El agua era de uso exclusivo para los habitantes de la Granada del siglo XI, que se reducía a una parte del Albaicín

Acequia de Aynadamar, entre Alfacar y Viznar | Periódico Ideal

El agua es imprescindible para la fundación de un asentamiento humano y es una de las claves para garantizar el éxito de su crecimiento, además de su supervivencia en el tiempo. Para la Granada romana sigue siendo uno de los aspectos más difíciles de aclarar, porque si bien son cada vez más abundantes las infraestructuras hidráulicas que van aflorando en las excavaciones arqueológicas, aún no queda claro de dónde procedía el agua para sus habitantes. La proximidad al Darro puede ser una respuesta, pero no conocemos ningún ingenio para elevarla desde su cauce y no existe ningún canal que la captara aguas arriba y la condujera hasta dentro de sus murallas.

Existe otra posibilidad, y es el aprovechamiento de las aguas que nacen en la Sierra de la Alfaguara que en este caso sí que está atestiguado su uso como principal fuente de abastecimiento de agua para el consumo humano y para riego desde el siglo XI. No sería extraño por tanto que su aprovechamiento ya se hiciera desde la Antigüedad y que la estructura generada en época islámica se hubiera superpuesto y borrado sus huellas. Esta es una discusión en la que no vamos a entrar porque lo que nos interesa es mostrar cómo se captaba el agua, se transportaba y almacenaba dentro de las murallas en la Edad Media.

La fuente de Aynadamar, o fuente de las lágrimas, se encuentra en el término municipal de Alfacar y se trata de una resurgencia natural de agua que queda embalsada en un espacio natural con forma de lágrima, de ahí su nombre. Se sabe que su canalización se hizo en el siglo XI d.C. construyendo una acequia – la acequia de Aynadamar– que llevaba su agua hasta la ciudad de Granada, entrando por la zona norte mediante una tupida red de ramales secundarios, alimentando los numerosos aljibes que existen. De esta forma se garantizaba el suministro de agua en los distintos barrios, tanto para el consumo humano como, en muchos casos, para el riego de huertas. Su importancia es tal, por lo que supone para el diseño de la estructura urbana de la primitiva Granada islámica, que la acequia y todo su sistema de derivación se considera un elemento arqueológico objeto de estudio y análisis.

Lo primero que destaca es que desde la fuente hasta la ciudad hay que salvar numerosos accidentes geográficos, por lo que fue necesario construir acueductos y tramos subterráneos. En la parte inicial, entre Alfacar y Víznar, existe un curioso sistema de puentes sobre la acequia que permitían el paso de las barranqueras sin que se mezclasen con el agua limpia y al llegar al término del segundo aún se conservan las ruinas de varios molinos históricos. A partir de este punto algunos tramos de la antigua acequia medieval se han perdido, pero su trazado se percibe en el paisaje y es relativamente fácil su recuperación.

Aljibe del Rey. Interior de las naves | Fotografía Fundación AguaGranada

El uso de su agua era exclusivo de los habitantes de la ciudad, que por entonces se reducía a la parte del Albaicín de la Alcazaba Qadima, y una vez que se llenaban los aljibes servía para el riego, siendo almacenada en grandes albercas. En las excavaciones que se hicieron en la Alberzana, carmen que se adosaba a la muralla del Albaicín, aparecieron varias albercas destinadas a este fin que formaban parte de fincas de recreo.

Algunos investigadores sostienen que la construcción de la acequia es una decisión de los reyes ziríes en colaboración con los habitantes de la ciudad, teniendo como fin prioritario el abastecer el alcázar, que se encontraba ubicado en el entorno de San Miguel Bajo, Huerto del Carlos y Dar al-Horra. El punto de almacenaje principal era el aljibe del Rey, que era uno de los puntos estratégicos, siendo el depósito de agua de mayor capacidad de todos los de la ciudad, pudiendo almacenar hasta trescientos metros cúbicos. El agua se derivaba de la acequia por medio de un tomadero independiente. Construido en el siglo XI d.C. fue restaurado e investigado arqueológicamente entre 2005 y 2007. Su planta es rectangular, dividido interiormente en cuatro naves cubiertas con bóvedas de cañón, separadas por arcos de medio punto, con una altura de 3,82 m. Está construido en tapial y revestido con mortero hidráulico de cal para garantizar su impermeabilización, y se identifican aspectos interesantes como el acceso para limpiarlo, la entrada del agua y huellas del sistema de elevación mediante cubos.

Una vez llenado desde aquí, la acequia se ramificaba para abastecer el resto de aljibes, como el de San Miguel, el de San Nicolás, las Tomasas, San José o el aljibe Trillo. A una escala menor, cada vez que excavamos en esta zona encontramos entradas de aguas para las albercas domésticas, tinajas, cauchiles, macetas y atanores que introducían el agua de Alfacar desde estos aljibes en cada casa.

Con el tiempo el sistema original se fue modificando debido a las nuevas necesidades que supuso la expansión del arrabal del Albaicín, incorporando nuevos ramales para abastecer los barrios recientemente creados.

Su agua también sirvió para el riego y abastecimiento de las almunias que se fueron fundando en la zona Norte, en Cartuja, al amparo de la acequia, descritos en el siglo XIV por Ibn al-Jatib como «de gran valor y elevada calidad que para pagar su precio sería menester fortunas de reyes», conocidas después como los cármenes de Aynadamar.

Fuente: Ángel Rodríguez Aguilera para el periódico Ideal