Decadentismo (Parte 1): El Imperio de la Razón y sus Rebeldes

El siglo XIX europeo está considerado una época de grandes cambios a todos los niveles, lo cual originó el nacimiento de una nueva creencia ciega: la fe en el progreso.

La religión, la espiritualidad, el misticismo o las supersticiones, quedaron completamente relegadas y desprestigiadas a favor a del nuevo dios que se erigía como cabeza suprema del nuevo mundo que se estaba forjando. La Razón era la gran divinidad ante la que todo hombre de su tiempo se postraba. Por supuesto, la gestación de dicha deidad no surgió de la nada y sin previo aviso, sino que fue fruto de diversas conquistas que ya las podemos apreciar en la centuria anterior.

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Imagen realizada por seriykotik1970

La Primera Revolución Industrial surgió en el Reino Unido a mediados del siglo XVIII, generando una fuerte transformación económica, social y tecnológica, extendiéndose al poco tiempo por buena parte de Europa occidental y Norteamérica. La renta per cápita, que durante siglos había estado prácticamente estancada, ahora se multiplicaba como nunca lo había hecho en su historia, especialmente una vez entrados en el siglo XIX. La llegada de las máquinas y la nueva tecnología, acabaría con el trabajo manual y el uso de la tracción animal, lo cual supondría la aparición de las primeras fábricas industriales y los primeros ferrocarriles para transportar mercancías y personas, lo cual favoreció la expansión del comercio y el desarrollo de muchos pueblos y pequeñas ciudades.

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El final de la Primera Revolución Industrial se fija en torno a mediados del siglo XIX, momento de transición hasta alrededor de 1880, cuando aparecería la Segunda Revolución Industrial, alargándose esta vez hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914.

Ambas revoluciones supusieron el afianzamiento del sistema capitalista y el fortalecimiento del poder económico y social de los grandes empresarios. Dentro de este escenario, la burguesía decimonónica acabó desplazando definitivamente a la aristocracia, construyendo un privilegio social que nada tenía que ver con el origen y la sangre, sino exclusivamente en la fortuna.

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El pasado y la tradición quedaban cada vez más desplazados ante un nuevo mundo que avanzaba a toda máquina y sin mirar atrás. El Imperio de la Razón se forjó con una mirada puesta en el presente y el futuro, el cual siempre se veía esperanzador y brillante. La ciencia y la tecnología habían demostrado su valía para que el hombre ascendiera con orgullo algunos escalones más hacia los cielos.

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Visión progresista y decimonónica del año 2000 (Albert Robida).

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El futuro fantástico de Albert Robida.

El campo científico y racionalista constituyó la herramienta ideal con la que construir un nuevo espacio para el hombre moderno. Si bien el término “científico” fue acuñado en 1833 por el filósofo y científico William Whewell, el concepto de “racionalismo” como movimiento filosófico, surgió en los siglos XVII (Descartes) y XVIII (Kant; movimiento ilustrado), aunque fue en el siglo XIX cuando realmente se utilizó como arma legitimada contra la religión y el romanticismo, es decir contra la tierra del alma y del corazón. Por ello, es precisamente en esta época cuando aparece la corriente positivista, cuya doctrina se basa en que para hallar el auténtico conocimiento de las cosas, éste debe pasar a través del método científico.

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El positivismo tiene su origen en el pensamiento epistemológico del francés Auguste Comte y del británico John Stuart Mill. Ambos filósofos apostaron por una ética utilitaria, progresista y racional, lo cual tuvo mucha influencia en el terreno político a la hora de construir un mundo asentado sobre el capitalismo y la tecnología. Fue entonces cuando lo positivo empezó a asociarse con los términos de utilidad, progreso y racionalidad, virtudes que debían guiar tanto al individuo, como a la propia sociedad en su conjunto.

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Exposición Universal de París (1889)

De este modo, el ideal del hombre moderno se caracterizaba por ser un burgués de mentalidad racional y utilitaria, y con las miras puestas en el progreso, lo cual originó que algunas personas se preguntaran: ¿Qué significa ser útil? ¿Hacia dónde nos lleva el progreso? ¿Realmente sólo se puede conocer a través de la razón y el estudio científico? ¿Existe espacio para el pasado en un mundo que sólo mira hacia adelante? ¿Si lo útil sólo está ligado con lo racional, las emociones son inútiles?

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Estas preguntas fueron las que originaron la aparición del movimiento decadentista en Francia, corriente pesimista formada por escritores, artistas y pensadores que se sentían angustiados y escépticos ante un mundo racional y materialista que despreciaban. La sociedad moderna forjada gracias a la industrialización y el “progreso”, les convertía en parias y en bohemios insatisfechos con el espíritu ennegrecido.

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El Bebedor de Absenta (1901) – Viktor Oliva

Los primeros precedentes los podemos hallar en los poetas Gérard de Nerval y Charles Baudelaire, que si bien no encontraron un eco favorable en sus días de vida y acabaron completamente marginados, hacia finales del siglo XIX surgen nuevos jóvenes rebeldes y hastiados, que deciden alzar sus voces contra la ideología racionalista que abandera el poder de la III República.

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Charles Baudelaire – Franz Kupka

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Suicidio de Gérard de Nerval en la Calle del Farol Viejo – Gustave Doré

En este fin de siècle, el poema epitáfico de Nerval se alza con un significado renovado, donde la despedida del loco ahora también es la de todos aquellos que son considerados holgazanes, errados e ilusorios; aquellos que son señalados por querer saber mucho y al final no saber nada; aquellos que, a fin de cuentas, representan el polo opuesto del progreso y lo útil.

 

– Epitafio –

A ratos, vivo alegre igual que un lirón
este poeta loco, amador e indolente,
y otras veces sombrío cual Clitandro doliente…
cierto día una mano llamó a su habitación.

¡Era la muerte! Entonces él suspiró: «Señora,
dejadme urdir las rimas de mi último soneto».
Después cerró los ojos, acaso un poco inquieto,
ante el frío enigma, para aguardar su hora…

Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio,
que dejaba secar la tinta en su escritorio.
Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido.

Y una noche de invierno, cansado de la vida,
dejó escapar el alma de la carne podrida
y se fue preguntando: ¿Para qué habré venido?

– Gérard de Nerval –

 

La pregunta final que deja Nerval en su poema representa el último aliento del decadentista, donde se resume el funesto pesar de sentirse fuera de lugar ante una sociedad que no sólo ve y siente de forma completamente diferente, sino que además asfixia a todo aquel que intenta seguir otro camino o simplemente mirar atrás.

El racionalismo positivista y cientifista dominaba prácticamente todos los campos, siendo los métodos de las ciencias naturales y físicas las que servían de paradigma y modelo para historiadores, sociólogos, psicólogos, escritores y críticos de arte.

En literatura el escritor realista intenta escribir con los mismos métodos de análisis que aplica un historiador, realizando, para ello, una detallada labor previa de documentación sobre temas, tipologías y ambientes que permitan construir todo el trasfondo de la obra. Este trabajo cientifista en la literatura, será especialmente desarrollado a partir de las aportaciones de los escritores naturalistas, especialmente por Émile Zola, quien estaba totalmente comprometido con la reproducción objetiva y documental de la realidad.

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Retrato de Émile Zola (1868) – Édouard Manet

Como contrapunto a la literatura realista y naturalista, surge una nueva sensibilidad existencial y artística, donde diversos jóvenes comparten un mismo espíritu de rebeldía, angustia, insatisfacción, sed de ideal y sublimación del arte. Comparten también ciertas inquietudes artísticas lo cual hace que algunos decidan reunirse en los cafés del Barrio Latino de París, mientras otros siguen su propio camino de forma personal e individual. Unos y otros serán conocidos bajo el nombre de “decadentes”, aunque el movimiento en sí no suponga ningún tipo de escuela o camino homogéneo. Dentro de esta corriente podemos encontrar a Charles Cros, Maurice Rollinat, Jean Richepin, Paul Bourget, Julès Laforgue, etc. Todos ellos se sienten “baudelarianos” y se reúnen en torno al poeta Paul Verlaine, a quien consideraban un maestro de la nueva sensibilidad estética y uno de los guías del movimiento decadente.

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Coin de Table (1872) – Henri Fantin-Latour (Abajo de izquierda a derecha: Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Léon Valade, Ernest d’Hervilly y Camille Pelletan; Arriba de izquierda a derecha: Elzéar Bonnier, Emile Blémont y Jean Aicard)

Por otro lado, la propia actitud rebelde del decadentista le empuja a renovar y transformar lo establecido, creando nuevas formas de expresión que le permita comunicar sus complejas sensaciones, impresiones y angustias con gran libertad, profundidad, refinamiento y plasticidad (Arthur Rimbaud o Stéphane Mallarmé son dos claros ejemplos de ello). En ocasiones sienten nostalgia de épocas lejanas o soñadas, e intentan expresar al máximo todas las emociones más exquisitas y sofisticadas, mientras escupen al mundo que se derrumba bajo sus pies.

 

“El hombre de la decadencia ha conservado una incurable nostalgia de los bellos sueños de sus antepasados, ha agotado en él, por la precocidad de los excesos, el manantial de la vida, y juzga con una mirada lúcida la miseria irremediable de su destino”.

– Paul Bouget (Théorie de la Decadence) –

 

En perspectiva, el movimiento decadentista debería valorarse no sólo por sus aportaciones expresivas y renovadoras de la lengua francesa, sino también por su gran influencia al pensamiento teórico del arte, ya que suponía todo un precedente a la crítica a la modernidad que vendría tras las dos Guerras Mundiales. La muerte sin sentido en las trincheras, la deportación forzosa e inhumana de más de un millón de personas, la construcción de campos de concentración y exterminio o el uso de dos bombas atómicas sobre la población civil, hizo que esa fe ciega en el progreso y en la razón empezara a desmoronarse. Para algunos, los miembros de la corriente decadentista fueron unos profetas y visionarios, y los que se atrevieron a seguir haciendo arte y poesía tras el fracaso de la humanidad, lo hicieron muchas veces siendo muy conscientes y orgullosos de la utilidad de ser inútil.

“Cierro mis ojos para ver”.

– Paul Gauguin –

Fuentes:

  • A CONTRAPELO – Joris-Karl Huysmans (Catedra; Letras Universales)
  • Primera imagen: Seriykotik1970 https://www.flickr.com/photos/seriykotik/8603834910