Los vericuetos del Noli me tangere

Hasta donde llego, el extraño Evangelio de Juan, en la versión de la Vulgata, es el único que ofrece las aprensiones del Noli me Tangere. Veamos el contexto (empleo la versión castellana clásica de Reina-Valera) en Juan, 20:

Y el primer día de la semana, María Magdalena vino de mañana, siendo aún obscuro, al sepulcro; y vió la piedra quitada del sepulcro.

Entonces corrió, y vino á Simón Pedro, y al otro discípulo, al cual amaba Jesús, y les dice: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto.

Y salió Pedro, y el otro discípulo, y vinieron al sepulcro.

Y corrían los dos juntos; mas el otro discípulo corrió más presto que Pedro, y llegó primero al sepulcro.

Y bajándose á mirar, vió los lienzos echados; mas no entró.

Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vió los lienzos echados,

Y el sudario, que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en un lugar aparte.

Y entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro, y vió, y creyó.

Porque aun no sabían la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.

Y volvieron los discípulos á los suyos

Empero María estaba fuera llorando junto al sepulcro: y estando llorando, bajóse á mirar el sepulcro;

Y vió dos ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno á la cabecera, y el otro á los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.

Y dijéronle: Mujer, ¿por qué lloras? Díceles: Porque se han llevado á mi Señor, y no sé dónde le han puesto.

Y como hubo dicho esto, volvióse atrás, y vió á Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.

Dícele Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿á quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, dícele: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

Dícele Jesús: ¡María! Volviéndose ella, dícele: ¡Rabboni! [que quiere decir Maestro].

Dícele Jesús: No me toques: porque aun no he subido á mi Padre: mas ve á mis hermanos, y diles: Subo á mi Padre y á vuestro Padre, á mi Dios y á vuestro Dios.

Aquí nos quedan dos cosas bastante claras: primero, que María de Magdala marcha sola a visitar la tumba del rabboni (¡arrea!), y segundo, que sin hacer gesto alguno, el resucitado la amonesta ya de antemano para que no lo toque de ninguna de las maneras.

En los Evangelios Sinópticos, la cosa cambia bastante en estos dos puntos: Después del sábado, al apuntar la luz del primer día de la semana (obviamente, el domingo) vinieron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro , dice Mateo (28:2). La cosa sigue, porque tras ver el sepulcro vacío y que un señor que tenia un aspecto como un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve (indudablemente era un guardiamarina español) les dice que Jesús se ha ido a dar una vuelta. Salen alborozadísimas, y en el camino, se topan con el mismo Jesús y ellas le cogieron los pies y lo adoraron. Nada de decir que no le toquen, sino que les manda recado para los apóstoles.

En el breviario de Marcos (16), se les une una señora más: Y pasado el sábado, María Magdalena y María la de Jacobo, y Salomé, compraron ungüento… , etc. Otra más que se une a la fiesta. Esto es como cuando se corre la voz de que los tomates han bajado, y primero hay una persona en el puesto de las verduras, luego un par, llega una tercera, y tras ellas, la tropilla de los compradores. Ya tenemos a tres.

Prosigue el bueno de Marcos contando que en el primer día de la semana mostrose primero a María Magdalena, de la que había expulsado a siete demonios. . No entiendo demasiado bien el texto: no estoy tan versado como para saber si los expulsa antes o en el momento de encontrarla. No dice, empero, nada de que no le toque, sino que parece bastante amistoso, prestándose incluso a barrerle el espíritu de porquerías.

Con Lucas, llega el desmontón; la imagen del puesto de verduras cobra su sentido: Ya están Magdalena y María la de Jacobo , dice Lucas; pero para él, fueron las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea , y debieron ser, a su entender, más que estas dos, porque dice claramente que estaban entre ellas María Magdalena, Juana, y María la de Jacobo; y también las otras que las acompañaban referían estas cosas a los apóstoles. (Lucas, 24:10-11). La tropilla de mujeres no ve a Cristo por el camino, con lo cual no tienen que ser reprendidas de nada raro, ni tampoco pueden tirarse de cabeza a los tomates…digo a los pies. Para compensar, en lugar de ver un guardiamarina español, ven a dos. Lo comido por lo servido.

Resumiendo:

Juan: 2 Guardiamarinas, 1 mujer, 1 bronca.

Mateo: 1 Guardiamarina, 2 mujeres, sin bronca.

Marcos: 1 Guardiamarina, 3 mujeres, 7 demonios menos, sin bronca.

Lucas: 2 Guardiamarinas, avanzadilla de mujeres, ni ven a Cristo.

Cristo —o Frascuelo, según se vea— en la plenitud de su faenaLa balumba es tan fenomenal que no son extrañas las variaciones del Noli me tangere entre nuestros pintores. Para ilustrar lo que comento, véase tan solo la sorprendente pintura de Tiziano. Según Tiziano, Magdalena venía a a cuatro patas, y Cristo, queriendo ser Frascuelo le mete una verónica de esas que levanta a los del tendido 7. Es sorprendente lo que se aprende de la vida de los pintores observando con detenimiento sus obras. De ésta, podemos colegir sin posibilidad de equivocarnos que Tiziano era todo un entendido del abominable espectáculo del toreo (púlsese la imagen para agrandarla).

Jesús regulando el tráficoPara el Bronzino, el Noli me tangere ofrece la posibilidad de la descortesía, por no decir que vive en animado contubernio con lo grosero. Hay que ver con qué alegría —casi a la carrera— viene María Magdalena para darle un achuchón… sólo para encontrarse a su amigo Jesús marcándole un stop digno del más avezado de los guardias urbanos. Realmente, la divinidad es fértil en desplantes y comportamientos descorteses, pero esto roza ya el límite. Primero le desaloja los demonios del cuerpo, y luego, si te he visto, no me acuerdo. No sé cómo los creyentes pueden sufrir este comportamiento escandaloso por parte de su Señor. Así les irá, digo. Por decirlo en palabras de De Quincey:

Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo, ya no se sabe dónde podrá detenerse.

Apuntes sobre un lugar común

El filósofo autodidacto es el título que ha pervivido de la obra de ese médico medieval que la tradición cristiana conoce con el nombre de Abentofail y que más apropiadamente llevó el nombre de Ibn Tufail. Nació en Granada en 1110, muriendo en Marraquech cerca de 1185. Conoció el esplendor granadino de los reinos de Taifas: es, por tanto, hijo de esa luz del pensamiento y la tolerancia que ardía en la península ibérica frente al tosco fundamentalismo cristiano, y que los historiadores medievalistas han tratado tradicionalmente de hurtar a los estudiantes. En el recuerdo histórico, fue eclipsado durante largos siglos por la tremenda fama del más dotado de sus alumnos —quien para nosotros se llama Averroes—, condicionando por tanto su ulterior fortuna editorial. En nuestro país —como, ay, viene siendo la costumbre— es, a lo sumo, discreta. Al menos, tenemos la edición (casi misteriosa) que Cándido Ángel González Palencia publicó en 1948, por no hablar de la (inencontrable) versión de Pons Bohigues. Mejor suerte ha corrido en Inglaterra: la obra que citamos es famosa por servir como fuente y génesis del (nada menos) Robinson Crusoe, de Defoe, y quizás por eso, se le ha prestado más atención. Es ciertamente lastimoso que siendo estas las tierras de nacimiento de Abentofail lo tengamos sometido a la condena del olvido.

Tiene esta obra como punto central la naturaleza del conocimiento extático, tan querido para los heterodoxos sufíes, y que tan excelente fruto ha dado en las letras arábigas. Pero, de manera curva, Abentofail prefiere explicar el tema mediante la narración de la vida (absolutamente ficticia) de Hayy Ibn Yaqzan de una manera tan deliciosa, que el lector queda de inmediato encantado con el devenir de la historia. El comienzo de su vida es ya todo un locus communis que, por el reconocimiento, proporciona un vivo placer. Dice así:

Dicen que enfrente de esta isla en la que Hayy vivió, había otra, más grande, de playas extensas, de muchas riquezas y muy populosa, en la cual reinaba un hombre de carácter altanero y orgulloso. Este rey tenía una hermana, a quien impedía contraer matrimonio. Rechazaba todos los pretendientes, por no encontrar ninguno que le pareciera digno de ella. La joven tenía un vecino, llamado Yaqzan, con quien casó secretamente, según uso permitido por la religión dominante entonces en aquel país. Ella concibió de él y parió un niño. Y temiendo que se descubriese su deshonor y se revelase su secreto, colocó al niño (después de haberle dado el pecho) en una caja, cuya cerradura aseguró; salió con su preciosa carga al principio de la noche, acompañada de sus esclavas y personas de confianza, hacia la orilla del mar, llevando su corazón abrasado de amor hacia el niño y lleno de temor por su causa. Luego, se despidió de él diciendo: «¡Oh, Dios! Tú eres quien ha creado este niño, que no era nada ; Tú lo has alimentado en lo profundo de mis entrañas y Tú te has cuidado de él hasta que ha estado acabado y perfecto. Temerosa de este rey violento, orgulloso y terco, yo lo confío a tu bondad, y espero que le concederás tu favor. Está a su lado y no lo abandones, ¡oh, el más piadoso de los piadosos!». Después arrojó la caja al agua. Una ola impetuosa la arrastró y la llevó, durante la noche, a la playa de la vecina isla, anteriormente citada.

Este es un motivo recurrente en la Literatura, que marca por completo el devenir del personaje. Abandonado por los suyos, siendo con frecuencia de alto linaje, el joven aprendiz de viviente va a partir en sus primeros años de un estado de indefensión social contrario a su rango. El motivo del destierro toma una forma casi criminal: de bien niño, sólo o en compañía, es lanzado a las aguas en una embarcación precaria. Con Hayy, un nuevo nauta infantil viene a sumarse a las huestes de la marinería temprana, haciendo causa común con Perseo, el Sinuhé de la dinastía XII (no me refiero a la novela de Waltari, sino al relato egipcio antiguo, que es infinitamente más rico), y el mismo Moisés. Del mismo modo que Simbad el marino recorre las mismas desventuras que Odiseo, Hayy se nos revela un nuevo Perseo, hijo de vecino y no de dios, pero seguidor de las mismas huellas.

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Las maravillas de las deidades fulani


Los fulani se extienden por gran número de países de África Occidental: sólamente en Benin y en Camerún quedan restos de gentes de esta etnia no islamizadas. Pueblo de naturaleza nómada y trashumante —esto implica firmes vinculaciones con el comercio—, su religión tradicional tenía que hacerse eco de esta realidad.

Así, su deidad suprema recibe el nombre de Gueno (que de güeno no tiene nada), el Señor Eterno que también se llama Dundari (Todopoderoso). Gueno estaba desde el principio en el «Ombligo de las Cosas», que es tanto como decir en el centro del Universo. Se comunica a través de las 28 vías del ciclo lunar con subdeidades emanadas de él, que a su vez están vinculadas a los cuatro elementos tradicionales, a los cuatro colores (amarillo, rojo, blanco y negro), y las cuatro ramas de la familia peul (o fulani, da lo mismo decirlo de un modo u otro), que son, como es bien sabido, Dyal, Ba, So, y Bari.

El mundo, a qué ocultarlo, es creación de Gueno, que lo extrajo de una gota de leche que contenía los cuatro elementos, con lo que a su vez, se formó una vaca hermafrodita: para los que no lo hayan entendido aún, la vaca también es el mundo.

Gueno, que crea y destruye a su arbitrio, no contesta a las plegarias ni a las voces de los hombres, sino que permanece inmutable en su labor; tampoco, en teoría, pueden hacerlo los espíritus emanados del cuerpo de Gueno, a fin de no introducir el desorden o la contradicción o el Caos (esas cosas tan malas para los dioses supremos) en el Universo.

Ya que Gueno no hace mucho caso de los mortales, encargó a la Serpiente Tyanaba que lo hiciese por él. Este curiosísimo ejemplo de sierpe pastoril tiene dos ayudantes: Foronforondu (ahí es nada), diosa de los lácteos y los animales hervíboros, por quienes vela, y su esposo Kumen (nada que ver con su homólogo del capítulo noveno del Libro de Nephi) , que viene a ser una especie de zagal espabiladillo, juez y parte de un texto de ese mismo nombre: compila dicho texto enseñanzas de carácter iniciático, extremadamente complejo y plagado de metáforas y giros de una riqueza desconcertante para sus lectores, sobre todo si estos son occidentales. Como texto mistérico, relata la iniciación del primer silatigi, que es el máximo grado de conocimiento (es al tiempo un rango jerárquico) acerca de la naturaleza de la floresta o del pastoreo al que puede aspirar un hechicero fulani, según nos cuenta Germaine Dieterlen, en Initiation among Peul pastoral tribes.

Nos despediremos para no abrumar a los lectores con estas locas deidades de nombres tan divertidos. Como dicen los fulani: a bon riviodisi (hasta que nos veamos)

Una torre de Babel en Tanzania

En el noreste de Tanzania, en la región de las Montañas Pare, vivió Kiumbi, el creador de todas las cosas, mezclado entre los hombres. Lastimosamente, estos se comieron unos huevos que les estaban vedados y, viendo que la desobediencia humana no tiene remedio, Kiumbi decidió habitar los cielos.

Los hombres debían de tener ganas de seguir molestando a la deidad, por lo que resolvieron construir una alta torre para alcanzar el cielo. En lugar de confundir las lenguas y hacer brotar discordia entre los hombres, Kiumbi, más tranquilo o poderoso, se limitaba a alejar la bóveda celeste, haciéndola más alta a medida que la construcción iba ganando metros; pero como insistían en tocarle las narices y a fin de cuentas, la paciencia de los dioses siempre es finita, hartaron hasta al bueno de Kiumbi: les envió una hambruna tremenda, de la que solo sobrevivió un hombre muy joven y su compañera. Naturalmente, son los antepasados de los pare.

El motivo del paraíso inicial, la ingestión de la comida prohibida, la separación entre dioses y hombres, y el vano intento de éstos por alcanzarlos fue muy celebrado por los misioneros cristianos del siglo XIX, que creyeron ver en todo esto un protocristianismo latente. Intentaron persuadirles de que no eran tales huevos, sino manzanas, y que ese Diluvio negativo eran sólo lluvias atronadoras. No sé hasta qué punto fueron exitosos sus esfuerzos por llevar la verdad a la antigua Tanganika: el mapa religioso (en el interior) es disputado por el cristianismo, islamismo, y las religiones tradicionales prácticamente por igual.

Hoy por hoy, comprendemos que los mitos de separación entre hombres y dioses son frecuentes en África, y que tales relaciones no se deben solo a emanaciones radiales desde el epicentro de Israel, como creía el Padre Schmidt. Para nuestros desconcierto, el origen es multifocal.

Los pare reconocen que ahora la comunicación con Kiumbi es más dificultosa que en tiempos pretéritos; hay interferencias, chasquidos y ruidos: Hoy por hoy, hombres y dioses no nos entendemos demasiado bien.

Colección Mozart de El País

Colección Mozart, No. 1Aquellos que compren el diario El País y sean (o quieran ser) amantes de la bella música, están de enhorabuena. El domingo 8 de Enero de 2006 comienza una colección discográfica de Mozart en 30 volúmenes excelentemente presentados y muy bien seleccionados. Por 2.95 el disco, creo que merece la pena hacerse con unas grabaciones de primera que suelen estar a un precio muy, pero que muy superior.

Cada volumen está presentado a modo de libro-disco: los ensayos biográficos corren a cargo de Harold Robbins Landon, un autor que no hace mucho reseñé en otras páginas por si alguien tuviese la feliz idea de leerlo. Para que se hagan una idea, Robbins Landon es, hoy por hoy, el mayor especialista en Mozart, y por tanto, poder tener sus textos en una colección que acompaña a un diario es un lujo sin paliativos ni precedentes. También escribe algunos de los ensayos Arturo Reverter (si no le confunden con el novelista y académico-chusquero, Reverter quedará muy agradecido. El otro supongo que no tendría motivos de queja), crítico musical fundamental en España, y auténtico experto en lo relativo a la voz humana. Otros críticos avezados, muy estudiados y que escriben con buen estilo se encargarán de redactar tanto el análisis de la obra que corresponda como un pequeño bosquejo sobre la interpretación que se ofrece. Quede entonces claro que no es una edición de saldo en lo relativo a los comentarios ni a la presentación (juzguen ustedes mismos las portadas, que a mí me tienen gratamente impresionado).

Y las interpretaciones varían de buenas a excelentes. El primer volumen, que aparece en la imagen, tiene a Maurizio Pollini al piano. Este pianista milanés es posiblemente el pianista más completo de cuantos están ahora en activo, si es que no contamos a Alfred Brendel (tengo auténtica devoción por este formidable y equilibradísimo maestro). Hay una Misa de Requiem por Josef Krips y la Filarmónica de Viena (y agárrense con los solistas: Lucia Popp, Margarita Lilowa, Anton Dermota y Walter Berry) realmente brillante que les hará disfrutar a raudales.

No es mi intención castigarles con mis comentarios emocionales acerca de todas y cada una de las versiones de las entregas. Las conozco bien, porque es una tarea que desde la empresa en la que gasto mis horas hemos hecho para el diario citado. Y, de veras, que se ha hecho un trabajo de primera para presentar algo muy superior a lo meramente digno. Yo pienso que es una oportunidad excelente para hacerse con buenos discos a un precio irrisorio. También, que Mozart merecería cada año que se hiciesen celebraciones sobre su obra. Ya saben que este año entramos a conmemorar el 250 aniversario de su nacimiento, una de las fechas más luminosas de la Historia del Ser Humano. Si tenían algunas dudas acerca de la colección, espero habérselas despejado: es de primera.


Nota de Junio de 2012:
La edición de este disco compacto costó no pocos disgustos a Diverdi, que era quien hacía el trabajo para PRISA, grupo poseedor de el diario El País; aunque a priori los derechos estaban cedidos a ANDANTE por mediación de la ORF, que poseía los derechos sobre las grabaciones del festival de Salzburgo, Maurizio Pollini era (y es) artista exclusivo de Deutsche Grammophon. Los abogados del sello amarillo se pusieron en contacto con PRISA, y éstos con Diverdi. Hubo que llegar a un acuerdo económico con ellos. Nunca en otra situación han vendido tantos discos de Pollini como se vendió con esta colección. No tengo el dato fiable fresco en la memoria, pero me parece recordar que el acuerdo (amistoso) fue de 30.000 $.

Decreto con fuerza de ley

¿A qué nos enfrentamos cuando un gobierno, amparándose en las vagas disposiciones constitucionales, se arroga el derecho de promulgar decretos-leyes? Definir este papel, que lleva aparejada la invasión del Ejecutivo para hacerse con los recursos de los poderes legislativos, y en qué modo esta forma jurídica socava la separación de poderes en que se asientan las constituciones democráticas occidentales es, cuanto menos, acuciante. El creciente empleo de este recurso por parte de los Gobiernos incide en el debilitamiento de las democracias, en el menoscabo de las libertades (no sólo individuales) y en la progresiva cercanía a las tiranías.

Según tengo entendido, la figura del decreto-ley nace para ser empleada en momentos excepcionales que revisten carácter de urgencia, bien para afrontar extremas complicaciones internas o para afrontar problemas internacionales que precisan una rápida respuesta. Pensemos en una catástrofe interna —un terremoto, la erupción de un volcán— que haga del todo punto necesario el edicto de nuevas leyes que no recogen la norma jurídica del país. Imaginemos una invasión militar por parte de una potencia extranjera. O una crisis repentina que lleve aparejada el colapso del sistema financiero. Es para esos momentos, para dar la solución adecuada e inmediata a situaciones no habituales no contempladas en los códigos legales, por lo que se pone a disposición del Ejecutivo especiales poderes que le permiten edictar —con mayores o menores cortapisas— una serie de medidas que no precisan ser tramitadas por la Cámara apropiada (en el caso español, el Congreso).

Sin embargo, llevamos unos años en los que la figura del decreto-ley se está empleando sin que pueda alegarse tal necesidad acuciante. Sirve entonces como vehículo para que el gobierno tenga la potestad de emanar una serie de medidas que escapan al control cameral, en donde no siempre el grupo gobernante tiene la plena mayoría —y donde, por tanto, es esperable cierto debate u oposición a sus decisiones. En la práctica, con semejante esquiva del control impuesto por la separación montesquieana, la cercanía a la dictadura es pavorosa.

Voy leyendo poco a poco sobre el tema. La comprensión del derecho constitucional para quien no tiene formación en derecho es árdua y trabajosa, pero no por ello menos interesante. Para cuando haya terminado de comprender bien su funcionamiento, a buen seguro viviremos en dictaduras autodesenmascaradas.

James King: Un obituario

James King  en su madurez

James King, uno de los más extraordinarios tenores heroico-dramáticos de los años 60-80 del pasado siglo, falleció el pasado 20 de Noviembre de 2005

James King había nacido en Dodge City, Kansas, el 22 de Mayo de 1925 en el seno de una familia sin orientación musical; no obstante, pronto se sintió atraído por el piano y el violín, hasta que sus cualidades vocales le llevaron hasta el coro escolar. Hasta 1955, su carrera no salió de los cauces de una (competente) diletancia. Profesor de canto en la Universidad de Kentucky, director del coro de voces masculinas, y cantante aficionado él mismo en el registro de barítono, a los treinta y cinco años se encontró con problemas al preparar las partes más profundas del papel de bajo de El Mesías de Haendel. Preso de la preocupación, acudió a un especialista. Curiosamente, en el lugar
en el muchos cantantes encuentran la declaración del crepúsculo de su voz, James King encontró su luz en un insospechado Camino de Damasco.

La revelación fue clara, directa, y ajena a la retórica: No hay duda —fue el dictamen profesional— de que usted no es un barítono, sino un tenor.

King llegó a la consulta con la oscura impresión de que sería desahuciado para el canto. Se encontró convertido en un verdadero cantante. Estudió su voz, aprendió a reforzar su registro alto hasta dotarlo de la consistencia necesaria, y tuvo el suficiente empeño y confianza en sí mismo (hoy nos puede parecer descabellado que no la tuviese el poseedor de un instrumento tan hermoso) como para perseverar por entre la falta de suerte y oportunidades. Sustituyó a Sándor Kónya en 1961 en Cincinatti en el papel de Bacchus, de la Ariadne auf Naxos (¡nada menos!). De allí, a la ópera de San Francisco (Don José, en Carmen), y el salto a Europa (el Cavaradossi de Tosca). A partir de este momento, la carrera de James King sufre una aceleración prodigiosa: canta en la Deutsche Oper, en Salzburgo, en Bayreuth. Su voz, de amplia seguridad en los tonos centrales y de hermoso metal en la superior, es emitida con natural musicalidad y buen sentido de la medida. Ello hace de él el ideal para los papeles wagnerianos más luminosos
y ligeros. Sus condiciones dramáticas son excelentes, aunque con marcada tendencia a colorear sus personajes con una franca honestidad viril —e incapaz, por tanto, de hacer una lectura demoníaca de sus interpretaciones; tanto como de cantar mal. King brilla especialmente en tres papeles wagnerianos: Lohengrin como puede comprobarse en el extraordinario registro editado en Golden Melodram; Walther von Stolzing, de Los Maestros Cantores, y finalmente Parsifal. Tuvo pocas oportunidades, saboteadas por la mala suerte, de dar cuerpo a Sigfrido, y rehusó abiertamente a enfrentarse a Tristán por no parecerle adecuado a sus características. Una voz de heldentenor como la suya invita a examinarlo en las óperas de Strauss (si es que se
duda de las capacidades de quien fue quizás el Bacchus más memorable y posíblemente prolífico de la Historia de la Ópera). Un somero vistazo nos revela que resulta indispensable, ineludible: no hay manera de esquivar su presencia clarificadora, bien sea en el rol previamente citado o en el Kaiser de Die Frau ohne schatten. Y no hay que olvidar su Beethoven (Florestan en Fidelio, de noble color, o un heroico Jesús en Cristo en el Monte
de los Olivos
). Finalmente, hay que destacar su dedicación a la ópera italiana en los papeles de más calado dramático (Radamés, Otelo).

Tras su retirada de la escena en 1989 (con 64 años, y con una merma apenas apreciable en sus cualidades canoras), James King vuelve a la enseñanza en su país de origen. Este año, como homenaje a su ochenta cumpleaños, el sello Orfeo le dedicó una extraordinaria retrospectiva en la que podemos encontrar a ese pletórico tenor capaz de fascinar a los auditorios de los más importantes teatros de ópera. Es una verdadera lástima que él no haya tenido tiempo de disfrutar de tan merecido homenaje durante algunos años más. En cuanto a nosotros, para quienes el tiempo de vida de un músico es siempre una medida demasiado pequeña, tendremos que consolarnos con las grabaciones de él tenemos. Que no es poca cosa. Ni mucho menos.

Filado

El asunto es relativo a Wagner. Como sé que muchos de vosotros no os conformareis con esas memas ideas de que fue una especie de orquestador de una banda sonora pre-nazi, o esas sandeces con las que Woody Allen (que no siempre es divertido) avivaba las hogueras antibayreuthianas, creo que es hora de ponernos oídos a la obra. Este ejemplo que dejo pertenece al tercer acto de Die Walküre. Perseguida por el terrible padre Wotan, Brünnhilde, la walkiria, trata de ocultarse entre sus hermanas para no responder ante él por el delito cometido: ha protegido en batalla, contra el dictamen del gran dios, a Sieglinde. Atrapada al fin, se enfrenta a la ira desatada de Wotan, que oscila entre el amor de padre y su temible voluntad regia de deidad suprema. He aquí parte de las explicaciones que la walkiria le da para haber obrado como hizo:

BRÜNNHILDE
Weil für dich im Auge
das eine ich hielt,
dem, im Zwange des andren
schmerzlich entzweit,
ratlos den Rücken du wandtest!
Die im Kampfe Wotan
den Rücken bewacht,
die sah nun das nur,
was du nicht sahst: –
Siegmund mußt’ ich sehn.
Tod kündend
trat ich vor ihn,
gewahrte sein Auge,
hörte sein Wort;
ich vernahm des Helden
heilige Not;
tönend erklang mir
des Tapfersten Klage:
freiester Liebe
furchtbares Leid,
traurigsten Mutes
mächtigster Trotz!
Meinem Ohr erscholl,
mein Aug’ erschaute,
was tief im Busen das Herz
zu heil’gem Beben mir traf.
Scheu und staunend
stand ich in Scham.
Ihm nur zu dienen
konnt’ ich noch denken:
Sieg oder Tod
mit Siegmund zu teilen:
dies nur erkannt’ ich
zu kiesen als Los! –
Der diese Liebe
mir ins Herz gehaucht,
dem Willen, der
dem Wälsung mich gesellt,
ihm innig vertraut,
trotzt’ ich deinem Gebot.
BRUNILDA
¡Porque yo sólo tenía
delante de los ojos
tu voluntad inicial,
aquella a la que,
forzado por otros,
debiste renunciar!
La que sigue en el combate
siendo escudo de Wotan,
vio lo que tú no viste:
únicamente veía a Siegmund.
Anunciándole la muerte,
comparecí ante él,
descubrí sus ojos,
oí sus palabras;
percibí la sagrada necesidad
del héroe;
escuché la queja del más bravo:
¡la terrible pena del más libre
de los enamorados,
el desafío
del más audaz desdichado!
Resonó en mis oídos,
mis ojos
vieron lo que hondo,
en el pecho,
me hizo temblar el corazón
con sagrado temor.
Tímida y asombrada,
estaba allí,
avergonzada.
En servirle pude
sólo ya pensar:
en compartir con Siegmund
la victoria o la muerte;
¡sólo esto podía yo elegir
como destino!
Por aquel que inspiró ese amor,
íntimamente fiel a la voluntad
que me unió al welsungo,
me opuse a tu orden.

Atención, porque en la versión que dejo, es Astrid Varnay la que canta. Nada menos que La Inalcanzable, como se la llamó con justeza en su día. La grabación procede del Festival de Bayreuth (sacra patria para todo wagneriano) año 1956 y, por tanto, es en directo. A estas alturas de la ópera, la Varnay llevaba cantando cerca de tres horas un papel exigentísimo, y aún tiene fuerzas suficientes para enfrentarse a la parte final haciendo una messa di voce; es decir: empezando en pianissimo o piano subiendo a los medios, mezzo-forti, forti y fortissimos para luego volver al punto de volumen de partida (o lo que es lo mismo: un crescendo seguido de un decrescendo). Recuerdo a los que lo escuchen que este es un papel para soprano dramática, muy dramática, soprano wagneriana, que exige una voz grande, amplia en el volumen. Este tipo de voces, muy resistentes y capaces de imponerse a la tormenta de la gran orquesta de una ópera de Wagner, sufren mucho para cantar piano. No pueden con facilidad, lo suyo es el gran volumen, los anchos planos sonoros. Así se comprenderá lo portentoso de esta actuación. Varnay canta apenas en un susurro (Der Diese Lie…) y va subiendo el volumen en una pequeña messa que preludia la que hará pocos compases después. La inicia al cantar las palabras ihm innig vertra… para ir ascendiendo, ampliando la potencia, abriendo la voz en la a (es una a muy cerrada, casi una o) hasta abarcar todo el escenario de una manera que siempre me hace preguntarme (a pesar de haber escuchado ya el pasaje más de un centenar de veces) cuando diablos va a parar, dónde demonios está su límite. Vereis que la orquesta emerge de las profundidades para sonar en plenitud, y ni eso llega a tapar ni por un instante la emisión propia de diosas de Astrid Varnay.

Hechos estos comentarios, aquel que tenga Die Walküre a mano (la versión que sea), que se atreva a contrastarlo. En ninguna versión se hace nada similar. No hay soprano (ni la mismísima Birgit Nillsson, de agudos indestructibles) puede resistir la comparación. Es ésta la versión de referencia para todo aquel que quiera tener la mejor Walkiria de todas las que andan por el mercado (y no son pocas, como se entenderá). A ello pues. Empieza el minuto que dejo en Der diese Liebe y la messa citada está en la a de la palabra Vertraut (penúltimo verso del texto dejado más arriba)


RICHARD WAGNER: El Anillo del Nibelungo / Windgassen, Hotter, Varnay, Greindl, Neidlinger, Brouwenstijn, Kuën, Uhde, Suthaus, Madeira, von Milinkovic, van Mill, Traxel. Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Hans Knappertsbusch, dirección (Grabación en directo, Bayreuth 1956. Nueva remasterización sonora digital)

El Lancelot en prosa (1)

Lancelot du LacDos reyes vecinos se encuentran en lo alto de una colina. El primero ha invadido los territorios del segundo aliándose con una tercera potencia militar: Roma. El segundo es vasallo de un rey allende los mares que ha causado graves perjuicios al primero por no querer someterse a vasallaje. Tras una dura batalla, el rey Ban de Benoic (el segundo de los citados), ha conseguido acabar con los aliados del rey Claudas, matando incluso en combate personal al legado romano, un ignoto Poncius Antonius. Pese a una victoria aparente, ha perdido numerosos caballeros y no ha conseguido liberar sus tierras. Ahora, sólo le queda una fortaleza en su territorio, rodeada de la marea de sus enemigos. Una vez concluídos los hechos bélicos, ambos reyes se disponen a parlamentar: en la particular retórica de la diplomacia de guerra, Claudas acusa a su enemigo de la muerte de Poncius; el rey Ban inmediatamente protesta ante una invasión sin motivo que le ha despojado de parte de su tierra. Pero a su vez, la réplica de Claudas no se hace esperar:

»— Yo no os la he quitado por el odio que os pueda tener, ni por nada que me hayais hecho, sino porque sois vasallo del rey Arturo, cuyo padre, Unterpandragón , me privó de mis posesiones. Si lo deseais, podemos llegar a un acuerdo: entregad el castillo y yo os lo devolveré al punto si os convertís en vasallo mío y aceptais que sea yo quien os invista con vuestras tierras.

Un oyente medieval no tendría dudas: romper el vínculo de vasallaje por semejantes razones es una felonía y, como tal, algo indigno de un rey que se precie. Mas el autor, hombre de grandes habilidades narrativas, no ha dejado la cosa tan clara. El Rey Arturo, señor natural de Ban de Benoic, no ha acudido en defensa de su vasallo cuando éste ha sido atacado por fuerzas extranjeras (entiéndase: más allá de sus vínculos feudales), y ese acto daría derecho a su subordinado para romper el pacto. De haberse planteado así la cosa, para los lectores la vindicaciones de Claudas, en el contexto de un mundo bravo en el que el derecho de conquista se justifica poco menos que por la valentía del invasor hubiesen tenido un sentido acorde a lo apropiado. No obstante, el carácter malévolo de Claudas se revela justamente por la proposición diplomática. Las armas dan derecho, pero las palabras son parte de un sinuoso sendero que con frecuencia llega a la traición. La sospecha del discurso es casi inmediata: sólo tiene derecho a hablar (a dictar) aquel que se niega valientemente, no el que otorga. La proposición del dar pone en guardia casi de manera instantánea.

Así, el rey Ban se negará a romper su vínculo de vasallaje con el rey Arturo y no reconoce como señor natural a sujeto tan artero como Claudas, por lo que las hostilidades entre ambos bandos proseguirán a lo largo de la novela.

Aquel que guste de las novelas de caballerías difícilmente podrá soslayar la ordenanza de las costumbres en la guerra en el medievo (y lo digo de esta manera para evitar de plano hablar de un Derecho de Guerra que aún no estaría desarrollado), y cómo los autores de estas novelas construían episodios basándose en sobreentendidos que sus lectores (o sus audiencias) eran capaces de captar con naturalidad. La lectura de pasajes como éste exige del lector el reconocimiento de ciertas reglas y la capacidad de categorizar inmediatamente un hecho o un discurso como justo o injusto. No es que sea indispensable por fines extraliterarios (la formación del lector en los valores de una sociedad dada), sino que lo es para poder captar de inmediato en qué bando militan los personajes, por qué las malas acciones devendrán en justas (y complicadísimas) venganzas ulteriores. Es decir, y aún cuando no me guste hablar en estos términos, que son del todo punto necesarias para captar la psicología y la ideología de todo personaje que se pasea por el mapa de la novela.

Genji Monogatari (2): La mujer que escribía en chino (con una coda operística)

En la introducción Xavier Roca-Ferrer a la edición de la editorial Destino de La Novela de Genji se explica que las mujeres del periodo Heian escribían en kanas porque se suponía que no conocían los kanji (hanzi) chinos, ni, por supuesto, la lengua china, verdadera lengua de la cultivada clase palaciega de la ciudad de colinas púrpura y corrientes de cristal (o, para ser más breve, Heian Kyo).

Genji [está] escrito en su integridad en hiragana. (…) Por curioso que pueda parecernos, las mujeres dominaban esta lengua coloquial —y su plasmación por escrito en el kanabun— mucho mejor que los hombres, porque ellos estaban obligados, cuando querían hacer «literatura», a escribir en chino para demostrar que eran personas auténticamente cultas (el chino era, para los japoneses, el equivalente del griego para los romanos, o del latín para los hombres del Renacimiento). (…) No faltaban damas cultas como la misma Murasaki o Sei Shonagon que también conocían el chino, pero se consideraba algo excesivo que las convertía en algo así como las ridículas femmes savantes de Molière. Resultaba significativo que en la época, se refiriesen a la literatura escrita en kanabun o hiragana como «literatura femenina»

Por tanto, escribir en kana era al tiempo mujeril e inculto, aunque con una autora de la extensión cultural de Murasaki, tales prejuicios pierden su sentido. Murasaki debió conocer el chino con solvencia suficiente, según nos enteramos por el fragmento del diario que tan oportunamente inserta Harold Bloom en su prólogo a la novela:

Hay, también, dos armarios más grandes llenos hasta los topes. (…) El otro está lleno de libros chinos olvidados desde que aquél que los atesoró pasó a mejor vida. Cuando la soledad amenaza con abrumarme, saco uno o dos libros para ojearlos; pero mis sirvientas se reúnen a mi espalda para murmurar. «¿Qué clase de mujer lee libros chinos? ¡Ahí está la causa de sus desgracias!», repiten. «Antes ni siquiera parecía leer bien los sutras.» «Sí», quisiera replicarles, «¡pero no he conocido nunca a nadie que viviera más años por creer en tantas supersticiones como vosotras!» De todos modos, sería desconsiderado por mi parte, pues algo hay de verdad en lo que dicen.

El párrafo es interesante y habrá que estudiar hasta qué punto revelador, porque nos ofrece un laberinto de opciones por el que hemos de movernos con sumo cuidado. Si depositamos en el texto una mediana confianza, partir de que M. tenía libros en chino parece poco discutible. Tampoco nos causa problema asegurar su origen: los heredó de alguien que debió de tener la suficiente formación intelectual para leerlos (su padre, o una persona cercana en la familia). La ausencia de crítica ante este hecho (la autora no parece guiarnos a sus habituales consideraciones morales) apunta a que fue un varón, aunque no podamos afirmarlo con total seguridad. En la siguiente línea, M. afirma que saca en particulares situaciones de ánimo, algún libro del mueble para ojearlos (es el verbo que ha introducido el traductor, y que al contrario que el homófono hojear, carece del matiz distractivo, ocioso, superficial; antes, lo contrario: ojear es examinar con atención y detenimiento). Acto seguido, saltan las críticas oblicuas, en baja voz pero no lo suficiente para que la sensible escritora lo adivine o lo escuche. Murmuran las sirvientas que antes ni siquiera parecía (y quizás estoy siendo demasiado puntilloso) «leer bien los sutras». La referencia a los sutras budistas tiene el halo de ser la lectura más básica, aquella que todo lector de lengua china debe conocer: y quizás no por ser más fácil, sino por ser a la primera que se recurría (bien por su extensión editorial, bien por su importancia social) a la hora de conocer las letras chinas. ¿Qué hemos de deducir de ese parecía, siendo sobre todo M. una persona tan preocupada por las cuestiones de rango, por las directrices sociales y por su censura? La elocuencia del pasaje es engañosamente sencilla, porque M. no nos transmite qué es lo que es, sino qué es lo que piensan. Podemos estar —¿Es descabalado suponerlo?— ante una ocultación. Perfectamente pudo una mujer ocultar ante los otros aquellos conocimientos que la convertirían en objeto risible, y mostrarse abiertamente poco diestra frente a lo que manejaba con facilidad; o bien que las razones fuesen de atenuación, y no quisiese escribir sin ambajes que era ducha en la lectura de obras escritas en chino. Otra posibilidad pasa por que la percepción de las sirvientas fuese inadecuada, y que M. leyese los sutras con corrección y fluidez pese a que las sirvientas, bien por malevolencia, bien por desconocimiento, negasen este hecho. Finalmente, debemos admitir que el conocimiento de M. del chino fuese reciente en las fechas en las que escribió el texto, lo que nos haría alejarlo considerablemente de la escritura de su novela, porque en ellas hay pruebas de que conocía bien la poesía china.

La respuesta que M. consigna habita en el plano desiderativo: es la frase definitiva que se siente tentada a decir para concluir con un asunto desagradable pero que no da sean las razones cual sean (el decoro que una persona de rango ha de mantener frente a sus inferiores es la solución más probable): «¡pero no he conocido nunca a nadie que viviera más años por creer en tantas supersticiones como vosotras!». Esto merodea la crítica social y el ataque a las creencias de las sirvientas, y creo que no es casual que sean ellas las que ocupan menor rango. ¿Qué entiende M. por supersticiones? ¿Qué término se está vertiendo? ¿Son acaso creencias propias de gente sin cultura? ¿Ilogismos? ¿Tonterías? ¿Qué es lo que determina lo que es supersticioso —la palabra no tendrá el mismo campo semántico para una japonesa del X que para nosotros, pobres occidentales perdidos en el oscuro albor del siglo XXI— cuando el que los personajes eviten ir a casa por una señal de las estrellas se escribe con total naturalidad ?). Siempre que M. quiera decirnos que la relación entre el conocimiento del chino por parte de una mujer y la desgracia que la invade es infundada, hemos de restar a una crítica liberadora de este jaez la frase final, esté ésta barnizada de ironía o no, máxime cuando todo el párrafo anterior está construido sobre una acción habitual. Aquí se establece un juego de tensiones entre lo dicho y lo matizado, entre la atenuación y lo vuelto a confirmar. M. no escribe como si el recurrir a los volúmenes (rollos) de literatura china fuese cosa que hizo una vez, sino que por el contrario, se nos presenta como una acción que realiza con cierta periodicidad. De esta manera, aun cuando ese algo de verdad nos lleve a pensar que, en cierto modo, M. acepta la censura, la rebeldía de incurrir en su pequeño delito social con habitualidad nos conduce al punto contrario. Ambos platillos de la balanza contienen elementos, y entre ellos existe una confrontación directa.

La cosa no se detiene aquí. Releeamos el famoso pasaje del capítulo 2 dedicado al ejemplo de una mujer cuyos conocimientos no estarían tan alejados de los de la propia M.:

Si de mujeres se trata (y lo mismo podría afirmarse de los hombres), no hay nada peor que la que, con cuatro conocimientos a cuestas, pretende lucirlos a todas horas. Nunca tuve por recomendable una mujer empapada de las Tres Historias y los Cinco Clásicos, aunque he de confesar que la ausencia total de cultura tampoco me atrae. Una mujer sensata y despierta puede saber y entender muchas cosas aunque no sea una erudita. ¡Las hay que emborronan sus cartas con letras chinas hasta el extremo de que parecen escritas por un hombre! Me temo que entre las damas de primer rango de nuestra corte encontrareis más de dos o tres de esta clase…

Luego están las que se creen poetas, y aprenden de memoria antologías enteras…Cuando redactan sus cartitas, son incapaces de escribir una frase sin aludir a los clásicos, venga o no a cuento. (…) Las listas se fingen más ignorantes de lo que son, y dicen la mitad de lo que podrían decir.

En parte, el pasaje teje un complicado motivo de autoironía, tristeza y muestra de las creencias habituales, creencias a las que la propia autora no era ajena en absoluto. Quizás por condesar tal número de facetas en un texto tan breve, su superficie se hace resbaladiza y difícil de aprehender. La definición del discurso de Una No Kami apunta tanto a la pedantería como al mero conocimiento. Siendo más exacto: no distingue entre ambas cosas, como si la sed de aprendizaje (y su culminación exitosa: la sabiduría) llevase aparejada la autoexhibición. Ni por un momento contempla la posibilidad de que el saber en la cabeza de una mujer pueda no adquirirse para ser lucido como si fuese bellas ropas. Así, recomienda a la mujer que «se finja más ignorante de lo que es», a fin de no ser apabullante, humillante para los varones circundantes, una idea que parece traspasar tiempo y culturas para erigirse como uno de los pilares más socorridos de la misoginia.

Pero sería erróneo querer ver a M. como una figura en rebelión contra los dictados más bajos de su cultura o como una feminista avant la lettre. Prácticamente el mismo discurso se traslada de la ficción a la diarística, para poder leerse en su diario:

Sei Shônagon, por ejemplo, es terriblemente engreída. Se juzga tan aguda, que hasta esparce en sus escritos caracteres chinos, pero si uno los examina con atención, dejan mucho que desear. Alguien que hace un esfuerzo tal para diferenciarse de los otros está condenado a perder la estima de la gente, y sólo puede augurársele un futuro infausto

Una de dos: o permanece la ambigüedad de la que antes hablábamos, o bien no hay distinción entre las ideas esbozadas, como si estuviesen firmemente encadenadas por una casuística de acero. Que Sei Shônagon sea engreída puede venir, por tanto, por escribir caracteres chinos, o por escribirlos de manera inapropiada, o por hacerlo dentro de un texto que no precisa tales aditamentos, o por no precisarlos justamente porque ella es mujer, o por su intención de distinguirse del común (¿de las mujeres?) empleándolos. O todo al tiempo.

Creo que las ideas fundamentales y las preguntas que suscitan quedan suficientemente remachadas. Estaba pensando en todo ello y ayer me encontré con un motivo parecido. Escuchaba la ópera bufa de Giovanni Paisiello Gli Astrologi Immaginari para dar una respuesta lateral al mensaje de Laura Sotomayor y decir que, al menos, la astrología había servido para que los Ilustrados compusiesen óperas para burlarse de ella. Resumo brevemente el libretto hasta el punto en el me saltó la referencia. Clarice es hija de Petronio Sciatica, persona privada cautivada por la Astrología en particular y por las ciencias ocultas en general. Petronio tiene otra hija, Cassandra, amiga del estudio de la Astrología; al contrario que su hermana, se nos presenta pretenciosa, vacua, y firmemente refractaria al punto que más debe interesar a toda muchachita: el matrimonio. Clarice no piensa de esa manera, y está firmemente decidida a casarse con su prometido, que lleva el curioso nombre de Giuliano Tiburla. Cuando el bueno de Giuliano, haciendo honor a su apellido, se troncha de risa ante el discurso astrológico-ocultista del padre de su amada, éste le prohibe que se case con ella. En la escena siguiente, Clarice habla con su hermana Cassandra, quien se muestra horrorizada de que su hermana quiera casarse antes que dedicarse al estudio de las Ciencias. La irónica (y esperanzada al tiempo) respuesta de Clarice es que ella no es tan profunda como su hermana, y que lo único que entiende es que:

Una donna letterata Una mujer de letras
Che parlar voglia il latino Que quiere hablar latín,
Sia di scienza un calepino, Que sabe tanto como el diccionario,
Parli come un Cicerone, Que habla como Cicerón,
Farà rider le persone Hará reir a las personas
Ed ognum la burlerà. Y todo el mundo le tomará el pelo.

Cambiando el chino por el latín, y sumándole el resto de los conocimientos (el saber tanto como el calepino, y tener una elocuencia ciceroniana), el asunto es el mismo. Ocho siglos más tarde se repite el mismo motivo que hemos estado siguiendo en las letras de Murasaki. Burla y escarnio social para toda mujer que se atreva a aprender.


Aria de Clarice ‘Una donna letterata’, de la ópera bufa de Giovanni Paisiello (1741-1816) ‘Gli Astrologi Immaginari’, acto primero. Stefania Donzelli, soprano. Orchestra da Camera e Artisti del Coro Giovanni Paisiello Festival. Lorenzo Fico, dirección (Grabación en directo, Festivale Giovanni Paisiello, 10 de Noviembre de 2004 en el Teatro Orfeo de Tarento)