Flavio Belisario, 500-565 d.C

A mediados del siglo VI d.C, el emperador Justiniano, gobernante del Imperio Romano de Oriente, se lanzó a la reconquista de los antiguos territorios romanos de Europa Occidental, perdidos tras las invasiones de las tribus bárbaras germánicas. Para llevar a cabo su ambicioso plan de reconquista, Justiniano contaba con uno de los estrategas más brillantes de la Historia: Flavio Belisario. Guerrero valiente y humilde, Belisario era un hombre que se regía siempre por su código de honor sin intentar obtener beneficios personales. Era en definitiva un idealista en un mundo decadente y corrupto. Su éxito en la reconquista de Roma haría soñar brevemente a Europa con la vuelta a la antigua grandeza del Imperio Romano.

Mosaico con retrato de Belisario

Tradicionalmente, la Historia Occidental consideró la caída de Roma en el año 476 d.C como el fin del Imperio Romano y la entrada de Europa en las tinieblas de la Edad Media, “olvidándose” de la existencia del Imperio Romano de Oriente, con sede en Constantinopla. Este imperio pasó a ser conocido despectivamente como “Imperio Bizantino”, como si fuera algo nuevo y completamente diferente. Nada más lejos de la realidad: el Imperio Bizantino es una evolución del Imperio Romano y su historia es una continuación de la de éste. Esta explicación es necesaria para entender en su justa medida la idea de “Recuperatio Imperii” que pretendía el emperador Justiniano: la recuperación de los territorios que habían conformado antiguamente el Imperio romano de Occidente y su reunificación con el Imperio romano de Oriente.

Pero antes de que Justiniano pensara siquiera en avanzar hacia Occidente tenía que consolidar su poder político y hacer frente a los ataques del Imperio Persa Sasánida que amenazaban su frontera oriental. Es en estas campañas militares contra los sasánidas donde surge la figura de un joven y brillante estratega llamado Flavio Belisario.

1 – El origen de Flavio Belisario (500-565 d.C).

Flavio Belisario probablemente nació en Tracia en el año 500 de nuestra era. Al llegar a la adolescencia se enroló en el ejército y en poco tiempo, y gracias a su valía, comenzó a servir en los “bucellarii”, la guardia personal, del general Justiniano (483-565), el comandante del Ejército de Oriente y sobrino y heredero del emperador Justino I.

Al poco tiempo de ingresar en la guardia, el joven oficial dio muestras de tener mucha iniciativa y grandes dotes organizativas, ya que propuso a Justiniano la creación en el seno de la guardia imperial de un cuerpo especial de élite formado por 1.500 soldados de caballería pesada: los “bucellarii” de Belisario.

El Imperio Romano de Oriente se veía amenazado en sus fronteras de Armenia y Mesopotamia por el poderoso Imperio Persa Sasánida. En las numerosas batallas fronterizas entre ambos imperios, los romanos se habían visto siempre superados por la caballería sasánida y será precisamente ese modelo el que usará Belisario para crear su unidad de élite.

Mosaico con retrato del emperador Justiniano

La caballería sasánida estaba basada en dos tipos de tropas diferentes, arqueros a caballo encargados de hostigar al enemigo y “catafractos”; una caballería pesada en la que tanto hombre como caballo llevaban una pesada armadura de cota de malla y placas de metal que solo dejaba los ojos al descubierto y que les protegía eficazmente de los disparos de flechas. Belisario combinó ambos tipos de tropas en una sola.

Los bucellarii de Belisario llevaban la pesada armadura de los catafractos, usaban estribos para cargar arrolladoramente con la lanza y además estaban armados con un arco compuesto pequeño, usado para disparar mientras cabalgaban, lo cual les permitía tener una gran polivalencia táctica. Este pesado armamento, sumado a su férrea disciplina y su alto nivel de entrenamiento les convertía en una de las mejores fuerzas de élite de la época y el núcleo del nuevo ejército bizantino que otorgaría grandes éxitos a Belisario varios años después.

Las innovadoras ideas de Belisario y su buen trabajo como oficial durante las guerras fronterizas, permitieron que ascendiera rápidamente y tras la muerte de Justino I, en el año 527, el nuevo emperador, Justiniano I, nombró a Belisario comandante de los ejércitos imperiales en las fronteras del este, encargándole la defensa de la fortaleza de Daras, en Mesopotamia, una de las zonas más conflictivas, dada su gran cercanía a la frontera persa. Llegaba el momento en que Belisario tendría que demostrar en el campo de batalla todas sus dotes militares, ya que el ejército sasánida, aparte de ser mucho más numeroso, era uno de los mejores ejércitos de la época.

Tres años después, y tras varios choques fronterizos, Belisario se enfrentó a una invasión persa en gran escala que pretendía conquistar la fortaleza de Daras y abrirse paso hasta el interior del Imperio. Belisario, con 25.000 hombres, muchos de ellos mercenarios y levas de poca calidad, tenía que detener a más de 40.000 persas comandados por el general Perozes. En julio de ese mismo año de 530 d.C, ambos ejércitos se enfrentaron en la sangrienta Batalla de Daras.

Para detener al enemigo, Belisario había colocado a su ejército formando una línea de infantería que estaba protegida al frente con un foso y estacas afiladas, obligando así a los persas a atacar por los flancos, donde no podrían usar su gran superioridad numérica. Además, la caballería romana protegía estos flacos, dispuesta a contraatacar a los persas en caso de que estos rompieran la línea de infantería.

Como había previsto Belisario, el primer ataque persa fue por el flanco izquierdo y aunque consiguió romper la línea de infantería romana, la caballería contraatacó y los obligó a replegarse. El siguiente ataque persa fue por el flanco derecho, y esta vez usaron una mayor cantidad de tropas. Tras romper la línea de infantería los persas avanzaron arrolladoramente obligando a huir a los infantes romanos, pero, al igual que ocurrió con el otro flanco, Belisario contraatacó con la reserva y con los bucellarii pesados de su guardia. Los persas lanzaron al combate a su caballería con objeto de ganar el combate, pero la caballería bizantina se impuso y logró hacer retroceder a los persas, los cuales emprendieron la huida. Belisario, gracias a su habilidad táctica y a la caballería pesada que había formado, había ganado su primera gran batalla y había causado más de 5.000 bajas a sus enemigos.

Sin embargo, al año siguiente, 531 d.C, la suerte no le favoreció y sufrió una ajustada derrota en la “Batalla de Calinico”, a orillas del río Éufrates. En esta ocasión, los persas, junto a sus aliados árabes, habían enviado un ejército de 25.000 hombres compuesto únicamente por tropas de caballería, que tras cruzar audazmente el desierto arribaron al desprotegido corazón de Mesopotamia. Ante el grave peligro de tener un ejército enemigo campando a sus anchas por el interior de la provincia Belisario tuvo que dejar la frontera y acudir con su ejército a marchas forzadas para detener a los persas a la altura de la ciudad de Calcis.

En la batalla que se produjo a orillas del río Calinico, las tropas de Belisario, compuestas en su gran mayoría por soldados de infantería intentaron detener las sucesivas cargas de la caballería enemiga, pero finalmente su flanco derecho fue rebasado y los persas les acorralaron contra el río. La situación era desesperada y solo la valentía de Belisario y sus esfuerzos por reagrupar a sus hombres impidieron que todo el ejército romano fuera aniquilado. Belisario, luchando codo con codo con sus hombres de espaldas al río, consiguió aguantar los sucesivos ataques persas hasta que cayó la noche y los restos de su ejército pudieron ser evacuados en barcazas que remontaron el río. Una vez más se había puesto de manifiesto la superioridad de la caballería pesada sobre la infantería y solo el valor personal del general Belisario impidió que los romanos fueran aniquilados.

Esta derrota no fue determinante, ya que la caballería persa difícilmente podía asediar y conquistar ninguna gran ciudad y se limitó a arrasar los campos. Pero las continuas campañas de invasión persas estaban debilitando enormemente al Imperio Romano de Oriente y Justiniano no tuvo más remedio que negociar la paz con el Imperio Sasánida. Finalmente, al año siguiente, el 532 d.C, ambos imperios firmaron la denominada “Paz Eterna”, mediante la cual los persas se comprometían a respetar los límites fronterizos y a cesar sus ofensivas a cambio de que Bizancio les pagase anualmente un oneroso tributo.

Mientras se negociaba el tratado de paz, Belisario, convertido ya en un héroe, regresó a la capital del Imperio de Oriente, Constantinopla y estando allí le sorprendió la denominada “Revuelta de Niké”, una sangrienta revuelta que se desató a comienzos del año 532 entre las dos facciones: verdes y azules, de seguidores de las carreras de cuadrigas del Hipódromo. La revuelta, de tintes sociales, pretendía una reducción de los altos impuestos que pagaban las clases más bajas, pero se convirtió inesperadamente en una gran amenaza para el trono de Justiniano cuando varios senadores se aliaron con los revoltosos y pretendieron destronar al emperador. Belisario, junto con el gobernador militar de Iliria, Mundus, intervino militarmente, desatando una represión que acabó con la vida de más de 30.000 personas y que bañó en sangre la protesta, acabando definitivamente con ésta.

Aunque hoy en día, con los valores morales del siglo XXI, nos pueda parecer terrible la represión que lanzó Belisario contra las turbas de revoltosos, hay que enmarcarla en una época en la que por desgracia la vida humana solía ser la moneda de cambio con la que frecuentemente se obtenía el orden y la paz.

En reconocimiento a esta desagradable labor de pacificación de la ciudad, Justiniano premió a Belisario con el mando de una gran expedición que el Imperio se disponía a lanzar al año siguiente, 533 d.C, contra la tribu germánica de los vándalos, que tras atravesar España habían ocupado las antiguas provincias romanas del norte de África fundando allí un próspero reino. Con esta expedición Justiniano pretendía recuperar el prestigio perdido durante las revueltas de Niké y de paso dominar las costas del Mediterráneo y reabrir las rutas comerciales con África.

2 – La Campaña de África.

A finales del verano del 533 d.C, Belisario desembarcó en las costas de Túnez al mando de 15.000 hombres (10.000 infantes y 5.000 jinetes) y avanzó hacia la capital del reino vándalo, la famosa Cartago. Las fuerzas del rey vándalo Gelimer, unos 20.000 hombres, salieron al encuentro de los romanos y tomaron posiciones en un desfiladero situado a 10 millas de Cartago y desde el cual se podía bloquear fácilmente la vía de acceso a la ciudad.

El 13 de septiembre de 533 d.C Belisario se dispuso a apartar a los vándalos de su camino y ambos ejércitos entablaron la Batalla de Ad Decimum, llamada así porque el Ad Decimum era el miliario, o señal de la calzada, ubicado a la entrada del desfiladero y que indicaba las 10 millas romanas que faltaban para llegar a Cartago.

Para romper la fuerte línea defensiva enemiga, Belisario atacó a los vándalos por ambos flancos y por el centro, con objeto de que ningún contingente bárbaro pudiera acudir en ayuda de los otros. Sin embargo, el rey Gelimer era un militar competente y su caballería pesada era muy superior a la romana, así que consiguió detener y derrotar a los bizantinos en el centro de su posición. Los romanos, por su parte, consiguieron imponerse en ambos flancos, aplastando a los vándalos que les hacían frente y matando en el proceso al hermano y al sobrino del rey Gelimer. Justo cuando se preparaba para lanzar un ataque general por el centro, Gelimer se enteró de las muertes de sus parientes y sufrió todo un shock. Gelimer se dispuso a enterrar a su hermano en vez de lanzar el ataque que le habría otorgado la victoria. La indecisión enemiga permitió a Belisario reagrupar a sus tropas y lanzar un contraataque que le permitió finalmente alzarse con la victoria. Al día siguiente, los romanos entraron en Cartago. La ciudad se había rendido a cambio de que fueran respetadas las vidas y propiedades de los habitantes.

Sin embargo, el rey Gelimer no estaba dispuesto a perder su reino tan fácilmente. Tras abandonar Cartago, el rey se había desplazado a la localidad de Bulla Regia, situada a 150 km de Cartago, con objeto de reagrupar sus fuerzas. Tras recibir refuerzos de parte de los contingentes de soldados vándalos que ocupaban la isla de Cerdeña, Gelimer reunió por fin un numeroso ejército que triplicaba el número de tropas que tenía Belisario.

Tras estos preparativos, Gelimer avanzó al frente de su vasto ejército con objeto de reconquistar Cartago. Tras destruir el acueducto que suministraba agua a la capital, Gelimer acampó en la localidad de Tricamerón, situada a 27 kilómetros de Cartago, decidido a esperar allí a los romanos. Belisario no tardó en complacer a los vándalos y el día 15 de diciembre del 533 salió de la ciudad para entablar batalla contra los bárbaros.

Belisario ordenó a su caballería, que estaba bajo el mando del experto comandante Juan el Armenio, que avanzara en vanguardia y despejara el camino para que la infantería pudiera avanzar sin problemas hasta el campamento vándalo. A su vez, el rey Gelimer ordenó a su caballería pesada que saliera del campamento para enfrentarse con la caballería bizantina. La caballería bizantina, apoyada por los mercenarios hunos que habían contratado para la campaña, se lanzó a la carga contra los vándalos pero fue rechazada y obligada a retirarse. Tras una segunda carga igual de infructuosa, Juan el Armenio cambió de táctica y ordenó a sus arqueros a caballo que atacaran a los bárbaros. Los arqueros consiguieron diezmar a la caballería vándala y la obligaron a retirarse, pudiendo así llegar la infantería de Belisario al campo de batalla sin sufrir ningún ataque de la temible caballería enemiga.

Gelimer, desconcertado por la derrota de sus mejores tropas y tras divisar que la infantería de Belisario se preparaba para atacar el campamento, sufrió un ataque de pánico y escapó a lomos de su caballo, dejando a su ejército sumido en el más absoluto desconcierto. Poco después cundió la desmoralización entre los vándalos y escaparon en todas direcciones sin entablar batalla contra la infantería romana.

Tras esta fácil victoria el ejército vándalo se desintegró y Belisario se apoderó del vasto tesoro que habían acumulado los vándalos en sus correrías. Además, con esta victoria Justiniano recuperó de golpe casi todas las antiguas provincias romanas del Norte de África y las islas de Córcega, Cerdeña y Baleares. Teniendo en cuenta el escaso número de tropas de las que había dispuesto para la campaña, la victoria de Belisario sobre los vándalos había sido toda una proeza.

A su regreso a Constantinopla en el 534 d.C, Belisario fue recibido como un héroe. Se le otorgó el “triunfo”, premio que tradicionalmente Roma entregaba a sus generales victoriosos y además, Belisario recibió el cargo honorífico de “Cónsul Único”, un reconocimiento propio de la antigua República Romana. Parece ser que las victorias en África habían traído al Imperio una cierta nostalgia por la gloria pasada.

Las victorias de Belisario trajeron como primera consecuencia directa que el emperador Justiniano, pletórico de moral y con las arcas llenas gracias al tesoro de los vándalos, decidiera recuperar la vieja ciudad eterna: Roma.

Belisario arengando a sus tropas, obra de Mariusz Kozik
Belisario arengando a sus tropas, obra de Mariusz Kozik.

3 – La Campaña de Italia.

Un nuevo reto esperaba al general Belisario, quien en el año 535 d.C se embarcó con su ejército de 15.000 hombres en una nueva expedición para combatir contra los bárbaros ostrogodos que ocupaban Italia.

El primer paso que realizó Belisario en la nueva campaña fue la invasión de Sicilia, ya que esta isla era excelente para instalar una base de operaciones desde la cual atacar el resto de Italia sin dificultad. La conquista de Sicilia fue bastante fácil y en poco tiempo, los romanos de Oriente crearon una base sólida desde la que desembarcar en la Península Italiana.

Tras pasar el invierno en Sicilia, en la primavera del año 536 d.C Belisario desembarcó con su ejército en Reghium, en las costas del sur de Italia. Sin encontrar apenas resistencia los romanos orientales avanzaron rápidamente a través del sur de Italia, siendo acogidos como libertadores por la población local. En poco tiempo llegaron a la ciudad de Neápolis (actual Nápoles), a la cual pusieron bajo asedio. Tras solo veinte días de asedio la ciudad cayó y la guarnición goda que había defendido la ciudad fue pasada a cuchillo. Esta masacre fue una advertencia que Belisario mandaba a los godos: mataría a todo aquel que opusiera resistencia a la liberación de Italia.

Tras dejar un contingente de tropas como guarnición en Neápolis, Belisario partió rápidamente a la conquista de Roma con un ejército de 10.000 hombres. Estas tropas parecerían insuficientes para conquistar una amplia urbe como era Roma, pero, Belisario estaba dispuesto a no perder la iniciativa y confiaba en el apoyo de la población local para derrotar a los ostrogodos.

Mientras Belisario avanzaba hacia Roma, los ostrogodos, alarmados por la pérdida de Neápolis, comenzaron a organizarse para hacer frente a la invasión romana. En primer lugar, los nobles depusieron al ineficaz rey Teodato y eligieron como nuevo rey a Vitiges, quien, desde su capital en Rávena, comenzó a organizar un ejército con el que oponerse a Belisario. Antes de que acabaran sus preparativos le sorprendió la noticia de que Belisario había conquistado Roma.

En diciembre del 536 d.C, Belisario entró sin oposición en la milenaria ciudad de Roma. La guarnición ostrogoda había escapado hacía el norte temerosa de sufrir el mismo fin que la guarnición de Neapolis. Nada mas asentarse en la urbe, Belisario comenzó a prepararse para defenderla del previsible contraataque ostrogodo. Con la ayuda de trabajadores locales comenzó a reforzar las defensas de la ciudad y a hacer acopio de víveres, esto último como precaución ante la posibilidad de sufrir un asedio duradero.

Las medidas de Belisario se demostraron acertadas cuando al poco tiempo el rey Vitiges se presentó ante la ciudad con un ejército de 20.000 hombres, el doble de efectivos de los que disponía Belisario. Inmediatamente, los ostrogodos pusieron la ciudad bajo asedio, construyendo varios campamentos fortificados para controlar todas las entradas de la ciudad. Además, destruyeron los acueductos para cortar el suministro de agua a la ciudad. Esta medida no tuvo demasiada importancia porque Belisario contaba con varios pozos y con el agua del río Tiber para abastecer a la población.

El mayor problema de Belisario era su escasez de tropas, así que tuvo que recurrir al reclutamiento de una milicia de ciudadanos para que ayudaran a defender las murallas, mientras esperaba que el emperador Justiniano le enviara refuerzos con los que poder entablar batalla y levantar el cerco. Mientras esperaba la llegada de refuerzos, Belisario se dedicó a acosar a los ostrogodos con constantes incursiones de su caballería. Con la llegada de la primavera del año 537 d.C, 1.600 jinetes hunos, mercenarios al mando del general romano Martín, llegaron a Roma para ayudar a Belisario. Aunque no era un ejército lo suficientemente numeroso como para poder entablar batalla, los arqueros a caballo de los hunos le permitirían intensificar las incursiones contra los campamentos ostrogodos y con ello desgastar su moral progresivamente.

El tiempo pasaba y Belisario comenzaba a inquietarse con la progresiva disminución de víveres y el descontento de la población. Parecía más probable que los civiles romanos les abrieran las puertas a los ostrogodos que éstos pudieran tomar la ciudad por asalto, así que Belisario tuvo que situar a sus hombres de confianza en todas las puertas de la ciudad para reforzar la seguridad. Finalmente, cuando parecía que los ostrogodos conseguirían rendir la ciudad, en marzo del año 538 d.C, llegó al puerto de Ostia un contingente de 5.500 infantes y 2.000 jinetes al mando del general bizantino Juan “el Sanguinario”. Los tan ansiados refuerzos habían llegado y habían traído consigo una gran cantidad de víveres con los que alimentar a los sitiados. Ante esta situación, el rey Vitiges estalló de cólera al ver frustrados sus planes, ya que la caída de la ciudad parecía inminente. Tras lanzar un asalto infructuoso contra la ciudad, Vitiges levantó el asedio y regresó con sus hombres a su capital, Rávena.

Poco después, con objeto de no dar tiempo a Vitiges a rehacerse de la derrota, Belisario salió de Roma con su ejército para conquistar el norte de Italia y acabar definitivamente con los ostrogodos. Una a una todas las ciudades con presencia ostrogoda fueron cayendo ante el ejército bizantino, hasta que finalmente, a comienzos del 540 d.C, Belisario consiguió poner bajo asedio la capital enemiga: Rávena.

Mientras Belisario asediaba Rávena llegó a Italia un nuevo ejército bizantino al mando del general Narsés. Narsés era un eunuco que había llegado a convertirse en el Gran Chambelán de la corte de Justiniano gracias a su prodigiosa inteligencia y su dominio del juego político y las conspiraciones que tanto abundaban en la corte del Imperio de Oriente. Belisario ordenó a Narsés que acudiera con su ejército para reforzar el sitio de Rávena, pero éste se negó a recibir órdenes de Belisario y se dedicó a actuar por su cuenta. El conflicto entre ambos marcaría el futuro de la campaña italiana y del propio Belisario.

Mientras Vitiges resistía en Rávena con un ejército de 25.000 hombres, desde el norte acudían en su auxilio diversos contingentes de godos. Uno de estos ejércitos arrasó a su paso la ciudad de Mediolanum (actual Milán) sobre la cual desató una terrible matanza, asesinando a todos los varones adultos y esclavizando a mujeres y niños.

Belisario tras reforzar sus tropas con soldados que estaban acantonados en las ciudades del sur, envió a su lugarteniente Justino con un ejército de 5.000 hombres para sitiar Faesulae (actual Toscana) y a Juan el Sanguinario con 6.000 hombres a defender el valle del Po para evitar que los ostrogodos avanzasen hacia el sur. Los lugartenientes de Belisario consiguieron derrotar a los ostrogodos y tomar Faesulae, permitiendo así que Belisario quedase libre para intensificar el asedio sobre Rávena.

Finalmente, los nobles ostrogodos, viendo que no tenían ninguna salida, y deseosos de salvar su riqueza y poder, ofrecieron a Belisario convertirse en su rey y por ende de todos los ostrogodos. Aunque esta oferta, nada menos que ofrecer la corona al líder enemigo, nos pueda parecer sorprendente, hay que entender que si había algo que los bárbaros godos respetaban por encima de todo era la fuerza y las habilidades militares de un líder. Para ellos Belisario era un gran guerrero y una persona honorable a la que admiraban y respetaban. Pensaban que con él al mando serían casi invencibles y podrían forjar un gran imperio. Por otro lado, los ostrogodos eran bárbaros pero no eran tontos, sabían perfectamente que por mucha gloria que Belisario obtuviera en el campo de batalla sus posibilidades de ascender y obtener más poder eran nulas, ya que el verdadero señor del Imperio de Oriente era Justiniano. Así pues, sabían que ofrecerle la corona a Belisario causaría gran inquietud a Justiniano y generaría disensiones en el bando bizantino que podrían aprovechar los ostrogodos para recuperarse y reconquistar el terreno perdido. En resumen, la oferta era una arma de doble filo que podía acabar con Belisario de un solo golpe.

Belisario simuló que aceptaba la oferta de los nobles a cambio de que estos rindieran Rávena, pero una vez conquistada la ciudad, Belisario otorgó la corona ostrogoda a su emperador, Justiniano I, que pasó así a convertirse en rey de Italia. Esta acción nos dice mucho de cómo era Belisario, el cual, en vez de convertirse en rey, eligió ser leal a su emperador y seguir siendo un súbdito. Para evitar el descontento total de los nobles ostrogodos y temeroso de una revuelta, Belisario incluyó una cláusula en su proclamación de Justiniano como rey de Italia en la que decía textualmente que Belisario no sería rey de Italia mientras Justiniano viviera. Es decir Belisario era fiel única y exclusivamente a la figura de Justiniano y a esa figura le otorgaba la corona, no otorgaba la corona al Imperio de Oriente como Estado sino a una persona, a cuya muerte Belisario se convertiría automáticamente en rey de Italia. Esta cláusula agradó a los nobles ostrogodos, pero fue un grave error político que le ocasionó la pérdida del favor del emperador Justiniano.

Tras la conquista de Rávena en el año 540 d.C y una vez conquistada la mayor parte de Italia, Belisario regresó a Constantinopla con el rey Vitiges encadenado, un gran tesoro de lingotes de oro y plata en las bodegas de los barcos y 7.000 soldados ostrogodos que se habían enrolado en las filas de su guardia personal. Este era sin duda el mayor triunfo de su carrera, a partir de entonces solo le esperaban sinsabores y amarguras.

4 – El declive del guerrero.

A su llegada a Constantinopla, Belisario se encontró con el recibimiento más frío de su carrera y aunque el emperador le otorgó una parte del tesoro ostrogodo como compensación a los gastos militares que Belisario había pagado con su propio dinero, estaba claro que Justiniano no se había tomado bien todo el asunto del ofrecimiento de la corona de Italia a Belisario y que desconfiaba profundamente de éste. Es probable que si las necesidades militares hubieran sido menos acuciantes el emperador se habría librado de Belisario pero como el peligro de los persas sasánidas había resurgido le envió a Siria en el año 541 d.C para que tomara el mando de las operaciones militares.

Durante dos años, 541-542 d.C, Belisario trató de detener a los ejércitos del ambicioso rey persa Cósroes I, pero el ejército bizantino encargado de defender la frontera estaba en un estado lamentable. La corrupción de los oficiales había causado estragos y los soldados carecían de los suministros más básicos e incluso estaban escasos de armas. La moral estaba por los suelos y ni siquiera el laureado Belisario podía hacer milagros. Sin embargo, Belisario, y gracias en parte a la caballería pesada ostrogoda que se había unido a su causa, fue capaz de detener los ataques de Cósroes hasta que finalmente se volvió a firmar un tratado de paz entre el Imperio de Oriente y el Imperio Persa. Eso sí, a cambio de comprometerse de nuevo los romanos a pagar una importante suma de dinero a los persas (5.000 libras de oro).

Mientras Belisario hacía imposibles para detener a los persas, en Italia la situación había cambiado por completo. Los ostrogodos se habían rehecho de la derrota y tras elegir como nuevo rey al jefe guerrero Totila habían empezado a reconquistar el terreno perdido. Pese a contar con un numeroso ejército, los comandantes militares bizantinos rivalizaban entre ellos y eran incapaces de elaborar una estrategia conjunta con la que presentar una oposición efectiva, así que Totila consiguió derrotarlos y ponerles en graves aprietos. Dada la gravedad de la situación y una vez lograda la paz con los persas Justiniano, pese a sus reticencias, no tuvo más remedio que enviar a Belisario a Italia en el año 544 d.C para que éste intentara restablecer la situación y detener a los ostrogodos.

Lo más curioso de todo, es que el emperador no confiaba en Belisario, temía que éste pudiera proclamarse rey de Italia y lo envió a regañadientes. Es más le envió a él solo, sin un ejército al que comandar. Así pues, Belisario tuvo que contratar un ejército con su propio dinero. Para ello se dirigió a Tracia donde contrató a 4.000 soldados que se unieron a los efectivos de su menguada guardia personal. A los gastos de contratación se unieron los de armar y pertrechar tal cantidad de hombres. Belisario se había gastado gran parte de su fortuna personal sin tener siquiera la promesa de recuperar algún día ese dinero.

La nueva etapa de Belisario en Italia duró cuatro años, del 544 al 548 d.C. Cuatro años de sinsabores y amarguras en los cuales y sin dejar de dar lo mejor de sí mismo, Belisario pudo evitar que los bizantinos fuesen derrotados por completo. Falto de hombres y sin recibir ningún refuerzo de importancia, Belisario tuvo que esforzarse por concentrar sus tropas y acudir de un lado a otro para rechazar los continuos ataques del incansable rey ostrogodo Totila,

En el 546 d.C, Totila puso Roma bajo asedio, la situación era grave y Belisario, sabedor de que la ciudad no aguantaría mucho el asedio ordenó a sus tropas embarcar para acudir por mar a Roma, la forma más rápida de llegar a la ciudad a tiempo de evitar su caída. También solicitó al comandante Juan el Sanguinario que embarcase a sus tropas para llegar a Roma rápidamente, pero cuando Belisario desembarcó en Ostia descubrió que Juan el Sanguinario había desembarcado en el sur y que acudía por tierra a Roma. Sin el ejército de Juan, Belisario no podía hacer nada para salvar a la ciudad, la cual cayó finalmente en manos de los ostrogodos.

Poco después, Totila se dirigió al sur para enfrentarse a Juan el Sanguinario, el cuál, temeroso del ejército de Totila no se atrevió a entablar batalla y se refugió en la ciudad de Otrantum (actual Otranto). Belisario, con sus 4.000 hombres y otros 2.000 que había contratado en Italia (principalmente desertores y mercenarios) decidió aprovechar que Totila y el grueso del ejército ostrogodo estaba distraído con Juan el Sanguinario para dar un golpe de mano y conquistar Roma el 1 de enero del año 547 d.C. Una acción tan audaz y exitosa que dejó asombrados a amigos y enemigos por igual.

Totila, enfurecido por la pérdida de Roma, se movilizó rápidamente para intentar retomarla, sin embargo, los furiosos asaltos de los ostrogodos no pudieron superar la maestría defensiva de Belisario. Pese a todo, la guerra pintaba mal para los bizantinos, Belisario se estaba quedando sin tropas, no llegaban refuerzos ni suministros y el hambre y las enfermedades se estaban cobrando un peaje en hombres que amenazaba con destruir su ejército. El emperador Justiniano todavía desconfiaba de Belisario y usó como excusa la amenaza de los hunos sobre la frontera norte del Imperio para denegarle los refuerzos. Sin más salida, Belisario se vio obligado a abandonar Roma con tan solo 200 infantes y 700 jinetes. Esta exigua fuerza se vio aún más menguada cuando una emboscada ostrogoda redujo el número de jinetes a tan solo 50.

La única esperanza de Belisario era unirse a las tropas de Juan el Sanguinario que aún permanecían en Otrantum. Pero cuando llegó vio que el ejército de Juan se había diluido y había perdido la mitad de sus efectivos. Tras insistir continuamente al emperador para que le enviara refuerzos, Justiniano decidió relevarle del mando y sustituirlo por el gran chambelán Narsés.

Corría el año 548 d.C y Belisario regresaba por primera vez a Constantinopla sin obtener el triunfo. El imperio Romano de Oriente había perdido casi todas sus posiciones en Italia y Belisario había perdido definitivamente el favor de su emperador, el cual decidió librarse de él enviándole a Oriente como comandante del ejército encargado de defender la frontera. Finalmente, cansado y asqueado de las corruptelas políticas de la corte imperial, Belisario decidió retirarse.

En el 559 d.C Belisario abandonó su retiro para comandar una última vez los ejércitos del emperador ante la invasión de tribus eslavas que habían cruzado la frontera norte y amenazaban la mismísima capital de Constantinopla. Una vez más, Belisario amasó la mezcolanza de tropas bizantinas en un ejército disciplinado que consiguió expulsar a los eslavos hasta más allá de las fronteras. Una vez más, el ingrato emperador Justiniano se “olvidó” de premiar los esfuerzos de Belisario quien pasó de nuevo al retiro en busca de acabar sus días dignamente. Sin embargo, las intrigas de la corte ni siquiera le permitieron ese lujo, ya que en el 563 d.C fue acusado de corrupción por Procopio de Cesarea, su anterior secretario y juzgado en Constantinopla. Belisario fue declarado culpable y encarcelado, sin embargo pasaría poco tiempo en la cárcel, ya que el emperador Justiniano tuvo finalmente un gesto de favor hacia su antiguo general y lo excarceló, restituyéndole sus bienes.

En el año 565 d.C, fallecieron Belisario y el emperador Justiniano. Con la muerte de ambos, se ponía punto final al esfuerzo de recuperar el antiguo imperio romano. El sucesor de Justiniano, Justino II, perdería de nuevo las posesiones en Italia que había reconquistado Narsés y que tanta gloria le dieron a Belisario. El estancamiento medieval llegaba a Oriente y el declive del Imperio Bizantino sería inexorable, sobre todo ante la expansión de un nuevo poder en Oriente: el Islam.

Por último y para finalizar, hay que destacar que durante el resto de la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna circuló la leyenda de que Belisario había sido cegado por el emperador Justiniano y que acabó sus días mendigando por las calles de Constantinopla. Esta leyenda convirtió a Belisario en el prototipo del héroe trágico que inspiró numerosas historias literarias y cuadros épicos. Hoy en día Belisario sigue siendo el héroe que dio todo por su emperador y nunca recibió nada a cambio.

© 2011 – Autor: Marco Antonio Martín García
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