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Cómo convivir con alguien que siempre está de mal humor (y no perder el tuyo en el intento)

Hay gente que siempre parece estar de mal humor, pero que por suerte o por desgracia, ocupan un papel importante en nuestra vida. ¿Qué les pasa? ¿Necesitamos saberlo para solucionarlo? ¿Huimos despavoridos o es posible afrontarlo?

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Cómo convivir con alguien que siempre está de mal humor (y no perder el tuyo en el intento)
SHUTTERSTOCK

Dicen los expertos de TherapyChat que una de las red flags que indican que tal vez debas ir pensándote pedir cita en el psicólogo es el mal humor crónico. Tener un carácter especialmente irritable o estar siempre de mal humor, explican, están entre las señales "de que algo no va bien". Ese malestar emocional, añaden, "nos quiere decir algo, hay un mensaje que necesita ser atendido detrás de esas emociones". Entendido. Hay que averiguar de dónde viene ese malhumor permanente que afecta a tu pareja o a ese familiar con quien convives, para poder ponerle solución. "Efectivamente, esa persona debe tratar de resolver su problema, comprendiendo las causas de su estado de malhumor crónico. En muchos casos es un problema de frustración, que puede ser por diferentes motivos. Un caso habitual es una persona dependiente que no acepta que necesita ayuda en su vida diaria", nos dicen los terapeutas Jesús Jiménez y María Ibáñez, del gabinete madrileño Psicología e Introspección.

Vale. Pero, ¿qué hay de quienes sufrimos ese mal humor sin que sea 'nuestro'?

Antes de seguir, pongámonos de acuerdo sobre qué llamamos malhumor. En 'Los mitos de nuestro tiempo' (Debate) Umberto Galimberti lo define como "una fuerza negativa que disgrega a la familia, la asociación o la empresa en la que cada uno está inserto, porque detruye la cohesión y la armonía y obliga a los demás a gastar palabras de comprensión y de compasión por una suerte que nosotros, y no los otros, han hecho infeliz". Está hablando claramente de la 'injusticia' que recae sobre la persona que tiene que soportar a un malhumorado y encima tratarlo bien.

Para el filósofo italiano, la raíz última de tanta mala baba estaría en una constante frustración en la consecución de la felicidad. Y explica que "nosotros medimos la felicidad no según nuestra realización personal, que es fuente de energía positiva para cuantos viven a nuestro alrededor, ya sean familiares, colegas o conocidos, sino según la realización de nuestros deseos, que formulamos sin tener en cuenta para nada la posibilidad de su realización. No aceptamos nuestro cuerpo, nuestro estado de salud, nuestra edad, nuestra ocupación o la calidad de nuestros amores, porque nos medimos a partir de los otros, e incluso a partir de los estereotipos que la publicidad nos ofrece todos los días". ¿Será esa la causa de que un 20% de los ocupados declaran sentirse enfadados en su puesto de trabajo, un dato que sobrepasa la media europea, situada en el 14%.

En este desajuste entre nuestras expectativas y la realidad se encuentra para Galimberti la fuente principal del mal humor. Y va aún más allá al afirmar que "si la infelicidad es el resultado de un deseo proyectado más allá de nuestras posibilidades, no hay inconveniente alguno en decir que quien es infeliz en cierto modo es culpable, porque es él mismo la causa de su infelicidad, por haber cultivado imprudentemente un deseo infinito e incompatible con los rasgos de su personalidad, que nunca se ha tomado la molestia de conocer".

Lo anterior puede convencernos o no, pero lo cierto es que no es consuelo, por mucho que Galimberti nos diga que considera la propensión a la felicidad y el buen humor como un verdadero 'deber ético', "no sólo porque nutre de positividad al grupo que nos rodea, sino porque presupone un buen conocimiento de uno mismo".

Ellos, de peor humor que ellas

Los datos cantan. Ellos acaparan la mayor parte del mal humor que se cuece en el planeta. Tanto es así que incluso existe un Síndrome del Hombre Irritable (familiarmente conocido en algunos lugares de Sudamérica como Síndrome de Pitufo Gruñón), que se refiere al malhumor de los 'señores mayores', vamos, por encima de los 50 años (si eres hombre y no te sientes identificado con el concepto 'señor mayor' se siente). Se trata de la famosa 'andropausia'. El Síndrome de Irritabilidad Masculina, explica el doctor César Montiel, de la clínica madrileña Neolife, es "un cuadro depresivo con cuatro características distintivas: exagerada sensibilidad, cólera, frustración y angustia".

Aunque las mujeres sufren más de depresión y ansiedad, los hombres maduros acaparan el mal humor y el enfado explosivo, lo que se ha relacionado con la caída en la producción de testosterona (quién lo hubiera pensado). De hecho, existe una terapia hormonal para tratarlo. Ahora bien, hay muchos malos humores que nada tienen que ver con la 'pitopausia'. Malhumores a cualquier edad, vamos. Y, en cualquier caso, a la 'víctima' qué más le da si es hormonal o no. A la 'víctima' lo único que le interesa es que acabe ya su particular calvario.

Así que, llegados a este punto, no me queda más remedio que preguntarle a los psicoterapeutas Jesús Jiménez y María Ibáñez: ¿qué podemos hacer para que no nos 'contagien' ese mal humor perpetuo?

¿Cómo defendemos nuestra propia psique de los efectos de convivir con alguien siempre negativo?

"Hay que atender a tres aspectos, pensamiento, sentimiento y acción. En la acción, por ejemplo, no hay que plegarse a las exigencias de esa persona, esperando que con esto su humor mejore. Tampoco es sano abandonar completamente la interacción con esa persona si se convive con ella, como por ejemplo no hablarle. Hay que ser firme y compartir lo que sea posible, y retirarse cuando sea necesario".

En lo que respecta al terreno del pensamiento, dicen los expertos, "uno debe tener claros los límites de lo que puede hacer y no puede hacer por esa persona. No dejarse llevar por pensamientos pesimistas ni culpabilizantes. Culpar al otro o a sí mismo va a generar más enfado, ira, rencor...; estados emocionales que afectan muy negativamente a uno mismo. Esa persona está sufriendo (no nos cambiaríamos por él), lo que hay que hacer es tratar de entenderla, que no es lo mismo que justificarla, y protegerse de su problema. No hay que tratar de convencerla de que cambie, sí se puede exponer el propio punto de vista y la necesidad de que busque una solución".

Por último, en la parte emocional, "hay que aprender a descubrir qué emociones produce la actitud de la otra persona en uno mismo ¿Malhumor también? ¿Temor? ¿Animadversión? ¿Desesperanza? Y aprender a resolverlas. Hay que separar claramente la actitud del otro de la reacción de uno mismo, que aunque parezca inevitable o automática, se puede resolver; esto es la clave para no culparle, descubrir qué procesos internos le surgen a uno mismo ante la actitud de la otra persona y qué le hacen reaccionar emocionalmente de esa manera. De cualquier situación en relación con los demás se puede aprender mucho de uno mismo".