Las templadas aguas del río Canchis, que separan a Ecuador de Perú, corren raudas al cruzar por la comunidad fronteriza La Balsa, ubicada en la punta más distante del suroriente ecuatoriano. Cerca de la orilla izquierda, balanceándose en la corriente, está Oswaldo Wachapá, con un traje de buzo. En su boca coloca la punta de una delgada manguera y en sus manos toma la punta de un tubo plástico de seis pulgadas de diámetro. Y se sumerge. Va al fondo del cauce, no para bucear por deporte o pescar, sino para, durante horas, succionar del lecho del río el material pétreo, materia prima de donde se lavará y extraerá oro.

Wachapá está conectado, con el tubo y la manguera azul, a una pequeña draga amarrada a un árbol de la orilla y sobre la que está instalado un motor, que bombea aire para el buzo y succiona las piedras y arena. El material cae a una rampa acoplada para detener el material pesado, del que se extrae el preciado metal luego de un breve proceso.

El buzo, oriundo de la parte norte de Zamora Chinchipe, trabaja junto a Galo Yoma. Ambos forman una especie de pequeña sociedad con el dueño de la draga, Víctor Manuel Mejía Jaramillo, quien –cuenta– ha trabajado en casi todas las zonas mineras del país. Hace dos semanas el grupo llegó al río Canchis, porque se enteraron que hay buen material.

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La draga de Mejía es solo una de las casi 80 que laboran en la orilla ecuatoriana del río Canchis, entre el poblado ecuatoriano de La Balsa y el peruano de Namballe, unos 3 km aguas abajo. La de Mejía es una más de las casi mil que existirían en los ríos de Zamora Chinchipe, según reconocen él y otros mineros.

Este nuevo método de extracción surgió hace unos dos años, por el norte de Zamora. En el último año se ha extendido a la mayoría de los ríos de la provincia. En el río Mayo, una hora al norte de La Balsa, se estima trabajan unas 150 dragas; en el río Isimanchi, otra hora más al norte, habría medio centenar. Y por el centro y norte de la provincia están en un río de Palanda, en el Zarza, en el Blanco, en el Yacuambi, en el Nangaritza, en el Conguime y otros.

Son dragas que podría decirse son semiartesanales, armadas por los propios mineros con una inversión que va de los $ 4.000 a $ 5.000. Sobre una boya de fibra de vidrio se asienta un soporte donde se coloca un motor de dos tiempos, de 180 caballos de fuerza y el resto de las adecuaciones. El gasto en combustible llega a los cinco galones por día ($ 12,50 al precio local). Unas tres mil personas se emplean directamente. Cada draga puede obtener de uno a cien gramos de oro por semana, según Mejía y otros dueños como Juan y Melba Pintado o Marcelo Alberca.

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En Zamora Chinchipe, los comerciantes pagan $ 41 por el gramo de oro y en la sociedad, los dos buzos llevan el 30% y el propietario de la draga el 70%. Si una semana es productiva un grupo puede obtener $ 4.000 para el reparto, aunque hay semanas que pueden quedarse con $ 40. En esta semana, por ejemplo, los del río Canchis pararon el trabajo porque llegaron los militares a advertir que si siguen laborando, les requisarán o destruirán sus equipos.

Mejía dice que el Estado debe comprender que esta actividad beneficia a los más pobres y que no contamina. Exige que los legalicen y –asegura– no se niega a pagar impuestos.

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En el Isimanchi, ubicado al norte de Zumba, cabecera cantonal de Chinchipe, cuatro dragas operan en un espacio de 20 metros. Lo hacen en la orilla del río que golpea en una peña boscosa. Gladys Alberca, esposa de un buzo, refiere que la tarea es de subsistencia. “Nosotros no tenemos trabajo del Estado y no hay de qué más vivir, qué quieren que haga si vienen a prohibir”, señala la mujer.

Richard Alvarado, otro buzo, cuenta que ya llegaron personeros del Ministerio de Ambiente y de la Subsecretaría de Minas. Agrega que ya presentaron papeles para legalizarse, pero van seis meses y no obtienen ninguna respuesta. Además, niega que contaminen los cauces.

Pero el subsecretario de Minas para la zona sur (El Oro, Loja y Zamora Chinchipe), Eduardo Calva, refiere que sí existen daños, pues al succionar el material de las riberas de los ríos, se va socavando las barreras naturales de protección y se alteran los cauces. Además, anota que ellos están en la ilegalidad.

El funcionario explica que al momento se elabora en el país el Plan de Desarrollo Minero, que determinará las zonas en las que se podría desarrollar las actividades mineras y el tipo o sistema de extracción. Solo ahí se procedería a entregar permisos. Mientras, estas máquinas no deben trabajar y el Estado hará operativos de control.

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Si bien la minería con dragas puede considerársela artesanal, pues la inversión de $ 5.000 no rebasa el límite establecido por la ley (de 300 salarios unificados, unos $ 79 mil), los efectos perjudican a la naturaleza y nadie puede hacer daño, señala Eduardo Calva.

En cambio, los mineros anhelan comprensión. Hasta el presidente de la comunidad La Balsa se une a ese pedido. “Aquí no tenemos de qué vivir, solo el poquito de oro nos ayuda”, dice.