El pensamiento posmoderno y la ideología burguesa


Se suele sostener que la posmodernidad, en tanto movimiento cultural, artístico, filosófico y social ha surgido como respuesta frente al fracaso  del proyecto modernista, sostenido de la ilusión de lograr la emancipación de la humanidad y su progreso constante en el dominio de la naturaleza a través de la voluntad racional y el progreso de las ciencias.

El paradigma de la modernidad se sitúa sin lugar a dudas en el siglo XVIII, el “siglo de las luces”, período de la historia en el que el capitalismo se instala ya de manera firme como nuevo modo de producción (proceso que inicia a finales de la edad media, destronando al feudalismo).

De hecho, tanto la Revolución Francesa, la más resonante de las revoluciones burguesas y la Revolución Industrial, transcurren dentro de este siglo del iluminismo.

Por supuesto, ese desarrollo del pensamiento científico también le fue necesario y útil a la clase dominante. Claramente, la lucha de clases demostró la dimensión de esa ilusión del periodo moderno: no hay emancipación posible de la humanidad mientras existan explotadores y explotados.

Esta más que apretada síntesis sirve como introducción al planteo de la nota. Si bien el pensamiento posmoderno pone en evidencia la desilusión y el desencanto ante el fracaso de la modernidad, no por ello se transforma en respuesta revolucionaria, ni mucho menos.

No estamos negando lo disruptivo del movimiento: sin embargo, su ideología se opone a la “emancipación de la humanidad” y, por lo tanto, se constituye en herramienta de la clase dominante. Y este es uno de los aspectos ideológicos que con más fuerza debemos combatir. Veamos sus puntos.

Para empezar, el pensamiento posmoderno niega la realidad material. Es decir, se coloca el acento en que lo que importa no es “la verdad” de los hechos, sino cómo estos son percibidos e interpretados por el sujeto. Por lo tanto, carece de una concepción materialista de la historia y, va de suyo, no puede siquiera vislumbrar el constante movimiento que genera en la sociedad la lucha de clases.

Esta posición idealista favorece entonces los planes de la burguesía, pues si la verdad es relativa, la organización para la lucha carecería de fundamento. Y esto se aclara con el siguiente punto. Esta forma de pensar posmoderna es absolutamente individualista.

La “solución” para el drama humano, ya que no hay verdades universales y las respuestas de la modernidad han fracasado, es la que cada uno encuentre mejor para combatir el malestar o el “dolor de existir”. Es lo que transmite por ejemplo el pensamiento de Foucault. Brillante en sus análisis acerca del control social, los mecanismos represivos y el papel de las instituciones y las ciencias al servicio de la clase dominante, desconoce sin embargo abiertamente cualquier salida revolucionaria en términos colectivos. Más agua entonces, para el molino de la burguesía, que festeja de este modo, por ejemplo,  la “salida” a través del consumo de drogas en nombre de un ejercicio de la “libertad” que, de paso, alimenta los negocios ilegales del sistema capitalista.

Otro punto fundamental del planteo posmoderno es el del fin de las ideologías, el fin de la historia, el ocaso de los meta relatos.

Y aquí se abre la puerta, ante la falta de referencias, al “sálvese quien pueda” del más puro egoísmo que propugnan personajes siniestros como Javier Milei. Un “ejercicio de la libertad” que atenta contra cualquier tipo de construcción colectiva.

Entonces, queda a la vista el engaño del posmodernismo: ¡¡claro que hay ideología!! Esta es la ideología burguesa, la que defiende el interés individual de unos pocos en desmedro de la inmensa mayoría del pueblo.

Pero ellos te vienen diciendo no, se acabaron las ideologías (especialmente el comunismo) porque saben muy bien que esa trampa es un arma vital para controlar a la población, ejercer la dominación y sostener la ilusión de que todo puede mejorar a través del anonimato del voto (acción por demás aislada, inútil, alejada de la realidad del sufrimiento cotidiano).

Debemos combatir con firmeza el pensamiento posmoderno, que tanto ha calado en la juventud. Debemos luchar para que los niveles de conciencia se eleven hacia la construcción de herramientas colectivas que se plasmen en unidad para la organización y la acción.

Y el terreno de la lucha es la vida cotidiana, involucrándonos en la discusión política en nuestros lugares de trabajo, en nuestras familias y barrios. En suma, debemos luchar contra el aislamiento y llevar a nuestros pares estas inquietudes.

La lucha de clases se viene tensando, y es nuestra responsabilidad el hacer consciente su dimensión y su importancia en una época signada por el desencanto. Porque ninguna de las opciones del sistema, de “derecha” o “izquierda”, pasando por el reformismo, el populismo y el progresismo, constituyen una solución: al contrario, promueven la conciliación de las clases en pugna, se resisten al inevitable cambio que tarde o temprano impondrá la necesidad histórica.

Es nuestra tarea revolucionaria el avanzar en la construcción del Partido de la clase obrera, condición necesaria para el cambio hacia el socialismo.

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