cAPíTULO 3
los Hijos de la conquista
Figura 2. Diego Rivera, «El arribo de Hernán Cortés 1519», 1951
Fuente: Palacio Nacional de México. Fotografía de Wolfgang Sauber.
Hacia el final del recorrido por la monumental Epopeya del pueblo mexicano
(1929-1935) y los murales indigenistas (1935-1951) que Diego Rivera pintó
en el piso superior del Palacio Nacional de México, llegamos a la escena
llamada «El arribo de Hernán Cortés 1519» (1951) (fig. 2). Este mural está
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Arqueología del mestizaje
emplazado en el predio que el propio Cortés hizo construir en el siglo xvi.
Hoy es parte del conjunto arquitectónico del Zócalo, el cual simboliza el
poder colonial instituido y su persistencia en tiempos de la nación. Allí, la
escena funciona como un recordatorio constante del impacto que tuvieron
los «hijos de españoles habidos en indias», como se llamó inicialmente a
los mestizos en las colonias hispánicas (Olaechea, 1992, p. 269), nacidos de
uniones estratégicas entre conquistadores y mujeres indígenas.
Este capítulo analiza y compara instancias en las que emergen los
sujetos mestizos en las formaciones discursivas coloniales de fines del
siglo xvi y principios del xvii. Las apariciones de estos sujetos derivaron
en la articulación de espacios discursivos mestizos y en representaciones
sobre los mestizos, con frecuencia peyorativas, tanto por parte de europeos
como de indígenas. Propongo comprender esas representaciones y
discursos como efectos del despliegue de la estrategia de mestizaje carnal
que analizamos en el capítulo precedente.
En esa dirección, podría decirse que el tema de este mural de Rivera
es la aparición del mestizo en la escena de las relaciones de poder de la
conquista como efecto del arribo de Cortés. En el mural vemos tres figuras
europeas en una situación de intercambio que se encuentran ubicadas en el
eje central del plano de la imagen, representando el núcleo de las relaciones
de poder coloniales. El conquistador, a la derecha, paga el quinto real a la
Corona, representada por un personaje situado a la izquierda que recibe el
oro. Entre ellos, un letrado empuña una pluma y escribe en un gran libro. El
triángulo que forman está rodeado por una escena que muestra a un grupo
de indígenas haciendo trabajo forzado bajo el látigo de un español y varias
figuras sometidas por la fuerza colonizadora, simbolizada por las armas.
En el plano superior izquierdo, otra figura, similar a la que representa a la
Corona, blande una espada de manera amenazante sobre el cuerpo de una
mujer indígena que se arrodilla ante la cruz y ante los pies del hombre que
la somete. En el plano inferior derecho, dos soldados españoles sostienen
a un hombre indígena maniatado y de rodillas, con sus pies sujetados por
grillos, para marcarle el rostro. El mural muestra el arribo de los discursos
de dominación, el violento ejercicio del poder de la Iglesia, de la Corona, y
por supuesto de las ambiciones personales de Cortés.
Las tres figuras centrales representan tres elementos intrínsecos de
la conquista: el oro, la espada y la pluma. El triángulo que se cierra genera
una fuerte dicotomía entre europeos e indígenas, o entre amos y esclavos
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Los hijos de la conquista
(este último es el sentido que parece sugerir la figura del único esclavo
negro en el mural). La triangulación de las figuras alude con ironía a la
Santísima Trinidad, ya que incorpora a la Iglesia y a la conversión a la
religiosidad patriarcal cristiana en la escena de dominación colonialista.
El espacio sobre el que se ciernen las tres figuras masculinas es
un círculo patriarcal que solo parece abrirse hacia los observadores y
alegoriza el espacio del poder. Pero la figura propiamente central en el
círculo es la del letrado enfrascado en el acto de escritura y registro, a
quien Rivera representa como instrumental y constitutivo del ejercicio del
poder y la dominación. Podrá recordarse aquí el argumento clásico de la
ciudad letrada de Ángel Rama (1984), quien sostiene:
Dentro de [las ciudades latinoamericanas coloniales] siempre hubo otra
ciudad no menos amurallada ni menos sino más agresiva y redentorista,
que la siguió y condujo. Es la que creo que debemos llamar la ciudad
letrada, la cual cumplía las funciones culturales de las estructuras de
poder […]. En el centro de toda ciudad [colonial], según diversos grados
que alcanzaban su plenitud en las capitales virreinales, hubo una
ciudad letrada que componía el anillo protector del poder y el ejecutor
de sus órdenes: una pléyade de religiosos, administradores, educadores,
profesionales, escritores y múltiples servidores intelectuales, todos esos
que manejaban la pluma, estaban estrechamente asociados a las funciones
del poder (p. 25).
Específicamente, la figura del letrado podría aludir al cronista Francisco
López de Gómara (1511-1559). Se trata del autor de la Historia de las Indias
y conquista de México (1553/1984), una conocida celebración de la figura de
Cortés que podemos pensar, según la tipología historia/contrahistoria
foucaultiana, como la historia de los vencedores. López de Gómara90
era un sacerdote erudito y un amigo de Cortés. Escribió la crónica sin
haber pisado las Indias, después de que el conquistador muriera en 1547,
basándose en informes y por encargo de Martín Cortés, el hijo (reconocido
como natural) mestizo nacido de la unión de su padre con doña Marina.
La primera parte está dedicada al emperador Carlos V y sirve como un
marco contextual para la segunda, dedicada al marqués del Valle, el hijo
90 Para un tratamiento más detallado de López de Gómara, su obra y lugar en el archivo
colonial, sobre todo en tensión con otros cronistas, véase Añón (2012b).
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Arqueología del mestizaje
de Cortés. Como uno de los propósitos de la obra es engrandecer al
conquistador, lo presenta como un héroe y un buen vasallo de la Corona.
La crónica tiene también descripciones relativamente detalladas de los
distintos grupos indígenas que habitaban la región, particularmente
de los mexicas. En otras palabras, López de Gómara da cuenta de los
pueblos que Cortés conquistó con el fin de enaltecer su figura. Su obra
en conjunto y el proyecto de escribir en castellano, sumados al deseo de
fungir como cronista de Carlos V, lo hacen el historiador por excelencia
del imperio Habsburgo (Jiménez, 2008). López de Gómara (1984),
siguiendo la tradición romana, sostenía que todo imperio debía tener
crónicas de sus héroes.91 En la dedicatoria a Martín Cortés, el cronista se
expresa así:
La historia dura mucho más que la hacienda, porque nunca le faltan
amigos que la renueven, ni le empecen guerras, y cuanto más se añeja,
más se precia. Acabáronse los reinos y linajes de Nino, Darío y Ciro, que
comenzaron los imperios de asirios, medos y persianos; mas duran sus
nombres y fama en las historias. Los reyes godos de nuestra España, con
Rodrigo fenecieron, más sus gloriosos hechos en las crónicas viven (p. 3).
Atento como siempre a las funciones culturales del poder, en su mural
Rivera sitúa la escritura de la historia como parte constitutiva de un
círculo de relaciones que simboliza el poder colonizador. Dicho círculo se
abre hacia los espectadores revelando cierta permeabilidad, a la vez que
su estructura central se conforma de las relaciones entre los hombres
europeos que, con la pluma, la espada y amparados en el discurso de la
religión católica, mueven y dominan el mundo material, los bienes y los
cuerpos a su alrededor. El poder se representa claramente como patriarcal.
Son tres hombres los que forman el círculo.
Rivera, comprometido con un arte para la educación política del
pueblo, representa el poder, pero muestra sus operaciones y relaciones
como inestables y fluctuantes. La fuerza desestabilizadora se ve en una
cuarta figura que Rivera pinta en un sector específico de la composición,
en el plano derecho, es decir, en el sentido del decurso del tiempo histórico
y su escritura, muy próximo al lugar central que ocupan las tres figuras
91
148 ■
Sobre López de Gómara como cronista imperial, véase Jiménez (2008).
Los hijos de la conquista
masculinas. Se trata de la figura de una mujer indígena, doña Marina,
situada a espaldas del conquistador. Ella observa el intercambio por
encima del hombro derecho del español, por eso su rostro desaparece
detrás de la figura del hombre.
Esa parcial invisibilidad sugiere la crisis de la identidad de la mujer
indígena en el escenario de la guerra de razas. Se trata del rostro de una
de las mujeres sobre las que tratamos en el capítulo anterior, fundamental
para el despliegue del dispositivo de alianza en la conquista. La posición del
cuerpo de la mujer reproduce la del hombre. Desde un lugar más alejado
del centro de poder, ella observa el intercambio. La relación que establece
Rivera entre estas dos figuras es de proximidad, de confianza (ella está a su
diestra y mira hacia adentro del triángulo), de subordinación (está detrás
de él) y de servilismo (ella carga un bulto en la mano y él carga la bolsa de
monedas). Su rostro que desaparece constituye la señal más clara de su
sumisión y de la pérdida parcial de su identidad.
En contraste con la desaparición del rostro de la madre, Rivera pinta
de frente el rostro del niño mestizo.92 Es, de hecho, solamente un rostro,
ya que, al estar envuelto en un paño, como es la costumbre indígena, no
podemos ver su cuerpo. Su rasgo más distintivo son sus grandes ojos azules,
que dirigen la mirada directamente hacia los observadores. En medio de la
escena de guerra, de esclavitud y de conversión religiosa, ese rostro mestizo
de frente desestabiliza el centro e indaga al observador. ¿Quién es el mestizo
como sujeto jurídico, religioso y cultural? ¿Cuál es su rol en el intercambio
material, en el sistema de explotación colonial? ¿Cómo entrará al espacio
de poder colonial? ¿Qué discursos desplegará? ¿Qué lugares ocupará en
el discurso de la historia? ¿Cuáles serán sus lealtades y sus estrategias de
poder? Ese sujeto y su posición en las relaciones coloniales de fines del siglo
xvi y principios del xvii son el tema de este capítulo.
Entrelugar de la historia y la contrahistoria
Los hijos mestizos formaron parte del proceso de reconfiguración de las
relaciones de poder, abriendo espacios intersticiales, o terceros espacios,
92 Utilizo el género masculino porque supongo que el niño representado es Martín Cortés,
ya que Rivera es conocido por retratar personajes históricos en sus murales. La situación de
las mujeres mestizas presenta consideraciones específicas que no abordo en este capítulo,
pero que retomo en el capítulo 4.
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Arqueología del mestizaje
en la guerra de razas llamada conquista. Mucho se ha escrito sobre esos
intersticios con relación a los mestizos, cubriendo un espectro que va desde
lo celebratorio hasta lo absolutamente peyorativo. Aquí no me detendré a
reseñar ese amplio espectro, ya que lo que me interesa indagar son esos
intersticios en tanto puntos oscilantes de articulación de subjetividades y
agencias que produjeron discursos y prácticas con impacto político en las
tramas del poder colonial. Para ello parto de la teoría de Gloria Anzaldúa
(1987) sobre el tercer elemento y la de Homi Bhabha (1984) sobre el tercer
espacio, las cuales me permiten explorar esos intersticios y desarrollar
una lectura sobre los efectos del mestizaje carnal en las funciones políticas
de discursos generalmente abordados como culturales.93
Podría decirse que Anzaldúa (1987), con su conocido ensayo-poemario
Borderlands/La frontera, produjo un punto de inflexión crucial con respecto a
cómo se conceptualizan las posiciones subjetivas poscoloniales. Al definir el
mestizaje como un estado de conciencia entre mundos, permitió resignificar
el término en tanto subjetividad y como un tercer elemento, atravesado
no solo por la raza cultural y biológica, sino también por el género sexual,
ante categorías binarias propias del imaginario colonial como colonizador
y colonizado, las cuales fueron reificándose a lo largo del tiempo. «De esta
polinización cruzada racial, ideológica, cultural y biológica, una conciencia
“alien” se está haciendo una nueva conciencia mestiza, una conciencia de
mujer. Es una conciencia de la Frontera» (p. 77, traducción mía, cursivas en
español en el original). Esta configuración de la conciencia mestiza o tercer
elemento es el resultado de una operación, no poco problemática, realizada
por Anzaldúa, que conllevó entre otras cosas una apropiación libre de la
idea de raza cósmica de Vasconcelos: «José Vasconcelos, filósofo mexicano,
visualizó una raza mestiza, una mezcla de razas afines, una raza de color —la
primera raza síntesis del globo—. La llamó una raza cósmica, la raza cósmica,
una quinta raza que abraza las cuatro principales razas del mundo» (p. 97,
traducción mía, cursivas en español en el original). La propia Anzaldúa
aclara en una nota del texto que su interpretación de Vasconcelos es en
realidad un acto de apropiación: «Este es mi propio “arranque” sobre la idea
de José Vasconcelos» (p. 97, traducción mía). Anzaldúa toma de Vasconcelos
el modelo de mestizaje como proceso de mezcla racial y biológica para
proponer un espacio subjetivo nuevo e incluyente:
93 Sobre el problema de los abordajes culturalistas en los estudios coloniales, véanse
Verdesio (1997, 2012) y Catelli (2013), donde retomo esta línea de discusión.
150 ■
Los hijos de la conquista
En el intento de elaborar una síntesis, el ser ha agregado un tercer elemento
que es mayor que la suma de sus partes cortadas. Ese tercer elemento es
una nueva conciencia —una conciencia mestiza— y a pesar de que esta
es una fuente de intenso dolor, su energía viene del movimiento creativo
continuo que sigue descomponiendo el aspecto unitario de cada nuevo
paradigma (p. 80, traducción mía).
La conciencia mestiza es el resultado de un proceso por el cual el sujeto
colonial produce un tercer elemento cuya característica esencial es la
continua ruptura de cualquier paradigma identitario que pretenda ser
unitario, el cual, por otro lado, es mayor que las partes que conforman y
dividen a ese sujeto.
Si bien esta apropiación resulta productiva, también es problemática
en la medida en que no solo celebra la idea de mestizaje de Vasconcelos,
sino que además pierde de vista el problema del poder y la violencia
colonial a favor de una conciencia creativa que justifica el «intenso dolor»
de ser mestiza. Borderlands/La frontera ha sido blanco de varias críticas
por la manera en que se apropia de algunos elementos de la cultura
precolombina y los transforma con el fin de hacerlos parte del proceso
creativo de la conciencia mestiza. A propósito de esas críticas, en su
detenido análisis de la recepción del texto, Yvonne Yarbro-Bejarano (1994)
ha observado:
Otro sitio privilegiado para la construcción de la conciencia fronteriza es
Coatlicue, la Señora de la Falda de Serpientes, una deidad precolombina
similar a la Kali de la India en su fusión no dualista de opuestos —
destrucción y creación, masculino y femenino, luz y oscuridad—. El
énfasis del texto en Coatlicue ha disparado la crítica de que Anzaldúa
comprime y distorsiona la historia mexicana. Mientras los mexicanistas e
historiadores tienen buenos motivos para estar molestos con la libertad
con que Anzaldúa maneja la historia precolombina, me da la impresión
de que el texto está menos interesado en la precisión histórica que en la
apropiación y redefinición imaginativa de Coatlicue en función de la creación
de un nuevo mito, definido textualmente como «un cambio en el modo
en que percibimos la realidad, el modo en que nos vemos a nosotros
mismos, y los modos en que nos comportamos (80)» (p. 15, traducción y
énfasis míos).
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Arqueología del mestizaje
Este pasaje de Yarbro-Bejarano destaca que las estrategias de apropiación
que despliega Anzaldúa, aun a costa de comprimir y distorsionar la
historia precolombina, tienen como función la creación de un nuevo mito
que sea capaz de propiciar cambios en lo que Rivera Cusicanqui (2010),
utilizando el concepto de Bourdieu, llama los habitus del colonialismo
interno, los cuales vincula con el mestizaje (p. 117). Es allí donde Anzaldúa
esboza un proyecto político para el feminismo chicano.
Es curioso que en este punto Anzaldúa reproduzca el gesto
providencialista de Vasconcelos, aunque desde otro lugar de enunciación.
Tanto en La raza cósmica como en Borderlands, hay una apropiación y una
distorsión del pasado. Recordemos que Vasconcelos escribe desde un
lugar de enunciación criollo y nacionalista, en beneficio del espíritu de la
raza y de la nación. Desde el lugar de enunciación de la chicana, Anzaldúa
se apropia del modelo de Vasconcelos, pero en beneficio de la creación
de una conciencia mestiza. Ambos son proyectos políticos a futuro,
impulsados a partir de un olvido activo a nivel subjetivo, más palpable
en el caso de Anzaldúa (1987), cuyo modelo requiere tolerancia ante la
ambivalencia y lo contradictorio, ya que aspira a lograr una síntesis:
«Adoptar la posición de sujeto de la “nueva mestiza” requiere desarrollar
tolerancia ante las contradicciones, tolerancia ante la ambigüedad […],
ella no solo sostiene contradicciones, convierte la ambivalencia en algo
más» (p. 79, traducción mía).
La pregunta radica en qué puede aportar el modelo de tercer elemento
de Anzaldúa a la propuesta de una arqueología del mestizaje, aun teniendo
en cuenta que produce ciertas distorsiones del pasado. Más allá del
proyecto político específico propuesto por Anzaldúa,94 el cual demanda
ser entendido en sus propios términos, su concepción de cómo se forma
la conciencia mestiza revela que, entre las estrategias discursivas que
utiliza la mestiza, la apropiación y la redefinición del discurso histórico
y la mitología hegemónicos son aspectos cruciales. Es interesante notar
que Anzaldúa, de modo similar a Fanon, pero desde la nueva conciencia
de la mestiza, muestra el poder de los discursos y los imaginarios en la
vida política y los cuerpos de los sujetos poscoloniales (Catelli, 2017b;
De Oto, 2018; De Oto y Catelli, 2018; Rivera Cusicanqui, 2010). Comparar
los mestizajes de Vasconcelos y Anzaldúa nos permite advertir que las
94 Sobre el proyecto político de Anzaldúa, véanse Yarbro-Bejarano (1994, p. 15), Alarcón
(1990, pp. 248-55).
152 ■
Los hijos de la conquista
implicaciones políticas del despliegue de discursos similares pueden
variar según las configuraciones de poder y de los sujetos que las utilicen.
Al mismo tiempo, la comparación sigue un hilo conductor que visibiliza los
efectos subjetivos, discursivos e imaginarios de la estrategia de mestizaje
en distintos escenarios y en la larga duración de la colonialidad.
Para profundizar un poco más respecto de los efectos producidos por
el mestizaje carnal, cabe detenernos brevemente en la teoría del tercer
espacio de Bhabha, la cual nos permite matizar algunas conceptualizaciones
binarias del discurso colonial y de las nociones ontologizadas del sujeto
mestizo. No me detendré aquí en los detallados aspectos crítico-teóricos
que Bhabha desarrolla en torno a esta noción, la cual emerge en el contexto
de una problematización de la oposición teoría/práctica política. Bhabha
(2002) la resume así:
[Una toma de] posición sobre los márgenes móviles del desplazamiento
cultural (que confunde cualquier sentido profundo o «auténtico» de una
cultura «nacional» o un intelectual «orgánico») y preguntar cuál podría
ser la función de una perspectiva teórica comprometida, una vez que se
toma como punto de partida paradigmático la hibridez cultural e histórica
del mundo poscolonial (p. 41).
Según Bhabha, el tercer espacio define un entrelugar en situaciones
coloniales. Es el espacio intersticial donde se produce la diferencia cultural,
es decir, «un proceso de significación mediante el cual las afirmaciones
de la cultura y sobre la cultura diferencian, discriminan y autorizan la
producción de campos de fuerza, referencia, aplicabilidad y capacidad»
(2002, p. 54, énfasis en el original). Para comprender la significación de
estos postulados con relación al desarrollo de nuestra propia condición
poscolonial, atravesada por el mestizaje y por el colonialismo interno, es
crucial destacar el aspecto político que se configura en ese tercer espacio
signado por la ambivalencia, tal como lo concibe Bhabha (2002):
Sólo cuando comprendemos que todas las proposiciones y sistemas
culturales están construidos en este espacio contradictorio y ambivalente
de la enunciación, empezamos a comprender por qué los reclamos
jerárquicos a la originalidad o inherente «pureza» de las culturas
son insostenibles, aun antes de recurrir a las instancias empíricas
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Arqueología del mestizaje
históricas que demuestran su hibridez. La visión de Fanon del cambio
político y cultural revolucionario como un «movimiento fluctuante» de
inestabilidad oculta, no pudo ser articulado como práctica cultural sin
un reconocimiento de este espacio indeterminado de los sujeto(s) de la
enunciación (p. 58).
Me gustaría vincular ese tercer espacio, marcado por la ambivalencia
y la negociación entre culturas en conflicto, con posiciones discursivas
mencionadas por Bhabha (2002, p. 58) y agencias que tensionan sentidos
«auténticos», teleológicos y providencialistas de la identidad mestiza, como
los que detecto en Vasconcelos y en Anzaldúa, aunque de otro modo, los
cuales pueden ciertamente extenderse a muchos otros ejemplos. Sigo aquí
el movimiento de sujeto a agencia que ha propuesto José Antonio Mazzotti
(2008) con relación a los criollos, para dar cuenta de su relacionalidad y
posicionalidad. Las agencias se forjan, definen y redefinen de manera no
lineal, muchas veces atravesadas por la ambivalencia, y alcanzan múltiples
planos, como el económico, el político y el discursivo (p. 93).
En lo que sigue, mi objetivo es explorar algunas características de
ciertos discursos sobre los sujetos mestizos, y discursos y prácticas de
agencias mestizas que surgen a fines del siglo xvi y principios del xvii, para
analizarlos comparativamente, con relación a discursos coloniales oficiales,
así como contrahistorias narradas desde un punto de vista indígena. Una
manera de hacer esta exploración es advertir el despliegue de las estrategias
discursivas de apropiación, distorsión y creación de una nueva mitología
presentes en el ensayo de Anzaldúa. Otra aproximación implica el modelo de
tercer espacio de Bhabha, que nos sirve para visibilizar los efectos políticos
de la posicionalidad intersticial de los mestizos como sujetos del discurso y
como agentes de la diferencia cultural colonial.
Los casos de mestizos sobre los que trata este capítulo son el de
Domingos Fernandes Nobre/Tomacaúna, de Brasil, y el de Gómez Suárez
de Figueroa/Inca Garcilaso de la Vega, de Perú. En otra sección, analizo
algunos pasajes de la Primer nueva corónica y buen gobierno (1615) del autor
yarovilca Felipe Guaman Poma de Ayala, también de Perú, quien expresa
una perspectiva indígena negativa sobre los mestizos. Mi análisis se
enfoca en las formas de articulación de los sujetos mestizos en el discurso,
el uso de referencias prácticas y culturales de tradiciones en pugna como
herramientas retóricas estratégicas para negociar posiciones subjetivas, y
154 ■
Los hijos de la conquista
las aparentes contradicciones de sus posiciones ante culturas y estructuras
sociopolíticas en imbricación y en guerra.95 ¿Cómo se configuran las
identidades de los mestizos? ¿Qué discursos producen estos sujetos en
el entrelugar de la historia colonial? ¿Qué entrelugares del entramado
sociocultural colonial hacen visibles en tanto ellos se constituyen como
agentes socioculturales y políticos? ¿Qué inquietudes y ansiedades
provocan desde esos terceros espacios que se encarnan en ellos, en sus
cuerpos?
La idea de un tercer espacio nos remite a un entrelugar de los discursos
históricos coloniales que se expresa entre dos modos que Foucault
(2014) llama «discurso histórico» y «contrahistoria»,96 una tipología
que, como veremos, resulta crucial para comprender la emergencia y la
posicionalidad de las agencias mestizas. Así se refiere Foucault al discurso
histórico:
Doble papel: por un lado, al contar la historia, la historia de los reyes,
los poderosos, los soberanos y sus victorias (o, eventualmente, de sus
provisorias derrotas), se trata de vincular jurídicamente a los hombres al
poder mediante la continuidad de la ley, que se pone de relieve dentro de
ese poder y en su funcionamiento; vincular, por lo tanto, jurídicamente a
los hombres a la continuidad del poder y por la continuidad del poder. Por
el otro, se trata también de fascinarlos con la intensidad, apenas tolerable,
de la gloria, de sus ejemplos y sus hazañas. El yugo de la ley y el brillo de la
gloria me parecen las dos caras mediante las cuales el discurso histórico
aspira a suscitar cierto efecto de fortalecimiento del poder. La historia,
como los rituales, las consagraciones, los funerales, las ceremonias, los
relatos legendarios, es un operador, un intensificador del poder (p. 68).
En este pasaje se refleja lo que advertíamos respecto de la figura de
López de Gómara, cronista de Cortés, en el mural de Rivera. Pero hay
otros puntos que quiero comentar en detalle, también iluminados por el
95 Aquí no trabajo con materiales de la conquista de México, aunque la estrategia de
mestizaje produjo efectos que han de analizarse en función de la especificidad de esta
situación de conquista y la trama discursiva resultante. Puede consultarse el estudio de
Añón (2012a), que tiene algunos puntos de contacto con la lectura que presento acá y podría
propiciar algunas comparaciones y matices necesarios.
96 Foucault usa «contrahistoria» y «discurso de la guerra de razas» intermitentemente,
pero, para evitar confusión con «guerra de razas» y caer en cierta redundancia, en mi
análisis utilizaré «contrahistoria».
■ 155
Arqueología del mestizaje
mural. Primero, para Foucault el fin de la Edad Media está signado por el
surgimiento del discurso de la guerra de razas y por el advenimiento de lo
que llama el «principio de heterogeneidad»:
El postulado de que la historia de los grandes contiene a fortiori la
historia de los pequeños, el postulado de que la historia de los fuertes
acarrea consigo la historia de los débiles, va a ser sustituido por un
principio de heterogeneidad: la historia de unos no es la historia de los
otros (p. 71).
Con respecto al caso colonial americano, el surgimiento de una
contrahistoria o el discurso de la guerra de razas puede detectarse, por
ejemplo, en textos como la Ynstrucción (1570), de Titu Cusi Yupanqui, en
el reclamo por la manera en que los españoles usurpan el poder en el
Perú, interrumpiendo las panacas, tal como se vio en el capítulo anterior.
Titu Cusi produce una narrativa de la resistencia a través del tema de la
ilegitimidad de la casta mestiza que crean los españoles al tomar a las
mujeres incas nobles e interrumpir las panacas. A partir de esta vision des
vaincus colonial, la definición de contrahistoria se complejiza, ya que Titu
Cusi advierte acerca de la amenaza de un tercer e ilegítimo espacio de
poder, el cual tendrá su contraparte discursiva, mientras que la tipología
de Foucault (2014) es binaria:
En este aspecto la historia que surge entonces, la historia de la lucha de
la guerra de razas, es una contrahistoria. Pero creo que también lo es de
otra manera, aún más importante. En efecto, esta contrahistoria no sólo
disocia la unidad de la ley soberana que obliga, sino que, por añadidura,
fractura la continuidad de la gloria. Pone de relieve que la luz —ese
famoso deslumbramiento del poder— no es algo que petrifica, solidifica,
inmoviliza al cuerpo social en su totalidad, y por consiguiente lo mantiene
en el orden, sino que, en realidad, es una luz que divide, ilumina de un
lado pero deja en la sombra o expulsa a la noche otra parte del cuerpo
social. Y la historia, la contrahistoria que nace con el relato de la lucha de
razas, va a hablar precisamente del lado sombrío, a partir de esa sombra.
Va a ser el discurso de quienes no poseen la gloria o de quienes la han
perdido y ahora se encuentran, quizás transitoriamente pero sin duda
durante largo tiempo, en la oscuridad y el silencio (pp. 71-72).
156 ■
Los hijos de la conquista
Es justamente en esa caracterización binaria donde se abre el espacio que
he llamado entrelugar de la historia, en el cual se articulan los discursos
y las agencias de los mestizos. Esto no quiere decir que se trate de una
discursividad unitaria, estable u homogénea, sino más bien todo lo
contrario. Ese espacio, un espacio de poder, está determinado por una
ambivalencia irreductible que a la vez hace visible el entretejido de las
relaciones de poder coloniales. Se trata también de un espacio de violencia
donde se actualiza permanentemente el estado de guerra de la sociedad
de la conquista. Visto como una agencia intermediaria en el contexto de la
guerra de razas, el mestizo da un nuevo sentido a la idea de Foucault (2014)
de que «no hay sujeto neutral. Siempre se es, forzosamente, el adversario
de alguien» (p. 56). Esta es la condición que se traslada al discurso histórico
mestizo, entrelugar de la historia y la contrahistoria.
El segundo punto a subrayar con respecto a la distinción de Foucault
(2014) entre historia y contrahistoria es la mención de un elemento
performativo que intensifica el poder, el cual también encontramos
en el tercer espacio. Según Foucault, «la historia, como los rituales, las
consagraciones, los funerales, las ceremonias, los relatos legendarios, es un
operador, un intensificador de poder» (p. 68). La comparación nos invita
a pensar en situaciones, algunas performativas, otras no, pero siempre
escriturarias, mediante las cuales los mestizos, no siempre letrados,
ejercieron el poder en el entramado social y cultural de la colonia.97
Como sugerí más arriba, para ampliar el modelo de sujeto puede
resultar productivo concebir a los mestizos como agentes de esos terceros
espacios, en el sentido poscolonial de agencia que propone Bhabha, el
cual Margarita Zamora (1999) adapta para los estudios coloniales como
97 He desarrollado (Catelli, 2013) esta arista sobre la relación entre escritura, materialidad,
cuerpo y performatividad en un escrito sobre las lecturas que se han hecho de Guaman Poma como
sujeto letrado: «En los estudios coloniales, la distinción entre “ciudad letrada” y “ciudad real”
que estableció Rama y su explícito enfoque en la primera han contribuido a limitar los análisis
al orden de los signos y de lo simbólico y a ignorar “la parte material, visible y sensible, del orden
colonizador” (1984, p. 32). Si pretendemos continuar o retomar el proyecto de la descolonización
de los estudios coloniales, es necesario identificar ciertas limitaciones que continúan vigentes
y dificultan el proceso de descolonización y de “cambio de paradigma” que se planteó en los
ochenta. Volcar nuestra atención hacia aspectos materiales y subjetivos que no son compre(h)
endidos por la mirada filológica y entablar diálogo con otras disciplinas y vertientes críticoteóricas, como el giro descolonial, son dos vías posibles, sobre las que sería productivo avanzar.
Al mismo tiempo, dichas disciplinas y vertientes teóricas tendrían mucho que ganar de un
diálogo con los estudios coloniales, que en los últimos treinta años han avanzado enormemente
en la dirección del análisis de discurso, por un lado, y en algunos casos, más aislados, en la del
análisis del poder colonial, sobre todo desde las perspectivas de raza/etnia, género y sexualidad.
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Arqueología del mestizaje
«aquel que es capaz de una acción deliberativa e individual (de palabra
o acción)» (p. 191). Por su parte, Rocío Quispe-Agnoli (2004) señala que,
si bien Bhabha plantea la noción de agencia en un contexto poscolonial,
para Zamora es necesario considerar el impacto de la acción para aplicar
la definición de Bhabha al contexto colonial hispanoamericano. QuispeAgnoli, citando a Zamora con respecto a ese traslado de lo poscolonial a lo
colonial hispanoamericano, apunta:
Para que la definición poscolonial de Bhabha sea útil en un contexto
colonial, sin embargo, también debe tenerse en cuenta el impacto o los
resultados de la acción. En intercambios predicados sobre el ejercicio
del poder, en la imposición de la voluntad de uno por encima de la de
otro, la eficacia de la acción y el impacto de las palabras son al menos tan
significativos como las dimensiones deliberadas o intencionales (p. 228,
traducción mía).
La noción colonial de agente puede ser profundizada más aún mediante
el análisis comparado que hago en este capítulo entre la agencia mestiza
hispanoamericana y la brasileña. ¿Cómo actúan estas agencias como parte
de las relaciones de poder de la guerra de razas? ¿Cuáles son los efectos de
las agencias mestizas en ese contexto? En el resto del capítulo propongo un
análisis de las agencias mestizas a partir de tres conceptos (ambivalencia,
repulsión y apropiación) que podemos decir que caracterizan, desde
dentro, fuera y a través, el tercer espacio de los mestizos.
Mestizaje y ambivalencia: los mamelucos
Comenzaremos el análisis de las agencias mestizas desde Brasil, un
lugar poco frecuentado por los estudios coloniales hispánicos,98 con
el objetivo de propiciar una comparación que producirá matices en
el análisis del mestizo hispánico. En la colonia portuguesa de Brasil,
Visto como parte de este escenario, el concepto de ciudad letrada, sin una importante vuelta
de tuerca, resulta insuficiente para encauzar perspectivas otras en nuestros estudios, y
limitante en lo que se refiere a la inclusión efectiva de artefactos híbridos y no europeos, no
necesariamente escriturarios, tanto en el canon colonial como en nuestros marcos epistémicos.
Al mismo tiempo, creo que también es posible desarrollar estrategias de análisis textual que se
enfoquen en aspectos físicos o materiales que ingresan en los textos coloniales y establecer un
diálogo interdisciplinario desde nuestro campo de estudios» (p. 69).
98 Hay algunos investigadores que trabajan de manera comparada. Costigan (1997) traza una
158 ■
Los hijos de la conquista
los mestizos hijos de mujeres indígenas y colonos portugueses fueron
llamados mamelucos. El origen del término, que en el siglo xvi se
escribía mamaluco, presenta cierta controversia, con respecto a la cual
Ronaldo Vainfas (1995) señala:
Maxime Haubert afirma que alguns ligam a palavra ao vocábulo tupi
maloca (a morada dos índios), termo por vezes utilizado para designar
a expedição apresadora que celebrizaria os própios mamelucos. Outros
lembran que o termo era de uso corrente no Portugal medieval, usado para
designar os mestiços portugueses e mouros, e posteriormente adaptado
para os mestiços de brancos e índias no Brasil. A opinião predominante é,
contudo, a de que a palavra mameluco foi atribuída àqueles mestiços pela
sua ferocidade na caça aos escravos.
A última versão parece ser, com efeito, a mais consistente, o que não
exclui a hipótese de a palavra ter sido usada no medioevo português para
designar os filhos de cristãos e mouros. Mameluco é palavra de origem
árabe, mamluk, que significa «escravo, pajem, criado» —segundo Aurélio
Buarque de Holanda—, mas é o arguto Antônio Moraes Silva quem
fornece a chave para esclarecer de vez a questão, ao dizer que mamelucos
«eram turcos criados nas artes da guerra». A palavra vulgarizou-se
em Portugal possivelmente na Idade Média, derivando do termo árabe
denotativo da facção de escravos turcos que, engrossando as fileiras do
exército musulmano no Egito, acabaria por fundar uma dinastia afamada
por sua tirania da região. Nossos mamelucos colonias (para não falar dos
mestiços reinóis) herdaram, pois, no próprio nome, a fama de violência
dos guerreiros turco-egípcios (pp. 141-142).
Hay que destacar que, en Brasil, mameluco era considerado sinónimo de
mestiço. En la História do Brasil (1627/1954) de fray Vicente do Salvador
se equiparan del siguiente modo: «Mamalucos chamamos os mestiços,
que são filhos de brancos e índias» (p. 180). En esta obra, considerada
la primera historia oficial de Brasil, el mameluco es la figura central del
capítulo vigésimo del segundo libro, el cual trata sobre las entradas de los
portugueses al sertão, que se hacían para capturar indios y esclavizarlos:
«Das entradas que neste tempo se fizeram pelo sertão» (p. 180). Fray
Vicente relata:
arqueología de lo que llama una «exclusión mutua» (p. 13). Véase también Voigt (2005, 2006).
■ 159
Arqueología del mestizaje
Deu o governador as licenças que lhe pediram pera mandarem ao sertão
descer índios por meio dos mamalucos, os quais não iam tão confiados
na eloqüência que não levassem muitos solados brancos e índios
confederados e amigos, com suas frechas e armas, com as quais, quando
não queriam por paz e por vontade, os traziam por guerra e por força.
Mas ordinariamente bastava a língua do parente mamaluco (p. 180).
Lo anterior quiere decir que, como sugiere Vainfas (1995), la figura del
mestizo en Brasil se asoció desde un principio con la feroz habilidad
guerrera de los turcos. Sin embargo, como expresa fray Vicente, el
mameluco era un mestizo guerrero que, además de dominar las armas,
también hacía uso de la elocuencia, o sea, de estrategias retóricas y de su
conocimiento de las lenguas indígenas para reducir a los indios del interior.
Si los indios no querían acompañar a los captores «por paz e vontade»,
entonces eran reducidos «por guerra e por força». En este pasaje hay
por lo tanto una notable equiparación del manejo de los mamelucos de la
lengua y de las armas, además de los lazos de parentesco, que fray Vicente
también resalta. El uso de la lengua se asocia con la paz y la voluntad —
la política—, mientras que el uso de las armas se asocia con el uso de la
fuerza —la guerra—.
Podemos ver, a partir de las impresiones de fray Vicente (1954), que
en el espacio colonial tanto las armas como la lengua eran las dos caras
de una misma relación de dominación. En el caso brasileño, es evidente
la condición del mestizo como agencia intermediaria que con frecuencia
toma partido por el imperio, en una situación de lucha en que la lengua se
consideraba un recurso estratégico. El bilingüismo se relaciona aquí con
un sentido táctico y guerrero. El valor de ese recurso se puede advertir en
algo que ya ha sido señalado por Vainfas (1995), quien utiliza una frase del
propio fray Vicente para plantear que sin la intervención de los mamelucos
los portugueses hubieran seguido «aranhando a praia como caranguejos»
(p. 142), expresión que describe la práctica colonial portuguesa de
establecer feitorias a lo largo de la costa sin incursionar hacia el interior.
La contribución de los mamelucos en el periodo de la conquista de
Brasil fue facilitar las entradas al oeste y funcionar como guías por el
sertão e intérpretes de las lenguas y culturas indígenas, desconocidas
por los portugueses. Como sugiere Vainfas (1995), esta participación de
los mamelucos en la colonización se hizo posible por su conocimiento de
160 ■
Los hijos de la conquista
la llamada «lengua general» de Brasil —el tupí— y por su apego a las
tradiciones y los conocimientos recibidos en el seno de la cultura materna
indígena. Estos, señala el mismo autor, eran conocimientos prácticos que
iban desde la utilización de hierbas curativas y cómo abrir caminos hasta
el uso del arco y la flecha:99
Criados por suas mães índias, quer no seio da cultura nativa, quer nos
núcleos de colonização, os mamelucos herdaram dos nativos o savoir
faire necessário às lides do chamado sertão. Herdaram o conhecimento
da geografia, o modo prático de abrir trilhas na floresta, de contornar o
perigo das feras e cobras, de utilizar ervas terapêuticas com a desenvoltura
de curandeiros (pajés). Herdaram o saber e as técnicas guerreiras, em
especial o manuseio do arco e flecha, arma por vezes mais eficiente que
a espingarda ou o arcabuz europeu. Herdaram, enfim, o conhecimento
da língua a que os jesuítas chamavam a «mais geral falada na costa do
Brasil», o que fazia deles intérpretes por excelência do colonizador
português (pp. 142-143).
Los indígenas eran la fuente de los conocimientos que los europeos
apreciaban en los mestizos en tanto recursos estratégicos para la
expansión. A la vez, los europeos consideraban que los indígenas eran
bárbaros. El prejuicio se percibe claramente en el siguiente pasaje de
fray Vicente (1954), que comenta la supuesta procedencia del «gentio do
Brasil»:
Esta gente veio de outra parte, porém donde não se sabe, porque nem entre
eles há escrituras, nem houve algum autor antigo que deles escrevesse
[...]. O que de presente vemos é que todos são de cor castanha e sem barba,
e só se distinguem em serem uns mais bárbaros que outros (posto que
todos são assaz) (p. 77).
La barbarie indígena se asocia en este pasaje con la falta de escritura
alfabética y de historia. Como sabemos, sin embargo, este prejuicio ante
99 El historiador brasileño Sérgio Buarque de Holanda recopila en Caminhos e fronteiras
(1957) muchos de esos conocimientos prácticos. Dice Vainfas (1995) sobre este texto:
«Encontra-se ali o essencial de uma etno-história dos mamelucos, bandeirantes e sertanistas
que se moviam com rara destreza diante dos perigos da mata» (p. 142).
■ 161
Arqueología del mestizaje
las lenguas indígenas y la oralidad se manifestó tanto en la colonización
hispánica como en la portuguesa. Recordemos, por ejemplo, la
frustración de los religiosos peninsulares frente a la transmisión oral
de relatos en la Relación acerca de las antigüedades de los indios (1498),
sobre la que traté en el capítulo 2. Cuando Pané entrevista a los taínos,
se encuentra con que estos le relatan varias versiones diferentes del
mito de origen. Al traducir y transcribir las informaciones que recibe,
Pané, como fray Vicente, relaciona la falta de escritura con la falta
de una historia lineal y con la falta de raciocinio, lo cual torna a los
indígenas en bárbaros.100
Sin embargo, la oralidad no se entenderá solo como ausencia de
escritura, sino como una característica que fray Vicente (1954) considera
positiva: la elocuencia. No obstante, se trata de una elocuencia defectuosa
desde el punto de vista del religioso. La ausencia de los fonemas /f/, /l/ y
/r/ en la lengua tupí se interpreta como falta de «letras» y como falta de fe,
ley y rey, es decir, civilidad:
E sem falta são mui eloqüentes e se prezam alguns tanto disto que,
da prima noite até pela manhã, andam pelas ruas e praças pregando,
excitando os mais à paz ou à guerra, ou trabalho, ou qualquer outra coisa
que a ocasião lhes oferece, e, entretanto que um fala, todos os mais calam
e ouvem com atenção. Mas nenhuma palavra pronunciam com f, l, ou
r, não só das suas mas nem ainda das nossas, porque, se querem dizer
Francisco, dizem Pancicu e, se querem dizer Luís, dizem Duí; e o pior é que
também carecem de fé, de lei e de rei,101 que se pronunciam com as ditas letras (p.
78, énfasis mío).
El señalamiento de estas carencias, un tropo que se repite una y otra vez
en los textos de la conquista, se entiende a partir de una tipología de la
100 Desde el comienzo de su relación, Pané (1988) pone en entredicho la veracidad de la
mitología taína y la efectividad de la transmisión oral, la cual le resulta desordenada. Según
él, el problema es la falta de escritura: «Todo esto les han hecho creer sus antepasados,
porque ellos no saben leer, ni contar hasta más de diez» (p. 38). Más adelante afirma: «Como
los indios no tienen letras, ni escrituras, no saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo
escribirlas con exactitud. Por lo cual creo que pongo primeramente lo que debía ser lo último,
y lo último lo que debía estar antes; pero todo lo que escribo es según me lo contaron, y por
tanto, yo lo refiero como lo supe de los indios» (p. 45).
101 Podemos encontrar esta especie de aforismo eurocéntrico de conquista también en
francés (sans roi, sans loi, sans foi), en escritos de los siglos xvi y xvii, por ejemplo, en la
relación de André Thevet (Parker Brienen, 2006, p. 81).
162 ■
Los hijos de la conquista
barbarie trazada por Bartolomé de las Casas (1559?) en Apologética historia
sumaria (Mignolo, 2000, p. 36), aunque, como lo ha señalado Lepe-Carrión
(2016), dicha tipología cuenta con una genealogía mucho más antigua
cuyas primeras construcciones pueden hallarse en la Ilíada de Homero (pp.
26-27). Para comprender este tropo de la carencia en los textos coloniales
de los siglos xvi y xvii es necesario destacar la configuración romana de la
idea de barbarie y la relación estrecha que se establece en torno a la lengua
—el latín—, su escritura y sus funciones de poder, tal como se sintetiza
en el triángulo foucaultiano de poder, verdad y derecho (Foucault, 2014,
pp. 33-47) y en el círculo de poder que representa Rivera (1951) en el mural
que analizamos más arriba. Los bárbaros serán, como indica Lepe-Carrión
(2016)
quienes desconozcan el latín como lengua oficial durante el Imperio
Romano o, más bien, quienes habiten fuera de los límites de Roma;
es decir, no se es bárbaro por desconocer la lengua latina, sino, por no
habitar los perímetros de su habla cotidiana, por estar fuera del orden
legal romano; el logos se convierte así en la ley, en el derecho (p. 30).
El pasaje de fray Vicente (1954) citado un poco más arriba y su
apreciación sobre los mamelucos puede leerse entonces a partir de estas
configuraciones en torno a la idea de barbarie. A la vez, revelan que se
le otorgaba un valor estratégico al conocimiento de las lenguas indígenas
que tenían los mestizos de primera generación. Pero esta valoración, es
necesario destacarlo, es concurrente con el prejuicio que había contra las
lenguas indígenas y la oralidad, interpretada como carencia de «locución
literal» (Mignolo, 2000, p. 37) y, en consecuencia, como carencia de ley.
Algo similar sucedería con la habilidad guerrera, sobre todo en los grupos
indígenas en los que había una tradición de este tipo, tanto en las colonias
portuguesas como en las hispánicas. La «ferocidad e ingobernabilidad»
(Mignolo, 2000, p. 37) se corresponden con un tipo de bárbaro, «aquellos
que no saben gobernarse a sí mismos ni pueden ser gobernados» (Mignolo,
2000, p. 37).
A pesar de los defectos de su lengua y la vileza de su cultura, los
bárbaros mamelucos tenían un enorme valor estratégico para la empresa
colonial. Esta situación resultó en complejas adhesiones culturales,
religiosas y guerreras de los mestiços, que supieron captar esas tensiones
■ 163
Arqueología del mestizaje
y utilizarlas para negociar posiciones de poder. Vainfas (1995) cita varios
casos de mamelucos que llevaban vidas dobles (pp. 139-159), las cuales
investiga a través de devassas —casos inquisitoriales—. Uno de estos es
el de Domingos Fernandes Nobre. Nacido en Pernambuco alrededor de
1546, era hijo de un pedrero portugués y una indígena bautizada Joana. Su
madre lo crio entre los colonos y, por eso, fue bautizado y educado bajo la
doctrina cristiana. A los dieciocho años, Domingos decidió abandonar el
litoral y adentrarse en el sertão, donde vivió hasta los treinta y cinco años.
Agregó a su nombre cristiano el tupí Tomacaúna, que pasó a formar parte
de su nombre completo (un gesto que veremos también en el cambio de
nombre de Gómez Suárez de Figueroa a Inca Garcilaso de la Vega, sobre
quien trataré en la sección de este capítulo que dedico al mestizo peruano).
Como observa Vainfas (1995):
Indígena por parte de mãe, pelo nome e por falar tupi, Domingos
Tomacaúna o seria no corpo, todo ele tatuado, sinal de que o mameluco
se transformara en grande guerreiro nativo. Guerreiro que fizera muitos
prisioneiros e, consequentemente, os executara com tacape —cerimônia
que preludiava a antropofagia ritual dos tupi— (p. 143).
Cada uno de los tatuajes que para Vainfas señalaban la transformación de
Domingos a Tomacaúna era hecho por los tupíes como parte del ritual de
la antropofagia (pp. 143-144). En las guerras entre grupos indígenas, en
este caso entre tupinambá y tupiniquim, los enemigos que se capturaban
eran sacrificados en estos rituales. Jean de Léry,102 el joven calvinista
francés que vivió por dos años entre los tupíes y fue testigo de vista de
muchos de sus rituales,103 describía que quienes ejecutaban los sacrificios
se retiraban a sus chozas para realizarse incisiones en distintas partes del
cuerpo. Las incisiones indicaban las víctimas sacrificadas y aumentaban
la reputación del guerrero.
102 Para más información y análisis de la obra y la experiencia relatada por Jean de
Léry, véanse Whatley (1989, pp. 15-25), Castro-Klarén (1997), De Certeau (1993, pp.
203-221).
103 El estudio clásico es el de Fernandes (1989), quien explica con respecto a este ritual en
particular que los cortes representaban un acto expiatorio (p. 237). Vainfas (1995) también
señala que «se o guerreiro não a fizesse, derramando o próprio sangue, tinha por certo que
também ele morreria; o flagelo significava também o sentimento de pessar pela morte dos
parentes devorados pelo inimigo; era, enfim, um protesto de vingança contra as ameaças que
a vítima do sacrifício lançava ritualmente contra o própio matador» (p. 144).
164 ■
Los hijos de la conquista
Las numerosas incisiones que marcaban el cuerpo de Domingos Tomacaúna
eran señal de que este cristiano había sido también un gran guerrero y había
matado y comido a muchos enemigos. Pero, además de eso, sus tatuajes —
un tipo de escritura bárbara hecha con tinta negra de jenipapo— significan
su condición, múltiple y fluctuante, de adversario: por un lado, los tatuajes
lo marcan y lo hacen legible como enemigo de los guerreros que capturó,
sacrificó y comió; por el otro, lo señalan como adversario cultural y religioso
de los europeos, para quienes esas marcas indicaban la máxima expresión
de la barbarie: la antropofagia.104 Sin embargo, durante el tiempo que vivió
con sus parientes indígenas, Tomacaúna no renegó por completo de su lado
colono y participó en distintas actividades con los portugueses. Cuando tenía
unos treinta años, integró una expedición de descimento de gentios en Bahía,
bajo el mando de los portugueses. Es decir que, cuando comenzó su carrera
de sertanista al servicio de los esclavistas portugueses, Tomacaúna todavía
vivía con sus parientes indígenas e incluso tenía mujeres e hijos en varias
aldeas. Cuando anduvo entre jesuitas, fue también padrino de bautismo de
dos hermanas indígenas (Vainfas, 1995, pp. 144-45). Alrededor de los treinta
y cinco años, aproximadamente en 1580, regresó a vivir entre los colonos,
asumió nuevamente su identidad como Domingos Fernandes Nobre, y luego
se casó por la Iglesia católica con una mujer blanca, Isabel Beliaga. Participó
en esa época en varias expediciones y masacres ordenadas por el gobierno
general. Asistía a la iglesia y cometía algunos pecados, como comer carne
en días en que no correspondía y tener relaciones carnales con sus dos
ahijadas. Ante el auditor de la Inquisición respondería que lo había hecho
por ignorar que fuese pecado (Vainfas, 1995, p. 145). Estos detalles sobre la
vida de Domingos Fernandes Nobre Tomacaúna muestran, como señala
Vainfas, la propia fluidez de la situación colonial, así como la ambivalencia
de una agencia mestiza que habita y se mueve en un espacio profundamente
contradictorio, pero en el cual construye una posición en el entramado de
relaciones coloniales (p. 146).
La definición del discurso de la armonía imposible de Antonio
Cornejo Polar (1993) ilumina las contradicciones de este espacio como
104 Para una tropología del canibalismo desde la llegada de Colón hasta la actualidad, véase
el prominente estudio de Jáuregui (2005), que toma el concepto de colonialidad de Aníbal
Quijano y lo utiliza para analizar el tropo de la antropofagia como un efecto del poder colonial,
el cual se manifiesta en la continuidad de las formas coloniales de discriminación social (racial,
étnica, antropológica o nacional, según el momento histórico, los agentes y las poblaciones
involucradas) más allá del fin de la dominación colonial.
■ 165
Arqueología del mestizaje
un problema de agencia que abarca también aspectos performativos.
Cornejo Polar define el discurso de la armonía imposible como
«aquel que pretende configurarse como afirmación y producción de
la homogeneidad pero delata, en el mismo acto, la impracticabilidad
de tal proyecto» (p. 73). Todas las partes que integran la figura del
mameluco —el mestizo guerrero, antropófago, polígamo— indican
acciones en un contexto colonial, el cual, más que fluido, era violento
y contradictorio. Mientras el rol que desempeñó como traductor e
intérprete demuestra que Tomacaúna era consciente del valor de
ser bilingüe y «elocuente», como diría fray Vicente (1954), también
fue guerrero junto a sus parientes indígenas, para luego participar
en expediciones esclavistas. Las idas y vueltas entre la elocuencia
y las armas de los mamelucos también revelan que en este periodo el
despliegue de estrategias retóricas debe entenderse como la contracara
de la acción o de la violencia armada.
En este punto es importante señalar que, si bien la colonización
hispánica y la portuguesa se asemejaron en algunos aspectos, como
el prejuicio ante la oralidad y las lenguas indígenas, también hubo
diferencias. Conviene, por lo tanto, trazar una distinción más o menos
general: a lo largo del siglo xvi y principios del xvii, la colonización
española se distinguió por la imposición de la fe y de las leyes cristianas
conjuntamente con la lengua española de una manera más sistemática que
en Brasil, donde recién a fines del siglo xvi, gracias a las contribuciones de
los mamelucos, se neutralizó la tendencia lusitana al poblamiento litoral
—la colonización basada en el modelo de las feitorias (Vainfas, 1995, p.
142)— y comenzó la reducción de los indígenas. Si bien el prejuicio ante
la ausencia de escritura alfabética de los indígenas se manifestó también
entre los portugueses, en el caso de la colonización española, aparece de
manera contundente en los discursos letrados. La noción de que «aquellos
que poseen escritura tienen un pasado, una historia, que aquellos sin letras
necesariamente no tienen» (Greenblatt, 1991, p. 10, traducción mía), idea
que la influencia del humanismo afianzó en el siglo xvi, tuvo un fuerte
impacto en las culturas indígenas durante el periodo de la conquista.
Martin Lienhard (1991) se ha referido a un fetichismo de la escritura:
A los ojos de los conquistadores, la escritura simboliza, actualiza, o
evoca —en el sentido mágico primitivo— la autoridad de los reyes
166 ■
Los hijos de la conquista
españoles, legitimada por los privilegios que les concedió, a raíz de la
reconquista cristiana de la península ibérica, el poder papal. A su vez, la
institución romana, heredera autoproclamada del legado cristiano, se
considera depositaria de la que fue, en la Europa medieval, la Escritura
por excelencia: La Biblia. El poder —o capacidad performativa— que
Colón y sus compañeros ven encarnado en el texto escrito resulta,
en última instancia, un poder ideológico afianzado en la concepción
occidental etnocentrista del valor de las Sagradas Escrituras judeocristianas (pp. 5-6).
De hecho, una de las mayores empresas civilizatorias del siglo xvi
canalizó este auge por la letra escrita a través de la transcripción
a la escritura alfabética de textos orales en lenguas indígenas y su
consiguiente traducción al castellano, así como la conversión de vuh y
amoxtli —objetos para la transmisión de signos pictográficos— (Hill
Boone y Mignolo, 1994, p. 259; Mignolo, 1995, 2016) a libros escritos
en castellano. En el caso de la colonización portuguesa, esta ocurrió
mediante el establecimiento de las capitanías, cuya historia relata fray
Vicente (1954), en las que los poderes religiosos y seculares estaban un
poco más separados que en las colonias hispánicas. Como se advierte
en la História do Brasil de fray Vicente, se consideraba bárbaro al gentío
por sus prácticas orales, por las características de la lengua —ausencia
de determinados fonemas— y, desde luego, por otras prácticas como la
poligamia y la antropofagia. En todo caso, el prejuicio ante la oralidad y
las culturas indígenas prevaleció más allá de las diferencias en los modos
de colonización.
Teniendo en cuenta estas distinciones, es posible un reenfoque de la
figura de las agencias mestizas de la colonia hispánica en relación con
las agencias mamelucas bilingües, antropófagas, polígamas y guerreras
de Brasil. Por otro lado, insisto en que no se puede soslayar el contexto
de guerra colonial en que aparecen los mestizos, quienes se posicionan
allí al producir discursos y prácticas. La ambivalencia de los mamelucos
brasileños nos recuerda que el espacio colonial hispánico, como el
portugués, estaba atravesado por complejas relaciones de adversariedad,
de poder y de lucha, en las que se guerreaba tanto con las armas como
con la lengua, y prácticas culturales que eran un permanente espacio de
disputa, no ajeno a la vida política.
■ 167
Arqueología del mestizaje
Mestizaje y repulsión: «mesticillos» y «mesticillas»
En las colonias hispánicas no se difundió, como en Brasil, la imagen del
mestizo guerrero. Allí, el término tuvo en un inicio un sentido peyorativo
ya que, según podemos deducir a partir de la definición de Covarrubias
(1611), se usaba para describir un tipo de animal, «el que es engendrado
de diversas especies de animales, del verbo mesceo, es, por mezclarse» (f.
109 v.). El diccionario de Corominas (1990) explica que desde el siglo xiii el
término mestizo se utilizaba para referirse a
los animales mezclados de varios dueños o sin dueño conocido […], en
aquellos siglos guerreros las costumbres pastoriles andaban todavía
mezcladas con la guerra de reconquista, o por lo menos persistía la
tradición de tiempos anteriores, en que los cristianos apenas podían
tener ganado con carácter permanente, y habían de contar con el que
arrebataban a sus enemigos, hasta que estos se lo volvían a quitar. En este
tiempo se hablaba nada más que de animalía mixta, de donde el colectivo
romance mesta (p. 315).
Ambas definiciones comparten el sentido asociado a la mezcla de castas
de animales, aunque es llamativa la observación de Corominas de que el
contexto en que aparece el término es el de «los siglos guerreros» en que
«las costumbres pastoriles andaban todavía mezcladas con la guerra de
reconquista» (p. 315). Cabe mencionar que, en su estudio sobre la novela
pastoril española, Javier Irigoyen García (2008) trabaja los vínculos entre
la exclusión racial en la península ibérica y el desarrollo de un lenguaje
racial que llama «zootécnico». Irigoyen García examina la manera en que
«los discursos etnicistas y zootécnicos intercambian su terminología y su
visión del mundo» (p. 34) en España entre los siglos xiv y xvii:
El desplazamiento semántico de términos como «almagrar», «raza» o
«hilaza», y su polisemia ganadera, textil y social revelan la recurrencia
con que la actividad material lanera sirve de fuente de metáforas para
abordar la heterogeneidad étnica y social de la España premoderna entre
los siglos xiv y xvii. Estudiar el trabajo material del pastor sirve para
constatar que la lógica de la segregación étnica como regulación del tejido
social ya está en el germen de la alegoría pastoril (p. 43).
168 ■
Los hijos de la conquista
A lo largo del siglo xvi, «mestizo» comienza a utilizarse en lugar de la
expresión «hijo de español habido en india» (Olaechea, 1992, p. 269). En
esta frase, la «india» está desubjetivizada por la preposición «en», que
la reifica transformándola en un contenedor para la reproducción. El
sentido bélico que destaca Corominas (1990) parece perderse en favor
del sentido animalesco. Como la mayor parte de los conquistadores no
contraían matrimonio con las mujeres indígenas con quienes tenían hijos
—tal fue el caso de Cortés con doña Marina, por ejemplo—, los mestizos
que nacían de esas uniones eran generalmente hijos naturales, bastardos.105
En efecto, la mayor parte de la población mestiza procedía de relaciones
extramatrimoniales —desde amancebamiento, barraganía en el caso
de clérigos, encuentros casuales, hasta violaciones—, lo cual significaba
que la gran mayoría de los mestizos eran hijos ilegítimos.106 Tal vez por eso
en la legislación, como el caso de una real cédula de 1549, encontramos
yuxtaposiciones del siguiente tipo: «Estaba mandado que ningún mulato
ni mestizo, ni hombre que no fuese legítimo pudiese tener indios» (citado
en Konetzke, 1960, p. 62). Luego serán aclaradas en las disposiciones
legales: «Yo entiendo que esta prohibición sólo se debe practicar cuando
estos tales mestizos o mulatos sobre esta mezcla tienen y padecen el
defecto que en ellos es ordinario de ser ilegítimos, espurios o adulterinos»
(Solórzano, 1648, citado en Konetzke, 1960, p. 62). Esto muestra por
qué vino a asociarse «hijo de español habido en india» con «bastardo».
Cuando se comenzó a utilizar «mestizo», la asociación con la ilegitimidad
de nacimiento ya estaba establecida. «Mestizo», como indica Covarrubias
(1611), viene del latín miscēre (mezclar). De tal manera, «mestizo», además
de «hijo de español habido en india», acarrea el sentido de mezcla
bastarda, ilegítima, es decir, mala casta.107 Como es claro en la disposición
105 Como señalé en el capítulo 2, Martín Cortés, el hijo de doña Marina y Hernán Cortés, fue
reconocido por su padre como hijo natural.
106 «El hecho de ser en gran mayoría hijos ilegítimos, ha degradado socialmente a los mestizos, y
la legislación ha fijado jurídicamente esta mancha social. No es verdad que el hijo natural nunca fue
despreciado en la Península, porque los códigos españoles atribuyen a los ilegítimos una condición
jurídica inferior a la de los nacidos en un matrimonio legal. Las numerosas legitimaciones de hijos
naturales de padres españoles y madres indias podían reparar en parte este defecto natalicio, pero
es significativo que el Consejo de las Indias tenía serias objeciones contra la liberalidad de conceder
tales legitimaciones por la gracia del Rey» (Konetzke, 1960, p. 61).
107 En el capítulo 4 analizo nuevamente, pero más de cerca, el término «mestizo» en
comparación con «mulato» y «criollo». Por ahora quiero simplemente resaltar la notable
diferencia de sentido que termina produciéndose entre el castellano «mestizo» y el
portugués mameluco.
■ 169
Arqueología del mestizaje
sobre la tenencia de indios citada por Konetzke, ser mestizo, mulato, o
ilegítimo conllevaba la privación de la posesión de haciendas, la capacidad
de recibir herencias, etc.
Así, en las colonias hispánicas se asoció la ilegitimidad con las castas
mestizas, lo cual generó una clase social que fue desde un principio marginada
de los círculos de intercambio económico y político en los ámbitos seculares
y religiosos. Muchos de los mestizos que se encontraron en esta situación
buscaron, sin embargo, la manera de acceder a los espacios de los que eran
excluidos. Como indica Koneztke (1960), a mediados del siglo xvi:
La legislación prohíbe que los mestizos sean proveídos en muchos cargos
y oficios públicos, [por ejemplo] regidores, corregidores de indios. Pero
eran tan numerosos los mestizos y tan entrelazados sus intereses y
conexiones que a pesar de las prohibiciones legales y del resentimiento
social de los blancos contra los mestizos, éstos muy frecuentemente
encontraban acceso a los referidos cargos públicos (p. 62).
Es preciso tener en cuenta que el movimiento de los mestizos en la sociedad
colonial que describe Konetzke estaba condicionado por un esquema legal
dual que separaba la sociedad colonial en dos «repúblicas»: la república de
indios y la república de españoles. Ambas excluían al mestizo. Martínez
(2008), como vimos en el capítulo 2, argumenta que una de las consecuencias
de esa organización fue una preocupación respecto de la idea de pureza de
sangre que con el tiempo fue en aumento entre los sectores indígenas (p.
92). Teniendo en cuenta esta preocupación acerca de la pureza, que, como
se verá, es muy palpable en el discurso de Guaman Poma, se puede abordar
la pregunta sobre cómo veían a los mestizos algunos sujetos indígenas que
se encontraban bajo el dominio de los españoles. El Perú de fines del siglo
xvi y principios del siglo xvii, donde se sitúa el siguiente análisis, presenta
un escenario social y político complejo, plagado de gestos y acciones
contracoloniales ante la violencia colonizadora.
Una de las obras que más crítica y explícitamente describe ese
contexto es la Primer nueva corónica y buen gobierno (1615/1987), de Felipe
Guaman Poma de Ayala.108 En su representación del Perú de fines de este
108 La obra completa se encuentra disponible online, en facsímil con transcripción, en el
sitio web del Centro Digital de Investigación de la Biblioteca Real de Dinamarca: http://www.
kb.dk/permalink/2006/poma/info/es/frontpage.htm
170 ■
Los hijos de la conquista
periodo,109 el autor despliega una perspectiva crítica sobre los motivos y
las consecuencias de la aparición de una población mestiza. Debido a que
Guaman Poma establece un punto de vista como autor y sujeto indígena,
la Nueva corónica visibiliza aspectos generalmente poco explorados de las
relaciones de adversariedad, además de las establecidas con los españoles,
que también fueron determinantes para el posicionamiento de los
mestizos hispánicos.
Uno de los aspectos más analizados de la obra de Guaman Poma, además
de la cuestión iconográfica,110 ha sido la construcción de una voz autoral
basada en un sujeto múltiple.111 López-Baralt (1995) la ha caracterizado
como una «sucesión de máscaras»:112 cronista, príncipe (p. 71) y pintor
(p. 74). La descripción de López-Baralt de la multiplicidad de máscaras
autorales que se suceden en la obra es reveladora de la complejidad
retórica que se despliega en el texto, así como de la dificultad de situar al
cronista indígena en un lugar de enunciación fijo. Rolena Adorno (1995) ha
propuesto pensar la figura de Guaman Poma a partir de su condición de
109 Adorno (1989, pp. 15-44) resume los principales puntos de la obra.
110 Muy trabajada por López-Baralt (1988), quien construye su análisis a partir de la idea
andina del espacio que se refleja en los dibujos de la Nueva corónica.
111 Véanse López-Baralt (1995), Adorno (1989, 1995, 2000), Quispe-Agnoli (2004).
112 López-Baralt (2004) observa: «El cronista andino habrá de fundarse todo un linaje
compuesto por un carnaval de máscaras —algunas ficticias y otras reales— entre las que se
encuentran, además de la de su propio padre Martin Mallque, las de indio ladino cristiano,
autor, pintor, escribano, traductor, consejero real, predicador, cronista real, etnógrafo,
sacerdote jesuita o franciscano, cacique principal, capac apo o señor y príncipe (también
segunda persona del rey), el Inca, los dioses andinos Viracocha y Pariacaca, y las de heredero
de las dinastías reales de su Perú nativo: los incas y los yarovilcas. Las máscaras suelen ser
verbales, pero no falta el autorretrato gráfico: me refiero a Guaman Poma señor y príncipe
—con escudo de armas y sello— en el frontispicio de la Nueva corónica; a Guaman Poma niño
recibiendo su formación de indio ladino cristiano de boca de su hermanastro mestizo Martín
de Ayala; a Guaman Poma rodeado de sus informantes, ocupando el lugar del Inca rodeado
de su concejo real (se trata del dibujo inmediatamente anterior); a Guaman Poma como
consejero real amonestando —desde su crónica, que figura como libro abierto en sus manos—
a Felipe III al comienzo del “Capítulo de la pregunta”; y al Guaman Poma peregrino del dibujo
“Camina el autor”, que funde las figuras de los dioses andinos Viracocha y Pariacaca. Vale
apuntar que a veces es difícil establecer fronteras claras entre las máscaras asumidas por
Guaman Poma; en algunos casos se superponen. Las múltiples transformaciones entre unas
y otras hacen pensar en los procedimientos mentales del pensamiento mítico o la pensée
sauvage, como lo llamara Lévi-Strauss; en todo caso las metamorfosis de nuestro autor nos
lo revelan como una suerte de Ovidio andino» (pp. 70-71). Los aspectos que López-Baralt
analiza, sin embargo, son solo cuatro: «Quisiera entonces detenerme en sólo cuatro de ellas,
que muestran al autor como señor y príncipe o segunda persona del rey, como los dioses
andinos Viracocha y Pariacaca, y como pintor. Me parece que son suficientes para considerar
a la Nueva corónica como un ballo in maschera andino» (p. 71).
■ 171
Arqueología del mestizaje
mitmaq,113 es decir, como una sucesión diacrónica de posiciones cambiantes
en función del proceso de conquista, que en la Nueva corónica se expresan
como un palimpsesto. Quispe-Agnoli (2004) ha tratado el problema
de la disgregación de la voz autoral en este texto en términos de una
multiplicidad de posiciones adoptadas por Guaman Poma como sujeto
cultural en el contexto colonial: «En este texto, el enunciador del texto es
un yo indígena andino en posición aparentemente subalterna, que asume
plenamente su agencia textual a lo largo de casi 1200 folios» (p. 227). Por
mi parte, he planteado la necesidad de no perder de vista el pasaje por el
entorno material colonial que relata Guaman Poma, a fin de advertir que el
sujeto/cuerpo forma parte del espectro de niveles que el autor desarrolla
en su relato. Desde esta perspectiva, la usurpación que denuncia Guaman
Poma incluye las tierras, las casas, las sementeras, los tambos, y también
los cuerpos de las mujeres explotadas, violadas y amancebadas junto a
los españoles (Catelli, 2013, p. 69). Esta dimensión subjetivo/corporal del
autor establece en el texto un nivel en que usurpación y mestizaje quedan
nítidamente conectados. Gracias a estos estudios hemos ido entendiendo
mejor las complejidades de la voz autoral construida por Guaman Poma y
de la subjetividad indígena colonial que esta expresa.
Por otro lado, es preciso advertir que en el análisis de la posición de
Guaman Poma como sujeto cultural múltiple persiste una estructura
dicotómica, la de «occidente» versus «mundo andino», que resulta
necesario matizar. Por ejemplo, Quispe-Agnoli (2004) sostiene:
El cronista andino se incorpora en su lector, e incorpora a su lector dentro
de su propia agencia, implementando una enunciación plural del texto,
una enunciación que abarca a ambos sujetos (el yo [indígena andino] y
el tú [europeo], una manifestación de la identidad y la alteridad). Este
113 Según Adorno (1995): «Los mitmaqkuna cumplían tres propósitos diferentes: para
asentarse en tierras recién conquistadas (el caso de los antecedentes de Guaman Poma),
para fortificar las fronteras vulnerables del este del imperio, o para poblar tierras yermas
y potencialmente productivas (Cieza de León, 1553/1985, pp. 63-66 [ch. 22]). Según el
padre Bernabé Cobo (1653/1979, p. 190), los mitmaqkuna eran especialmente honrados y
privilegiados por el Inca. A pesar de que estaban subordinados a la administración local
en su nuevo lugar de residencia, mantenían a la vez la vestimenta y los símbolos étnicos
de su lugar de origen. Sus responsabilidades comprendían establecer las instituciones
de la cultura incaica (religión y lengua) a la población local. Dada la relación única de
superioridad/subordinación entre el grupo local y el de los mitmaqkuna, existía (por lo
menos teóricamente) un sistema de mutuo control donde cualquier rebelión que surgiera
entre ellos era suprimida (Cobo, 165/1979, p. 190)» (p. 39).
172 ■
Los hijos de la conquista
fenómeno de indiferenciación entre el yo y el tú se manifiesta en una
frase clave de uno de sus folios finales: «soy todos vosotros» (f. 964).
Mediante la personificación de diversas voces coloniales, el yo amerindio
que se reconoce en la agencia textual de Guaman Poma de Ayala, se
fusiona con el otro colonial colectivo, europeo y amerindio. De esta manera,
el camino hacia la adquisición del saber y la pérdida del poder tiene como
resultado la incorporación de alteridad e identidad en un área donde los
límites entre el yo y el otro se borran, las diferencias entre los sujetos —que
se plantean como opuestos y enfrentados en el pensamiento occidental— se
disipan (p. 248, énfasis mío).
Desde la lectura de cómo se representa el mestizo en esta obra, la
afirmación de Quispe-Agnoli de que en la obra de Guaman Poma hay una
desintegración de los límites de la identidad y la alteridad no se sostiene
del todo. Si bien el «diálogo» que establece el cronista con el «otro
colonial colectivo, europeo y amerindio» implica ciertos mecanismos
de identificación entre indígenas y españoles, sobre todo a través de la
religión cristiana, el tratamiento que se les da a los mestizos más bien
sugiere que Guaman Poma retraza los límites de la alteridad entre indios,
españoles y negros puros, por un lado, y mestizos, mulatos, cholos, etc.,
por el otro.114
La visión negativa de Guaman Poma (1987) sobre los mestizos se
entiende mejor si se la sitúa con relación a su posición en la jerarquía
racial y social del Perú en el inicio del siglo xvii y a su postura de que debía
mantenerse una separación entre españoles e indios. El hecho de que
Guaman Poma haya sido indígena puede malentenderse como señal de
que ocupaba una posición de inferioridad en la sociedad colonial andina.
Esto no es completamente erróneo, ya que, dentro de un panorama
general, formaba parte de un grupo dominado por los españoles. Pero hay
que matizar también que Guaman Poma pertenecía a una rama de la élite
incaica descendiente de Tupac Inca Yupanqui. Lo dice él mismo:
Yo soy nieto de Topa Ynga Yupanque el rrey décimo deste rreyno, el quien
fue el gran sauio, porque la dicha coya mi madre, doña Juana Curi Ocllo,
114 Cabe notar que en dos artículos posteriores (2010, 2017), Quispe-Agnoli da cuenta de la
necesidad de repensar al mestizo en términos más móviles, siguiendo sobre todo el estudio
de Joanne Rappaport (2014).
■ 173
Arqueología del mestizaje
fue lexítima coya señora rreyna deste rreyno, Y ancí el príncipe don
Melchor Carlos, Paullo Topa, Uiracocha Ynga, el quien fue a Castilla, el
qual fue mi tío y otros señores Yngas, príncipes están bibo —tíos tengo—
y ací mi padre serbió a Dios y a su Magestad toda su uida. Yo también
como Guaman, rey de las aues, buela más y balo más en el seruicio de Dios
y de su Magestad (p. 1117).
Es claro en este pasaje que para Guaman Poma debía haber, por un lado,
una separación de los linajes españoles y las panaca, pero, por otro, una
colaboración entre incas y españoles en los aspectos de la administración del
Nuevo Mundo andino. Esto coincide con la observación de Adorno (2000a):
Encontramos que las afirmaciones de Guaman Poma reflejan las actitudes
y acciones de la elite andina provincial de mediados del siglo xvi en
adelante. En general, la elite nativa respondió con entusiasmo ante la
posibilidad de procurar cargos y privilegios en el sistema colonial (p.
xxiii, traducción mía).
La posición que Guaman Poma ocupaba en la sociedad colonial implica
más aspectos a considerar. Sabemos que la sociedad incaica mantenía un
rígido sistema de ayllus y panacas a partir del cual se garantizaba el orden
social. Rivera Cusicanqui (2010) ha desarrollado un análisis de ese sistema
a partir de una perspectiva de género, compatible con la que propuse en
el capítulo anterior, que además aborda la experiencia y roles específicos
de las mujeres indígenas y mestizas ante la crisis social que produjo la
conquista en el Tahuantinsuyo (pp. 179-201), un proceso que no desarrollo
en este capítulo, pero que sin duda demanda un tratamiento extenso. Con
la llegada de los españoles, algunos sectores de la clase noble se aliaron
con los conquistadores, particularmente mediante el matrimonio entre
mujeres nobles y hombres españoles. Los grados de alianza variaban y,
en comparación con otros indígenas pertenecientes a la nobleza, la de
Guaman Poma no era una posición particularmente influyente.
Por otra parte, Guaman Poma participó en una disputa oficial por el
derecho a unas tierras en Chupas, actualmente Ayacucho. Sus adversarios
en esta disputa eran indios chachapoyas, quienes no pertenecían a la casta
noble inca. Estos indios comunes se habían aliado con los españoles y
les brindaban un considerable apoyo militar, ya que, según John Murra,
174 ■
Los hijos de la conquista
«los chachapoyas se asimilaron rápidamente a las fuerzas reales como
“soldados modernos”» (citado en Adorno, 2000a, p. xxix, traducción
mía). Esa alianza influyó para que finalmente el resultado del litigio
fuera favorable a los chachapoyas. Este ejemplo muestra un doble efecto
de las alianzas de algunos grupos con los españoles: una posición más
ventajosa en las relaciones de poder para el grupo que hacía la alianza y el
debilitamiento de la posición de poder de la nobleza. Por eso, para Guaman
Poma debe haber sido un profundo golpe el hecho de que el resultado de la
disputa le fuera desfavorable.115 Quispe-Agnoli (2004) indica:
Más aún, en 1595 certificó como notario público un reclamo legal por
tierras para campesinos de Quinua y al mismo tiempo litigó por las
tierras de Chupas. De acuerdo con el expediente Prado Tello en el que se
contienen documentos legales que llevan la escritura y firma del cronista,
éste asumía a veces el rol de litigante o demandante, y otras el de notario o
escribano. Finalmente, en 1600, después de muchos reclamos por tierras
usurpadas, recibió una sentencia: un castigo de doscientos azotes en la
plaza pública y el destierro. Inicia entonces una serie de viajes por la zona
de Guamanga. Según Adorno («Textos imborrables»), éste es el momento
en que Guaman Poma operó el paso de colaborador con iniciativas
coloniales a activista de causas andinas. Es más, Adorno piensa que el
fracaso de sus reclamos en el terreno legal y el castigo al que se le sometió
lo llevaron a la escritura de la Nueva Corónica y Buen Gobierno (p. 12).
Es comprensible, entonces, por qué para Guaman Poma el resultado del
litigio podía verse como una señal de que el orden de la antigua sociedad
estaba en un estado de extrema decadencia, una idea que se repite en la
Nueva corónica. Guaman Poma expone el impacto que tuvo la colonización
para algunos miembros de las castas más nobles: la pérdida de tierras y del
poder que el orden incaico les garantizaba.
115 Adorno (2000a) hace un recuento verdaderamente minucioso que demuestra la
complejidad de la situación social andina a mediados del siglo xvi. Por motivos de espacio y
tiempo, menciono solo los puntos más básicos del episodio, lamentablemente simplificando
un evento y una situación relevantes para el tema que estoy tratando. Véase también
Adorno (1995), donde sostiene que el resultado de este litigio fue un punto de quiebre
que llevó a Guaman Poma a volverse crítico de la administración imperial española. La
bibliografía sobre Guaman Poma es realmente inmensa, tal como puede verse en el sitio del
Centro Digital de Investigación de la Biblioteca Real de Dinamarca dedicado al manuscrito,
disponible en http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/info/es/biblio/index.htm
■ 175
Arqueología del mestizaje
Este episodio, relatado desde el punto de vista de un sujeto indígena
desposeído de sus privilegios, nos ayuda a entender la visión
profundamente negativa de los mestizos y los mulatos que transmite la
obra de Guaman Poma. Los casamientos estratégicos entre mujeres incas y
conquistadores españoles mediante el despliegue de lo que Foucault (2007)
llama el dispositivo de alianza, que analizamos en el capítulo anterior,
representaban la potencial interrupción del sistema de las panacas, el
cual durante el antiguo orden sostenía las jerarquías, los privilegios, etc.,
debido a que mantenía los linajes y la pureza de sangre. Es por eso que,
para Guaman Poma, los mestizos aparecen a lo largo del texto como un
símbolo del desorden social y moral de la sociedad incaica. Por otro lado,
recordemos que en el caso de Titu Cusi parece haber un reconocimiento
del carácter estratégico y político del mestizaje, diferente de la visión que
tiene Guaman Poma, quien también trata despectivamente a los mulatos,
lo que refuerza la idea de que se oponía a la mezcla de castas debido a la
alteración del orden social que esta había producido.
En la sección «Camina el autor», que relata un largo viaje a Lima
donde se intensificaron sus sentimientos negativos hacia los españoles
colonizadores,116 el tema recurrente es «la destrucción del pueblo andino
por la multiplicación de los mestizos y la falta de prole de los indios»
(Adorno, 1989, p. 72), a tal punto que el autor llega a indicarle al rey que
«aumente yndios y se rreduxca en sus pueblos y multiplique yndios. Y
deje de multiplicar mestizos, cholos, mulatos, sanbahigos, cin probecho
de la corona rreal» (Guaman Poma, 1987, p. 215). También en esta sección
el cronista comenta la vida urbana de los indios, en la cual es evidente
la asociación entre la mezcla de castas del sistema antiguo y el desorden
social, situación que se plasma en la expresión «el mundo al revés»:
En seruicio de Dios y de la corona rreal de su Magestad el dicho autor,
auindo entrado a la dicha ciudad de los Reyes de Lima, uido atestado de
yndios ausentes y cimarrones hechos yanaconas [criado], oficiales siendo
mitayos [que presta trabajo], yndios uajos y tributarios, se ponían cuello
y ci bestía como español y ci ponía espada y otros se tresquilaua por no
116 Véase Adorno (1989, pp. 64-70) para un análisis de esta sección con relación al resto de
la obra. Como señala allí la autora, Guaman Poma había terminado de escribir su obra en los
años previos a emprender un largo viaje a Lima. Al regresar, agrega esta sección que son sus
memorias del viaje y enmienda la obra que ya se había dado por cerrada.
176 ■
Los hijos de la conquista
pagar tributo ni seruir en las minas. Ues aquí el mundo al rreués. Y ací, como
uen estos yndios ausentes, se salen otros yndios de sus pueblos y no ay
quien pague el tributo ni ay quien cirua en las dichas minas. Y acimismo
uido el dicho autor muy muchas yndias putas cargadas de mesticillos y de
mulatos, todos con faldelines y butines, escofietas. Aunque son casadas,
andan con españoles y negros. Y ancí otros no se quieren casarse con
yndio ni quiere salir de la dicha ciudad por no dejar la putiría. Y están
lleenos de yndios en las dichas rancherías de la dicha ciudad y no ay
rremedio. Y hazen ofensa en el seruicio de Dios, nuestro señor, y de su
Magestad. Y ancí no multiplican los dichos yndios en este rreyno (p. 1138,
énfasis mío).
En este lamento por el orden perdido, Guaman Poma muestra los efectos
negativos del dispositivo de alianza, lo que he llamado también la estrategia
de mestizaje carnal y Rivera Cusicanqui (2010) llama mestizaje de sangre,
como modo de intervenir en los escenarios políticos, económicos y sociales
locales para alterar el ejercicio y las relaciones de poder.
Su apreciación de los españoles refleja la preocupación por la
alteración del orden social generado por la conquista. En la sección de la
Nueva corónica dedicada a describir a los miembros de la sociedad colonial
andina, Guaman Poma (1987) desarrolla una categorización de acuerdo
con la etnia y la ocupación, que desde la perspectiva del sistema incaico
era indicativa de la posición social. Esta categorización está seguida de
una descripción sobre la calidad moral de los sujetos que se describen.
Por ejemplo, hay una enumeración minuciosa de todos los tipos de
mayordomos:
Mayordomos deste rreyno de los encomenderos de cobrar tributo y
mayordomos de las estancias y de sementeras y de engenios y de obrages,
trapiches y de güertas y uiñas y de las minas de los Andes, de coca,
mayordomo de casa, mayordomo de corregidor y de padre y de otros
españoles ricos (p. 550).
La enumeración sirve para transmitir un sentido de la (des)organización
del espacio colonial y del nivel de penetración social de los españoles.
Además de españoles mayordomos, se describen los corregidores, los
padres, los tamberos, los pasajeros, los «gvagvamundos» (vagabundos).
■ 177
Arqueología del mestizaje
El juicio moral que hace Guaman Poma de todos ellos, sin embargo, es
básicamente el mismo: «El y sus compañeros, todos están amansebados
y rroban a los yndios y están cargado de hijos mesticillos y mesticillas y
desuirgan las donzellas, hijas de los pastores, ganaderos y de yndios cirues»
(p. 550). Si bien en la obra de Guaman Poma la figura del mestizo parece
consolidar la máxima expresión del descalabro del orden social, quienes
aparecen como agentes de la conquista sexual son los españoles. Esa visión
del conquistador como agente del despliegue del dispositivo de mestizaje
explica su visión de la conquista como un proceso de transformación
negativa: «no hay rremedio en este rreyno», repite constantemente el
cronista. Guaman Poma describe la desarticulación de la sociedad incaica
y la formación de la sociedad colonial en el contexto de la historia de la
conquista, pero asocia la corrupción moral del tejido social incaico con
el hecho de que los españoles tomaban («desuirgaban») a las mujeres
indígenas y tenían con ellas «mesticillos y mesticillas».
Considerando todo esto, puede parecer sorprendente que Guaman
Poma haya sido partidario de que se mantuviera un soberano español. Sin
embargo, esta aparente contradicción es compatible con el sistema de las
dos repúblicas, la de indios y la de españoles, además de con la idea de una
separación estricta entre ambas, que suponía el poder en manos de la clase
noble incaica local para la república de indios, no en manos de españoles,
criollos, y mucho menos mestizos. Adorno (2004) señala:
Las autoridades coloniales reconocían la presencia de los «señores
naturales» durante los años en que Guaman Poma escribía su obra. El
obispo de Charcas, fray Domingo de Santo Tomás, fue el que más insistió
en la utilización de estos señores en la administración (p. 530, n. 3).
El autor de la Nueva corónica aceptaba el vasallaje al soberano español —
Felipe II en este caso, a quien dirige su obra—, pero entendía la importancia
del ejercicio del poder y de mantener las jerarquías de los ayllus y de las
categorías sociales del orden incaico, definidas minuciosamente por edad,
género y ayllu o panaca.
El legado de Guaman Poma es crucial para visibilizar los cambios
estructurales en el ejercicio del poder que produjo la colonización. Como
el sistema incaico mantenía sus estructuras a partir de la herencia, del
parentesco y de la relación de sangre, el nacimiento de hijos mestizos
178 ■
Los hijos de la conquista
generó una desestabilización estructural.117 Posiblemente, Guaman Poma en
parte lo vería así porque durante este periodo los hijos mestizos legítimos
de los conquistadores tenían derechos a cargos oficiales, encomiendas
y propiedades y, como indica Konetzke, los ilegítimos frecuentemente
encontraban maneras de acceder a esos cargos y bienes. Guaman Poma
(1987) defendía, claramente, la pureza de raza y la separación de las castas:
Para ser bueno criatura de Dios, hijo de Adán y de su muger Eua, criado
de Dios, español puro, yndio puro, negro puro. Estos y sus descendientes
mestizos y mulatos o mestizas, mulatas, chola, zanbahiga, uno ne
nenguno no queden en los pueblos de los yndios (p. 553).
También recomendaba al rey que se separara a los indios de los españoles,
física y culturalmente:
Que los yndios anduuiesen en su trage natural y que les quitase los
bestidos de españoles a los yndios, y yndias y que no rrecidiesen en los
dichos pueblos entre yndios ningún español ni mestiso ni mulato en todo
el reeyno (p. 1125).
A partir de este contexto, podemos sostener que es erróneo, considerando
la preocupación de Guaman Poma por el orden social andino, atribuir
la defensa de la pureza de razas exclusivamente a la asimilación de los
prejuicios ibéricos representados por la idea de limpieza de sangre.118 Para
Guaman Poma, el impacto del despliegue del dispositivo de mestizaje se
advierte en la degradación del orden social y moral de la cultura incaica.
No veía en este proceso ninguna posibilidad de una síntesis subjetiva
armoniosa, sino una alteración profunda, resultado de un sinfín de
uniones e hijos ilegítimos, así como de posiciones sociales usurpadas que
impactaban en la distribución de bienes y privilegios, como en el caso
de las tierras que había perdido en Chupas. El dispositivo de mestizaje
era parte de la guerra de razas que había creado un «mundo al revés».
Podemos así ver por qué, como indica Adorno (1989), Guaman Poma
117 Como vimos en el capítulo 2 con el ejemplo de Tanta Carhua, la relación de sangre y el
parentesco eran llevados a lo simbólico, sobre todo en las creencias religiosas. Recordemos
que el mito de origen incaico se basa en una pareja de hombre y mujer (relación de parentesco)
que son, también, hermanos (relación de parentesco y sangre).
118 Como lo argumenta, por ejemplo, Fuchs (2005).
■ 179
Arqueología del mestizaje
parece alejarse de la posibilidad de establecer un diálogo intercultural
entre los dos mundos que estaban en contacto en su entorno, es decir, el
andino y el español (p. 141). Defiende, por otro lado, la idea de mantener
separadas la república de indios y la de españoles, como sugiere un
conocido dibujo en el que separa Castilla y Cuzco en dos planos diferentes
de la misma página.
La postura de Guaman Poma con respecto a los mestizos es inseparable
de una red de relaciones creadas por el despliegue del dispositivo de
mestizaje. En dicha red se entremezclan diferentes nociones sobre
los mestizos y el mestizaje. Desde la perspectiva indígena andina, es
crucial y problemático el tema de la separación y la pureza de las castas,
entendida con relación al mestizaje como dispositivo de alianza. A la vez,
el discurso ibérico de la limpieza de sangre parece desplazarse hacia la
representación del mestizo como bastardo, la cual eventualmente da lugar
a un discurso peyorativo que se acentúa en el transcurso de los siglos xvii
y xviii. En esta situación, ¿qué discurso produce el propio mestizo para
representarse? ¿Cómo negocia, desde su lugar de exclusión y estigma, el
acceso a los espacios de poder? ¿Cómo tramita las representaciones que
otros hacen de él? Este es el tema de la próxima sección.
Mestizo «criado entre armas y caballos»
En el caso de Garcilaso de la Vega el problema de la sangre y la legitimidad
se despliega en la arena del discurso de la historia. La situación del
Inca Garcilaso se diferencia de la de Guaman Poma en varios aspectos,
pero el hecho de que fueron más o menos contemporáneos hace que
su comparación nos ayude a profundizar un poco más respecto de las
complejidades de la sociedad colonial andina en este periodo.
Nacido en Cuzco en 1539, en plena conquista y guerra entre almagristas
y pizarristas, hijo natural del capitán español Sebastián Garcilaso de la
Vega y Vargas, y de la ñusta119 Isabel Chimpu Ocllo, el Inca recibió primero
el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. Estaba emparentado con familias
españolas de alta alcurnia, por ejemplo, entre sus parientes se encuentran
Jorge Manrique y Garcilaso de la Vega. Su madre, la ñusta Chimpu Ocllo,
era sobrina del Inca Huayna Capac y prima de Huáscar, de Atahualpa y de
119 «Hija del Inca, joven de origen real» (Rostworowski, 1999, p. 323).
180 ■
Los hijos de la conquista
Manco Inca. Este parentesco ubica a Gómez Suárez de Figueroa en el más
alto círculo de la sociedad incaica.
Pasó su infancia entre los miembros de la familia de su madre,
adquiriendo así conocimiento del quechua y escuchando los relatos orales
de la historia del incanato. A los veinte años viajó a España para reclamar
privilegios adeudados a su padre, y entonces continúa su educación
autodidacta bajo la influencia del humanismo. En este periodo, desarrolló
un particular interés en la traducción y en el corpus textual del siglo xvi
sobre las Indias Occidentales. Gómez Suárez de Figueroa fue un sujeto
mestizo letrado, formado bajo los preceptos del humanismo, que aprendió
a dominar cuatro lenguas —el quechua, el castellano, el italiano y el latín—
así como los códigos de dos culturas en conflicto, la incaica y la española.120
Cambió su nombre a Garcilaso de la Vega luego de que la Corona rechazó
el reconocimiento adeudado. En 1586 agregó el título Inca a su nombre.121
Su posición social y cultural fue determinante para la perspectiva
que desarrolló en su obra más compleja y extensa, Comentarios reales de los
incas (1609/1943) e Historia general del Perú (1617/1944). Quien haya leído
los Comentarios recordará la elocuente defensa de la perspectiva histórica
del mestizo que el Inca desarrolla allí. El propósito de representarse y
posicionarse ante los historiadores europeos con respecto a la cuestión de la
relación histórica sobre el Perú es evidente en el «Proemio al lector»:
Aunque ha habido españoles curiosos que han escrito las repúblicas
del Nuevo Mundo, como la de México y la del Perú, y la de otros reinos
de aquella gentilidad, no ha sido con la relación entera que de ellos se
pudiera dar, que lo he notado particularmente en las cosas que del Perú
he visto escritas, de las cuales, como natural de la ciudad del Cozco, que
fue otra Roma en aquel imperio, tengo más clara y larga noticia que la
que hasta ahora los escritores han dado […]. En el discurso de la historia
protestamos la verdad de ella, y que no diremos cosa grande, que no sea
autorizándola con los mismos historiadores españoles que la tocaron en
parte o en todo: que mi intención no es contradecirles, sino servirles de
comento y glosa, y de intérprete en muchos vocablos indios que como
120 Zamora (2018) examina detenidamente el uso de estrategias retóricas humanistas en la
obra del Inca. Sobre la influencia humanista en el Inca, particularmente la de Thomas Moore,
véase también Durán Luzio (1976, pp. 349-361).
121 Para una reseña breve pero minuciosa de la vida del Inca Garcilaso y la bibliografía más
relevante al respecto, véase Martínez-San Miguel (2008, pp. 101-105).
■ 181
Arqueología del mestizaje
extranjeros en aquella lengua interpretaron fuera de la propiedad de
ella […] no con pretensión de otro interés que de servir a la República
cristiana (pp. 133-134).
Es contundente el contraste que el Inca produce entre sí mismo y los
cronistas españoles. A estos los menosprecia llamándolos «españoles
curiosos» mientras recalca que «tengo más larga y clara noticia de la que
hasta ahora los escritores han dado». Consciente del valor estratégico del
manejo de distintas lenguas, de la escritura, pero particularmente de lo que
él mismo llama «el discurso de la historia», el Inca se legitima afirmando
que posee más información sobre la historia del Perú que los escritores
europeos, así como una capacidad de interpretar e integrar diversos
modos discursivos de las narraciones sobre el Nuevo Mundo. Se trata de
un sujeto que, por su conocimiento del latín, el quechua, el español, y de
las formalidades retóricas, particularmente en el discurso de la historia
de la época, se presenta como dotado de habilidades de interpretación
superiores ante lo que Adorno (1988) ha descrito como «[una] densidad
de discursos inherente en la producción cultural de la colonia» (p. 14).
Garcilaso se guía por principios humanistas y al mismo tiempo se toma
el cuidado de valorizar la tradición oral incaica, consciente del prejuicio
europeo ante ella, mencionado más arriba. Desde esa posición, Garcilaso
se identifica enfáticamente como autor mestizo:
A los hijos de español y de india o de indio y española, nos llaman mestizos,
por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por
los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombre
impuesto por nuestros padres y por su significación me lo llamo yo a boca
llena, y me honro con él (p. 266).
Es notable que Garcilaso, si tenemos en cuenta las definiciones del término
que circulaban en la época, dedique un capítulo de los Comentarios a inscribir
una definición de «mestizo» como el resultado de la mezcla de «naciones».
Cabe observar que la definición de «nación» que utiliza el Inca, clave para
su definición de «mestizo», corresponde a un sentido particular:
El concepto de nación en los Comentarios parece corresponder a un
significado anterior al de su época, es decir, más cercano al de etnia
182 ■
Los hijos de la conquista
o grupo humano con cierta historia común y ligado por una relativa
homogeneidad de mitos, estructura familiar amplia y diversificada y
experiencias colectivas. Ya para 1611, Covarrubias registraba un significado
de «nación» más cercano al nuestro: «reyno o provincia estendida, como
la nación española» (823), lo cual implicaba el agrupamiento bajo el
mismo nombre de minorías étnicas vascas, catalanas, gallegas y otras que
quedaban reducidas así al solo sello de «españolas». Tal modernidad del
concepto se haría general en la formación de otros estados-nación dentro
de la Europa de la Ilustración, y se encuentra todavía bastante distinta del
uso de «nación» que en los Comentarios se aplica a cada uno de los grupos
humanos que poseen diferencias culturales, lingüísticas y raciales según
han ido surgiendo durante la imposición colonial (Mazzotti, 1996, p. 337).
Desde esa posición el Inca construye un texto que Lienhard (1983) incluye
bajo la categoría de crónica mestiza:
Atribuimos
carácter
«mestizo»
a
aquellas
crónicas
que,
casi
independientemente del origen étnico de sus autores (indígenas,
mestizos, españoles), reelaboran materiales discursivos o reales de la
historia americana a través de unos procedimientos narrativos (verbales
y/o pictográficos) de tradición heterogénea: indígena y europea (p. 105).
Mazzotti (1996), en su estudio sobre el subtexto cortesano cuzqueño y oral de
los Comentarios, propone que Garcilaso produjo un texto coral, polivalente,
y coincide con Lienhard en privilegiar un abordaje multidisciplinario
de la obra que vaya más allá de identificar características formales o
estéticas (p. 20) o como «materia prima más o menos adecuada para la
investigación sociohistórica» (Lienhard, 1983, p. 106). Coincido aquí con la
afirmación de Mazzotti de que «se trata de restituir a un proceso original
de intercambio cultural un texto que surgió como respuesta a diversas
tendencias ideológicas manifestadas en las historias sobre el Nuevo
Mundo en función de intereses propios de un sujeto colonial dominante»
(p. 20).
Comenzamos este capítulo refiriéndonos al ingreso de los mestizos
a los espacios de poder coloniales y preguntándonos por los efectos de
sus acciones. Quiero argumentar que la perspectiva histórica y cultural
mestiza, en el sentido político e ideológico que destacan Lienhard y
■ 183
Arqueología del mestizaje
Mazzotti (plasmada visualmente por Rivera), provincializa (Chakrabarty,
1992) el proyecto historiográfico imperial:
Documentar cómo, a través de qué proceso histórico, la «razón», que no
fue siempre evidente para todos, ha sido hecha para parecer como «obvia»
mucho más lejos del terreno donde se originó. Si el lenguaje, como se ha
dicho, no es sino un dialecto apoyado por un ejército, lo mismo podría
decirse de las narrativas de la «modernidad» (pp. 20-21).
A pesar de la diferencia de contextos, cito a Chakrabarty, por un lado, para
dar cuenta de cierta afinidad con el Inca Garcilaso en el posicionamiento
respecto de la universalidad de los grandes relatos modernos. Por otro,
porque la observación del historiador poscolonial sobre la función
de los ejércitos imperiales en los procesos de legitimación de dichos
relatos resuena en la expresión que utiliza el Inca —«el edificio de la
historia»—, el cual está constituido por las narrativas de los historiadores,
acompañadas por la fuerza de un ejército imperial. Cabe suponer que
el Inca conocía la famosa frase de Antonio Nebrija: «La lengua siempre
fue compañera del imperio».122 Hay que recordar que el Inca se formó
en la tradición humanista mediante el latín y por lo tanto no le eran
desconocidas las funciones políticas de la gramática y la historia en los
procesos de expansión imperiales.123 Es relevante observar con Mignolo
(1992) que el propio Nebrija modela su gramática castellana sobre la base
de la gramática del latín de Valla, con respecto a lo cual el investigador
señala:
Nebrija visualizaba el centro del imperio en Castilla en vez de en Italia, y
tenía la visión del castellano como lengua del imperio en vez del latín. Por
tanto, sigue naturalmente que las gramáticas e historias de las lenguas
nativas amerindias se escribieron en castellano; no obstante, estas
gramáticas siguieron el modelo latino (no castellano) de la gramática de
122 Es en su dedicatoria de la Gramática de la lengua castellana (1492) a la reina Isabel donde
Nebrija plasma la célebre frase «siempre la lengua fue compañera del imperio».
123 Esta es una arista sumamente relevante y trabajada minuciosamente por Mignolo (1992;
1995, pp. 29-67; 2016, pp. 65-107). También es esclarecedor el estudio de Rafael (1993) sobre
la influencia de Nebrija en el proyecto imperial español en Filipinas, la conversión del grupo
etnolingüístico tagalog en los siglos xvi y xvii (pp. 23-54) y en general sobre las funciones
subjetivantes de la traducción en la conquista y la conversión.
184 ■
Los hijos de la conquista
Nebrija, y las historias siguieron el modelo de la historiografía clásica.
A partir de estas diferencias surge la tensión entre el latín como lengua
del aprendizaje y el castellano como lengua de la política y la conversión.
Había llegado el momento de pasar de escribir las gramáticas de las
lenguas nativas a escribir las historias de las memorias nativas (p. 309,
traducción mía).
Estos aspectos son cruciales para entender la posición que construye
Garcilaso como guerrero de la lengua y de la historia, en un tercer espacio
donde el quehacer del filólogo y el historiador dialogan explícitamente
con la consolidación de la política imperial castellana. Creo que este es
un punto de tensión que produce el Inca Garcilaso como agente textual
(historiador, traductor, filólogo) mestizo.
La tensión entre la tradición incaica y la española se manifiesta
en la diversidad de fuentes que el Inca Garcilaso (1943) utilizó para la
composición de los Comentarios: libros publicados en el siglo xvi sobre
las Indias, relaciones, informaciones de condiscípulos mestizos, fuentes
orales tanto incas como españolas y lo que vivió durante los últimos años
de su vida en el Cuzco, antes de trasladarse definitivamente a España:
Yo nací ocho años después que los españoles ganaron mi tierra, y como lo he
dicho, me crié en ella hasta los veinte años, y así vi muchas cosas de las que
hacían los indios en aquella su gentilidad, las cuales contaré, diciendo que
las vi. Sin la relación que mis parientes me dieron de las cosas dichas y sin
lo que yo vi, he habido muchas otras relaciones de las conquistas y hechos
de aquellos reyes; porque luego que propuse escribir esta historia, escribí a
los condiscípulos de escuela y gramática, encargándoles que cada uno me
ayudase con la relación que pudiesen haber de las particulares conquistas
que los Incas hicieron de las provincias de sus madres; porque cada provincia
tiene sus cuentas y nudos con historias (quipus), anales y la tradición dellas;
y por esto retiene mejor lo que en ella pasó y lo que pasó en la ajena. Los
condiscípulos, tomando de veras lo que les pedí, cada cual dellos dio cuenta
de mi intención a su madre y parientes; los cuales sabiendo que un indio,
hijo de su tierra, quería escribir los sucesos della, sacaron de sus archivos las
relaciones que tenían de sus historias, y me las enviaron; y así tuve la noticia
de los hechos y conquistas de cada Inca, que es la misma que los historiadores
españoles tuvieron, sino que ésta será más larga (pp. 146-147).
■ 185
Arqueología del mestizaje
Específicamente, Garcilaso cita los papeles del padre Blas Valera,124 la
Crónica general del Perú (1553), de Pedro de Cieza de León; la Historia natural
y moral de las Indias (1590), del Padre José de Acosta; la Historia general de las
Indias (1552), de Francisco López de Gómara, a quien aludí en el comienzo
del capítulo, y la Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del
Perú (1555), de Agustín de Zárate. Sin embargo, la lista de fuentes escritas y
orales es muchísimo más extensa.125
Con respecto a esos intertextos, y al propósito declarado de «servir
de comento y glosa» para ofrecer una historia más completa del reino
del Perú, el proyecto historiográfico del Inca está marcado por una aguda
consideración de la autoridad de las fuentes —tanto de las orales como de
las escritas—, cuyo criterio de consideración privilegia, en principio, la
perspectiva histórica del mestizo, ya que esta tiene «más clara y larga noticia
que la que hasta ahora los escritores han dado» (Garcilaso de la Vega, 1943, p.
5). Cabe mencionar que, aunque los Comentarios se propusieran tratar solo
sobre la historia del Perú —«escribimos solamente del Imperio de los Incas,
sin entrar en otras monarquías, porque no tengo la noticia de ellas que de
esta» (p. 5)—, la obra excede los contornos a los que dice limitarse, ya que, si
bien no aborda otras «monarquías», podría decirse que aborda la noción del
«discurso de la historia» en el corpus textual sobre las Indias.
En este sentido, considero que el texto articula un nivel historiográfico.
Como observa Zamora (2018), el Inca demostraría un extensivo dominio
de los principios humanistas y del método filológico, probablemente
aprendido bajo la influencia de Ambrosio de Morales, quien sistematizó el
uso de métodos históricos (Miró Quesada, 1971, p. 192):
124 Sobre Blas Valera, otro mestizo, véase el artículo de Adorno (2000b) «Contenidos y
contradicciones: la obra de Felipe Guaman Poma y las aseveraciones acerca de Blas Valera».
125 El corpus textual que trató el Inca Garcilaso, según Aurelio Miró Quesada (1971), incluía:
«La Historia del Perú de Diego Fernández, vecino de Palencia, a quien cita con referencia al
nombre del Perú; la República de las Indias, Segunda parte de las Repúblicas del mundo divididas en
xxvii libros, de Agustín Jerónimo de Román y Zamora, a quien Garcilaso llama “autor moderno”
y “curioso inquiridor de repúblicas”; las Relaciones universales del mundo, del italiano Juan
Botero, que “pinta muy bien” los caminos de los Incas; la Araucana de Alonso de Ercilla, con sus
“galanos versos”. A través de los papeles del Padre Blas Valera, menciona también las Décadas
De Orbe Novo de Pedro Mártir de Anghiera, las polémicas informaciones de Fray Bartolomé de
las Casas, las Relaciones del Licenciado Polo de Ondegardo, y las Informaciones y Ordenanzas del
Virrey Francisco de Toledo; como a través de Zamora había tenido noticias del Padre Cristóbal
de Molina. A los Dos libros de medicina de las Indias, del Doctor Nicolás Monardes, alude en
una oportunidad; y como lecturas literarias, recuerda “los libros de caballerías”, el Orlando
Furioso del “divino” Ariosto, el Decammerone de Giovanni Boccaccio y la obra filológica del “gran
maestro Antonio de Lebrixa, acreedor de toda la buena latinidad que oy tiene España”» (p. 209).
186 ■
Los hijos de la conquista
La descripción de los principios y métodos de Garcilaso coincide, así, con
la de Erasmo en los puntos esenciales: interpretar el texto sirviéndose
de una exégesis de la lengua original, sostener esa interpretación con
referencias a las autoridades apropiadas y restaurar la lengua primitiva
del texto (Zamora, 2018, p. 83).
Ese conocimiento del método filológico hizo que, seguramente, no pasara
desapercibido para Garcilaso (1943) el hecho de que uno de los obstáculos
más significativos para la aplicación de la exégesis a los textos incaicos era
el carácter oral de los mismos. Por este motivo, el cronista debe mencionar
una y otra vez su condición de testigo ocular e insistir en la apología de la
transmisión oral:
Esta larga relación del origen de sus Reyes me dio aquel Inca, tío de mi
madre, a quien yo se la pedí, la cual yo he procurado traducir fielmente
de mi lengua materna, que es la del Inca, en la ajena, que es la castellana,
aunque no la he escrito con la majestad de palabras que el Inca habló ni
con toda la significación de las que de aquel lenguaje tienen, que, por ser
tan significativo, pudiese haber entendido mucho más de lo que se ha
hecho […]. Empero, bastará haber sacado el verdadero sentido de ellas,
que es lo que conviene a nuestra historia (p. 42).
El Inca queda entonces posicionado entre la figura del cronista, filólogo,
traductor, heredero de los quipucamayockuna126 y la tradición discursiva
cuzqueña (Mazzotti, 1996, pp. 31-34). La minuciosa explicación que
ofrece sobre la selección de sus fuentes se hace más comprensible, como
ya mencioné, a la sombra de la caracterización negativa que hacían los
europeos de las prácticas orales y de las lenguas indígenas. Desde su
posición de mestizo, Garcilaso reinterpreta el relato oral de la historia
del incario, sacando «el verdadero sentido» según «conviene a nuestra
historia» (p. 42).
126 El quipucamayoc era una persona que transmitía la historia oral haciendo uso del quipu
(quipukuna en plural), un objeto hecho de numerosas cuerdas de diversos colores con
nudos que se supone tenían una función nemotécnica en la transmisión del relato oral.
Véanse Ascher y Ascher (1981), Bouysse-Cassagne (1987), Brokaw (2002), Leibsohn (1994),
Hill Boone y Mignolo (1994, pp. 161-87), Locke (1923), Mazzotti (1996), Pärsinnen (1992),
Salomon (1997), Urton (1994). Para un estudio de cómo se han reapropiado los quipukuna en
la actualidad, véase Salomon (2004).
■ 187
Arqueología del mestizaje
Garcilaso (1943) somete cada fuente a una consideración previa según las
categorías de «hazaña historial» o «fábula127 historial», hechos y mitos.
Dicha consideración acaba por señalar una imbricación de hechos y
fabulaciones en el discurso histórico. Según Garcilaso, tanto el discurso de
la historia de los incas —en particular los de la Primera Edad— como el de
los españoles cuentan con partes incompletas, desconocidas, ignoradas,
incomprendidas o inventadas. Por eso, toda historia que trate de los
orígenes tendrá un elemento «fabuloso», incluso los Comentarios.128 En el
capítulo xix, «Protestación del autor sobre la historia», el Inca Garcilaso
explica la procedencia de «las cosas» —las hazañas del Primer Inca,
Manco Capac— con las que comienzan los Comentarios. Enfatiza que estas
son los fundamentos del discurso de la historia de los incas, a pesar de que
puedan parecer «fabulosas»:
Iremos con atención de decir las hazañas más historiales, dejando otras
muchas por impertinentes y prolijas, y aunque algunas cosas de las
dichas y otras que se dirán parezcan fabulosas, me pareció no dejar de
escribirlas por no quitar los fundamentos sobre que los indios se fundan
para las cosas mayores y mejores que de su Imperio cuentan (p. 46).
En este pasaje el Inca expresa su criterio historiográfico: ciertas cosas se
excluirán de la historia por «impertinentes», pero no por «fabulosas».
Por el contrario, las «hazañas historiales» que puedan parecer «fábulas
historiales» no dejarán de escribirse por no quitar el fundamento de «las
cosas mayores y mejores que de su imperio [los incas] cuentan» (p. 46).
Es llamativo que Garcilaso (1943) advirtiera una relación entre el hecho
(hazaña) y la fábula, ya que esta observación sugiere que era un lector y
oyente crítico de los textos y relatos que circulaban en su época. Las fábulas
historiales sobre el origen de los incas compartirían con las crónicas de
los «españoles curiosos» ciertos elementos fabulosos —inventados—
que Garcilaso, no obstante, no deja de tratar como fundamentales para la
127 Covarrubias dedica una entrada extensa a la palabra «fábula» (1611, f. 2 v., f. 3 r.), en la
que se destaca el sentido de «rumor», «hablilla del pueblo» (nótese la connotación oral),
«cosa sin fundamento», «mentira». También relaciona la fábula con la mitología, los libros
de caballería y las crónicas de Indias.
128 El capítulo «Protestación del autor sobre la historia» precisa esta idea: «Ya que hemos
puesto la primera piedra de nuestro edificio, aunque fabuloso en el origen de los Incas Reyes
del Perú, será razón pasemos adelante en la conquista y reducción de los indios» (p. 44).
188 ■
Los hijos de la conquista
construcción del discurso histórico. Los Comentarios ya advertían, así, un
tipo de invención que Edmundo O’Gorman (1958/2003) relaciona con el
discurso colombino del descubrimiento y la construcción del imaginario
europeo sobre el Nuevo Mundo. Garcilaso cuestiona las interpretaciones
de los «españoles curiosos» y las contrapone con las fábulas historiales
de los incas, sosteniendo, con cierta sorna, que era importante incluirlas
en la historia «porque, en fin, de estos principios fabulosos procedieron
las grandezas que en realidad de verdad posee hoy España» (p. 46). La
afirmación inscribe la fábula inca del origen del mundo en el discurso de
la historia de la conquista y del imperio español. Garcilaso sostiene que
la aprendió oralmente de su tío y que la privilegió por encima de otras
versiones por parecer estas otras «más […] sueños o fábulas mal ordenadas
que sucesos historiales» (p. 42). Más adelante, contrapone la fábula
historial del origen de los incas con la fábula bíblica de Noé, transmitida
por los colonizadores y aparentemente utilizada para cristianizar la fábula
historial del origen de los incas:
Algunos españoles curiosos quieren decir, oyendo estos cuentos, que
aquellos indios tuvieron noticia de la historia de Noé […] y que el hombre
poderoso que la primera fábula dice que se apareció en Tiahuanacu, que
dicen repartió el mundo en aquellos cuatro hombres, quieren los curiosos
que sea Dios, que mandó a Noé y a sus tres hijos que poblasen el mundo.
Otros pasos de la una fábula y de la otra quieren semejar a los de la Santa
Historia, que les parece que se semejan (p. 44).
Parecería que Garcilaso detecta las artimañas de los españoles en torno a
la conversión de la fábula del origen de los incas o a su redenominación
según las creencias y mitos de los españoles. Además, las fábulas bíblicas
resultaban problemáticas para los propios españoles. Irlemar Chiampi
(1983) advierte que el padre Joseph de Acosta, en su Historia natural y moral
de las Indias (1590), «después de considerar, confusamente, que nuestra
fauna no había participado en el Arca de Noé y, por tanto, no se explicaba
su formación, arremete con el problema de su denominación» (p. 125). El
caso del padre Joseph de Acosta evidencia el grado en que las fábulas de
la Biblia —la historia sagrada— informaban el proceso de conocimiento
de los españoles de la naturaleza del Nuevo Mundo. También muestra
la confusa imagen que se formaba a partir de tal imaginario. Se trata de
■ 189
Arqueología del mestizaje
una de las autoridades que Garcilaso cita en los Comentarios con mayor
frecuencia. Podemos suponer que, para Garcilaso, Acosta era una fuente
relevante porque da cuenta del problema de la denominación: «Porque
si hemos de juzgar las especies de los animales por sus propiedades,
son tan diversas que quererlas reducir a especies conocidas de Europa,
será llamar al huevo castaña» (Acosta, 1590, citado en Chiampi, 1983,
p. 125). El otro aspecto que debemos considerar es que el ejemplo de la
impropiedad de discernir las especies americanas a partir de la fábula de
Noé en Acosta se asimila al de Garcilaso, en tanto en los Comentarios se
trata con cierta ambivalencia a los «españoles curiosos» que pretenden
asemejar la fábula de Noé con la del origen de los incas, lo cual podría
pensarse como otro ejemplo de «huevos y castañas». No hay que olvidar
que Garcilaso no podría más que referirse al corpus textual sobre el Nuevo
Mundo producido durante el primer siglo de la conquista. Su énfasis en el
problema de la denominación —tan claro en el «Proemio»— evidencia que
advertía la tendencia a la fábula en ese corpus sobre las Indias, en una época
donde «existía una propensión muy acusada al mito, a la imaginación y a
la aceptación de lo maravilloso» (Pastor, 1988, p. 89), es decir, un corpus
textual producido por «narradores [que] recurrían a las citas de autores
griegos y latinos, a la comparación con las cosas conocidas e imaginadas
y, principalmente, a la alusión a relatos bíblicos, a las leyendas medievales
[...] y a los mitos clásicos» (Chiampi, 1983, p. 125).
«Yo no me entremeto en cosas tan hondas», escribe Garcilaso (1943)
en «De fábulas historiales del origen de los incas» y agrega que «digo
llanamente las fábulas historiales que en mis niñeces oí a los míos; tómelas
cada uno como quisiere y déles el alegoría que más le cuadrare» (p. 44).
Este comentario expresa una tensión fundamental que se hace evidente
para él, dada su ascendencia incaica y su conocimiento del quechua, que
lo hace receptor directo de los relatos de sus parientes, y dada también su
erudición y dominio de los códigos de la filología humanista. Su posición
de mestizo le permite advertir que las fábulas historiales que oyó cuando
niño, de boca de sus parientes incas contando su propia historia, se hallan
reinventadas en el corpus textual a su disposición, donde las encuentra
«cuadrando» en el imaginario español.
El hecho de que Garcilaso reintegre la fábula historial del origen de
los incas al discurso de la historia, aun reconociendo un posible elemento
ficticio, es un gesto significativo, que corrige a los «españoles curiosos»
190 ■
Los hijos de la conquista
y amplía el discurso histórico. Ese gesto de corrección y amplificación de
Garcilaso, consecuencia de su posición crítica como sujeto mestizo frente a
un determinado corpus histórico, revela la dimensión historiográfica de los
Comentarios.
Por medio de la restauración de la fábula historial del origen de los
incas como base fundamental de «las grandezas que realmente de verdad
posee hoy España», Garcilaso inscribe a los mestizos en el discurso de
la historia como efectos de la conquista. Pero parece no estar dispuesto
a comprometer las fábulas historiales que cuentan el origen de los incas,
ni a sintetizarlas. Reacciona a un adversario europeo, despliega sus
habilidades guerreras a través de la lengua en el campo del imaginario
cultural, que entiende como político.
En apariencia, el proyecto del Inca puede verse como una versión de
la historia de la conquista que resulta de una síntesis de relatos históricos
y tradiciones culturales que no necesariamente coinciden e incluso
llegan a contradecirse. Así, podemos pensar que, desde la perspectiva
mestiza, el Inca intenta borrar las oposiciones y suturar las diferencias
de dos tradiciones en conflicto con resultados algo cuestionables.
Esta es la interpretación de Cornejo Polar (1994), quien ha señalado y
problematizado el modo en que se construye este aspecto de la condición
mestiza en el Inca:
Es claro, por lo pronto, que Garcilaso imagina la condición mestiza en
términos de conjunción y síntesis, aunque a veces no sin sobresaltos. A este
efecto recurre a varias estrategias, desde la asimilación del neoplatonismo,
filosofía en la que encontró una base conceptual especialmente apropiada
para pensar y pensarse en función de una armónica convergencia de
fuerzas disímiles y encontradas, hasta la certeza —no sin grietas— acerca
del sentido providencial de la historia. En este orden de cosas Garcilaso
sitúa al incario no en contraposición a la conquista sino —como el mundo
clásico con respecto al cristiano— a la manera de prólogo propiciatorio de
la evangelización de las Indias […]. El discurso histórico puede discurrir
sin contratiempos, suturando desgarraduras y soldando lo quebrado con
la mejor de las razones: la divina (p. 97).
Cornejo Polar se referiría a este modo de imaginar la condición mestiza
como «el deseo de la armonía imposible», pero la lectura del gesto
■ 191
Arqueología del mestizaje
historiográfico en el contexto de la guerra de razas que he propuesto
muestra que hay más que un intento de suturar dos tradiciones. Nos
encontramos con un conflicto latente que no puede ser subsumido bajo
ningún tropo que aluda a la síntesis.
El choque entre la oralidad de la cultura incaica y la escritura
expansiva de la cultura europea que produjo la conquista se manifiesta en
el posicionamiento ambivalente del Inca. Su autoridad textual se negocia
mediante el posicionamiento ante dos culturas diferentes y en conflicto,
representadas por la escritura y la oralidad. En un sentido más amplio,
podemos decir que la ambivalencia del sujeto mestizo emerge de la propia
heterogeneidad que signa la situación colonial en tanto zona de contacto.
Desde esa posición, el Inca emite un gesto de legitimación de un
discurso histórico que proclama ser más fiel a la verdad de los hechos. Como
agencia mestiza, el Garcilaso (1943) lector reconoce en el corpus textual
español la falta de lo previo —lo originario— a «la conquista y reducción
de los indios» (p. 44) y el Garcilaso escritor describe a los incas del Perú
como una «república antes destruida que conocida» (p. 46). Al fin, destaca
que en las historias de los españoles la «primera piedra» del edificio de la
historia del Imperio inca —la fábula historial del origen de los incas— no
es mencionada porque no encaja en las historias sobre el Perú informadas
por el imaginario español. Así visto, el proyecto historiográfico de los
Comentarios instituye el imaginario incaico en el «edificio» de la historia.
La estrategia consiste en poner en evidencia las contradicciones y las
discrepancias del edificio de la historia colonial.
Al igual que los mamelucos brasileños, el mestizo Inca Garcilaso
despliega el dominio de la lengua como estrategia de poder. Podemos
reenfocar a Garcilaso desde la agencia del mameluco que se mueve del
centro colonial al sertão, donde el contexto de guerra y adversariedad es
tanto más claro. Así, podemos ver en Garcilaso una agencia mestiza que
se debate en el contexto de las relaciones de poder, lucha y adversariedad
que describe Guaman Poma. Si, como observa Rafael (1993), en la tradición
del humanismo renacentista alguien tan influyente como Nebrija asumía
una conexión natural entre el lenguaje y la política, ya que «la afirmación
de una es acompañada por la expansión de la otra» (p. 23), es apropiado
pensar que, en la medida en que Garcilaso despliega sus estrategias de
lucha en la arena del lenguaje y del discurso de la historia a la vez que
se construye como autor mestizo, su accionar no deja de ser político. Así,
192 ■
Los hijos de la conquista
Garcilaso muestra que la guerra de razas se despliega y se lucha no solo
en los campos de batalla y en los sertões, sino también en los imaginarios
forjados en el tercer espacio.
Los hijos de la guerra de razas
El mestizaje carnal produjo posiciones de sujeto múltiples, por eso
cualquier modelo binario de análisis que caracterice la relación de
dominación en términos de colonizador/colonizado, incluso resolviendo
dicho binarismo mediante tropos de síntesis, ocultarán la conflictividad
y la complejidad de las relaciones de poder que resultaron de la
conquista. El entrelugar de la historia y la contrahistoria es un efecto, una
manifestación discursiva del tercer espacio que emerge con los mestizos
entre la confesión y la antropofagia, la monogamia y el cunhadismo, las
lenguas y tradiciones europeas y las indígenas, la escritura y la oralidad,
explotadores y explotados. El tercer espacio no es sinónimo de síntesis,
sino que consiste en un intersticio de conflictividad y ambivalencia con
reverberaciones políticas y estructurales.
Este cambio de perspectiva tiene implicancias para el campo de
los estudios coloniales, donde, como ha señalado Martínez-San Miguel
(2008):
Es necesario dar cuenta de las contradicciones intrínsecas y las ambigüedades
de las subjetividades coloniales que analizamos para descolonizar nuestras
intervenciones críticas. El Inca Garcilaso de la Vega fue un mestizo que
a veces se encontró en una situación de marginalidad, pero también tenía
acceso a ciertos privilegios. Parece, sin embargo, que después del auge de los
estudios subalternos, hemos perdido las herramientas críticas para estudiar
las sinuosidades del poder que son cruciales en la articulación de nuestro
corpus cultural (p. 139, traducción mía).
En coincidencia con la crítica planteada por Martínez-San Miguel y la
propuesta analítica de Foucault (2014) sobre la guerra como principio
de inteligibilidad, en el capítulo anterior y en este argumenté a favor de
abordar la conquista no solo como una zona de contacto, sino como una
guerra de razas para poner de relieve el contexto de relaciones de fuerza
y de lucha en el que nacieron los primeros mestizos, además de visibilizar
■ 193
Arqueología del mestizaje
aspectos de género determinantes en estos procesos. Hijos de la guerra
de razas, nacidos del despliegue de una estrategia de poder que tanto
europeos como indígenas utilizaron en los primeros años de expansión
como modo de operar en el poder político y el nuevo orden colonial, estos
sujetos aparecen en un escenario de guerra, como lo plasma Rivera en su
mural. Tener en consideración esa condición de su nacimiento, además
de tópicos habituales como la ilegitimidad o el bilingüismo, nos permite
pensar a los mestizos en términos de agencias y relaciones intersubjetivas,
en la trama de lo que Foucault llama los operadores de poder y «cómo
fabrican las relaciones de sometimiento concretas» (p. 50) de la guerra de
conquista. Si Guaman Poma nombra en primera persona esos operadores
y sus efectos en los sujetos y el cuerpo social, lo que llama el reino, en el
caso de los mamelucos brasileños y del Inca Garcilaso vemos apropiaciones
estratégicas de códigos dominantes que conforman un rango extenso
que va desde las prácticas rituales hasta la escritura formal y un tercer
espacio que pone en juego «un proceso de significación mediante el cual
las afirmaciones de la cultura y sobre la cultura diferencian, discriminan
y autorizan la producción de campos de fuerza, referencia, aplicabilidad
y capacidad» (Bhabha, 1994, p. 54). Ese espacio de poder, que podríamos
llamar efecto mestizo, introduce el vector de la ambivalencia en el
entramado del poder colonial, por eso mismo el crecimiento de ese sector
de la población, con el paso del tiempo, se convierte en un blanco de
aplicación del poder gubernamental, primero en manos de españoles y
luego de criollos, ya en el marco de la nación.
En este sentido, para habilitar desde la arqueología una lectura política
matizada del mestizaje y sus efectos, cabe señalar que Foucault (2014)
hace una distinción relevante para nuestros fines entre sujeto e individuo.
Foucault utiliza el concepto de sujeto en un sentido más general, siempre
como parte de una relación de poder (una relación de fuerza, de lucha, de
resistencia, etc.). El individuo, en cambio, es producido por la aplicación
de ciertas técnicas disciplinarias de poder en un momento determinado.
Si bien en mi análisis entiendo al sujeto como efecto y elemento de
composición del poder, me interesan las relaciones que la categoría
de individuo expresa con relación al aparato institucional colonial,
recordando, claro está, que el individuo para Foucault no es un blanco
inerte del poder y que ese aparato va mutando y tornándose más complejo
con el correr del tiempo. Tratar estos dos niveles resulta crucial, además,
194 ■
Los hijos de la conquista
si pensamos en los mestizos como agencias, en el sentido en que desarrollé
esta idea respecto de los mamelucos, para ampliar el campo de discursos y
prácticas a analizar, además de no perder de vista otros ámbitos más allá
de los mestizos de la ciudad letrada.
Se establece entonces un contraste tajante con la idea de mestizaje
que propone Vasconcelos (1925), donde las únicas agencias en los
procesos históricos parecen ser los conquistadores blancos. Pero en este
capítulo hemos visto que los sujetos mestizos movilizan el entramado
intersubjetivo, epistémico y político colonial desde intersticios que llegan
hasta la escritura y parten de prácticas performativas del cuerpo, prácticas
religiosas, guerreras y de comunicación. Pérez Torres (2006) reivindica
la habilidad de los sujetos mestizos de acarrear sus cuerpos a través de
distintos circuitos de intercambio, un proceso del cual emergen nuevas
identidades, relaciones y epistemologías. El mismo autor considera
que este efecto es un legado positivo de nuestro pasado «conflictuado y
tenebroso» (pp. 217-219). Si bien, sobre todo pensando en los ejemplos
que se vieron en este capítulo, es muy difícil negar que uno de los efectos
del arribo del mestizo en las relaciones de poder de la guerra de razas
haya sido, justamente, la producción de nuevas identidades, saberes y
perspectivas críticas, una perspectiva que tenga en cuenta las dinámicas
sociopolíticas que se originaron en la conquista será cautelosa, como
mínimo, ante cualquier tipo de idealización u ontologización de lo mestizo
(Rivera Cusicanqui, 2010). Tal vez sea eso lo que transmite el niño mestizo
de ojos azules de Rivera al voltear la mirada hacia nosotros, tan rodeado
de violencia, guerra, sometimiento, muerte. La suya es una mirada que se
aparta de la transacción patriarcal e imperial para revelar la posibilidad de
otro horizonte de interpretación de ese (nuestro) contexto, un horizonte
que no es binario ni fijo, sino dinámico y ambivalente.
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