto, como lugar donde se visibilizan los procesos de exclusión social que se asisten en la ciudad. En el tercer enfoque: espacio de inclusión-exclusión, se refle­xionó sobre los procesos y las acciones de naturaleza diversa, que ocasionan inclusión y/o exclusión en el espacio público, manifestándose en el espacio de forma tangible e intangible. A partir de estos tres enfoques conceptuales se elabora un concepto de espacio público que intenta integrarlos, asumiéndolo en el estudio de los espacios: lugar de libre acceso para las personas, donde se concentran las diferencias (clases sociales, edad, género, etcétera), propiciando y permitiendo distintas prácticas de apropiación y uso del lugar, donde el conflicto y la negociación se manifiestan, lo que favorece la identificación social urbana y la creación de signos y símbolos asociados a él.

Habitar y prácticas, apropiación y usos Se reflexiona sobre cuatro conceptos: habitar, prácticas, apropiación y usos, por considerarlos fundamentales para el análisis del carácter público de un espacio y para la compresión de los vínculos que establecen las personas y grupos sociales con los lugares. Se asume el concepto de habitar vinculado al de prácticas y el de apropiación al de usos, conformando una base conceptual para el estudio de las interacciones entre sujetos, objetos y espacio en el contexto de la situación.

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Habitar a través de las prácticas «Vivo en una nueva ciudad, siempre nueva siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología»

Cabrujas, 24 Interesa abordar el estudio de las prácticas en el espacio desde el concepto de habitar. Un habitar inscrito en las prácticas, pues la apropiación de un lugar significa habitarlo. «A través de la apropiación la persona se hace a sí misma mediante las propias acciones» (Pol y Vidal, 283). De aquí que se asuma el concepto de habitar de Giglia (13), quien lo define como «... un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse adentro de él, y establecer un orden propio». En este sentido, habitar el espacio público es un proceso de lectura, interpretación y reconocimiento —no siempre consciente— de la estructura del espacio, mediante el cual el sujeto decide y organiza sus acciones en él, otorgándole un sentido y un significado. A la vez, las prácticas en el espacio son la manifestación de ese reconocimiento y/o transgresión de las reglas, normas (orden espacial y social) que cohabitan en el lugar, insinuadas en el diseño del espacio y en el funcionamiento de éste. El orden espacial de un lugar establece límites sobre las acciones que en él se realizan, sin embargo, las decisiones-acciones del sujeto, en el espacio, pueden traspasar esos límites instaurando un nuevo orden socio-espacial. Para De Certeau (110) el orden espacial: […] organiza un conjunto de posibilidades (por ejemplo, mediante un sitio donde se puede circular) y de prohibiciones (por ejemplo, a consecuencia de un muro que impide avanzar), el caminante actualiza algunas de ellas. De este modo las hace ser tanto que parecer. Pero también desplaza e inventa otras pues los

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atajos, desviaciones o improvisaciones del andar, privilegian, cambian, abandonan elementos espaciales. De este modo Charlie Chaplin multiplica las posibilidades de su bastón: hace otras cosas con la misma cosa y sobrepasa los límites que las determinaciones del objeto fijan a su utilización. Igualmente, el caminante transforma en otra cosa cada signo significante espacial. Cabe preguntar entonces, ¿de qué manera la facultad que tiene una persona de multiplicar las posibilidades de un objeto que utiliza o de un espacio que habita y recorre, es decir, su capacidad para imaginar nuevas maneras rehacer los límites que las características del objeto o del espacio establecen, responde a su habitus? Según Bourdieu (86), el concepto habitus designa: […] sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente reguladas y regulares sin ser para nada el producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la acción organizadora de un director de orquesta. De manera que no se trata de tener la capacidad de transgredir los límites de lo establecido y de la norma, sino de que el habitus difiere entre grupos sociales e individuos, conformando prácticas distintas de ser, hacer y utilizar el espacio, dadas por las condiciones sociales y culturales en que éste fue construido. Por consiguiente,

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[…] es la elaboración y la reproducción de un habitus lo que nos permite habitar el espacio. La noción de habitus nos ayuda a entender que el espacio lo ordenamos, pero también que el espacio nos ordena, es decir, nos pone en nuestro lugar, enseñándonos los gestos apropiados para estar en él, e indicándonos nuestra posición con respecto a la de los demás (Giglia, 16). Esta elaboración y reproducción del habitus va estar cargada de diferencias, las cuales conducen a una lectura y apropiación del espacio con base en el conocimiento que se ha ido acumulando de las experiencias previas, en los distintos ámbitos de la vida cotidiana donde se desarrolla su habitar. Las prácticas en el espacio como formas de habitar lo público a través del habitus, involucran la apropiación del espacio como proceso a través del cual se realiza la acción-transformación del orden socio-espacial del lugar.

Apropiación y usos del espacio «[…] el contacto con el otro, con los otros, permite captar la diversidad de culturas y, con ello, la capacidad de reconocernos a nosotros mismos»

Ontiveros, 396 En este punto se reflexiona sobre los conceptos de apropiación y de usos del espacio, al considerarse útiles para entender la vinculación de las personas con el lugar, y para el análisis de las situaciones que ocurren en el espacio público. Al hablar de apropiación del espacio se hace referencia al «... proceso dialéctico por el cual se vinculan las personas y los espacios, dentro de un contexto sociocultural, desde los niveles individual, grupal y comunitario hasta el de la sociedad. Este proceso se desarrolla a través de […] la acción-transformación y la identificación simbólica» (Vidal y Pol, 291).

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Estas dos vías a través de las cuales se desarrolla la apropiación del espacio están vinculadas con el simbolismo (Valera, 1996). Entendiendo el simbolismo como «... una propiedad inherente a la percepción de los espacios, donde el significado puede derivar de las características físico-estructurales, de la funcionalidad ligada a las prácticas sociales que en éstos se desarrollan o de las interacciones simbólicas entre los sujetos que ocupan dicho espacio» (Vidal y Pol, 286). Valera define el espacio simbólico como […] aquel elemento de una determinada estructura urbana, entendida como una categoría social que identifica a un determinado grupo asociado a este entorno […], y que permite a los individuos que configuran el grupo percibirse como iguales en tanto en cuanto se identifican con este espacio, así como, diferentes de los otros grupos en base al propio espacio o a las dimensiones categoriales simbolizadas por éste (Valera, 80). Esto señala la importancia de la naturaleza simbólica del espacio público como lugar de construcción de identidad, en tanto que, la apropiación del espacio es «... un proceso [dinámico] de interacción conductual y simbólica de las personas con su medio físico, por lo que un espacio deviene lugar, se carga de significado y es percibido como propio por la persona o el grupo» (Vidal y Pol, 287). No obstante, al tiempo que reafirma la identidad de un grupo o grupos sociales, se va conformando también en un lugar que incluye, disuade y/o excluye a otros grupos, de acuerdo al grado de identificación de éstos con dicho espacio público. Los espacios públicos pueden contribuir a conformar la identidad colectiva de una comunidad, en la medida en que éstos sean apropiados y utilizados por una variedad de grupos sociales e individuos y se realicen en ellos múltiples actividades. Sin embargo, ¿qué tipo de identidad colectiva se construye a través de ciertas prácticas de apropiación y de uso del espacio público? El que un espacio sea apropiado y usado por diferentes grupos sociales e individuos y para diferentes

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actividades, no asegura la interacción entre los grupos e individuos, por el contrario, puede reafirmar la identidad de cada grupo e individuo, al ser el espacio apropiado y usado de manera segmentada, en espacio y en tiempo. Asimismo, hasta qué punto, ante la ausencia de un clima de confianza en las ciudades, los encuentros superficiales y banales que ocurren en el espacio público, pueden dar como resultado «[…] un sentimiento de identidad pública entre las personas, una red y tejido de respeto mutuo (público) y de confianza» (Zubero, 34). La construcción de identidades individuales es un proceso cargado de vulnerabilidad y requiere del acompañamiento de otros individuos que experimentan en solitario temores y ansiedades similares, lo que conduce al surgimiento de «comunidades de supervivencia» (Sennett, 1975), o «comunidades de percha» (Bauman, 2009), las cuales tienen una manifestación física en el espacio urbano, como reafirmación de la identidad colectiva de estas comunidades. Por lo tanto, «[…] comunidad es algo más que un grupo de costumbres, comportamientos o actitudes acerca de otras personas […]. Es una manera de poder decir quiénes somos “nosotros”» (Sennett, 274). Y ese quiénes somos, se revela a través de los modos en que interpretamos, modificamos y nos apropiamos los espacios públicos, comunicando el significado simbólico que le otorgamos al lugar a partir de nuestra acción en él. De este modo, los espacios públicos poseen «[…] la capacidad de convertirse en “paisajes participativos”, es decir, en elementos centrales de la vida urbana, que reflejan nuestra cultura, creencias y valores» (Francis, apud Ortiz, 68). Esta capacidad del espacio público está relacionada, por un lado, con la calidad de los espacios públicos, y por el otro, con los valores que rigen la vida pública y urbana de la ciudad. La construcción de identidad y el sentido de comunidad se construyen a través de la experiencia urbana que tengan los habitantes con la ciudad, y ésta estará condicionada por la calidad y el tipo de intercambios sociales que ocurran en el espacio público urbano. De ahí que, si la experiencia urbana ocurre en entornos controlados (centros comerciales, clubes sociales, etcétera) donde la alteridad y lo imprevi-

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sible están ausentes, las calles carecen de personas que caminan por las aceras, y la mayoría de los recorridos cotidianos se realizan en el automóvil, ocurrirá una disminución significativa de las posibilidades de interacción entre desconocidos. En razón, de que «...son los usos del espacio público [los que] manifiestan la pluralidad sociocultural así como la heterogeneidad y conflictividad social implícitas en las formas de apropiación colectivas de la ciudad» (Ramírez, 37). Por consiguiente, al hablar de usos, se hace referencia a lo que De Certeau (39), denomina «[…] “los contextos de uso”, al plantear el acto en su relación con las circunstancias». Dado que existe una conflictividad que se expresa en el espacio público, por la diversidad de maneras de apropiarse y usar el espacio, y es la definición de usos la que permite explicar dicha conflictividad, puesto que el uso define el fenómeno social mediante el cual un sistema de comunicación se manifiesta en la realidad, remite a una norma […] Apunta a una manera de hacer (de hablar, de caminar, etc.), como elemento de un código […] Una manera de ser y una manera de hacer (Certeau, 112), que no siempre es compartida, comprendida ni respetada por todos los grupos sociales, lo que supone la transgresión de estos códigos de copresencia, originándose en consecuencia, situaciones que requieren de un proceso de negociación, que haga posible la coexistencia de las diversas prácticas de apropiación y uso en el espacio público. Este proceso de negociación sólo es posible mediante la inte­ racción cara a cara, la cual Erving Goffman (30) define como […] la influencia recíproca de un individuo sobre las acciones del otro cuando se encuentran ambos en presencia física inmediata. Una interacción puede ser definida como la interacción total que tiene lugar en cualquier ocasión en que un conjunto dado de individuos se encuentra en presencia mutua continua.

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De acuerdo con Goffman, las interacciones pueden ser no focalizadas o focalizadas, «... las interacciones no focalizadas son esas formas de comunicación interpersonal que resultan de la simple copresencia […]. La interacción focalizada supone que se acepta, efectivamente, mantener juntos y por un momento un solo foco de atención visual y cognitiva» (Joseph, 73). En este sentido, el espacio público es un lugar donde ocurren variadas formas de interacción, que van desde la sola copresencia de individuos en el espacio, hasta la interacción que deviene en un intercambio verbal y físico entre sujetos que han coincidido en el espacio, lo que implica que, […] previamente a todo acto de conducta auto-determinado existe un estado de examen y deliberación, [denominado] la definición de la situación. [Asimismo], […]no sólo los actos concretos dependen de la definición de la situación, sino que […] la política de vida o la personalidad del individuo mismo provienen de una de serie de definiciones de este estilo (Thomas, 28). Es así como surge, «[…] un código moral, que es un conjunto de reglas o normas de conducta, que regulan la expresión de los deseos, y que contiene sucesivas definiciones de la situación» (Thomas, 29). Ya que, lo que en una sociedad o grupo social es considerado de mala educación, en otras, puede ser considerado de buena educación; esto lleva a que la definición de la situación se modifique constantemente. El espacio público como espacio de construcción de identidades y sentido de comunidad, debe responder, tanto a la generalidad, como a las particularidades de cada grupo social e individuo, en tanto que, el espacio público es pensado, percibido, habitado, apropiado y usado de diversas maneras por distintos grupos sociales e individuos.

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La situación de lo público

«Detrás de toda ciudad hay siempre una idea... Las ciudades no son inocentes»

Nuño, 7 En este capítulo se abordará brevemente cómo fue la construcción de lo público urbano en Venezuela. Se explican las condiciones urbanas y sociales en que se produjo el crecimiento urbano de las ciudades venezolanas para, posteriormente, explicar la realidad urbana de Maracaibo, ciudad donde se realiza la investigación; y en un tercer punto, se reflexiona sobre el uso político del espacio público en Venezuela dada su realidad actual.

La construcción de lo público en Venezuela «Un día cualquiera en una calle cualquiera. Los peatones caminan por las aceras, los niños juegan delante de los portales, la gente está sentada en bancos y escalones, el cartero hace su recorrido con el correo, dos transeúntes se saludan en la acera, dos mecánicos arreglan un coche, algunos conversan...»

Gehl, 17 Con este relato que puede estar ocurriendo en cualquier ciudad del mundo en este momento, inicia el libro La humanización del espacio urbano de Jan Gehl, arquitecto danés, especialista en diseño urbano,

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que enseña el valor del intercambio social, espontáneo e impredecible que ocurre en el espacio urbano de las ciudades. Sin embargo, en las ciudades venezolanas es una escena que di­ fícilmente ocurre, dadas las condiciones sociales, económicas, políticas y urbanas presentes en el país. Bien lo afirmaba Lefebvre (116), al señalar que «la crisis de la ciudad, cuyas condiciones y modalidades se descubren poco a poco, va pareja a una crisis de las instituciones a escala de la ciudad, de la jurisdicción y de la administración urbanas». Desde hace más de una década, las ciudades venezolanas se encuentran inmersas en una profunda crisis, no sólo urbana, sino social, cultural, económica y política, lo que se manifiesta en el repliegue sobre el espacio privado, el creciente temor al otro, las desigualdades culturales y sociales, el aumento de la violencia y la inseguridad, la desigual inserción urbana de los espacios públicos, una creciente estratificación de las interacciones sociales y la polarización política del país, que van redefiniendo el significado de lo público y de la vida urbana en las ciudades venezolanas. En consecuencia, «[…] la crisis del espacio público no es sólo una crisis de la forma urbis, sino que es al mismo tiempo una crisis de la urbanidad como el arte de vivir juntos mediado por la ciudad, es decir, como sociabilidad urbana» (Giglia, 344). En este sentido, es importante conocer la lógica que orientó el crecimiento de las ciudades venezolanas y que contribuyó a conformar un espacio público urbano no pensado para el encuentro.

Lo urbano y lo público en las ciudades venezolanas El país cuenta con una población aproximada de 27 227 930 habitantes (ine, 2011) y una superficie de 916 445 km2. En Venezuela, el descubrimiento y la explotación del petróleo en los años veinte actuó como detonante del crecimiento urbano, lo que trajo como consecuencia la fuerte entrada de la modernidad en el país que conllevó en términos urbanos a:

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Figura 1. Avenida Bolívar, Caracas, 1940 Fuente: Archivo Fundación Andrés Mata.

• la desaparición del modelo de ciudad tradicional (la retícula: forma urbana como elemento básico de configuración de la ciudad, clara diferenciación de los espacios públicos-privados); y la ruptura del tejido urbano asociado a los desplazamientos a pie (figura 1); • y a un modelo de ciudad que prioriza el automóvil mediante la construcción de grandes redes infraestructuras que buscan la eficiencia de los tiempos de recorridos del parque automotor, el cual se instauró gracias a una cultura de la energía barata (subsidio a la gasolina) (figura 2). Asimismo, las ordenanzas basadas en «la aceptación y utilización de los “temas urbanos modernos”, ideas que sintetizaban las propuestas teóricas del modernismo, sirvieron para organizar y estructurar toda la propuesta de la ciudad venezolana del siglo xx» (Marcano, 91).

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48 litros

Bsf.360

Bsf.140

Bsf. 6

1 USD: 10 Bsf (oficial)/ 1 USD: 3000 BsF (mercado paralelo)

Figura 2 . Comparación de precios. Cultura de la energía barata Fuente: Elaboración propia.

A finales de la tercera década del siglo xx, la transformación urbana del país comenzó a producirse de forma acelerada y anárquica, lo que lleva a cuestionar los modelos urbanos asumidos y considerados como ideales para el desarrollo del país. Este proceso de urbanización acelerado y anárquico anula, casi por completo, la práctica planificadora urbana. Según Baldó y Villanueva (1994), para 1990, un 44% de la población venezolana construía ciudad al margen de toda normativa y leyes, significando esto, en términos de superficie ocupada, 90 000 hectáreas. Actualmente, cerca del 50% de la población urbana (14 millones de personas) vive en asentamientos informales, ocupando aproximadamente 170 000 hectáreas del territorio venezolano (Baldó, 2010) (figura 3). En este sentido, es necesario comprender que el proceso de urba­nización, […] no implica necesariamente la existencia de ciudad […] La urbanización sin ciudad significa […] la existencia de espacios definidos por flujos, de territorios de límites imprecisos o superpuestos y de lugares sin atributos y, por lo tanto, sin capacidad de integración simbólica. Son zonas en las que casi siempre la

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presencia del Estado es débil, la regulación por la vía del derecho escasa y el acceso a la justicia y a los servicios públicos urbanos deficiente y desigual (Hábitat I, Vancouver, 1976). Todo esto permite señalar que el proceso de urbanización o de las dinámicas internas en la ciudad, ahora como nunca, superponen a las necesidades sociales o del conjunto, las individuales o de grupos concretos (Rogers y Gumuchdjian, 2000). El venezolano vive en un clima de violencia e inseguridad, sin considerar la inestabilidad política y social existente en el país. Esta situación termina por mermar las interacciones sociales e incrementan el sentimiento de exclusión en el espacio urbano de la ciudad. En el año 2014, la tasa de criminalidad en el país se incrementó, ubicándose en 84 homicidios por cada 100 mil habitantes (OVV, 2014),

Figura 3. Los barrios de Caracas Foto: Nicola Rocco, 2005. Fundación para la cultura urbana.

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para una población venezolana de 27 millones de habitantes (ine, 2011). Por su parte, la ciudad de Caracas, se ubica en el segundo lugar de las ciudades más violentas del mundo, con un número de homicidios de 115.98 por cada 100 mil habitantes (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México); cifras alarmantes que evidencian el clima de violencia e inseguridad en el que vive el venezolano. Según la Organización Mundial de la Salud (oms-who, 2014), Venezuela está ubicado como el segundo país con la más alta tasa de homicidios del mundo, sólo superado en su magnitud por Honduras (con una tasa de 104 por 100 mil/hab), quien ocupa el primer lugar. Es importante indicar que Venezuela ha ido cayendo en los puestos en el Índice Global de la Paz: en el 2007 ocupaba el puesto 101, en el 2009 ocupó el puesto 120; en 2014 ocupó el puesto 129, y en 2015 ocupó el puesto 142. En el ranking de los países de América del Sur ocupa el puesto número 10, superando únicamente a Colombia, según fuentes del Índice Global de la Paz (gpi, por sus siglas en inglés. Proyecto del Instituto para la Economía y la Paz, Australia, 2015) (figura 4). Aunado a lo anterior, la polarización política existente en el país desde finales del año 2002 con el discurso y las acciones del presidente Hugo Chávez, se ha ido acrecentado luego de su muerte (marzo, 2013), con la violencia con que el actual presidente, Nicolás Maduro, ha reprimido las manifestaciones públicas de la oposición (marchas y concentraciones en espacios públicos, autopistas y calles), ocasionando que determinados espacios públicos de las ciudades venezolanas se identifiquen con la disidencia política o los adeptos al gobierno, profundizando en la ciudadanía sentimientos de intolerancia hacia el otro y de no pertenencia a dicho espacio público. En Venezuela, la construcción de lo público no está articulada a una idea de ciudad que oriente la planificación de los espacios públicos. El interés por lo público desde las instituciones públicas se centra, en la mayoría de los casos, en acciones de maquillaje urbano, ornato, limpieza, entre otras, que lejos están de convertirse en acciones que mejoren la calidad y cantidad de los espacios públicos de las ciudades venezolanas.

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N

1935 Muy alto Alto Medio Bajo Muy bajo No incluido

1956

1. Islandia 2. Dinamarca 3. Austria 4. Nueva Zelanda 5. Suiza 6. Finlandia 7. Canadá 8. Japón 9. Australia 10. República Checa 11. Portugal 12. Irlanda 13. Suecia 14. Bélgica 15. Eslovenia 16. Alemania 17. Noruega 18. Bhután 19. Polonia 20. Países Bajos 21. España 22. Hungría 23. Eslovaquia 24. Singapur 25. Mauricio 26. Rumania 27. Croacia 28. Malasia 29. Chile 30. Katar 31. Botswana 32. Bulgaria 33. Kuwait 34. Costa Rica 35. Taiwán

1968

1979

36. Italia 37. Lituania 38. Estonia 39. Reino Unido 40. Letonia 41. Laos 42. Corea del Sur 43. Mongolia 44. Uruguay 45. Francia 46. Indonesia 47. Serbia 48. Namibia 49. Senegal 50. Emiratos Árabes Unidos 51. Malawi 52. Albania 53. BosniaHerzegovina 54. Ghana 55. Zambia 56. Vietnam 57. Montenegro 58. Timor Oriental 59. Sierra Leona 60. Argentina 61. Grecia 62. Nepal 63. Lesoto 64. Panamá 65. Tanzania 66. Gabón 67. Madagascar 68. Chipre

69. Kosovo 70. Moldavia 71. Jordán 72. Togo 73. Macedonia 74. Nicaragua 75. Omán 76. Túnez 77. Benin 78. Liberia 79. Georgia 80. Mozambique 81. Guinea Ecuatorial 82. Cuba 83. Burkina Faso 84. Bangladesh 85. Ecuador 86. Marruecos 87. Kazajstán 88. Angola 89. Paraguay 90. Bolivia 91. Armenia 92. Guayana 93. Perú 94. Estados Unidos 95. Arabia Saudita 96. Papúa Nueva Guinea 97. Trinidad y Tobago 98. Haití 99. Gambia

100. República Dominicana 101. Swazilandia 102. Djibouti 103. Brasil 104. Argelia 105. Costa de Marfil 106. Turkmenistán 107. Bahrein 108. Tayikistán 109. Jamaica 110. Belarús 111. Camboya 112. Uganda 113. Uzbekistán 114. Sri Lanka 115. Congo 116. Honduras 117. Guinea 118. Guatemala 119. Etiopía 120. Guinea-Bissau 121. Kirguistán 122. Mauritania 123. El Salvador 124. China 125. Zimbabue 126. Tailandia 127. Eritrea 128. Mali 129. Níger 130. Burundi 131. Myanmar 132. Azerbaiyán 133. Kenia

134. Camerún 135. Turquía 136. Sudáfrica 137. Egipto 138. Irán 139. Ruanda 140. Chad 141. Filipinas 142. Venezuela 143. India 144. México 145. Líbano 146. Colombia 147. Yemen 148. Israel 149. Libia 150. Ucrania 151. Nigeria 152. Rusia 153. Corea del Norte 154. Pakistán 155. República Democrática del Congo 156. Sudán 157. Somalia 158. República Centroafricana 159. Sudán del Sur 160. Afganistán 161. Irak 162. Siria

Figura 4. Índice Global de la Paz, 2015 Proyecto del Instituto para la Economía y la Paz, Australia.Instituto para la Economía y la Paz, Australia.

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Maracaibo y su espacio público urbano La ciudad de Maracaibo se ubica en el estado Zulia, al noroeste de Venezuela, en la parte occidental de su propio lago, el Lago de Maracaibo, a 750 km de la capital del país y a un centenar de kilómetros de la frontera con Colombia (figuras 5 y 6). Maracaibo está dividida administrativamente en dos municipios (Maracaibo y San Francisco), y cada uno funciona como una entidad político territorial independiente. Es la segunda ciudad del país y la ciudad petrolera más importante de Venezuela. Cuenta con una población de 2.2 millones de habitantes (2015) y con una densidad relativamente baja de 85 hab/ha (figuras 7 y 8). El lago de Maracaibo es el lago más grande de América Latina con una superficie de 13 000 km2. Para unir la ciudad de Maracaibo con el resto del país, se construyó el Puente General Rafael Urdaneta (19571962), con una longitud de 8.7 km, que fue durante varios años el puente en su tipo más grande del mundo (figuras 9 y 10). El proceso de urbanización de Maracaibo, según Echeverría (1995), posee una característica esencial: la dualidad; la cual se ha manifestado de manera muy diferente en dos momentos de su evolución histórica. En un primer momento, entre la ciudad primigenia y la ciudad petrolera; y en un segundo momento, entre la ciudad formal (antigua y petrolera) y la ciudad precaria (asentamientos irregulares). A continuación se explica brevemente la manifestación de esta dualidad en términos urbanos, a partir del análisis de Echeverría (1995): • Primer momento: ciudad primigenia y ciudad petrolera. Los antecedentes de esta nueva modalidad de asentamiento, el campo petrolero, se ubican en los años del descubrimiento de los yacimientos petrolíferos en la región (1922-1944). En términos urbanos se produce una transformación radical de la estructura espacial del núcleo primario. Las compañías petroleras utilizan a Maracaibo como

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N

1935

Figura 5. Mapa de Venezuela, se señalan el estado Zulia y el Distrito1956 Capital Elaboración a partir de mapa de Venezuela, obtenido desde: http://es.m.wikipedia.org/ wiki/Archivo:Mapa-politico-venezuela.png (licencia libre).

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Figura 6. Mapa de ubicación del estado Zulia en relación con Colombia Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Lake_Maracaibo_map-es.svg (licencia libre).

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Figura 7. División político-administrativa de la ciudad de Maracaibo Fuente: Elaboración a partir de información suministrada por el Instituto de Investigaciones. Facultad de Arquitectura y Diseño. Universidad del Zulia.

Figura 8. Pozos con cabrias y balancines de perforación en el Lago de Maracaibo Foto: A. Petzold, 2013.

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sede de sus operaciones y ocupan tierras altas al norte de la ciudad para establecer sus instalaciones administrativas y residenciales. El desarrollo urbano se rinde a los patrones de crecimiento impuestos por los intereses particulares de las diferentes empresas petroleras que imponen a la ciudad su lógica de ocupación del suelo. Surgen así dos ciudades paralelas: una colonial [y republicana] (pre-petrolera) y otra petrolera (o post-colonial); lo que equivaldría en términos de organización del espacio social, a una Maracaibo «tradicional» y otra «moderna» (Echeverría, 14-16). • Segundo momento: ciudad formal (antigua y petrolera) y ciudad precaria (asentamientos irregulares) La revolución demográfica que genera un incremento notable de la población urbana, abultada por una significativa corriente migratoria —interna y externa—; la regresión del mercado de empleo […] ; el incremento de los valores del suelo producto de la inversión acelerada de capitales en el sector inmobiliario […] ; y la disminución creciente de la capacidad del Estado de ofrecer soluciones habitacionales capaces de ser adquiridas por las familias de menores recursos; determina la aparición de una ciudad paralela, caracterizada por la precariedad material […] Comienza aparecer [la ciudad precaria], como respues­ ­ta de un sector de la población incapaz de acceder a las estructuras formales de ocupación y producción del espacio construido, traduciéndose en un fenómeno de segregación socio-espacial asociado de manera directa a la urbanización y a las transformaciones económicas profundas introducidas al modelo de desarrollo […]

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Figura 9. Puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo Foto: Nicola Rocco, 2007. Fundación para la cultura urbana.

Figura 10. Vista de la zona noreste de la ciudad de Maracaibo Foto: Nicola Rocco, 2007. Fundación para la cultura urbana.

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[Posteriormente se asiste a una] masificación de los asentamientos irregulares, [que] comienzan a consumir gran cantidad de suelo urbano. Este movimiento se ve facilitado por la existencia de una «sobre-oferta de terrenos urbanos» y por la ausencia de una verdadera legislación en materia de planificación y urbanismo (Echeverría, 10, 16-17). El desarrollo urbano de Maracaibo es producto de una inercia no planificada, resultado de un proceso extendido de invasiones en Maracaibo, el 65% de la superficie urbana se ha desarrollado así, lo que representa el 60% de su población (figura 11). En esta ciudad, la crisis de la sociabilidad urbana que viven las ciudades venezolanas se ha venido evidenciando de manera marcada en el espacio urbano, instaurándose fronteras tangibles e intangibles en él, que, sumadas al temor al otro, producen en la percepción de los habitantes efectos disuasorios en la apropiación y uso de los espacios públicos.

El deterioro del espacio urbano como factor de la exclusión Autores como Borja y Muxí (2000) y Peñalosa (2006), señalan que la cantidad y calidad del espacio público determina la calidad de vida de la gente y la calidad urbanística de la ciudad. Si esto es así, el espacio urbano de Maracaibo carece de urbanidad dándose en él un mínimo de actividades necesarias y, en consecuencia, la ausencia de vida pública. Jan Gehl (2006) menciona tres tipos de actividades que tienen lugar en el espacio urbano, y las exigencias que cada una de ellas plantea al entorno físico: «las actividades necesarias, las opcionales y las resultantes (sociales)» (figura 12). Se observa en la figura 12, cómo las actividades opcionales, «[…] aquellas en las que se participa si existe el deseo de hacerlo o si lo permiten el tiempo y el lugar […], incluyen actividades como dar un paseo

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N

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1968

1979

Figura 11. Superficie ocupada por asentamientos irregulares en ambos municipios de la ciudad de Maracaibo Fuente: Andrés Echeverría «Los asentamientos irregulares en el proceso de urbanización de la ciudad de Maracaibo. La formación de la ciudad precaria», 1995.

[…], pasar el rato disfrutando la vida o sentarse y tomar el sol» (Gehl, 17), dependen fuertemente para su realización de las condiciones del entorno físico. Mediante un proceso de observación en tres de las principales avenidas de la ciudad (5 de Julio, Las Delicias y El Milagro) se evidenció que las actividades que mayormente se realizan en el espacio urbano de Maracaibo, son las actividades necesarias (ir al trabajo, ir al colegio, esperar el autobús, entre otras) puesto que, como lo indica la figura

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Calidad del entorno físico Baja

Alta

Actividades necesarias Actividades opcionales

Actividades resultantes (sociales)

Figura 12. Relaciones entre la calidad de los espacios exteriores y el índice de aparición de actividades exteriores Fuente: Jan Gehl, 2006.

12, dichas actividades no dependen para su realización de la calidad del entorno físico. La baja calidad del espacio urbano de Maracaibo se observa en sus calles, las cuales, en su mayoría, están caracterizadas por la ausencia de vegetación en las aceras (temperatura media anual 28.3°C y humedad media anual de 70%), y las aceras, cuando existen, son angostas y están deterioradas, con una serie de obstáculos que impiden un recorrido continuo y agradable; todo esto sumado a la arquitectura autista que impera en la ciudad: edificios ciegos hacia la calle, y el espacio frente a ellos es ocupado por el automóvil o simplemente no existe (figura 13). En virtud de lo anterior, son escasas las actividades opcionales que se realizan en el espacio urbano, siendo éstas, fundamentales —según lo señala Jan Gehl— para que surjan las actividades resultantes (sociales), ya que para que éstas ocurran, deben existir personas en el espacio urbano. Esta descripción del entorno físico que caracteriza las calles de Maracaibo, indica la ausencia de una movilidad entendida como derecho, ya que,

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Figura 13. Avenida Las Delicias. Maracaibo Foto: A. Petzold, 2012.

[…] el ejercicio del derecho a la conexión, a la movilidad de las personas y al transporte de bienes implica la atención a todas las formas de desplazamiento, lo que significa un cuidado preferente de las formas que consumen menos energía y crean menos dependencia, y obliga a poner acento en el tipo de infraestructuras que se ofrecen, en sus características y efectos, y en la gestión del espacio público urbano (Herce, 23). Este cuidado del que habla Herce, está ausente o dirigido al asfaltado de calles y avenidas, y no a la búsqueda de una mejora en la calidad del espacio urbano que estimule la forma de desplazamiento más natural: ir a pie. Puesto que es esta forma de desplazamiento la que ofrece mayores posibilidades de encuentro con otras personas (figura 14). El deterioro físico del espacio urbano de la ciudad no sólo conlleva a un deterioro de la calidad de la vida de la gente, también transmite una idea de desinterés, de despreocupación que va rompiendo los códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas: vale todo. La famosa teoría de las ventanas rotas. Mientras el espacio público urbano manifieste estos síntomas de anomia social se irá incrementando también la exclusión social, rela-

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Figura 14. Avenida 5 de Julio. Maracaibo Foto: A. Petzold, 2012.

cionada con el derecho de toda persona a poder ir a todas partes de la mejor forma posible, puesto que, […] las carencias o dificultades de acceso a su uso entrañan claros riesgos de exclusión social: exclusión de las capas de población que no disponen de vehículo propio motorizado en un sistema de transporte que lo privilegia; o de aquéllos a los que la ocupación masiva del espacio por ese tipo de vehículos impide ir a pie o en bicicleta; o de los que no pueden utilizar aquel tipo de vehículos o no lo encuentran adecuado al motivo o duración de su desplazamiento; y sobre todo, de ciudadanos que invierten gran parte de su tiempo en intercambios de un transporte colectivo que resulta a menudo ineficaz (Herce, 25).

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Figura 15. Avenida Las Delicias. Maracaibo Foto: A. Petzold, 2012.

El miedo modela el espacio urbano En Maracaibo se ha invertido el orden secuencial del que habla Jan Gehl (2006), primero es el edificio, después el espacio público y, finalmente, la vida social. Esto trae como consecuencia un abandono del espacio urbano y el vaciamiento de la vida pública. El miedo, la intranquilidad, la hostilidad y la alienación se han convertido en elementos con una categoría espacial muy específica, no sólo por el hecho de que se han hecho visibles, palpables […], sino también porque están consiguiendo afectar considerablemente a la vida personal y cotidiana de las personas en sus relaciones sociales y personales, en sus movimientos y actuaciones, en las dinámicas que generan (Cortés, 83).

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En este sentido, frente a un entorno físico que manifiesta este repliegue hacia el espacio privado, y que niega la calle como espacio de la escena pública, las actividades opcionales —las cuales exigen unas condiciones adecuadas del entorno físico— comienzan a desaparecer, y en consecuencia, «las “actividades sociales”, todas las que dependen de la presencia de otras personas en los espacios públicos, siendo la actividad social más extendida, los contactos de carácter pasivo, es decir, ver y oír a otras personas» (Gehl, 20), también desaparecen. Al existir una ausencia de personas en el espacio urbano, ocurre un vaciamiento de la vida pública y «[…] se crea la necesidad […] de una mayor demanda de seguridad que, […] se va concretando en unos edificios y unos barrios sellados herméticamente donde se detestan las multitudes, se renuncia a la calle y se impone la disciplina a la espontaneidad» (Cortés, 87). En consecuencia, se asiste a un proceso de «condominización de la ciudad» (Giglia, 2003), una de las causas de la homogenización de las interacciones sociales lo que repercute en las prácticas sociales en el espacio urbano (figura 16).

Figura 16. Maracaibo, la ciudad cerrada Foto: A. Petzold, 2002.

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Estas acciones colectivas de cierre de calles públicas, utilización de cámaras de vigilancia, cerco eléctrico, entre otras, ponen en evidencia cómo la percepción de inseguridad individual se materializa en respuestas colectivas tangibles que buscan mitigar dicha sensación y que atentan contra la vida pública de las ciudades. Es así como «el transeúnte, el desconocido y el extranjero, constituyen ahora amenazas potenciales en contra de las cuales conviene protegerse individual o colectivamente» (Capron y Zamorano, 6).

Dos maneras de atentar contra la vida pública en la ciudad La aparición de los conjuntos cerrados en la ciudad de Maracaibo, al igual que en otras ciudades latinoamericanas, manifiestan a través de su constitución física (muros ciegos y una única entrada) una renuncia a la calle y a la vida urbana que en ella transcurre. Por otro lado, y frente a un incremento de la violencia y de la inseguridad pública, otros grupos de la población que viven en zonas vinculadas a la trama urbana de la ciudad, han tomado acciones que constituyen el cierre de calles originalmente públicas; se asiste con este proceso a un secuestro de la calle. Esto origina sentimientos encontrados en la población. Por una parte, ciertos grupos de la población consideran válida dicha acción frente a los crecientes niveles de inseguridad y violencia y, por otro lado, otros grupos de la población sienten frustración por la prohibición de acceso a estas calles que antes eran públicas. Un aspecto importante a señalar son las consecuencias directas que sobre el entorno físico de la ciudad tienen estas formas de renuncia y secuestro de las calles. En los conjuntos cerrados o amurallados, existe en la mayoría de los casos, una intencionalidad por suavizar el alto muro parecido al de las prisiones con la presencia de arbustos del lado de la calle exterior. Asimismo, hay una preocupación por el cuidado de la entrada de acceso al conjunto y de sus áreas verdes exteriores (figura 17).

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Caso contrario ocurre con las calles secuestradas —anteriormente públicas— donde la entrada deviene simplemente en un portón —fachada trasera de las casas— y donde las áreas verdes y las aceras exteriores, y sus límites, se convierten en tierra de nadie —abandono y desidia—, convirtiendo la calle en una zona desolada carente de vida (figura 18). Es inquietante cómo esta acción de cierre de calles está amparada en la Ordenanza que regula la instalación de controles de accesos para facilitar la prestación de servicios de vigilancia y seguridad en secto-

Figura 17. Maracaibo, la renuncia a la calle Foto: Francisco Mustieles, 2012. Archivos de la investigación.

Figura 18. Maracaibo, el secuestro de la calle Foto: Francisco Mustieles, 2012. Archivos de la investigación.

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res, urbanizaciones y barrios consolidados del municipio Maracaibo, publicada en Gaceta Municipal Extraordinaria núm. 029 de fecha 10 de junio de 2003. La ciudad se está convirtiendo en la suma de pequeños territorios conquistados por grupos de la población que intentan «…buscar en la intimidad doméstica, en los encuentros confiables, formas selectivas de sociabilidad» (García Canclini, 265), y para lograr esto, construyen muros y secuestran la calle, lugar por excelencia de las interacciones sociales, olvidando que éstas dependen del tratamiento que se le dé al espacio urbano y que éste es un espacio de todos. Estas acciones han contribuido al deterioro de la calidad del espacio urbano, que aunadas al predominio del automóvil en los espacios destinados al peatón, han ido mermando la vida pública de la ciudad y acrecentando las distancias sociales. Asimismo, el clima de violencia e inseguridad imperante en la ciudad: más de 700 homicidios en Maracaibo en el año 2013 (35 homicidios por cada 100 mil habitantes), y en el país: cinco de las 50 ciudades más violentas del mundo están en Venezuela (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 2014), ha incrementado el temor al otro, lo que ha traído consigo nuevas formas de convivencia en el espacio urbano. Lo expuesto anteriormente permite evidenciar la existencia de fronteras tangibles e intangibles en el espacio urbano de Maracaibo, que hablan de las manifestaciones físicas, culturales y sociales de autoexclusión y exclusión en este espacio, así como del aspecto simbólico como característica inherente a la percepción que los ciudadanos hacen del espacio de la ciudad, y cómo el recrudecimiento de los conflictos sociales ha modificado el valor de uso y consumo de la ciudad. La vida pública transcurre y tiene lugar en las calles, y para ello se requiere que éstas sean compartidas por diferentes personas, con gustos e intereses distintos, donde convivan diversos medios de transporte y movilidad, donde exista pluralidad de usos (vivienda, comercio, oficinas, cultura, ocio, etcétera), y se experimente el encuentro con el otro, lo diferente; donde sea posible la negociación y, también, el conflicto. La permanencia y proliferación de estas fronteras en el espacio público urbano irá acrecentando sentimientos de intolerancia y frustra-

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ción en la población, y consolidará un modelo de ciudad autista que rechaza todo signo de conflicto y diferencia, pero que, sin embargo, acentúa la anomia social y la indiferencia frente a la consolidación de estas fronteras que se reafirman a partir de la exclusión del otro.

El espacio público como espacio político en Venezuela La naturaleza política del espacio público trae consigo el conflicto y la negociación, puesto que cada grupo social se apropiará y utilizará el espacio público para manifestar y evidenciar posturas diferentes frente a acontecimientos y situaciones de la vida urbana, social, económica y política que comienzan a generar malestar entre la población. Acciones como «[…] tomar las calles, ocupar una plaza pública, tatuar las paredes […] constituyen recursos […] para manifestar su disenso y oposición en un espacio que permite, precisamente, la visibilidad y la publicidad de la protesta» (Makowski, 93). En este sentido, «desde la perspectiva de Borja, los espacios públicos cumplen una inminente función política al constituirse en escenarios de manifestaciones de afirmación o de confrontación social y política, así como de procesos comunitarios que requieren de plazas, avenidas y calles para su expresión» (Makowski, 93). Existe en consecuencia, una codependencia entre el espacio físico (contendor) y el espacio social y político (contenido), uno no existe sin el otro. Otra concepción del espacio público como espacio donde se hace visible la protesta, es la planteada por Sandra Pinardi (23), denominada espacio de la ceguera, entendido éste como «el acontecimiento mismo del espacio, es el espacio-acontecimiento, el tener “lugar” de algo (que no es ni el algo ni el lugar —sitio— donde está ubicado)». Esta definición surge a partir de un acontecimiento cívico de raíces políticas, como lo fue el paro general ocurrido en Venezuela entre los meses de diciembre de 2002 y enero-febrero de 2003, así como de las manifestaciones públicas que lo acompañaron, donde espacios como la Plaza Altamira en Caracas y la Plaza de la República en Maracaibo, por señalar sólo dos que, claramente, se trasfiguraron en el lugar de la disi-

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dencia política del gobierno del difunto presidente Hugo Chávez. Este fenómeno, de polarización política manifestada en el espacio público, produjo lecturas sesgadas de los espacios, convirtiendo la afiliación política en un límite intangible para la apropiación y uso de dichos espacios públicos. Hoy «... las diferencias ideológicas no sólo se manifiestan a partir del debate (acalorado), sino a partir de la apropiación y delimitación de territorios» (Ontiveros, 407). Estas acciones de calle, comienzan a instaurar sentimientos de frustración, miedo y descontento, que disuaden y excluyen a otros grupos sociales e individuos de la apropiación y uso de estos espacios públicos, al otorgarles significados que modifican la percepción que se tiene de estos lugares, al tiempo que los mismos son asociados con determinados grupos políticos (opositores u oficialistas) y/o acciones delictivas o de represión, que llevan al abandono de éstos. En el año 2014, se vuelve a tomar la calle y los espacios públicos pero en esta oportunidad las acciones son encabezadas por los estudiantes a nivel nacional, iniciándose las protestas en la ciudad de Mérida, para rápidamente ser replicadas en las principales ciudades de Venezuela (San Cristóbal, Caracas, Maracaibo, Coro y Valencia, entre otras), esto en reclamo a la grave situación de inseguridad, violencia, desabastecimiento de productos básicos y el alto nivel de inflación que vive el país. A las protestas estudiantiles, posteriormente, se unieron distintos sectores de la sociedad civil, prolongándose las acciones de calles por más de cuatro meses (enero, febrero, marzo y abril, 2014), tiempo durante el cual, los estudiantes, —principalmente— fueron brutalmente reprimidos por la Guardia Nacional Bolivariana (gnb) y por el Cuerpo de la Policía Nacional Bolivariana (cpnb), al tiempo que las protestas eran criminalizadas en los discursos del presidente Nicolás Maduro, quien respaldó las acciones ejecutadas por la gnb y el cpnb (figuras 19, 20 y 21). Debido a esta fuerte represión y violación de derechos humanos por parte del Gobierno Nacional, las protestas llevadas a cabo durante esos meses, dejaron un saldo de 43 muertos, 873 heridos, 3 123 detenidos y 3 400 encarcelados (279 menores de edad) en el año 2014

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Figura 19. Manifestaciones en la Plaza Altamira, Caracas y en la Plaza de la República, Maracaibo, 2014

Figura 20. Represión a manifestantes en Venezuela, 2014 Fuentes diversas.

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Figura 21. Caricaturas de Pedro León Zapata, febrero y marzo 2014 Fuente: Periódico El Nacional.

(Foro Penal venezolano, 2015). Asimismo, el líder opositor Leopoldo López (febrero 2014), el alcalde opositor de San Cristóbal, Daniel Ceballos (marzo, 2014), el alcalde opositor del municipio San Diego, Edo. Carabobo, Vicencio Scanaro (marzo, 2014), fueron encarcelados y aún continúan presos por apoyar estas manifestaciones. En febrero de 2015, el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, fue encarcelado por conspirar presuntamente contra el gobierno venezolano. En la ciudad de Maracaibo, la Plaza de la República, uno de los dos espacios públicos donde se realiza el estudio, se consolida como espacio físico donde se visibiliza la lucha y la protesta contra la violencia y la represión del Gobierno Nacional frente a las manifestaciones estudiantiles. Se constituye en el lugar simbólico de la condena de las acciones de quienes ostentan el poder y lo imponen mediante el miedo y la tortura, irrespetando el derecho que todo ciudadano tiene de manifestarse pacíficamente (figura 22).

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Figura 22 . Llamado de los estudiantes y la sociedad civil a manifestarse en Plaza de la República, 2014 Fuentes diversas.

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El lugar de lo público «Nuestros cuerpos y movimientos están en interacción constante con el entorno»

Pallasmaa, 42 Los espacios urbanos, […] se crean socialmente mediante procesos de negociación aunque sin olvidar que algunos grupos al disponer de mayores recursos materiales o simbólicos potencialmente se encuentran ubicados en una posición privilegiada para definir los márgenes y la naturaleza del espacio social [en este sentido, el medio como espacio social, establece] […] la interacción [que] puede, entonces, trazar límites más o menos visibles para producir exclusión (Gutiérrez, 84). De ahí que, al estudiar las interacciones en el espacio público, sea importante observar las características físico-espaciales y socio-culturales del lugar donde estas interacciones ocurren, ya que, no sólo el carácter de dicho espacio social viene dado por las normas previamente definidas en él. Se seleccionaron dos espacios públicos, Plaza de la República y Parque Vereda del Lago en el municipio Maracaibo, de la ciudad de Maracaibo, los cuales poseen características comunes: abiertos, recreacionales y deportivos, y diferencias en cuanto a historia, simbología,

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escala, diseño e inserción urbana, lo que permite tener una variedad de significaciones en torno al espacio público. Todo esto, con la intención de evidenciar la importancia de estos aspectos, en el estudio de las interacciones entre el diseño del espacio público y las prácticas de apropiación y de uso de las personas en él. Asimismo, permitió poder abarcar diferentes grupos sociales (nivel socio-económico, edad y género), y obtener información sobre cómo se apropian, usan y perciben los espacios públicos en relación con las características físico-espaciales y de inserción urbana de éstos. Es importante señalar que el diseño y la construcción de la Plaza de la República y del Parque Vereda del Lago, responden a momentos diferentes del desarrollo urbano de Maracaibo. Por un lado, la Plaza de la República (1945) fue diseñada y construida en un periodo de reestructuración de la trama urbana de la ciudad, resultado de los nuevos asentamientos de los campos petroleros al norte de la ciudad. La plaza expresó «... la voluntad de centrar [la nueva ciudad] al viejo modelo, [replicando] las proporciones y tamaño de la Plaza Mayor (Plaza Bolívar)» (Velásquez, 30). Actualmente, esta plaza se ha convertido en el símbolo de la lucha y reivindicación de los derechos civiles y políticos de los habitantes de la ciudad. Por su parte, el Parque Vereda del Lago (1976-78) (antiguamente llamado Paseo del Lago), se construyó en una época de intensa expansión territorial, en la cual «Maracaibo inicia un proceso de periferización de la ciudad, incrementándose exponencialmente sus áreas de hábitat popular, el cual se hace dominante como forma de ocupación del espacio urbano» (Echeverría, 23). Su construcción fue la respuesta del Gobierno Nacional ante la necesidad de crear espacios que mejoraran la calidad del ambiente urbano de la ciudad. En la actualidad, es un parque de escala metropolitana, siendo utilizado también por los ha­bitantes de otros municipios y ciudades del estado Zulia. Ambos espacios públicos se localizan en el macro-centro de Maracaibo (ubicado al norte del centro fundacional de la ciudad y en la zona más consolidada), y se han constituido en hitos de la ciudad pero de naturaleza distinta: uno (la plaza) asociado con la historia de la ciudad

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y otro (el parque) asociado al elemento natural más grande de América Latina: el Lago de Maracaibo (figura 23). El estudio comparativo de casos se considera fundamental pues permite enriquecer las perspectivas actuales sobre el espacio público a partir de lo empírico, al tiempo que ofrece la posibilidad de establecer el peso de cada uno de los elementos (físico-territorial, socioespacial y simbólico) en las prácticas de apropiación y de uso de los espacios públicos.

Figura 23. Plano de la Parroquia Santa Lucía donde se ubican los dos espacios públicos seleccionados Fuente: Atlas de Maracaibo, Alcaldía de Maracaibo, 2007.

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A continuación se presenta el análisis de las características físicoespaciales y de inserción urbana de los dos espacios públicos: Plaza de la República y Parque Vereda del Lago, evidenciando los aspectos comunes y las diferencias que existen entre ellos.

Plaza de la República: análisis de las características físico-espaciales y de inserción urbana La plaza y su historia En la década de los cuarenta, Maracaibo —principal centro urbano de apoyo a las operaciones de la industria petrolera— era una ciudad dividida entre el casco tradicional y el asentamiento urbano impulsado por las colonias petroleras de Bella Vista y Las Delicias, como resultado de un proceso de crecimiento de la ciudad hacia el norte, por el establecimiento de las sedes administrativas y residenciales de las empresas petroleras. Como consecuencia, la trama urbana de la ciudad se modifica y «... los principales usos urbanos: comerciales, asistenciales, culturales y residenciales —que tradicionalmente se localizaban en el casco urbano— comenzaron a trasladarse al nuevo asentamiento» (Cestary et al., 3). En 1945, la Plaza de la República fue construida como homenaje a los estados que conforman la República de Venezuela, convirtiéndose en la plaza central de este nuevo centro de la ciudad. En su área central, se levanta un obelisco como símbolo de la mayor riqueza que tiene el estado Zulia, su petróleo (figura 24).

La plaza y la ciudad Se entiende «la relación de la plaza con la ciudad [como] una condición sine qua non. La plaza es un fenómeno netamente urbano, es el área abierta de la ciudad, que posee características de concavidad» (Tamayo, 121).

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Figura 24. Plaza de la República, 1955 Foto: Kurt Nagel von Jess.

La Plaza de la República se encuentra ubicada en la zona macrocentro de la ciudad, en la parroquia Santa Lucía (equivalente en México a la colonia), en el municipio Maracaibo (conformado por 18 parroquias). En esta parroquia se ubica la populosa barriada Santa Lucía (siglo xviii), considerada epicentro del urbanismo originario de la ciudad de Maracaibo y cuyo nombre recibe la parroquia en la que se encuentra. Dentro de los límites de esta parroquia se encuentra el Puerto de Maracaibo, de categoría nacional e internacional. Tiene una población estimada de 35 500 habitantes (2008), con una superficie de 6 km2, siendo una de las parroquias más pequeñas del municipio, su densidad poblacional es de 5.89 hab/km2 (figura 25). El nivel de ingreso de los habitantes de esta parroquia es medio. En la actualidad, el área urbana inmediata a la plaza, las calles y las diferentes funciones que albergan los edificios ubicados cercanos a ésta, le otorgan un carácter polivalente al contexto donde se emplaza, que se manifiesta en la diversidad de usos comerciales, financieros, culturales, educativos, asistenciales y residenciales (figura 26).

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Figura 25. Ubicación de la parroquia Santa Lucía dentro de la división político-administrativa de la ciudad de Maracaibo Fuente: Elaboración propia a partir de información suministrada por el Instituto de Investigaciones. Facultad de Arquitectura y Diseño. Universidad del Zulia.

Según Lynch, toda plaza considerada nodo debe tener una serie de características, tales como: […] poseer un límite agudo y cerrado […] [contar con] uno o dos objetos que sean focos de atención […], una forma espacial coherente […], perspectivas, pautas de movimiento. La esencia de este tipo de [espacio] es que constituya un lugar nítido e inolvidable, que no pueda confundirse con ningún otro (Lynch, 125).

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Figura 26. Plaza de la República y el contexto donde se emplaza Foto: Omar VP, 2010.

La Plaza de la República es un espacio abierto con límites físicos claramente legibles y con una carga histórica y simbólica que la convierte en un elemento referencial dentro de la ciudad. Es un elemento articulador en la ciudad, tanto por su tamaño como por sus características físico-espaciales. La plaza «... representa un ámbito dentro de la ciudad, a través del cual junto con otros hitos referenciales, permiten al habitante hacer la construcción de la imagen de su territorio, de identificar sus recintos urbanos, y poder orientarse dentro de su ciudad» (Tamayo, 127). Los habitantes de Maracaibo conocen esta plaza, sin que necesariamente la visiten y hagan uso de ella. Es un espacio público que forma parte del imaginario de los habitantes y de la historia urbana de la ciudad de la segunda mitad del siglo xx.

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La plaza y sus bordes Para entender la relación de la plaza con sus bordes, es necesario primero establecer qué se entiende por plaza. Se asume el concepto de plazas públicas definido por Ramírez (2009) al considerarlo útil para el análisis de la Plaza de la República: […] son lugares de especial singularidad […], [que] históricamente se han constituido en sedes de interacciones y actividades sociales, económicas, políticas y culturales, en sitios de entrada y salida de población en donde confluyen calles y rutas que interconectan […] Espacio de visibilidad, abierto y amplio (Ramírez, 159). En términos físico-espaciales, una plaza por definición tiene bordes. Es un área concreta, abierta, donde predomina el vacío y sus bordes edificados. La Plaza de la República se encuentra bordeada por calles en sus cuatro fachadas, que la separan, sin desvincularla, de las edificaciones ubicadas a su alrededor. Sobre la fachada sur, al interior de la plaza, se encuentra una edificación de una planta, la cual junto con el obelisco constituye, siguiendo a Lynch (1998), un foco de atención. Sin embargo, supone una barrera para la vinculación de la plaza con su borde sur, paralelo al cual se ubica la calle 76. El resto de los límites de la plaza son permeables, al estar definidos por un muro bajo que permite, tanto a peatones como a conductores que circulan por sus alrededores, participar de lo que ocurre en la plaza. Las edificaciones que se ubican alrededor de la plaza conforman bordes dinámicos en cuanto a su apropiación y uso. Los usos que albergan las edificaciones son principalmente comerciales y centros educativos, favoreciendo la actividad del sector a lo largo del día, lo que incide en el uso y ocupación de la plaza. Sin embargo, estas edificaciones configuran un paisaje de escaso valor arquitectónico, fragmentado y heterogéneo en cuanto a estilos,

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tiempos, alturas y usos. Son bordes que se modifican por la dinámica comercial e inmobiliaria de la zona, estableciendo un perfil urbano asimétrico, que contrasta con la simetría de la plaza y el estilo art déco de sus elementos. A continuación se presenta una serie de fotografías de cada una de las fachadas, tanto internas como externas de la plaza, y de las fachadas de los bordes edificados alrededor de ésta (figuras de 27, 28 y 29), que reflejan lo señalado anteriormente.

Figura 27. Fachadas De arriba a abajo: fachada norte interna de la plaza, 2013; edificaciones ubicadas frente al borde norte de la plaza, 2013; fachada norte externa de la plaza, 2013; fachada este interna de la plaza, 2013. Foto: D. Martínez. Archivos de la investigación.

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Figura 28. Fachadas De arriba a abajo: edificaciones ubicadas frente al borde este de la plaza, 2013; fachada este externa de la plaza, 2013; fachada sur interna de la plaza, 2013; edificaciones ubicadas frente al borde sur de la plaza, 2013; fachada sur externa de la plaza, 2013.

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Figura 29. Fachadas De arriba a abajo: fachada oeste interna de la plaza, 2013; edificaciones ubicadas frente al borde oeste de la plaza, 2013; fachada oeste externa de la plaza, 2013. Foto: D. Martínez. Archivos de la investigación.

En cuanto a la conectividad de la plaza, ésta se encuentra integra­ ­da a la trama de la ciudad a través de importantes vías que la recorren de norte a sur y de este a oeste. La calle 77, conocida como la avenida 5 de Julio, que recorre la ciudad de este a oeste, y la avenida Bella Vista, que recorre la ciudad de norte a sur. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, las dos ciudades (casco tradicional y colonias petroleras) se comunicaban a través de las avenidas Las Delicias y Bella Vista, mientras que la avenida 5 de Julio (calle 77) era el eje vial principal del nuevo asentamiento (figura 30). Esta conectividad le otorga a la plaza una excelente accesibilidad vehicular, facilitando el acceso y el uso de la plaza, tanto a las personas que viven y trabajan en el sector, como a las personas que se movilizan

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Figura 30. Plaza de la República y las principales vías que la bordean Fuente: Elaboración a partir de Google Maps, 2013.

en transporte público o privado. De igual forma, a los que viven lejos del sector o residen fuera del municipio Maracaibo. En cuanto a la accesibilidad peatonal de la plaza, relacionada con la facilidad para llegar a pie, se ve beneficiada por la ubicación céntrica de la plaza dentro del sector Bella Vista, así como por las diferentes entradas que posee, las cuales favorecen el paso a través de ella desde distintos puntos. De aquí que, «... el uso de la plaza, dependerá del soporte que le brindan las calles, como conductos de movilidad urbana» (Tamayo, 42) (figura 31).

La plaza, su forma y elementos La Plaza de la República ocupa una manzana del sector Bella Vista, con un área aproximada de una hectárea, de forma cuadrangular. Cuenta con nueve entradas distribuidas en sus cuatro fachadas y en sus cuatro esquinas. La mayoría de estas entradas están vinculadas a caminerías,

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Figura 31 Personas que utilizan la plaza como lugar para atravesar, 2013 Fotos: Izquierda y derecha, S. Mustieles. Centro: G. Olivares. Archivos de la investigación.

cuya disposición dentro del espacio orienta el recorrido de las personas hacia el centro de la plaza, cuyos elementos centrales son la fuente y el obelisco de 49 metros de alto (réplica del Obelisco de Washington), ambos de color blanco (figuras 32 y 33). Como se mencionó anteriormente, el diseño de la Plaza de la República buscó replicar la escala y la proporción de la Plaza Mayor (Plaza Bolívar), como símbolo del establecimiento del nuevo centro de la ciudad. Sin embargo, el estilo utilizado en el diseño del obelisco, del anfiteatro y de sus elementos urbanos fue art déco. En Maracaibo, el estilo del art déco fue utilizado tanto por la élite emergente que surgió apoyada en el boom petrolero, como por los gobernantes de turno para las edificaciones relacionadas con la salud y la educación. [También] abarcó usos que se extendieron desde lo comercial, lo recreativo, hasta lo religioso, a lo largo de todo el perímetro urbano […] ; como expresión de la nueva modernidad que luchaba por imponerse en sustitución de los códigos estéticos del pasado decimonónico, variando entre un art déco culto y otro popular (Petit, 384). A continuación se presentan las características físico-espaciales de los elementos que conforman la plaza buscando explicar los criterios de diseño y ubicación.

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Figura 32. Plano de la Plaza de la República Fuente: Elaboración a partir de plano de la Alcaldía de Maracaibo, 2013.

Figura 33. Fuente y obelisco, ubicados en el espacio central de la plaza Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

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Muro-jardinera La organización interna de los elementos físicos y naturales de la plaza, busca crear «... un lugar acogedor, tranquilo, reconfortable [y constituirse en] el recipiente que le otorgue al habitante esa agradable sensación de recogimiento, de protección, [y] de confort» (Cortés, 3). Los bordes de la plaza están delimitados por un muro-jardinera bajo (un metro de altura), que proporciona una continuidad visual con el contexto: desde el interior de la plaza se puede observar el entorno edificado que la rodea, y a su vez, desde las calles y los edificios que la bordean, contemplar el interior de la plaza y las actividades que en ella se realizan. La ubicación del muro-jardinera en los bordes de la Plaza de la República, permite la presencia de vegetación a lo largo del perímetro de la plaza. Paralelo a este muro-jardinera, del lado exterior de la plaza, se encuentran las aceras, y de su lado interno, una caminería perimetral que recorre toda la plaza, y a la que se accede por cualquiera de las entradas que ésta posee (figura 34). De aquí que, «la forma visual del espacio plaza, dependerá, por lo tanto, de su forma física, como realidad material, dependiente de sus límites» (Tamayo, 31).

Figura 34. Muro-jardinera como límite de la plaza Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

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Caminerías o sendas La estructura interna de la Plaza de la República responde a una red de caminerías que «... constituyen el esqueleto de la imagen de la [plaza]» (Lynch, 118). La Plaza de la República cuenta con una caminería perimetral que acompaña el muro-jardinera, y constituye el elemento bisagra entre el espacio interior de la plaza y el espacio-calle que la bordea. Esta caminería es frecuentemente utilizada por las personas que van a hacer ejercicio, montar patineta y/o a pasear a sus perros (figura 35). Por otro lado, existen dos caminerías ubicadas diagonalmente al perímetro de la plaza, con una leve pendiente descendente, hacia el espacio central de la plaza, y vinculadas directamente a las entradas de las esquinas sur-este y sur-oeste, respectivamente. Esta característica de esquinas abiertas, permite el desplazamiento de las personas de manera continua con el resto del sistema de calles. Esto ayuda a organizar los recorridos confiriéndole mayor unidad al espacio (Tamayo, 1998) (figura 36). En los bordes este y oeste de la plaza, se ubican caminerías perpendiculares a dichos bordes; la caminería del borde este, posee una leve pendiente descendente hacia el centro de la plaza y la caminería del borde oeste, una leve pendiente ascendente hacia este espacio central. Asimismo, en el borde norte, se ubican dos caminerías con cierta curvatura ascendente hacia el espacio central de la plaza (figura 37).

Figura 35. Caminerías de la Plaza de la República Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

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Figura 36. Caminerías de la Plaza de la República Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

Figura 37. Caminerías de la Plaza de la República Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

Esta variedad de ascensos y descensos que se experimentan al caminar por la plaza, permite inferir «... la aparente cualidad kinestésica [que poseen estas caminerías], por el sentido de movimiento que se tiene recorriéndola: se sube, se baja, se gira» (Lynch, 119).

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Mobiliario urbano Se considera mobiliario urbano (Serra, 2000) a todos aquellos elementos que se incorporan al espacio urbano con el fin de atender una necesidad física, social o prestar un determinado servicio al ciudadano, y que contribuyen a configurar el paisaje urbano y al mejoramiento de la calidad de los espacios públicos de la ciudad. No se considera mobiliario urbano a los elementos de acondicionamiento frente al ruido, pavimentación, arborización y señalización. En este sentido, el mobiliario urbano «... desempeña un papel importante en el desarrollo de las posibilidades de estancia en los espacios públicos» (Gehl, 167), favoreciendo la realización de actividades como caminar, estar de pie, sentarse, ver, oír y hablar, lo que «... significa que un amplio abanico de otras actividades (juegos, deportes, actividades comunitarias, etc.) tendrán una buena base donde desarrollarse» (Gehl, 145). a) Bancas. Las bancas son uno de los principales elementos urbanos en todo espacio público, al ser elementos de referencia del lugar donde las personas pueden sentarse a descansar, conversar o contemplar el espacio urbano, favoreciendo la prolongación de estancias, lo que estimula la convivencia e interacción social. En la Plaza de la República se encuentran dos tipos de bancas: una banca rectangular (2.95 × 0.44 m), y una banca curva (3.50×0.50 m). La disposición de estos dos tipos de bancas en el espacio va en correspondencia al trazado de las caminerías o sendas y del espacio central de la plaza. Las bancas curvas se ubican alrededor del espacio central, donde se localizan la fuente y el obelisco, y las bancas rectangulares se ubican paralelas a las caminerías. Ambos tipos de bancas se ubican al interior de las áreas verdes de la plaza, es por ello que cuentan con una pequeña superficie de adoquines sobre el área verde, lo que invita a las personas a ubicarse de espaldas a las caminerías o al espacio central (figura 38).

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Figura 38. Tipos de bancas y su ubicación en la plaza Fotos: izquierda y centro, A. Petzold. Derecha: A. Rangel. 2013. Archivos de la investigación.

Por otro lado, en la caminería perimetral de la plaza no se ubican bancas, lo que refuerza su carácter de borde del espacio. b) Iluminación. El alumbrado es un elemento urbano fundamental en el espacio público. La buena iluminación de un espacio favorece la apropiación de éste al ser percibido como un lugar seguro. Borja y Muxí (2000:55) señalan que «un espacio “iluminado” permite el uso por igual, tanto a las mujeres como a los niños o a las minorías que de otra manera podrían sentirse intimidados y temer a una agresión». Por otra parte, la iluminación le brinda al espacio cualidades estéticas y espaciales como elemento de animación urbana. Una iluminación adecuada puede prolongar el uso de un espacio público en las horas nocturnas. La Plaza de la República cuenta con treinta y cuatro (34) faroles, dispuestos en pares en las diferentes entradas, y en las esquinas de las áreas verdes, sobre el borde que conforma el área central de la plaza. Sin embargo, la iluminación es deficiente, disminuyendo la intensidad de uso de la plaza durante la noche. Adicionalmente la plaza cuenta con iluminación ornamental en la base del tronco de los árboles, así como, ilumina-

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Figura 39. Tipos de iluminación y su ubicación en la plaza Fotos: superiores: D. Martínez.; inferior izquierda: G. Olivares; inferior derecha: A. Rangel. Archivos de la investigación.

ción lúdica en la fuente, la cual cambia de colores constantemente, convirtiéndose en un espectáculo de luces que atrae a grandes y pequeños al espacio, así como a transeúntes que atraviesan la plaza y a conductores que circulan por el sector (figura 39).

Vegetación En la Plaza de la República, las caminerías o sendas configuran las siete áreas verdes que existen en ella. En estas áreas se ubican árboles de alto porte, arbustos y especies cobertoras. Algunas de estas áreas verdes cuentan con árboles de copa densa y extendida que generan sombras sobre las bancas y sectores de las

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caminerías. Sin embargo, existen otras áreas en la que los árboles no proporcionan ningún tipo de sombra sobre las bancas y caminerías, lo que afecta la utilización de estas bancas en horas de alta incidencia solar. Los árboles en esta plaza le otorgan un sentido de permanencia e interioridad a ciertas áreas del espacio al conformar un techo bajo el cual protegerse del sol, confiriéndole una escala más de patio que una escala de plaza principal de la ciudad. Asimismo, los árboles constituyen uno de los puntos focales del espacio en una ciudad donde la presencia de árboles en el espacio urbano es escasa (figura 40).

Figura 40. Presencia de vegetación en las áreas de la plaza Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

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Equipamiento En todo espacio público debe existir un equipamiento de uso público que sirva de soporte para actividades comunitarias, culturales, deportivas, etcétera, favoreciendo el encuentro e intercambio social. En la fachada sur de la plaza se ubica una edificación de estilo art déco, en cuyo centro se ubica un pequeño anfiteatro (concha acústica), utilizado para la realización de eventos musicales y actos públicos de carácter civil o político. En el extremo este de la edificación, se localiza la Prefectura Civil y en el extremo oeste, un espacio para actividades culturales (figura 41). Esta edificación constituye una plataforma para la realización de un conjunto de actividades que buscan incentivar la copresencia y/o el intercambio social entre personas y grupos sociales en el espacio central de la plaza. El análisis de las características físico-espaciales de la Plaza de la República, evidencia que su estructura físico-espacial e inserción urbana, así como la organización del mobiliario, de la vegetación y del equipamiento, facilitan la observación de la totalidad del espacio (continuidad visual), lo que permite al usuario orientarse dentro del lugar y percibir desde distintos puntos al interior de la plaza, lo que acontece en el lugar.

Figura 41. Edificación donde se localiza la concha acústica, la prefectura civil y el espacio cultural Fotos: A. Petzold, 2013. Archivos de la investigación.

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Parque Vereda del Lago: análisis de las características físico-espaciales y de inserción urbana El parque y su historia El parque abrió sus puertas el 18 de noviembre de 1978, de la mano del presidente en turno, Carlos Andrés Pérez. La obra se inició en 1976, tras tres años de arduo trabajo de dragado y relleno hidráulico, con el fin de dar respuesta a la urgente necesidad de mejorar la calidad del ambiente urbano y satisfacer las demandas de esparcimiento y recreación de la población zuliana. Existía una necesidad de vincular la ciudad con su lago (figura 42).

Figura 42 Cambios realizados al borde costero de la ciudad de Maracaibo para la construcción del Paseo de Lago, actualmente llamado Parque Vereda del Lago. Fuente: Instituto de Investigaciones de la Facultad de Arquitectura y Diseño. LUZ, 2005.

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El Paseo del Lago (1976-1978), como era llamado anteriormente, se construye en un periodo de crecimiento metropolitano de la ciudad, en el cual la urbanización marginal (zonas de rancho) se hace dominante. La ciudad se transforma en el escenario de un sistema cuya dinámica económica no cesa de ser excluyente y selectiva sobre el plano social (Echeverría, 1995). El Paseo del Lago fue uno de los primeros proyectos llevados a cabo por el Ministerio del Ambiente (marnr), siendo éste, el coordinador y ejecutor de dicho proyecto, con el apoyo del Ministerio de Desarrollo Urbano (mindur) y de profesionales locales. El proyecto original del Paseo del Lago contaba con una superficie de 100 hectáreas aproximadamente, para ser desarrolladas en dos etapas: la primera etapa de 65 hectáreas, la cual fue totalmente desarrollada, y una segunda etapa de 35 hectáreas, que en el año 2013, luego de 35 años de inaugurada la primera etapa del Paseo del Lago, comienza a ser desarrollada por la Gobernación del estado Zulia (figura 43 en el anexo I). Su creación como parque metropolitano se lleva a cabo en septiembre de 2001, año en el cual se le cambia, a la primera etapa del Paseo del Lago, el nombre a Parque Vereda del Lago. Su nuevo nombre responde a la caminería ubicada a lo largo del borde este del parque (que ya existía), límite con el Lago de Maracaibo. Posteriormente, en el año 2005, se decreta la creación del Servicio Autónomo Vereda del Lago (savel), para la administración de la primera etapa del parque, lo que supuso cambios en los mecanismos de gestión de este espacio público. Estos cambios se han centrado en el otorgamiento a privados de ciertas áreas del parque en calidad de comodato, como forma de financiamiento de la Alcaldía de municipio Maracaibo para el mantenimiento del lugar. Es importante señalar que la gestión y el mantenimiento de este parque se encuentran divididos entre dos instancias de tendencias políticas opuestas. La primera etapa (65 hectáreas) llamada Parque Vereda del Lago, es responsabilidad de la Alcaldía del municipio Maracaibo, a través del Servicio Autónomo Vereda del Lago, actualmente

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administrado por el partido opositor, y la segunda etapa (35 hectáreas) llamada Paseo del Lago, es asumida por la Gobernación del estado Zulia, perteneciente al partido oficialista. Entre algunos de los cambios realizados a la zonificación de la primera etapa del plan original del Paseo del Lago (hoy Parque Vereda del Lago), se encuentra la incorporación de los siguientes usos, compatibles y no compatibles, con la naturaleza del parque, como son: • Parque acuático Aguamanía (privado: se requiere pagar entrada). • Sede de la Policía Municipal de Maracaibo. • Sede de la Universidad Rafael Urdaneta (privada: el acceso sólo es permitido a los estudiantes y profesores de dicha universidad). • Gimnasio Vereda Gym & Spa (privado: se requiere tener membresía). • Consejo de protección de niños, niñas y adolescentes. • Parque de Go-Kart (privado: se requiere pagar entrada). • Estación central del Tranvía de Maracaibo. • Estacionamiento nocturno de camiones de carga (por su cercanía con el Puerto de Maracaibo). La concesión a empresas privadas de algunos equipamientos y actividades del parque, manifiesta por un lado, las exigencias económicas que supone la gestión y el mantenimiento del parque, las cuales no pueden ser asumidas por la Alcaldía del municipio Maracaibo, y por el otro, la privatización de algunas áreas del parque, lo que constituye un límite para ciertos grupos sociales que no pueden pagar el costo de la entrada. Es importante señalar que sólo se consideró en el análisis la primera etapa (65 hectáreas), por ser la que actualmente se encuentra en pleno funcionamiento.

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El parque y la ciudad El Parque Vereda del Lago se encuentra ubicado, al igual que la Plaza de la República, en la zona macro-centro de la ciudad la parroquia Santa Lucía, en el municipio Maracaibo. El Parque Vereda del Lago, está ubicado específicamente en la zona costera centro-este de la ciudad. Limita al este con el Lago de Maracaibo y al oeste con la avenida El Milagro y los sectores Don Bosco, Virginia y Cerros de Marín; al sur limita con la Universidad Rafael Urdaneta y la zona portuaria, y al norte con el Hotel Intercontinental y la segunda etapa del parque (figura 44 en el anexo I). El nivel de ingreso de los habitantes de esta parroquia es medio. Sin embargo, el parque se inserta en un área urbana cuyos habitantes pertenecen a un nivel socioeconómico medio-alto.

El parque y sus bordes El Parque Vereda del Lago se encuentra vinculado a la estructura urbana de la ciudad únicamente en sus extremos: norte y sur, que constituyen los únicos accesos, tanto peatonales como vehiculares. Ambos accesos se conectan a una de las principales avenida de la ciudad, El Milagro, la cual recorre la ciudad de sur a norte, paralela al lago (figura 45). Este tipo de vinculación con la ciudad conlleva, en términos de acceso a las personas, dos situaciones: por un lado, los usuarios que no cuentan con vehículo propio pueden llegar al parque a través del transporte público o taxi; y por el otro, si vienen en transporte público, éste les deja en una de las dos entradas del parque, viéndose obligados a realizar recorridos a pie (700 m desde el acceso norte y 450 m desde el acceso sur) por el interior del parque hasta el borde con el lago, lo que dificulta el desplazamiento de las personas de la tercera edad o con algún tipo de discapacidad. Por otro lado, en horas de mayor tránsito en la ciudad, y de mayor afluencia de usuarios al parque en vehículo privado, se produce un fuerte congestionamiento en la avenida El Milagro por la cantidad de vehículos que intentan acceder a las instalaciones del parque y a la

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Zona para otros usos Parque Vereda del Lago Acceso al parque Avenidad Milagro

Figura 45. Parque Vereda del Lago y sus límites Fotos: arriba izquierda: inserción urbana del Parque Vereda del Lago (fuente: Elaboración a partir de imagen satelital de Google Earth, 2013); arriba derecha: Avenida El Milagro, Maracaibo (foto: Lukanika, 2008); abajo: acceso norte Parque Vereda del Lago (foto: H. Izarra, 2008).

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Universidad Rafael Urdaneta, por las dos únicas entradas que posee el parque (figura 46). El parque no posee fachada hacia la avenida El Milagro, por levantarse, antes de a la construcción del parque, una serie de edificaciones, tanto comerciales como recreativas y residenciales que obstaculizan la visibilidad hacia las áreas internas del parque, siendo visibles únicamente desde la ciudad sus dos accesos. En consecuencia, la inserción urbana del parque a la trama de la ciudad es puntual y no tiene relación alguna con lo que ocurre fuera de sus límites (figura 47). Sin embargo, aun cuando las áreas del Parque Vereda del Lago, no tienen relación visual con la ciudad, y únicamente se relacionan con ella a través de sus dos accesos (norte y sur), su importancia urbana radica, principalmente, en ser el único parque a escala metropolitana de la ciudad de Maracaibo y en ofrecer a los habitantes contacto directo y público con el lago (un kilómetro de frente público al lago). Asimismo, el uso intensivo que los habitantes de la ciudad realizan del parque, lo convierte en uno de los principales espacios públicos de permanencia y recreación de la ciudad, al cual asisten no sólo los habitantes del municipio Maracaibo, sino también los habitantes de los municipios vecinos, principalmente del municipio San Francisco, que administrativamente forma parte de la ciudad de Maracaibo.

Figura 46. Acceso norte y acceso sur del Parque Vereda del Lago, 2013 Fotos: A. Petzold. Archivos de la investigación.

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Figura 47. Algunas edificaciones que dan hacia la avenida El Milagro y cuya fachada posterior da hacia el interior del Parque Vereda del Lago, 2012 Foto: D. Martínez. Archivos de la investigación.

El parque, su forma y elementos Se asume el concepto de parques públicos urbanos definido por Cedeño, al considerarlo útil para el análisis: Espacios abiertos públicos polivalentes, de cierta extensión, ubicados en sectores de características geográficas específicas y en cuyo diseño la naturaleza, el paisaje, y las áreas pavimentadas están en equilibrio —o deberían estarlo— para facilitar la diversidad de usos, de tránsitos y sobre todo, de interacciones sociales, lo que los convierte en lugares de posibilidades donde se despliegan múltiples formas de vida y de acontecimientos a veces inusitados (Cedeño, 26-27). El Paseo del Lago, conformado por dos etapas, Parque Vereda del Lago (primera etapa, 65 hectáreas) y Paseo del Lago (segunda etapa, 35 hectáreas), surge en una vasta extensión (±100 hectáreas), producto del relleno hidráulico con alto nivel freático, por lo cual no existe vegetación original (toda es plantada), predominando entre sus especies: cocotero, cují, almendrón, entre otros. El relieve es predominantemente plano (figura 48).

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Figura 48. Vegetación plantada en el Parque Vereda del Lago (1a etapa), 2012 Foto: R. González. Archivos de la investigación.

A continuación se presentan las características físico-espaciales del Parque Vereda del Lago (primera etapa) y los elementos que lo conforman, por ser la etapa que actualmente se encuentra en pleno funcionamiento.

Morfología y paisaje La estructura del parque se establece a partir del trazado ortogonal de las caminerías o sendas, el cual no responde a la organicidad del paisaje en el que se inserta. Las caminerías se constituyen en los límites de las distintas áreas del parque, otorgando una lectura sectorizada de éste, la cual no favorece la percepción del lago desde las áreas internas del parque. En consecuencia, el lago sólo puede ser percibido desde el borde este, borde límite con el lago (figura 49 en el anexo I). El parque cuenta también con un circuito peatonal (3 kilómetros) que acompaña el circuito vehicular interno, y es el más utilizado por los usuarios del parque para caminatas, patinar, montar bicicleta o trotar, razón por la cual en determinadas horas del día, un canal del circuito vehicular es cedido a los usuarios del parque que realizan estas actividades (figura 50).

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Figura 50. Circuito vehicular del Parque Vereda del Lago, 2012 Fotos: Izquierda S. Mustieles. Derecha: R. González. Archivos de la investigación.

Superficies El 70% de la superficie del parque son áreas sin pavimentar. Algunas de estas áreas están desprovistas de cobertura vegetal, principalmente las destinadas a las actividades deportivas o de recreación. La mayoría de las áreas pavimentadas son de cemento, como por ejemplo, las caminerías o sendas y lugares de concentración. El circuito vehicular interno y los estacionamientos del parque son de asfalto y están muy expuestos a la radiación solar (figura 51).

Mobiliario urbano En el parque existen dos elementos urbanos básicos para la apropiación y el uso del espacio por parte de los usuarios: los bohíos y la iluminación. a) Bohíos. En el Parque Vereda del Lago, existen alrededor de 78 bohíos ubicados en distintas áreas del parque, utilizados principalmente por las personas de nivel socio-económico bajo para realizar reuniones familiares los fines de semanas. Es interesante observar cómo la demanda de los mismos, por parte de los usuarios, obliga a que un miembro de la familia o de los amigos se aproxime al parque a tempranas horas el sábado

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Figura 51. Diferentes espacios y superficies del Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: Izquierda superior e inferior: R. González. Derecha superior e inferior: S. Mustieles. Centro: A. Petzold. Archivos de la investigación.

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Figura 52 . Bohíos del Parque Vereda del Lago, 2012 Fotos: Izquierda: S. Mustieles. Derecha: R. González. Archivos de la investigación.

y/o el domingo para ocupar un bohío y esperar a que llegue el resto de la familia o grupos de amigos. En algunos casos, los bohíos no cuentan con bancas, por lo que los usuarios deben traer sus propias sillas y/o hamacas. Es importante señalar el estado de deterioro que presentan algunos de estos bohíos, lo que sin embargo, no disuade a las familias usuarias del parque de su apropiación (figura 52). b) Iluminación. La iluminación del parque es proporcionada por 55 torres ubicadas estratégicamente en el parque, junto con 1 300 postes peatonales ubicados a lo largo del circuito peatonal. Sin embargo, la iluminación del parque en zonas como los estacionamientos y el circuito peatonal y vehicular interno es deficiente, pese a la gran cantidad de usuarios que vienen al parque todos los días de las 5 a las 21 horas y realizan ejercicio en este circuito (figura 53). Como se mencionó anteriormente, en los espacios públicos, «la iluminación de los aspectos socialmente relevantes es, particularmente, importante: la de las personas y las caras. Tomando en consideración tanto la sensación general de disfrute y seguridad como las posibilidades de ver a la gente y lo que pasa» (Gehl, 179).

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Figura 53. Iluminación Fotos: arriba: Torres de iluminación del Parque Vereda del Lago, 2012, foto de A. Petzold. Archivos de la investigación; abajo: Iluminación en el circuito vehicular y peatonal interno del Parque Vereda del Lago, 2012, fotos: S. Mustieles. Archivos de la investigación.

Vegetación Como todo parque público urbano, el Parque Vereda del Lago es un espacio al aire libre donde predominan los elementos naturales. Sin embargo, el clima de la ciudad (38-40 ºC) constituye un factor que dificulta su mantenimiento, aunado a lo antiguo del sistema de riego y al problema de agua existente en la ciudad. Asimismo, debido a la extensión del parque, los árboles existentes son insuficientes para brindar sombra a gran parte de sus áreas recreativas y deportivas. Por otra parte, existen áreas con árboles no planificadas para reuniones de grupos o para el desarrollo de actividades diversas, que han sido ocupadas por los usuarios por la necesidad de prodigarse sombra (figura 54).

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Figura 54. Áreas de sombra del Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: arriba izquierda: D. Martínez; arriba derecha: G. Romero;. abajo izquierda: A. Petzold; abajo derecha: D. Martínez. Archivos de la investigación.

Equipamiento Los equipamientos y las actividades que ha contenido el Parque Vereda del Lago desde su inauguración en los años 70 se han modificado, incorporando nuevos equipamientos y actividades. El parque cuenta con canchas deportivas para béisbol, un estadio, mini canchas de futbol (pago), 11 canchas de tenis (pago), siete canchas de usos múltiples y futbol de arena; circuitos de caminerías, dos tribunas, espacios techados para el descanso y la contemplación del lago. Asimismo se han desarrollado varias zonas con parques infantiles, gimnasios al aire libre, servicios sanitarios, vestuarios y cafetines. Más recientemente, se han incorporado la sede del tranvía turístico de Maracaibo, el parque de agua Aguamanía (pago), la Universidad Rafael Urdaneta (pago) y la sede de la Policía Municipal (figuras 55, 56 y 57).

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Figura 55. Instalaciones privadas y públicas ubicadas en las áreas del Parque Vereda del Lago, 2012. Fotos: Izquierda y derecha superior: S. Mustieles. Izquierda inferior: G. Romero. Derecha inferior: R. González. Archivos de la investigación.

Figura 56. Sede del Tranvía de Maracaibo y cafetines ubicados en el Parque Vereda del Lago, 2012 Fotos: A. Petzold. Archivos de la investigación.

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Figura 57. Parque acuático Aguamanía y Sede de la Policía Municipal en el Parque Vereda del Lago, 2012 Fotos: R. González. Archivos de la investigación.

La variedad de equipamientos que posee el parque brinda la posibilidad de llevar a cabo una diversidad de prácticas de apropiación y uso en el espacio, favoreciendo la presencia de diferentes grupos sociales en el lugar, lo que aumenta las oportunidades de encuentro e interacción social. No obstante, la privatización de algunos equipamientos y actividades constituye un límite intangible para la apropiación y el uso por parte de ciertos grupos sociales, que ante la imposibilidad de pagar el costo establecido para hacer uso de ese equipamiento, se sienten excluidos. El análisis de las características físico-espaciales del Parque Vereda del Lago evidencia, por un lado, que su estructura físico-espacial, así como la organización del mobiliario, de la vegetación y del equipamiento, conlleva a una apropiación y uso del parque de manera segmentada por parte de individuos y grupos sociales, y por el otro, que debido a su inserción urbana al borde del lago, permite una vinculación directa con el lago, siendo la única posibilidad de contacto con el lago de carácter público para los habitantes de la ciudad.

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4 Dibuja lo que más te gusta de la plaza. María (niña indígena), 4 años, 2013.

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La percepción de lo público: modos de ver, pensar y hacer «Necesitamos reconocer que vivimos en mundos de memoria, sueño e imaginación mental y fundamentalmente subjetivos, tanto como en un mundo percibido, compartido material, física y experiencialmente».

Pallasmaa, 40 La percepción en el análisis del espacio urbano, es fundamental, puesto que «... involucra los sentidos, es decir, la relación cuerpo humanoespacio urbano» (Salazar, 11). Razón por la cual se utiliza la percepción como herramienta de análisis, puesto que interesa observar las prácticas y los comportamientos de las personas en el espacio público y los vínculos que establecen éstas con los objetos y su disposición en el espacio. Cada persona percibe, a través de sus preocupaciones —sociales, culturales y económicas— y de su experiencia, un medio que le es propio. «Esta imagen, a partir de la cual se decide el comportamiento espacial de los habitantes de la ciudad, es un mezcla de elementos reales y de ideas falsas […] ; es el resultado de la información recibida personalmente por cada individuo, de informaciones indirectas, […] de datos y sistemas de valores expandidos por el medio cultural o manipulados por los medios de comunicación de masas» (Horacio Capel, apud Bailly, 30).

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Es así como la percepción de un lugar cambia de acuerdo a la manera particular de relacionarnos con los objetos y con las personas que se encuentran en él, con la forma en que estos objetos se encuentran dispuestos en el espacio y con el significado que le otorgamos. En este sentido, la acción de percibir es un acto voluntario e individual, que responde al conocimiento que tenemos de las cosas, afectando el modo en que las vemos, y el modo en que nos las apropiamos y usamos. En consecuencia, las modalidades de apropiación y de uso de las personas en el espacio público no siempre son compartidas o aceptadas, muchas veces sólo coexisten bajo un velo que impide ver abiertamente la tensión y el conflicto. La percepción de lo público es fundamental para comprender que existen distintos modos de lectura del espacio público, ya que el espacio adquiere la connotación de público, mediante un lenguaje formal materializado en el diseño del espacio y en la forma de los elementos en él, y a través de las prácticas y comportamientos de las personas. En consecuencia, lo público y sus límites cambian temporal y espacialmente en un mismo espacio, manifestando modos de ver y hacer relacionados con la manera de reconocer al otro y de reconocerse en el otro, y de reconocerse en el espacio a través de la experiencia en él. Esto revela la cualidad performativa de los límites que existen en el espacio público. El concepto de performatividad fue formulado por el filósofo estadounidense John L. Austin en 1955, desde reflexiones sobre cómo las distintas expresiones más allá de describir o enunciar una situación constituían en sí mismas una acción. Posteriormente, autores como Deleuze (1983, 1991), Barthes (1994), Derrida (1989), Butler (2002), Quesada (2014), entre otros, recurren al concepto otorgándole nuevos significados y nuevas aplicaciones. Los hallazgos del estudio permiten develar la existencia de límites en el espacio público y la cualidad performativa de éstos, entendiendo esta cualidad como la capacidad de un lugar para transformarse a partir de las acciones y de los acontecimientos que tienen lugar en él.

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El mirar y el andar como condición de lo público «... el andar condicionaba la mirada, y la mirada condicionaba el andar, hasta tal punto que parecía que sólo los pies eran capaces de mirar».

Smithson apud Careri, 145 La percepción consciente del mundo nos adentra en el campo de lo visible y no se reduce al acto de mirar sólo una cosa u objeto, también a mirar la relación de esos objetos con nosotros mismos. El acto de atravesar un espacio tiene su origen en la necesidad de obtención de alimentos y en el conocimiento del territorio para el logro de su supervivencia. No obstante, una vez alcanzados estos requerimientos, «el hecho del andar se convirtió en una acción simbólica que permitió que el hombre habitara el mundo» (Careri, 16). En tal sentido, la acción del andar permite mirar aquello que no está ahí, y hacer que surja algo de ello. El andar es capaz de revelar lo evidente, siempre que se esté atento. «Benjamín señala claramente que el caminar tiene relación con poder ver, con poder abrir los propios ojos, con llegar a tener una mirada nueva […] Dislocar la propia mirada de modo de poder ver diferente, ver lo visible» (Masschelein, 297). «Si “caminar” es ir andando de un lugar al otro, el hombre o el animal, entonces, lo importante no sería el caminar, sino el cómo lo hago. En tanto que, la manera en cómo camino, me desplazo, está condicionada por un modo de percibir el espacio y de percibirme en él» (Petzold, 20). Puesto que el caminar ofrece la «posibilidad informal […] de estar presente en el entorno público» (Gehl, 147). Los medios a través de los cuales se recorre un lugar (a pie, en bicicleta, en autobús, en carro particular, entre otros), establecen un modo particular de relación con la ciudad; puesto que el acto de andar, va más allá del hecho visual, e involucra lo táctil, lo olfativo y lo auditivo, condicionado, a su vez, por la velocidad y desde la perspectiva (nivel y ángulo de percepción) con que se realiza dicho desplazamiento.

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En este sentido, el espacio público como lugar simbólico, también se construye y se reafirma en el andar como acto simbólico, dado que el modo en cómo se percibe y me percibo dentro del espacio, tiene relación con la significación que se le otorga. La práctica del andar fue redefinida por Guy Debord, perteneciente a la Internacional Situacionista (1956-1972), junto con Asger Jorn, y Constant Antón, entre otros, como «una forma de investigación espacial y conceptual de la ciudad a través del vagabundeo» (Salazar et al., 5), a la que se le denominó la dérive. Es así como la dérive buscaba crear situaciones y acontecimientos donde el habitante deja de ser espectador y participa de manera activa en la modificación del espacio urbano, descubriendo las posibilidades de implicarse en la transformación del hecho cotidiano. La práctica del andar permite lecturas estéticas, espaciales, visuales, sociales, acústicas, táctiles y olfativas, que hacen posible variaciones en las percepciones de un lugar, una calle, una manzana, una ciudad o del territorio, que revelan la naturaleza de dichos espacios. «El acto de caminar es […] un proceso de “apropiación” del sistema topográfico por parte del peatón; es una realización espacial del lugar» (De Certeau, 110). El sujeto a la vez que recorre el espacio, experimenta acontecimientos, situaciones que, aunque no se materializan, sí son vividas en su interior, no volviendo a ser el mismo sujeto. En consecuencia, la transformación de un paisaje natural, construido o mental, no ocurre necesariamente a los ojos del hombre, pero la presencia de éste es necesaria para hacer consciente la existencia de dicha transformación, pues el ser humano es testigo y protagonista simultáneamente. Mediante la observación y la entrevista, se analizaron los recorridos de las personas al interior de los espacios públicos seleccionados (Plaza de la República y Parque Vereda del Lago), como modalidades de apropiación y uso del espacio; conocer a qué responden y las diferencias que existen en los modos de andar estos espacios públicos, los cuales encierran modos de mirar el lugar, puesto que, el acto de andar, guarda relación con la manera en que el espacio público se vin-

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cula a la trama urbana de la ciudad, con el modo en que las personas lo transitan y lo habitan, lo que a su vez está vinculado con el diseño del espacio y la percepción que se tenga del lugar. Los hallazgos del trabajo en campo permiten afirmar que la acción del andar a través de un espacio público permite ocupar, habitar, ser parte de y modificar, tangible e intangiblemente, dicho espacio, otorgándole la condición de público. En tanto que dicha acción crea situaciones y acontecimientos donde la persona deja de ser expectan­te y participa de manera activa en la modificación del espacio, descubriendo las posibilidades de implicarse en su transformación. Asimismo, se evidenció con la observación directa y las entrevistas que el andar un espacio público también implica, en un lapso de tiempo, una territorialización de éste que hace aflorar en algunas ocasiones, conflictos entre grupos sociales y/o personas por la ocupación y el uso de ese espacio, pero que, conforme a la escala y el diseño del espacio público, se hacen visibles o coexisten en tensión.

El mirar y el andar en la Plaza de la República Los modos de andar de las personas, observados en la Plaza de la República, manifiestan prácticas de apropiación y de uso del lugar relacionadas con el acto de atravesar el espacio y de habitar el lugar. Estas dos formas de experimentar el espacio a través del andar, se relacionan por un lado, con la manera en que la plaza se vincula con la ciudad a través de sus bordes y, por el otro, a la forma en cómo los elementos (mobiliario urbano, vegetación, caminerías, etcétera) se encuentran dispuestos en el espacio. «El observador percibe, a través de la vista, edificios, ámbitos urbanos, condicionando su conducta […] a los estímulos formales percibidos y a la organización de los mismos» (Salas, 29). El acto de atravesar un espacio con el objetivo principal de llegar a un lugar fuera de los límites físicos del espacio que se recorre, responde a un acto consciente de percepción de los elementos presentes en él, así como, a la presencia o ausencia de personas durante el recorrido, a la sensación térmica del ambiente y a las actividades presentes

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en los bordes, en consecuencia, el recorrido, como acto de atravesar el espacio público cambia durante el día y momento de la semana en que se realice. La Plaza de la República para quien la atraviesa deja de tener límites y forma parte del espacio urbano; su carácter público no sólo reside en su aspecto físico, sino en su relación con el espacio urbano, en la posibilidad de transitarlo como continuidad de la trama urbana. La permeabilidad de los bordes físicos de la plaza, hace que ésta se extienda visualmente hasta las edificaciones que la bordean, lo que facilita la apropiación y el uso de la plaza como lugar para estar y como lugar para transitar. Por otro lado, la experiencia en este espacio público a través del andar, responde también al acto de habitar el lugar. Un habitar inscrito en las prácticas, pues la apropiación de un lugar significa habitarlo. De aquí que, la acción de caminar y trotar, solo, acompañado o con animales, con el único objetivo de realizar dicha actividad, en un periodo de tiempo y en una determinada área del espacio público, es una forma de habitar la ciudad desde el espacio público. La Plaza de la República es el lugar al cual se va para estar, no es sólo un espacio que se atraviesa para ir a otro lugar (figura 58). El caminar solo o acompañado con la pareja, amigos, niños o con animales, determina ritmos y pautas en el andar diferentes que establecen el área donde debe efectuarse dicho habitar, en relación con el diseño del espacio y la forma en que los elementos arquitectónicos y naturales se ubican en él. Es así como, mientras me desplazo por el lugar a pie, en bicicleta, carritos eléctricos, patines o en patinetas —todas ellas formas distintas de experimentar el lugar—, surgen límites tangibles e intangibles en la manera de habitar el espacio (figura 59). El acto de andar adquiere diferentes significaciones, y «...puede convertirse en un instrumento que, precisamente por su característica intrínseca de lectura y escritura simultáneas del espacio, resulte idóneo para prestar atención y generar unas interacciones en la mutabilidad de dichos espacios» (Careri, 27). Puesto que, en el acto de andar, la relación con el espacio público va cambiando en el tiempo, existiendo por momentos, un acortamiento de las distancias entre los

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Figura 58 Modos de mirar y andar en la Plaza de la República, 2013 Fotos: S. Mustieles. A excepción de la foto en la esquina superior izquierda y foto en la izquierda centro: A. Rangel, 2013. Archivos de la investigación.

individuos que recorren el lugar, dada la variabilidad en la frecuencia e intensidad con que un espacio público es transitado y habitado, en consecuencia, la percepción espacial y visual de éste se modifica. El recorrido, como acto de atravesar el lugar, es una acción individual que responde a la imagen construida del lugar, a las situaciones que ocurren en él y la relación que existe entre el espacio público y los bordes del espacio urbano donde se inserta.

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Figura 59. Modos de mirar y andar en la Plaza de la República, 2013 Fotos: S.Mustieles. Archivos de la investigación.

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Por otra parte, el acto de habitar la Plaza de la República, responde al diseño de ésta y a las reglas colectivas del lugar, las cuales no están exentas de conflictos, puesto que la manera en cómo se habita un espacio público tiene relación directa con la significación que se le otorga y con las experiencias previas acontecidas en él. Limitación de la gente que patina, porque muchas veces ellos se meten aquí adentro, verdad, y aquí hay niños [también] que no se sienten las parejitas que vienen hacer aquí[…] hay muchas muchachas que vienen hacer, lo que uno llama el cebo [sexo] aquí, y eso se ve muy feo, porque aquí hay menores de edad[…] (mujer, 41 años, nivel medio). Letreros donde se especificara que las bicicletas por aquí y los caminadores por allá. No atropellar a la gente, porque a veces son los muchachos en las patinetas los que interfieren[…] A veces ellos son imprudentes también cuando uno está caminando, ellos pasan por encima, o sea, es verdad que la plaza no está diversificada [no indica los espacios para cada actividad], pero ellos tampoco tienen sentido común de ver que hay gente adulta... (mujer, 55 años, nivel medio). El recorrido, como acto de atravesar y habitar el lugar, puede ser interpretado como una secuencia de experiencias (visuales, sociales, cinestésicas, acústicas, etcétera) que contribuye al sentido del lugar, ofreciendo la posibilidad en el espacio público, de una «sociabilidad difusa, hilvanamiento de formas mínimas e inconclusas de interconocimiento» (Delgado, 13), de intercambios fugaces (miradas, gestos, palabras) con el otro. El espacio público como espacio del andar, debe recorrerse para reconocerse en él y para descifrar, redescubrir y redefinir el significado de ciertos símbolos, imágenes, lugares y personas, puesto que, un espacio, al ser transitado y habitado, cambia.

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Cartografías perceptivas «El acto de andar, si bien no constituye una construcción física de un espacio, implica una transformación del lugar y sus significados. Sólo la presencia física del hombre en un espacio […], así como la variación de las percepciones que recibe del mismo cuando lo atraviesa, constituyen ya formas de transformación del paisaje que, aunque no dejan señales tangibles, modifican culturalmente el significado del espacio, y en consecuencia, el espacio en sí mismo»

Careri, 51 Es en este sentido, que se realizó la observación sistemática de los recorridos (modos de mirar y andar) de las personas en la Plaza de la República, los cuales se registraron en planos y fotografías, lo que permitió elaborar cartografías perceptivas del espacio en diferentes lapsos de tiempo. Según Careri (2002), el origen de la cartografía está en «la necesidad de resumir en una imagen la dimensión del tiempo junto a la del espacio» (152). Por cartografías perceptivas se entiende, el registro de los recorridos de las personas observados en un espacio público, como «...[lí­neas] que atraviesan el espacio (el recorrido como objeto arquitectónico) y [como] relato del espacio atravesado (el recorrido como estructura narrativa)» (Careri, 25). Lo que permite plasmar la relación cuerpo humano-espacio urbano vinculada al diseño del espacio y a la forma de los elementos en él, así como a su inserción en la trama urbana de la ciudad. Son «testimonios de la experiencia de andar» (Careri, 154) en el espacio público. Las cartografías perceptivas de la Plaza de la República, evidencian cambios temporales y espaciales en los modos de andar de las personas durante el día y momentos de la semana; la forma del espacio deja de percibirse simétricamente y a través de sus límites físicos, para comenzar a percibirse orgánicamente, siendo reflejo de la dinámica interna del espacio y de los acontecimientos que tienen lugar en el espacio urbano en el cual se inserta, haciendo visible sólo algunas áreas del espacio público y ocultando otras.

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En este sentido, las cartografías perceptivas son huellas tangibles de una acción no permanente en el espacio. «El acto de andar no constituye una transformación física sino simbólica del espacio, no es necesario dejar huellas tangibles permanentes de esta acción» (Petzold, 21). Estas cartografías ofrecen lecturas visibles de lo público vinculadas al diseño, a las actividades, a los comportamientos y a los grupos de personas presentes en la plaza en un determinado lapso de tiempo. Al respecto, Careri (2002) señala: «El cuerpo del caminante va tomando nota de los acontecimientos […], de las sensaciones, los obstáculos, los peligros y variaciones del [lugar]. La estructura física del [espacio] se refleja sobre su cuerpo en movimiento» (Careri, 156). Cuando ocurren acontecimientos (concentraciones políticas, religiosas, culturales, etcétera), o existe la presencia de indigentes, personas ingiriendo licor, jóvenes en patinetas, parejas de enamorados, entre otros, surgen en ciertos grupos e individuos estrategias de evasión frente a posibles interacciones no deseadas, que modifican los recorridos en el espacio y, en algunos casos, disuaden de atravesarlo o recorrerlo por una determinada área. En la figura 60 del anexo I, la cartografía perceptiva de 6:00 a 8:00 horas, evidencia una apropiación perimetral del espacio, la plaza es habitada en su borde, principalmente, por personas que van a realizar actividades deportivas y, en ocasiones, es atravesada por personas que se dirigen a otro lugar. Por su parte, la cartografía perceptiva de 12:00 a 14:00 horas, manifiesta una apropiación interna del espacio, principalmente hacia su fachada sur, donde la mayoría de los recorridos entran en el anfiteatro, evidenciando una actividad en dicho equipamiento (ese día se vendían bolsas de comida a precio regulado) y en ocasiones es atravesada por personas que se dirigen a otro lugar. En la cartografía perceptiva de 18:00 a 20:00 horas, se evidencia la utilización del área central de la plaza por niños que pasean en bicicletas, patines o en carritos eléctricos, en algunos casos acompañados por sus padres. Asimismo, ocurre una apropiación y utilización del perímetro de la plaza para la realización de ejercicios (caminar y trotar), caminar con el perro, ir en patinetas, entre otras.

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Resulta interesante observar cómo algunas personas prefieren atravesar la plaza para ir a otro lugar, que recorrerla por uno de sus bordes; atraviesan la plaza para observar lo que en ella ocurre, pero también para ser observados. Para Gehl (125) «poder ver lo que está pasando en los espacios públicos también puede ser un elemento de atracción». El mirar a otras personas en el espacio público es una de las actividades sociales más extendidas, de carácter pasivo. La posibilidad de ver y oír a otras personas, es el punto de partida para otras formas de contacto (Gehl, 2006). Asimismo, estas cartografías perceptivas hacen visible la relación de los bordes de la plaza con la ciudad y cómo ésta se modifica en el tiempo, registrando variaciones en la apropiación y el uso de los accesos por parte de las personas. Esto también se evidencia al comparar los registros de diferentes días de la semana, en un mismo lapso de tiempo, en la Plaza de la República (figura 61 en el anexo I). La ubicación del obelisco y de la fuente en el centro de la plaza, así como la presencia del anfiteatro flaqueando la fachada sur del espacio, inducen a las personas a realizar los recorridos al interior de la plaza, respondiendo la selección del acceso por el cual entrar y salir, a la vinculación de la plaza con la trama urbana de la ciudad. «La acción tan común de atravesar [un espacio] o lo que hace Broad­way en la retícula de Manhattan […] . Están como diciendo “Implantad un orden nuevo” pero, y esto es lo más importante, también están diciéndonos “hacedlo con vuestro cuerpo”» (Yudell, 77). Estas cartografías perceptivas evidencian la elección de las personas sobre las caminerías o sendas, relacionada con las características de cada una de ellas y los elementos naturales y arquitectónicos que las configuran. La escala y el diseño de la Plaza de la República ofrecen una visibilidad permanente en el andar, la cual transmite una sensación de seguridad otorgada. Por la familiaridad de los rostros de las personas que cotidianamente atraviesan y habitan la plaza. lo público se hace visible en los modos de andar de las personas en el espacio.

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El mirar y el andar en el Parque Vereda del Lago El Parque Vereda del Lago, como se mencionó en el capítulo anterior, se construyó para establecer un vínculo de las personas con el lago y para ofrecer un lugar de esparcimiento y recreación para todos los habitantes de la ciudad. Existía una necesidad de vincular la ciudad con su lago, y al no existir terrenos disponibles en el borde del lago, se decide realizar un trabajo de dragado y relleno hidráulico, ocupando superficie del lago. Debido a esta forma de implantación, el parque queda confinado por sus bordes, sólo vinculándose a la ciudad a través de dos accesos: norte y sur. En consecuencia, el parque no se percibe desde la ciudad, y desde el interior del parque sólo existe una relación de escala visual con el perfil urbano de la ciudad. Este carácter de confinamiento, se reafirma en sus bordes de naturalezas distintas: norte (viviendas), sur (universidad), este (Lago de Maracaibo) y oeste (viviendas y clubes privados). El único borde público es el borde este, que permite en una longitud de un un kilómetro, una relación directa con el lago. Esta particularidad influye en la presencia de las personas en este borde del espacio público (figura 62 en el anexo I). En el Parque Vereda del Lago se observan modos de andar similares a los observados en la Plaza de la República, como son: caminar, trotar, patinar, ir en bicicleta, pasear con perros, entre otros. Sin embargo, la manera en cómo se realizan estos recorridos es diferente, ya que responden a la organización espacial, a la escala del parque y a su ubicación en la ciudad. Los modos de andar de las personas en el parque tiene un aspecto en común: se realizan en la periferia, alrededor de la gran superficie del parque (primera etapa 65 hectáreas), en el circuito peatonal y vehicular (tres kilómetros), el cual por determinados lapsos de tiempo se convierte en un área compartida entre peatones, conductores y ciclistas. Es un espacio público que se percibe, se recorre y se habita perimetralmente, un andar en bordes (figura 63).

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Estos modos de andar de las personas en el Parque Vereda del Lago, incluyen de manera marcada dos tipos de escala: la táctil y la visual (Lassus, 2007). La escala táctil, es aquella en la que es posible verificar la información visual mediante la presencia física, es decir, donde se realiza el desplazamiento, el movimiento y la apropiación, y para hacerlo es necesario reconocer y reconocerse en el espacio, sólo así, se pueden realizar actividades como caminar, patinar, estacionar un vehículo, percibir un escalón o sentarse en una banca. Esta escala se hace evidente en los desplazamientos de las personas que recorren en dirección oeste-este el parque, atravesando perpendicularmente la gran superficie de éste. Por otra parte, la escala visual es aquella en la que lo observado, a pesar de transmitir sensaciones, posee una presencia visual. Por ejemplo, al observar el Lago de Maracaibo, los barcos y el Puente Rafael Urdaneta desde el borde este del parque, o las distintas áreas del parque desde un punto específico del espacio o en un vehículo en movimiento, entre otros. Ahora bien, entre los diferentes modos de andar que se observan en el parque, existe uno singular: recorrerlo y habitarlo en el automóvil. Esta modalidad de apropiación y uso del espacio público, está relacionada con la «... preeminencia de una cultura automotriz existente en el país, [que ha consolidado] una indecente perseverancia de una movilización apoyada en un combustible fósil altamente subsidiado» (Mustieles, 2012). Este modo de andar es favorecido y reforzado por la configuración espacial del parque a partir del gran circuito peatonal y vehicular que recorre todo el espacio público. Igualmente, existen tres (3) superficies de estacionamiento ubicadas en el borde este —de las ocho (8) que existen en todo el parque—, desde las cuales se puede apreciar el Lago de Maracaibo desde el interior del automóvil, lo que contribuye a la consolidación de esta modalidad de apropiación y de uso del espacio. La presencia constante del automóvil en las áreas del parque, compartida con peatones y ciclistas, ha obligado a la administración del parque a establecer un límite de velocidad (15 km/h) (Artículo 55 núm. 6 de las normas del savel), en el circuito vehicular para mayor seguridad

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Figura 63. Modos de mirar y andar en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: S. Mustieles, G. Romero y R. González. Archivos de la investigación.

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de los peatones y los ciclistas. Sin embargo, esta velocidad favorece la percepción del paisaje, las personas y las actividades del parque, desde el automóvil, construyendo una lectura particular de lo público. Al respecto, es importante mencionar el libro The View from the Road (1964), escrito por Donald Appleyard junto a Kevin Lynch y John Myer, donde se expone la idea de la percepción del paisaje en movimiento; sobre la incidencia de la velocidad en la percepción que tienen el conductor y los pasajeros de los elementos físicos y naturales presentes en la vía. Estos autores identificaron pautas de visión en movimiento relacionadas con las carreteras y el paisaje circundante. Sus ideas han tenido aplicaciones en el área de la planificación y el paisaje. Asimismo, John Brinckerhoff Jackson, geógrafo cultural e intérprete del paisaje americano, en su libro A Sense of Place, a Sense of Time (1994) […] demostró que […] las carreteras generaban nuevas formas de espacios donde era posible habitar, creando con ello nuevas formas de sociabilidad. «Las carreteras ya no nos llevan sólo a unos lugares —escribió— sino que son lugares». Este paisaje […] se caracteriza por la movilidad y el cambio (Tiberghien, 15). El transitar por el parque en automóvil, en ocasiones, como la figura del flâneur en el espacio público, sin objetivo, abierto a lo imprevisto durante el recorrido, pero sin salir del ámbito privado: el vehícu­lo, es un modo de percibir el lugar como una sucesión de imágenes en movimiento. lo público deviene paisaje (figura 64). Otros aspectos a considerar en los modos de andar, como forma de apropiación y uso del espacio, es la escala y la ubicación del Parque Vereda del Lago. Por un lado, la escala del parque no sólo otorga anonimato sino que permite, por su vasta superficie (65 hectáreas) al aire libre y por estar rodeado de naturaleza, desvincularse del entorno urbano, incentivando variadas formas de andar; por otro lado, la ubicación privilegiada del parque, al lado del lago de Maracaibo, ofrece una de las pocas posibilidades en la ciudad de andar por el borde del lago.

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Figura 64. Modos de mirar y andar en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: D. Martínez, S. Mustieles y G. Romero. Archivos de la investigación.

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Todo esto ha incrementado su demanda como espacio público donde poder caminar, ir en bicicleta, patinar, trotar, solo o acompañado. Según el presidente del Servicio Autónomo Vereda del lago (savel), Juan Lombardi (2013), la afluencia de visitantes durante la semana oscila entre cuatro mil y seis mil personas, llegando los fines de semana hasta diez mil personas, en una ciudad de 2.2 millones de habitantes (2015). El Parque Vereda del Lago constituye uno de los espacios públicos más importantes en el establecimiento de la imagen de la ciudad, al ser considerado por los habitantes uno de los lugares recreacionales y turísticos a visitar en la ciudad por su vínculo con el lago de Maracaibo. Esto ha promovido «... sin perder, en apariencia, su esencia de paisaje, de espacio de recreación y contemplación, [exista] una mayor atracción de flujos y tránsitos que, a su vez, [implican] otras formas de utilizarlo» (Cedeño, 20). En consecuencia, el espacio del parque es insuficiente para responder a la demanda de los usuarios y a los diferentes modos de andar, generando rivalidades entre los usuarios por el espacio. Se territorializa y se disputa lo público. Se crean «... formas de territorialización mediadas por la interacción, [se ejerce] un dominio territorial de exclusividad positiva o negativa, de acuerdo a los alters involucrados» (Ontiveros, 399). La gente que está caminando, que no camine en todo el medio de la calle por donde están pasando los carros, porque eso da rabia, uno está manejando y es como que ellos están trotando en todo el medio de la calle, por donde pasan los carros y no se puede. Que se queden donde yo camino, en la acera, y todo es más fácil […] Y las bicicletas que se atraviesan también... (mujer, 20 años, nivel alto). En los modos de andar en el parque, se observa la existencia de reglas tácitas sobre cómo se debe caminar y trotar, con relación al área y a la dirección en la cual realizar la caminata o trote dentro del circuito

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peatonal, así como el área y la dirección de circulación de los ciclistas y patinadores. Sin embargo, estas reglas tácitas en los modos de andar no son asumidas ni conocidas por todos los usuarios del parque, generando tensión entre éstos y llegando en ocasiones a situaciones que han provocado accidentes (figura 65). Accidentes de ciclistas con peatones, eso es pan de cada día […] Aquí la gente viene con mucha desinformación... Los conflictos pasan por desinformación […] En estos días, en la esquina aquella, un ciclista le tropezó a una señora, la señora cayó y se partió un brazo. Entonces nosotros vemos que cómo puede ser posible esto, que el ciclista tuvo la culpa, pero ellos tienen horario pa’ estar aquí y pueden desarrollar altas velocidades y la señora lo desconoce totalmente... (hombre 42 años, nivel medio). En el año 2012, el presidente del savel, elabora el primer reglamento interno de normativas de uso del Parque Vereda del Lago, esto es, después de 34 años de funcionamiento del parque. Si bien, estas normas se hicieron para establecer un orden, es decir, determinar dónde (áreas y límites), cuándo (horario) y qué (usos y actividades) puede realizarse en este espacio público, no siempre se conocen ni se respetan. Entre las normas implementadas, relacionadas con los modos de andar dentro del parque (savel, 2012), cabe mencionar: Artículo 44.- Los usuarios peatonales que se encuentren dentro de las instalaciones del parque Vereda del Lago, deberán transitar exclusivamente por las caminerías internas identificadas y destinadas para este uso. Artículo 49.- Núm. 2: La práctica del ciclismo recreativo, deberá desarrollarse en las áreas destinadas para este uso.

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Figura 65. Modos de mirar y andar en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: S. Mustieles y G. Romero. Archivos de la investigación.

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Núm. 4: Queda prohibido el desarrollo de esta actividad en las calzadas asfálticas. Artículo 52.- El horario para la actividad del ciclismo deportivo será de lunes a domingo y días feriados de cinco de la mañana a ocho de la mañana. El desarrollo de esta actividad se realizará en las áreas demarcadas para tal fin. Sin embargo, en la práctica, estas normas no han resuelto los conflictos por la disputa del espacio, puesto que imponen una territorialización del espacio que continúa excluyendo, lo que lleva a los usuarios a transgredirlas en la cotidianidad. Esta transgresión se evidencia en los momentos de alta afluencia de personas (6:00 a 8:00 horas y 18:00 a 20:00 horas), puesto que las áreas establecidas para una determinada actividad se hacen insuficientes, como ocurre con el área destinada para caminar y trotar, la cual muchas veces se ve superada por el número de personas obligando a los peatones a ocupar el espacio de la calzada, violentando la norma y poniendo en riesgo su vida, al ser un área exclusiva para el tránsito de vehículos y para el ciclismo de alta competencia por las velocidades que desarrollan, ocasionando en varias oportunidades conflictos y accidentes, que han resultado, en algunos casos, fatales. No hay una ciclovía realmente establecida, mas que tapar una calle, para que la gente la use, entonces a veces está la gente que patina y están los carros y puede suceder un accidente, y es bastante inseguro en esa parte […] Entonces, no me parece justo que tengan que cerrar una calle que es algo para los carros, que lo tengan que usar también los patinadores, debería haber una de patinadores y otra de bicicleta (mujer, 20 años, nivel medio).

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Estas dinámicas han transformando la calzada en un espacio compartido entre peatones, ciclistas, patinadores y conductores, en constante disputa. La acera que acompaña la calzada ha pasado a ser un espacio para caminar de forma lúdica y no con el objetivo específico de hacer alguna actividad deportiva o recreativa. He presenciado conflictos por gente que atropellan, carros que atropellan a los peatones, a la gente que está trotando, haciendo ejercicio; las bicicletas también... He visto impases y discusiones por eso (hombre, 39 años, nivel alto). En este parque, el circuito peatonal y vehicular «cumple un papel estabilizador, porque organiza la comunicación social más importante: la casual y espontánea […] . Es [un] escenario de experiencias imprevisibles y obliga a quienes [lo] usan a un ejercicio de tolerancia y compromiso» (Parcerisa y Rubert, 27) (figura 66). Los modos de andar en el Parque Vereda del Lago establecen el carácter público del espacio, al evidenciar cómo las instrucciones de uso implícitas en el diseño del espacio físico, son modificadas temporalmente por las acciones, necesidades, sentimientos y deseos de los

Figura 66. Modos de mirar y andar en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: R. González. Archivos de la investigación.

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usuarios, surgiendo reglas temporales para mediar el conflicto; lo público es una condición temporal del espacio.

REGLAS que cohabitan en el espacio público «…una manera de pensar investida de una manera de actuar, un arte de combinar indisociable de un arte de utilizar».

De Certeau, XLV Se abordó desde el terreno el estudio de las prácticas para descubrir las distintas maneras de hacer y utilizar el espacio y cómo éstas subvierten el diseño de aquél. El espacio público, como hecho formal, se relaciona con las cualidades que debe tener dicha forma, ya que la forma posee un valor social atribuido; posee la «... capacidad de transmitir —es decir imponer— unas determinadas instrucciones sobre cómo usar­lo y cómo interpretarlo» (Delgado, 19). Al hablar de apropiación del espacio «[…] se hace referencia a las formas de uso específicas, a las actividades y relaciones que tienen lugar en el espacio público» (Ortiz, 67). Mientras que la palabra usos «[…] designa con más frecuencia los procedimientos estereotipados, recibidos y reproducidos por un grupo […] [Y] en estos “usos”, se trata precisamente de reconocer “acciones”…» (De Certeau, 36). Son estas acciones las que interesa analizar en relación con el diseño del espacio público donde éstas tienen lugar. Las cualidades físicas y espaciales del espacio llevan a indicar usos posibles en él. Por tanto, el concepto de espacio público permite observar los usos, prácticas, cuerpos y estrategias. Es en el espacio público donde se puede observar la interacción de estos tres elementos: cuerpos, objetos y espacio en el contexto de la situación y en el tiempo. El proceso de observación y el análisis de las entrevistas permitieron un acercamiento a la comprensión de las situaciones que ocurren en los dos espacios públicos seleccionados y cómo están relacionadas con el diseño del espacio físico y con las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el lugar, lo que lleva a reflexionar so-

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bre las reglas que cohabitan en estos espacios, establecidas por los mismos usuarios e implícitas en el significado que le otorgan al lugar, vinculado éste al diseño del espacio y a la experiencia en él, más allá de las normas de usos establecidas por la institución encargada de la administración y mantenimiento de éstos.

Lecturas de lo público en la Plaza de la República Se evidenció que las modalidades de apropiación y de uso de las personas en la Plaza de la República se encuentran en algunos casos, facilitadas y preestablecidas por el diseño de la plaza y la disposición de los elementos en el espacio, Sin embargo en otros casos, estas modalidades subvierten el diseño y la norma, otorgando un nuevo significado al lugar.

La distancia en el espacio público «Fijémonos simplemente en qué es lo que nos dice un edificio [un espacio público] sobre el lugar que ocupa nuestro cuerpo en su interior o en sus alrededores. Esto puede referirse tanto a los aspectos estáticos (¿dónde nos sentamos, nos apoyamos o acomodamos?) como a los dinámicos (¿dónde y cómo nos movemos?)»

Yudell, 82 La organización del mobiliario, la vegetación y el equipamiento de la Plaza de la República, facilitan la observación de la totalidad del espacio, dado que permite, desde diferentes puntos de ubicación al interior de la plaza, observar lo que acontece en casi todo el lugar y fuera de él. En el espacio de la plaza existe una continuidad visual que establece diferentes perspectivas de observación que permiten al usuario orientarse en el lugar. Esta organización espacial de la plaza, y la dimensión que posee, favorece el establecimiento de diferentes tipos de distancias entre los usuarios, según el día, la hora y las situaciones que acontecen en el es-

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pacio, dando lugar a modalidades de apropiación y de uso del espacio que tienden a establecer grados de privacidad y de visibilidad. La disposición de las bancas y de las áreas verdes determina una modalidad de apropiación y de uso de la plaza en subáreas, dadas las distancias que existen entre los elementos de la plaza. Adicionalmente, un factor importante en el establecimiento de las distancias en este espacio público es el acceso gratuito a internet, lo que incorpora una nueva modalidad de apropiación y de uso del espacio: las personas se concentran en su celular, buscan el aislamiento, no interactúan con las demás personas en la plaza. Sin embargo, la existencia de un anfiteatro y de un área central, en cuyo centro se ubican el obelisco y la fuente, trabajan en oposición a estas modalidades de apropiación y de uso, ya que son elementos arquitectónicos que permiten el desarrollo de actividades que promueven la concentración de personas y reducen la distancia espacial entre ellas. A partir de la observación y las entrevistas realizadas a los usuarios en la Plaza de la República se determinaron los tipos de distancia presentes en este espacio: a) Lo público como borde La Plaza de la República cuenta con una caminería perimetral que va paralela a la acera y se encuentra separada de ésta por un muro-jardinera bajo. Posee un ancho generoso (4.50 m); su superficie tiene un acabado liso y cuenta con sombra en la mayor parte de su tramo, lo que brinda las condiciones óptimas para un desplazamiento confortable a la hora de realizar ejercicios como trotar, caminar, pasear con los perros o atravesar la plaza para ir a otro lugar. Esta caminería perimetral que constituye el borde de la plaza, establece una distancia (un vacío) entre la acera del espacio urbano y el borde interno de la plaza (áreas verdes), lo que hace que el espacio central de la plaza se distancie aún más de esta caminería-borde. Se está en el espacio público pero no se participa directamente de lo que internamente ocurre en

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él. lo público deviene el borde de la plaza —el vacío que existe entre el afuera (calle) y el adentro (áreas verdes)— para las personas que sólo se apropian y hacen uso de la plaza en este vacío, lo habitan en su borde. Esta modalidad de apropiación y de uso del lugar, otorga una nueva lectura al espacio perimetral de la plaza; es la calle de este espacio público, lugar donde ocurre lo espontáneo, el cruce de miradas, donde existe el acercamiento y también la evitación. «El desplazamiento por los bordes de un espacio hace posible experimentar simultáneamente tanto el espacio grande […] como el límite espacial por el que se camina» (Gehl, 156). El borde de la Plaza de la República es el vacío-bisagra que une el espacio urbano de la ciudad con el espacio-acontecimiento de la plaza, uno no existe sin el otro; esta cualidad del borde es la que le otorga su condición de público (figura 67). b) Lo público como subáreas En el diseño de la Plaza de la República se consideraron numerosos lugares (29 bancas) para sentarse, lo que en palabras de Gehl (167) «... prepara el terreno a numerosas actividades que son las atracciones principales de los espacios públicos: comer, leer, dormir, hacer punto, jugar al ajedrez, tomar el sol, mirar a la gente, charlar, etcétera». Lo anterior se evidenció en las observaciones llevadas a cabo en el lugar, y en las entrevistas realizadas a los usuarios de este espacio público, quienes mencionaron, entre los motivos para venir a la plaza, actividades y usos que requieren un lugar para sentarse, en consecuencia, la ausencia de estos lugares haría casi imposible una larga estancia y la realización de dichas actividades. De igual manera, la ubicación de las bancas dentro de cualquier espacio público es fundamental para incentivar la permanencia en el lugar. «Cuando la gente decide sentarse en un entorno público, casi siempre es para disfrutar de las ventajas

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Figura 67. Lo público como borde en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Rangel y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

que ofrece el lugar: el sitio en particular, el espacio, el tiempo, la visión de lo que está pasando y, preferiblemente, todo a la vez» (Gehl, 173). En la plaza, todas las bancas se localizan en el borde interior de las áreas verdes y cuentan con una pequeña superficie de adoquines, lo que induce a las personas a colocarse de espal-

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das a las caminerías o del espacio central, buscando desvincularse de lo que ocurre a espalda de ellos. En el caso de las bancas ubicadas alrededor del espacio central, éstas ofrecen mayor privacidad dada la distancia (más de 20 metros) que existe entre ellas, pero también ofrecen una mejor visibilidad de lo que ocurre en el lugar, por ser en el área central donde se efectúan, gran parte del tiempo, los recorridos y las actividades en la plaza. Entre tanto, las bancas ubicadas cerca de las diferentes entradas de la plaza y paralelas a las caminerías, se encuentran más cercanas unas a otras y en pares; la distancia entre ellas no es superior a los 7 metros, lo que favorece que sean utilizadas más frecuentemente como puntos de reunión y encuentro por personas, parejas y/o grupos que realizan actividades religiosas, comerciales, académicas o sociales. Sin embargo, a pesar de existir una cercanía física entre las bancas, las posturas de las personas comunican una apropiación del espacio a manera de islas (mi mundo y yo), lo que acontece en el espacio y el otro pasan a un segundo plano. Por consiguiente, las dimensiones de las bancas, las distancias que existe entre ellas y su disposición en el espacio, facilitan el establecimiento de diferentes tipos distancias entre los grupos sociales e individuos, lo que favorece la inclusión en el espacio y refuerza el carácter público de éste (figura 68). c) Lo público como sombra En una ciudad como Maracaibo, con alta incidencia solar y escasa presencia de árboles en sus calles, el peatón valora cualquier área sombreada por pequeña que ésta sea, para realizar una pausa en su recorrido o como parada improvisada para esperar el transporte público. Es por esta razón que uno de los grandes atractivos que tiene la Plaza de la República son sus árboles y la sombra que éstos ofrecen a lo largo del borde de la plaza, al interior de las áreas verdes y sobre algunas de las bancas que acompañan las caminerías.

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Figura. 68 Lo público como sub-áreas en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Petzold, S. Mustieles y A. Rangel. Archivos de la investigación.

Sus áreas verdes poseen límites claros que sugieren que no son áreas para descansar o reunirse al interior de ellas. Sin embargo, se observó que éstas son ocupadas, la mayoría de las veces, por drogadictos, personas sin hogar y jóvenes enamorados que buscan un lugar donde sentirse tranquilos, cobijados del rigor climático y escapar de las miradas de los otros.

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Estas áreas sombreadas se transforman en lugares de refugio para las personas que vienen a la plaza y se sienten excluidos o disuadidos de usar el resto de las áreas por temor a ser señalados por su apariencia y/o la actividad que realizan, evitando así su posible expulsión o llamada de atención por parte de la policía. En este sentido, las áreas verdes son elementos de inclusión en el espacio público, al ser apropiadas por personas que requieren de la invisibilidad que les otorgan, aunque la ocupación de éstas suponga la transgresión de las reglas que cohabitan en lo público, y que sin esta posibilidad no estarían presentes en el lugar (figura 69). d) Lo público como evento En la plaza, el encendido de la fuente y de sus luces, las cuales cambian de color constantemente, es un acontecimiento esperado tanto por niños como por adultos. Sin embargo, el espacio posee una iluminación insuficiente, que en la mayoría de los casos, disuade a las personas de ir a la plaza o permanecer en ella luego de una determinada hora. Esta situación es contrarrestada por la presencia masiva de personas cuando se realizan actos culturales y musicales en el anfiteatro, el cual también es utilizado para la realización de actividades deportivas y actos de carácter civil y político, convirtiéndose en un punto de reunión para diversos grupos, como son los jóvenes en patinetas y el grupo de danza aérea, entre otros. Estas actividades y eventos son lo suficientemente atractivos para que las personas deseen permanecer o acercarse al lugar después de las 18:00 horas, a pesar de la falta de luz y del sentimiento de inseguridad que acompaña diariamente a los habitantes de la ciudad. En ese momento, la distancia entre las personas se acorta y el número de personas aumenta; la plaza se convierte en un acontecimiento que atrae tanto a transeúntes como a conductores que transitan por el lugar.

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Figura 69. Lo público como sombra en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Petzold y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

La razón de que ocurran estos cambios socio-espaciales al interior de los espacios públicos, en este caso en la Plaza de la República, se debe a que «...cuando alguien comienza a hacer algo, hay una clara tendencia a que otros se unan, bien para participar de ellos mismos o sólo para presenciar lo que hacen los demás. De este modo, los individuos, y los acontecimientos pueden influirse y estimularse mutuamente» (Gehl, 83). En tal sentido, la realización de eventos y actividades que incentiven la participación colectiva (pasiva o activa) en los espacios públicos, es fundamental para fortalecer lo público como hecho físico, social y simbólico (figura 70).

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Figura 70. Lo público como evento en la Plaza de la República, 2013 Fotos: Superior izquierda: J. Finol. Superior derecha e inferiores: A. Rangel. Archivos de la investigación.

Lo público es el otro Los hallazgos del trabajo en campo permiten afirmar que la Plaza de la República, por su diseño y escala, es un espacio de lo íntimo. «Lo íntimo nos recuerda […] un lugar acogedor, tranquilo, confortable […] . Puede significar [también] relaciones muy estrechas con algo, una actitud de amistad, del ser amable, dispuesto al reconocimiento de alguien, o de sí mismo a través del otro» (Cortés, 3). Esta plaza es un lugar de observación de escenas, al que se va para estar solo pero también para observar a otros. Se obtiene visibilidad pero también anonimato. Este espacio público, por su ubicación y relación con el contexto en el que se emplaza, facilita la apropiación y el uso por parte de las personas; permite al usuario un «... proceso de apropiación de la ciu-

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dad, de su espacio exterior, transformándolo en interior, en un espacio íntimo […] . La noción de intimidad implica un grado de familiaridad hacia algo […] Un sentido de reconocimiento en el lugar, que nos aproxima a él» (Cortés, 3): Nos queda cerca y viene mucha gente aquí... (mujer 72 años, nivel bajo). Es un buen sitio de encuentro (hombre, 22 años, nivel medio). Es un sitio de esparcimiento, o sea donde uno puede liberar un poquito el estrés que tiene... (mujer, 41 años, nivel medio). Me gusta, o sea, uno se relaja aquí pues (hombre, 50 años, nivel bajo). Asimismo, a pesar del temor que existe en el espacio urbano de circular por las calles de la ciudad, al entrar en los límites de la plaza, la percepción de inseguridad cambia a pesar de seguir estando en el espacio urbano. Se es consciente de la inseguridad pero el otro en el es­ pacio público, es un otro más cercano aún cuando no interactúe con él. «La intimidad proporciona seguridad, implica también una relación poética con su entorno» (Cortés, 3). Se está en un espacio en el cual hay otros que ven, que escuchan, y eso da seguridad. Bien, me siento segura, eso es bueno (mujer, 19 años, nivel medio). Aquí la gente es muy amistosa... (mujer, 58 años, nivel bajo).

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Me siento segura... veo que hay mucha gente, y como que conversan, se conocen entre sí. Yo creo que si pasara algo se cuidarían entre sí... (mujer, 21 años, nivel medio). A mí me agrada aquí que la gente se reúna o sea a leer el periódico, a conversar, a sentarse, a hablar, a pasar el rato... (hombre, 19 años, nivel bajo). Va mucha gente a caminar[…] uno no está solo como en otras plazas (hombre, 27 años, nivel alto). Para que exista ese otro en el espacio público, éste debe ofrecer la posibilidad de establecer distancias que permitan el contacto pasivo, el de ver y oír a otras personas, pero sin la obligación de entablar conversación. El diseño de la plaza y su mobiliario ofrecen esta distancia. En algunos casos, cuando el espacio público deviene lugar de trabajo es posible identificar varias categorías del otro, siendo en algunos casos un otro no tolerable desde el preestablecimiento particular de cuáles deben ser las normas de convivencia y de la existencia de un deber ser en el comportamiento social de toda persona en público; se apela a la civilidad. En la Plaza de la República existen conflictos pero éstos no son palpables por aquellos que no frecuentan asiduamente la plaza o el sector donde ésta se inserta. Existen ciertos comportamientos que no son aceptados por algunos usuarios de la plaza, como las muestras de afecto desinhibidas entre las parejas de novios, puesto que para algunos usuarios el espacio público es un espacio para un determinado comportamiento, acorde a un espacio donde vienen niños. Por ejemplo ahí ve una pareja besándose que siento que no debería[…] Porque si aquí generalmente, yo lo que he visto son niños que vienen a distraerse, a divertirse, esos espectáculos no deberían darse en esta plaza[…] (mujer, 38 años, nivel medio alto).

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Los patinadores, la patineta, la falta e respeto[…] Ellos tiran la patineta, se la pegan a la gentes mayores. El grupo que teneís allá sentado que andan bebiendo, andan fumando droga. Eh, por lo menos, veo el uso indebido, que la policía no acciona de inmediato (mujer, 50 años, nivel medio bajo). En otros casos, la presencia de personas sin hogar, drogadictos y alcohólicos, utilizando las bancas y las áreas verdes de la plaza como lugar para dormir, descansar o beber, genera temor e incomodidad en algunos usuarios, pero especialmente en los padres con niños pequeños, llevando a que éstos abandonen el lugar con sus hijos. En ocasiones, estas personas son expulsadas por la policía —no siempre presente— en el espacio público. Ayer precisamente estaba un indigente acostado en la banqueta [banca], y el policía llegó y le dijo: epa, párese de la banqueta [banca] porque las banquetas no son para dormir […] Lo hizo parar de la banqueta (mujer 58 años, nivel bajo). Hay personas aquí que, o sea que no tienen muy buen aspecto, y te dan cierto temor, verdad […] Pero eso es lo único que a veces yo creo que a muchas personas pues le da como temor venir por eso (mujer, 50 años, nivel medio bajo). Entretanto, la apropiación y uso de la plaza por parte de grupos religiosos, quienes ocupan diariamente ciertas áreas de la plaza, a una determinada hora, en ocasiones incomoda a otros usuarios, quienes toman la decisión de moverse de lugar o de abandonar la plaza. Todos estos testimonios, evidencian que la condición de lo público proviene del otro (extraño) que habita el espacio público y del significado que éste le otorga al lugar a partir de las personas que lo frecuentan y de las actividades que se realizan en él. Lo público existe

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en la medida en que se respeten las diferencias del otro (edad, nivel socio-económico, género, gustos, etcétera). La Plaza de la República, es un lugar de intercambios de experiencias personales y colectivas no siempre compartidas, de ahí que la manifestación de estas experiencias, suponga al mismo tiempo, encuentro, tolerancia y conflicto (figura 71).

Figura 71. Lo público es el otro, en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Petzold y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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Lecturas de lo público en el Parque Vereda del Lago A partir de la observación directa y del análisis de las entrevistas realizadas a los usuarios de este espacio público, se evidenció que las modalidades de apropiación y de uso de las personas se encuentran, en algunos casos, facilitadas y preestablecidas por el diseño del parque y la disposición del mobiliario e instalaciones dentro del lugar. Sin embargo, en otros casos, estas modalidades subvierten el diseño de éste y las normas establecidas para su apropiación y uso, otorgando un nuevo significado al lugar, el cual constantemente entra en contradicción con lo que ahí acontece.

El borde como condición de lo público El diseño, la configuración espacial y las grandes dimensiones (primera etapa, 65 hectáreas) de este espacio público, ofrecen la posibilidad de que dicho espacio pueda ser apropiado y utilizado por un gran número de usuarios, lo que se traduce, entre otras cosas, en encuentros y/o intercambios con personas de diferentes grupos sociales (nivel socioeconómico, edad y género) y con intereses diversos. La vinculación directa del parque con el lago de Maracaibo, a lo largo de un kilómetro de longitud, en su borde este, constituye un elemento fundamental para que dicho borde sea una de las zonas más utilizadas, pues ofrece la oportunidad de ver este gran cuerpo de agua (13 000 km2), ya que, en el resto de la ciudad, esta posibilidad pública y colectiva es casi nula, al encontrase el resto de la costa ocupada por clubes privados, viviendas, hoteles, comercios, fábricas y por el Puerto de Maracaibo (figura 72). Esta situación contrasta, con la fuerte vinculación que tenía la ciudad con su lago, al haber sido concebida desde sus inicios como un puerto natural por las condiciones que presentaba la zona «... pocos accidentes costaneros, […] la costa [era] bastante uniforme, [y] la bahía de Maracaibo [era] el único lugar que presentaba en la época características de puerto natural» (Sempere, 21).

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Figura 72 . Borde este del Parque Vereda del Lago, 2008 Foto: Alcaldía de Maracaibo.

Figura 73. Modalidades de apropiación y uso del borde este del Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: A. Petzold y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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Esta relación natural con el lago, fue poco a poco desapareciendo gracias al crecimiento de la ciudad y la ocupación privada de su costa. Es por esta razón que la posibilidad de tener el lago tan cerca, constituyen uno de los elementos más significativos del Parque Vereda del Lago para los usuarios, según lo manifestado en las entrevistas. Esto se evidencia en una mayor afluencia de personas en este borde y en la diversidad de modalidades de apropiación y de uso por parte de los usuarios, quienes utilizan el borde para: caminar, trotar, andar en bicicleta (carácter recreativo, deportivo y de alta competencia), hacer yoga, sentarse a contemplar el lago, ver pasar las embarcaciones o ver el puente sobre el lago, hacer picnic, descansar en familia y, como un aspecto característico y singular de este borde, contemplar el lago desde los automóviles, una práctica favorecida por la localización de zonas de estacionamiento en este borde (figura 73). Ahora bien, el diseño de este borde del parque no fue pensado para albergar esta variedad de prácticas de apropiación y de uso, aunque ha facilitado la aparición de éstas, que si bien generan algunos conflictos entre los usuarios, también permiten el encuentro, y en algunos casos, hasta el intercambio entre personas de distintos grupos sociales e individuos, por la familiaridad de los rostros y/o la sensación de tranquilidad, familiaridad y seguridad que les da el estar en este lugar. La dinámica de apropiación y de uso del borde este es compleja, por ser el más disputado entre conductores, peatones y ciclistas, dados los constantes cruces de peatones de la costa hacia las áreas internas del parque y viceversa. Asimismo, la ocupación de las áreas públicas del parque que se ubican en el lado este (parque infantiles, canchas deportivas, bohíos, áreas verdes y tribunas) son las más demandas por los usuarios, lo que trae como consecuencia la sobreocupación del espacio en este tramo del parque, lo que a su vez se traduce en la ocupación de áreas del parque no diseñadas ni planificadas para la apropiación y el uso por parte de grandes grupos de personas. Igualmente, la diversidad de actividades que se realizan a lo largo de él, con velocidades distintas como: caminar, trotar, ir en bicicleta, en patines y en automóvil, hizo que se establecieran reglas sobre el modo, el tiempo y el lugar donde cada una de estas actividades se deben llevar a cabo.

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Por otro lado, en este borde se ubican las tribunas o gradas consideradas por los usuarios uno de los elementos significativos del parque, por ser un punto referencial dentro del lugar, ya que permite una contemplación, tanto individual, como colectiva del lago bajo la sombra, y facilita la realización de actos deportivos, culturales, religiosos y hasta políticos, aun cuando estos últimos no siempre son bienvenidos por todos los usuarios ni están permitidos por la autoridad del parque. Adicionalmente, desde hace dos años el parque cuenta con una red inalámbrica que va desde la sede del tranvía hasta las tribunas (eje sentido oeste-este), permitiendo a los usuarios ubicados en estas áreas conectarse a internet de manera gratuita, lo que incide aún más en su ocupación. La zona central del parque, donde se ubican las canchas de tenis, el paintball, la torre de escalada, una plaza, entre otras, es un área percibida por los usuarios como solitaria e insegura, lo que disuade a las personas de utilizarla y permanecer ahí: Siempre uno tiene la idea de que la parte externa es más segura, porque está más iluminada, y te da como miedo meterte en la parte interna (mujer, 37 años, nivel medio alto). Las áreas más inseguras para mí, son las que están dentro del circuito, o sea, en el medio, porque […], la mayoría de la gente está por fuera, digamos que está haciendo el circuito, está corriendo, está la policía... y siempre hay gente (hombre, 38 años, nivel medio). Hay seguridad en la vía [circuito], pero interna, en los espacios internos no hay seguridad (hombre, 46 años, nivel medio alto). Las personas que utilizan el área interna lo hacen de manera puntual, esto es, van a las instalaciones, realizan su actividad y se van. Son

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áreas que por su carácter privado se desvinculan de lo que ocurre en las áreas públicas del parque (figura 74 en el anexo I). Las modalidades de apropiación y de uso de las personas en el Parque Vereda del Lago ocurren principalmente en sus bordes, es decir, en el borde este del parque, como se mencionó anteriormente, pero también en su borde-circuito peatonal y vehicular, esto es, el parque se habita en su periferia principalmente, no en su centro.

Lo público como el derecho a excluir Como se ha señalado en puntos anteriores, algunas de las modalidades de apropiación y de uso de las personas se encuentran facilitadas y preestablecidas por el diseño, la inserción y la configuración espacial del parque, sin embargo, otras se encuentran mediadas, normadas y en algunos casos prohibidas por el ente encargado de la gestión y administración de este espacio público. El Parque Vereda del Lago fue concebido desde su inicio como un lugar al aire libre, de uso recreacional y de encuentro con la naturaleza y el lago. En el año 2001, cuando se inicia su proceso de recuperación, una de las acciones que llevó a cabo la Alcaldía del municipio Maracaibo fue la de ceder áreas del parque en comodato, para la construcción de instalaciones deportivas, recreativas y educativas de carácter privado (Parque acuático Aguamanía, pista de karting, torre de escalada, Vereda Gym y la Universidad Rafael Urdaneta, entre otras), con el fin de obtener ingresos para su mantenimiento. Esto supuso la ocupación de grandes zonas del parque por instalaciones de carácter privado (enclaves) en un espacio concebido como público (figura 75). En el área central del parque, la cual se encuentra bordeada por el circuito peatonal y vehicular, se ubican las diferentes instalaciones deportivas, recreativas y servicios sanitarios. Entre las deportivas se encuentran: un estadio de béisbol (aforo 3 000 personas), canchas de futbol, futbolito y canchas de tenis. Las canchas de tenis son propiedad del Parque Vereda del Lago, pero son gestionadas por un privado, en consecuencia, para utilizar estas instalaciones los usuarios deben efectuar un pago. Irónicamente, la administración del parque no recibe ningún porcentaje de los ingresos que obtiene el privado.

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Figura 75. Inserciones Arriba: Inserción del parque acuático Aguamanía en el Parque Vereda del Lago, 2013, foto: Turismo Perfecto; segunda fila «inserción» de la pista de karting y canchas de tenis, en el Parque Vereda del Lago, 2013, fotos: A. Petzold, archivos de la investigación; abajo «inserción» del Vereda Gym y la Torre de escalada en el Parque Vereda del Lago, 2012, fotos: R. González, archivos de la investigación.

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Para hacer uso de las instalaciones recreativas, como el parque acuático Aguamanía, la pista de karting, la torre de escalada, las canchas de paintball, el gimnasio y las canchas de césped artificial, se debe efectuar también un pago. En este caso, la administración del parque recibe un monto fijo mensual de parte de cada una de las empresas privadas que administran dichas instalaciones. La existencia de estas instalaciones de carácter privado dentro del parque es lo que le permite al savel contar con ingresos mensuales para cubrir los costos generados por las labores de mantenimiento y mejoras de este espacio público. Como servicio autónomo, la administración del parque no cuenta con un presupuesto asignado por parte de la Alcaldía del municipio Maracaibo, es decir, su funcionamiento y mantenimiento son autogestionados, dependen exclusivamente de los ingresos obtenidos del pago mensual de las instalaciones privadas y de los comercios ubicados en el parque, así como de algunas fundaciones y amigos del parque. Sin embargo, es cuestionable la manera como fueron emplazadas cada una de estas instalaciones de carácter privado en las áreas del parque, dado que ofrecen un lectura de enclaves, al no vincularse visualmente con el parque y porque la forma de gestión y administración de las mismas es completamente privada. Esta situación causa malestar en los usuarios que no cuentan con las posibilidades de pagar la cantidad solicitada para poder hacer uso de estas instalaciones. Si bien existen zonas dentro del parque completamente gratuitas, como los parques infantiles, canchas de futbol, canchas de voleibol de playa, áreas verdes y las áreas destinadas para el tránsito en bicicletas recreativas y carros electrónicos infantiles, éstas son insuficientes. Si no se cuenta con bicicleta o carrito propio, debe pagarse por el alquiler de éstos. Creo que la Vereda no debería ser un lugar con instituciones privadas, como Aguamanía y el lugar de los carritos, sino que todo debería ser público y todos deberíamos tener acceso a todas las instalaciones (hombre, 23 años, nivel medio bajo).

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Las personas vienen al Parque Vereda del Lago, a distraerse, a desestresarse, hacer ejercicio y compartir con la familia, pero también vienen porque su acceso es gratuito. Sin embargo, el uso privado de ciertas instalaciones, para algunos grupos de usuarios del parque, supone una contradicción en un entorno de carácter público; se sienten excluidos de un espacio que por naturaleza debe ser inclusivo. La imposibilidad de participar de ciertas actividades y áreas del parque, instauran límites intangibles y tangibles en la apropiación y uso de este espacio público. Hay como que dos veredas en una, porque hay unos sitios que son accesibles y otros no, que deberían ser todos, que los niños no tengan distinción pues. Como ejemplo, el parque acuático, hay niños que no tiene acceso si no cancelan [pagan], que deberían ser gratuitos, que el gobierno los subsidie, pues […] Es que no podemos hacer nada, es como si todo estuviera privado, como un club privado, y es un espacio público que debería de tener más, abocarse más a la gente, al público... (hombre, 40 años, nivel bajo). [Aquí] casi todo es pago, o sea, tú vas a alquilar, son 50, si vas a alquilar, son 100, si vas a ir para la parte de Aguamanía, o sea, es un poquito fuerte, tienes que decidir hacer una sola cosa, porque creo que todo no lo puedes abarcar. Eso es lo único negativo que veo [del parque], porque una persona de bajos recursos puede venir y disfrutar de algunas cosas, cuánto vale una bicicleta, 50 bolos [bolívares], cuatro niños, te vas pa’ tu casa, comiste y te fuiste, pero en cambio, pudiente..., pero no generalmente una familia puede abarcar esa cantidad y todo es pago. Aguamanía, bicicleta, carritos, todo es pago, no hay nada gratuito a menos que la Alcaldía o la Gobernación coloquen unos parques de mo-

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mentos, que si payasitas o coloque inflables, esas cosas y sea gratuito, de resto, todo el año es costoso (mujer, 50 años, nivel medio). Estos testimonios manifiestan cómo la privatización y mercantilización de ciertas instalaciones y actividades del parque, acentúan las diferencias ya existentes entre los grupos sociales, al no garantizar una igualdad de condiciones en el uso del espacio público, y al estar determinadas por el poder adquisitivo de cada grupo social. Borja y Muxí (45) advierten sobre estas iniciativas privadas «... que asumen diversos aspectos del espacio público, la producción, la gestión, el patrocinio, el mantenimiento, la vigilancia, etcétera, lo cual puede estar muy bien... o no, porque puede conducir a una privatización excluyente de los espacios públicos». En este sentido, las políticas de gestión implementadas por la autoridad del parque, han acentuado —sin ésta quizás saberlo— la segmentación en tiempo y espacio de las modalidades de apropiación y de uso de los diferentes grupos sociales. El Parque Vereda del Lago es un gran espacio público urbano, con una serie de instalaciones deportivas y recreativas de uso privado, donde es el espacio abierto y al aire libre, lo único verdaderamente público. El mismo está regido por una serie de normas que han sido establecidas por la autoridad del espacio público, para lograr la armonía y el orden público dentro del lugar dadas las grandes dimensiones de éste. En algunos casos, se realizan acciones por parte de la administración del parque, legitimadas a partir de la concepción de espacio público que ésta posee «lugar seguro, donde tú puedes hacer lo que tú quieras dentro de las normas establecidas» (Lombardi, 2013). Se apela al civismo «como conjunto de prácticas apropiadas en aras del bien colectivo» (Delgado, 51). Aquí también hemos tenido […] ciertos problemas con un grupo de jóvenes, los denominados emos. Generalmente hemos tenido problemas con ellos porque alteran un poco el orden público, en la zona de las gradas,

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y mucha gente los evita, y de todas maneras los tenemos, más o menos bajo control con la policía, inclusive una vez les pusimos unas cornetas [bocinas] con música infantil, pa’ que ellos se desalentaran y se fueron, este, pero bueno, ahí convivimos con ellos (presidente savel, 2013). Estas acciones de persuasión para intentar que ciertos grupos —en algunos casos estigmatizados por su apariencia— abandonen el lugar, son estrategias sutiles de exclusión que cuestionan hasta qué punto la apropiación, el uso y la apariencia de un grupo de personas en el espacio público, otorgan el derecho a excluirlos o a disuadirlos de abandonar el lugar. Por otro lado, es importante señalar que al analizar el carácter público de un espacio, un aspecto fundamental es su inserción urbana, puesto que la imposibilidad o la dificultad de acceder a él constituye un límite intangible para su apropiación y uso. La localización del Parque Vereda del Lago, debido al crecimiento de la ciudad en sentido este-oeste, se ha convertido en un límite, principalmente para las personas de bajos recursos económicos, que habitan en las zonas noroeste, oeste y suroeste de la ciudad, por el tiempo, el costo y las condiciones en que deben trasladarse, lo que lleva a disuadirles, y en algunos casos, impedirles poder venir al parque. Por consiguiente, la frecuencia con que la mayoría de las personas de nivel medio bajo y bajo vienen al parque es baja, pero con una alta intensidad de uso, al permanecer más de cuatro horas en el lugar, lo cual se asocia con sus modalidades de apropiación y de uso, y con el significado que le otorgan al lugar. Está también el caso de personas para las cuales es imposible asistir. Está abierto para todos los grupos, pero hay personas de clase muy baja que no pueden llegar hasta acá, porque del sitio donde ellos viven […] para el traslado se le hace difícil (hombre, 38 años, nivel bajo).

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Hay mucha gente que vive en barrios, que viven muy alejados, por ejemplo, yo vivo muy lejos y me cuesta venir... (mujer, 43 años, nivel bajo). El que no tiene transporte se desanima porque es muy difícil entrar y salir (mujer 43 años, nivel medio). En tal sentido, la desigual inserción de los espacios públicos en la ciudad constituye un factor que excluye y disuade a las personas de su disfrute y cuestiona el carácter público de dichos espacios.

Lo público como espacio doméstico Un aspecto interesante, que surge del análisis de las modalidades de apropiación y uso de los usuarios en el parque, es la aparición de prácticas relacionadas con el espacio doméstico. Los fines de semana el parque es ocupado por numerosos grupos de familias, en su mayoría de niveles medio bajo y bajo, que vienen al parque a pasar un rato en familia y durante su estancia cocinan el almuerzo, guindan sus hamacas y chinchorros en los bohíos o debajo de los árboles, realizan juegos de mesa y sus hijos corren, juegan a la pelota o pasean en bicicleta. Estas distintas prácticas de apropiación y de uso del espacio configuran una escena doméstica, la cual manifiesta la significación que el lugar tiene para ellos, por la posibilidad que les otorga de realizar estas actividades, aun cuando algunas de ellas estén prohibidas en el parque (Artículos 7, 8 y 12 normas del savel)1 (figura 76). Asimismo, la alta demanda que existe por el uso de los bohíos, aun cuando éstos se encuentran en condiciones precarias, manifiesta la necesidad que tienen las personas de reunirse en familia fuera de los

1 Artículo 7.- Sólo está permitido acampar en las áreas verdes y en los horarios establecidos por la administración del parque vereda del lago, quedando prohibidas fogatas y cocción de alimentos en áreas verdes. Artículo 8.- Quedan prohibidos los juegos, actividades recreativas, deportivas o familiares que atenten contra árboles, arbustos o grama. Artículo 12.- En los bohíos está prohibido colocar hamacas, chinchorros o cualquier objeto colgante, por medidas de seguridad.

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límites de su espacio doméstico, en un lugar en el que no requieran pagar por su utilización y que les otorgue privacidad estando al aire libre, sin límites físicos que los agobien, sintiendo seguridad y la libertad de disfrutar un día diferente, pero haciendo lo que harían en su espacio doméstico. Al parque pueden llevar lo que deseen, excepto bebidas al-

Figura 76. Lo público como espacio doméstico en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: A. Petzold y S. Mustieles. Archivos de la Investigación.

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cohólicas, aunque muchas veces las llevan a escondidas (Artículo 10, numeral 7 normas del savel)2. Una de las consecuencias relacionadas con estas prácticas de apropiación y de uso, y que en estos momentos le ocasiona conflicto a la administración del parque, es el robo y uso de las tapas de tanquillas por parte de las familias para cocinar dentro del parque. No sólo no está permitido cocinar en las áreas verdes (Artículo 7 normas del savel) y áreas comunes del parque, sino que el robo de estas tapas supone un riesgo para todos los usuarios del lugar, ya que dejan sin protección las bocas de visita de las diferentes instalaciones subterráneas (instalaciones eléctricas, alcantarillado, etcétera), ocasionando accidentes si no se está atento a la hora de circular por el lugar. Igualmente, esto supone un esfuerzo físico y económico para la administración del parque, quien debe asumir la elaboración semanal de las tapas de tanquillas robadas. De igual manera, la práctica de cocinar dentro de las áreas del parque, así como la apropiación de áreas verdes para acampar y pasar el día, no suelen ser compartidas por algunos usuarios del parque, quienes manifiestan su disconformidad y molestia, alegando que no se hace un uso correcto y se impide el libre tránsito por el parque. Me desagrada el uso que puedan hacer ciertas personas. O sea, los fines de semana, vengo el domingo a la ciclovía, de resto no me gusta porque la gente..., yo sé que hay muchas personas que no tienen aire libre y que vienen con toda la familia, pero si hay normas, tienes que utilizarlas, entonces que no puedas pasar por un sitio porque están montando una olla, cocinando, etcétera. El uso indebido que le pueden dar, eso es lo que me molesta (mujer, 37 años, nivel medio alto).

2 Artículo 10.- Se consideran actividades prohibidas las siguientes: Numeral 7. La venta y consumo de bebidas alcohólicas y sustancias estupefacientes y psicotrópicas dentro del Parque Vereda del Lago.

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Algunas que se creen dueñas del área, pues, y no te dejan hacer nada porque ellos están ahí, y eso sí no me gusta (hombre, 22 años, nivel medio alto). Las personas que vienen para acá y hacen, digamos, un sancocho, de repente..., es una manera de distraerse pero no me gusta mucho, es mi opinión... en la manera como la desarrollan, realmente es lo que no me gusta. Cuando desarrollan esas fiestas sancocheras, pero es la manera como lo hacen (hombre, 38 años, nivel medio). El presidente del savel, señaló que está consciente de la necesidad de un área dentro del parque para realizar estos almuerzos y parrilladas, lo que permitiría, según sus palabras, un mayor control de las familias y de sus actividades dentro del parque. Sin embargo, hasta qué punto sería exitoso el concentrar en un área del espacio público esta actividad, cuando, por un lado, el diseño del parque ha favorecido que surjan dichas prácticas de apropiación y de uso debido a las cualidades del lugar, y por el otro, existe una sobredemanda en la utilización de los bohíos. Los árboles y los bohíos se han convertido en una extensión del espacio doméstico, al ofrecer la sombra y la sensación de intimidad que la familia requiere durante su estancia. En el Parque Vereda del Lago se evidencia, a través del discurso de la autoridad y de los usuarios, una tensión entre necesidad, libertad y normatividad, intrínseca a la naturaleza del espacio público, al ser un lugar en el que «... los copresentes forman una sociedad, por así decirlo, óptica, en la medida en que cada una de sus acciones está sometida a la consideración de los demás, territorio tanto de exposición, en el doble sentido de exhibición y de riesgo» (Delgado, 19). En este sentido, los grupos sociales predominantes en los espacios públicos, y las instituciones públicas y/o privadas encargadas del diseño, mantenimiento, gestión y vigilancia de éstos, intentan establecer una serie de pautas que permitan normar los comportamientos y los usos de las personas en el lugar, estipulando cuáles son adecuados y cuáles no, qué tipos de acontecimientos propiciar o evitar en el lugar.

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Coreografías del lugar «Yo enfrento a la ciudad con mi cuerpo...»

Pallasmaa, 41 Las coreografías son el comportamiento de las personas en un lugar determinado. Estos movimientos nos revelan prácticas asumidas por las personas, ya sea por razones culturales, climáticas, sociales, y/o de diseño, que particularizan el modo de apropiación y de uso del espacio. Al observar estos comportamientos en los espacios públicos, se revela no sólo la multiplicidad de razones que inciden en éstos, sino el peso que tiene cada una de ellas en cada grupo social (nivel-socioeconómico, edad y género). En el espacio público las coreografías surgen del diálogo constante que se establece entre el cuerpo, la mirada y el espacio físico en el que me sitúo, siendo, en algunos casos, un diálogo preestablecido por el diseñador, pero abierto a la improvisación, lo que le otorga un significado particular e íntimo a ese lugar. Si bien «todos nuestros movimientos están sometidos a las mismas leyes físicas que rigen las formas construidas y estas formas poseen la capacidad de contenerlos, limitarlos y dirigirlos físicamente» (Yudell, 69), la manera en cómo son percibidas estas formas preestablecidas, difiere de una persona a otra, ya que el conocimiento que tenemos de las cosas afecta el modo en que las vemos y nos relacionamos con ellas. El espacio púbico posee una estructura que orienta los comportamientos de las personas en él, sin embargo, su carácter público ofrece la posibilidad de transgredir dicha estructura. Ahora bien, las coreografías de las personas en el espacio público no sólo están conducidas por la estructura implícita en el diseño de éste y sus normas, sino gobernadas por las reglas que se establecen y, en algunos casos, cohabitan en lo público. ... Recordemos […] [el] juego [de la] retícula simétrica dibujada con tiza sobre el suelo, la «estructura»

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con la que el cuerpo juega. Las variaciones en la velocidad, ritmo y dinámica del movimiento se producen […] como resultado de la forma de la retícula; el movimiento es más rápido y menos estable cuando se salta con una sola pierna sobre la cuadrícula única, y el movimiento es más lento con las dos piernas sobre las dobles cuadrículas y en los giros de los extremos. […] El diseño físico provoca en el cuerpo una respuesta cuyo resultado final es una especie de danza espontánea (Yudell, 72-73). Con este ejemplo se busca reflexionar en los elementos que entran en juego en la configuración de una coreografía. No se debe olvidar que aunque la retícula estructura los movimientos y sus variaciones, son las reglas establecidas por los jugadores las que establecen los movimientos permitidos y su lugar (espacio) dentro de la retícula, lo que lleva a pensar que quizás con la misma retícula (diseño) es posible efectuar movimientos completamente diferentes. De la misma manera que ningún participante ejecutará de igual forma los movimientos, al entrar en juego su capacidad física y metal. De igual modo, los comportamientos de las personas se encuentran condicionados por la lectura que se realiza del espacio, con base en el conocimiento a priori que del mismo se posea y del significado preestablecido que se tenga de dicho lugar. Asimismo, la identificación de una persona o grupos de personas con un grupo social determinado, guía las prácticas y los usos de éstas en el espacio público, respondiendo estos comportamientos más a razones culturales y sociales, que al diseño del espacio.

Coreografías en la Plaza de la República La observación directa de las modalidades de apropiación y de uso de las personas en la plaza permitió descubrir las coreografías del lugar, y cómo éstas responden a las cualidades percibidas en el espacio

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y a la relación que los usuarios establecen con el lugar y con las personas que en él se encuentran. Se estableció que el diseño y la configuración espacial de la Plaza de la República permite, por un lado, la exposición de los usuarios en ella, al existir un dominio visual del espacio, de las personas y de las situaciones que acontecen en el lugar, y por el otro, el diseño y la forma en que los elementos se hallan dispuestos en el espacio, ofrece la posibilidad de tener distintos grados de intimidad y anonimato. En tal sentido, los comportamientos de las personas percibidos en este espacio público demandan tanto la posibilidad de ignorar al otro y aislarse del espacio, como de interactuar con el otro y participar del espacio. Estas coreografías responden al «espacio personal o informal [que] acompaña a todo individuo allá donde va y se expande o contrae en función de los tipos de encuentro y en función de un buscado equilibrio entre aproximación y evitación» (Delgado, 30). Se observó en la Plaza de la República cómo algunas personas (solas o en pareja) al buscar ignorar al otro, asumen posturas y posiciones corporales, como ubicarse en una esquina de la banca y de espaldas a las caminerías y/o a otro usuario que en ella se encuentre. Este comportamiento busca negar cualquier posibilidad de interacción con el otro, con el extraño, aun existiendo una proximidad física. Asimismo, estas posiciones del cuerpo manifiestan la intención de aislarse del espacio, evitando cualquier relación visual, pero sin evitar ser observados por el otro. Esto se percibe en las personas que vienen a la plaza a conectarse a la red inalámbrica con su teléfono celular, centrando la mirada en él y desconectándose del espacio físico. Ahora bien, se observó en otros casos, comportamientos de personas que buscan aislarse del espacio a través de estrategias de ocultamiento, es decir, ubicándose dentro de las áreas verdes para evitar ser vistos, pasar desapercibidos y no sentirse observados. En cuanto a las coreografías observadas que buscan interactuar con el otro, éstas se manifiestan en posturas y posiciones corporales de las personas sentadas frente a las caminerías o al espacio central de la plaza, observando a las personas que recorren el lugar y a las situaciones que se desarrollan en él; se va al espacio a ver a otros, la mirada

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busca cualquier posibilidad de encuentro e interacción durante su estancia en la plaza (figura 77). Por otro lado, las coreografías percibidas que buscan participar del espacio, surgen de descubrir las posibilidades que el espacio físico ofrece para la realización de una determinada actividad, a saber: los movimientos de la danza aérea responden al diálogo del cuerpo con la tela, pero el soporte de ésta lo otorga el anfiteatro, aun cuando su diseño no fue pensado para esto; la acción de andar en bicicleta, en patines y/o patinetas, se traduce en movimientos producto de la interacción del cuerpo con éstos, pero los desplazamientos están vinculados con la estructura física-espacial del lugar. De igual modo, la utilización de las bancas como soporte para la realización de ejercicios físicos o como lugar para acostarse, manifiesta los distintos modos de ver y usar un mismo objeto, a partir de la experiencia con el espacio en el que se encuentra (figura 78). En la Plaza de la República, como en todo espacio público, los comportamientos de las personas están regidos por un convenio tácito de respeto a los demás y a las reglas de lo público. Sin embargo, no todos los usuarios logran reconocer la distinción entre las cosas que es apropiado compartir o imponer a los otros (Brain, 2005). La ausencia de civilidad en el espacio público causa tensión y hasta conflictos entre los usuarios. No obstante, estas tensiones en el espacio público no se manifiestan abiertamente, ya que de existir alguna molestia o desaprobación por ciertas actividades y usos en el lugar, éstas se transmiten, en algunos casos, a la policía encargada de la seguridad en la plaza, quienes deciden la acción a tomar en cada caso. Sin embargo, la mayoría de las veces, las personas evitan la confrontación al ser un espacio de todos, tomando la decisión, o bien de ignorar lo que ocurre, moverse a otra área o de irse de la plaza. No nos agrada mucho, es que ya hemos visto varias, son las parejitas cuando vienen a hacer el amor aquí, o sea a abrazarse, a besarse, no importa esté quién esté, pa’ estar ahí con su... El otro día tuvimos que llamar a

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Figura 77. Coreografías percibidas en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Petzold, A. Rangel y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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Figura 78. Coreografías percibidas en la Plaza de la República, 2013 Fotos: A. Petzold, A. Rangel y S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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un agente [policía] precisamente porque nosotras estábamos sentadas en la banqueta, esas de allá, y la parejita estaba en aquella de allá. Y le dijimos mire, vea, pa’ ver si le llama la atención a esa parejita que no respeta que hay niños... Ya el hombre no halla por dónde meterle la mano a la muchacha, que lo que falta era, bueno, que le bajara los pantalones ahí... Entonces el agente [policía] lo que dijo: ah bueno dentro de un ratico vuelvo, y no volvió. Y la parejita estuvo ahí hasta las seis de la tarde, abrazándose y besándose, y esos hacían de todo ahí (mujer, 58 años, nivel bajo).

Coreografías en el Parque Vereda del Lago El Parque Vereda del Lago es un espacio público que reproduce, en cierta media, la dinámica urbana de la ciudad, la disputa por el espacio entre peatones, ciclistas y conductores. Este escenario le otorga una singularidad a las coreografías, en cada una de las cuales convergen intereses diversos, lo que lleva a establecer reglas que nacen de esa negociación entre tres modos de apropiarse y utilizar el espacio. Las coreografías percibidas en el parque están relacionadas con el diseño del espacio (características físico-espaciales) y con el significado que las personas le otorgan a éste a partir de su apropiación y uso. La estructura socio-espacial del espacio comunica «determinados indicios que son auténticas instrucciones de uso, tanto práctico, como simbólico: orientan la acción, controlan las interacciones, […] señalan qué conviene hacer, pero también qué convendría pensar, sentir y anhelar» (Delgado, 9). Ahora bien, el reconocimiento de estas instrucciones de uso está condicionado a la manera en cómo vemos el mundo y nos reconocemos en él. En este sentido, algunas de las coreografías observadas en el Parque Vereda del Lago están asociadas con ciertos grupos sociales. El caminar o el trotar por el circuito peatonal y vehicular es una actividad asociada principalmente con personas de nivel socioeconómico medio y alto. Las áreas verdes y los bohíos son utilizados, principalmente,

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por familias de nivel socioeconómico bajo para la celebración de un cumpleaños o para disfrutar de un día en el parque, recreando una escena familiar alrededor de la preparación de la comida. Por otra parte, la inserción urbana del parque al borde del lago, el ser un espacio al aire libre y con grandes extensiones para el desarrollo de actividades deportivas y recreativas, permite la aparición de coreografías especializadas, es decir, vinculadas con una zona específica del parque, lo que manifiesta un nuevo orden socioespacial producto de las actividades y los usos que se llevan a cabo, lo que modifica temporalmente el orden espacial establecido en el diseño del espacio (figura 79). Por consiguiente, las coreografías percibidas en el Parque Vereda del Lago se modifican espacial y temporalmente, al ser realizadas por grupos sociales que habitan el espacio en tiempos y modos distintos. Lo que conlleva a la modificación continua de las reglas del lugar, contraponiéndose, en momentos, con las establecidas por la autoridad del espacio público (figura 80). Ahora bien, existen actividades que son realizadas por todos los grupos sociales, pero presentan diferencias en el cómo y dónde las realizan; una de estas actividades es la contemplación del lago. Durante la observación, se evidenciaron distintas maneras de llevarla a cabo. En algunos casos se contempla desde bancas ubicadas en las caminerías frente al lago, o de pie apoyados en la baranda. En otras ocasiones, desde las tribunas o desde un vehículo en movimiento o estacionado, y en bicicleta o caminando, lo que establece múltiples percepciones del lago, pero también vínculos diferentes con el lugar desde el cual se realiza la contemplación. Otro aspecto importante a considerar en el análisis de las coreografías es la presencia del automóvil dentro de las áreas del parque, puesto que su presencia restringe, en cierta medida, los modos de desplazamientos dentro del espacio, ya que éste se estructura a partir del circuito vehicular. Esto ocasiona una disputa por la ocupación del espacio, principalmente, en la periferia de la gran superficie del parque, donde se realizan los recorridos a pie (como actividad deportiva) y en bicicleta. Las coreografías percibidas en el Parque Vereda del Lago, manifiestan cómo lo público se construye en el ejercicio del derecho a ocu-

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Figura 79. Coreografías percibidas en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: A. Petzold, D. Martínez, S. Mustieles y G. Romero.

par el espacio, sin que la manera en cómo me apropio y utilizo el espacio, constituya la exclusión del otro a participar de éste. Asimismo, estas coreografías revelan la «estructura de percepción y de comportamiento» (Rapoport, 28) de los diferentes grupos sociales que se apropian y usan el parque.

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Figura 80. Coreografías percibidas en el Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: A. Petzold, D. Martínez, S. Mustieles y G. Romero.

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La imagen de lo público «La mirada recorre las calles como páginas escritas...»

Calvino, 29 «John Berger plantea que lo visible ha sido siempre y sigue siendo la principal fuente de nuestro conocimiento del mundo, nos orientamos por lo visible» (Carli, 91), y es en esta medida que la imagen adquiere un peso, en la representación de la realidad y como medio de conocimiento de ella. Se utilizó el dibujo como técnica para descubrir la imagen que poseen las personas de los espacios públicos, como resultado de la experiencia directa o indirecta con las cualidades físicas y espaciales del lugar. El dibujo «es un documento autobiográfico» (Berger, 8), y es precisamente esa cualidad del dibujo la que permite leer entre trazos los elementos con los cuales se construye la experiencia personal con el lugar; al hacerlos visibles en el dibujo, se les otorga un valor y un significado que los hace merecedores de existir, manifestando un vínculo con ellos. En tal sentido, cada individuo crea su propia imagen del espacio público a partir de la memoria y de la experiencia. «La imagen es la entidad de la experiencia, la singularidad perceptiva, cognitiva y emocional sintética [del lugar] que se percibe, corporiza y recuerda» (Pallasmaa, 118). Por lo tanto, al hablar de una imagen de lo público, se debe hacer referencia, por un lado, a los elementos comunes que se encuentran presentes en el conjunto de las imágenes individuales de las personas y, por el otro lado, en las palabras empleadas por las personas para manifestar su sentimiento o pensamiento sobre el lugar. La manera como una persona dibuja, describe e interpreta un lugar, una situación, un acontecimiento, entre otros, expresa el modo en como ésta ha aprendido a ver el mundo. Sin embargo, alguien pudiera preguntarse: «¿Quizás existe otra forma no conceptual, tal vez mística de aprender a ver el mundo tal como es pero sin la interposición de atributos? Y si así fuera, ¿cómo podríamos estar seguros de que dicha aprehensión no es ilusoria?» (Körner, 33).

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Si no existe una forma no conceptual, el mundo del pensante estará limitado a los atributos que emplea y al uso del lenguaje aprendido. Como dice Wittgenstein, «los límites de mi lenguaje vendrían a ser los límites de mi mundo». De aquí que, lo importante es el lenguaje utilizado y cómo a través de él, se es capaz de construir un modo de ver, tan particular como particular es la forma de expresarse. Al respecto Téllez expresa (27): ¿Alguien puede leer, no en voz alta sino en silencio, un texto para nosotros? No me refiero al hecho vulgar de relatar, luego de la lectura, el contenido de ésta, sino al proceso intelectual mismo de leer. Nadie puede tampoco suplantar a nadie más en la lectura de una calle, una plaza o un lugar urbano atroz o maravilloso. Lo que sí es posible compartir de modo fructífero son las imágenes o las palabras escritas a raíz de esta lectura. Con las imágenes (dibujos)3 elaboradas por los usuarios de la Plaza de la República y del Parque Vereda del Lago se busca exponer las lecturas que hacen de estos espacios públicos, las cuales están relacionadas con sus prácticas de apropiación y de uso del espacio. Esto ha permitido una aproximación a la comprensión de los modos de ver y pensar el espacio público, a partir de la lectura de su estructura espacial y el valor asignado a los elementos (naturales y arquitectónicos) presentes en él.

3 Se obtuvieron un total de 75 dibujos, de los cuales 25 dibujos corresponden a la Plaza de la República y 50 dibujos corresponden al Parque Vereda del Lago.

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Imágenes de la Plaza de la República Las imágenes de la plaza, elaboradas por los usuarios, revelaron la imaginabilidad de ese espacio público, es decir, la cualidad de un objeto físico, [espacio público] que le da una gran probabilidad de suscitar una imagen vigorosa en cualquier observador de que se trate. Se trata de esa forma, de ese color o de esa distribución que facilita la elaboración de imágenes mentales del medio ambiente que son vívidamente identificadas, poderosamente estructuradas y de suma utilidad (Lynch, 19). Esta cualidad del espacio público se manifiesta de manera diferente en las imágenes de los usuarios, dada la relación espacial de los objetos con el observador, quien les otorga un significado práctico o emotivo a partir de su proceso de interacción. Sin embargo, es posible identificar pautas comunes en las imágenes que permiten agruparlas. El análisis de las imágenes de la Plaza de la República se realizó con base en tres aspectos: ¿cómo es percibido el borde de la plaza?, ¿cómo es percibido el interior de la plaza? y ¿cómo son percibidos los elementos arquitectónicos y naturales de la plaza?

El borde como contenedor La plaza, en un primer grupo de imágenes, es percibida como un área contenida por sus bordes. La caminería perimetral que va paralela a la acera y se halla separada de ésta por un muro-jardinera bajo, es representada desvinculada del espacio central de la plaza. Es un marco que contiene el espacio interior. Por otro lado, los elementos naturales (árboles y plantas) y los elementos arquitectónicos (bancas y faroles) de la plaza se representan ubicados en la periferia del espacio central, liberando el centro ocupado por la fuente y el obelisco, elementos centrales del lugar. En cuanto al anfiteatro, éste es ubicado en el norte de la imagen, a pesar

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de ubicarse en la fachada sur de la plaza, lo que evidencia una lectura del espacio estructurada a partir de este elemento arquitectónico. En la figura 81, se observa la importancia de las bancas en la imagen del espacio, otorgándoles un tamaño similar al del anfiteatro, lo que sugiere que las bancas son un elemento importante para permanecer en el lugar. La centralidad expresada en el dibujo a través de la disposición de las bancas en torno a un centro, manifiesta la cualidad que el usuario le otorga al espacio, del cual expresa: «es un sitio de encuentro, un sitio céntrico» (hombre, 22 años, nivel medio). En la figura 82, las bancas se perciben dispuestas alrededor de la caminería perimetral, pero no existen bancas en el borde de la plaza, lo que evidencia una apropiación y uso del espacio en su periferia. Esto es coherente con lo expresado por el usuario, quien viene a la plaza a caminar por la caminería de borde, mientras su esposa se sienta en una banca ubicada en una caminería interna perpendicular a esta caminería de borde. Asimismo, la presencia de los faroles en la imagen refieren al momento del día en que utilizan la plaza (17:00 a 19:00 horas), siendo la iluminación de la plaza un aspecto importante en su lectura del espacio.

Ausencia de un borde En un segundo grupo de imágenes, la plaza es percibida como el espacio donde confluyen las caminerías, representadas como calles sin un inicio pero con un fin: el espacio central de la plaza. En estas imágenes la plaza no posee bordes, lo público es el espacio conformado por las caminerías y el espacio central (obelisco y fuente). El anfiteatro aparece como el norte hacia el cual se orienta la mirada. En la figura 83, la imagen de la plaza es acompañada por palabras asociadas a elementos arquitectónicos (fuente, concha acústica), actividades (centro cultural), y a una figura de autoridad (policía), revelando las cualidades del espacio percibidas por el usuario. En esta imagen, la lectura de lo público se construye con elementos tangibles e intangibles del lugar. En la figura 84, la disposición de las áreas verdes son las que originan las caminerías, sin estas áreas verdes, representadas por los ár-

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Figura 81. Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por un joven (M) 22 años, nivel medio, 2013.

Figura 82 . Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por un hombre, 64 años, nivel medio bajo, 2013.

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Figura 83. Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por una mujer, 50 años, nivel medio bajo, 2013.

Figura 84. Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por una mujer, 24 años, nivel medio bajo, 2013.

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boles y las bancas, el espacio pierde su estructura. En esta imagen, el usuario manifiesta el valor práctico y simbólico que los árboles y las bancas tienen en su modalidad de apropiación y uso del lugar. Esta persona viene a la plaza a predicar, por ello se sitúa en diferentes puntos de la plaza, por ejemplo, en las bancas protegidas por la sombra de los árboles. Asimismo, el obelisco se erige como un elemento significativo del lugar junto con el anfiteatro.

Continuidad entre centro y periferia En un tercer grupo de imágenes, la plaza es percibida como un espacio continuo entre el centro y la periferia; el borde es extensión del espacio interior de la plaza. Existe una lectura continua de la caminería de borde hacia las caminerías internas, lo que origina las superficies ocupadas por los árboles. El vacío genera superficie, y ésta es ocupada por la vegetación. En la figura 85, se evidencia esta continuidad del borde en relación con las caminerías que atraviesan diagonalmente la plaza. Por otro lado, en esta imagen se evidencia el valor otorgado a las bancas para la apropiación y el uso de este espacio por parte del usuario. Únicamente las bancas y los faroles, son detallados en el dibujo. Esto corresponde con las actividades que el usuario realiza en el lugar, esto es, caminar y leer el periódico. En la figura 86, la imagen de la plaza no es simétrica, lo que pone de manifiesto el lugar donde habitualmente el usuario se apropia y usa la plaza. Este lugar es la banca ubicada en la caminería perpendicular al borde oeste del espacio. Se sienta mirando hacia el anfiteatro, de espaldas a la esquina noroeste de la plaza. En esta esquina la caminería, en su memoria no existe, por lo que dibuja un área verde continua. Por otra parte, las bancas y los árboles poseen un valor manifestado en su representación. Para este usuario, los árboles son el elemento más significativo de la plaza, su sombra lo cobija durante su estancia en la plaza, la cual dura aproximadamente tres horas; viene a la plaza seis días a la semana. Durante ese tiempo permanece sentado, y es la banca el elemento que le permite hacer uso de ese espacio.

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Figura 85. Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por un hombre, 19 años, nivel bajo, 2013.

Figura 86. Imagen de la Plaza de la República Dibujo realizado por una mujer, 72 años, nivel bajo, 2013.

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Las imágenes mentales de la Plaza de la República presentadas anteriormente evidencian la legibilidad de este lugar al manifestar la facilidad con que las personas reconocen y organizan los elementos en el espacio, expresando el grado de familiaridad que tienen con el lugar, así como el valor práctico y simbólico que le otorgan a través de las prácticas de apropiación y de uso.

Imágenes del Parque Vereda del Lago Las imágenes elaboradas por los usuarios revelan que la imaginabilidad del parque es otorgada por el lago, el circuito (vehicular y peatonal) que bordea la gran superficie del parque y algunas de las instalaciones recreativas y deportivas del lugar. El parque es representado como una vasta superficie contenida por un anillo circular. Dentro de esta superficie están presentes algunas de las principales instalaciones y áreas recreativas y deportivas, como elementos referenciales que facilitan la lectura del lugar, aunque no necesariamente implica que se hace uso de ellas. Un elemento que aparece en todas las imágenes es el lago de Maracaibo, simbolizado con color (azul), palabras (lago) y símbolos (olas o barcos), lo que manifiesta una asociación directa del lago con el parque y viceversa. El Parque Vereda del Lago, no existe sin el lago. Por otra parte, la Universidad Rafael Urdaneta (uru) aparece como un elemento referencial en la mayoría de los planos, indicando que el acceso sur del parque es el más utilizado por las personas para acceder al parque y a la universidad, ya sea en vehículo o a pie, debido a que la distancia a recorrer desde este acceso hasta el borde del lago y áreas del parque, es menor que la recorrida al entrar por el acceso norte. Las imágenes también expresan que el parque es percibido en sentido oeste-este, pero habitado en sentido norte-sur. El lago es ubicado al norte del dibujo, en la parte superior, cuando en realidad se ubica en el borde este del parque. En la figura 87 y 88, se observa un elevado nivel de detalle de las instalaciones y áreas recreativas y deportivas del parque (Aguamanía, la pista de karting, las canchas de tenis, las gradas, entre otras),

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Figura 87. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por un hombre, 38 años, nivel medio, 2013.

Figura 88. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por un hombre, 23 años, nivel medio baj0, 2013.

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así como la ubicación de la sede de la Policía Municipal y de la uru, lo que indica un conocimiento del lugar, que se traduce en una imagen estructurada del espacio. La fuerte presencia del automóvil en la dinámica del lugar es manifestada por las numerosas superficies de estacionamientos indicadas en las imágenes. Por otro lado, en la imagen de algunos usuarios siguen apareciendo áreas del parque que ya no existen, las cuales han sido transformadas o se les ha otorgado otro uso, como es el caso del zoológico de contacto, que desde hace cuatro años fue cerrado (figura 89). Asimismo, algunas imágenes evidencian el valor práctico y simbólico que el usuario le otorga a ciertas instalaciones y áreas del parque dentro de la composición del dibujo, lo que denota una familiaridad con esta zona del parque y los elementos naturales y arquitectónicos que en ella se encuentran (figuras 90 y 91). En otros casos, las imágenes comunican una lectura parcial del espacio, al representar únicamente la zona que visitan y utilizan del par­que. Las palabras y los símbolos utilizados denotan usos, actividades,

Figura 89. Imagen del Parque Vereda del Lago Mujer, 20 años, nivel alto, 2013.

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Figura 90. Imagen del Parque Vereda del Lago Hombre, 22 años, nivel medio, 2013.

Figura 91. Imagen del Parque Vereda del Lago Mujer, 37 años, nivel medio, 2013.

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lugares y objetos relacionados con su ubicación en el espacio. La imagen revela los espacios significativos para el usuario y aquellos que utiliza como referencia para su ubicación en el lugar (figura 92). Para otros usuarios, la imagen del parque se reduce a los objetos que utilizan para la apropiación y el uso (bohío, árboles, columpios) del espacio, pero siempre vinculados con el lago (figuras 93 y 94). Entre las imágenes elaboradas, algunas ofrecen una lectura del lugar configurada a partir del circuito (vehicular y peatonal), cuyos elementos referenciales son el lago y las instalaciones privadas ubicadas en los extremos norte y sur del parque. El espacio público es percibido desde la periferia, desde la calzada, se habita en sus bordes (figuras 95, 96 y 97).

Figura 92 . Imagen del Parque Vereda del Lago Hombre, 50 años, nivel bajo, 2013.

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Figura 93. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por un hombre, 31 años, nivel medio bajo, 2013.

Figura 94. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por una mujer, 19 años, nivel medio, 2013.

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Figura 95. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por una mujer, 21 años, nivel medio alto, 2013.

Figura 96. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizados por una mujer, 38 años, nivel medio alto, 2013.

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Figura 97. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por una mujer, 20 años, nivel medio, 2013.

Finalmente, otro grupo de imágenes comunica una percepción del lugar fuera de los límites del parque, es decir, el espacio es observado desde el lago. Se representan escenas de las actividades observadas en el lugar y se espacializan de acuerdo a las áreas donde éstas se llevan a cabo, conformando una lectura del espacio en bandas longitudinales (figura 98). Las imágenes del Parque Vereda del Lago evidencian la vastedad de este espacio (65 hectáreas), «... que al quedar ocupada por el hombre “se reduce” a lugares reconocibles, [revirtiendo] su condición inabarcable y desorientadora» (Morales, 204). Estas imágenes ponen en evidencia distintas formas de jerarquización y lectura de los elementos del espacio, a través de la representación de determinadas áreas, instalaciones y elementos (naturales y arquitectónicos) que facilitan el reconocimiento del lugar y su orientación en él estableciendo una identificación con ciertas áreas del parque de acuerdo a los gustos y necesidades del usuario. Si bien esta identificación es parcial, es la que requieren para encontrarse dentro de él, otorgándoles un valor práctico y simbólico a través de sus modalidades de apropiación y de uso.

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Figura 98. Imagen del Parque Vereda del Lago Dibujo realizado por un hombre, 19 años, nivel medio, 2013.

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El tiempo en la significación de lo público

«Con relación al día anterior, ¿qué es lo que ha cambiado? En primera instancia todo parece igual»

Perec, 40 En este capítulo se reflexiona sobre la relación del tiempo en la significación de lo público, como elemento explicativo de las prácticas de apropiación y de uso del espacio. Interesa evidenciar los cambios en el tiempo en la percepción de los espacios públicos, vinculados a la experiencia (personas, acontecimientos, situaciones, actividades y usos) que van denotando su carácter y significado. El tiempo, según el Diccionario de Oxford, es el «periodo determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento». De aquí que la interpretación de dicho acontecimiento o acción sólo sea posible mediante la estructura del tiempo y del espacio donde se lleva a cabo, en relación con el sujeto que lo realiza. «No hay acontecimiento sin actor» (Santos, 124). En este sentido, el estudio de las prácticas de apropiación y de uso, así como de las situaciones que tienen lugar en los espacios públicos, en horas, días y meses diferentes, permite una aproximación al significado de lo público desde una perspectiva espacio-temporal. Se abordó el estudio de las prácticas en el espacio desde el concepto de habitar. El habitar entendido como «la relación experiencial del sujeto con el espacio mediada por las prácticas» (Lindón, 60). La acción de habitar como «actividad cultural está enmarcada en el tiempo, en el doble sentido de que está vinculada a las condiciones

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existentes en cierto momento, pero también en el sentido de que es una actividad incesante y de alguna manera inagotable, que se reproduce y se recrea continuamente» (Giglia, 9). Por consiguiente, es mediante la observación, las entrevistas y las fotografías que se intenta hacer visible los diferentes modos de habitar el lugar, esto es, las personas, situaciones, prácticas, acontecimientos y actividades que transcurren en los dos espacios públicos, revelando cómo los usuarios interactúan con el espacio físico y con las personas con quienes lo comparten.

El tiempo y lo público en la Plaza de la República El diseño y la inserción urbana de la plaza favorecen su apropiación y uso de manera continua, pero estructurada en tiempo y espacio. Las personas, las actividades y los usos están asociados al día y la hora en que se viene al lugar. La percepción del lugar se modifica en relación con el tiempo. El espacio de la plaza se percibe seguro de acuerdo a la hora del día y días de la semana que se visite. De igual forma, ciertos comportamientos que se observan en la plaza, como las parejas de novios que demuestran su afecto de manera desinhibida, no son bien vistos por la mayoría de los usuarios, ya que, para ellos, deben respetarse las reglas de copresencia, que suponen un comportamiento acorde a la hora del día y a los grupos de personas que se encuentran presentes en el lugar. La lectura del espacio cambia y la significación del mismo también. El tiempo es una estructura con la que se asocia a ciertas personas, comportamientos y actividades: Trato de venir de 4 a 6 de la tarde, lo muy tarde 7, por medidas de seguridad. Hasta ahora que veo el espectáculo ese [parejitas besándose], porque yo llego en horarios tempranos y el horario no se presta para eso[…] (mujer, 38 años, nivel medio alto).

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Aquí en la noche se quedan indigentes, drogadictos, borrachos... (mujer, 72 años, nivel bajo). De noche yo me he fijado que aquí viene más gente, y están que si paseando a su perrito, o andan en bicicleta, y me gusta más, hay como más gente (mujer, 21 años, nivel medio). Al momento que yo voy es pura gente caminando, a esa hora, pura gente mayor (hombre, 27 años, nivel alto). Estos testimonios evidencian cómo «al habitar los lugares, los manufacturamos materialmente de acuerdo a nuestros modos de vida, pero también fijamos en ellos historias, los simbolizamos y en todo ello les vamos otorgando una identidad, los hacemos específicos» (Lindón, 66). Por otra parte, la observación registrada en texto es un medio de lectura de lo público en relación con la estructura del tiempo vinculada a las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el espacio. A continuación se presenta el texto escrito de una de las observaciones realizadas en la plaza, que intenta describir «... todo aquello que por lo general no se percibe, aquello de lo que no solemos darnos cuenta, lo que carece de importancia: lo que ocurre cuando no ocurre nada, solo el paso del tiempo...» (Perec, 9), relatando los personajes y las situaciones que suceden durante dos horas en este lugar: Fecha: 15 de agosto de 2013 Hora: 18 a 20 horas Tiempo: No hay sol y no hay calor. Estoy sentada en una banca del espacio central del lado este de la plaza. Sentada en un extremo de la banca, compartiéndola con otras personas. (1)- Dos señoras de 33 de años con hijas de 10 años. Están sentadas a mi lado, me dieron las buenas tardes.

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[Clase baja]. La niña está acostada en la banca sin sus zapatos, mientras las mujeres hablan entre sí y revisan mensajes. Estuvieron alrededor de 15 minutos. • Las luces de la fuente están encendidas. Ya están los cotuferos [los que venden palomitas] y ambulantes. • Se observan personas mayores [45-65] solas o en parejas caminando en el perímetro de la plaza como ejercicio. (2) Una familia de 7 personas. 5 señoras. Una de 30 años, otra de 58, otra de 65, otra de 40 y otra de 26, un señor de 63 años y un joven de 26 años con un bebé. Casi todos están sentados en la banca, salvo dos que no entran. Hablan entre sí, [vinieron a pasear al bebé en coche]; el señor lee su periódico. Trajeron su propio termo de agua. Estuvieron más de 25 minutos. (3 y 4) Dos familias sentadas en bancas enfrentadas cuyos hijos juegan juntos en el medio de la caminería con una pelota. La familia (3) son: una señora 65 años, [clase baja] con hija sentada a su lado de 14 años. La familia (4) son: dos señoras de 32 años, [clase media]. Los niños que juegan con la pelota son cinco. Dos niñas: una de 15 años, otra de 6 años y tres niños, edad promedio de 8 a 10 años. Juegan en círculos con la pelota. (5) A las 18:20 horas. Acaba de llegar la señora que alquila los carritos automáticos con su familia. En la banca que ella usualmente usa, hay una pareja sentada, de 26 años aprox. La señora con humor jocoso, los corrió de la banca diciéndoles que esa era suya. Los chicos sonrieron y se fueron de la plaza. La señora escandalosa de 52 años, su hija de 24 años, su mamá de 75 años está ciega y otros señores de 60 años. Acomodó

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los carros y sus cosas. Desde donde estoy sentada me entero de todo lo que dice [clase media]. (6)- Dos chicos patineteros están descansando en la baranda de las escaleras del anfiteatro. Los dos chicos tienen 21 años. Revisan su teléfono [Clase media]. Estuvieron alrededor de 15 minutos. • Dos niñas de 12 años manejan bicicleta alrededor de la fuente [clase media]. (7) Una señora de 35 años con su esposo de 40 años están sentados en la banca mientras su hijo de 3 años maneja su carro automático allí cerca [clase media]. Estuvieron más de 20 minutos. (8) Una señora con su esposo, 32 años, están sentados en la banca mientras su hija patina alrededor de la plaza. Los esposos hablan entre sí [clase media]. • Comienza a oler mucho a la comida que venden en Burger King. (9)- Policía uniformado de 35 años. Parece estar fuera de servicio pues tiene sus cosas para irse. (10)- Una familia de 6 personas. Hombre de 40años, mujer de 30 años, dos chicas de 22 años, un niño de 10 años y una niña de 4 años. La familia acompaña a la niña a darle una vuelta completa a la plaza con el carrito automático que alquilaron [clase baja]. (11)- Una pareja, joven de 28 años con su novia de 26 años, sentada en una banca, hablan entre sí. Trajeron su propia botella de agua. Hablan por teléfono [clase baja]. Estuvieron más de 30 minutos.

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• Cambio de banca, aunque sigo en el espacio central de la plaza, ahora estoy frente a la fuente. (12)- A mi lado un señor de 35 años con sus dos hijas de 3 años. [Clase media alta]. Al sentarme me saludaron y las niñas se me acercaron a ver qué hacía. Estuvieron alrededor de 15 minutos. (13)- Otro señor de 65 años a mi lado [ya ha estado antes en la plaza].[Clase media baja]. Educado, dio las buenas noches. Sólo mira a su alrededor. Estuvo más de una hora. • Hay mucha gente atravesando o paseando por la plaza. Casi todo el mundo está sentado en bancas. • Dos jóvenes de 24 años con mal aspecto [clase baja]. (14)- Cuatro jóvenes con mal aspecto [ya los había visto antes aquí]. Se encuentran sentados en la banca del lado oeste. Tienen entre 25 y 27 años. [Clase baja]. Se sientan en la parte oscura donde casi nadie se sienta. Permanecen más de una hora ahí. • Señora de 60 años con hija de 34 años, fueron a comprar algo hacia el borde norte fuera de la plaza y se regresaron por la plaza hacia el este [clase media]. • Dos chicas, una de 20 años y otra de 24 años, acompañan a niño de 7 años a dar una vuelta en el carro automático. [Clase media baja]. • Una familia de seis: la mamá de 37 años, el padre de 40 años, con tres hijos de 12 años aproximadamente. Pasean por la plaza [clase media]. • Los faroles de la plaza no alumbran mucho. (15)- Chica de 24 años. [Clase alta] Pasea a su perro en el área verde. El perro va con correa. Parece que vive cerca. El perro hizo sus necesidades y la joven las reco-

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gió con una bolsa plástica. Da una vuelta por el centro de la plaza, sale, bordea la plaza y se va. • No hay tanta gente como ha habido otros fines de semana a esta hora. He pasado de noche por aquí y se veía más actividad. No hay casi ruido. • Está muy oscuro; ya las fotos no salen. • Joven de 27 años con su padre de 60 años entran por la esquina del sur-este, le dan una vuelta a la fuente y se van [clase media alta]. (16)- Señora de 60 años con esposo de 60 años, sentados en una banca [clase media]. Hablan entre sí, mientras su hija de 35 años va a vigilar a sus niñas que patinan. • La luz que más alumbra es la de la fuente. La fuente cambia de color. El resto de la plaza se percibe oscura. • Tres niñas de 8 a 10 años patinan con casco y todo, dándole la vuelta a la fuente [clase media]. • Casi todos los niños que patinan y alquilan carritos le dan una vuelta a la fuente, no hacen otro recorrido. • Me voy, no veo más. El texto presentado, así como cada uno de los registros escritos de las observaciones realizadas en la Plaza de la República, se vuelven documentos de análisis que permiten exponer la variedad de actividades y usos otorgados a un mismo lugar, según cada grupo social. Estos registros acompañados de fotografías adquieren otra connotación, a razón de que «las fotografías […] [facilitan] la formación /reflexión/inflexión de lo que “damos por sentado”…» (Burgin, 23). La fotografía posee la capacidad de registrar la realidad, de modificar la continuidad tiempo-espacio y de generar nuevos significados sobre un objeto, lugar o acontecimiento (figuras 99 y 100). De modo tal que la fotografía, como la escritura, es un medio de construcción de un modo de ver y pensar lo público, en consecuencia,

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Figura 99. El tiempo en la significación de lo público. Plaza de la República, 2013 Fotos: S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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Figura 100. El tiempo en la significación de lo público. Plaza de la República, 2013 Fotos: S. Mustieles. Archivos de la investigación.

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el significado de lo fotografiado, tendrá múltiples lecturas según el ojo que lo mire, pues dependerá de lo vivido y de lo conocido de manera personal e individual. En tal sentido, la fotografía modifica la manera de percibir la realidad, aun cuando esto sea resultado del propio acto de mirar, puesto que, «el que mira es esencial para el significado encontrado, y sin embargo, puede verse superado por él. Y es este verse superado lo que se espera» (Berger y Mohr, 118). Las fotografías presentadas constituyen los rostros de los usos, los rostros de lo público en el tiempo. Evidencian, por un lado, los cambios que ocurren en cuanto a los tipos de actividad, perfil de usuarios, composición grupal y prácticas de apropiación y uso; y por el otro, los cambios que se experimentan en la percepción del espacio físico de la plaza, lo que evidencia una relación directa con los cambios inicialmente mencionados.

El tiempo y lo público en el Parque Vereda del Lago A través de las observaciones y de las entrevistas realizadas a los usuarios del parque, se evidenció que existe una diferenciación en tiempo, uso y lugar en las prácticas de apropiación y uso del espacio por parte de los diferentes grupos sociales, lo que modifica la lectura del lugar y su significación como espacio público. A lo largo del día y de la semana, en el parque se realizan «colonizaciones transitorias» (Delgado, 51), por parte de los usuarios, de forma colectiva e individual, en tanto que ocupan el espacio conquistando un área de éste, por un lapso de tiempo, de acuerdo a la actividad y el uso que realicen en él. Se observa en los días laborales (lunes a viernes), una apropiación y uso del parque principalmente perimetral, esto es, en el circuito (peatonal y vehicular), que bordea la gran superficie del parque. Éste es utilizado mayormente por personas que vienen solas, en parejas o en grupos de niveles socio-económico medio y alto, bien sea para caminar o trotar en la caminería, para realizar ciclismo deportivo o de

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alta competencia, para patinar o circular en vehículo por el espacio público. Los lapsos de tiempo en que se desarrollan estas modalidades de apropiación y de uso del parque, son de 6:00 a 8:00 horas y de 18:00 a 20:00 horas. Es importante mencionar que el clima de la ciudad (fuerte incidencia solar y alta humedad) es un factor que disuade de venir al parque en horas diferentes a las señaladas para realizar este tipo de actividades. Por otro lado, los fines de semana el parque es ocupado de manera continua a lo largo de todo el día. Se transforma en un lugar en el que se manifiestan diversas modalidades de apropiación y de uso, localizadas en distintas áreas públicas del parque. Durante este tiempo, el parque es habitado principalmente por personas, parejas y familias de nivel socioeconómico bajo, quienes acostumbran a realizar celebraciones de cumpleaños, cocinar, pasear y dejar que sus hijos realicen actividades recreativas y deportivas. Es un tiempo para compartir en familia, el cual puede transcurrir desde las 8:00 hasta las 18:00 horas. Las áreas del parque apropiadas y usadas por los grupos sociales de nivel socioeconómico bajo, los fines de semana, son áreas públicas: las áreas verdes, los bohíos, parques infantiles y las zonas de bicicletas y carritos de alquiler. Estas áreas, durante los días laborales, permanecen casi vacías, a excepción de la zona de bicicletas y carritos de alquiler. Se ubican principalmente, en las zonas que se localizan en el borde este del parque y en los bohíos que se encuentran dispersos por todo el lugar. Por su parte, los grupos sociales de nivel medio y alto, los sábados y domingos, utilizan la caminería perimetral y la caminería del borde este del parque, en horas de la mañana, para caminar, trotar, patinar e ir en bicicleta, evitando venir al espacio público durante el resto del día, dada la gran afluencia de personas, y por las prácticas de apropiación y uso que realizan otros grupos sociales en esos días. Esta marcada diferenciación en las modalidades de apropiación y uso del parque y de los grupos sociales en el tiempo, ocasiona que la significación de este espacio se modifique temporalmente, de acuerdo a los grupos sociales y a las prácticas, usos, actividades, acontecimientos y situaciones que tienen lugar en él. Es, por lo tanto, «un lugar [pú-

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blico] que se hace y se deshace» (Delgado, 16), en tanto que, su significado es reelaborado a partir de experiencias previas, presentes y futuras. Cada lugar [adquiere] para los sujetos que lo habitan sentidos muy distintos que resultan del entrecruzamiento de la percepción de las materialidades del lugar, de la propia performatividad del sujeto-cuerpo que practica el lugar, de los vericuetos de la rememoración del lugar que realiza cada sujeto, de las emociones que cada lugar activa en un sujeto y las tramas de sentido que los sujetos hacen y rehacen permanentemente en relación con los lugares habitados (Lindón, 61). Se presentan algunas fotografías en días y horas diferentes de la semana y meses del año 2013, con las cuales se busca evidenciar, por un lado, cómo la percepción del lugar cambia al estar ausentes las personas del espacio; y por el otro, las modalidades de apropiación y de uso de los diferentes grupos sociales en el parque vinculadas al área donde se realizan. A través del lenguaje de las apariencias, se pretende, no sólo ilustrar, sino narrar la observación en el espacio público. Las fotografías permiten relacionar lugares y sucesos a partir de la experiencia del espectador quien proyecta algo de sí mismo, al ver la fotografía (figuras 101 al 104). Estas fotografías revelan que el espacio público «no es un lugar donde en cualquier momento puede acontecer algo, puesto que ese lugar se da sólo en tanto es algo que acontece y sólo en el momento mismo en que lo hace. Ese lugar no es un lugar, sino un “tener lugar" de los cuerpos que lo ocupan en extensión, y en tiempo» (Delgado, 12-13). Lo público deviene entonces una condición temporal del espacio. El tiempo es una estructura con la que organizamos nuestra experiencia, con la que asociamos a ciertas personas, sentimientos, pensamientos, comportamientos y actividades:

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Figura 101. Ejemplo del registro de ubicación de los lugares donde se realizaron las observaciones en una sesión, Parque la Vereda del Lago, 2012-2013 Fuente: Elaboración a partir del plano elaborado por la Alcaldía de Maracaibo.

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Figura 102 . El tiempo en la significación de lo público. Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: 1-2. S. Mustieles; 3-4. D. Martínez. Archivos de la investigación.

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Figura 103. El tiempo en la significación de lo público. Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: 5-6. S. Mustieles; 7-8. R. González. Archivos de la investigación.

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Figura 104. El tiempo en la significación de lo público. Parque Vereda del Lago, 2012-2013 Fotos: 9-10. S. Mustieles; 11-12. R. González. Archivos de la investigación.

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Hay momentos, por lo menos en Carnaval, Semana Santa, hay fechas que es imposible ir, […] por la cantidad de gente que hay (mujer, 40 años, nivel medio alto). Después de las nueve es imposible hacer ejercicio acá, por las condiciones del sol que hay (hombre, 38 años, nivel medio). Los sábados nunca vengo, nunca, porque hay más gente (mujer, 20 años, nivel medio). Los fines de semana vengo el domingo a la ciclovía, de resto no me gusta por la gente...que vienen con toda la familia... entonces no puedes pasar por un sitio porque están montando una olla, cocinando, etc. (mujer, 37 años, nivel medio alto). De noche es más propenso a las cosas indebidas (mujer, 43 años, nivel bajo). Es un lugar bueno, pero en la tarde generalmente es muy inseguro (mujer, 19 años, nivel medio). Me gusta mucho lo que hacen los domingos, la ciclovía, por ejemplo hay más seguridad, presta servicio la policía, cierran la avenida para entrar acá (hombre, 19 años, nivel medio bajo). En este sentido, «nuestro estado emocional, nuestra perspectiva temporal personal y el ritmo de la vida de la comunidad en la que vivimos influyen en nuestra manera de experimentar el tiempo» (Zimbardo y Boyd, 24), en consecuencia,nuestra manera de experimentar el espacio público. El Parque Vereda del Lago es un espacio público disputado en determinados periodos de tiempo y en determinadas áreas, lo que lleva

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a reconfigurar de manera continua los límites de lo público, dado que en un periodo de tiempo los sujetos con su presencia determinan unos límites «... y, por lo tanto, la forma temporal de ese lugar (determinando hasta dónde y hasta cuándo se extiende esa presencia)» (Radkowski apud Giglia, 11). En estos dos espacios públicos, el significado de lo que es público, para quién es público y qué hace público un lugar, se modifica temporal y espacialmente, pero de manera diferente en cada espacio pú­ blico. Esta diferencia está relacionada, por un lado, con las características físico-espaciales y la ubicación relativa de estos espacios públicos en la ciudad; y por el otro, con las modalidades de apropiación y de uso de los grupos sociales, en tanto que la significación del lugar está relacionada con lo que el lugar me ofrece y/o me permite realizar, con las reglas inscritas en él, y con las personas que vienen al lugar. En consecuencia, los límites de lo público se hacen y deshacen permanentemente.

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Develando los límites de lo público

«El espacio público es aquel espacio que uno hace de él..., hacemos de él, lo que queramos que sea...» Hombre, 59 años, nivel medio. Parque Vereda del Lago «Rara vez el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra... »

Calvino, 28 ¿Qué hace público un lugar? ¿Para quién es público ese lugar? Desde las prácticas de apropiación y de uso de las personas, ¿qué es el espacio público? Los hallazgos obtenidos permiten develar la existencia de situaciones que efectivamente integran, disuaden y excluyen del espacio público, pero de manera distinta y diferenciada en cada uno de los espacios públicos analizados (la Plaza de la República y del Parque Vereda del Lago). Esto responde a las diferencias que existen entre estos dos espacios públicos, en términos de diseño, escala e inserción urbana, así como a las modalidades de apropiación y de uso de las personas en cada uno de ellos, lo que confirma la importancia de estos aspectos en el estudio de lo público. A través de las observaciones y las entrevistas realizadas, se constató que las personas, según su edad, género y nivel socioeconómico, se apropian y usan el espacio público de manera diferente, lo que permite inferir que las cualidades físico-espaciales y de inserción urbana de los espacios públicos, así como el significado simbólico otorgado a

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estos lugares, no sólo condicionan las modalidades de apropiación y de uso de las personas, sino que el peso concedido a estas dimensiones (físico-territorial y socio-espacial) varía de acuerdo al grupo social.

Aproximación a los límites de lo público en Maracaibo En la ciudad de Maracaibo lo público se construye de manera distinta y diferenciada. En el Parque Vereda del Lago, las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el espacio público están determinadas por el diseño del espacio y la manera en como éste se inserta en la estructura urbana de la ciudad, mientras que en la Plaza de la República, el significado que las personas poseen del espacio público está relacionado con sus prácticas cotidianas. En consecuencia, los límites de lo público en Maracaibo se redefinen permanentemente a partir de cómo la gente usa el espacio público, se apropia de él y lo significa. El significado de lo público se construye desde distintas categorías: prácticas de apropiación y uso, cualidades percibidas en el lugar (diseño, escala e inserción urbana) y el sujeto (las personas que vienen al lugar), a partir de las cuales se establecen las reglas que cohabitan en el espacio, lo que determina su carácter público. La lectura de lo público en la Plaza de la República y en el Parque Vereda del Lago, a partir de las categorías antes mencionadas, permitió develar la performatividad (Austin, 1955; Deleuze, 1983, 1991; Barthes, 1994; Derrida, 1989; Butler, 2002; Quesada, 2014, entre otros), de los límites que se construyen en estos espacios públicos, pero de manera distinta y diferenciada entre ellos.

Lo público y sus límites en la Plaza de la República En la Plaza de la República, los límites de lo público, se configuran a partir de las prácticas de apropiación y de uso de las personas en el lugar, y de los elementos arquitectónicos y naturales, pues es desde las modalidades de apropiación y de uso, y desde las cualidades percibidas en el lugar que se construye el significado de lo público. De aquí

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que el carácter público de la plaza se defina por las reglas que cohabitan en el espacio, esto es, las instauradas por los distintos grupos sociales que frecuentan el espacio, y las normas de uso establecidas por la autoridad del espacio público. En el discurso de las personas, se manifiesta el espacio público como un hecho formal y físico, al tiempo que se alude al espacio público como espacio inclusivo; un lugar al que todos tienen acceso, un espacio de signos y significados. Los diferentes grupos sociales coinciden en la noción de lo que es un espacio público, aun cuando esta noción no corresponda con las prácticas y la experiencia que estos grupos tienen en el espacio público. Donde mucha gente se reúne a pasar el rato. Tratar de hacer algo diferente de lo que frecuentemente se hace (hombre, 19 años, nivel bajo). Donde se reúne gente de todo tipo, donde se reúne mucha gente de distintas razas, clases sociales... Todo el mundo puede sentarse, puede conversar, puede hacer una actividad (mujer, 58 años, nivel bajo). Un espacio público es un sitio que está organizado para la recreación, que se presta para conjugar personas […] un espacio para tener un tiempo libre allí, y poder disponer de ello adecuadamente (hombre, 22 años, nivel medio). Un espacio donde uno se pueda ir a recrear y liberarse de todo un rato (hombre, 27 años, nivel alto). Es donde el grupo comparte todo, donde por lo menos nos sentamos hablar, a relacionarnos, a ver a los niños, a distraernos, hacer cuestiones de deporte, música, baile. Eh… por lo menos traemos nuestra abuelita,

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mamá, papá, así, ese es el espacio público (mujer, 50 años, nivel medio bajo). Un espacio de convivencia, donde todo el mundo pueda hacer lo que le apetezca dentro de las normas de convivencia... (mujer, 55 años, nivel medio alto). Por otra parte, las cualidades percibidas (diseño, escala e inserción urbana) de la plaza ofrecen por un lado, una visibilidad de los usuarios en ella, al existir un dominio visual del lugar, de las personas y de las situaciones que acontecen en él; y por el otro, el diseño y la forma en que los elementos arquitectónicos y naturales se encuentran dispuestos en el espacio, ofrecen la posibilidad de tener distintos grados de intimidad y anonimato. Asimismo, la inserción urbana de la Plaza de la República es un elemento determinante para la apropiación y el uso del espacio, pues favorece el acceso a los diferentes grupos sociales al estar integrada a la trama de la ciudad a través de importantes vías que la recorren de norte a sur y de este a oeste. Entre tanto, sus elementos arquitectónicos y naturales, le otorgan una imaginabilidad al lugar que influye en las personas para venir y habitar el lugar, lo que consolida los enfoques conceptuales sobre el espacio público que valoran las cualidades físico-espaciales del lugar y su ubicación dentro de la ciudad como aspectos claves para establecer su carácter público. La observación de las modalidades de apropiación y de uso de las personas en la plaza permitió evidenciar las coreografías del lugar, y cómo éstas surgen de la interacción entre las cualidades físico-espaciales del lugar, las personas que en él se encuentran y las reglas que cohabitan en el espacio público.

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Lo público y sus límites en el Parque Vereda del Lago Las palabras de los usuarios del parque revelan aspectos puntuales en la percepción que cada grupo social posee de lo público: para las personas de nivel socioeconómico alto, lo público se percibe como un espacio inseguro, con riegos y temores. Las personas de nivel socioeconómico bajo relacionan lo público con el entretenimiento, salir de la rutina y con la gratuidad del espacio. Finalmente, las personas de nivel socioeconónomico medio, vinculan lo público a lugares donde se comparte con todo tipo de personas, un espacio público idealizado, ausente de conflictos. Un lugar donde las personas van a recrearse, a caminar y hacer ejercicio (niña, 12 años, nivel medio alto). Es un lugar, primero en el que haya algo que ver, que ofrezca entretenimiento, y también es un espacio donde se puedan organizar actividades culturales y que todo eso sea siempre gratis (hombre, 23 años, nivel medio bajo). Un espacio de encuentro social, donde la gente puede ir a pasar el tiempo y relajarse y entrar en contacto con la naturaleza (hombre, 18 años, nivel alto). Un espacio donde, bueno, llega a diferentes tipos de personas, a diferentes tipos de rango social, y pues que uno tiene que comportarse, eh... tratar de pues de mantener un... o sea tratar de comportarse lo mejor que uno pueda (mujer, 23 años, nivel bajo). Un espacio donde compartes con cualquier persona, y bueno, tienes que atenerte a las reglas de la ciudad, la normativa de la ciudad (hombre, 39 años, nivel alto).

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Un espacio donde las personas pueden ir sin tener que pagar, recreacional para los niños y de todo uso para cualquier tipo de persona (mujer, 19 años, nivel medio). Un espacio público, vendría haciendo un lugar donde toda persona tiene acceso a él, o sea, sin discriminar qué tipo de persona, si es de alta sociedad, si es clase media, clase baja, o sea, lo importante, un área donde pueda entrar cualquier tipo de persona, o sea, bien sea a distraerse, hacer ejercicio, etcétera (hombre, 19 años, nivel medio). Un área donde toda persona concurre, donde toda persona tiene derecho de ir, asistir y son áreas abiertas, no son exclusivas (hombre, 38 años, nivel bajo). Un espacio donde podamos estar, hacer lo que nos guste hacer sin tener ningún rollo, pero sin que la gente también, o sea interfiera, que la gente respete lo está haciendo cada quien y el espacio de cada quién (mujer, 20 años, nivel alto). Principalmente un sitio donde haya seguridad, que puedas traer a tu familia, sentirte seguro y que puedas hacer ejercicio sin tener el estrés de que te vayan a hacer algo (mujer, 33 años, nivel alto). Ahora bien, la inserción urbana del Parque Vereda del Lago, constituye un límite para el acceso de las personas de nivel socioeconómico bajo, por el tiempo, el costo y las condiciones en que deben trasladarse, lo que lleva a disuadirles, y en algunos casos a impedirles poder venir al parque. Esto evidencia cómo la ubicación de un espacio público en la ciudad puede ser un factor de exclusión para la apropiación y el uso éste.

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Sin embargo, la inserción urbana de un espacio público también puede ser un factor de atracción para la apropiación y el uso del lugar. En el caso del parque, éste se ubica al borde del lago de Maracaibo, lo que lo convierte en uno de los elementos más significativos que tiene este espacio para los usuarios y le otorga un valor simbólico. Para los habitantes de la ciudad y del estado Zulia, el parque ofrece una de las pocas posibilidades de estar en contacto con el lago. Por otra parte, la configuración espacial del parque facilita la aparición y consolidación de prácticas de apropiación y de uso asociadas a determinados grupos sociales, lo que por un lado, refuerza la identidad del grupo social, y por el otro, comienza a construir lecturas diferentes de un mismo espacio público. Es un lugar donde la apropiación y el uso del espacio por parte de los diferentes grupos sociales se manifiestan de forma segmentada en espacio y tiempo. En este espacio público, el tiempo constituye una variable que permite explicar no sólo los cambios en las modalidades de apropiaciones y usos del espacio, sino también la lectura que se realiza de este espacio según el día y la hora en que se habite, ya que, en determinados momentos, estas prácticas y usos, que cotidianamente existen separados, se superponen intentando coexistir. Esta coexistencia es posible, aunque no ausente de conflictos, porque el espacio físico se transforma en un espacio-acontecimiento.

La performatividad de los límites del espacio público Este trabajo revela la existencia de límites en el espacio público y la cualidad performativa de éstos, entendiendo esta cualidad como la capacidad de un lugar de transformarse a partir de las acciones y los acontecimientos que tienen lugar en él. El significado de qué es público y para quién es público un lugar, se reescribe constantemente en espacio y tiempo. En consecuencia, para un mismo espacio público, hay significados diversos que se manifiestan en las prácticas de apropiación y uso, que llevan a elaborar tácticas de evasión, interacción o confrontación, ante situaciones que

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atentan contra lo socialmente correcto. Las personas en el espacio público evitan el conflicto, a la espera de que éste sea resuelto por la autoridad del espacio público. Lo público es una condición temporal del espacio físico. Por consiguiente, los límites que se instauran a partir de las modalidades de apropiación y de uso del espacio, son temporales. El espacio público, como hecho formal y físico vinculado a la ciudad, se fortalece en la medida que garantice la accesibilidad peatonal y vehicular para todos los grupos sociales, y que su configuración físico-espacial, así como sus elementos arquitectónicos y naturales, proporcionen una legibilidad del orden socio-espacial inscrito en el espacio, lo que facilita su apropiación y uso adecuado de acuerdo a las reglas que cohabitan en el espacio, al tiempo que les permite el establecimien­to de un nuevo orden. De aquí que las prácticas de apropiación y de uso de los diferentes grupos sociales en el espacio público, sea el resultado de la percepción que sobre el espacio poseen, lo cual está relacionado con la significación que le otorgan a estas prácticas y usos, modificándose éstos en relación con el contexto en el que se llevan a cabo. Ahora bien, las cualidades físico-espaciales de un espacio público establecen usos posibles en el espacio, que construyen el significado de éste, mas son las prácticas de apropiación y de uso las que transforman este significado. El espacio púbico posee una estructura que orienta los comportamientos de las personas en él, sin embargo, su carácter público ofrece la posibilidad de transgredir dicha estructura. En este sentido, el carácter no público del espacio público, es decir, la existencia de límites tangibles e intangibles para la apropiación y el uso del espacio, no es una realidad manifiesta en el espacio público para ciertos grupos sociales ni para la autoridad del espacio. Se asume que por su condición jurídica de bien público para el uso público de toda la población, no existe exclusión. Se considera que el permitir el acceso a todos ya es condición garante del carácter público del espacio. Sin embargo, el permitir entrar no es garantía del ejercicio del derecho a habitar el espacio, primero se debe conseguir estar en el lugar. Asimismo, el establecimiento de normas y políticas de uso en el espacio, es considerado conveniente para el mantenimiento del orden

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social y la armonía en los espacios públicos, siendo en algunos casos, acciones excluyentes disfrazadas. Se concibe al espacio público como: […] ese espacio modélico [donde] no se prevé la posibilidad de que haga acto de presencia el conflicto, puesto que se contempla en él la realización de la utopía de una superación absoluta de las diferencias de clase y las contradicciones sociales por la vía de la aceptación común de un «saber comportarse» que iguala (Delgado, 18). Por otro lado, al reflexionar sobre el significado de lo público y sus límites, es necesario referirnos a la imagen de lo público. Las entrevistas y los dibujos realizados por los usuarios, permitieron conocer las imágenes que poseen de estos espacios públicos. A través de sus palabras y dibujos, no sólo expresaron las cualidades y debilidades que estos lugares poseen, relacionadas con su diseño y ubicación en la trama de la ciudad, sino que manifestaron la materialidad del espacio. Así como, los límites —no de forma consciente— que ellos construyen en el espacio público y hacia el otro, el extraño. En consecuencia, los límites de lo público trascienden los límites físicos del espacio público para acompañar al sujeto a donde éste vaya. Entonces, cabe preguntar, ¿cómo el diseño del espacio público y los elementos (arquitectónicos y naturales) presentes en él, son capaces de modificar o trascender estos límites personales, en algunos casos de naturaleza colectiva? Las personas en los espacios públicos encarnan y hacen visibles modos de pensar, hacer y utilizar lo público, condicionados por lo que se sabe, se conoce y cómo se vive el espacio urbano, vinculadas al género, a la edad y al nivel socioeconómico de las personas, aspectos éstos que se evidencian en la valoración que se le concede a los elementos físicos y naturales presentes en el espacio público. El significado de lo público se construye desde su vivencia cotidiana y desde sus ámbitos de vida (privada y pública), desde sus carencias y anhelos. La idea que tienen las personas sobre lo que es un espacio público, no es siempre vinculante con sus modalidades de apropiación y de uso

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en los espacios públicos, ya que la idea de lo que es un espacio público está más referida a lo que debería ser un espacio público con base en el ideal de espacio público, que a lo que es el espacio público desde su experiencia cotidiana. En este sentido, puede afirmarse que integrar, disuadir y excluir, son tres palabras que definen lo público, porque la definición de lo público deviene de la experiencia que de la ciudad y del otro se posea, y de la idea preestablecida e internalizada de lo que es un espacio público.

Hacia otra mirada del espacio público El estudio del espacio público desde el análisis de los modos de pensar, hacer y utilizar lo público de acuerdo a la edad, el género y el nivel socioeconómico de las personas, busca aportar una óptica que intenta enriquecer y/o contrastar las perspectivas actuales sobre lo público desde la realidad empírica. Construir una nueva mirada sobre el espacio público, como Charles Booth cuando perfecciona los mapas de la pobreza (1889), sobre los cuales Catz (3) señala: «no constituye un “avance” en el conocimiento positivo de la ciudad, sino una nueva, diferente tecnología de la mirada […] Una mirada sobre un territorio pero también crea al mismo tiempo un territorio mirable». En el ámbito local de la ciudad de Maracaibo, busca ser un insumo para la comprensión de las dinámicas que se desarrollan en dos importantes espacios públicos de la ciudad: Plaza de la República y Parque Vereda del Lago, siendo un aporte significativo al conocimiento de lo público en una ciudad concreta. En el ámbito del ejercicio profesional del diseño urbano y arquitectónico, se espera sirva para orientar el rediseño de espacios públicos existentes, así como el diseño de nuevos espacios públicos al considerar que lo público es una condición temporal del espacio, y es dentro de esa temporalidad que debe diseñarse y planificarse el espacio público como hecho físico y formal vinculado a la ciudad. De este trabajo surgen nuevas inquietudes sobre el análisis del carácter público del espacio, que persiguen ahondar en los procesos de

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construcción de los límites (tangibles e intangibles), buscando comprender la naturaleza de su performatividad: 1. ¿Hasta qué punto un espacio público calificado por la crítica arquitectónica y urbana como exitoso, es verdaderamente un espacio incluyente, ausente de límites para su apropiación y uso? 2. ¿Cómo desde la práctica profesional del diseño de espacios públicos se ha considerado el diseño de la temporalidad? 3. ¿Cuándo se puede hablar de calidad del espacio urbano de las ciudades? 4. Y consecuentemente, ¿cómo, desde la práctica profesional del diseño de espacios públicos, se aborda la calidad del espacio urbano? Se finaliza con más preguntas que respuestas sobre los modos y medios de aproximación al conocimiento e interpretación del espacio público. Como dijo Jorge Liernur (1999) «la duda es la jactancia de los intelectuales», y es que si no existen dudas, cómo existirán preguntas, dónde estará el cuestionamiento de las cosas y dónde, por consiguiente, existirá nuestra verdad particular relacionada con el resto del mundo. La interrogante ¿público para quién?, no se agota, permite seguir profundizando en la naturaleza de los límites que habitan en el espacio público y que continuamente se hacen y se deshacen, por lo que la respuesta a esta pregunta se modifica, abriendo posibilidades infinitas para abordarla nuevamente desde otro enfoque disciplinario, en otra realidad, con otros ojos, pues, como dijo Octavio Paz (236): «la realidad tiene siempre otra cara, la cara de todos los días, la que nunca vemos, la otra cara del tiempo».

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Anexo I

Segunda etapa: Paseo del Lago. Gobernación del estado Zulia (oficialista)

Primera etapa: Parque Vereda del Lago. Alcadía del municipio Maracaibo (oposición)

Figura 43. Las dos etapas originales del Paseo del Lago y las actuales instancias de gobierno encargadas de su desarrollo, gestión y mantenimiento Elaboración a partir de imagen satelital de Google Earth, 2013.

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Puerto de Maracaibo Biblioteca del estado Zulia Universidad Rafael Urdaneta (uru) Parque Vereda del Lago (primera etapa) Paseo del Lago (segunda etapa) Avenida El Milagro

Figura 44. Parque Vereda del Lago y sus límites Elaboración a partir de Google Maps, 2013.

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Lago de Maracaibo

Circuito vehicular Circuito peatonal Caminería borde este Caminerías internas

Figura 49. Estructura físico-espacial del Parque Vereda del Lago (primera etapa) Elaboración a partir del plano generado por la Alcaldía de Maracaibo, 2011.

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6 a 8 horas

8 a 10 horas

10 a 12 horas

14 a 16 horas

16 a 18 horas

18 a 20 horas

Figura 60. Recorridos (modos de mirar y andar) de las personas en la Plaza de la República los días sábado (mayo-agosto), 2013. Elaboración a partir de la observación. Archivos de la investigación. En los planos, los recorridos se diferenciaron con color: las líneas azules corresponden a los recorridos de los hombres, las líneas rojas a los recorridos de las mujeres, las líneas verdes a los recorridos de los niños y las líneas moradas a recorridos mixtos (hombremujer, mujer-niño, hombre-niño).

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Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Sábado

Domingo

Figura 61. Recorridos (modos de mirar y andar) de las personas en la Plaza de la República de lunes a domingo de 18 a 20 horas (mayo-agosto), 2013 Elaboración a partir de la observación. Archivos de la investigación.

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Lago de Maracaibo

Circuito vehicular Circuito peatonal Estacionamiento Caminería borde Este Caminerías internas

Figura 62. Circuito peatonal y vehicular del Parque Vereda del Lago, Maracaibo Elaboración a partir de plano de la Alcaldía de Maracaibo.

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Lago de Maracaibo

Circuito vehicular Circuito peatonal Estacionamiento Caminería borde Este Caminerías internas

Figura 74. Áreas e instalaciones del Parque Vereda del Lago, 2013 Elaboración a partir de plano de la Alcaldía de Maracaibo.

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Semblanza de la autora Astrid Petzold Rodríguez Arquitecta por la Universidad del Zulia (Maracaibo, Venezuela). Fue becada por el Banco Interamericano de Desarrollo. Cuenta con un Magíster Scientiarum en vivienda, por la Universidad del Zulia, y un diplomado en asentamientos humanos por la Universidad de Chile. De gual forma obtuvo un diploma de posgrado en Herramientas para el diseño en arquitectura paisajista por la Universidad Central de Venezuela y es doctora en Urbanismo por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Fue profesora titular de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia (luz), en la cátedra de diseño arquitectónico y diseño urbano (2001-2015). Actualmente es profesora asociada de tiempo completo en el Departamento de Arquitectura de la Universidad de las Américas Puebla (udlap), así como profesora invitada en programas de licenciatura, de especialización y/o de maestría en diversas universidades nacionales e internacionales. Obtuvo el Premio Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo, Cádiz 2012, en la categoría de «Trabajos realizados por equipos de investigación». Es autora del libro La estética de lo cotidiano. Ejercicio de la mirada; ha escrito artículos, capítulos de libros y ha sido conferenciante a nivel nacional e internacional. Su línea de investigación está centrada en el análisis de los límites que habitan en el espacio público y en la cualidad performativa de éstos. Asimismo, reflexiona sobre la estética del espacio urbano, buscando nuevas formas de aproximación y análisis de la ciudad. Desde el 2008 es responsable del área de Arquitectura del Paisaje como miembro de NMD NOMADAS (www.nmdnomadas.com), un equipo integral de proyectos multi-escalares: urbanos, arquitectónicos, del paisaje y de espacios interiores.

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editorial udlap Izraim Marrufo Fernández Director Rosa Quintanilla Martínez Jefa editorial Angélica González Flores Guillermo Pelayo Olmos Coordinadores de diseño Andrea Garza Carbajal Aldo Chiquini Zamora Coordinadores de corrección Carolina Tepetla Briones Coordinadora administrativa Andrea Monserrat Flores Santaella Coordinadora de preprensa Guadalupe Salinas Martínez Coordinadora de producción José de Jesús López Castillo José Enrique Ortega Oliver Impresores María del Rosario Montiel Sánchez Encuadernación y acabados


¿Público para quién?

La performatividad de los límites en el espacio público fue preparado por el Departamento de Publicaciones de la Universidad de las Américas Puebla para su publicación electrónica en abril de 2021.




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