Congoja

48.CongojaTodos tenemos o deberíamos tener un hombro en el que apoyarnos cuando las cosas no salen tal y como habíamos esperado. Un amigo o amiga especial que siempre esté cuando las cosas vayan mal. Alguien en quien refugiarnos y esperar a que la tormenta pase y el sol vuelva a brillar. En mi caso más que una persona, que también, es la casa de mi prima Angustias, la cual está situada en un pequeño pueblo en medio de la nada más absoluta llamado Congoja.

Nada más entrar en el pueblo de Congoja, lo primero que ves es la casa de mi prima Angustias con su característica forma de barco invertido y rodeada de ese jardín tan diferente, extraño me atrevería a decir, donde la vegetación te envuelve. Según caminas, contemplas  entremezclados los eleuterococos con sus frutos redondos y morados, las hierbas de San Juan y sus preciosas flores amarillas, los árboles de bergamota haciendo las veces de extrañas naranjas que nada tienen que ver con el resto de cítricos y los arbustos de guaraná explotando allí y allá con su rojo intenso, ojos comprensivos que te miran allá donde vayas. Un jardín, en el que nada más entrar la tristeza empieza a difuminarse entre los diferentes colores y fragancias que la envuelven. Un lugar donde el pasado queda atrás y el futuro espera paciente a que esté preparado para afrontarlo.

Afortunadamente, son pocas las ocasiones en las que la tristeza me obliga a pernoctar. En general soy una persona alegre y solamente en contadas ocasiones he de echar mano de la hospitalidad de Angustias. Aun así, soy consciente que pensaréis que abuso de la confianza con mi prima. Yo no lo veo así. Todo lo contrario. Creo que Angustias se mudó a este pueblo, diseño su casa, con el objetivo único y principal de convertirla en un lugar donde a la pena le resulte imposible permanecer. Entre esas maravillosas cuatro paredes solamente queda sitio para la tranquilidad. No es alegría lo que se almacena y se reparte. La pena y la alegría, aunque contrarias no son antídoto la una de la otra. Cierto que ambas no pueden convivir al mismo tiempo, pero ninguna de ellas puede presentarse de visita sabiendo que la otra está presente. De ahí que sea la tranquilidad en forma de paz interior y recogimiento la que suela acogerte cuando llegas.

Nada más llegar me tumbo en su inmenso sofá. Ese que preside el comedor. Sala principal con ventanas en las cuatro paredes para que puedas contemplar el tránsito del sol y de la luna. Desde su despertar hasta que deciden recogerse. Y es allí, en el sofá, donde habitualmente paso la mayor parte del tiempo. Descansando de los vaivenes con que la vida de vez en cuando te obsequia. Porque el dolor se lleva mejor si te paras a contemplarlo. Si lo escuchas atentamente, en vez de intentar evitarlo o expulsarlo de tus pensamientos. El sufrimiento suele comportarse como un amante despechado. Cuanto más intentas liberarte de él, más profundamente se hunde en tus pensamientos acaparándolos. Y yo me he acostumbrado a mirarlo directamente a los ojos. Angustias me enseñó a abrirle mi corazón. A dejarlo pasar sin impedimento alguno. A observarlo con atención y a mostrarme todo lo solícito posible para con sus deseos que no exigencias. Y aunque el tiempo pasa despacio en su compañía, hacerlo rodeado de morados, verdes, rojos y amarillos intensos, facilita que su presencia resulta más llevadera. Y es que no hay nada mejor que la luz, que abrir las ventanas del alma y dejar salir los malos olores acumulados, para superar la pena y dejar atrás la congoja.

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