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Opinión

A ‘cantaletear’ se dijo

A mí en mi casa me enseñaron que ‘de la cantaleta algo queda’, y creo que ha llegado el momento de ‘cantaletear’ como nunca antes.

Pasó lo que estaba destinado a pasar, llegó diciembre, y con él, llegaron los rebrotes de la Covid-19. Comienzo diciendo que no soy nadie para criticar las acciones de otros, pues tengo claro que también he tenido días en los que me ha ganado la sed de querer que las cosas vuelvan a la normalidad, en los que me han ganado las ganas de abrazar a un amigo o familiar que hace mucho no veía,  en los que he olvidado que estamos viviendo esto, y de repente, me encuentro volviendo a mi casa porque se me ha quedado el tapabocas sin querer. Me ha pasado, no lo niego, y no voy a posar de santa, cuando lo único que pareceré es una hipócrita.

Como a muchos, me sucedió lo que hoy en día pocos se atreven a aceptar. Antes de que llegara el primer caso registrado a Colombia, hablaba del virus con poca seriedad, como si eso fuese ‘algo raro de por allá’ que con una absoluta ilusión e ignorancia, creí que jamás nos alcanzaría.

Sin embargo, cuando cerraron las fronteras y aeropuertos, y el gobierno decidió poner al país en cuarentena obligatoria, la cosa cambió completamente. Todo me daba miedo, y duré meses teniéndole pavor a ser la designada para hacer el mercado en el día de mi ‘pico y cédula’.

Pero las semanas pasaban y no pasaba casi nada. Transcurrían los días y lo único que aumentaba era el desempleo, era el hambre en quienes vivían de la informalidad, eran los casos de violencia doméstica, y eran las quiebras y cierres de sitios que no aguantaron el golpe.

Hay que decirlo como es, el encierro quizás prematuro (y digo quizás, pues tengo claro que la idea de ‘encerrarnos’ era para preparar de alguna manera a este país precario en salud para la catástrofe, pero que ‘ajá’, como era de esperarse, en la gran mayoría de las zonas de la nación, no se logró ni un mínimo de avance), hizo que muchísimos se desesperaran, y terminaran bajando la guardia.

Fue inevitable ese ‘primer pico’ de junio y julio. Un pico que nos hizo ver (o al menos eso creía), la gravedad de este asunto. Miles nos contagiamos (a mí me pasó inclusive estando dentro de mi propia casa), muchos murieron esperando una cama en la UCI, muchos no alcanzaron a llegar al respirador, y una gran parte casi pierde la vida.

Pero nos ‘recuperamos’, y nos volvimos a confiar. Se nos olvidó que el virus no se había ido, y hoy volvemos a ver cómo personas que uno quiere o conoce, se van de este mundo. Lo digo a sabiendas de que también he sido cómplice del problema: la única manera de cuidarnos, es, valga la redundancia, cuidándonos, es haciéndonos regularmente la prueba de anticuerpos (para quienes ya nos dio), y así tener la certeza de que realmente aún estamos protegidos (sin que por ello dejemos de usar el tapabocas), y es obligando a todo familiar, amigo, conocido o inclusive extraño, a tener que estar en constante protección.

A mí en mi casa me enseñaron que ‘de la cantaleta algo queda’, y creo que ha llegado el momento de ‘cantaletear’ como nunca antes. Seamos esa persona ‘cansona’ que regaña al otro por no tener el tapabocas bien puesto, seamos esa persona ‘metida’ que comenta acerca de las pocas medidas de bioseguridad que el otro toma, y seamos esa persona que replantea cualquier encuentro entre amigos o familiares.

Porque si depende de nosotros mismos cuidar al otro, porque si la vacuna estará disponible para todos en el 2022, entonces nos tocará recurrir a la cantaleta.

Porque la letra ‘con cantaleta’, entra.

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