¿Es el acoso escolar o bullying una parte inevitable de la experiencia escolar, una más de las lecciones de vida? Esta creencia sobre el fenómeno es común en los entornos escolares de los países de América Latina y el Caribe, y afecta por igual a niñas, niños y adolescentes sin distinción de edad, etnia o nivel socioeconómico.

Unicef explica que, lejos de ser un ‘anticipo’ de la vida o una clase extracurricular para aprender a ‘resistir’, a ‘defenderse’ o ‘hacerse respetar’, esto es un problema de gran magnitud, acrecentado por el silencio de las víctimas y los testigos. Una investigación de 2017 refleja que, en Ecuador, uno de cada cinco estudiantes ha sufrido acoso escolar.

Primero, hay que definir de lo que estamos hablando. “No todo tipo de violencia es bullying”, empieza diciendo la psicóloga Patricia Pinedo, especialista en educación familiar, durante un webinario organizado por Twinkl Latinoamérica, una plataforma que se dedica a crear y compartir contenidos educativos para escuelas y familias.

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Hay tres indicadores: 1) El bullying es un ataque intencional, no casual. “No es que un compañero de repente quiso pasar, no midió su fuerza y empujó al amigo, cosa que puede ocurrir en algún momento. Hay una finalidad de causar daño”.

El objetivo de la intervención debe ser que los niños aprendan a relacionarse sanamente. Foto: Shutterstock

2) El bullying es repetitivo, no aislado. 3) Lo ejerce alguien de mayor poder, y esto es clave para hacer un buen análisis o identificar casos de acoso. Puede venir de un compañero o compañeros de aula, pero siempre hay uno con poder físico (talla) o poder emocional (liderazgo negativo) que usa para dominar.

Pinedo no cree que haya mucha diferencia si el bullying es cibernético. Solo es una variante, pero siguen cumpliéndose estos tres criterios, solo que acá el poder lo tiene alguien que se puede mantener en el anonimato. Su agravante es que lo puede ver gran cantidad de personas, no para atestiguar, sino para divertirse, tomándolo con complicidad, como si fuera una simple broma.

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¿Quién es cómplice? Alguien que no interviene o no emite ningún comentario con el propósito de anular o detener este tipo de comportamiento.

Los actores principales del ‘bullying’

En este escenario hay roles activos y pasivos. El primero, el más observado, es el de la víctima. ¿Cómo reconocerla? Los padres, dice Pinedo, generalmente sospechan, porque ven cambios en el comportamiento de sus hijos (dejan de comer, tienen problemas para dormir, están ansiosos, reactivos, pierden sus pertenencias, no quieren ir al colegio, sufren ‘accidentes’ con su ropa o tienen lastimaduras, tienen insomnio o pesadillas), pero solo confirman cuando hay un suceso mayor. Lo mismo les pasa a los docentes.

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Los adultos necesitan usar su capacidad de investigación, comprobar para poder actuar a tiempo; pero, ante todo, deben saber prevenir, y para esto deben saber cuándo un niño o niña es una posible víctima de bullying.

  • Tienen baja autoestima. Son inseguros, tímidos, y tuvieron una extrema sobreprotección en los primeros años o incluso hasta la adolescencia.
  • No son independientes. Siempre tienen que consultar cuando van a hacer algo. Buscan mucha aprobación, depender de alguien o de un grupo.

¿Qué se hace? Reprender al niño no es la solución. “Tenemos que mejorar esos aspectos, el desarrollo emocional, para que pueda tener un mejor afronte a cualquier situación futura de la vida: trabajar con las familias y con el niño o adolescente”.

Identificar al potencial agresor

El otro rol, del que pocos padres sospecharían que representan sus propios hijos, es el del agresor. “Muchas veces nos preocupamos solamente en cómo hacer que nuestro hijo no sea víctima, pero no en cómo hacer que nuestro hijo no sea agresor. Tenemos que pensar en quién está produciendo el bullying”.

Uno de los retos para las familias es identificar a sus hijos como posibles agresores. Foto: Shutterstock

¿En qué entorno se forma un posible acosador escolar? Las investigaciones sugieren que son chicos muy aislados de sus padres o muy solitarios; no tienen acompañamiento durante sus primeros años o los padres los han educado con la idea de que sean personas superindependientes, y en el proceso se han alejado mucho de ellos.

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“Recuerden que (en la crianza) todo es un punto medio, ni sobreprotección ni soltura total, porque todavía requieren acompañamiento y monitoreo en los primeros años y monitoreo en la época adolescente”, es la recomendación de Pinedo, quien da las siguientes guías:

  • El niño siempre debe tener acompañamiento. Esto significa que el adulto comparte las actividades, no las hace por él.
  • El adulto debe conocer los intereses del niño y los hitos que va alcanzando en su desarrollo.
  • En adolescentes, monitorear no desde una posición de vigilante o crítico, sino de observador de aquello en lo que invierte su tiempo. Detenerse a mirar sus juegos, artistas y lecturas.

“Si ingreso a hacer un monitoreo de forma crítica, me pondrá una barrera y no me dejará ver mucho. Pero si voy de observador, a querer aprender y compartir, definitivamente va a variar la mirada y mi hijo adolescente podrá permitirme ingresar a su mundo”.

El objetivo es reducir la información cargada de violencia, sea mediática o dialogada en los espacios familiares.

Pinedo también aconseja evitar los castigos físicos. “Ahora, algunos pueden decir: ‘¿Pero entonces cómo voy a corregir?’. Bueno la corrección o el aprendizaje de los errores va de menos a más. Tengo que ir trabajando poco a poco, desde los primeros años, no empezar a corregir recién en la adolescencia. Dejar de usar amenazas, porque querrán repetir ese modelo que ven como una forma de interacción, y sentir la satisfacción de que otro con menos fuerza que ellos lo reciba.

Cuando la familia sospecha que hay acoso escolar, debe hablar con la escuela, empezando con los directivos, y fijarse en que no le den tiempos de espera muy largos para el monitoreo y abordaje. Lo que hay que evitar es la sobreexposición. “Si mi hijo ha sido agredido y me lo ha informado, yo no puedo confrontarlo con el agresor; esa sería una sobreexposición dañina. Lo que tenemos que hacer es corroborar; y si queremos salvaguardar a nuestro niño, podemos pedir que no asista algunos días, hasta tener la información completa: de la víctima, del agresor y de los otros participantes u observadores que callan por complicidad, por indiferencia o por miedo”.

Pinedo pide no desestimar el papel de los observadores. “Los casos de bullying se mantienen y se sostienen con el tiempo por los observadores, por el público. Si no hay público, los casos disminuyen o desaparecen. Entonces, los observadores tienen que tener un papel activo que ayude a la modificación de los agresores”.

Los jóvenes que se han formado como observadores activos tienen las bases para relacionarse sanamente cuando son adultos. Foto: Shutterstock

Y los otros actores, los que pueden tomar medidas, son los educadores y padres de familia. “El primer rol de la familia es conocer a su hijo, saber lo que puede hacer y lo que no. Y en el caso de los educadores, tenemos que conocer a nuestros alumnos en todos los aspectos socioemocionales, no solamente en el desempeño académico. ¿Qué niño es líder? ¿Qué niño no interviene en un trabajo de grupo? ¿A qué niño le cuesta tomar decisiones? ¿Qué niños ceden en todo? ¿Qué niño prefiere tener un amigo que lo obliga a algo a cambio de no estar solo?

Una de las grandes estrategias para desalentar el bullying es crear un ambiente de convivencia en el aula. La convivencia significa tener una visión en la que todos son iguales, aunque unos destaquen más en cierta área. “Habrá conflictos ocasionales, pero no acoso. Miremos que nuestras aulas tengan un sentido de comunidad y de sana convivencia”.

Formas de crear comunidad

  • Tener momentos de asamblea para hablar sobre los intereses y necesidades de los maestros y de los niños, así como situaciones difíciles en las que no sepan cómo actuar. Esto se aprende desde el nivel preescolar. “El que es víctima no habla sobre sus necesidades, no habla sobre sus emociones; se cierra mucho y hay una afectación que va creciendo”.
  • Intervenir en los recreos para que sean tiempos amigables, con juegos en los que no necesariamente haya competencia y calificación. Buscar juegos que permitan que todos se vean como iguales, y en el que nadie tenga poder para sacar a otro de la partida o limitar el movimiento o la participación de los otros.
  • Formar a los niños como observadores activos, que sientan que tienen poder para intervenir o ayudar.

Se busca disminuir la incidencia del bullying: ese es el primer objetivo, concluye Pinedo. “Pero hay una finalidad mayor: que no es un aprendizaje temporal, sino un aprendizaje de vida”, que permita que los niños y adolescentes aprendan a relacionarse con sus pares, y así trabajar las bases emocionales para sus relaciones futuras. (F)