La jodienda

Reflexiones de un libertino en dique seco

Desde el momento que es conocida la irresistible pasión sexual que algunos congéneres sienten hacia animales de distinta especie, el descubriendo de los frecuentes apareamientos entre homo sapiens y neardentales lo encuentro absolutamente natural. Como reza el título sabido es que la jodienda no tiene enmienda ni conoce fiestas de guardar. Más el sentido común y la simple prudencia por el respecto a las reglas de convivencia indican que al desenfreno pasional es obligado ponerle límites. Por descontado la infancia, que en sí misma debería ser sagrada, y por una cosa o por ambas es permanente ultrajada. Después el consentimiento de la otra parte, cosa que según vemos reflejado en los asuntos judiciales de trascendencia mediática, muchos se la pasan por el forro, sacan pecho y se adentran con sus discursos por los cerros de Úbeda, donde ni Luis Cándelas se aventurara. A estos explosivos machos conviene recordarles que cuando las ganas aprietan, antes que violentar un cuerpo ajeno, Onán encontró un socorrido alivio con algo tan simple como recurrir a la pajillera auto consolación manual. Lo mismo que en una de sus puntales escenas pedía el gran Torrente a su acompañante en la primera entrega del ciclo de tan nauseabundo personaje cinematográfico, a la par que desternillante brazo tonto de la ley. Mejor garantía de placer solitario, que posibilidad de fiasco acompañado. Si encima es de pago, para llorar. Una de las caras más triste de la jodienda, como dijera Julio Andreotti del poder, es añorarla en otros y que a ti te pase de largo. Es decir, desearla y no ejercerla. No son pocos quienes se ceban criticando maliciosamente la supuesta concupiscencia del prójimo, mientras babean en soledad ojeando una revista pornográfica. ¿Lo he soñado, o hubo un tiempo no tan lejano que el personal carpetovetónico cruzaba la frontera francesa con el simple objetivo de ver, posiblemente sin doblar ni traducir, la película de Bernardo Bertolucci, El último tango en Paris (1972)?. En fin, la referencia a la jodienda también incluye a ese otro mundo de inefables sensaciones que la dulce voz de Dusty Springfield nos transmite en la hermosa y romántica balada compuesta por Pino Donaggio con la que compitió en el Festival de San Remo, You don’t have to say you love (1966). Pincha aquí

Deja un comentario