Recién terminaba de manipular una metralleta de fuego antiaérea. Johana Vásquez Herrera, de 24 años, tenía las uñas ennegrecidas, estaba sudada y con el uniforme de camuflaje polvoso. Ella terminaba sus tiros a un objetivo a 1.500 metros de distancia en el polígono de Engabao, Playas, en una zona montañosa cercana al mar.

Fue la única mujer que participó en un curso de manejo de artillería antiaérea, que siguieron siete oficiales y 34 uniformados voluntarios, aerotécnicos y tripulantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas: Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Johana es soldado técnica de aviación y presta servicio en la Infantería Aérea.

“Éramos seis mujeres en mi promoción”, comentó Johana, soltera, habitante de la isla Trinitaria y quien no tiene ningún familiar en las Fuerzas Armadas. Así lo subrayó y agregó que sus compañeras siguen en otros repartos, abriéndose paso en la rama castrense tradicional para hombres.

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“No es que (la vida militar) sea exclusiva para los hombres, solo que ahora las mujeres están abriéndose paso”, recalcó el mayor Hugo Pinos, director de la Escuela de Artillería Antiaérea Conjunta, a cargo de la capacitación, que duró entre dos y ocho meses, porque abarcó varios tipos de arsenales.

Johana refirió que incursionó en la vida militar casi por curiosidad, que aprender técnicas de la milicia, que vivir ese mundo, la llevó a apasionarse. Señaló que ello implica sacrificio, pero que seguirá adelante, y se ve años más tarde en los grados jerárquicos superiores.

Cuando está franca (de día libre), Johana retoma su vida civil con los suyos en la isla Trinitaria, con su novio y maquillaje incluido. (I)