Cortarse el pelo, el gesto poético que puede derrocar el régimen de Irán

Esta tradición milenaria de las mujeres iraníes, recogida en el libro más importante de la cultura persa, se ha convertido en símbolo de lucha y arma poderosa contra la brutal teocracia que sufren desde hace décadas. Hablamos con activistas, refugiadas, estudiantes y periodistas sobre esta revolución encabezada por mujeres capaz de cambiar la historia.
Protestas Mujeres Irn
Ilustración.Fer Vallespín

Mahsa Amini no es solo el nombre de una mujer iraní, de origen kurdo, que salió de su casa en Teherán, el pasado 13 de septiembre, para no volver. Murió mientras estaba bajo la custodia de la Policía de la Moral de su país por llevar mal el velo. Fue asesinada. Esta joven de 22 años se ha convertido en la muerte que ha colmado el terror del pueblo iraní. El asesinato que ha inflamado la rabia de una sociedad que lleva 43 años bajo un régimen islamista cruel. Una teocracia delirante cuyo desdén por los Derechos Humanos lleva a gala desde que tomó el poder. “Por primera vez, porque el pueblo iraní se ha manifestado tantas veces como gotas de lluvia han caído desde 1979, la opinión pública internacional nos mira, nos apoya, nos da visibilidad”, nos explica Nifular Saberi, activista que forma parte de La Asociación Pro-Derechos Humanos de Irán, en España. Llevan desde la fatal fecha saliendo a la calle, reuniendo al mayor número posible de personas para hacer ruido, para seguir con la lucha. Nos encontramos en la Plaza de la Provincia (Madrid), son las 19.00 horas, del 5 de octubre. La manifestación ha dado comienzo a las puertas del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Colaboración. Hoy, se lamenta otra muerte, la de Nika Shakarami, tenía 16 años, fue con una amiga a protestar el pasado día 20 de septiembre, en Teherán. Antes de desaparecer, telefoneó para avisar que la Policía de la Moral la estaba persiguiendo. Pocos días antes, aprendimos otro nombre propio de otra menor de la misma edad: Sarina Esmailzadeh, en su caso, murió tras ser brutalmente golpeada en la cabeza con porras.

Un hombre iraní con la foto de Nika Shakarami.

Marco Cantile/Getty Images

Fariba Ehsan, presidenta de la asociación, invita a los presentes a hablar, no llegan a un centenar de personas. No hay palabras. Hay un gesto: una mujer de larga melena lleva una foto de Nika, la deja en el suelo, coge unas tijeras y se corta el cabello. A cada corte el grado de intensidad de la protesta se eleva. A cada tijeretazo la emoción inunda la plaza donde están congregados. Nifular grita: “Cortarse el pelo es un símbolo de dolor”. En la pantalla que se encuentra a sus espaldas se suceden las imágenes de famosas como Juliette Binoche, Marion CotillardJane Birkin o Abir Al-Sahlani, diputada sueca del Parlamento Europeo, realizando el mismo acto como muestra de apoyo y de denuncia.

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Solmaz Etemadzadeh, activista iraní que vive en el País Vasco, acaba de aprobar su doctorado en Ciencias Políticas, tiene 44 años. A ella, su familia le apoyó para salir de Irán y poder seguir con sus estudios. “Obtener visados no es fácil, estudiar es uno de los medios. En cualquier caso, aún consiguiéndolo, después tienes que tener el permiso de tu padre, o marido”. Rememora el caso de una deportista, cuyo esposo decidió en el último momento que no viajaba: la pararon en el aeropuerto, despidiéndose así de la competición a la que acudía y para la que había entrenado cientos de horas. “Cortarse el pelo es un símbolo de duelo y de denuncia. Una manera que tenemos las mujeres iraníes de manifestar el dolor profundo. Es una tradición milenaria”. La práctica se cita en el libro Shahnameh, una epopeya persa de 1.000 años de antigüedad, escrita por el poeta Ferdowsi. En sus cerca de 60.000 versos, se narra la historia de los reyes de Persia. Para los iraníes es un pilar cultural y la obra más importante de su lengua, el farsi. El pasaje en el que se hace referencia sucede cuando matan al héroe Siyavash y su esposa Farangis, junto a las niñas que le acompañan en la historia, se cortan el cabello para protestar contra tal injusticia y expresar su tristeza. La práctica no es única del territorio persa, la encontramos también reflejada en una obra anterior, de 3.500 años de antigüedad, La Epopeya de Gilgames, de la antigua Mesopotamia (actual Irak). En ella se usa de nuevo este acto para expresar angustia y pesar.

Anahita ha llegado a nuestro país hace apenas unas semanas. Necesitamos una traductora para comunicarnos con ella, nos ayuda el equipo de Accem (organización sin ánimo de lucro, apartidista y aconfesional que ayuda a personas en situación de vulnerabilidad). Todavía le recorre el miedo por el cuerpo. Tanto que nos pide encarecidamente que no digamos su nombre verdadero. Se ha acogido a la Ley de asilo de España, norma reguladora de este derecho y de protección subsidiaria que señala explícitamente que la persecución por motivos de género está reconocida como causa. Ella ha conseguido escapar: “En España me siento segura, pero estoy convencida de que si estuviese en Irán hubiera sido asesinada por mi marido o por el gobierno iraní”. 

Protestas en Canadá.

Sean Gallup/Getty Images

La situación siempre ha ido a peor desde que los ayatolás tomaron las riendas del país. “Por ejemplo, si conduces debes tener cuidado de que no se te caiga el velo, porque en la calle hay cámaras. Esto provoca que la policía te pueda arrestar y multar. Además, si una mujer lleva ropa que se considera errónea se le incrimina. Por un lado, la población discute con esta mujer y, por otro, la policía se encarga de arrastrarla de forma violenta; a las mujeres se les agarra del pelo para llevarlas al coche patrulla. Hay muchos vídeos en los que se ven estas situaciones. Esto causa tristeza y enfado, porque hay muchas ocasiones donde la mujer se viste de forma adecuada, pero la policía sigue actuando de esta manera”. 

Lloró mucho cuando supo del asesinato de Amini. Sintió que ella podía ser la próxima, o su hermana, o su madre. “Después de este asesinato, se trata peor a las mujeres y también a los hombres que defienden sus derechos. Hay estudiantes que están protestando en las universidades y no se les deja salir”. El objetivo está muy claro: “Las mujeres iraníes consideran que la libertad es más que quitarse el velo. Se trata de una igualdad entre hombres y mujeres, hacer cosas básicas como montar en bicicleta, ir a ver un partido de fútbol, montarse en un autobús y no tener que sentarse en la parte trasera separadas de los hombres. No se trata de una protesta en la que el objetivo es mostrar el pelo, va más allá”. 

Protestas en Turquía.

OZAN KOSE/Getty Images

Zahida Membrado, corresponsal que ha vivido muchos años en Irán, nos da las claves del profundo significado que encierra el velo para el régimen iraní. “Es importante porque es la herramienta de la República islámica para someter, para dejar claro que aquí no hay libertades, aquí mando yo y esto no es una democracia. Por eso tú tienes que llevar el velo”, incide en la importancia de la visibilidad social de esta medida de presión. “Es la forma que tiene el régimen de decirle a la mujer estás bajo mi dominio. Sí, es un símbolo fundamental porque es algo visual, es vistoso. Si mi marido me viola, me fuerza a tener sexo o me da una paliza no se ve. Yo voy a la comisaría, lo denuncio y me mandarán a casa diciéndome ‘compórtate porque algo habrás hecho’. Esta represión y violencia no es visible, pertenece a la esfera privada. Pero el velo es algo que trasciende”. La periodista destaca también la paranoia que vivían sus compañeras de piso, iraníes, con la prenda y su colocación: “Continuamente estaban comprobando que lo llevasen bien puesto, como un tic nervioso”. Ella ya no puede entrar en el país que le enamoró en 2011. No le otorgan más el visado.

Shabnam Pakravan es madrileña, traductora, trabaja para Accem. “Mis padres son iraníes. Llegaron a España antes de la entrada del régimen, en el 74 y en el 76”. Ella nació en 1982. No ha tenido posibilidades de visitar el país de sus orígenes y de disfrutar de la familia que aún permanece dentro de sus fronteras. Tampoco sus progenitores que “salieron sin saber que jamás volverían a casa”. “Las fotos de mi madre cuando era joven chocan mucho con la realidad de ahora. Llevaba hasta minifaldas. Ni rastro de velos. En Irán no había pañuelos, estos son un legado de la cultura árabe. Irán no es árabe, aunque la gente nos ve a todos iguales. Nuestra cultura es totalmente diferente”. Pakravan está muy preocupada por las muertes que se están produciendo y que no salen reflejadas en los medios. “Van a empezar a matar a las niñas. Las chicas de los institutos han decidido salir a la calle y luchar por su futuro. En Irán da igual que seas menor, te van a matar de la misma manera y con la misma frialdad”. 

Protestas en Teherán. 

Kaveh Kazemi/Getty Images

Desde que comenzaron las protestas apenas han podido comunicarse con sus familiares de allí. Los cortes son continuos lo que resulta inviable una comunicación fluida. “Siempre hemos tenido que hablar en clave con nuestros parientes. En casa, cuando se dice que alguien ha ido al colegio significa que está en la cárcel. Mi tío ha estado 5 años, mi primo lo está ahora”. Desde Amnistía Internacional nos confirman los peores augurios: “Han disparado munición real a las personas manifestantes a corta distancia, han utilizado gases lacrimógenos y cañones de agua y les han golpeado con porras. Desde la muerte de Mahsa, hemos documentado la muerte de decenas de hombres, mujeres, niños y niñas. Cientos más han sufrido heridas dolorosas y al menos dos personas han quedado ciegas de uno o de ambos ojos. La mayoría de los heridos no han acudido a los hospitales por miedo a ser detenidos, aumentando así el riesgo de sufrir infecciones y otras complicaciones médicas. Las autoridades iraníes están bloqueando internet para ocultar lo que está pasando”.

Protestas en Berlín.

Sean Gallup/Getty Images

Fariba y su equipo gritan de nuevo la consigna de su lucha: “Mujeres, vida y libertad”. En la pantalla ahora se observan imágenes de violencia extrema, grabadas a escondidas por valientes. Un joven toma la palabra para explicar que la violación sexual sistematizada, la tortura más salvaje y la inanición conforman el día a día en una cárcel iraní. Él lo sabe, pasó en una de ellas tres meses, en 2015. Avisa que la situación es cada vez peor. También, que no están luchando solo contra las mujeres, que lo hacen contra todo el pueblo iraní. Ellas han encabezado el movimiento, pero ellos las respaldan con sus vidas, literalmente.

Mientras las calles de Irán se convierten en campo de una desigual batalla día sí y día también, Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, exige acción internacional: “A menos que la comunidad internacional adopte medidas colectivas y firmes, que deben ir más allá de meras declaraciones de condena, innumerables personas más pueden ser víctimas de homicidio, mutilación, tortura, agresión sexual o metidas entre rejas por el solo hecho de participar en las protestas. Documentos filtrados a los que ha tenido acceso Amnistía Internacional ponen de relieve la patente necesidad de un mecanismo de investigación y rendición de cuentas internacional independiente”.

La manifestación se va diluyendo mientras cae el sol. No será la última, todos los miércoles se reúnen en la plaza de Callao, en Madrid, a partir de las 18.00. Esta vez, a pesar de la dureza de la respuesta del gobierno hay esperanza. “Luchamos por el futuro. No nos van a frenar”, se despide Nifular.

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