«No puede el hombre sentirse a gusto sin su propia aprobación” Mark Twain

Pertenecer es una de las necesidades mas primarias del ser humano y la vergüenza se relaciona con el miedo a no ser aceptados. Es, como dice Hernandez Pacheco (2020), una fobia interpersonal que produce sensaciones muy desagradables basadas en el miedo de poder ser rechazado por los otros o hacer algo que pudiera motivar el rechazo o la indiferencia.

Cuando la vergüenza se vuelve desadaptativa puede ser una emoción poderosa y tener efectos significativos en la salud mental y el bienestar de una persona afectando a nuestra identidad y a la capacidad de enfrentarnos a las situaciones y estando en origen del trauma. Por ello es importante comprender y abordar adecuadamente esta emoción en el contexto de la psicología y la salud mental.

¿Qué es la vergüenza?

La vergüenza se define como una emoción humana compleja y socialmente influenciada que surge cuando una persona experimenta una evaluación negativa de sí misma en relación con las expectativas sociales, normas culturales o sus propios estándares personales. Esta emoción está siempre referida a la mirada del otro ya sea alguien que nos observa desde fuera o una parte de nosotros que sentimos como alguien crítico.

Entonces, para que la vergüenza se dé por un lado debe de internalizarse un sistema de valores o códigos estéticos, morales o religiosos que determinen lo que es aceptable y lo que debe esconderse, y por otro lado, debe sentirse la mirada del otro o de uno mismo ya sea porque realmente se está siendo observado o por haber introyectado la mirada crítica de los otros con la que nos autoevaluamos.

Bajo el influjo de la vergüenza, las personas valoran sus acciones, características personales o comportamientos como inadecuados. Tienden a compararse y minusvalorarse, desaprobarse, rechazarse a sí mismas a través de sus propios ojos críticos o los de otros. Esto puede llevar a una serie de respuestas emocionales, cognitivas y conductuales que incluyen, por ejemplo, la evitación de situaciones sociales, el deseo de ocultar la fuente de vergüenza, una disminución de la autoestima, sensaciones de encogimiento, impotencia y querer desaparecer.

Hay una vergüenza sana y funcional, ya que nos ayuda a regularnos socialmente. Es una emoción instintiva diseñada para darse cuenta de aquellas situaciones en las que existe un impedimento para que se dé un interés por parte del otro, por ejemplo, cuando nos sentimos conmovidos por haber cometido errores o sentimos que hemos hecho el ridículo. La vergüenza será mayor cuanto mayor sea la conexión con la persona o grupo, cuanto más lo admiremos o necesitemos su aprobación o cariño más intenso será el miedo a fallar. La vergüenza adaptativa es una sensación molesta pero soportable.

Sin embargo, la vergüenza también puede ser desadaptativa y convertirse en patológica cuando deriva de una imagen distorsionada de nosotros mismos que nos invalida para la acción y cuando se hace presente de forma desproporcionada en relación con el estímulo que la provoca. Se vuelve, entonces, una sensación incapacitante que nos bloquea cuando creemos que somos o que los demás nos perciben como defectuosos afectando a la persona de forma global, en su esencia, en lo que es. Es agobiante vivir con permanente sensación de vergüenza y autocrítica punzante que en momentos difíciles o de estrés no nos permite encontrar tranquilidad y seguridad.

Situaciones reales o imaginadas por la persona que pueden originar vergüenza

Podemos avergonzarnos por distintos motivos y circunstancias de acuerdo al significado personal que le damos a los hechos y nuestra interpretación de la experiencia, es por eso que las situaciones que la originan pueden ser reales o ser fruto de la autoevaluación mediante esa mirada crítica de los otros que hemos hecho nuestra por lo que no tiene que coincidir con lo que los demás realmente perciben. La vergüenza suele darse en las siguientes situaciones:

  • Poseer un atributo físico que se considera defectuoso: como puede ser en nuestra sociedad tener espinillas, sobrepeso o celulitis. La persona pone su sensación de poca valía en su cuerpo y cree que si esto se soluciona será aceptada. Cuando se lleva al extremo se asocia mucho a los trastornos de alimentación y vigoréxicos.
  • Pertenecer a un grupo que se percibe como inferior al resto: puede ser una persona de la familia de la que nos avergonzamos o toda ella por ejemplo por pertenecer a un grupo étnico o religioso, vivir en una zona de la ciudad, tener un trabajo que se considere indigno…
  • Llevar a cabo una acción espontánea o voluntaria que pueda provocar el rechazo de los demás. Por ejemplo: escribir diferente de los demás, hacerse las necesidades encima…
  • Poseer un secreto o haber cometido una acción que si se supiera provocaría rechazo. Tanto si la persona fue forzada o manipulada a hacerlo como si no, la vergüenza existe. Es muy común en los abusos sexuales. – No ser capaces de realizar una o varias tareas que la persona considera que están dentro de sus posibilidades o deberían estarlo.
  • Que alguien cercano cometa algún acto inmoral o deshonesto.
  • Ser consciente de haber sido utilizado.

Diferencias entre vergüenza y culpa

La vergüenza, como la culpa son emociones interpersonales, aprendidas en los primeros años de vida con los cuidadores por lo que tienen una influencia cultural enorme. Ambas sirven para poder regularnos de una forma más adecuada con los demás y, si son adaptativas, nos permiten funcionar a nivel social de un modo óptimo.

La vergüenza aparece biológicamente antes que la culpa puesto que es más instintiva y hay más rasgos de esta que compartimos con los mamíferos. La culpa aparece con el desarrollo del lenguaje cuando el niño comienza a poder hablar consigo mismo y entender de forma más compleja lo que es aceptado o rechazado.

La vergüenza corresponde a una evaluación negativa de un yo global:

“yo hice eso mal porque soy defectuoso” por lo que la persona se siente mal por algo que es.

Sin embargo, la culpa se refiere a una evaluación negativa de un hecho concreto:

“yo hice eso mal”. La persona se siente mal por algo que hizo.

Así mediante la culpa este hecho es reparable pero desde la vergüenza se caracteriza por un sentimiento de inferioridad e inutilidad, algo que afecta al self, a la sensación de lo que soy, por lo que la experiencia suele vivirse como más dolorosa.

Esto lo explica la teoría atribucional de Weiner según la que la vergüenza refleja las atribuciones internas de incontrolabilidad mientras que la culpa abarca las atribuciones internas de control. Es decir, en la culpa se percibe que lo hecho puede repararse de algún modo, la persona puede aferrarse a una versión de sí misma que tiene control y por tanto es una emoción motivadora, pone la energía en reparar, sin embargo en la vergüenza lleva a la parálisis e inacción dado que se atribuye a una característica incontrolable propia del yo.

También se diferencian en la experiencia fenomenológica que en la vergüenza es encogerse, sentirse pequeño, que no se vale, impotente y sin embargo en la culpa es tensión, remordimiento, preocupación obsesiva por la transgresión, arrepentimiento.

La génesis de la vergüenza

Se ha observado que los bebés ya presentan manifestaciones físicas de vergüenza a los 8 meses de edad aunque diferentes componentes de esta emoción se van desarrollando a lo largo de la infancia según avanza el desarrollo de la capacidad cognitiva del niño. Hacia los 3 años se consolida la vergüenza social, es decir, en comparación con otros. A los 4 o 5 años el niño articula ideales sobre cómo deben ser las cosas para sí mismo y se internaliza la vergüenza de manera que esta se entiende en relación con si cumplen o no con lo esperado por ellos mismos y/o los demás. Por ejemplo: a esta edad el niño puede percibir que se le exige ser inteligente. Cuando aparezca ansiedad con respecto a esta creencia porque el niño ha suspendido una asignatura este tendrá que darle un significado a esta experiencia para poder sentir control y esta explicación puede ser real porque nos lo digan o imaginada “No soy tan inteligente como debería porque he suspendido”. Aquí el niño trata de sentir control comparando el yo real con el yo ideal lo que le conduce a la vergüenza. Si el resultado de no alcanzar las expectativas propias o de los demás se perpetua, la vergüenza se volverá crónica y tóxica.

La vergüenza representa por tanto el espacio que hay entre el yo ideal (la imagen de sí a la que uno aspira) y el yo real (la imagen de uno mismo como es). Cuanto más grande sea la distancia entre estos ideales mayor será la intensidad de la vergüenza. Claramente, nuestros ideales son influenciados por el universo intersubjetivo en el cual habitamos y se forman a partir de las relaciones con nuestras familias, compañeros, cultura subyacente, valores y costumbres.

La internalización de unas normas para poder comportarse de forma adecuada es el proceso normal de socialización de cualquier niño, el problema es si este proceso se da de forma adecuada o patológica, ya que las sensaciones de rechazo o indiferencia cuando se sufren repetidas veces, tienden a generar un sentido de identidad inseguro y no integrado.

Desde el psicoanálisis se ha visto la vergüenza como una sensación de incapacidad para obtener el amor o la atención del cuidador temprano, generalmente la madre. La corregulación entre el bebé y los cuidadores provoca el desarrollo fisiológico del cerebro y emocional de la mente. El bebé va a adaptar su conducta y regulación emocional al de los cuidadores, por eso se dice que los cuidadores son el espejo donde el niño se mira para poder construir su identidad.

El cambio de actitud de los cuidadores hacia el niño en el segundo año de edad, cuando este tiene más autonomía y ellos comienzan a poner límites al niño, puede ser visto por este como un rechazo a sus iniciativas e incluso a su identidad. Pero la vergüenza no sólo aparece por regañar al niño o poner límites sino que también puede aparecer por falta de conexión emocional o no pasar tiempo suficiente con el niño o de la forma adecuada. En cualquier caso estas carencias provocarán en el niño sensaciones de malestar y el niño debido a su poca capacidad cognitiva va a explicarse esas sensaciones achacándolas a alguna falta de su personalidad o carencia física.

Cómo Afrontar la Vergüenza

Frecuentemente el primer paso para afrontar la vergüenza es moverse de una postura de evitación o disociación hacia una postura de conciencia y manejo de este dolor. Aprender a tolerar las sensaciones asociadas a la vergüenza y poder enfrentarse a las situaciones que la provocan.

Para ello en el proceso terapéutico se trabaja en dos niveles complementarios:

  • Exposición a las memorias traumáticas asociadas a las situaciones en las que se sintió vergüenza, incluso dentro de la consulta con el terapeuta. Al hacer esto se pueden identificar las sensaciones asociadas a las situaciones en las que se sintió vergüenza o rechazo. Estas memorias somáticas son de ayuda inestimable para que la persona pueda conocerse y comenzar a regular los activadores del malestar. Estas sensaciones se pueden calmar mediante la reflexión, permitiendo que la persona los pueda sentir y aceptar de manera progresiva. Las experiencias de malestar se dieron porque no hubo una figura de apego que ayudara a regular de forma adecuada las activaciones somáticas y sensoriales y experimentarlo en la relación terapéutica puede ayudar a la persona a tolerar lo que le resultó intolerable.
  • Enfrentarse a situaciones que provoquen miedo en la persona en las que sienta miedo a hacer el ridículo. Es muy común que tratemos de evitar aquellas situaciones o iniciativas que podrían generar vergüenza así como enterremos sentimientos que podrían ser rechazados con el fin de preservar relaciones, para evitar ser avergonzado por aquel que uno necesita. Sin embargo, la iniciativa y la acción sirven a veces como antídoto a los sentimientos de vergüenza. La vergüenza es un reflejo de la pasividad, que a uno lo hace sentir impotente y en ocasiones la misma inacción genera por sí misma vergüenza. Como por ejemplo cuando un artista tiene miedo escénico y se siente impotente de no poder salir al escenario.

La vergüenza puede manifestarse hacia el interior (atacándose a uno mismo, evitando el contacto con los demás o situaciones dolorosas, tendencias autodestructivas y visión exigente y destructiva de sí mismas) o hacia el exterior (atacando y avergonzando a los otros como forma de sentir poder y no conectar con la sensación de indefensión y vulnerabilidad). Estas son las estrategias que utilizamos las personas para sobrellevar la vergüenza y pueden ser dañinas y patológicas, son los síntomas.

Después de lo que hemos explicado, parece claro que cuando la vergüenza se dirige hacia el interior puede ser causante de una baja autoestima ya que nos lleva a mostrar desamor por nosotros mismos. Si bien este déficit de autoestima deriva de mensajes negativos recibidos de nuestros padres y de otras personas significativas, que nos llevan a percibir que nuestros sentimientos, necesidades y nuestro sí mismo auténtico no son aceptables, no se trata de observar las heridas culpando y reclamando a nuestros padres sino de asumir la responsabilidad de nuestra vida.

Todos tenemos aspectos de nosotros que valoramos y otros que rechazamos. La cuestión es cómo nos relacionamos con lo que no nos gusta de nosotros y cómo nos tratamos. A medida que integramos estos aspectos que rechazamos de nosotros y les damos su lugar, pasando de la autocrítica a la autocompasión, el autoestima se fortalece.

Cuando nos minusvaloramos tenemos la sensación de no poder alcanzar cierto estado ideal. Cualquier ideal que uno se imponga tiene la vergüenza como posibilidad permanente si está muy lejos de las posibilidades reales de alcanzarlo. Es por eso que resulta interesante revisar nuestros ideales y lo que nos avergüenza puede darnos pistas de cuales son. La meta terapéutica a este respecto es la de facilitar mayor flexibilidad, tolerancia y auto-aceptación.

A pesar de todo, no se trata de erradicar la vergüenza, esta no va a desaparecer, sino de tomarla como mensajera, descubriendo de qué quiere protegernos. Si nos tratamos con compasión, reforzamos nuestros propios recursos y nos respetamos y aceptamos como somos cambiaremos el concepto que tenemos de nosotros mismos y la transformación de la vergüenza vendrá por añadidura.

BIBLIOGRAFÍA

Sobre la vergüenza. Consideraciones y revisiones. Congreso Internacional sobre la Vergüenza. Febrero, 2005. Autor: Morrison, Andrew P.

Hernández Pacheco, M. (2020) Apego, disociación y trauma. Trabajo práctico con el modelo PARCUVE. Desclée De Brouwer. Bilbao

Brites de Vila, G., & Almoño de Jenichen, L. (2022). De la vergüenza a la autoestima: Recursos para confiar en uno mismo y afirmarse para actuar.