Rescata memorias sobre el lago

Brunhilde Guggiari Brun de Masi (88), hija del exintendente de Asunción Pedro Bruno Guggiari y hermana del desaparecido escultor Hermann Guggiari, busca rescatar los recuerdos de antaño del lago Ypacaraí, en el difícil momento en que atraviesa el recurso hídrico.

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En sus escritos que rescata –y lo publicará como sus Memorias– dice: “Me transporto a divertidos paseos por sus playas de arena brillante, afanosos todos los chiquillos en recoger conchitas, caracoles de distintas formas y tamaños, también ‘piedras preciosas’ para aumentar nuestra colección privada”.

Memorables castillos de arena –artísticas obras de arte algunos, como los de mi hermano Hermann– construidos con ilusión y entusiasmo sano en esa edad en que ponemos ensueño a todo.

También recuerdo –prosigue– la existencia de casillas edificadas por la municipalidad, diseminadas de tanto en tanto a lo largo de la costa, para que los bañistas se vistiesen dejando sus pertenencias y prendas antes de meterse al agua. “Aunque, curioso, nosotros preferíamos mil veces esos montículos naturales de piedras, desparramados sabiamente sobre la playa por el artífice divino. Allí dejábamos zapatillas, anteojos, sombreros pirí, gorros, todo, y ¡nada se robaba!”, se sorprende.

“Después del chapuzón o de tirarnos del trampolín y de nadar un buen trecho, regresábamos felices, refrescados, a sentarnos sobre esas plataformas de piedras superpuestas, para descansar, tertuliar y contemplar la entrada del sol, maravilloso juego de colores: su ocaso”.

Refiriéndose a las piedras, Brunhilde Guggiari se lamenta de que hayan desaparecido. “En otros países, son conservados así tal cual están, para embellecer el paisaje. ¿A dónde fueron a parar aquellas moles hermosas que no molestaban a nadie? Me consuela haberlas visto de niña y guardo una foto de esa época como un documento y reliquia a la vez, por tratarse de un pasado feliz”.

En el manso lago –continúa su prosa– también había peces. Los chicos, entre ellos Hermann, pescaban mandi’i (el famoso lucio) que llevaban en las mochilas para freírlas luego en sus casas. Eran riquísimos.

“Además, existían pirañas de las que muerden, ponzoñosas. Cuando pequeñita, me hallaba un día parada a orillas del lago, y una traviesa piraña me mordió, sacándome el pulpejo del dedo gordo del pie izquierdo. Lloré a gritos, por supuesto; en eso, Manolo Battilana, que pasaba, me alzó en sus brazos, y atravesando el ‘tapepo’i’ del bosquecillo, hasta subir por una escarpada cuesta, llegamos a nuestra casa ‘Villa Nin’, un chalet cubierto totalmente de hermosas flores de santarrita, que nos defendían del sol estival y la adornaban”.

“Evoco hoy emocionada. El cruce del lago Ypacaraí desde San Bernardino a Kendall, ida y vuelta, en dos horas, por un jovencito de 14 años, cuyo nombre es Silvio Díaz Escobar Filisbert (Bebe). Había comenzado ya la guerra con Bolivia. El suceso deportivo que anualmente constituía parte del programa de diversiones de ese balneario debió organizarse ese año para que participaran solo adolescentes, pues los famosos nadadores mayores habían partido al frente”.

“Atrajo poderosamente mi atención la presencia de un padre de familia, el doctor Zoilo Díaz Escobar, quien, munido de un sombrero de ala ancha, iba en un bote siguiendo de cerca la intrépida hazaña de esos jovencitos, entre quienes se encontraban sus hijos. Esa imagen de padre que, atento, los acompañaba controlando por si ocurriera un eventual peligro”.

“El arrojo de este adolescente culminó con su triunfo y, adornado de laureles, recibió vítores de alegría y calurosas felicitaciones de parte de todos los veraneantes presentas. ¡Viva el Rey del Lago 1933: Bebe Díaz Escobar!” .

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