Bilbao -Y no nos referimos solo a los que aparecen en los medios de comunicación o quedan en los libros de Historia, también a los tiranos menos conocidos que se mueven en nuestro entorno inmediato.

J. V.: La mayoría de los dictadores famosos de la Historia tenían una serie de características comunes que llevaban bien a la vista...

-I. Q.: Esta es una pregunta peligrosa por varias razones. La primera, que seguro que hay dictadores y dictadoras de todos los tipos sin que me acuerde de muchos de ellos. La segunda, que puede haber personas que se sientan aludidas en parte porque ya lo han oído otras veces. La tercera, que la tentación a caer en los tópicos es grande. Sí que han sido personas autoritarias, inseguras, resentidas, despiadadas y ambiciosas. Luego han tenido sus matices.

J. V.: Me temo que son rasgos de personalidad que con el tiempo se van ahondando. Si ves que se hace tu voluntad una vez, quieres que la siguiente sea aún mejor, y así hasta el infinito.

-I. Q.: Pues sí. Todo lo que se convierte en un hábito tiende a consumirse más. Cuesta entender eso de acabar con el contrincante si no es como consecuencia de desarrollar el hábito de hacer lo que te place sin dar cuentas a nadie. En este sentido, los hábitos se desarrollan porque producen placer y eso genera un consumo creciente e incesante. Eso del pulgar arriba o abajo mientras te vitorean es adictivo.

J. V.: Y una vez que estás acostumbrado a que se cumplan tus designios, no paras de pedir, incluso cosas que son de todo punto imposible.

-I. Q.: Nada es imposible. La cuestión es el precio que tienes que pagar por lo que quieres conseguir, y quienes ostentan un poder omnímodo no encuentran problemas en esta variable.

J. V.: Descendamos ya a los dictadores domésticos, los que nos encontramos a pie de calle, de barra de bar, de portal, de centro de trabajo, de mostrador de administración pública? Por desgracia, son muy abundantes.

-I. Q.: Sí. Y muchos de ellos se disfrazan de víctimas. No hay nada como generar un agravio para convocar a muchas almas con necesidad de ayudar. Esto de solidarizarse con el débil, aunque sea por disfraz, tiene sus peligros. A destacar las personas pasivo-agresivas que obstaculizando las tareas consiguen que prevalezcan sus reglas.

J. V.: A algunos podemos esquivarlos. Con otros, sin embargo, no queda más remedio que lidiar. ¿Cómo?

-I. Q.: Pues sobre todo, con paciencia, mucha paciencia. Más tarde o más temprano cometen un error que les desenmascara y que les hace más vulnerables, abriéndose la puerta a una confrontación sin trampas. En ese terreno de la transparencia no se manejan bien y es donde tenemos nuestra oportunidad.

J. V.: Satisfacer siempre sus deseos me temo que es una de las peores ideas. Como decíamos antes, siempre querrán más.

-I. Q.: Eso creo yo, pero no siempre puedes vencerles y a veces hay que saber perder. También debes tener en cuenta que encontrarse con un rival que no solo les cuestiona sino que también les planta cara les estimula. Someter, no ya vencer, a ese tipo de rivales se convierte en una obsesión para dar más respaldo a su poder. El que lo quiera ver en película que se ponga Gladiator y vea cómo el emperador Cómodo convierte acabar con Máximo en su principal objetivo. Como en las películas casi siempre ganan los buenos, el gladiador sale vencedor en el combate final. Además, perduran sus hechos y su recuerdo por encima de su muerte.

J. V.: Su frustración se suele convertir en crueldad hacia los demás.

-I. Q.: Bueno, les hace falta poco para ser crueles por aquello que te decía de que son resentidos. Se lo pasan mejor haciendo daño que disfrutando sin más, que es lo que intentamos la mayoría de las personas. Son ese tipo de gente que además necesita sembrar el pánico para poder mantenerse al mando y ejercen la crueldad de hechos y de gestos. Suelen basar su poder en dividir a los grupos y en alimentar el chivateo y la desconfianza, dando poder a otros dictadorcillos de menor talla que se sienten bien muy cerca de ese tipo de poder.

J. V.: Sin palmeros y ‘lametobillos’ lo tendrían más difícil. Pero casi nunca les faltan pelotas y correveidiles a su alrededor.

-I. Q.: Es lo que te acabo de decir. Tienen grupos, bien sea organizados o espontáneos de chivatos que son capaces de mentir e inventar un complot con tal de perjudicar a alguien a quien envidian, al tiempo que alimentan la crueldad del dictador. No se dan cuenta de que más tarde o más temprano les tocará dar cuentas por lo que han hecho. También ignoran que serán la moneda de cambio que utilizará su patrón para ponerse a salvo.

J. V.: ¿Y si alguien de nuestro entorno, sin llegar a estos extremos, manifiesta un excesivo gusto por mandar? Me refiero a alguien a quien queramos.

-I. Q.: Pues si lo hace bien, le dejamos. Está bien protestar un poco para que le quede algo de mala conciencia y no se lo crea, pero ahí, generosidad. Qué remedio.

J. V.: Los niños suelen ser dictadores en miniatura. Mejor si no se lo consentimos todo, ¿no?

-I. Q.: Hombre, los niños son su propio eje y funcionan con la satisfacción del placer por bandera. De ahí que entiendan poco de argumentos y de la existencia de quienes les rodean. No obstante, y siempre de forma didáctica, hay que enseñarles a compartir y a respetar a los demás al mismo tiempo que a hacerse respetar. Esta tarea es responsabilidad de progenitores y educadores.