Todo comienza con unos síntomas muy parecidos a los de la malaria: fiebres altas, dolores de cabeza, vómitos y diarreas. Pero la fiebre hemorrágica de Marburg, enfermedad producida por un virus de la misma familia que el de la fiebre de Ebola y para la que no existe tratamiento eficaz, acaba produciendo la muerte del paciente en pocos días por el colapso de las funciones en los órganos vitales, tras la aparición de hemorragias generalizadas. Hasta 301 casos de Marburg se han declarado en Angola hasta el pasado 30 de abril, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

De todos ellos, 260 ya han muerto, cifra que la convierte a esta epidemia en la "más mortal" desde que la enfermedad fue identificada en 1967, sentencia Luis Encinas, coordinador médico de la ONG Médicos sin Fronteras (MSF).

Ante una emergencia de estas características, la única forma de combatirla es cortar la cadena de contagio, que se produce por el contacto de fluidos corporales, como el sudor o la sangre, siendo los pacientes que han desarrollado la sintomatología y los cadáveres de los fallecidos los que tienen mayor potencial contaminador. El aislamiento de los pacientes, a los que sólo se les puede ofrecer tratamientos paliativos, y la recuperación de cadáveres --medidas ambas muy impopulares-- son indispensables para frenar su avance.

Y es aquí donde es necesaria la colaboración de las autoridades locales, que tienen que explicar a la población civil que vendrá personal extranjero sin identificar con trajes especiales para recuperar los cadáveres, sin que se puedan respetar las tradiciones funerarias locales.

"Dudo que la campaña de sensibilización sea intensa y de la calidad adecuada", se cuestiona Encinas desde Angola. En algunos momentos, el personal humanitario ha sido recibido a pedradas por los lugareños.