Apuntes para la Participasión

Comunidad, Participación y Ciudadanía


Tejer Archipiélagos

Los grupos, los colectivos sociales -como las personas- podemos «cerrarnos» sobre nosotros mismos (como autoprotección, por ejemplo), «aislarnos«, llegar a pensar incluso que otros actores del entorno son «adversarios«, nuestra «competencia» a la hora de conseguir los medios para alcanzar el «éxito» de nuestro propio proyecto colectivo. Nos conducimos entonces como si fuéramos «islas«, como si fuera posible lograr nuestros objetivos sin contar con nadie más, como si fuéramos «autosuficientes«. Pero es mentira.

El aislamiento y la competencia mutua (asociados a la desconfianza) están profundamente arraigados en la cultura de muchas organizaciones (y ONGs). Esas conductas responden a valores y prácticas del sistema (capitalista) cuyos lenguajes y marcos mentales (mercantilistas) hemos hecho nuestros (aunque sean nítidamente incoherentes con aquello que decimos defender). Como si la única posibilidad de supervivencia dentro de este sistema fuera mimetizarse, confundirse con él. ¿Quién utiliza a quién? ¿Los colectivos sociales al sistema, o el sistema a los colectivos?

La competencia entre colectivos viene de lejos, pero ahora es una tentación suicida. Si los colectivos sociales, los grupos, las iniciativas comunitarias que necesitamos transformar la realidad concreta, no somos capaces de entendernos y trabajar juntas, será malo para todas. Quienes no cooperen entre sí, con los otros distintos, desaparecerán en el torbellino de la descomposición de un sistema que hace aguas por todas partes. Y las personas y sectores más débiles, más vulnerables, son las primeras victimas.

Pero no se trata solo de garantizar la supervivencia de nuestras luchas y «causas particulares» -la pobreza, el clima, la desigualdad, la vivienda, la salud, los derechos humanos…- (todas ellas condenadas a encontrar conexiones unas con otras, a entenderse y reconocerse como «síntomas» de un mismo problema, de un mismo sistema enfermo), sino de conseguir que sobreviva la capacidad colectiva de hacer cosas juntas para mejorar el mundo, que se fortalezca lo que se ha llamado el «poder popular«, la «fuerza de los débiles«, la resistencia, la resiliencia… o, por el contrario, que retrocedamos en el tiempo. El futuro de los movimientos y colectivos sociales se llama «cooperación o barbarie«.

Pero… ¿Cómo transitar del aislamiento a la cooperación? ¿Cómo construir una «Cultura del Archipiélago» (la metáfora es muy vieja y muy anónima), basada en el apoyo mutuo, la identificación de necesidades comunes y el aprovechamiento -por todas- de las capacidades y recursos de todas… una forma de interrelación e interacción en la que todas salgamos ganando, aprendiendo, fortaleciéndonos…?

Las preguntas tienen mucho que ver con eso que hemos llamado -en los pasados años- «redes» o «trabajo en red«, con las «nuevas» formas de coordinación y cooperación «de segundo nivel» -coordinadoras, plataformas, federaciones, confederaciones, mareas, redes- que se han multiplicado.

Creo que, en la mayoría de los casos, los cambios de terminología no han sido acompañados de cambios sustantivos en las formas de organización y de trabajo, no aportan nada distinto, y acaban siendo las mismas «viejas» estructuras de representación y poder… con otras nomenclaturas.

Aunque hayamos incorporado la literatura del «trabajo en red» y hayamos hecho nuestros los lenguajes, sus potencialidades reales están por descubrir para una parte importante de los colectivos y procesos comunitarios. La coordinación y la cooperación con otros se vive muchas veces como un «marrón«, una molestia, algo para lo que no tenemos nunca tiempo, que nos distrae de nuestro tema particular y nuestro camino… y no como una oportunidad de aprender, crecer, crear…con otras.

La construcción de una Cultura de Archipiélago empieza por reconocer que no somos autosuficientes para transformar la realidad y alcanzar nuestros objetivos colectivos nosotras solas (y, aunque lo fuéramos, el resultado siempre sería peor). O cooperamos con otras, o desaparecemos.

Luego, la conciencia de nuestros límites nos ayudará a descubrir que no estamos solas en el territorio, y el proceso continuará en la identificación, el conocimiento y el reconocimiento de los otros, de las otras «islas» que lo habitan.

No buscamos a otros colectivos «idénticos» a nosotros (no tendría sentido), ni tampoco a otros «antagonistas» (que trabajen justo por lo contrario que nosotras defendemos). Buscamos -desde un conjunto de valores claros- la riqueza y la potencia de la diversidad y, dentro de ella, las afinidades, las complementariedades, las complicidades… No queremos colonizar a los otros actores, ni homogeneizar o uniformizar las distintas luchas, sino cooperar con las otras desde el respeto a la diversidad y las identidades particulares de cada cual. Diversidad no es sinónimo de «todo vale«. Habrá que volver a hablar de ello.

La tarea de construir archipiélagos nos es cosa que se pueda encomendar, o «delegar» en una persona de cada colectivo, porque no es una tarea de representación (que produciría el mismo resultado de siempre). Debe incluir e implicar, si fuera posible, a todas las personas que forman los colectivos, las distintas islas, porque es una tarea colectiva. Esta implicación puede ser de diferentes grados, de acuerdo con la disponibilidad de las distintas personas, pero tiene que «empapar» a toda la organización, entenderse y llevarse a cabo como una «tarea estratégica«, del máximo interés colectivo.

El proceso de aproximación entre islas, de lanzar y tejer conexiones y vínculos entre ellas, se alimenta de la escucha mutua, el diálogo y la acción colectiva… Es, precisamente, la acción colectiva (hacer cosas juntas), por sencilla y humilde que ésta sea, la que genera más conocimiento mutuo y cohesión entre colectivos, y entre las personas que los forman.

No hay guías ni manuales para llevar a cabo esta necesaria «revolución de la cultura organizativa» dentro de los colectivos y los procesos comunitarios. Como en el resto de los desafíos, nos toca aprender a tejer archipiélagos en la práctica, mientras los tejemos. Nos va la vida en ello.



2 respuestas a “Tejer Archipiélagos”

  1. […] que formamos parte es buena esa «inconsciencia«, que los colectivos y los procesos sean como «islas«, que no tengan tiempo para «reconocerse» y «con-spirar» (respirar juntas), porque, cuando […]

  2. […] la necesidad de «Tejer Archipiélagos« ya hablé anteriormente y señalé que, primero que nada, es fundamental que, quienes formamos y […]

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