Opinión y análisis

Los partidos de última generación en Venezuela

(AP Foto/Ariana Cubillos)

Tomás Straka

Los partidos políticos están pasando por un mal momento en el mundo.  De hecho, si la democracia está en crisis y la autocratización se expande, es en gran medida por un rechazo creciente a los políticos, entendidos como una especie de casta perversa, y a sus partidos, como causas de todos los males (o al menos como incapaces de atajar los males surgidos de otros motivos).   Así,   desde la primera década del siglo XXI, líderes de la antipolítica han sido capaces de batir a organizaciones históricas con sus movimientos creados a la medida, con fines plenamente electorales y sin demasiadas reflexiones doctrinales (cuando es que las tienen).  O, como el caso de Donald Trump, de fagocitar nada menos que al viejo Partido Republicano.  Son nuevos césares, electos –y a veces aclamados- por los pueblos para que gobiernen sin demasiados contrapesos. Es un fenómeno que no ocurre por primera vez en la historia (la palabra césar ya nos da algunas pistas al respecto) y de hecho Venezuela ha sido, por dos ocasiones, abanderada de estas olas de autocratización: a finales del siglo XIX, en medio del colapso del Gran Partido Liberal; y un siglo después, a finales del XX, con la llegada de Hugo Chávez al poder.

No obstante, los partidos siguen existiendo.  Y no sólo eso, sino que siguen siendo actores importantes. ¿Cómo, a pesar de todo, eso ha sido posible? ¿Qué papel deben y en efecto pueden jugar en este contexto? A diferencia de lo ocurrido entre 1899 y, si somos muy amplios, 1910, cuando el liberalismo amarillo se volatilizó, con Chávez los partidos no desaparecieron.  Muchos lograron transmutarse y sobrevivir al Comandante, tal vez muy maltrechos y en ocasiones casi extintos, pero sí con suficiente capacidad de hacer ruido como para que en los últimos años hayan sido intervenidos judicialmente (en los momentos en que se escriben estas líneas está en curso la del Partido Comunista de Venezuela, actualmente opuesto al gobierno, y por cierto fue el único caso de los viejos partidos que logró crecer durante el chavismo).  Del mismo modo, y a pesar del ambiente poco auspicioso, muchos jóvenes se atrevieron a ingresar y formar partidos nuevos.  De hecho, los partidos más importantes –si lo tomamos por sus votaciones y el número de parlamentarios, concejales, alcaldes y gobernadores que poseen o han poseído en los últimos años- de la Venezuela actual, nacieron en el ambiente muy antipartidista de los primeros años del chavismo.  Son los partidos de “última generación” de Venezuela –tal vez en términos teóricos y globales no lo sean, pero para el caso venezolano es lo más reciente que hay- sin los cuales la política actual no se puede entender.

En efecto, tal es el caso, por ejemplo, del mismo partido de Hugo Chávez, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), fundado en 2007 como parte de la institucionalización del socialismo en el país; y siguiendo por los de mayor número de electores, militantes, simpatizantes y representantes electos en la oposición: Un Nuevo Tiempo (UNT), nacido en 1999;  Primero Justicia (PJ), de 2000;  y Voluntad Popular (VP), de 2009. Estamos ante una generación de partidos nacidos en el siglo XXI, que llevan ya dos décadas y media de agitadísima historia, y que llegaron al momento de hacer algunos balances de lo ganado y de lo perdido  El No. 22 de la revista Democratización, correspondiente a junio 2023, que publica el grupo de formación política Red Forma, ofrece algunas ideas al respecto (se puede bajar de https://red-forma.com/revista-democratizacion/). 

El dossier sólo se centra en los grandes partidos opositores –cosa que no deja de lamentarse un poco- los tres nombrados más la histórica Acción Democrática. Y,  salvo el texto de Paola Bautista de Alemán, “Primero Justicia: 2021-2022” (pp. 41-70),  cuyo foco está en las reformas del partido en aquel año, los otros textos son testimonios recogidos a través de entrevistas a Angelo Palmieri (UNT) y Javier Martucci (VP), que tocan  lo histórico muy al voleo, para detenerse en aspectos doctrinales y la coyuntura actual.  Pero señalan algo medular: hay una historia allí que es necesario estudiar. Abre el número una visión panorámica del multipartidismo en Venezuela de Eladio Hernández Muñoz.  Como señala, “a pesar de que la constitución de 1999 no reniega en su forma jurídica, administrativa y política el régimen democrático, sí lo hace de manera expresa en contra de los partidos políticos, incluso se pretende desconocerlos y producir una ruptura con el sistema partidocrático predominante y ampliar las facultades participativas y protagónicas de la ciudadanía a través de “organizaciones con fines políticos” (p. 11).   Sin embargo, no tuvo tanto éxito como los gomecistas se desembrazaron del Partido Liberal. Si Laureano Vallenilla-Lanz pudo llamar partidos históricos al liberal y conservador, en el sentido de que eran cosa del pasado, en tanto proclamaba al nuevo cesarismo democrático encarnado en Juan Vicente Gómez, el nuevo hiper-líder (Juan Carlos Monedero llamó de otra manera al nuevo césar) no logró acabar con los del sistema de Puntofijo, ni con los otros que surgieron después.  Dice Hernández Muñoz:

…a partir del 2007 aún aparecían registrados en el Consejo Nacional Electoral del país más de 100 partidos políticos, a los cuales, por cierto, se les obligó a refundarse o legalizarse por la poca participación electoral que tenían; algunos lograron hacerlo y otros quedaron rezagados. Los más tradicionales como AD, COPEI, el PCV y una veintena más de partidos y la reconfiguración de otros en nuevas organizaciones con fines políticos. Es así como se ha conformado en la sombra nacional un subsistema de partidos múltiples con poca sintonía y arraigo en la ciudadanía, en los electores y en la sociedad, con grandes desacuerdos entre ellos y con un fuerte protagonismo personalista, carencias ideológicas, programáticas o dogmáticas si se quiere, con sus ideales alterados y fuertes incoherencias e inconsistencias con la realidad política que atraviesa Venezuela en los últimos años (pp. 11-12).

Con todo, en 2022 había cincuenta y tres partidos (p. 14). Entre ellos “se encuentra algunos de los partidos políticos tradicionales como: COPEI, AD, PCV, y sus ramificaciones como: PJ, VP, UNT, ABP, MAS, Causa R, PPT, y otros de reciente aparición como Vente Venezuela (VV), fundado en el 2012 y de orientación liberal republicana y cuyos dirigentes han tenido un papel de radical enfrentamiento con el partido en el gobierno. Su principal fundadora y vocera es la ingeniera María Corina Machado Parisca, con una muy importante participación en el escenario nacional. Está también el partido Avanzada Progresista (AP), fundado en el 2012 de orientación progresista y sus principales dirigentes son el licenciado Eduardo Semtei y el politólogo Luis Augusto Romero” (p. 14), a los que se les pueden sumar movimientos como la Alianza Lápiz, de Antonio Ecarri, y el partido formado por los alcaldes del Distrito Capital, Fuerza Vecinal, nacido en 2021, y de gran crecimiento y expansión.

Aunque los partidos de oposición han ganado muchas elecciones locales y regionales, así como las muy importantes parlamentarias de 2015, y durante el interinato de Juan Guaidó consiguieron un amplio reconocimiento internacional y el control de activos de Venezuela en el exterior,  hasta el momento no han logrado coronar sus luchas con el poder.  Si para algo pudiera servir el estudio de su historia es para explicar ello y trazar nuevas estrategias (de hecho, en el siguiente número de Democratización, el No. 23, de julio de 2023, hay un texto que hace una aproximación a ello: “El cuarto siglo de la oposición venezolana: avances y retrocesos”, de Esther Mobilia).   Las derrotas de las protestas de 2014 y de la verdadera rebelión civil de 2017; el desastre de los intentos de introducir ayuda humanitaria desde Cúcuta y Brasil en febrero de 2019 (que el gobierno llama Batalla de los puentes y celebra, con razón, como una gran victoria), y el del intento de insurrección de abril de 2019;  las esperanzas depositadas  (y perdidas) en la Asamblea de 2015 y en el gobierno paralelo que encabezó Guaidó;  los fracasos de las rondas de negociaciones y de las sanciones internacionales, los escándalos de corrupción y las notorias peleas entre los dirigentes opositores, el encarcelamiento o salida al exilio de muchos de sus líderes, así como las intervenciones judiciales, que han creado mellizos de muchos de ellos, alineados con el gobierno;  les han pasado una gran factura a estos partidos.  No en vano, aunque la popularidad de Nicolás Maduro ronda el 10% según todos los sondeos (escribimos en agosto de 2023), la mitad de los venezolanos dice no sentirse representada ni por el gobierno ni por la oposición (y la cuarta parte, se declara chavista pero huérfana de liderazgo…).

Pese a todo ello –y es otro punto a analizar- la oposición sigue siendo una jugadora importante y, de hecho, si los sondeos están en lo cierto y las condiciones jurídicas y electorales permiten, María Corina Machado ganaría, y por mucho, unos comicios en Venezuela.  La situación del PSUV, en tanto partido, no es extremadamente mejor. En un principio tuvo muchas de las características de esos movimientos que organizan los líderes de la antipolítica, como una especie de comparsa que lo acompaña con fines meramente instrumentales.  Sin Chávez, no parecía tener peso específico propio.  Pero al mismo tiempo hay que admitir que fue un intento de corregir los males del Movimiento Quinta República (MVR, donde la “V” corresponde al 5 de los números romanos), que sí fue claramente aluvial.  El PSUV no tiene en vano el mismo nombre del partido que tuvo el control de la República Democrática Alemana, el SED (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands, Partido Socialista Unificado).  Surgido en el momento en que el Estado venezolano asume formalmente el socialismo,  como el partido germanoriental quiso unir a todos los partidos de la izquierda.  Incluso pareciera que quisiera convivir con otros partidos de “oposición leal” (y como tal, sin vocación real de desplazarlo del poder), como pasaba en la RDA, en la que había una Unión Demócrata Cristiana, un partido nacionalista y hasta un partido liberal de comparsa al Partido Socialista Unificado.  Además, se acababa el universo de ideologías del chavismo inicial: ahora sí sería socialista.  No obstante, en ese aspecto fracasó desde el principio, ya que los partidos relevantes de la izquierda se negaron a disolverse e integrarse al PSUV (salvo la Liga Socialista, de donde, por cierto, viene Nicolás Maduro).  El resto de los que se le incorporaron fueron movimientos muy pequeños, casi todos locales y regionales.   Hoy, aunque forma parte de los engranajes del sistema político, es difícil determinar cuál es la verdadera fuerza política del PSUV.

En cualquier caso, los partidos siguen siendo importantes en Venezuela y todo indica que lo seguirán siendo en lo inmediato.  En una historia en desarrollo, pero que ya con un cuarto de siglo debe ser estudiado.  Muchas claves para tomar decisiones podemos encontrar en ella.

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