Envilecimiento moderno

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En la antigüedad, cuando una economía, habitualmente un imperio decadente, se veía en la necesidad de financiar sus crecientes gastos, recurría al truco de reducir la proporción de oro o plata que contenían sus monedas sustituyendo dichos metales preciosos por una mayor proporción de metales de menor valor como el plomo o el zinc. 

En lugar de financiar el aumento de los gastos del Estado con un aumento de la recaudación mediante subidas de impuestos a los súbditos, se envilecía o deterioraba el valor de la moneda. Este sistema ya lo utilizó Nerón en el siglo I reduciendo el contenido de plata en cada denario, hasta que en el siglo III el denario apenas tenía menos del 5% de la plata inicial.

Era la forma antigua de llevar a cabo la "represión financiera". En todos los casos en los que se produjo el envilecimiento de la moneda, acabó en serios problemas de inflación y un desplazamiento de la moneda con más cantidad de metal precioso por la moneda envilecida. La primera era guardada a buen recaudo y cada individuo se deshacía primero de la "moneda mala" conservando la de más calidad.

Con la aparición del papel moneda y posteriormente con la desaparición del patrón oro, ya no se puede hablar de envilecimiento de la moneda por una disminución del porcentaje de metal precioso que incorpora cada moneda física. No obstante, la actuación de los bancos centrales aumentando sin fin sus balances y forzando artificialmente los tipos de interés por debajo de la inflación e incluso a niveles negativos, es la forma moderna de envilecimiento de las monedas.

En la antigüedad, el envilecimiento provocaba un descenso de valor de la moneda e intensos procesos inflacionistas. Hoy en día, al menos de momento, la forma moderna de envilecimiento no ha provocado ni inflación, ni pérdida de valor de las principales divisas que han realizado fuertes programas de expansión monetaria (euro, yen, dólar, franco suizo).

 

Ante esta aparente ausencia de efectos secundarios nocivos de la creación de liquidez de la nada, mediante la ampliación de los balances de los bancos centrales, acompañado de una fijación artificial de los tipos de interés en niveles mínimos o negativos, cada vez son más las voces que abogan por la implantación de la Teoría Monetaria Moderna (MMT). Esta teoría, avalada por prestigiosos economistas internacionales, defiende que una economía que tiene el monopolio de emisión de su propia moneda, puede financiar sin límite los gastos que realice el gobierno de dicha economía. En otras palabras, el Estado genera déficit, el Tesoro del país emite deuda pública, y el Banco Central compra dicha deuda.

Aunque pueda parecer increíble, esta práctica se va extendiendo cada vez más. Japón lleva realizándola desde hace años. El Banco de Japón compra una cantidad de deuda pública anual superior a la emisión neta que realiza el Tesoro japonés cada año. En la Eurozona y en EE.UU. la vuelta a los programas de compra de bonos soberanos no deja de ser una aplicación parcial de esta Teoría Monetaria Moderna (TMM).

Argumentar que la TMM es correcta, es decir, que el Estado puede gastar todo lo que desee porque finalmente será financiado por emisión del Banco Central correspondiente sin perversos efectos negativos, equivale a afirmar que daba igual el porcentaje de metal precioso que contenía una moneda en la antigüedad. Como sucedió con las monedas romanas, la desconfianza sobre las monedas (divisas) según se envilece la moneda es sólo cuestión de tiempo.

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