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Iván Medina Castro imc_grozny@yahoo.com Ciudad de Perros En este país tan jodido, la gente se corrompe, se jode, enloquece. Jaime Bayly La densa bruma dominaba la costera, y el bochorno del ambiente hacía sudar de manera copiosa a los habitantes de la ciudad. Amodorrado, dormitaba placenteramente en el regazo de Judith, disfrutando de las caricias en mi cabello y de la ligera corriente marina que golpeaba mi rostro. De repente, escuchamos a un grupo de tipos que iniciaban una conversación. Se nos hizo extraño coincidir con esas personas en aquel solitario malecón a esas horas de la noche, no prestamos importancia a aquel incidente y proseguimos con lo nuestro sin evitar escuchar su charla. -¿Carajo, qué pasa con el Nica que aún no llega? -preguntó angustiado el Serrano después de escupir las hojas de coca que mascaba. -De repente llega, no te inquietes hermanito. Intervino Huamán -el chibolo ese es un diestro en todos estos menesteres clandestinos. -Ya, pues. La brisa ocasionalmente refrescaba los cuerpos de cuatro hombres que impacientes esperaban sentados sobre el borde del murallón, y del susurro emitido por el arrastre de las piedras de la ribera que entre ellas chocaban tras la oscilación de las olas, era lo único que se escuchaba por momentos. -¡Chino!, enciende un cigarrillo, ya no aguanto esta espera -ordenó el Serrano sin apartar su vista de la avenida Norte. -Únicamente tengo Incas -¿quieres? -Vamos, dale lumbre pues. -¡Miren!, allá viene el Nica con el cholo Abel -pronunció agitado Huamán. -¡Jijuna!, ¿Por qué demoraron tanto en llegar? -imprecó con encono el Serrano. Calma hermanito, todo salió de maravilla. -Respondió el Nica. –Los núcleos militantes del distrito de Barrios Altos se encargaron de distribuir la propaganda; los cuadros de aniquilamiento de la Araucana están listos para detonar los explosivos una vez emitida la orden, y las células del Agustino darán un susto a los pitucos de San Isidro y de Miraflores esta madrugada. Unos milicos hacían su rondín por el circuito de playas en Barranco, y al notar la congregación de los individuos, decidieron aproximarse a ellos y cruzaron la vía con la luz de sus linternas cortando la oscuridad. -Silencio, por allí vienen esos cachacos de porquería -alertó el cholo Abel con un claro titubeo en sus palabras. -Tranquilos nomás, dijo el Serrano emitiendo una imperturbable bocanada. Cuatro uniformados, con cara aindiada y fisonomía tosca, pronto hicieron presencia enarbolando sus amenazantes armas. Uno de ellos, quien tenía el rostro maltratado por la viruela y ostentaba tres estrellas en la solapa, dio las buenas noches y solicitó a los individuos que mostraran sus documentos de identidad. Los soldados se dispersaron y fueron a realizar su labor. En el ambiente emanaba un tufo agrio proveniente de las axilas de esos militares. -Regálame un pucho –pidió uno de los uniformados emitiendo un fuerte olor a pisco. El Nica, tras escuchar la petición, permaneció callado con la mirada de desconcierto observando al cholo Abel. El oficial, después de sentir la demora, tambaleándose expresó: “Ya pues, no te hagas el muy bacán”. Abel, pronto notó la expresión de confusión de su compañero, y respondió sin demora. -Un cigarro, carajo. El Nica, ya enterado de la demanda, escupió a un lado nerviosamente y ofreció al militar un cigarrillo de tabaco negro, sin filtro y papel arroz. -¡Incas!, sonrió el milico mostrando su dentadura manchada por el exceso de nicotina. Lo encendió, dio una larga calada disfrutando del sabor y soltó el humo en la cara del Nica. -Tú sí sabes fumar loco. El Nica de nuevo arrojó una flema, pero esta vez lo hizo con seguridad de uno y otro lado. Huamán se mantenía con las manos en las bolsas del pantalón. –Uno de los oficiales, al verlo, se aproximó muy cerca de él y le gritó con enojo: “Sólo los bandidos tienen esas malas costumbres de hurgarse todo el tiempo los bolsillos. Saca las manos cholo y muéstrame tu DNI”. Huamán obedeció y agachó la mirada. Tras terminar los soldados de hacer su trabajo, dieron la media vuelta y se dirigieron por donde habían venido desapareciendo en la niebla. Se metieron a su furgoneta y partieron de prisa haciendo sonar su sirena. -Sinchis de mierda, murmuró el Chino haciéndose el ofendido. -Por un momento creí que nos pedirían una coima para no llevarnos a la zona militar. -Ya pocos quedan que no lo hacen, dijo el Serrano observando al Chino con una mirada serena. Uno de ellos, quien parecía ostentar el liderazgo y que desde su aparición permaneció silencioso, intervino. -Es hora camaradas, la mecha de la guerra popular ha dado inicio. Andando. Aquellas personas seguían con su conversación, devorándole horas a la noche, cuando giré a ver a Judith, quien permanecía con la mirada extraviada en algún lugar del mar. Me animé a rescatarla de su marasmo agitando mi mano frente a sus ojos y ella volvió en sí con un sobresalto. Me preparaba a hablar y pronto con su mano derecha me tapó la boca y se llevó el dedo índice a los labios demandando silencio. Acercó su cabeza a mi oído, y en voz baja, casi imperceptible profirió: “Aún no se han ido los senderistas”. Ante mis ojos atónitos, finalizó diciendo: “después te explico”. Ella volvió a concentrarse y yo permanecí callado durante todo el tiempo en que los senderistas concluían su reunión. Durante la conversación traté de prestar atención a los diálogos pero no entendía nada de lo que allí se estaba hablando. Segura de que ya no había nadie sobre la escollera, Judith se incorporó rápidamente, me tomó con fuerza del brazo y dijo: “Choche, vamos pronto al carro, y por ningún motivo voltees”. La fuerza del viento parecía apurar nuestro recorrido hacia el auto. Ya sobre de él, antes de dar inicio a la marcha, una intensa movilización de elementos policiales hacían chirriar las torretas, entretanto, los convoyes del ejército con sus potentes faros antiniebla alumbraban todo a su paso. Tartamudeé antes de poder preguntar sobre lo que allí estaba sucediendo. Judith, finalmente prendió el vehículo y en el trayecto colocó su mano en mi pierna para iniciar su explicación pero no hubo tiempo. En las calles todo era confusión; autos y peatones parecían andar sin rumbo. Igual que nosotros, no sabían por dónde transitar, había arterias cerradas, repletas de policías y retenes marciales. Estuvimos un gran rato allí, varados hasta que el sol empezó a despuntar. Prendí la radio para encontrar información y en todas las estaciones se escuchaba la voz de la misma locutora quien de manera mecánica y repetitiva informaba: “Un grupo de terroristas, autodenominado Ejército Revolucionario Popular, dinamitó varias torres de alta tensión saboteando las instalaciones del Estado. Además, con este hecho, anuncian oficialmente el comienzo de la lucha armada”. Judith, se puso aún más nerviosa por lo que escuchó. Conducía con dificultad y no dejaba de acariciarse el mentón. Decidí apagar la radio, al hacerlo, de un momento a otro la neblina se fue pero ahora estaba nublado dando paso a una tupida llovizna. Finalmente llegamos al barrio de Judith y a un kilómetro aproximadamente de su hogar, pudimos presenciar con sorpresa algunos perros que colgaban de los postes del alumbrado público. Judith frenó en seco. Levantó el rostro y miró absorta el vaivén de los perros con una contemplación pesada. Quedó estática, con la mirada perdida y la boca abierta. Yo permanecí mudo. No sabía qué decir. Pronto la estridencia de un claxon nos regresó al mundo, nos orillamos a la acera, y nuevamente, pero ahora de pie, observamos sobrecogidos los canes raquíticos balanceándose con la lengua purpurina de fuera. Nos metimos en el coche y Judith aceleró tan de prisa que rechinaron las llantas y el viento silbó por las ventanas. Me atreví a dar un vistazo por el retrovisor y pude distinguir a un doberman con los ojos blancos y entreabiertos que de la lengua colgaba una pancarta anunciando: ¡VIVA EL MARXISMO-LENINISMO PENSAMIENTO MAO-TSETUNG! Llegamos a la casa de Judith empapados por la garúa. Ya en el interior, sentimos una agradable sensación de respiro. No hablamos demasiado, estábamos absortos. Nos fuimos a acostar. Lo que allí ocurría, atormentó tanto mis sueños que no dormí, creo que nadie durmió. Sonaban y resonaban las sirenas con un sonido monótono y agudo hasta volverse insoportable. Para el medio día, el padre de Judith me llevó hasta al aeropuerto para regresar a mi país. Estando en la sala de espera, repentinamente hubo un apagón y en cuestión de algunos minutos se restituyó la luz, los televisores del aeropuerto se reiniciaron y posteriormente en las pantallas se transmitía un mensaje del presidente de la República: “Queridos conciudadanos, esta mañana, algunos actos de lesa humanidad han conmocionado a la nación entera. Se han perpetrado los primeros estallidos de carros-bomba, uno en el Palacio de Gobierno, y otro a pocos minutos de diferencia en el Palacio de Justicia, por tal motivo, dada la gravedad de los acontecimientos, el gobierno al que yo dignamente presido, declara el estado de emergencia”.