Las historias del paseo de olla

Seis personas, seis voces confidentes

La Torna - Perifoneo Cultural
La Torna

--

Pocas cosas son tan colombianas como un paseo de olla. O dígame usted si no. El paseo de olla es una de esas tradiciones que parecen intensificarse cuando llega el nuevo año. No en vano, en muchas partes del país, se recibe el 1 de enero alistando corotos y comida para irse de paseo a preparar una buena ollada de sanchoco. Porque, permítame dejarlo bien clarito, el sancocho es la estrella de este cuento. Y las familias, ya irá viendo.

Anduve por ahí recogiendo historias sobre paseos de olla en el país. Seis personas, seis historias que me hicieron confidente (y ahora lo hacen a usted), de momentos únicos junto a una olla. Empecemos.

En Aguachica, Cesar, al norte de nuestro país, Fanny cuenta cómo se repartían una sola gallinita entre dos familias.

Aunque no lo dice en la grabación, a mi me contó que para llegar al río tenían que andar una hora. Y así, cargados como iban, igual se pegaban la patoneada felices y contentos (a veces a pie limpio, como una vez que perdió las chanclas en el río), pues la ocasión lo valía. Fanny me cuenta también que, aunque ella no lo hacía, “ni loca”, algunos grupos de paseantes de olla tenían la tradición de hacer sancocho de iguana, que según cuentan, le da un sabor mucho más sabroso a la sopa que la gallina. Pero ella nunca ha sido capaz de probar siquiera esta variación.

Bajando un poquito más, llegamos a Norte de Santander. Allí, Yolanda nos habla de lo mucho que le gusta bañarse en el río mientras se cuece la sopa.

Yolanda cierra nuestra conversación diciendo que se le olvidó decir algo muy importante: el tintico. Que no hay paseo de olla bien hecho si no se utilizan los últimos alientos de la leña encendida para preparar un tintico con panela.

Y hablando de tintico, en Arauca tampoco puede faltar. O al menos no en los paseos que hace Enrique por los incontables ríos que bañan la región. Aquí, además, le suman “unos traguitos” y una siesta en chinchorro. Qué cosa tan sabrosa.

A Marleny le encanta y le fascina esta tradición, porque es “unión, alegría y paz”. Échele un oído a lo que nos cuenta e imagínese con ganas la comelona que preparan.

Seguimos bajando por el país, y entramos en tierras frías del centro. En Bogotá, por ejemplo, no hay ríos cercanos aptos pa’ meterse a nadar. Pero las familias encuentran la forma de reunirse a rellenar el buche y parchar. Y entonces se van con la olla o la parrilla, y se meten a un parque (que ojalá tenga lago) a montar su sancocho o su asado. Así como lo hace Juan Sebastián.

Acabamos bien abajo, otra vez en tierras cálidas, ahora selváticas. Entramos en el Putumayo, tierra del pueblo indígena Camëntŝá Biyá o Kamsá (y de tantos más), de cuyo lenguaje salen los nombres de todos los ríos en los que la gente disfruta del sancocho de su paseo de olla. Juan Manuel, enamorado de su tierra, nos relata los recuerdos del paseo más famoso del año.

Me parece que los paseos de olla tienen esa capacidad de hacernos sentir nostálgicos de lo especiales que son. Aún cuando sea una actividad recurrente, que acontece al menos una vez al año, sus historias se cuentan en pasado y no en presente. Ha de ser la magia de los alimentos que son preparados a varias manos, de la compañía de los seres queridos, del fluir del agua o del contacto con el verde.

Y así, con el gusto de tantos sancochos en el paladar y la nostalgia de paseos que no son míos, se acaba el relato de estas historias del paseo de olla.

Realizado por: Luisa Barbosa

--

--

La Torna - Perifoneo Cultural
La Torna

Perifoneando la cultura popular empezando por Colombia y hacía América Latina.