Desde el inicio de la implantación del VAR he sido crítico con el sistema aunque no estoy en contra de la tecnología, pues es imparable su avance y utilidad (la línea de meta) pero mantengo que esto es otro futbol, diferente del genuino y tradicional, y a los hechos me remito, ante las polémicas derivadas del manejo (en el buen sentido) de la aplicación del VAR a través la sala del VOR.
El árbitro es humano, y como tal se equivoca y comete errores como un jugador más, pero en el futbol profesional actual, la figura del mismo y su equipo de ayudantes queda en un segundo plano y condicionada con la interpretación, también humana, de la tecnología.
En el Reglamento, de origen y espíritu inglés, se valoraba la intencionalidad de la acción presuntamente punible, la voluntariedad de las manos, la intensidad de un empujón, una carga a destiempo, una simulación de falta, un piscinazo… etc y la posterior , inmediata e inapelable decisión arbitral.
Aparece el VAR que controla una serie de supuestos que a su vez son interpretados en la sala VOR y en su caso visiona el árbitro para dar la decisión definitiva, pero ya mediatizada, no inmediata, eso sí con” el suspense” del parón que pude llegar a ser otro aliciente del espectáculo.
La regla XI, “el fuera de juego”, la que más modificaciones e interpretaciones ha experimentado, y la de más inteligencia en el desarrollo del juego, da pié a debates con el uso de la tecnología, que parecen de broma ,como puede ser la proyección de un apéndice nasal muy desarrollado sobre la raya trazada, que puede legitimar o no al atacante, hasta el lio las segundas jugadas con previo fuera de juego “posicional”.
La tecnología, por ahora, no mide la fuerza o intensidad de un roce o contacto de una extremidad superior con el balón dentro del área… ni la voluntariedad… sino que se sanciona con... PENALTY. Ni tampoco un agarrón, o empujón, ni un piscinazo o resbalón
Además el protagonismo del Comité Técnico, con sus” manos invasivas “ “el toque en el tendón de Aquiles” etc. (antes era unificación de criterios) desvirtúa la figura (humana) del árbitro ( encargado de aplicar el reglamento) y crea confusión a todas las partes interesadas.
Se trata de un deporte de contacto, donde es imposible calibrar la potencia del empujón o pisotón, agarrón, codazo, manotazo, etc.. y solo el árbitro y sus asistentes que están viviendo y casi sintiendo la acción, siguiendo el juego de cerca, pueden tener una visión y decisión más intuitiva, espontánea, e inmediata, y la mayoría de las veces acertada.
El árbitro de futbol profesional, preparado al máximo, pierde competencias y en parte su criterio queda afectado, pues la tecnología (interpretada por otros colegas) que debe servir para ayudar a veces, se convierte en juez supremo.
Hace pocas fechas, el exdirector de un medio deportivo nacional, opinaba sobre la no promulgada Regla XVIII, “sentido común”, y comparto su reflexión, ya que debería estar presente en la mente de los responsables de la organización arbitral.